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marzo-abril. año V. No. 30. 1999 |
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RELIGIÓN |
LA RECONCILIACIÓN
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Nota de la redacción: En el último año de preparación para la celebración del Jubileo con el que conmemoramos los 2000 años del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia centra su reflexión y su oración en la persona de Dios Padre y en el tema de la reconciliación. Sobre este último tema el Comité Nacional del Gran Jubileo ha elaborado la reflexión que ofrecemos a continuación a los lectores de Vitral. 1. Fundamentos bíblicos (estas lecturas y otras pudieran servir de referencia para las Celebraciones de la Palabra, retiros, etc.)
Lucas 15,11-32- Parábola del hijo pródigo. Esta es la lectura central de este tipo de Cuaresma y del tema de la reconciliación. Ha sido ampliamente reflexionada por el Papa en su Encíclica «Dives in misericordia» que recomendamos para iluminar la reflexión de esta lectura. Todos somos en algún momento, hijos pródigos, y en otros «hermanos mayores» que no comprenden la fiesta de la reconciliación. La confianza en la misericordia del Padre, en su generoso perdón, en su actitud de salir al encuentro, en la mirada puesta en el hijo perdido que ha sido hallado, en la alegría del reencuentro, en la concepción de la reconciliación como un regreso a la vida, como una resurrección anticipada y de algún modo sacramental de la resurrección definitiva y plena junto al Padre, son actitudes que debemos cultivar en el proceso de conversión y reconciliación, nunca acabado mientras dure nuestro peregrinar por este mundo. Contemplar el corazón del Padre y contemplar también la trayectoria del hijo pródigo: -poner sus intereses por encima y primero que todo: «Dame lo que me toca» -confundir el libertinaje y los placeres con la buena vida -el hastío de los excesos -la prueba de la pobreza material y la miseria moral -el erguirse de esa miseria hasta el anhelo de la casa del Padre -el no dejarse vencer por el desaliento o la baja autoestima producto del pecado -el unir la acción al propósito: «Volveré a la casa de mi Padre» -la humildad del planteamiento de la reconciliación: «no merezco» junto a la esperanza de ser recibido. En el presente de Cuba, frente al individualismo creciente, el ansia de consumismo y hedonismo por defecto de bienes materiales y por entrada de dinero fácil de las remesas, la pobreza material y la llamada pérdida de valores que más que eso es también vacío existencial, falta de proyecto de vida, falta de protagonismo personal, despersonalización... las actitudes de conversión y su fruto consecuente: la reconciliación no sólo es una necesidad que todos los cubanos experimentamos de diferentes formas, sino un reto para la Iglesia y la Nación. Un desafío para la Iglesia porque a ella se le ha encargado «el misterio de la reconciliación» y debe servir a este pueblo desde esa perspectiva. Un reto para la Nación porque no habrá futuro en paz y difícilmente se podrá reconstruir moral y materialmente este País sin un proceso de reconciliación nacional.
Mateo 5, 23-26- Deja tu ofrenda ante el altar... Esta lectura nos recuerda el vínculo de autenticidad y coherencia entre la vida sacramental, el culto cristiano y la reconciliación, que es presentada sin duda alguna como prioritaria en esta lectura: «deja tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano». En Cuba, debemos reflexionar si estamos priorizando el culto desencarnado y aquietante por encima del servicio, caritativo y profético, de la reconciliación en el seno de las familias, los trabajos, las iglesias, la sociedad. El sacramento es signo visible de ese proceso de regreso a Dios. Que el signo no se convierta en la única realidad desarraigada de los procesos personales y sociales de reconciliación con su propia conciencia luego de tanta doblez; de reconciliación con los demás luego de tanta división, segregación y discriminación por motivos ideológicos, políticos, y ahora económicos y raciales; de reconciliación con la Iglesia y el País después de tanto miedo.
