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marzo-abril. año V. No. 30. 1999 |
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SUELTO |
XXVII REUNIÓN INTERAMERICANA DE OBISPOS 14-16 DE FEBRERO DE 1999
PALABRAS DEL EXCMO. MONS. ADOLFO RODRÍGUEZ HERRERA ARZOBISPO DE CAMAGÜEY Y PRESIDENTE DE LA C.O.C.C.
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Queridos hermanos:
En un clima de mayor intimidad familiar los Obispos Cubanos, todos aquí presentes, saludamos a los hermanos Obispos visitantes, en nombre también de tantos sacerdotes, diáconos y laicos que no están aquí pero saben que ustedes están en Cuba y con la sensibilidad expectante del cubano perciben que de este encuentro saldrán nuevas realidades que están latentes en el corazón del pueblo cubano. Somos de distintos países, idiomas, costumbres, culturas, pero las aguas que bañan nuestras costas son las mismas que bañan las de ustedes y el cielo que nos cubre con su bóveda es el mismo firmamento de ustedes. Y cuando en la Eucaristía de ayer el celebrante nos saludó diciendo: «El Señor esté con ustedes» todos contestamos al unísimo: «Y con tu Espíritu» y sentimos el maravilloso misterio de nuestra fe que nos une a todos, a pesar de las diferencias, en un mismo abrazo, en los mismos sentimientos y en una misma esperanza. Que Cuba haya sido elegida por primera vez como sede de una Interamericana es algo que no pasa inadvertido para nuestro pueblo que no está aquí pero que tiene su atención puesta en este lugar esperando que de aquí pueda salir algo nuevo y bueno para todos. Y estamos seguros de que los que en Cuba tienen el difícil servicio de la autoridad civil se sentirán interpelados por el hecho de que ustedes hayan elegido a Cuba siguiendo las huellas del Papa, que pidió como un grito que le salía del alma «que el mundo se abriera a Cuba y que Cuba con sus enormes posibilidades se abriera al mundo». Cuando yo era pequeño en las clases de gramática nos enseñaron que después de la prótasis que deja incompleto un período gramatical viene la apódosis. La prótasis del clamor del Papa fue: «que el mundo se abra a Cuba» y la apódosis: «Que Cuba se abra al mundo». Solo pensar que esta elección de los directivos de la Interamericana pueda ser un paso significativo de esta apódosis es más que suficiente para darles sinceras gracias por la esperanza que ustedes nos dejan. Y al agradecimiento por este motivo queremos añadir el agradecimiento por el apoyo, incluso material, que hemos sentido en ustedes en una verdadera comunión entendida como «común unión» pero entendida también con la otra etimología de la palabra comunión: con-munus, con-carga, cargando ustedes con nosotros las mismas necesidades de la Iglesia y de este pueblo. El tema que me han recomendado es presentar a ustedes un informe de los cambios que ha dejado la visita del Papa a Cuba y los retos que esta visita nos deja. Una curiosidad legítima pero casi imposible cuando el futuro no es seguro ni previsible. Pero una curiosidad nunca puede ser más fuerte que esta fe: Creemos en la Iglesia. No sería cierto decir que nada ha cambiado en Cuba después de la visita. Debo enumerar algunos de esos cambios que tal vez a ustedes les parezcan irrelevantes pero que en el marco de estos 40 años tienen para nosotros un título, un significado y una esperanza. Después de la visita del Papa han entrado a Cuba 42 sacerdotes, de los cuales 20 vienen sustituyendo a sacerdotes difuntos, o que han regresado a su país por enfermedad o por ser trasladados por sus superiores a otros destinos. Han entrado también 34 religiosas. Un número aproximado de 300 presos recuperaron la libertad a solicitud del Papa, y en este año ha disminuido el número de sancionados por delitos políticos. Hemos recibido aproximadamente 15 ó 20 permisos para Misas y Procesiones públicas. Algunos Obispos han podido dirigirse al pueblo una o dos veces por radio o TV con ocasión de la visita del Papa, la Caridad o de la Navidad. La comunicación con las autoridades civiles sobre puntos casi siempre situacionales se ha hecho más fácil entre instancias del Partido y del Gobierno con instancias de la Iglesia: obispos, sacerdotes e, incluso por primera vez, laicos. Han disminuido sensiblemente los