Aprender la gramática de la inclusión y el consenso
Por Dagoberto Valdés Hernández
El debate, la polémica, la discusión acalorada, de esquina o de salón, es un ambiente inseparable de la cultura cubana. Donde hay dos cubanos, o cubanas, hay tres partidos, cinco temas a la vez y cien opiniones pugilateando para ganar. Esto no es exclusivo de los cubanos, pero tiene el bemol caribeño y el calor tropical. De ese talante ha salido Cuba, tal cual es y no como se presenta o se presentó para la escena de una historia con cirugía plástica y maquillaje.
Hubo, en esas discusiones, callejón sin salida, caudillismo patético y regionalismos cerrados. Pero la polémica, nacida de la sana diversidad, del respeto y la tolerancia, engendró pensamiento fundacional, virtud cívica, entrega probada en medio de las persistentes diatribas, que calaron profundo en las primeras pleamares criollas, que no hicieron encallar el barco de la nación que zarpaba… Aunque debemos reconocer que el maltrecho navío de la independencia política arribó a puerto compartido casi un siglo después de las demás naciones de la América hispana. No es el costo de la diversidad y de la polémica, es lo que hay que pagar cuando no se ha aprendido la gramática de la inclusión y del consenso.
Hace unos meses en unas palabras que leí telefónicamente para agradecer la presentación de mi libro “La libertad de la luz” que organizó el Instituto de Estudios Cubanos (IEC) en una Universidad de Miami, sugería estas dos ideas:
“Los cubanos debemos y podemos, ahora más que nunca, aprender la gramática de la inclusión. Desde hace mucho tiempo hemos conjugado nuestra existencia sobre todo en las tres personas del singular: Yo, tú, él… cuando más, nos atrevemos a hablar de “ellos”, de los “otros”. Cada cual fuertemente atrincherado en su propia conjugación. Creo que es urgente que practiquemos todos, gobierno, oposición y sociedad civil, en la Isla y en el exilio, a conjugar el verbo incluir, sobre todo en la primera persona del plural. Cuba necesita con urgencia la gramática incluyente de un “nosotros” en el que quepamos todos. Para reconstruir el alma desmigajada de la Nación, como decía Martí aquel 10 de octubre de 1881.
El segundo pensamiento que me acicatea es: Los cubanos debemos y podemos, ahora más que nunca, mejorar la ortografía del consenso. A lo largo de la historia de Cuba hemos sufrido no solo de exclusiones gramaticales, sino también de frecuentes errores ortográficos, creo que fruto del analfabetismo cívico. Quizás hemos puesto demasiados acentos agudos donde necesitábamos palabras llanas y asequibles. Quizá en el empeño de poner los puntos sobre la íes, tan necesarios como aislados, olvidamos poner en primer lugar lo esencial: “Al principio era el Verbo…” y siguen siendo la palabra y el diálogo, el principio y el final de toda transición pacífica: Esta es la verdadera ortografía del consenso sobre lo mínimo común esencial que no borra ni vende los acentos y adjetivos sino que los coloca en su lugar. Es urgente encontrar para Cuba hacedores de consensos. Ciudadanos llanos, no esdrújulos. Reconciliadores no re-concentradores.” (MDC, IEC- 21 de septiembre de 2007)
Consensuar los contenidos del debate público
Este es un camino largo y difícil, pero creo que hay señales que nos muestran la voluntad de un número significativo de cubanos y cubanas, de la Isla y de la Diáspora, que desean transitar por estos derroteros. La energía que mueve toda transición pacífica es el debate público. Pero aún cuando muchos reconocieran a este dinamo social queda aún la tarea de consensuar el contenido mismo del término, por muy obvio que pudiera parecer a los que viven en ambientes pluralistas. Permítanme introducir algunos elementos que considero esenciales para ponernos de acuerdo en el significado, las actitudes, el alcance y los métodos de lo que considero debate público.
a. En efecto, la prostitución de la semántica es uno de los síntomas del totalitarismo. Llega hasta la palabra, la invade, la interviene, la vacía y la rellena de contenidos espurios. ¡Pobre de la palabra que no es cuidada de este injerencismo etimológico! Y pobre de los animadores cívicos y los políticos honestos que no están despiertos y no alertan sobre las verdaderas entrañas de las palabras. Luego lo primero sería sanear la semántica del término, no sea que estemos hablando de contenidos distintos.