Romanos 5,6-11- Fuimos reconciliados con Dios por la sangre de su Hijo... La persona de Jesucristo, es presentada en esta lectura como sujeto y centro, motivación y fuente de toda reconciliación. En fin, no podemos recorrer el proceso de reconciliación si antes no hubiéramos sido reconciliados por la «sangre del Cordero». No hay reconciliación auténtica y duradera si no tiene su fuente, consciente o ignota, en la encarnación del Verbo para «derribar el muro», para hacer las paces entre Dios y los hombres, para reconstruir lo caído de la naturaleza humana y rehacer la dignidad suprema del hombre como hijo de Dios. La cruz es parte inseparable del proceso de reconciliación. Es falsa la reconciliación aparentemente aséptica, algo tiene que morir en cada uno de nosotros, la «Kenosis» es presupuesto de la Resurrección con la muerte al egoísmo es camino de la reconciliación.
2 Corintios 5,11-21- Me encargó el ministerio de la reconciliación... La Iglesia, y en ella, cada cristiano, ha recibido el encargo de la reconciliación. Luego, una concepción eclesial propia del Concilio Vaticano II ensancha los horizontes y los agentes del proceso de reconciliación, sin restringirlo al ministerio ordenado y sacramental de la confesión, hasta reconocer como derecho y deber de todo fiel cristiano, el ser «ministro» no ordenado pero sí llamado y consagrado por los sacramentos del bautismo y la confirmación, para ejercer ese «sacerdocio común de los fieles», ese servicio o ministerio de la reconciliación en medio de los más diversos ambientes del mundo: los padres y sus hijos, son ministros de reconciliación de su familia, los obreros y directivos de su fábrica, los políticos y ciudadanos de su país, los vecinos de su barrio, etc. En Cuba este servicio de reconciliación coloca a la Iglesia, pastores y fieles, en medio de los conflictos familiares, sociales, laborales, nacionales, internacionales... no como observadora, ni por encima de esas realidades, sino como «facilitadora», animadora de procesos interpersonales, familiares, laborales, nacionales, internacionales, de reconciliación. 2. Elementos teológicos
El Padre: Fundamento de la reconciliación. El primer fundamento teológico para la actitud, los procesos y el sacramento de la reconciliación es precisamente la primera persona de la Santísima Trinidad: El Padre. Este año de preparación para el Jubileo del 2000 está justamente dedicado a contemplar y adorar la persona del Padre. Reconocer a Dios como Padre de todos los hombres es el fundamento más profundo y definitorio de la necesidad de reconciliación entre todos los hombres, precisamente por ser hijos de un mismo padre, por tanto hermanos con iguales derechos y dignidad. En la reconciliación con el Padre no es tan importante intentar demostrar la divinidad de Dios, sino «saborear» su presencia, «sentirlo» como Padre y como «compañero» de camino. La base está en pasar del temor a la confianza, entrar en una relación verdaderamente filial, pasar del miedo al amor, de la angustia a la serenidad. La reconciliación que se basa en fundamentos estrictamente sociológicos o políticos o generacionales, o por necesidades circunstanciales, aún cuando se argumente el bien de la familia, el bien común de la nación, la paz entre los pueblos... es precaria y provisoria. Estas son razones válidas pero frágiles. Es necesario reconocer y cultivar estas «razones» humanas y sociales para fomentar procesos de reconciliación, pero, con frecuencia, no bastan estas razones para cambiar, convertir, el corazón de los hombres. La ambigüedad de estas razones temporales lleva muchas veces a considerar la reconciliación como un proceso estratégico para alcanzar ciertos fines o evitar males mayores. Cuando no existe un fundamento más sólido, estos procesos pueden caer por su propio peso, derrumbándose desde dentro. Reconocer la igualdad y dignidad de todos los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, llamados a ser sus hijos y, por tanto, con vocación universal de fraternidad es el más radical y sólido fundamento de la necesidad de reconciliación entre toda la familia humana.
Jesucristo: El Camino de la reconciliación. «Nadie va al Padre si no es por mí» - dice Jesús a sus discípulos. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14, 5-14) Esta lectura del Evangelio de San Juan explica la teología de Jesucristo como camino hacia el Padre, lo que significa, camino de reconciliación entre Dios y los hombres; entre los hombres mismos y de éstos con toda la creación del Padre. Jesucristo es camino de reconciliación porque toda su vida nos señala, con palabras, gestos y actitudes, cuál es el camino, el estilo, las vías más justas y humanas de la reconciliación. Por tanto, es necesario pensar como Jesús amó, perdonar como Jesús perdonó... o mejor, como Él mismo lo haría en el lugar y el momento en que estemos. No es sólo hacer los caminos de la reconciliación en cada ambiente, sino hacerlos al estilo, la forma y el contenido de Jesucristo, el único y primer reconciliador, por ser el «Hijo Único del Padre» y el «primogénito de toda criatura».
