marzo-abril. año V. No. 30. 1999


PEDAGOGÍA
 

 

MORAL

DE Y PARA LA PERSONA

por Juan Carlos Carballo

 

INTRODUCCIÓN

"Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres y toda clase de afligidos, son también los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón"(G.S.1).

Esta frase, resume de una forma magistral, cuál debe ser el propósito, y la meta a satisfacer de toda moral; y pienso que una concepción ética que quiera ser fiel a esto, debe colocar como lugar de ella a la persona humana, no a las leyes, ni a las costumbres.

Esa esencia ha sido resumida de forma preclara por San Ireneo, uno de los padres de la Iglesia, cuando dijo: "La gloria de Dios es el hombre viviente", y, muchos siglos después, siguiendo la tradición, el Papa Juan Pablo II lo ha expresado así: "El hombre es el primer camino de la Iglesia", en su encíclica inaugural "Redemptor hominis".

 

LA PERSONA: LUGAR Y FIN DE LA MORAL

Para comprender de forma integral "lo que es moral" debemos conocer, distinguir e integrar y tres niveles:

1 nivel: Las costumbres.

Es el nivel sociológico de la moral. Expresa la aprobación de actitudes por lo que acepta o desaprueba la sociedad o grupos culturales sin mayor reflexión: el comportamiento que se acepta socialmente o se tolera, es bueno. Todo depende de lo que se acostumbre a hacer.

Pero no todas las costumbres son moralmente aceptables, este es el nivel más superficial de la moral. Si la moral se queda en este nivel, se convierte en una serie de costumbres que cambian según el país, la cultura, la época o la opinión pública. Entonces no se puede hablar de una eticidad sólida y permanente.

2 nivel: Lo lícito.

Este es el nivel jurídico. Es un poco más profundo que el nivel sociológico. No sólo considera lo que es costumbre, sino lo que es permitido por la ley. Pero no todo lo legal es bueno.

Si la moral se queda en este nivel, se convierte en una moral legalista que no ha llegado a la conciencia de la persona. Además, no siempre las leyes son justas. Por eso no podemos considerar criminal o inmoral a una persona condenada por la ley sin antes analizar bien si la ley es justa.

3 nivel: Lo justo.

Es el nivel antropológico. Este es el nivel de mayor profundidad de la moral, no sólo considera lo que se acostumbra a hacer o lo que la ley permite hacer, sino que se pregunta: ¿qué es justo? ¿qué es lo más humano? expresa que lo moral, lo ético, es solamente aquello que no dañe al hombre, que salvaguarde la dignidad de la persona humana y sus derechos, que respete la convivencia social y la ponga en función del desarrollo de la persona humana.

Este nivel cuestiona a los dos anteriores:

¿Esta costumbre es justa, humana, o por lo contrario es injusta, es dañina a la dignidad y los derechos de las personas o de la convivencia social?

¿Esta ley es justa, humana, o por el contrario es dañina a la dignidad y los derechos de la persona o de la convivencia social?

Por tanto desmitifica las costumbres y critica la ley.

Estas preguntas podemos hacérnolas ante cada actuación de los hombres que queremos evaluar desde el punto de vista ético, porque la verdadera moral es la que tiene al hombre como fundamento, como sujeto, centro y fin.

 

EL HOMBRE, OBJETO Y SUJETO DE LA MORAL

En el centro de la moral cristiana está la concepción de la dignidad de la persona humana y de la sociedad como comunidad de personas. El punto de partida de la moral es siempre la persona en cuanto principio y fin de toda la actividad social. Se trata, pues, de mirar a la persona humana en lo que es y debe llegar a ser según su propia naturaleza social. Y se trata también, al mismo tiempo, de mirar a la sociedad como ámbito de desarrollo y liberación de la persona. En ella ha de ser tutelada su dignidad, reconocidos y respetados sus derechos. Este personalismo comunitario, base y fundamento ético, desencadena la afirmación de un conjunto de principios sociales (solidaridad, subsidiaridad, bien común) y también el reconocimiento de los grandes valores (verdad, justicia, igualdad, libertad, participación).

El hombre es una esencia abierta a la realidad como tal y no puede por menos de buscar esa apertura. El hombre se va realizando, es decir, va dando figura concreta a su realidad, a través de la apropiación de posibilidades que la realidad le ofrece.

Por ello, el hombre es constitutivamente moral. Desde ese ámbito pueden entenderse ulteriormente las valoraciones y las reglas de carácter normativo. La estructura moral es consustancial al hombre: "Y esos deberes se imponen como normativos en tanto que emanan de la realidad misma".

El hombre experimenta que puede gozar de la capacidad de marcarse metas y de elegir los caminos, de fijarse unos fines y seleccionar los medios: de autodirigirse al fin.

Tiene conciencia de poder -deber- orientar su existencia con relación a unos valores objetivos. Se percibe como sujeto del comportamiento moral. Y se percibe también como meta o modelo identificante de ese comportamiento.