b. Propongo esta descripción de Martí que podría ayudarnos a ponernos de acuerdo sobre las características del debate público: “Aquí velamos; aquí aguardamos; aquí anticipamos; aquí ordenamos nuestras fuerzas; aquí nos ganamos los corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos, y atraíamos para el bien de todos, el alma que se desmigajaba en el país… Con el dolor de toda la Patria padecemos, y para el bien de toda la Patria edificamos, y no queremos revolución de exclusiones ni de banderías… ni nos ofuscamos ni nos acobardamos. Ni compelemos ni excluimos. ¿Qué es la mayor libertad, sino para emplearla en bien de los que tienen menos libertad que nosotros? ¿Para qué es la fe, sino para enardecer a los que no la tienen?… Es cierto que las primeras señales de los pueblos nacientes, no las saben discernir, ni las saben obedecer, sino las almas republicanas… Y esto hacemos aquí, y labramos aquí sin alarde, un porvenir en que quepamos todos…”[1]
Una simple enumeración de algunos verbos martianos serviría para encontrar un meollo cubanísimo para orientar un verdadero debate público:
– Fase preparatoria: velar, aguardar, anticipar.
– Fase constructiva del debate público: ordenar las fuerzas propias, ganar los corazones ajenos, recoger lo bueno, atraerlo, fundirlo, sublimarlo para el bien de todos.
– Actitudes: con-padecer, edificar, ni exclusiones ni banderías, ni ofuscarse ni acobardarse, ni compeler, ni excluir (sic, otra vez), sin alarde.
– Método: usar la propia libertad para liberar a los que tienen menos que nosotros. Poner la propia fe al servicio de la animación de los que no la tienen. Discernimiento de las señales de los pueblos nacientes.
– Objetivo: un porvenir en que quepamos todos.
c. No es el debate por el debate. Es el debate con objetivos. Es el debate como camino, instrumento para alcanzar un fin. Sea intelectual, sea político, económico, social, incluso material. En este caso, el debate público sería para construir juntos un proyecto de nación con raíces bien profundas en estos fundadores y con los ojos bien abiertos y de mirada-tejas-arriba para que las miserias humanas que pueden reflotar el mismo debate no nos embarranque en el inmovilismo o el caudillismo.
d. El debate público auténtico debe proscribir explícitamente los ataques personales y las ofensas públicas. La diferencia entre debate público y campaña difamatoria o ataque para descalificar a los otros debe ser enseñada, aprendida y entrenada por todos los cubanos y cubanas que hace más de medio siglo vivimos en regímenes autoritarios y monologantes. Cuando los adversarios son tratados como enemigos no hay debate público. Cuando disentir es considerado una traición a la Patria, a la familia, a la Iglesia o a la comunidad civil, no hay debate público, ni libertad, ni relaciones humanas sanas.
e. El debate público es una técnica que hay que aprender, pero es también, y sobre todo, un espíritu, una atmósfera, que hay que crear entre todos.
f. Su carácter público supone una extensión en el contenido y otra extensión en los participantes. No logra llegar a ser verdadero debate público aquel que está autocensurado o previamente censurado en contenidos que no violan los derechos de los demás o la ética pública, que también se llama bien común. Un debate público deja de serlo si es reductivo, o exclusivamente de apoyo, o con estrecho margen de discrepancia en lo esencial o sin disenso en cuestiones estructurales. Tampoco es genuino debate público si no es incluyente, plural y convocador de todos, independientemente de los que accedan libremente a participar.
g. El debate público es la forma de relacionarse normalmente una sociedad democrática. Es por ello que resulta negativamente significativo cuando es necesario buscarlo o promoverlo, o se hace cuesta arriba para convocarlo. Es un buen termómetro para evaluar el grado de democracia que hay en un grupo. En una sociedad con una dinámica normal de convivencia pacífica y democrática, plural e incluyente, no es necesario andar, como Diógenes con una lámpara, buscando dónde están los espacios de debate público. Ellos salen a cada paso de la cotidianidad, ellos son la forma casi imperceptible, no estridente, ni asombrosa de ser en democracia. Nadie se preguntaría en Suecia o en Australia, en Chile o en Canadá, si un “evento” puntual es o no es debate público. Eso sería señal de que la democracia es un accidente.
h. El debate público no es solo la forma normal de relaciones sociales, comunitarias o grupales. El espacio creado por ese debate es una parte estructural de la sociedad civil tal como la entendemos y la explican varios autores. El conjunto de innumerables espacios cambiantes, complejos, que tengan las características del debate público, no solo son la forma de expresar la soberanía consustancial al ciudadano, sino que crea una estructura antisísmica que forma o debe formar parte insoslayable de una sociedad sana. Es lo que se llama también esfera pública. La plaza, el areópago, la civitas, la polis.