impedimentos para las celebraciones del culto en casas particulares, patios... de las pequeñas Comunidades que hay en poblados, caseríos, bateyes, asentamientos humanos donde no hay templos. La Navidad fue declarada día festivo. En las grandes o pequeñas comunidades, en templos o en hogares, grupos de laicos han reflexionado sobre los mensajes del Papa a Cuba. La presión sobre los laicos ha disminuido y las declaraciones del Presidente de Cuba en el libro de Frei Betto en 1985 reconociendo que había existido en Cuba una sutil discriminación por motivos religiosos y que éste era un problema ético y estético que tenía la Revolución, parece haber tenido una repercusión mayor ahora en cuanto que ha disminuido la discriminación aunque no del todo la sutileza. El ateísmo se ha hecho algo más reflexivo y el anticlericalismo menos visceral. Aumenta sensiblemente el número de participantes en las iglesias tanto de niños, como adolescentes, jóvenes y adultos, y el personaje menos esperado y más importante son los jóvenes nacidos y criados dentro del proceso revolucionario. Está apareciendo en la radio, TV, prensa y en los programas escolares, la preocupación del Estado por la crisis de valores humanos que hay en Cuba; y este reconocimiento lo consideramos importante porque reconocer un problema es empezar a resolverlo, aunque lamentamos mucho que las medidas aplicadas parecen mirar más los efectos que las causas y no se reconoce que ha habido una sobrecarga ideológica durante 40 años sin un contrapeso ético equivalente. Dentro de estos pasos positivos también tenemos que destacar tres acontecimientos de la preparación de la visita del Papa: primero la visita de la Virgen Peregrina de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de caserío en caserío con cientos de miles de creyentes en estos actos. La visita de millares de laicos misioneros, de casa en casa, en horas laborales anunciando a Jesucristo y anunciando la visita del Papa, con menos de 1 % que no aceptó la visita del misionero, mayormente por criterios sectarios. Y la entronización del cuadro del Corazón de Jesús en los hogares que se han abierto de par en par a esta entronización. Es el pueblo cubano el que ha hecho el cambio, el que ha perdido el miedo y esta desinhibición alcanzó la raya más alta los días que el Papa estuvo en Cuba; el pueblo en masa multitudinaria emocionada acudió a las plazas trayendo en sus manos el tesoro mejor: la sed de Dios después del vacío de Dios que dejó el ateísmo inducido de forma abrumadora y saturante durante 40 años. La visita del Papa dejó un clima, un aire indefinible, imponderable, un algo difícil de definir y que por definirlo de alguna manera le llamaría «un no sé qué», como si este pueblo movido por un vago pero grandioso presentimiento llegara a la Iglesia repitiendo las palabras del Apóstol Felipe: «Muéstranos al Padre y eso nos basta». La Iglesia ha ganado algunos espacios con alguna pequeña apertura todavía insuficiente pero que está en las intenciones de la Iglesia y ojalá que también en las del Gobierno. «Si lloras por haber perdido el sol, que las lágrimas no te impidan ver las estrellas» dicen algunos póster de muchas Iglesias. Y las estrellas son estos pasos y estas intenciones latentes. Son pasos, pero la vida se teje de pasos a menudo esporádicos, improvisados. Nada es hasta aquí y desde aquí. La Iglesia Cubana no puede decir con verdad: Señor, a mí no me has dado nada. Pero Dios que no lo da todo tampoco lo quita todo en esta vida. Y en el Apocalipsis el Señor nos dice: «Yo sé que tú te quejas, pero en realidad eres rico». Estas son nuestras pequeñas riquezas con las que la Iglesia ha podido hacer el milagro de las manos vacías que son las manos capaces de dar lo que no tienen, como dice Bernanos. Otro tema serían los cambios que ha hecho el Gobierno después del Papa. Para comprender este aspecto es necesaria una ubicación temporal. No se puede decir que la Revolución cubana haya seguido una rígida ortodoxia marxista-leninista; pero indudablemente su pensamiento teórico de base y su interpretación de la historia han sido básicamente marxistas. Esta interpretación supone una convicción sincera en ellos de que el fenómeno religioso es producto de condiciones