El hombre trata de llegar a ser hombre. En el fondo, trata de descubrir el sentido, orientación y significado de la más honda verdad de su propia existencia.

De ahí que la moral se nos presente como la tarea de descubrimiento y realización del proyecto humano. La felicidad, que fundamenta la búsqueda de sentido y el comportamiento diario, "no es más que la dimensión real de bondad en el hombre".

La pretensión ética coincide en realidad con la afirmación, consciente y consecuente, de la supremacía del ser humano sobre las obras de sus manos y sobre los seres con los que convive. No significa una proclama antiecológica ni una defensa del afán destructor del hombre repetir la célebre afirmación del Concilio Vaticano II: "Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos".

Desde esta concepción de la persona se entiende la afirmación de su centralidad en la moral. Y desde esta concepción hemos de entender también la afirmación y reconocimiento de la dignidad de la persona como fundamento ético. En este sentido, la dignidad de la persona constituye no sólo el punto de partida sino también la meta de toda la doctrina social de la Iglesia. Como enseña Juan Pablo II en la "Centesimus annus", la trama y la guía de la enseñanza social de la Iglesia es cabalmente, "la correcta por sí misma" concepción de la persona humana y de su valor único en cuanto que el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma" (CA 11).

Así pues, defendemos que la dignidad de la persona constituye el fundamento de la ética social. En realidad, es la base de toda la moral, porque la persona es el gran valor que debe ser respetado.

Como explicó Kant, la persona es un ser absolutamente valioso, un fin en sí misma, y no un medio para otra cosa. Por esto, precisamente, existe la moral: porque hay seres en sí mismos valiosos, existe la obligación moral de respetarlos.

Pero entendemos la persona, no sólo como individuo, como un ser singular, insustituible e irrepetible, sino también como un ser relacional, comunitario, llamado y creado para la comunión y el diálogo, como un ser social que se realiza y llega a la plenitud humana en la sociedad, en la relación y comunión con las cosas, con los demás seres humanos y con Dios.

 

MORAL PERSONALISTA, NO DE LA LEY

Nuestro mundo ha vivido en repetidas ocasiones la experiencia de una tiranía cuya legalidad no se preocupa por articular y respetar los derechos del hombre, sino que se pretendía con autoridad para crear y fundamentar tales derechos. La moral vendría determinada por la ley.

Tal positivismo se encuentra en regímenes totalitarios de las más diversas orientaciones. Pero tampoco están demasiado lejos las pretensiones de los sistemas democráticos. Siempre subsiste la tentación de creer que la dignidad del hombre y sus derechos se fundamentan en el ordenamiento positivo diseñado por el legislador.

De ahí que sea siempre necesario volver a hacerse las preguntas fundamentales sobre la relación entre la ley y la realidad. En algunas ocasiones, es además oportuno preguntarse si la legalidad más irreprochable no puede estar encubriendo y aún fomentando una inmoralidad estructural.

Naturalmente, tales preguntas nos sitúan ante la aparente incompatibilidad entre la legislación y la moral.

La moral cristiana conoció los fallos provenientes del sistema ético en el que la "ley" ocupaba el puesto central. En un sistema legalista proliferan los defectos siguientes:

1. El causismo: Se trata de ver las explicaciones de la ley a los distintos casos y circunstancias.

2. El Fariseísmo: Se buscan subterfugios para que la ley no tenga aplicación, hasta se llega a hacer otra ley que impide la acción de la primera.

3. La Hipocresía: Se intenta vivir bien con la ley, aunque no se viva bien con la conciencia.

4. Los Escrúpulos: Es la manifestación patológica de una relación impersonalista del hombre con la ley.

La moral cristiana ha asumido el giro antropológico del pensamiento crítico moderno, y trata de formular los compromisos cristianos desde la autonomía y desde la responsabilidad ética.

Esta configuración personalista de la moral está de acuerdo con la visión bíblica y con la mentalidad del hombre de hoy.

La moral personalista, brota de la conciencia de la persona, y por tanto el tema de la responsabilidad moral es replanteado, ya que esto implica, que la persona, no se preocupe por cumplir la ley, sino por ser fiel y coherente, a su forma de pensar, a lo que realmente piensa que es bueno.

Implica una ética de apertura al diálogo, una ética del crecimiento, cuyo fin es la realización personal de cada persona, e ir humanizando cada vez más la sociedad, es un constante caminar hacia la meta que es la construcción del Reino y la perfección personal.

La norma de la moral personalista cristiana es JESUCRISTO.

 

LA MORAL CRISTIANA: UNA OFERTA DE TRASCENDENCIA

La moral cristiana, en cuanto, se presenta ante las éticas seculares:

·Alentando de antemano cualquier proyecto ético que acepte el valor del ser humano sin reduccionismos.

·Criticando proféticamente los proyectos éticos que terminan por infravalorar la dignidad de la persona humana.

·Ofreciendo una base de discernimiento para los verdaderos valores humanos y de rechazo ante los valores deshumanizadores.

·Proponiendo utopías globales que orienten la acción común de los hombres y las sociedades hacia un mundo mejor.

