Eminentísimo Sr. Cardenal
Jaime Ortega, Arzobispo de esta Capital,
Queridos
Arzobispos y Obispos de Cuba,
Honorables
Autoridades de la Nación,
Distinguidos
miembros del Cuerpo Diplomático,
Queridos
sacerdotes, diáconos, religiosas y fieles laicos,
Hermanos y
hermanas:
"Alegrémonos
con Dios, que con su poder gobierna eternamente" (Salmo 65)
Con esta oración de alabanza
al Señor, que hemos rezado en el salmo responsorial de esta Eucaristía, deseo expresar
en primer lugar mis sentimientos de acción de gracias a Dios por todo lo que Él me ha
concedido vivir y compartir con ustedes, durante estos seis años en que he intentado
hacer presente ante la Iglesia y el Estado, la presencia solícita de Su Santidad el Papa
Juan Pablo II.
El Santo Padre me encomendaba
a finales del año 1992 servirle entre ustedes como Nuncio Apostólico. En mi primera
presentación en este magnífico templo en marzo del año siguiente les decía:
"Recuerdo aquella
expresión del profeta Isaías, que sin ser mi lema episcopal, representa de alguna
manera, mi punto de referencia espiritual: «en el abandono confiado al Señor
encontrarás tu fuerza».
He llegado, pues, entre
ustedes, como Hermano y Pastor, para caminar juntos por estas veredas de testimonio
evangélico, que es la única razón de ser de nuestra Iglesia, y para nutrir mi vida de
cristiano, de Sacerdote y de Obispo de esta fuente purísima; cerca de ustedes y con
ustedes, en la certeza de que la Palabra de Jesús y el modelo de su vida representan para
todos nosotros, ayer, hoy y siempre, el punto de referencia de cada etapa y la prenda de
esperanza de que no habrá desilusión.
Así deben sentirme en este
viaje que comenzamos juntos... Y volveré a menudo a compartir con ustedes mi convicción
profunda: es el Señor quien conduce nuestras vidas y nuestra historia. Confiemos
profundamente en él, vivamos como auténticos testigos de su Palabra que salva, y a la
luz de su vida, en la que el misterio de la Muerte y de la Resurrección es la sustancia
de nuestro itinerario cristiano."
Hoy, vuelvo a reiterarles
esta misma certeza avalada por la experiencia de este tiempo de siembra y esperanza,
vivido al servicio de Cuba y de su Iglesia: es Cristo, el Señor, quien conduce la vida y
la historia de cada uno de nosotros y de toda la Nación.
He podido caminar junto a
ustedes y comprobar que el Señor va trazando los caminos, aún los más impredecibles.
He visto crecer a esta
Iglesia, no sólo en el número de fieles que piden sus servicios y acuden a ella con
hambre de Dios y sed de justicia, sino en un crecimiento más profundo y esencial; ella ha
alcanzado mayores espacios físicos y morales, ha incrementado su labor evangelizadora en
misiones parroquiales y diocesanas, y se ha visto fortalecida en sus estructuras de
servicio. Han sido creadas nuevas diócesis y una mayor cantidad de sacerdotes y
religiosas han podido entrar al País para entregarse al anuncio del Evangelio; se percibe
una mayor conciencia y participación del laicado católico en la animación de los
ambientes sociales, en los que deberían alcanzar plena ciudadanía en igualdad de
oportunidades; además se han multiplicado las publicaciones católicas y se han
profundizado las relaciones de la Iglesia cubana con sus hermanas de este continente y de
todo el mundo.
¡Doy gracias a Dios por
todos estos dones de su amor para con esta Iglesia, que ha sabido sacar de la cruz la
fecundidad de su vida en expansión!
He podido participar también
en el desarrollo de las relaciones entre la Santa Sede, la Iglesia local y el Estado
cubano. Este itinerario ha tenido en estos seis años, a mi modo de ver, tres etapas
fundamentales:
1.- Antes de la visita del
Papa: en la que tratamos de establecer puentes de comunicación, acrecentar la confianza
mutua, brindar la información necesaria y conveniente para que se pudiera conocer mejor
la misión de la Iglesia. En este sentido se fueron realizando con frutos apreciables una
serie de visitas de Cardenales y otros prelados de la Santa Sede, que fueron abonando el
camino hacia un nivel superior de relaciones.
