Censura a los intelectuales en Cuba. Una valoración del “Caso Padilla”

Heberto Padilla. Foto tomada de Internet.

Según Iznaga, “La Revolución misma ha sido el mayor y más trascendente hecho cultural del pasado medio siglo” (Iznaga, 2002). Se trataba de uno de los acontecimientos políticos del siglo XX que más impactó sobre América Latina. Sin espacio para la duda, la llegada al poder de aquellos guerrilleros barbudos en 1959, significó un cambio radical en todos los aspectos de la vida de la Isla de Cuba y sus relaciones con el exterior. Desde hacía varios años, Cuba vivía en dictadura. “Cuba necesita una revolución, aunque sea una pequeña revolución desde el Estado. La situación de grandes masas de su población es demasiado crítica para postergarla. Pero, por lo que sabemos hasta el momento, el primer entusiasmo del triunfo aún no se ha convertido en algo más profundo y duradero.” (“En Cuba revolución o no”, 1959). Las reformas que proponían aquel grupo de jóvenes eran deseadas y apoyadas por la mayoría, que vieron en aquel proyecto una salida honrosa y necesaria para los crímenes y desmanes del gobierno anterior. Una transformación en todos los órdenes era urgente, esperada, ineludible.

En la década del ´40 y ´50 del siglo XX, muchos intelectuales habían emigrado del país, o estaban imbuidos en sus proyectos artísticos y culturales. Muchos artistas se fueron aglutinando, a pesar de sus diferencias políticas, alrededor del liderazgo revolucionario. Ello da cuenta de la diversidad que en un principio marcó a la naciente revolución.

Durante los gobiernos anteriores, la relación entre los grupos de diferente opción política, transcurrió con más flexibilidad que en la revolución. Un ejemplo de ello, fue la Asamblea Constituyente, plural y diversa en cuanto a miembros y opiniones, reunida para la redacción de la Constitución de 1940. Los constituyentistas lograron ponerse de acuerdo sin transgredir la libertad del otro, sin que pesara sobre nadie ni el descarte, ni la agresión.

“Los hechos y avatares de la revolución han sido el medio fundamental para el proceso de la cultura cubana desde 1959 hasta hoy” (Iznaga, 2002). En cambio, muchos de estos giros, no sucedieron en la dirección que se esperaba. Y la Revolución que se presentaba “con todos y para el bien de todos”, terminó despertando un aparato totalitario, persecutor de todos los que se atrevieran a criticar, a señalar, a manifestar miedo o descontento. “La que para muchos prometió la unión de valores como la justicia, la igualdad, y la libertad, (…) terminó por hacer del cubano un régimen muy cerrado que fue alejándose de aquellos ideales, lo que trajo consecuencias para la vida de la sociedad cubana en todos sus ámbitos” (Rojas, 2006).

Las concepciones que del intelectual tenían varios dirigentes revolucionarios, marcaron drásticamente los espacios en que se expresaba la pluralidad creativa y crítica de los intelectuales de la isla. Los recintos se fueron cerrando, y muchos de los intelectuales, emigraron. “El mismo afán de liquidación del contrario que se vive en términos militares y políticos se vive en la cultura”; “el opositor comienza a ser asumido como enemigo” (Rojas, 2006).

Estas posturas del gobierno revolucionario, y de funcionarios sin ninguna percepción estética o artística, llevan a la persecución y censura de varios artistas e intelectuales.

Valorar los hechos sobrevenidos a Heberto Padilla como caso particular, es objetivo central de este texto.

A pesar que, desde el inicio, la revolución determinó muy bien el “marco” por el que debía entrar la intelectualidad cubana, su política cultural encontró amplísimo apoyo en la izquierda docta de Occidente. El enamoramiento y el encanto que ejerció el mando emergente sobre artistas e intelectuales del Viejo Continente, convirtió a Cuba en un laboratorio donde poder expresar y concretar aquellos, sus anhelos de justicia y libertad creativa. “Los intelectuales europeos iban a Cuba a salvar sus almas. ¿Y los cubanos? Eso importaba menos” (Nuez, 2006). Muchos de ellos viajaron a Cuba, desde el filósofo Jean Paul Sartre, el actor Oliver Stone, escritores como Octavio Paz, José Saramago el cineasta, productor y actor Sydney Pollack, y otros tantos. Algunos entusiasmados inicialmente con la revolución, terminaron criticándola terriblemente. Se podría decir que el debate de la intelectualidad cubana se trasladó al ámbito internacional.

