Queridos hermanas y hermanos:
La memoria litúrgica de San Bernabé nos hace recordar a la comunidad cristiana de Antioquia de Siria. Tras la muerte de Esteban, el primero de nuestros mártires, los cristianos de Jerusalén llegan a Antioquia, la tercera ciudad del imperio romano de aquella época, donde Bernabé tiene un papel directivo, siendo algo así como un delegado de la comunidad de Jerusalén. Bernabé es también quien acompañó a San Pablo en su primer viaje misionero. De tal forma prospera esta comunidad que llegó a convertirse en punto importante de vivencia y difusión del cristianismo. Señal de ello es la denominación de cristianos, nacida aquí quizás por la importancia que cobra el cristianismo en aquel ambiente.
El pasaje del Evangelio proclamado nos recuerda las instrucciones básicas dadas por el Señor a los discípulos al enviarlos a anunciar el Evangelio. Han de ir con plena y absoluta disponibilidad sin nada que entorpezca su tarea.
Así pues la Sagrada Escritura hoy nos habla de misión, de envío, de expansión de comunidades cristianas. No extraña esto pues recordamos y agradecemos el testimonio de un Apóstol del Evangelio de Jesucristo.
Como afirmara el Papa Juan Pablo II, de gratísima memoria, Cristo Crucificado y Resucitado para la salvación de los hombres es “el centro vivo del anuncio del Evangelio... De Cristo, corazón del Evangelio, arrancan todas las demás verdades de la fe y se irradia también la esperanza para todos los seres humanos” (Pastores Gregis 27)
Nunca debemos cansarnos de hablar de Jesucristo. Él es la suprema razón de la historia humana y de nuestro destino, Él es el Hijo de Dios y de la Virgen María. Mi anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por siempre.
Y, como dijeran los obispos cubanos en septiembre de 2003, la Iglesia debe predicar a Jesucristo “propiciando que los hombres se encuentren con Él para que participen de su vida nueva y lleguen a la salvación. Esta vida nueva nace del amor de Dios que Cristo pone en el corazón de los cristianos, quienes así podrán comprometerse en la llegada del Reino de Dios” (Obispos cubanos, La presencia social de la Iglesia, 23) .
Toda la Iglesia está llamada a anunciar el Reino de Dios, que es inseparable de Cristo, y a ser signo de la presencia del Reino de Dios. Toda la Iglesia está llamada a estar al servicio del Reino de Dios. Como también dijeran los obispos cubanos en enero de 2000: “Impulsados por la fuerza del Espíritu de Jesús, estamos consagrados personal y comunitariamente y somos enviados a nuestro pueblo cubano, para contribuir a llevar el Reino a su plenitud. Nosotros debemos ser aquí y ahora los ojos de Jesús, los oídos y las manos de Jesús. Nuestros pies deben ser los pies de Jesús. Nuestros corazones, unidos al único Corazón de Jesús, impulsan nuestros pies para evangelizar y nuestras manos parta construir; para socorrer al necesitado, para visitar al enfermo y al preso, para dar esperanza al que vive en la desesperanza, para acompañar al que se siente solo. Juntos estamos llamados a proclamar que Cristo da sentido a nuestra historia... que con la mirada fija en Él, aunque a veces sintamos que nos hundimos en aguas turbulentas como Pedro (cfr. Mt 14,30), sepamos que el Señor está aquí conduciendo la historia hacia su realización plena y obedientes a su Palabra echemos las redes y lo reconozcamos en el Ministerio Pastoral y en la fracción del pan (cfr. Jn 21,1-14)” (Obispos católicos de Cuba, Un cielo nuevo y una tierra nueva, 45) .
Con estos sentimientos, al comenzar hoy mi servicio pastoral en esta Diócesis y en esta provincia matanceras, saludo al Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Luigi Bonazzi; su presencia nos hace más cercana la persona del Santo Padre Benedicto XVI; a nuestro Arzobispo, el Sr. Cardenal Jaime Ortega y Alamino, a quien agradezco sus cariñosas palabras, a los demás Obispos y en especial al querido Mons. José Siro González Bacallao, Obispo de Pinar del Río, a los pinareños, habaneros y cienfuegueros, que han hecho un gran esfuerzo por venir, a los miembros de otras Iglesias y denominaciones cristianas y de asociaciones fraternales y a las autoridades civiles Y saludo a mis ya queridos matanceras y matanceros que hoy están estrenando Obispo.
De la mano de Dios comienzo hoy mi servicio pastoral al frente de esta Diócesis. No puedo dejar de recordar a los Obispos que me han precedido en ella desde su erección por San Pío X en 1912 . Recuerdo de manera especial a nuestro tercer Obispo, Mons. Alberto Martín Villaverde. Siendo yo un adolescente que militaba (así se decía) en la Juventud Estudiantil Católica oía hablar de sus actitudes pastorales y cívicas. Recuerdo su hermoso y apasionado discurso sobre el amor cristiano y la fe con que le escuché pronunciarlo en la clausura del Congreso Católico Nacional en 1959 en el stadium de La Tropical en La Habana. Siendo ya sacerdote interesado en leer la historia de la Iglesia, comencé a admirarlo más al darme cuenta de su visión pastoral de largo alcance, su exquisita caridad para con los más necesitados, su sabiduría, su sencillez, su cuidado pastoral por esta ciudad y su amor comprometido por el bienestar de la Patria.
En 1961 comienza su servicio pastoral nuestro cuarto Obispo, Mons. José Domínguez. Fueron los años en los que la Iglesia ( perdónenme la palabra) quedó desmantelada. Y fueron también los hermosos años del Concilio Ecuménico Vaticano II en cuyas sesiones él participó. A pesar de las circunstancias que le tocó vivir, él supo organizar la Diócesis de acuerdo con los tiempos posteriores al Concilio. Él condujo lúcidamente la participación de la Diócesis en la conocida como Reflexión Eclesial Cubana y en el ENEC.
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Monseñor Manuel abraza al Padre Campos,
Vicario de la Diócesis de Matanzas. |
Y todos recordamos con afecto a mi inmediato predecesor, Mons. Mariano Vivanco, hombre de caridad bondadosa, de infatigable celo misionero, de preocupación por las vocaciones sacerdotales, de gran solicitud por los más desvalidos. Hasta el final, su vida fue para ellos. Recuerdo que en su funeral esta Catedral estaba llena de aquellos por quienes él se desvivió.
Me he referido especialmente a los tres últimos Obispos matanceros porque a ellos tres vi o traté alguna vez. Pero la Iglesia tiene mucho que agradecer a los cinco Obispos que han ocupado esta sede.
Hoy ustedes han venido a recibir a su nuevo Obispo. Les agradezco a todos su presencia. Y les digo que comienzo mi Ministerio Pastoral en esta Diócesis con temor y con confianza. Temor por mis insuficiencias para ser Obispo y para serlo de esta diócesis con el tino pastoral adecuado para responder a lo que aquí se necesita hoy y para avizorar lo que está por venir.
Confianza en Dios que me llamó al episcopado. La gracia de este sacramento es superior a todas mis insuficiencias. El Señor es el Buen Pastor que me condujo hasta aquí; Él está con nosotros y nada me faltará, como oramos con el Salmo 23.
Confianza en que la Santísima Virgen, madre nuestra, que siempre ha estado a mi lado, continuará estándolo.
Confianza en mis hermanos de la Conferencia Episcopal y en el Sr. Nuncio. De su experiencia aprenderé y de su sabiduría me beneficiaré en el marco de la comunión fraterna que vive el cuerpo episcopal
Confianza en los sacerdotes del presbiterio matancero y en los diáconos a quienes agradezco su participación en esta celebración. Ustedes y yo somos los pastores de esta porción del Pueblo de Dios. Necesito de su fraternidad, de su consejo y de su iluminación. Me parece propicia esta ocasión para que todos agradezcamos una vez más a Mons. Francisco Campos Fernández su servicio a esta Iglesia, particularmente el brindado en estos casi diez meses en que la ha administrado con exquisito esmero. No se podía esperar otra cosa de un sacerdote que desde joven se consagró al servicio sacerdotal en estas tierras. P. Campos, que Dios te bendiga y que la Santísima Virgen continúe siendo tu amparo.
Confianza en las religiosas que viven en esta Diócesis y que realizan una labor pastoral y asistencial sacrificada y encomiable que beneficia a muchas personas. Necesito su presencia, su abnegación, su amistad y su alegría de consagradas al Señor.
Confianza en los laicos y laicas matanceros. Necesito de su labor evangelizadora en los diferentes ambientes de la sociedad a través del testimonio y del gesto y la palabra oportunos. De estos ambientes hay que continuar considerando con especial atención a la familia.
Confianza en los catequistas. En una sociedad secularizada y en la que los niños, adolescentes y jóvenes en muchos casos acuden a la catequesis sin el deseado apoyo de sus padres, la Iglesia y el Obispo que la sirve, necesitan de catequistas que no se cansen de enseñar la fe de la Iglesia que es la fuente de la que han bebido muchos hombres y mujeres de bien en nuestra Patria.
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Uno de los momentos cumbres de la celebración
fue cuando los fieles de la Diócesis ofrecieron
múltiples y variadas ofrendas, en señal de cariño y
disponibilidad de colaboración con el nuevo Pastor. |
Confianza en quienes se dedican de manera especial a las misiones. Necesito de su generosidad para que el Reino de Dios continúe anunciándose en todos los rincones de esta diócesis.
Confianza en los laicos y laicas jóvenes. Necesito de su cercanía, de sus inquietudes, de sus nobles ideales, incluso de sus meteduras de pata para que la Iglesia matancera continúe diciendo una palabra de esperanza a sus amigas y amigos jóvenes.
Confianza en los seminaristas. El Obispo los necesita no sólo para asegurar el futuro del presbiterio, lo cual es algo de primera importancia, sino también para mantener el entusiasmo juvenil de su ya vieja vocación sacerdotal.
Su nuevo Obispo se ha presentado ante ustedes como un menesteroso, como un necesitado. Y en verdad lo soy. Y necesito que todos ustedes oren por Matanzas y por mí. En este año de la Eucaristía no olvidemos nunca a nuestra Diócesis cuando estemos delante del Sagrario. Y allí no olviden a su nuevo Obispo para que sea para ustedes un Obispo congregante al estilo de Jesús, nuestro Salvador.
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El Cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, entrega el báculo, signo de la autoridad que asume
el Obispo de ser Pastor de su rebaño,
a la derecha el Nuncio Apostólico. |
Cuando se acercaba mi ordenación episcopal, una religiosa a la que me une desde hace años una hermosa amistad, me dijo: “Manolo, ya sabes, servidor y misionero” . Eso también deseo ser para ustedes y junto con ustedes.
Suplico a San Carlos Borromeo que guíe mis pasos y proteja a esta ciudad y a esta Diócesis. Que la Virgen de la Caridad ampare a la Iglesia, a nuestra Patria y a cada uno de nosotros para que en las penas, los gozos y las esperanzas avancemos alegres en la fe anunciando aquí el Reino de Dios.