2.- La otra etapa fue la
preparación inmediata de la Visita del Presidente al Vaticano y luego, de la Visita del
Papa a Cuba: Esta etapa marca el máximo nivel en las relaciones entre la Santa Sede y el
Estado cubano, y al mismo tiempo sirve para abrir una nueva era en la que crecen las
expectativas con relación a la normalización de las relaciones entre la Iglesia en Cuba
y el Estado cubano, que también supone, como en todas partes, una mejoría de relaciones
entre los diferentes sectores de la sociedad.
3.- Nos encontramos, ahora,
en la tercera etapa de este camino: después de la Visita del Papa. Es el tiempo de
convertir los legítimos deseos y expectativas de esta sociedad y de su Iglesia en una
realidad gestionada con la participación de todos. Así lo auguraba el mismo Pontífice
desde sus primeras palabras al llegar al Aeropuerto de La Habana: "Quiera Dios que
esta Visita que hoy comienza sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio
esfuerzo para alcanzar esas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del
Espíritu Santo. Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal
y nacional."
¡Doy también gracias a Dios
por este caminar en el entendimiento y la comunicación, y le pido que pueda tener
continuidad efectiva!
IGLESIA Y DIGNIDAD DEL HOMBRE
Quisiera compartir ahora las
reflexiones que brotan de este sucinto balance de la vida eclesial y social que hemos
vivido en los últimos años.
"¡Esta es la hora de
emprender los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación en que vivimos!"
como expresara el Santo Padre en la inolvidable Misa en la Plaza "José
Martí".
En efecto, el mundo vive
tiempos de renovación, aunque algunas señales pudieran ser interpretadas como
retrocesos. Esa renovación es, sobre todo, una mayor conciencia de la dignidad del ser
humano, una sensibilidad más aguda frente a sus sufrimientos y esperanzas, un reclamo
más explícito de los derechos inalienables que toda persona tiene, inherentes a su
naturaleza e independientes de su estado, sexo, filosofía, opción política o religión.
En ese sentido, el Santo
Padre ha proclamado con toda claridad que "el primer camino de la Iglesia es el
hombre", que en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, encuentra toda
la plenitud de su ser y el sentido trascendente de su vida. Este es el origen y la
motivación profunda de la constante preocupación de la Iglesia por los problemas que
conciernen a la dignidad trascendente del hombre y a las relaciones sociales que marcan un
estilo de convivencia en el que la persona humana debe ocupar el centro y el destino de
toda labor económica, política, cultural o social.
Si la persona humana no es el
fin de todas las estructuras sociales, no podrá alcanzar su dignidad plena, y la Iglesia
tiene el deber de acompañarla en esa búsqueda incesante de mayores grados de libertad,
de justicia y de solidaridad.
En orden a dejar esclarecido,
una vez más, el deber de la Iglesia de ocuparse de los problemas humanos y sociales,
deseo recordar, en una noche como ésta, aquella frase de la Homilía del Papa en la Plaza
de esta Capital:
"La Iglesia al llevar
a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios (Mt.
6,33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar
hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de
lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en
juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien,
siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus
angustias, sus dolores y miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden
estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa
abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia."(Homilía
no.5)
Este es un gran desafío para
la Iglesia que vive en Cuba, y para toda la Iglesia universal y también debería ser una
interpelación para todos los Estados y para todos los hombres y mujeres de buena
voluntad. ¡Está en juego el hombre! Y eso debería ser suficiente para que todos nos
concertemos en servir a su dignidad y felicidad. Para la Iglesia, además, está en juego,
nada menos, que su fidelidad a la misión que el mismo Cristo le ha confiado.
La Iglesia es hoy escuchada
en muchos ámbitos civiles porque es reconocida como voz moral de los que sufren; porque
no se confunde con ideologías y estrategias políticas de partes; y porque se sitúa más
allá de las coyunturas sin abandonar al que las sufre. En muchos lugares, además de ser
escuchada, es atendida en sus expectativas y reclamos, porque se sabe bien que no
constituyen un privilegio para ella y que no son para su propio beneficio, sino porque
simplemente dan respuesta a los que en ella han puesto su crédito y su única confianza.
Aún más, en momentos de
crisis y de discernimiento ético, de búsqueda de solución de conflictos, de esfuerzos
de concertaciones para la reconciliación y la paz, la Iglesia es hasta convocada entre
las diferentes tendencias y opciones como garante seguro de credibilidad y soluciones
pacíficas.
¿PARA QUÉ EL SANTO PADRE HA VENIDO A CUBA?