“Desde los años 1959 y 1960 Cuba se colocó muy bien en el imaginario de la izquierda occidental, porque una revolución del Tercer Mundo, y además en un país fronterizo con los Estados Unidos, capitaliza muchos símbolos socialistas. Es decir, la revolución es anticolonial y al mismo tiempo anticapitalista, y además defensora de una democracia directa o participativa. Eso fue un atractivo muy grande para la intelectualidad de la izquierda occidental, que estaba buscando una convergencia con todo eso” (Rojas, 2006).

La repercusión internacional de la Revolución no se limitó al Viejo Continente. América Latina miraba y seguía el proceso muy de cerca. También los intelectuales de habla hispana se dejaron motivar por una revolución que prometía ser distinta a las dictaduras que se sucedían continuamente en Latinoamérica. En su libro “El Boom Latinoamericano. Cuba y el caso Padilla”, Carlos Ramírez narra una experiencia sacada a su vez, del libro de las memorias de José Donoso sobre este acontecimiento literario, o movimiento intelectual nacido en América Latina y el Caribe. “Rumbo a un congreso literario en Chile en 1962, Carlos Fuentes le dijo, con entusiasmo, a José Donoso: “Después de la Revolución cubana él (Fuentes) ya no consentía hablar en público más que de política, jamás de literatura; que en Latinoamérica ambas cosas eran inseparables y que ahora Latinoamérica solo podía mirar hacia Cuba”. Los dos se comunicaron con Alejo Carpentier para que el congreso de literatura se convirtiera en un foro de revisión de lo hecho en educación y cultura por la Revolución Cubana” (Ramírez, 2019).

El Boom estuvo marcado por dos etapas, la primera, prorrumpida con lo que en literatura se llamó lo “real-maravilloso”, estilo patentado por Alejo Carpentier, intelectual cubano de izquierda, en su libro “El Reino de este mundo”, de 1949; y terminó con “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, en 1967.

A partir de ese Congreso literario en Chile, se promueve la relación del Boom con autores como Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, con la Revolución cubana. Relación que concluye abruptamente en 1971 con la represión ejercida sobre el poeta cubano Heberto Padilla. Este suceso organizó a los principales intelectuales de la época, especialmente a los del boom, contra el autoritarismo que se vivía en Cuba, ya sin tapujos. Esto no significa que antes no hubiese represión, solo que el “caso Padilla”, con el premio a su libro “Fuera de Juego”, marcaron el cisma entre los intelectuales y el sistema. Algunos escritores y artistas se mantuvieron apoyando el nuevo gobierno, y legitimaron la oficialidad del discurso revolucionario. Pero este acontecimiento, referenciado en todos los textos consultados, fijó la ruta, o las partes, en las que se segregaba la intelectualidad cubana. Asimismo despertó a los intelectuales occidentales y latinoamericanos que favorecieron y apoyaron el triunfo revolucionario. Solo algunos prefirieron defender, en nombre incluso de la amistad, un régimen que coarta no solo la libertad de creación, sino hasta la de movimiento. Escritores como Vargas Llosa manifestaron su descontento, y un grupo de autores europeos se congregó para escribir una carta a Fidel Castro pidiendo razones para la encarcelación del poeta Padilla. Otros, como García Márquez, o Ignacio Ramonet, autores del campo internacional; e intelectuales como Cintio Vitier, o ideólogos devenidos intelectuales, como Armando Hart en Cuba, prefirieron legitimar y defender a la nueva clase dominante.

“(…) esos mismos escritores parecieron ignorar la primera fase del caso Padilla en 1968 cuando comenzaron las presiones contra el poeta; y más aún, los intelectuales del boom pasaron por alto lo que pudo haber sido el huevo de la serpiente de la relación autoritaria de Cuba con los escritores: el caso del documental P.M. en 1961 que provocó la ira de Fidel y el famoso discurso de fijación de límites políticos a la creación intelectual y el apotegma: “con la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho” (Ramírez, 2019).