·Colaborando estrecha y cordialmente con las propuestas y los sistemas éticos que propugnen los valores humanos, como la vida, la igualdad, la libertad, la verdad y la paz.

En resumen, bien entendida, no es tan escandalosa la afirmación de que el cristianismo no aporta un contenido moral categorial distinto del que ofrecen -o pueden ofrecer- por vía racional las éticas seculares, aunque sí que ofrece sus motivaciones específicas, como el carácter trascendental y la intencionalidad cristocéntrica de las opciones éticas.

 

VISITA DE JUAN PABLO II A CUBA: UN CAMINO HACIA LA MORAL PERSONALISTA

En los distintos discursos pronunciados por Juan Pablo II en su visita a Cuba, se pueden apreciar algunos caminos para que el hombre pueda desarrollar una moral personalista en los distintos ambientes de la sociedad, donde desarrolla su capacidad relacional, con las cosas, con los demás hombres, y con Dios.

"Por eso la Iglesia, animada e iluminada por el Espíritu Santo, trata de defender y proponer a sus hijos y a todos los hombres de buena voluntad la verdad sobre los valores fundamentales del matrimonio cristiano y de la familia. Asimismo, proclama, como deber ineludible, la santidad de este sacramento y sus exigencias morales para salvaguardar la dignidad de toda persona humana... Si la persona es el centro de toda institución social, entonces la familia, primer ámbito de socialización, debe ser una comunidad de personas libres y responsables que lleven adelante el matrimonio como un proyecto de amor, siempre perfeccionable, que aporta vitalidad y dinamismo a la sociedad civil" (Homilía Santa Clara).

"Jesús le responde que lo necesario es dejarlo todo y seguirlo. Esto da radicalidad y autenticidad a los valores y permite al joven realizarse como persona y como cristiano. La clave de esa realización está en la fidelidad... He ahí el camino trazado por San Pablo.

Queridos jóvenes sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza, la felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que ustedes son capaces y están llamados a ser y hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde ustedes puedan ser los protagonistas de su historia" (Homilía Camagüey).

"La Iglesia, inmersa en la sociedad, no busca ninguna forma de poder político para desarrollar su misión, sino que quiere ser germen fecundo de bien común al hacerse presente en las estructuras sociales. Mira en primer lugar a la persona humana y a la comunidad en que vive, sabiendo que su primer camino es el hombre concreto en medio de sus necesidades y aspiraciones. Todo lo que la Iglesia reclama para sí lo pone al servicio del hombre y de la sociedad. En efecto, Cristo le encargó llevar su mensaje a todos los pueblos, para lo cual necesita un espacio de libertad y los medios suficientes. Defendiendo su propia libertad, la Iglesia defiende la de cada persona, la de las familias, la de las diversas organizaciones sociales, realidades vivas, que tiene derecho a un ámbito propio de autonomía y soberanía" (cf. Centesimus annus, 45) (Homilía Santiago de Cuba).

"Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión, esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas.

Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde su centro de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles. De este modo se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos, de forma que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres". (Homilía Habana).

 

DESAFÍOS PASTORALES

Para la ética social cristiana, la dimensión social no es algo externo al hombre, sino que lo contribuye íntimamente: "el hombre crece en todas sus facultades y puede responder a su vocación por las relaciones con los otros, los mutuos deberes, el diálogo con los hermanos" (G.S. 25).

Fuera de lo social no es concebible la persona humana. No menos que la individualidad, también la sociedad define al hombre. El destino humano individual se articula con el destino de los otros.

Es por ello que me permito proponer algunos desafíos pastorales, que la Iglesia, instituciones y las personas de buena voluntad, deben asumir en los distintos ambientes de la sociedad cubana, si quieren ser portadores, de una moral, que no dañe al hombre, que salvaguarde la dignidad de la persona humana y sus derechos, que respete la convivencia social y la ponga en función del desarrollo de la persona humana.

En la familia:

·Recuperar los valores religiosos en el ámbito familiar y social.

·La familia, la escuela, y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde se pueda crecer en humanidad.

·La familia, primer ámbito de socialización, debe ser una comunidad de personas libres y responsables.

·Los padres tienen la obligación de educar a sus hijos. Se trata de un deber y un derecho insustituible e inalienable.

A los jóvenes:

·La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa, que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos.

·Educar a los jóvenes en la virtud y la libertad, para que puedan tener un futuro de auténtico desarrollo humano-integral en un ambiente de paz duradera.

En la sociedad civil:

·Denunciar toda injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario, la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo, que es luchar por que sean reconocidos los derechos de todas las personas.

·La conquista de la libertad en la responsabilidad. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de su libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos.

·Conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior, la Iglesia debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad.

·La Iglesia, las instituciones de la sociedad civil, y el gobierno deben encontrarse en el diálogo, y cooperar así en el desarrollo de una sociedad como decía Martí "Con todos y para el bien de todos".

·La Iglesia debe ser ministro de reconciliación y de perdón en medio de nuestro pueblo.