Dentro de este marco de
referencia respetuosa y solícita a la labor humanizadora de la Iglesia, reconocida aún
por Estados y pueblos cuya cultura y religión son diferentes, se encuentran las visitas
del Santo Padre alrededor del mundo. Estas visitas son de carácter pastoral, lo que
significa que están más allá de ser unas celebraciones cultuales para satisfacer a un
grupo más o menos numeroso de creyentes, más allá de gestos protocolares de apoyo o
aperturas, y aún más allá de estrategias políticas contingentes.
Una visita del Papa, lo
debemos repetir al transcurrir más de un año de su viaje a Cuba, es un acontecimiento
bien pensado, sopesado en todas sus aristas, cuidadosamente atento a todos los elementos
que conforman la realidad local, respetuoso y franco con los que ostentan la
responsabilidad de las naciones.
Una visita pontificia está
minuciosamente coordinada con la Iglesia local y con el Estado; el magisterio que el Papa
ejerce no se improvisa, sino que es la palabra pensada y orada de un líder religioso, que
para nosotros es el Vicario de Jesucristo. Además están los gestos que complementan esos
mensajes y que son, muchas veces, más elocuentes que las palabras mismas. En resumen,
toda visita papal tiene su preparación y debe tener su continuidad, tanto en la Iglesia
local, como en sus relaciones con las Autoridades del País.
Teniendo en cuenta estas
características de las Visitas Pontificias, y siendo yo el Nuncio de Su Santidad al que
la Providencia quiso le tocara ayudar a preparar la peregrinación papal a Cuba, no me ha
sido fácil poder contestar una pregunta que me ha sido reiteradamente formulada en los
últimos meses: ¿Para qué el Santo Padre ha venido a Cuba?
Digo que no me ha sido fácil
contestar a esta importante pregunta con una respuesta adecuada, realista, y sobre todo,
convincente.
1.- Ha venido el Santo Padre
y fue recibido con respeto, entusiasmo, y atención por todos: Autoridades, Iglesia y
pueblo. El Papa habló claro a Cuba, al mundo y a esta Iglesia. Su magisterio, calificado
como excepcional por muchos expertos, contiene todos los elementos como para poder
interpretar con precisión y certeza sus intenciones, sus valoraciones y propuestas.
2.- La Iglesia local preparó
muy seriamente esa visita. Alcanzó a coordinarla con el Estado, creando canales de
comunicación y solución de diferendos funcionales de muy alta visión. La Iglesia en
Cuba logró demostrar que eso era posible y logró demostrar además, que no sería presa
de manipulaciones foráneas o internas.
3.- Por fin esta Iglesia pudo
comprobar, no sin asombro y grave responsabilidad, que una cantidad de cubanos, antes
impredecible, respondió a la convocatoria y lo hizo con una calidad de participación muy
consciente y activa. Tan fue así, que el mismo Santo Padre tuvo que reconocerlo al ser
interrumpido por aplausos y aclamaciones muy sentidas, sobre temas medulares que afectan a
este pueblo, durante la ya mencionada Misa del 25 de enero en La Habana: "Sois un
auditorio muy activo"- dijo Su Santidad, como para que ahora no tengamos dudas.
4.- El servicio de la Santa
Sede, de sus ilustres enviados, de las respuestas concretas y prontas que ha recibido de
muchas partes del mundo ante su llamada de apertura a Cuba, han indicado a todos un
excepcional acompañamiento al pueblo cubano y un interés muy vivo por su destino.
5.- El Nuncio ha estado seis
años, con santa impaciencia y lúcida insistencia, tratando de animar este proceso que,
reconozco, lleva tiempo y tiene su ritmo. Pero el tiempo pasa y el proceso debe avanzar
con el diálogo y la concertación sobre asuntos esenciales que conciernen a la vida de la
Nación, a la que el Estado y la Iglesia sirven y guían.
6.- Las demás naciones, sus
gobernantes y pueblos, sus embajadores acreditados en Cuba, han dado muestras evidentes y
progresivas de corresponder al llamado del Pontífice para romper el aislamiento y otras
medidas que son, lo reiteramos sin ambages, éticamente inaceptables.
He enumerado hasta aquí seis
realidades o premisas, que deben apuntar hacia una conclusión lógica e imprescindible.
En Cuba, por otra parte, he
aprendido que cada situación es muy compleja, no se parece a otras, pero que sí puede
tener solución si hay voluntad de hallarla, inteligencia para tratarla, e insistencia
para gestionarla.