creadas por la explotación del hombre por el hombre y que al desaparecer estas condiciones forzosamente, como por una ley de gravedad, desaparecería la religión científicamente condenada a la pena de muerte, y que la actitud progresista era ayudar a abortar esa desaparición. La realidad terca de la vida contradijo esta ley presuntamente científica y nosotros debemos tener suficiente comprensión humana para reconocer el trauma que debió haber ocasionado en los creyentes de esas teorías el derrumbe súbito de la base en que estaban sustentados, y la dificultad para reformular en una perspectiva moderna la ideología que orienta la política en un mundo que piensa más en categorías innovadoras que en categorías fixistas. La reacción inmediata, con sentido muy pragmático, fue que puesto que el problema religioso no iba a desaparecer, no valía la pena gastar pólvora en una lucha inútil. Pero esa solución pragmática puso en marcha «lo que se debía dejar de hacer», pero no «lo que había que hacer» y es la situación de los países de ese bloque. No saben qué hacer con el fenómeno religioso. Las soluciones situacionales, no siempre coherentes y casi siempre sin una dirección clara, evidencian este desconcierto y explican por qué desde el punto de vista del Estado no ha habido un post -Papa con un crédito abierto. Nuestros retos y desafíos. No podemos hablar de retos sin hablar de compromisos y no podemos hablar de compromisos sin hablar de peligros. Cuando en el libro de Job el Señor le dio permiso a Satanás para recorrer las tierras continuó la historia de las tentaciones, de la venganza de Satanás que llega siempre al principio, a la mitad o al final de todo esfuerzo inspirado por el Espíritu Santo en su Iglesia. La preparación de la visita del Papa y la visita misma nos sacó súbitamente de una Iglesia de diáspora, a la intemperie, desprovista de signos exteriores de un arraigo y un pasado, en que parecía que la historia no empezaba con ella sino terminaba con ella, dentro de una fe difícil, una fe que era asunto privado de algunos... y nos pasó a una Iglesia de pueblo, popular, con unas exigencias nuevas aunque no distintas a las exigencias del Evangelio. Esto lleva riesgos, tentaciones, peligros que la Iglesia tiene el reto y el compromiso de evitar. La tentación de dormirnos sobre los laureles. Ni los ateos son tan ateos, ni los cristianos somos tan cristianos. No estamos seguros de que nuestros cristianos hayan alcanzado ya un nivel de convicción, una interiorización suficiente de la vida espiritual bajo la iluminación del Espíritu Santo, sin lo cual corremos el riesgo de formar practicantes pero no creyentes; católicos pero no cristianos; convencidos pero no convertidos; proselitistas, activistas pero no misioneros. Formar comunidades activas pero no vivas como nos pidió el Santo Padre. La comunidad activa brota del dinamismo de la acción; la comunidad viva brota de Jesucristo que dijo: «Yo he venido para que tengan vida», es decir, no para que tengan ánimo sino ánima. Debemos cuidar que los cristianos no midan su pertenencia a la Iglesia por su participación en las actividades en la Iglesia, porque esas actividades, solas, no definen al cristiano. Es necesario despertar la vida espiritual, en la pastoral de la santidad con el gigante dormido de la Iglesia cubana que son nuestros magníficos laicos. Nunca se puede estructurar la pastoral exclusivamente en torno al sacerdote, menos aún en una Iglesia de muchísimos laicos y poquísimos sacerdotes. Otra tentación de Satanás es el triunfalismo cándido, con aire hegemónico, de un falso contentamiento, de falsos merecimientos como si nosotros condujéramos, poseyéramos al Espíritu y no fuera el Espíritu el que nos conduce y posee a nosotros. La Iglesia de la vivencia, que tan caro ha costado, no puede pasar a ser la Iglesia de la prepotencia, que intentara echar un pulso con otros como si fuera un poder frente a otro poder. La historia nos enseña que la Iglesia nunca ha perecido con los golpes pero tampoco ha triunfado con los aplausos. La tentación de la Iglesia de copiar las formas del mundo. Cuando la Iglesia copia las formas del mundo la copia sale mal. Copia la autoridad y sale el autoritarismo; copia el orden y sale el