El Espíritu Santo: La Gracia de la Reconciliación. «No los dejaré huérfanos... en adelante el Espíritu Santo Intérprete, que el Padre les enviará en mi Nombre, les va a enseñar todas las cosas...» (Jn. 14, 16-26) Estas palabras de Jesús nos muestran que es el Espíritu Santo quien nos enseñará todas las cosas... también la reconciliación. «Enseñar» desde el punto de vista bíblico es «aprender a vivir» y no sólo comprensión intelectual. Por eso el Espíritu Santo es la Gracia de la reconciliación, es decir, la vida misma del proceso de reencuentro de los hombres consigo mismo y con Dios. Dador de vida y Creador del Cosmos, el Espíritu del Amor de Dios, es la fuente y el alma de todo proceso de reconciliación. Desde el «Principio» el Espíritu convirtió el desorden del caos sin forma ni concierto en la armonía integrada y expansiva del cosmos humanizado. En la Torre de Babel, proyecto de los hombres para tomar el cielo por asalto sin contar con Dios, quedó demostrado que las lenguas se confunden, los instrumentos dividen a los hombres y la obra se empantana en el caos desalmado debido a la ausencia del Espíritu de la Verdad. No hay reconciliación sin verdad. En Pentecostés la iniciativa fue de Dios y la diversidad encontró la reconciliación de las diferentes lenguas y culturas en el lenguaje cósmico del amor: comenzaba la obra reconciliadora de la Iglesia.
La Iglesia: el servicio de la reconciliación. La Iglesia, cuerpo de Cristo, «es sacramento universal de salvación» según la definición del Concilio Vaticano II. En virtud de la Palabra de su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, ella ha recibido esta gracia que es a la vez misión: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados Dios se los perdonará». (Jn. 20, 22) Por tanto, la Iglesia no sólo administra los sacramentos que reconcilian y «religan» al hombre con Dios, sino que ella misma es, por el testimonio de su vida y su misión, el sacramento universal de la reconciliación del género humano con su Creador por la sangre derramada por su Hijo y con la fuerza y el Don del Espíritu del Amor. Ese servicio-ministerio de la reconciliación no es una tarea accesoria en la vida de la Iglesia, o uno de los aspectos de su misión, sino que es la esencia, el fin, y el sentido de su existencia: «reconciliar en Cristo todas las cosas, en la tierra y en el cielo», de modo que la creación entera y el hombre total puedan regresar a la gracia y la paz «que Dios les tenía destinado desde el principio». Por eso la Iglesia no sólo reconcilia sacramental y puntualmente a los pecadores con Dios y con los hermanos, sino que debe ser un ámbito permanente de reencuentro con Dios, de reencuentro de los hombres y las culturas entre sí en fraternidad y paz. La Iglesia debe ser un espacio permanente y dinámico que favorezca y facilite la reconciliación de las personas consigo mismas, con el prójimo y con Dios. ¿Son así nuestras comunidades, nuestros movimientos y comisiones, nuestras obras caritativas y sociales?
María: la madre de la reconciliación. No podemos olvidar en la teología de la reconciliación, el papel y la misión de la Madre de Cristo. Ella es la madre del Señor de la reconciliación. En sus entrañas se hizo hombre aquel que nació y vivió para restaurar el «puente» entre Dios y los hombres. María fue la «primera reconciliada» porque ella recibió por adelantado, en virtud de su maternidad divina la gracia única y especial de la inmaculada concepción, de modo que desde el primer momento experimentó en sí misma el don de la reconciliación que el «fruto bendito de su vientre» vendría a conceder a todo hombre de buena voluntad. Además de ser la primera reconciliada, la Virgen María intercede por nosotros ante su Hijo, único mediador, para que quienes se acercan con sincero corazón al trono de la Gracia, encuentren al Padre de las Luces. Ella es la Estrella de la mañana que anuncia el nuevo día en el que, caído el muro que nos divide, podamos restablecer la fraternidad y la filiación divina del Principio. 3. Presupuestos antropológicos. La reconciliación no es sólo Gracia de Dios sino ejercicio de la libertad del hombre. Por tanto el proceso de la reconciliación tiene una dimensión antropológica que no debemos olvidar pues es uno de los presupuestos sin el cual la gracia de Dios caería «en saco roto». Consideremos algunos de los elementos antropológicos que pueden constituir la respuesta libre y responsable de la persona humana ante la incesante llamada de Dios, nuestro Padre, para que regresemos a su seno de amor, paternal, filial y fraternal.