He aprendido que muchas veces
es necesario empezar de nuevo por el principio, comunicando, sin ambigüedades, cuál es
la esencia del ser de la Iglesia y del Estado, cuál es la misión específica de cada uno
de ellos, cuáles son los métodos éticamente aceptables, cuál debe ser el nivel de los
interlocutores y cuáles son los pasos concretos que alimentarían la confianza
recíproca.
En el mundo de hoy no es
admitido, por la conciencia ciudadana ni por las relaciones internacionales, que la
Iglesia se quede en un espiritualismo sin referencia social, ni que sustituya al Estado en
la dirección política o la gestión económica de los pueblos como fue en época de la
llamada cristiandad.
Así como tampoco es aceptado
por la conciencia universal que los Estados asuman la función de religión secular e
invadan la conciencia de la gente y la cultura de los pueblos, dictando normas y modelos
que son incompatibles con la dignidad de la persona y los derechos de las Naciones que,
además, siempre son mucho más que sus Estados, en virtud de su propia identidad y por la
soberanía que deben ejercer por sí mismas.
La respuesta sobre cuál es
el camino adecuado, y creíble, que se ha emprendido después de la visita del Papa está
aún por completar. Debemos tener elementos sólidos para poder convencer a la gente que
espera aquí, a los cubanos que esperan una reconciliación desde cualquier ribera
geográfica o de opinión. Debemos además convencer a la comunidad internacional, que nos
interpela continuamente con la sana intención de corresponder al llamado del Papa para
abrirse a Cuba, contando con la correspondiente apertura de Cuba al mundo y de Cuba a
todos los cubanos.
Para evitar que se pueda
pensar que la visita papal fue un simple paréntesis, ¿qué faltará, pues, para que ella
tenga continuidad y veracidad en Cuba?

EL DESAFÍO HISTÓRICO PARA LA IGLESIA EN CUBA
Me dirijo ahora a mis
hermanos en el Episcopado, a los queridos sacerdotes y religiosas que se están entregando
sin medida al servicio del pueblo cubano; a los laicos más comprometidos que han optado
por vivir este camino de encarnación y animación de los ambientes sociales, culturales,
económicos y políticos, con olvido de sí mismos, de sus aspiraciones legítimas y
proyectos personales.
Para todos ustedes,
especialmente para los más jóvenes, deseo tomar las mismas palabras del Papa
reiterándoles este urgente llamado: "Ustedes son y deben ser los protagonistas de
su propia historia personal y social" dijo tres veces durante su visita, y una
vez más en su mensaje del primer aniversario, el Vicario de Cristo.
La unidad que ha
caracterizado al Episcopado cubano, su creciente colegialidad, su total entrega,
constituyen un presupuesto prometedor y una condición indispensable para poder asumir los
riesgos que emanarán de la voluntad de aceptar el protagonismo de estas
responsabilidades.
Es obvio que cuando se habla
de protagonismo de la Iglesia, se trata del servicio que le corresponde dar a la sociedad
hasta el sacrificio, y del testimonio de la verdad con el que su magisterio público y
sistemático ilumina la vida de la Iglesia y el acontecer nacional, a menudo, de muy
difícil lectura.
A Ustedes, hermanos Obispos,
a ustedes, sacerdotes y religiosas, testigos todos los días de la sed de Dios de este
pueblo, y a ustedes, laicos de la Iglesia cubana, deseo finalmente dejarles una última
súplica, que he repetido en todas las diócesis y en mi último e inolvidable encuentro
de esta mañana, con la Asamblea Plenaria del Episcopado cubano:
Traten de poner en práctica
y aplicar con creatividad y audacia todo el magisterio del Santo Padre en Cuba. La
historia demostrará su carácter profético, su vigencia y el momento oportuno y único,
en que fue pronunciado. Debemos ya tomar conciencia de que ésta es la hora en que
conviene que este magisterio sea escuchado de verdad y actuemos en consecuencia con él.
A MUCHOS LES DEBO DAR GRACIAS
Agradezco con el alma la
fraternidad y la confianza de mis hermanos y amigos los Obispos cubanos, a quienes abrazo
con una grandísima admiración. Ustedes me han enseñado a ser Obispo de verdad. Cuba
tiene en Ustedes unos pastores insignes y unos guías espirituales de la más probada
virtud.
