MENSAJE RELIGIOSO PARA MIS AMIGOS ATEOS Y AGNÓSTICOS

Lunes de Dagoberto

Las redes sociales cubanas se han visto frecuentadas en estos días por imágenes y mensajes de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Es que siempre, pero especialmente durante su Novena y Fiesta el día 8 de septiembre, los católicos de Cuba en la Isla y en la Diáspora recuerdan, acuden y rezan a la Madre de Cristo por las necesidades de la Patria sufrida. Este año, aún más, debido al estado terminal de nuestra situación.

Ayer, un gran amigo mío que es ateo me comentaba, con el humor propio de los cubanos, que en estos días venía una avalancha de estampas, oraciones y reflexiones con motivo de las celebraciones de “Cachita”, la Caridad de Cuba. No había resentimiento en mi amigo, solo se preguntaba: ¿qué vamos a hacer los que somos ateos o agnósticos?

Esta columna quiere ser un mensaje religioso para mis amigos ateos y agnósticos. Por supuesto que no se trata de un texto para convencerlos de nuestra fe en Dios y nuestro cariño a su Madre la Virgen María que en Cuba llamamos Caridad. Como siempre, quiero pasar del hecho a la raíz del asunto. Y creo que en la raíz de esta anécdota hay, por lo menos, tres temas mucho más profundos que me gustaría invitar a pensar: el derecho a la libertad religiosa, la convivencia en un Estado laico y la dimensión social de la fe cristiana.

El derecho a la libertad religiosa

Uno de los Derechos Humanos aprobados por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 y universalmente reconocido es el derecho a la libertad religiosa que dice así:

Artículo 18: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho comprende la libertad de manifestar su religión o sus convicciones, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración, las prácticas y la enseñanza.”

Como podemos comprender no se trata de imponer unas prácticas religiosas o el ateísmo militante o el agnosticismo, como filosofía de vida. Se trata del ejercicio de un derecho fundamental que según explica la misma ONU sirve para “proteger a los creyentes teístas, no teístas y ateos, así como a aquellos que no profesan ninguna religión o creencia”. De este modo todos los ciudadanos, por ser personas, tenemos la libertad responsable de manifestar nuestras convicciones y nuestra religión, “de forma individual o colectiva, tanto en público como en privado”.

Las redes sociales, las calles, las instituciones, las Iglesias, las escuelas, los centros de trabajo, así como las normas y regulaciones no deberían violar o restringir este derecho que, por otra parte, no puede ser utilizado, de ninguna manera, para atacar o discriminar a otras personas, sean creyentes, ateos o agnósticos.

Esto se manifiesta, en primer lugar, por el respeto de todos a las creencias de los demás, al ateísmo de los demás y al agnosticismo de los otros, tanto en privado como en público. Ese respeto incluye la tolerancia, la convivencia y la amistad cívica.

La convivencia en un Estado laico

“Un Estado laico es aquella organización política que no establece una religión oficial. La razón de ser del Estado laico es permitir la convivencia pacífica y respetuosa, dentro de la misma organización política, de diferentes grupos religiosos. Por eso, el complemento natural y necesario del Estado laico es el reconocimiento y protección jurídica de la libertad religiosa de los ciudadanos, de modo que cada uno tenga la libertad de elegir y seguir la religión que prefiera o no elegir ninguna. Estado laico sin libertad religiosa es una contradicción, es en realidad un Estado despótico que pretende imponer al pueblo una visión agnóstica o a-religiosa de la vida y del mundo” (ACNUR, Observación general Nº 22, 1993, Punto 1).

En este sentido, con frecuencia se confunde el Estado laico con el Estado ateo o con el Estado policial que prohíbe toda manifestación pública de la fe o de las consecuencias de la fe en la vida social. El Estado no debe inmiscuirse en los asuntos internos de las iglesias, asociaciones fraternales o grupos religiosos de cualquier tipo, a no ser que estas personas o grupos agredan a otros, ofendan, promuevan el fanatismo, el fundamentalismo agresivo, el odio, la violencia o la muerte. Ninguna religión puede usar el nombre de Dios o del Ser supremo para hacer la guerra, matar o perseguir.

El Estado laico refrenda y defiende un marco jurídico que salvaguarde a todos los ciudadanos, les garantice los espacios de libertad religiosa y les proteja de toda discriminación o privatización de la fe y la religión.