No hay reconciliación sin humanización. Somos hombres y mujeres pero aún no somos del todo humanos, plenamente personas. Este proceso de personalización no se nos da desde el principio, es tarea de toda la vida, en la medida que nos abrimos al amor nos vamos humanizando, somos capaces de reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. La primera condición para este proceso de humanización es aceptarnos «dentro de nuestro pellejo», es decir, asumir que somos pecadores y limitados. La segunda condición es sentir «con entrañas de misericordia». El otro es frágil, limitado y pecador como yo, por eso debemos ponernos en su lugar, comprenderlo, perdonarlo y amarlo. Nos falta ternura con nosotros mismos y con los demás. La tercera condición para humanizarnos es la donación gratuita. La gratuidad es característica de la vida trinitaria de Dios y es camino seguro para la reconciliación.
Verdad-conciencia recta y transparencia. El primer presupuesto antropológico de la reconciliación es la verdad. La verdad sobre uno mismo sin la cual no puede haber conversión ni restauración de la gracia, ni puede emprenderse una vida que no reconozca primero los fallos, limitaciones y pecados. La verdad sobre Dios sin la cual no podemos acceder a su contemplación y a su seguimiento. La verdad sobre la Iglesia sin la cual no podremos servirnos del ministerio de la reconciliación que le ha sido confiado por su Fundador. Conocer la verdad que nos hace libres para responder a la vocación de hijo de Dios y, por tanto, entrar en el proceso de reencuentro con el Padre a través de su Hijo es educar, formar nuestra conciencia en la rectitud y la transparencia. Tener una conciencia recta es no engañarse a uno mismo y reconocer con probidad lo que somos y lo que no somos. Tener una conciencia transparente es tratar de dejar pasar sin estorbos la Gracia de Dios y Luces del Espíritu de modo que podamos expresar con la vida y las obras nuestro camino de reconciliación.
Voluntad - reconciliarse es una decisión. Sabemos que «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» pero no basta esa llamada, esa vocación, venida de Dios, es necesario que cada hombre y mujer tomemos la decisión de emprender «el camino de regreso a la Casa del Padre: Sí, me levantaré, volveré junto a mi Padre» dijo el Hijo pródigo y en ese mismo momento comenzó el proceso de su reconciliación. La voluntad es condición para la reconciliación puesto que Dios ha querido respetar nuestra libertad fundamental.
Humildad: con los pies bien puestos en la tierra. El proceso de reconciliación exige de cada uno de nosotros una actitud de humildad que no es más que reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Desde la arrogancia nadie se reconcilia. Humildad viene de «humus» que significa «tierra» es decir, hay que poner pie en tierra y reconocer nuestro barro, «nuestras tierritas», de modo que con sencillez de espíritu nos hagamos pequeños, necesitados de salvación: «Padre, no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Además, cada uno de nosotros debe hacerse una ofrenda propicia para la reconciliación, somos víctimas vivas para propiciar la reconciliación mediante el olvido, no sólo de las ofensas recibidas, sino con el olvido de sí mismos para entregarnos, para que los demás pasen «sobre nosotros» y encuentren la paz.
Perdón: Magnanimidad, misericordia. No hay reconciliación sin perdón. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» -decimos en el Padrenuestro. El perdón no pertenece al ámbito de la justicia sino al de la misericordia. Es decir, que el camino de la reconciliación pasa por la magnanimidad -es decir: la grandeza de alma que permite pasar por encima de las miserias humanas y las manquedades de la justicia para priorizar la condición de hermanos.
No-violencia activa: constructores de paz. Buscar la reconciliación no es quedarse pasivamente esperando el perdón o esperando el regreso del que lo solicita: la reconciliación está hecha de gestos, obras, actitudes coherentes de rechazo a la violencia y de edificación de un ambiente de paz que propicie el reencuentro. La recurrente tentación a la violencia para «ajustar cuentas» antes de reconciliarnos debe ser superada a fuerza de obras de paz, de gestos de cercanía, de un actuar construyendo puentes de paz.
Conversión-Cambio de visión. Pero sobre todo lo anterior, el primer presupuesto de la dimensión antropológica de la reconciliación es la conversión en cuyo proceso se unen en estrecha comunión de amor la Gracia de Dios y la voluntad del hombre. La conversión es un presupuesto de la reconciliación porque supone un cambio de visión sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el mundo, sobre la historia, sobre Dios. No sólo hay que cambiar la manera de pensar, de sentir, de actuar... se requiere cambiar también y sobre todo la «visión» que uno tiene sobre la propia realidad y sobre la realidad del mundo y sobre la vida de Dios. Sin esta condición el proceso de reconciliación puede tener serios reveses y puede llegar incluso a revertirse totalmente hacia un estadío peor que el de partida. 4. Sujetos y destinatarios de la reconciliación. La reconciliación tiene una característica muy especial por cuanto los sujetos que la pueden protagonizar son, al mismo tiempo, destinatarios de ese proceso. Sólo Dios es fuente y sujeto por excelencia de reconciliación. Él no necesita recibirla, pero todos los demás: cada persona (en sí misma y en su relación con los demás), la Iglesia, la sociedad, la creación, somos a la vez protagonistas y beneficiarios de la reconciliación. Existe la tentación de separar la reconciliación consigo mismo, con los demás, con la naturaleza, en el seno de la sociedad o en el seno de la Iglesia, con la reconciliación con Dios. Este es un error muy antiguo en la historia de la humanidad. Pero en el cristianismo no debe ser así. Por el misterio de la encarnación de su Hijo, Dios estableció una «nueva religión» en la que «cada vez que le hayan hecho algo de eso a uno de esos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo han hecho» dice el Señor Jesucristo en el Evangelio de San Mateo capítulo 25, 31-46. De modo que la reconciliación cristiana pasa por el hermano a quien vemos para llegar a Dios a quien no vemos. No hay verdadera reconciliación con Dios sin reconciliación con el hermano, consigo mismo, con la naturaleza... «Si al presentar tu ofrenda ante el altar... En este sentido también el mundo material, la naturaleza y la creación del hombre debe pasar por un proceso de humanización para poder ser integrado en la reconciliación con la persona y su entorno, de lo contrario el mismo ser humano sería el primero en sufrir las consecuencias de la destrucción biológica y el desequilibrio ecológico. A través de la naturaleza el hombre llega al Creador y lo reconoce. Es más, por voluntad divina, la reconciliación cristiana con Dios se realiza no sólo «a través» de los demás -como meros intermediarios- o a través de la naturaleza, sino que verdaderamente ocurre «en» los demás, porque cada hombre es «imagen de Dios» y «templo del Espíritu Santo». En esto se diferencia la filantropía humana, que sirve de «prueba» para «ganarse» la «benevolencia de Dios», y la caridad cristiana en la que la reconciliación con cada persona es ya en sí misma reconciliación con Dios que mora en ella y la hace digna y merecedora por sí misma de respeto, perdón y amor. Esta es la esencia que distingue al cristianismo de las demás religiones. Por eso debemos cuidar hasta el lenguaje con el que presentamos el mensaje de la reconciliación para no hacer falsas dicotomías entre la reconciliación con uno mismo, con la naturaleza y con los demás, y lo que mal llamamos por separado «reconciliación con Dios». No se trata de un panteísmo que confunda a Dios, el único ser en sí mismo, con su creación (hombre y naturaleza) se trata de seguir el camino de la encarnación y la redención del género humano y de todo lo creado en cuya culminación reina Jesucristo que en sí mismo -Dios y hombre verdadero- haya reconciliado todas las cosas del cielo y de la tierra, para acabar desde su raíz la dicotomía entre lo humano y lo divino, lo profano y lo sagrado, lo terrestre y lo celestial. 5. La reconciliación es la misión de la Iglesia. El servicio de la reconciliación tiene, como la misión evangelizadora de la Iglesia, tres dimensiones: cultual, profética y caritativa. El culto: En el culto ofrecemos a Dios la ofrenda de la reconciliación con los hermanos. Esto da sentido y contenido a la Eucaristía como Mesa de fraternidad y a toda la liturgia que solamente cuando va precedida por el perdón y la misericordia es verdaderamente «el culto agradable a Dios: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias». Por el culto todos somos de algún modo Pontífices entre Dios y los hombres. Todos somos pontífices de reconciliación: hacedores de puentes y facilitadores de relaciones. El Sacramento de la reconciliación realiza de manera significativa y preeminente todo el proceso de reconciliación que está de diversas formas expresado y celebrado en todo el culto cristiano pero que no se agota en él. El profetismo: Todo el proceso de reconciliación desde la inspiración cristiana supone una dimensión profética que anuncia la verdad y proclama el mensaje de reconciliación y unidad de todo el género humano al mismo tiempo que denuncia el pecado que hay en el hombre y en el mundo. -desmitificar los falsos mesianismos. -las injusticias que son causa que impiden el ejercicio de la voluntad de reconciliación -las faltas de libertad que impiden el ejercicio de la voluntad de reconciliación. -las faltas de responsabilidad que impiden responder a las invitaciones de reconciliación. -los pecados estructurales que son ámbitos de violencia y división. La caridad: la tercera dimensión de la misión evangelizadora de la Iglesia es precisamente la caridad de Cristo que nos urge. Este servicio caritativo legitima y da sentido último a la reconciliación: Es porque nos amamos y amamos a los demás por encima de toda miseria humana que tenemos voluntad y vocación a la reconciliación. Es sobre todo porque hemos conocido que Dios nos ama. Este servicio de la caridad reconciliadora se manifiesta en: -la promoción de la persona: capacitarla para la reconciliación. -un servicio de discernimiento ético para encontrar las opciones que más se acerquen al Plan de Dios. -un servicio de mediación familiar. -un servicio de mediación social y fomento de comunidades. -un servicio de mediación política: nacional e internacional. -un servicio sacramental de reconciliación. -un servicio ecuménico. 6. Semillas, servicios o «sacramentos» de reconciliación. Por último debemos recordar que los servicios concretos de la reconciliación no se reducen al sacramento o al perdón puntual y aislado sino que responden a: -El fomento de actitudes de reconciliación, el cultivo de las virtudes que la favorecen y la educación para la libertad y el perdón. -La realización de Actos de reconciliación: personales, familiares, eclesiales, sociales, estructurales o políticos. -Las Celebraciones de reconciliación: familiares, eclesiales, sociales, estructurales y políticas. Todo ser humano necesita estas tres dimensiones en la vivencia de sus virtudes: una interior y subjetiva como es el cultivo de actitudes, otra exterior y objetiva como son los actos de reconciliación, otra comunitaria y festiva como son las celebraciones que festejan en la alegría del grupo lo que se vive en la intimidad del alma y en los actos que la expresan. Durante este año de preparación para el Jubileo debemos planificar en nuestras comunidades reflexiones, retiros, estudios, actividades... que tengan en cuenta la promoción de estas tres expresiones del camino de reconciliación: la subjetiva y personal, la objetiva y testimonial, la celebrativa y comunitaria. El camino del Año Santo que conduce a la conversión del corazón, a los actos de reconciliación personales y sociales y a las celebraciones civiles y litúrgicas que abren de par en par las puertas de la gracia divina conduce a los brazos del Padre que nos acoge con entrañas de misericordia y nos concede la paz: este es el camino de la reconciliación. Dejémonos conducir en Cuba por esta llamada de «los signos de los tiempos» y escuchemos en el hondón del alma cubana la exhortación de Pablo: «En Nombre de Cristo les suplicamos; déjense reconciliar con Dios» (II Cor. 5,20).
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