inmovilismo; copia el derecho y sale el legalismo; copia la unidad y sale la uniformidad; copia el servicio y sale el funcionalismo; copia la comunión y sale el reunionismo. La Iglesia cubana no puede cerrar el camino que lleva a la reconciliación, de la cual San Pablo nos dice que somos embajadores; y ese camino es el diálogo. Un diálogo no sólo sobre puntos situacionales, improvisados, como quien navega a la deriva, sino sobre temas esenciales de la vida de la Iglesia pero también de la vida del pueblo porque la Iglesia está separada del estado pero no de la sociedad. Este diálogo ha estado siempre presente en la actitud y en la gestión de la Iglesia. Esperamos un diálogo abierto en busca de soluciones profundas, que no se preocupe tanto de los «¿por qué?» que revelan siempre una culpa como de los «¿para qué?» que revelan siempre una esperanza. Un diálogo sincero por ambas partes en el que ninguno sepa nunca la respuesta del otro antes de hacer la pregunta. Un diálogo garantizado por la capacidad de dialogar que es tan o más importante como la voluntad de dialogar o como el diálogo mismo. Un diálogo amplio entre creyentes y no creyentes, entre el pasado que nadie quiere que se repita y el futuro que nadie quiere que se parezca al presente; un diálogo con los de allá y los de aquí, sabiendo que los que pueden ayudar a una evolución del país están no exclusivamente pero si preferentemente dentro del país, donde hay mucha energía latente, a la que tal vez Juan Pablo II se refiere cuando habla de las enormes posibilidades del pueblo cubano. Después del estudio y profundización de los mensajes del Santo Padre que durante este año de la visita del Papa se ha hecho en todas las Comunidades y a todos los niveles, la Iglesia tiene ahora el reto de reformular su pastoral en nuevas perspectivas, buscando la conformidad de la vida del pueblo de Dios con el Evangelio, en continuidad con las opciones del ECO y del Plan Global de la Conferencia Episcopal de los documentos del CELAM; en la dirección de las ideas-fuerzas de los mensajes del Papa, en dependencia de las realidades cambiantes, y con un sentido integral y armónico, como nos dijo el Papa; y sin apresuramiento porque el tiempo se venga lo que se hace sin tiempo, y con unas estructuras y medios servidores «en una iglesia encarnada, participativa, profética que quiere ponerse al servicio de la promoción del hombre cubano», nos dijo el Santo Padre. El Señor dijo que no se echa un vino en odres viejos, ni un remiendo nuevo en un paño viejo. Necesitamos odres nuevos, no porque sean odres distintos al Evangelio pero si distintos en la forma de aplicar hoy, ahora, aquí el Evangelio, tanto en la dimensión personal como en la dimensión social de la fe. Sabíamos cómo ser cristianos en la época colonial, en la república, en una sociedad sacralizada, en el sistema marxista-leninista, ahora tenemos que ser cristianos en un tipo de sistema donde no es fácil definir la ideología que lo preside. «Nadie debe eludir el reto de la época que le ha tocado vivir», nos dijo el Santo Padre. Y en esta reformulación entra como un eje central la insistencia del Santo Padre en el cambio del corazón, no solamente de las estructuras, porque las estructuras por muy buenas y justas que sean, tanto en el orden religioso como en el orden civil, no bastan para que ya no sea necesario que el hombre sea bueno o justo. La palabra conversión no puede gastarse, vaciarse y dejar de vivir. El Evangelio en nuestras manos y en nuestras vidas no puede perder su fuerza de impacto y de admiración para despertar y cambiar la vida. Y este cambio del corazón repercutirá necesariamente en el cambio social que conlleva la fe. La Iglesia Cubana funcionalmente hace lo mismo que desde hace años se le ha dado permiso para hacer, que es ahora más de lo que podía antes pero menos de lo que ella podría y debería hacer; pero la conversión, la reconciliación, el diálogo, podrían promover una reformulación de la pastoral de la Iglesia y ojalá que de la política del Estado hacia las instituciones religiosas; promoverá un status claro, nuevo, que reconozca los deberes y derechos de la misión cultual, profética, caritativa, educativa, patriótica de la Iglesia, que normalice al fin las