Autores como Rafael Rojas, afirman que la retirada del apoyo de la intelectualidad socialista al régimen cubano, fue la “sovietización” de la Isla. “Creo que desde entonces hasta ahora lo que ha sucedido es un desencanto sucesivo, una serie de frustraciones que le van restando apoyo desde las izquierdas intelectuales al gobierno cubano. Creo que más bien por allí; crecimiento del respaldo no, y van quedando muy pocos al final, como Mario Benedetti o el propio García Márquez” (Rojas, 2006).

Sea una teoría o los acontecimientos, lo cierto es que la intelectualidad socialista le retiró el sustentáculo a la revolución. El encantamiento, o enamoramiento que se produce al principio de toda relación, terminó más pronto de lo esperado en el caso de la revolución cubana y las izquierdas del mundo. Muy pronto se convirtió el encanto en encarcelamientos, el enamoramiento en persecución. Cada generación ha vivido su propia experiencia, que ha terminado en trauma y ha desprendido –por la fuerza- a buena parte de los que fueron enamorados empedernidos de la revolución de la promesas. Despertaron muchos intelectuales, sí, de una terrible pesadilla.

El “caso Padilla”, como se ha expresado anteriormente, selló el estigma de la intelectualidad cubana. Otros eventos, como el de Reynaldo Arenas y Raúl Rivero, causaron un rechazo mucho más unánime.

Si se habla en términos estrictos, el antecedente del “caso Padilla” se encuentra en el documental P.M. Un material realizado por Orlando Jiménez y Cabrera Infante que se inscribe en el llamado “free cinema”. El filme muestra imágenes de La Habana nocturna, que transcurre entre rumba y ron. Recoge de forma documental escenas de lo cotidiano. Pero esto no agradó de ningún modo a los funcionarios del Consejo Nacional de Cultura que, sin retraso, censuraron, confiscaron y prohibieron la exhibición de la película. El sencillo filme despertó la cólera de los máximos dirigentes por no mostrar al miliciano con fusil, al cubano que ellos suponían. Para dar escarmiento, y sentar las bases de los “derechos” de la Revolución, Fidel Castro convocó a una reunión con los intelectuales en junio de 1961. El discurso se conoció como: “Palabras a los intelectuales”, y giró alrededor de la frase “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho” (Castro, 1961). Anulando de este modo cualquier intento de disenso.

A partir de entonces, la burocracia revolucionaria y sus funcionarios comenzaron a delimitar los espacios de “libertad” de los escritores y artistas.

“El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con los intelectuales. Heberto Padilla, nacido en 1932, no había participado directamente en la guerrilla. En 1959 fue designado corresponsal de la agencia oficial cubana Prensa Latina en Nueva York. Ese mismo año regresó a La Habana y formó parte del periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, uno de los intelectuales protagonistas de la Revolución” (Ramírez, 2019). Como muchos otros intelectuales, Padilla al principio estaba adherido al proyecto revolucionario. Colaboró con varias publicaciones, obtuvo una mención honorífica en los premios Casa de las Américas, y fragmentos de una novela suya fueron publicados en el suplemento Lunes de Revolución. Fue fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, asimismo fue corresponsal en Moscú de la Agencia Prensa Latina

El hecho de trabajar en los países del Este, le dio a Padilla una dimensión general y particular sobre la estatalización de la cultura, sacudiendo prontamente del letargo socialista al joven poeta. En 1966, Padilla se convirtió en factor de crisis intelectual en Cuba. Era un escritor crítico y desafiante, defensor de la libertad de escribir, era un disidente.

Por el año 1968 había entrado en discusión con el escritor Lisandro Otero, a través de notas publicadas en El Caimán Barbudo. La polémica trataba el asunto de la publicación de una novela de este último, en el espacio que debió publicarse “Los Tres tristes tigres”, de la autoría de Cabrera Infante, ganador del premio “Biblioteca Breve” el año anterior, ya exiliado en Londres después del no estreno del citado documental P.M. Esto sucedía justo antes de optar por el premio de la UNEAC “Julián del Casal”, con el poemario “Fuera de juego”. Llegó a este escenario bajo la mirada acusadora de muchos de sus colegas, pero también con el apoyo de otros; como el jurado de premiación, que estuvo integrado por cinco escritores, tres cubanos y dos extranjeros; dentro de ellos, José Lezama Lima. “Díaz Martínez fue jurado junto con otra figura polémica de la cultura cubana: José Lezama Lima, uno de los más grandes poetas y narradores. Lezama había sido jurado del premio “Casa de las Américas”, pero por su falta de involucramiento con la Revolución cubana había sido colocado en el cajón de los disidentes peligrosos. Sin embargo, el peso internacional de Lezama impedía cualquier agresión, aunque durante años había sido marginado de la vida cultural oficial. Los intelectuales oficiales por excelencia de Cuba eran Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar (Ramírez, 2019)”. El jurado, no dejándose influenciar ni traicionando sus principios, otorgó sendos premios a Padilla en poesía y a Antón Arrufat en teatro. El resultado de la premiación no resultó “agradable” a los más altos funcionarios, y ambos libros se publicaron con un prólogo a cargo de la UNEAC manifestando su desacuerdo. “Por la polémica que despertó el premio, la Unión de Escritores y Artistas decidió publicarlo, pero sorprendentemente fue prologado por un texto de la propia UNEAC criticando el premio y la publicación. Más que un ejemplo de democracia, se trató de un abuso de poder. El prólogo criticaba severamente el libro y alentaba su inmolación. En el texto, los dirigentes de la Unión se comportaron como verdaderos “policías del pensamiento” del Orwell de 1984 (Ramírez, 2019)”.

El poemario podía haber pasado sin penas ni glorias, era bueno, sí, por eso obtuvo premio, pero la trascendencia ideológica que estos “policías del pensamiento” le dio a cada línea escrita, hicieron de la poesía “un ataque a la revolución”. Diseccionaron cada poema, cada frase, encontrando siempre un trasfondo político, de disenso, de “contrarrevolución”.

La persecución no se detuvo a pesar de todo lo que precedió a la publicación del poemario. En la revista Verde Olivo, en noviembre de 1968, se publicó un texto en que se agredía sin beneficencia a Padilla, a Virgilio Piñera, a Antón Arrufat, a Rodríguez Llois, a Cabrera Infante y a muchos otros intelectuales reprochados de enemigos de la Revolución. Se trataba de un discurso colérico en el que también se les acusaba de homosexuales, y a algunos de ser agentes de la CIA.

Tres años más tarde, en 1971, Heberto Padilla, y su esposa, fueron apresados por motivos políticos. Por sus críticas públicas y privadas a la revolución. Por las reuniones que tenían entre amigos –según la policía política para complotar contra la revolución-. Estuvo más de un mes preso. Tiempo en que la Seguridad del Estado redactó un documento que le obligaron a firmar. Escrito en que se denunciaba a colegas y amigos sobre supuestas conspiraciones, mensaje en el que se declaraba “culpable” de muchos y graves “errores revolucionarios”; todo a cambio de la libertad. Durante el encierro 50 firmantes, -intelectuales de izquierda- enviaron carta a Fidel Castro pidiendo la libertad del poeta, encabezando la lista Jean Paul Sartre. Después de esto, Padilla fue removido de todos sus cargos, y enviado a hacer traducciones, aislado de todo. En 1980, después de mucho tiempo recluido por enfermedad, y con el favor de una campaña internacional, logró exiliarse rumbo a Estados Unidos.

Conclusiones

El caso Padilla marcó un referente de represión en Cuba y el mundo. Dejó clara la postura oficial en cuanto a política cultural y sus estrechos márgenes. Sentó las bases del nuevo modelo de intelectual que se “necesitaba”, hecho a imagen y semejanza de un patrón obediente y manso, incapaz de rebelarse ni disentir; antes bien, apoyar, aceptar, inclinar la cabeza, porque “hay que sacrificar el presente para un futuro mejor”. El derecho de libre creación, asociación, pensamiento, fue, desde muy temprano, casi aniquilado del panorama cultural cubano y los proyectos de muchos creadores. No todos aceptaron esa nueva forma de ejercer el control por parte del Estado, a pesar incluso, de sufrir las vejaciones de la cárcel, el señalamiento de los intelectuales y artistas oficiales, el ostracismo, el olvido, el exilio… 

La vida ocurre ahora, y como seres individuales, con capacidades creadoras, con voluntad y anhelos, no tenemos la obligación de ceder nuestra vida, y nadie tiene el derecho de arrebatarnos nuestros derechos, menos aún, en nombre de una idea.

 

Referencias bibliográficas

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  • Wendy Ramos Cáceres (Guane, 1987).
  • Artista independiente.
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