Agradezco a Dios la suerte de
compartir con los sacerdotes el afán cotidiano de tener que responder a solicitudes que
nos desbordan y no tener los medios necesarios y suficientes con que hacerlo. He aprendido
de Ustedes, queridos hermanos en el sacerdocio, que cuando no hay más, se suple a fuerza
de corazón.
Doy gracias a Dios por haber
conocido y trabajado junto a religiosos y religiosas de tanto calibre humano, como
ustedes, los que estaban hace cuarenta años y los que acaban de llegar con ganas de
inculturarse y gastarse al servicio de Cuba. De ustedes he aprendido que el camino de la
santidad está en ser fiel a un compromiso cotidiano de entrega y sacrificio a la gente.
Ustedes no han olvidado que el agua que brota de la contemplación orante del Señor, es
la única que puede apagar la sed de Dios que hay en el corazón de todo ser humano.
Agradezco, muy especialmente,
a los laicos comprometidos de Cuba, que han sufrido por haber optado ser más, antes que
tener más. Ustedes han enseñado al Nuncio cómo se puede tener los dos pies en los
asuntos del mundo; cómo tener las manos y las espaldas en el trabajo cotidiano; en las
más diversas menudencias de la vida de las comunidades cristianas; poner el hombro para
dar el aporte a la sociedad de la que son y deben ser ciudadanos de primera línea;
logrando todo esto sin quitar los ojos de Jesucristo y sin que el corazón se divida entre
el amor a Dios y el amor a la Patria.
Confío en su madurez
cívica, en su valentía apostólica, en su fidelidad inquebrantable a Cristo, en su
competencia profesional para proponer soluciones a los problemas de Cuba, para poder darle
rostro a "iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad", como ha
dicho el Santo Padre en su mensaje de enero pasado.
Agradezco muy cordialmente, a
las Autoridades de la Nación, que han intentado comprender la misión de un Nuncio
Apostólico como interlocutor y puente entre la Santa Sede, la Iglesia local, el Estado, y
la Nación a la que sirven.
Agradezco también a mis
colegas del ilustre Cuerpo Diplomático acreditado en La Habana. He visto pasar y quedarse
prendados de los cubanos a muchos hombres y mujeres lúcidos que han trabajado duro y bien
por Cuba y su apertura al mundo. He aprendido de ellos que no somos simples observadores
distantes de la realidad en que vivimos, sino que debemos, con pasión, lucidez y el
debido respeto, favorecer la renovación integral de este País que, junto con toda la
familia humana, no debe quedar al margen del avance de la comunidad internacional, de cara
al Tercer Milenio.
Me he esforzado para que la
Nunciatura Apostólica fuera su casa; hemos estrechado, en un compartir fraterno, nuestra
amistad y cooperación. Quiero hoy, públicamente, agradecer en nombre de la Santa Sede,
la atención, el respeto y la adhesión que han prestado a la voz de la Iglesia y a los
valores que ella propone en este momento histórico de la Nación a la que servimos.
Agradezco, por fin, al que ha
sido destinatario principal y causa de todos mis sueños, esfuerzos y esperanzas;
agradezco a todo el pueblo cubano por su calidad humana, su calor de hermanos, su dignidad
y paciencia en el sufrir, su solicitud al servir al que lo necesita, su gran poder de
recuperación, su vocación universal y pacífica para salir de los problemas aunque
cueste años y dolores.
En fin, agradezco a los
cubanos la forma sin par con que recibieron al Vicario de Cristo. Tengo grabado el brillo
de los ojos de tanta gente sencilla que veía con fe al Mensajero de la Verdad y la
Esperanza.
Permítanme un último
momento de intimidad en esta solemne concelebración de despedida. Quisiera ahora tener el
calor filial de los cubanos para poder cobijarme en el regazo maternal de la Virgen de la
Caridad del Cobre y poder decirle con la voz y el acento con que ustedes la llaman y le
rezan:

Madre del
Cobre,
acuérdate
de mí,
acompáñame
en mi nueva misión.
Reina de
Cuba,
a ti
levanto mis ojos:
Sé tú la
estrella
que indique
el rumbo hacia
un futuro
de paz y progreso para este pueblo.
"No
abandones, oh Madre, a tus hijos,
salva a
Cuba de llantos y afán.
Y tu nombre
será nuestro escudo,
Nuestro
amparo tus gracias serán".
Que Dios bendiga a Cuba.
Amén.
+Beniamino
Stella
La Habana.
21 de abril de 1999
Memoria de
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia.