marzo-abril. año V. No. 30. 1999


ESPECIAL

 

SIGUE TU RUMBO, PROFETA...

 

 

 


 

 

PALABRAS DE DESPEDIDA

MISA CRISMAL

PINAR DEL RÍO, MIÉRCOLES 24 DE MARZO DE 1999

por Mons. José Siro

 

 

La Santa Madre Iglesia nos ha convocado hoy para celebrar la Eucaristía en que solemnemente son consagrados los aceites que en distintos Sacramentos se usarán como materia de unción sagrada que reaviva en el hombre la fe y le comunica la gracia y bendición del Señor.

Como cada año la Iglesia Diocesana se reúne en torno al Padre Obispo y a su presbiterio, para tomar parte en los Sagrados Misterios y escuchar todos, con gozosa unción, la renovación de los compromisos sacerdotales que cada presbítero, con entrega gozosa y total, hace al Divino Maestro y a su Iglesia.

Además, hay una razón muy significativa para todos, que nos une en estrecha comunión. El Obispo nos ha invitado de modo especial al encuentro, junto al altar, con nuestro querido Nuncio Mons. Stella, para darle una fraterna y cordial despedida.

El mismo Mons. Beniamino nos decía hace pocos días a los Obispos reunidos en Asamblea: «las despedidas como ésta deben ser momentos de vivencia eclesial».

Es verdad, Monseñor, y yo añadiría sin temor a exageraciones, que son momentos de vivencia eclesial muy singulares. Y para nosotros, con una connotación muy fuerte. Hay despedidas formales, en que decimos, «hasta luego», «hasta otro momento», «hasta siempre», «adiós» y nos separamos. Sin embargo, hay despedidas como ésta que va a ser para nosotros como un desgarramiento.

Cuando Ud. llegó a nuestra Patria en Febrero del 93, enseguida los cubanos averiguamos que le llamaban: «Beniamino Corazón».

El tiempo fue demostrando, de forma irreversible, que no era falsa la calificación, ni ridículo el modo. Con creces lo hemos comprobado con el correr de los días, las semanas y los meses. Pero también fuimos comprobando que no era sólo corazón, era también y en gran medida, inteligencia, corazón.

A esto fuimos sumando todos, los más cercanos y los más lejanos, que era un «hombre de Dios y de Iglesia», que son el fundamento y raíz de todas las dotes personales y cualidades eclesiásticas que debe tener un hombre que representa al Papa en una Iglesia determinada.

En estos años difíciles para la Iglesia, la Nunciatura Apostólica en La Habana, vale decir la Casa del Papa en Cuba, con hombres como Tagliaferri, Einaudi, Faustino, ha desempeñado un papel singular y primordial en la vida y marcha del Pueblo de Dios.

Yo me atrevo a asegurar, sin temor a ninguna descalificación, error o contradicción, que en sus cortos seis años de permanencia entre nosotros, ese papel singular adquirió dimensiones insospechadas.

Ud., querido monseñor, ha hecho con su amor y entrega, que la Nunciatura fuera la Casa de todos, con las puertas siempre abiertas, sin días ni horas; la Casa donde se resolvían los asuntos graves y las menudencias.

Ud. ha jugado un papel de artífice, de mediador, de coordinador en asuntos de menos importancia y en acontecimientos inolvidables, como la visita del Santo Padre.

Ud. ha hecho posible que Cuba tenga, con orgullo y gozo, su segundo Cardenal.

Ud. ha dedicado su tiempo, sin medida ni regateos, a fortalecer estructuras, a crear nuevas. Cómo no mencionar las cuatro nuevas diócesis y la recién creada Arquidiócesis.

Ud. ha tejido, con audacia y sencillez, unas mejores relaciones entre la Iglesia y el Estado y ha hecho crecer las relaciones con el Cuerpo Diplomático.

Ud. ha sido puente principal y a veces único, en las relaciones con organismos de la Iglesia, dentro y fuera de ella, nacionales e internacionales.

En pocas palabras, yo diría que Ud. ha sido celoso pastor y finísimo diplomático, pero también y sobre todo, ha sido amigo fiel y compañero cercano.

Puede irse contento y tranquilo a su nuevo destino, Monseñor. La Iglesia lo necesita allá en Colombia y la Virgen de la Caridad velará por Ud. desde acá.

Asegura el viejo refrán: «Dicen que no son tristes las despedidas; dile a quien te lo dijo que se despida».

Y canta el trovador: «Cuando un amigo se va, queda un inmenso vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo».

Nosotros no lo olvidaremos porque Ud., como profeta, ha sabido sembrar en nosotros la esperanza y la confianza. Hoy y siempre le cantaremos todos:

 

Has recibido un destino

de otra palabra más fuerte,

es tu misión ser profeta,

palabra de Dios viviente.

 

Tú irás llevando la luz

en una entrega perenne

que tu voz es voz de Dios

y la voz de Dios no duerme.

 

Sigue tu rumbo profeta

sobre la arena caliente,

sigue sembrando en el mundo

que el fruto se hará presente.

 

 

A MONS. BENIAMINO STELLA

por Ernesto Ortiz

 

...para que mi palabra esté siempre

con él y mi brazo lo haga valeroso...

                                            SALMO 88

 

 

I

...al dejar esta amada tierra...

 

Este buen samaritano,

este sin par peregrino,

recorrió nuestro camino,

tocó tu mano, mi mano;

y se hizo tan cubano

que en su corazón nació

la regia palma, y creció

con una santa impaciencia.

Y con lúcida insistencia

aquel crecer le dolió.

 

 

II

Como en Belén los pastores,

en nuestro cielo buscaba

la señal que nos llebaba

al cambio en los corazones.

En la noche de dolores

la luz con su leve arrullo

farol, estrella o cocuyo

fue: pequeña maravilla

(la fuerza de la semilla

el suave torrente suyo).

 

 

III

...que los cielos destilen rocío...

 

La montura se mojó,

la yagua que se humedece

(el techo filtra y se mece),

la tinaja se llenó.

El espíritu sopló

aciclonado o en calma,

en nuestra noche del alma

la luz comienza a nacer

(lo puedes o no creer)

y crece, crece la palma.

 

 

IV

No se olvida lo que junta

como no olvida el guajiro

(llámese Juan, Pedro, Siro)

el cauce que abre su yunta;

 

como no olvida el agraz

olor del monte el que estuvo

entre mogotes, o tuvo

su tabaco en la solaz

 

tarde sobre el taburete.

Amigo, ¿habrá quién te ciña

tiara sabrosa de piña?

(Ay, nunca olvida el machete

 

la caña dulce y herida.)

(Escapa al viento una sábana:

gramática de guanábana.)

Sol de mango no se olvida.

 

 

V

No se olvida lo que impulsa

(del vuelo queda memoria).

Nunca se olvida la gloria

del rezo. El salmo que endulza

 

la cruz. Y jamás se olvida

al que en dura piedra labra

(con gestos o con palabra)

camino, verdad y vida.

 

 

VI

A esta tierra has de volver

amigo, que al fin y al cabo

la palma hacia el cielo bravo

no se olvida de crecer.

MUCHAS GRACIAS BENIAMINO

por P. Claudio Ojea

 

 

Aunque nadie me previno

al saber de despedida

llegóme el verso enseguida

Muchas gracias Beniamino.

 

Y por dicha, el Papa vino,

Ud. el hombro metió

hasta que al fin lo logró

Muchas gracias, Beniamino.

 

Son de esperanza buen sino

las diócesis recién creadas

por tan feliz alborada

Muchas gracias, Beniamino.

 

Con su apellido combino,

deja en Cuba su presencia

"Estela" de amor... prudencia...

Muchas gracias, Beniamino.

 

Será su nuevo destino

la católica Colombia

¡Le cubra divina sombra!

Muchas gracias, Beniamino.

 

La vida es duro camino

resuene cada mañana

estas maracas cubanas

Muchas gracias, Beniamino.

 

No hay en mi güiro vino

tan sólo lleva café

a su salud brindaré

Muchas gracias, Beniamino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL

PINAR DEL RÍO, MIÉRCOLES 24 DE MARZO DE 1999

por Mons. Beniamino Stella

 

 

Querido Mons. José Siro:

Queridos sacerdotes, religiosas y fieles laicos:

Amados pinareños:

Es para mí un motivo de gran alegría presidir esta Solemne concelebración que en realidad debería ser presidida por el Obispo diocesano. Acojo la gentileza de mi hermano y amigo, el querido Monseñor José Siro, al pedirme que lo hiciera, como un gesto de cercanía y adhesión al Santo Padre, a quien he estado representando en esta querida e inolvidable Nación cubana. No debo esconder en este momento, lo que ha significado para mí la fraterna compañía de Mons. Siro y su característica hospitalidad que hace de todo el que se acerca un miembro de la casa y parte de su vida. La mesa Eucarística que ahora compartimos es también símbolo de ese compartir fraterno.