La dimensión social de la fe cristiana

Algunas manifestaciones religiosas son prácticas individuales, privadas e intimistas de la fe. Sin embargo, hay religiones que tienen una amplia y profunda dimensión ética y cívica, tanto en el rol social de las personas como en el rol social de la institución religiosa. Este es el caso de la religión cristiana que es la mayoritaria en el pueblo cubano.

La primera reflexión es que la condición de Estado laico no puede incluir, permitir o fomentar los procesos de privatización de la fe ni de las consecuencias sociales, económicas, políticas y culturales de la fe cristiana. Eso sería una violación del derecho humano a la libertad religiosa que expresa claramente que esta consiste en “la libertad de manifestar su religión o sus convicciones, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración, las prácticas y la enseñanza” (Artículo 18).

En la sociedad actual, que fomenta la diversidad, el pluralismo, la inclusión para todos, en estos tiempos en que se reivindica “la salida del closet”, es decir, la manifestación pública, individual y colectiva de todas las opciones políticas pacíficas, tendencias sociales, preferencias sexuales, escuelas económicas, ideologías, feminismo, ecología, animalismo, etc., en estos tiempos en que se exige respeto, espacios públicos, lugar en las redes y en los medios de comunicación social como la radio, la prensa plana y la televisión, es inaceptable que las manifestaciones sociales de la religión sean reprimidas o silenciadas.

En estos tiempos en que se exige en los parlamentos que las leyes y las instituciones del Estado protejan todas estas manifestaciones personales y grupales, incluyéndolas en la Constitución, las leyes y demás normativas, es increíble que se intente confinar la religión a un asunto personal íntimo y, además, reducirla al interior de los templos. Es increíble que no se garanticen en la misma Constitución de forma más clara, abierta y explicativa, los derechos públicos de la religión.

En el caso mayoritario, sin excluir a ninguna de las otras, de la religión cristiana en Cuba, debemos reflexionar que, además de los derechos y deberes que debemos exigir y cumplir, la religión tiene importantes aportes sociales que ofrecer, no imponer, al resto de la sociedad y que son del ámbito del desarrollo humano y de la salud de la sociedad. En efecto, los cristianos y la Iglesia alientan, promueven y tienen medios y dinámicas para fomentar la virtud personal y cívica, la convivencia y la amistad fraterna, la promoción de valores fundamentales y, sobre todo, los medios para promover y alimentar la espiritualidad, la dimensión trascendente de toda persona humana, así como para contribuir eminentemente a la sanación del daño antropológico que ha herido y enfermado el alma de la nación.

Reflexionemos:

Si la familia privatiza la fe y le enseña a sus hijos a esconderla o a negarla públicamente, está formando hijos incoherentes y ciudadanos de dos caras.

Si la sociedad civil privatiza la práctica religiosa y su aporte social, ella misma está negando su esencia y limitando una faceta de las múltiples y plurales contribuciones que debe vivir y promover libremente.

Si la Iglesia privatiza, ella misma, su fe, si silencia el profetismo de sus pastores y laicos, si reduce su predicación a la esfera personal y familiar sin abordar, iluminar y anunciar las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, esa Iglesia se mutila y empobrece.

Si a Iglesia recomienda callar esas dimensiones sociales, políticas, económicas y culturales de la fe cristiana hoy, si no brinda una formación humana, ética y cívica, profunda y sistemática, no solo forma pastores y laicos incoherentes, reducidos a un pietismo alienante o a una religión intimista, sino que la Iglesia se cierra, ella misma, las puertas del futuro. Pues cuando llegue el momento de tener que participar en una sociedad libre, no tendrá el derecho de piso, ni la autoridad moral, ni sus pastores habrán aprendido a discernir y a predicar el mensaje ético social del Evangelio, ni sus laicos estaremos preparados para participar en los espacios públicos mediáticos, institucionales, legales, constitucionales; aportando en todos ellos la contribución social de los valores y virtudes del Evangelio trasvasados, sin perder su esencia, al lenguaje laico, a los espacios públicos, a las instituciones civiles y a la legislaciones que vendrán.

Soy consciente de que esta reflexión, surgida de una estampita de la Virgen de la Caridad en las redes sociales, va más allá de ese gesto, por lo demás válido y cálido, porque en fin de cuentas, Cachita, la del Cobre, es madre de ternura, consuelo, valentía y fortaleza de todo el pueblo cubano, creyentes, ateos y agnósticos, y no solo de los que creemos en que su hijo Jesucristo es el único Dios verdadero.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
  • Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
  • Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
  • Reside en Pinar del Río.
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