Víctor Pérez Díaz, en su libro La primacía de la sociedad civil, nos dice: “La sociedad civil entendida como un entramado de actores sociales e instituciones, se diferenció claramente del estado y de la clase política… pretendieron tener una entidad y existencia propias negándose a ser considerados como el resultado de las actuaciones del estado… rechazaron la pretensión del estado de monopolizar la esfera pública…manteniendo, por el contrario, que la sociedad civil era responsable, y capaz, de esta provisión y estaba en mejor condición que el estado para resolver los problemas del crecimiento, la integración social, e, incluso, la identidad nacional.”[2]
La pretensión del Estado de monopolizar la esfera pública supone no solo constitucionalizar el monólogo de una sola ideología, alcanza incluso el hecho de querer conceptualizar la misma sociedad civil como organizaciones sociales-correas de transmisión del Estado, o del partido en el poder, excluyendo de la estructura misma de la sociedad civil el componente imprescindible del debate público. El mismo Víctor Pérez, reconocido especialista en el tema, lo expresa de esta forma:
“En primer lugar, incluyo la esfera pública, o del debate público, dentro del área de la sociedad civil. La razón es que entiendo que la sociedad civil está compuesta de agentes implicados tanto en actuaciones privadas como en debatir y actualizar diferentes versiones del interés público… Con ello quiero hacer hincapié en la relación y la compatibilidad, entre estas dos dimensiones: privada y pública, de la actuación de los agentes, y expresar mi desacuerdo con quienes entienden que la sociedad civil sólo hace referencia a la actuación de los agentes en tanto que sean portadores de intereses particulares o privados… desde mi punto de vista, los mercados, las asociaciones voluntarias y la esfera pública, constituyen un sistema de cooperación y competencia que, afectando a un gran número de agentes autónomos, abarca una amplia variedad de áreas de la vida (económica, social, política y cultural) y dispone de un alto nivel de auto coordinación. Estas premisas contradicen dos postulados de las teorías sobre la sociedad civil dentro de la tradición marxista. Primero, los escritores marxistas suelen usar el término (sociedad civil) para denotar un lugar o territorio particular de la sociedad. Marx tiende a reducir la sociedad civil al mercado. Y Gramsci, a las instituciones de la sociedad socioculturales.” (Víctor Pérez Díaz, en su obra “La primacía de la sociedad civil”. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1993,1994, p. 76-81,)
El debate del elevador y la discusión por email
Dos eventos importantes y señeros del debate público en Cuba, ocurridos ambos en el 2007, son ejemplos que nos deben animar a nombrar otros muchos. Me refiero al debate de numerosos intelectuales cubanos que comenzó al inicio del año por iniciativa de algunos de ellos con ocasión de dos programas televisivos cubanos en que se presentaron dos funcionarios del mundo de la cultura de otra época y de otros estilos; y al debate del discurso de Raúl Castro el 26 de julio de 2007, convocado por el propio Gobierno y Partido en todas las instancias oficiales.
Son dos muestras diferentes de emergencia del debate público. El de los intelectuales: nace de una o varias personas, por correo electrónico, de modo informal, sin saber su alcance y su impacto, no es promovido por autoridad alguna. Más bien la autoridad responde y de alguna forma se deja interpelar, organizando algunas reuniones de debate dentro de sus propios cánones. La recopilación más completa que conozco hasta el momento de estos debates electrónicos y públicos; típicos, eso sí, de otro tipo de sociedad que ya adelantan, puede ser consultada en www.desdecuba.com.
El debate del discurso del vicepresidente nace del mismo Gobierno, cuenta con todos los recursos para su implementación, se hace en toda Cuba, aunque estas mismas características inducidas, que “permiten y solicitan” que “se pueden plantear todas las preocupaciones” de los participantes, limiten por otra parte, su propio carácter de debate público, hablan por sí solas del tipo de sociedad en la que aún vivimos en que es necesario “permitir” esa participación, aclarar que “se puede plantear todo, sin miedo”, y además el método es “recoger” todos los “planteamientos” y “elevarlos” a quien corresponda. A esta forma peculiar de debate le llamo la cultura del elevador: suben los planteamientos, bajan las respuestas. Si funciona el elevador. No obstante, ha sido una experiencia que ha servido por un lado de “válvula de escape”, por otro de “termómetro sociológico y político, y por otro lado desencadena –imposible de parar- un deseo de denunciar, de decir, de reclamar, que algunos se creen de verdad, otros dudan y otros dicen que es el mismo perro con diferente collar. Aún así, considero que ha sido – tengo que hablar en pasado, otra limitación- una brecha abierta para que un día haya un debate público sin permisos previos. No puedo citar un sitio en internet para consultar los contenidos de todos los planteamientos recogidos en las asambleas porque no son publicados. Otra especificidad que reduce su carácter de debate público que, evidentemente, demuestra que no tiene por qué ser directamente proporcional al alcance de los participantes como dijimos el comienzo de este trabajo. En el de los intelectuales participan menos pero se publica todo. En este participan muchos pero se publica poco. Ambos preparan el camino junto con todos los espacios anteriormente mencionados y otros muchos. Ambos entrenan para una auténtica sociedad civil en Cuba.
Sociedad civil: hábitat del debate público
Así lo expresa Václav Havel:“El elemento fundamental y más legítimo de la democracia es la sociedad civil… En la base del argumento de que la sociedad civil representa un ataque contra el sistema político está el conocido rechazo a compartir el poder. Es como si los partidos nos estuviesen diciendo: El gobierno es un asunto nuestro, así que elijan a cuál de nosotros quieren, pero nada más. Absurdo: los partidos políticos, las instituciones democráticas, sólo funcionan bien cuando extraen su fuerza e inspiración de un entorno civil desarrollado y pluralista y están expuestos a las críticas de su entorno.” [3]
Como conclusión debemos decir que parece ser que disminuye el nivel de miedo social, aumenta la necesidad de expresión abierta, plural y honesta de cubanos y cubanas, van creciendo los pequeños espacios en que se puede entrenar la capacidad de debate respetuoso y propositivo, algunas experiencias llegan a alcanzar el pleno significado del debate público con todos sus requerimientos, otras, sin embargo, se ven lastradas aún por las inercias, manías e inexperiencias de más de un siglo de monólogo autoritario y totalitario. No es fácil cambiar de una cultura del asentir, disimular, cuidarse, responder con la respuesta que se quiere escuchar a una cultura del respeto a lo y los diferentes, una cultura del disentir, de la franqueza ciudadana, de proponer, de no tenerse que cuidar más que del ofender: pero el diagnóstico en general es esperanzador. Solo dando a conocer y tomando conciencia de las experiencias vividas podemos tomar conciencia del estado de la esfera del debate público en la Cuba actual. Ese es uno de los objetivos de este trabajo.
Por otro lado, el analfabetismo cívico de que hemos hablado (www.vitral.org. Revista Vitral no. 73, mayo 2006) hace cada vez más urgente una educación ciudadana que familiarice a todos con el verdadero concepto de debate público, con sus métodos y estilos, con sus fines y proyecciones.
Es obra que lleva años de empeño perseverante y capilar, pero merece la pena dedicar la vida entera a esta obra de educación ética y cívica. Creo que el futuro democrático, el progreso y la felicidad de Cuba, es decir, de todos los cubanos y cubanas de aquí y de la Diáspora, dependerán, en gran medida, del cultivo de la cultura del debate público: esencia, dinamo y parte estructural de una sociedad civil sana y creativa. Este es el nuevo nombre de la democracia.
N.R. (Es una síntesis de un trabajo que el autor hizo para la Revista Encuentro de la cultura cubana.)
[1] Martí, José. Discurso el 10 de Octubre de 1881.
[2] Pérez Díaz, Víctor. La primacía de la sociedad civil. Alianza Editorial. Madrid.1994, pág.140
[3] Havel, Václac. “La sociedad civil es lo más legítimo de la democracia.” Revista Vitral, Año VIII. no.45. septiembre-octubre 2001, pág. 56-57.
Dagoberto Valdés (Pinar del Río, 1955)
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004 y “Tolerancia Plus”2007.
Ha publicado “Somos trabajadores” y “Reconstruir la sociedad civil: un proyecto para Cuba”. Caracas 1995.
“Cuba, libertad y responsabilidad”. USA, 2005 y “La libertad de la luz”. Varsovia, 2007.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años, 1996-2006.
Fue director del Centro Cívico (CFCR) y de la Revista “Vitral”
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia. Vive en Pinar del Río.