 

1. Así dice el Señor: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad. Para anunciar el Año de Gracia del Señor». (Lc.4,18)

La Concelebración eucarística en la que se bendicen cada año los sagrados óleos con los que se administran los sacramentos del bautismo, la confirmación, el orden sacerdotal y la unción de los enfermos, es un signo pleno de lo que es la Iglesia, de su vocación y su misión, de su comunión y apertura al mundo.

En la Misa Crismal, la Iglesia se presenta al mundo como es: en la plenitud de su ser y de su quehacer. Ella es sacramento universal de Salvación. Por su mediación, que es la de Cristo, su fundador, ella se convierte en puente, en pontífice, para que los hombres de todos los tiempos puedan acceder a las fuentes de la Gracia. Ella es también luz, sal y fermento, voz de los que no tienen voz y compañera de camino de todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia se presenta como Madre, Maestra y Servidora de cada persona y de toda la sociedad de la que forma parte inseparable.

Esa presentación debe ser coherente y creíble. Para ello la Iglesia reflexiona en cada etapa de la historia humana cuál debe ser su aporte servicial en las circunstancias históricas en las que está llamada a ser testigo fiel del Resucitado.

Por eso las palabras del profeta Isaías que Jesús retoma en la sinagoga de Nazaret para presentar su misión deben servir de referencia indispensable también para la Iglesia que vive, espera y ama hoy en Cuba.

Es el mismo Espíritu del Señor quien nos conduce unas veces al desierto de las tentaciones para preparar la misión y otras al cenáculo de Jerusalén para infundir un nuevo coraje en los atemorizados apóstoles y abrir a todos los confines del mundo la obra liberadora de Cristo, el Ungido del Padre.

Cuando el Santo Padre improvisó en la Misa de La Habana que aquel viento era un signo y que «el Espíritu sopla donde quiere, y quiere soplar en Cuba» estaba invitándonos a tomar conciencia de que en este momento histórico la Iglesia cubana está recibiendo un nuevo aliento vital y que esa primavera no viene de ella misma, no es para ella: Viene del Espíritu del Señor y es para servir a este pueblo.

Si el Espíritu quiere soplar en Cuba es para que los cubanos sean servidos y alentados por la comunidad de los seguidores de Cristo. La Iglesia no puede ensimismarse en su propio crecimiento mientras la comunidad humana de la que forma parte necesita de su aliento, de su palabra, de sus obras, de la Verdad y la Justicia que vive y anuncia.

En este sentido es bueno recordar, y poner en práctica aquel estremecedor mensaje del Santo Padre en la Plaza José Martí cuando dijo:

«La Iglesia al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del reino de Dios (Mt. 6,33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia». (Homilía No. 5)

El contenido de la misión que el Señor anuncia en la sinagoga no se refiere sólo a los ritos y ceremonias religiosas. Va dirigido a todos los que sufren, los que no ven claro, los que necesitan un sentido y un proyecto para su vida. La Iglesia debe acudir en su auxilio, debe caminar con ellos. Para eso necesita espacios de oración, acción y comunicación. Ella se preocupa por tener mayores grados de libertad religiosa que es más que libertad de culto. La libertad de culto es un servicio para que los hombres puedan acceder a los servicios religiosos de la Iglesia y que ésta pueda brindárselos. Pero la libertad religiosa es más amplia: es un espacio para que la Iglesia pueda acceder a la vida pública con su servicio profético y caritativo y que los hombres de buena voluntad puedan crecer en humanidad.

2. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Jesús les dijo: «Hoy se cumplen estas escrituras que acaban de oír». (Lc. 4,21)

Así pasa también hoy. Los ojos de este pueblo cubano están puestos sobre la Iglesia, sobre lo que dice y sobre lo que hace. Nada que haga la Iglesia en Cuba, sobre todo después de la visita del Papa, pasa inadvertido ante los ojos de los cubanos ni pasa inadvertido ante los ojos del mundo. Y eso es una gran responsabilidad. El mundo se ha ido abriendo a Cuba y mira a su pueblo y a su Iglesia para ver como responderá a las actuales circunstancias con un protagonismo sereno, responsable y eficaz. «No tengan miedo de los riesgos que puedan acompañar esta opción de seguir al Señor con renovado fervor y audacia» -nos ha dicho el Santo Padre en su último mensaje del 22 de Enero pasado. Hoy podemos decir nosotros que el riesgo y la cruz son inherentes a la vivencia del cristianismo. Así pues debemos asumirlos y vivirlos en serena fidelidad.

Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Los ojos de los que sufren están puesto sobre la Iglesia y ella debe consolarlos.

Los ojos de los que esperan están puestos sobre la Iglesia y ella debe alimentar esa esperanza con obras de justicia y caridad.

Los ojos de los que no ven claro están puestos sobre la Iglesia y ella debe darles la luz con humildad y transparencia.

Los ojos de los que no tienen un proyecto de vida coherente están puestos sobre la Iglesia y ella debe mostrarles un camino y un sentido.

Los ojos de los que sufren la injusticia están puestos sobre la Iglesia y ella debe promover la justicia y la paz.

Esta es la esencia del magisterio del Santo Padre en Cuba. Es lo que él mismo llamó Evangelio social y constituye un programa de vida. Le toca a la Iglesia en Cuba y a todos los cubanos de buena voluntad hacer que esa visita, que es mucho más que eso, que es un tiempo de gracia, que es un don de Dios, que es un respiro para el espíritu de todos los cubanos, tenga una continuidad a la altura de la cultura, la hidalguía y la fe religiosa de esta noble nación.

El magisterio del Santo Padre ha rebasado las expectativas sanas de la inmensa mayoría de los cubanos. Se han distribuido decenas de miles de textos con sus discursos y mensajes y todavía no son suficientes porque la gente los pide con insistencia. Les pido una única cosa, pudiera decir mi deseo de despedida: Sigan estudiando, asumiendo y poniendo en práctica el magisterio de Juan Pablo II en Cuba. Debemos hacernos eco de todos los aspectos del magisterio pontificio del Santo Padre y no sólo cuando encontremos puntos de contacto sobre un interés común. El Evangelio no coincide siempre con los intereses de este mundo y hay que anunciarlo de forma íntegra y coherente.

El profetismo cristiano no siempre encuentra consenso en la mentalidad de los hombres y de los pueblos, pero la predicación íntegra del Evangelio es un deber inherente a la misión y a la razón de ser de la Iglesia. Estoy seguro que esa visita no quedará encerrada en un paréntesis porque el espíritu humano y la conciencia de los pueblos no pueden ser contenidas en ese tipo de signos. Se requiere tiempo y perseverancia para hacer la evaluación, pero tengo la certeza de que «el paréntesis» de la Visita Papal, ni se abrió ni se cerrará.

Lo que se abrió fue una nueva época, una puerta, un espacio en el corazón y la vida de este pueblo. Y eso no puede contenerse entre signos de puntuación que señalen cortapisas y retrocesos en el alma de una nación. Si algunos signos pudieran dar señales equívocas en este sentido, estoy seguro que no corresponden al espíritu y la expectativa de este pueblo que recibió con corazón abierto y alma erguida al Vicario de Cristo.

3. «Lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso». (Salmo 88).

Esa es la oración del salmo que hemos escuchado hoy. Es también mi oración para esta Iglesia que peregrina en Cuba y especialmente para esta entrañable y pujante Iglesia de Pinar del Río.

Ustedes son los ungidos del Señor, desde el Obispo hasta el último bautizado, han sido consagrados por el aceite de la Gracia de Dios para ser enviados a cumplir esa difícil y entusiasmante misión redentora. Que nadie eche esa gracia, que ha sobreabundado en esta diócesis, en saco roto.

En efecto, la Iglesia en Pinar del Río ha recibido del Señor muchos dones y carismas. Debe ponerlos al servicio de todo el pueblo cubano. Así lo expresaba el Sr. Cardenal Jaime Ortega al visitar por primera vez esta Ciudad luego de su investidura: Pinar del Río es una reserva moral de la nación. Lo ha expresado también, de manera muy afectuosa, el Santo Padre en lo que fue su primer mensaje y bendición al pueblo cubano durante el sobrevuelo a esta Provincia:

«...antes de llegar a La Habana para iniciar mi viaje apostólico a Cuba, me complace dirigir un cordial saludo a los hijos e hijas de esa región occidental de la Nación, cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores espirituales que les han distinguido y que están llamados a conservar y transmitir a las generaciones futuras para el bien y el progreso de la Patria».