relaciones entre la Iglesia y el Estado en beneficio de todo el pueblo, reconociendo el derecho que tiene la Iglesia a los espacios necesarios para cumplir su misión, a participar no sólo en el cumplimiento de las políticas del Gobierno sino a participar en la elaboración de esas políticas, aportando su juicio moral, desde el Evangelio, sobre las actividades y realidades humanas, sabiendo que este juicio siempre encontrará de parte y parte opiniones discrepantes pero convencidos de que sigue siendo cierta esta tendencia: «Cuando tú me contradices me enriqueces». Optimismo de la Iglesia. Finalmente, hermanos Obispos, hemos mencionado algunos pasos dados después de la visita del Papa, algunos retos, algunos peligros de la Iglesia hoy, ahora, aquí. Pero a pesar de las dificultades no tenemos derecho a ser pesimistas. El Señor dijo: Cuando llega la tarde ustedes dicen «hoy hará buen tiempo» porque el cielo está rojo. Y por la mañana dicen: «hoy habrá tormenta» porque el cielo está nublado. Así que ustedes saben discernir el aspecto del cielo y no saben discernir los signos de los tiempos». Mt. 16,1. El futuro es preocupante para nosotros, pero no para Dios, porque la palabra de Dios en el Salmo nos dice: «El Señor, lo que quiere, lo hace». Conviene recordar siempre que el Ángel del Señor le dijo a Abraham: «El año que viene volveré sin falta y para entonces el Señor te dará un hijo». Mientras tanto Sara estaba detrás de la pared oyendo y no pudo aguantar la risa porque ambos eran ancianos. Y el Señor le dijo: «¿Por qué te ríes? ¿No crees que para el Señor nada es imposible?» Yo no me he reído, dijo Sara. Y el Señor le contestó: «No lo niegues, yo sé que tú te has reído». Y al año nació el hijo a quien pusieron el nombre de Isaac, que significa «risa». No podemos escuchar a Dios de espaldas, detrás de las paredes que nosotros mismos levantamos con nuestras propias manos porque si el Señor lo quiere, el parto podrá ser no sin dolor pero sí con amor y esperanza. Amamos a Cuba y amamos la Iglesia. Nos hemos quedado en Cuba con la Iglesia que se quedó y con el pueblo que se quedó. Con la Iglesia nos hemos negado a dejar a Cuba. Con la Iglesia hemos acompañado al pueblo en sus sufrimientos y vicisitudes. Desde el primer momento la Iglesia apoyó hasta donde le permitieron todos los esfuerzos y logros de la naciente revolución. Tempranamente en el año 1969 la Iglesia condenó el embargo por las mismas razones éticas por las que condena todo bloqueo de cualquier índole. Tres Obispos viajamos hace 15 años a la Casa Blanca, al Departamento de Estado y a la Conferencia de Obispos Norteamericanos a la misión de Cuba en Washington para pedir el levantamiento del bloqueo al menos parcial, en orden a los medicamentos y alimentos. Junto al Santo Padre hemos reiterado varias veces el mismo criterio. No hemos dejado nunca de exponer siempre nuestro pensamiento sobre la Iglesia y sobre el pueblo a todas las instancias y por los medios y los canales que se nos ha permitido. Hemos saludado con júbilo las no pocas señales que ha dado el mundo abriéndose a Cuba, como se lo pidió el Santo Padre. Sabemos en la fe que la Iglesia vive situaciones y que lo que el Señor le da se lo da situacionalmente. Hemos tratado de caminar, como dice la Escritura, hoy el camino de hoy y mañana el camino de mañana, sin pretender ver el camino entero, como Moisés, como Abraham, sin saber hacia donde iban, como si vieran el Invisible, como nos dice el hermoso capítulo II de la Carta a los Hebreos. Dios carece de tiempo, pero usa el tiempo como duración de su paciencia divina y nos dice, también a la Iglesia cubana: «En la paciencia alcanzarás tu alma». Queremos esperar en Dios sin mucho apresuramiento porque el tiempo se venga de lo que se hace sin tiempo. En la paciencia sobrevivimos los años difíciles del descorazonamiento pastoral; sobreviviremos, con la gracia de Dios, los años presentes también muy difíciles del desbordamiento pastoral. Así se ha mantenido la Iglesia cubana, serena, alegre, callada, independiente, unida y sobre todo idéntica. Ahora queremos pensar con San Agustín: «No nos quejemos de los tiempos. Seamos mejores y los tiempos serán mejores».
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