De un buen servicio público a un mejor país

Foto tomada de Internet.

Nuestro país tiene una rica tradición si de salud y atención médica se trata. Como sociedad nos hemos caracterizado por el adelanto científico en esta área. Su sentido solidario e impacto social se evidencia desde la colonia, la república y de 1959 hasta la actualidad.

Al intercambiar con amigos y conocidos, algunos de ellos profesionales de la salud, sobreabundan las experiencias de una realidad que muestra el deterioro del sector y la ausencia de una estrategia creíble que inspire a la credibilidad de su mejoramiento.

En algunos de estos intercambios, al expresar mi opinión de que en un futuro no muy lejano, la opción más apropiada pudiera ser reconocerle a este sector, a sus profesionales y a la industria farmacéutica asociada, el derecho y las oportunidades para funcionar desde el sector privado o mixto. Las personas parecen extrañadas y asombradas como con una especie de desaprobación instintiva. Es tal la rigidez para orientar una mirada integradora a posibles soluciones, que pareciera que el dolor y el caos que acompaña enfermar en Cuba y ser hospitalizados, aún no son suficientes para ampliar nuestra mirada hacia nuevos horizontes.

Es una idea arraigada en nuestra sociedad catalogar toda opción que incluya el mercado como de corte liberal y capitalista y por tanto deshumanizante. Una actitud cerrada que obvia la naturaleza humana y su sentido competitivo, es frecuente y parece superar la lógica y nuestro sentido común para buscar y pensar más allá de la dinámica de la queja y el conformismo. Crear y pensar nuevas opciones viables constituye un reto en la Cuba de hoy, hacia un Estado libre, democrático y de beneficio social y no solo mejorar el sector de la salud.

Por un lado toleramos la dura realidad de que al asistir a una consulta de un hospital alguien de alcance por sus recursos o por su posición y relaciones, sea mejor atendido; sin embargo, nos rebelamos a la idea de otros mecanismos de acceso a este servicio que, presupuesto en mano, la persona acceda de forma legítima a los servicios de salud, bajo los riesgos y beneficios libremente aceptados en las regulaciones y garantías de un contrato.

Existe temor al tema de ampliar la visión a otros caminos hacia nuevas políticas públicas, pues puede ser caracterizado desde un discurso xenófobo del pasado, las represalias o la asociación con una perspectiva burguesa muy despectiva y manipulada, de la que no pocos prefieren dar de lado, aunque el costo implique lo apacible e indiferente ante el profundo deterioro social.

También existe el desconocimiento y la falta de visión sobre cómo se podrían articular de modo efectivo políticas en dirección a incorporar la propiedad, el mercado y la competencia como elementos esenciales para el desarrollo del país. Otro temor es asociar los valores antes mencionados como contrapuestos al humanismo, la solidaridad y el alcance social de las políticas del Estado. Ha quedado muy demostrado que las sociedades que atacan, manipulan y vulneran estos derechos humanos, distan mucho de ofrecer un mejor servicio que las que los promueven.

Creo que la salud, la educación y otros derechos de segunda generación se han integrado al orgullo de nuestra sociedad cuyo instinto tiende al igualitarismo, ese que obstruye el desarrollo por la envidia y nos lleva al empobrecimiento social, al centrarnos más en lo que hacen los otros que en lo que puede hacer uno mismo, o podemos hacer en beneficio de todos.

Como ciudadanos debemos pensar. La crisis actual reta nuestro comportamiento social, una aptitud puede ser la de mantener el pacto social vigente con el Estado o Gobierno, el cual se sostiene de asentir, decir sí, sin importar cuanto esto puede implicar, soñar hasta donde nos permiten hacerlo y a su vez esperar, convencidos o no, pero esperar. Si algo cambia que sea fuera de nosotros, pero no desde nosotros.

El reciente referéndum constitucional fue un ejemplo vivo de esa actitud política desde la indiferencia, pese a constatar personalmente el desánimo y la convicción en muchas personas de que la nueva ley muy poco contribuiría a nuestro bienestar. Contradictoriamente, dijeron sí aunque su sentir fuera no, nuestra conciencia debe ser clara: el primer peldaño (a su vez insuperable) de lo sucio de la política comienza en nosotros y cada uno, cuando renunciamos a la honestidad con nuestro país. La reciente crisis coyuntural acumula mucho de esta realidad.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica al respecto nos advierte y cito: “Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar socialalcanza su plenitud en la realización del bien común” (Pág. 90, No. 164). Este fragmento, visto a la luz de nuestra realidad, nos advierte que las condiciones de una sociedad de mayor equidad y oportunidades, se construyen y es fruto del actuar moral de sus individuos, algo que dista mucho del proceso al que ha sido sometido nuestro pueblo. En pos de una conciencia colectiva superior, se privó a las personas del derecho al pleno ejercicio y defensa de sus derechos fundamentales, despojando así a las estructuras públicas y sociales del Estado de un “Pacto social” para derivar en una colectividad desprovista de la subjetividad moral propia de las personas que la conforman, o al menos, en el mejor de los casos, de dudosa credibilidad al estar sujetas a la ausencia de derechos y oportunidades plenas.

Por lo anterior, es una contradicción justificar los males estructurales y las crisis coyunturales como problemas de hombres, mientras los programas de acción del gobierno actual o el que esté por venir, se basen en la segregación, justifiquen la represión, diciendo sí a posibles soluciones, obviando la ausencia de derechos y oportunidades para la participación de todos. De esta forma viviremos la mediocridad y el caos en los beneficios que todos deseamos para nuestra vida; en familia, en la escuela, la vida pública o un hospital. 

El cambio comienza cuando nos reconocemos protagonistas de nuestra propia vida personal y social, la desigualdad no podemos verla en la asertividad con que las personas progresan y avanzan más que otros, ante iguales derechos y oportunidades. La peor desigualdad que enfrentamos hoy, en mi opinión, es la dificultad de trabajar por nuestro bienestar y bien común. Es la criminalización de otros modos pacíficos de organizarse y pensar Cuba; es el espíritu aún latente de quienes abandonan su opinión, su actuar y su fe, en manos del mejor postor o la mayor comodidad.

“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Aunque la agudización de la crisis actual y sus posibles desenlaces pasen por escenarios como el que está aconteciendo, donde solo una minoría apueste a no liberar a nuestra sociedad y las injusticias cometidas solo puedan asociarse a unos pocos. Pienso en el apoyo de muchos al lado de esa minoría durante tanto tiempo y las indiferencias con el que ha sufrido por actuar acorde a su conciencia moral.

Es la indiferencia y la complicidad que ha alimentado la confianza del poderoso en que puede controlar siempre al pueblo. Es una sociedad que perdió el equilibrio entre un sano orgullo y sus nobles valores y principios humanos y universales. Es la frase que me inspira y me responsabiliza en cómo trabajo, no para atacar lo que por su propia falta de salidas colapsa, sino para asumir o reafirmar ese camino que alienta al cambio, y que se fortalece con herramientas y actitudes que no faciliten un mismo ciclo de odio y violencia. Podemos merecer un gobierno y un Estado mejor, es necesario creerlo y actuar en consecuencia. 

 


  • Néstor Pérez González (Pinar del Río, 1983).
  • Obrero calificado en Boyero. Técnico Medio en Agronomía.
  • Campesino y miembro del Proyecto Rural “La Isleña”.
  • Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
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