Esto es un reconocimiento del Vicario de Cristo a las obras de justicia y caridad que ustedes han desarrollado a lo largo de muchos decenios en lo que constituye una rica tradición eclesial y misionera. Esas son las riquezas espirituales que evoca la belleza de la naturaleza incomparablemente exuberante y verde, como para decirnos que por aquí anda un caudal de esperanza de este pueblo cubano. En esa tradición se enmarca el papel preponderante de un laicado muy consciente de su vocación y misión aunque sea reducido en número y posibilidades de acción. En esa tradición se enmarcan las misiones populares que en otro tiempo hacían hombro a hombro, sacerdotes, religiosos y seglares por los campos y poblados de esta diócesis.

Hoy se realizan con nuevo vigor y audacia no sólo en una vasta área geográfica, casa por casa, sino también dentro de esa otra vasta extensión de los ambientes sociales en los que comienzan a verse los primeros frutos de presencia y animación personalizadora y evangelizadora. En esa tradición se injerta también el servicio de una formación integral que trata de abarcar todos los aspectos de la vida humana, y que busca abrir las conciencias para la libertad y la responsabilidad. En esa tradición se deben entender también las publicaciones católicas que no olvidan la dimensión social de la fe y la dimensión religiosa de la vida pública en síntesis inseparable, y que sólo desea servir mejor a la nación.

Esa riqueza, que como dice el Papa «les ha distinguido» constituye precisamente su gran responsabilidad como parte de la Iglesia de Cuba: ese grave deber tiene dos vertientes: «conservarlo» para que no se agote esa reserva moral, y «transmitirlo... para el bien y el progreso de la Patria».

Al concluir mi misión al servicio de Cuba y de su amada Iglesia quisiera agradecer todo lo que esta Iglesia diocesana me ha enseñado:

- Agradezco la fe encarnada y profética que los impulsa a estar siempre atentos a las necesidades del pueblo del que forman parte.

- Agradezco el estilo sencillo, acogedor y participativo con el que viven la comunión y la misión de la Iglesia.

- Agradezco la capacidad de sacerdotes y religiosas para inculturar su compromiso sin perder su identidad. ¡Qué equilibrios he aprendido de ustedes!

- Agradezco la madurez del laicado, su valentía y fortaleza sin límites. Creo que ustedes son la garantía de la presencia y el aporte de la Iglesia en el futuro de Cuba. Confío en su competencia, madurez cívica y espíritu de sacrificio.

- Agradezco la mística que sostiene sus proyectos y que consiste en creer en la fuerza de lo pequeño y en la gradualidad del camino, siempre confiados en la Providencia amorosa del Padre nuestro que nos ama.

- Agradezco el sentido de apertura y servicio en distintos ambientes sociales, especialmente el dedicado al intercambio con el mundo de la cultura.

- Agradezco la autenticidad de su compromiso y la forma serena y valiente con que han vivido la cruz y renacido cada mañana a la esperanza.

- Agradezco a las Autoridades que me han acogido durante momentos muy especiales de la historia de esta Nación y sobre todo han comprendido cuál es la misión de un Nuncio del Vicario de Cristo.

- Agradezco al pueblo noble y sencillo que no viene a la Iglesia, pero que tiene a Cristo en su corazón a pesar de todo, a ese pueblo que salió a las plazas y a las calles para aclamar al Sucesor de San Pedro como si fuera su padre según la sangre. No podré olvidar el brillo en los ojos de los cubanos cuando pasaba el Papa. Ese brillo habla de la abundancia del corazón. Lo que vi en los ojos de los cubanos en aquellos cinco días me habla con mucha esperanza del futuro de este pueblo. Tendrá que ser así: un futuro noble, cordial, libre, pacífico, fraterno.

- Agradezco, muy especialmente, la acogida cariñosa de todos los pinareños a cuantos visitantes han tenido la suerte de venir a estas tierras bendecidas por Dios. Yo no me considero uno de ellos porque hace mucho tiempo no me siento como visitante sino como hermano de vuestro obispo y como un caminante más en el peregrinar de esta Iglesia.

Deseo terminar con las mismas palabras del Papa para esta Diócesis, aquel memorable 21 de Enero. Este es mi deseo, mi encargo y mi plegaria:

«Evocando la fiel entrega de los católicos, que en torno a su obispo son imagen viva de la Iglesia, les animo a perseverar en su opción de fe, su esperanza viva y su caridad solícita»

A la Virgen de la Caridad y el Santo Patrono San Rosendo les encomiendo esta última súplica y todo el futuro de los pinareños.

Que Dios bendiga a Pinar del Río.

Que Dios bendiga a Cuba.

Muchas Gracias.