Revista Vitral No. 68 * año XII * julio-agosto de 2005


LECTURA

 

PRESENTACIÓN DE LOS LIBROS PREMIADOS EN EL CONCURSO VITRAL 2004

 

 

PARA EL APÓSTOL Y SUS HECHOS
PRESENTACIÓN DEL LIBRO LOS HECHOS DEL APÓSTOL
RAFAEL BERNAL CASTELLANOS

La significación que la figura y la obra martiana han alcanzado para quienes, además de la historia, estudian la dimensión humana del cubano, puede advertirse por la sostenida presencia de textos que alrededor de su obra y su dimensión se han estado presentando en los concursos literarios.

Rafael Bernal, presentando el libro
"Los hechos del apóstol" de Rafael Almanza


La significación que la figura y la obra martiana han alcanzado para quienes, además de la historia, estudian la dimensión humana del cubano, puede advertirse por la sostenida presencia de textos que alrededor de su obra y su dimensión se han estado presentando en los concursos literarios.
Un aspecto significativo dentro de esos estudios, al menos dentro de los que han concurrido al Premio VITRAL, radica en el análisis y la valoración de los suceso vinculados con la caída en Dos Ríos y con la muerte misma. Más que la interpretación al uso de «la vigencia martiana» los trabajos concursantes han asumido la significación ética de esa muerte, como ocurre en José Martí: clarividencia y muerte, de Julio Ramón Pita, Premio de Ensayo 2003, o la caída como cenit de una convicción, como es el caso del libro Los hechos del Apóstol, de Rafael Almanza Alonso, Gran Premio VITRAL 2004.
Es indudable que ambos textos son resultados de lecturas independientes de la biografía martiana; sin embargo, cada uno constituye punto de partida para la lectura del otro en tanto se introducen en ese acto irrepetible que es la muerte con singular dimensión en figuras como José Martí– estudiada por cada uno desde perspectivas personales y muy originales que nos proyectan hacia un conjunto de nuevas reflexiones en extremo importantes en momentos donde la personalidad del Apóstol amenaza convertirse en un lugar común donde se acude en busca de apoyo para las más diversas causas.
La lectura de Los hechos del Apóstol, sin embargo, nos acercan –con todo lo que la palabra implica de proximidad, inclusión y observación– a un juicio más interpretativo que referativo de un conjunto de coincidencias entre el pensamiento y la acción martianas a partir de cuatro textos que, no por comentados e interpretados, han dejado de aportar nuevos datos sobre la personalidad del Héroe.
Interesado en una abarcadora reflexión capaz de hacerse en pocas cuartillas Rafael Almanza ha optado por un interesante camino que facilita la lectura y comprensión de su objetivo: ha escogido cuatro textos martianos no para comentarlos literariamente sino para asumirlos como recipientes donde se concentran en palabras los actos, los hechos, que distinguieron el comportamiento de toda una vida, desde sus primeros gestos hasta sus definitivas –y definidoras– expresiones. De esta forma con Abdala y El presidio político en Cuba, como fuente inicial, y los Diarios De Montecristi a Cabo Haitiano y De Cabo Haitiano a Dos Ríos, nos hace navegar el raudo cauce vital de José Martí.
La selección –nada casual y sí muy intencional– demuestra desde sus inicios el profundo conocimiento que el autor tiene de la amplia producción martiana y, simultáneamente, favorece que nos adentremos en la comprensión de su análisis, pues en ellas predomina la intención ideológica sobre la literaria aun cuando Abdala adopte la estructura de un drama en versos.
No pretendo adelantar las reflexiones de Almanza sobre el tema –muy bien concretadas, como corresponde a un ensayo de la calidad de este, en sus párrafos finales– pero sí es preciso resaltar algunos juicios relacionados con estas obras que creo muy oportunos y permiten comprender por qué los hechos del Apóstol pueden ser estudiados desde las palabras que los acompañaron.
A lo largo de los años los versos de Abdala definiendo el amor a la Patria y el deber de defenderla han formado una imagen guerrera que limita el sentimiento al momento de la agresión, por tanto, partir del criterio de que “Abdala (...) no es la filosofía guerrera (...) sino pura y simplemente el sufrimiento” enriquece no sólo este sino cualquier análisis que quiera hacerse del ideario martiano y establece el presupuesto suficiente para la sucesiva integración del libro cuyo autor enriquece al integrar el drama con el artículo El presidio político en Cuba al que define como “la necesidad ya plenamente política, y también personal y religiosa, de denunciar el abuso, hecha a partir de una aceptación total de la realidad del sufrimiento”.
De esta manera nos vamos adentrando en una reflexión, apoyada a cada paso con ejemplos, que desarrolla el quehacer martiano como la fidelidad a un ideal declarado desde la adolescencia: el sufrimiento por la Patria implica asumir el deber de remediar esos males. La ética trasciende los marcos de un ideario para materializarse en los actos –los hechos– de una épica. Así ocurre cuando en preciso estudio de los Diarios contrasta el contenido mesurado, descriptivo, viajero, del De Montecristi a Cabo Haitiano, con el estilo elíptico, sugerente, activo del De Cabo Haitiano a Dos Ríos, sin dejar de insistir en que han de estudiarse como un todo que, significativamente, se integra en la Semana Santa de 1895, a la vez que señala: “El violento cambio de ritmo significa el salto de la contemplación a la acción (...) acción y contemplación, pensamiento y suceso, encarnado en el abrazo de la liberación y el sacrificio”.
Así, integrando pensamiento y hechos, no solo martianos sino de nuestra propia historia, Rafael Almanza se ha adentrado en el hombre que fue Martí. Quizá alguien discrepe de algún juicio, quizá otros consideren forzado el nexo que crea entre los días finales de Cristo y los de nuestro Apóstol, no importa, para discrepar habrán tenido que leer este libro y acercarse por nuevo camino a los hechos del hombre más trascendente de nuestra historia, al cubano que, para concluir con palabras del autor, “Siempre había sido un iluminado, pero ahora, habitaba en la luz, estaba en la luz. (...) Era un hombre entero y feliz que sufría, y sólo le faltaba dar la vida un domingo por sus amigos, como Cristo, para mostrarnos su Amor”.

UN LIBRO PARA SALVARSE
PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE LA SALVACIÓN
JOSÉ RAÚL FRAGUELA

Presentar un libro es siempre tarea difícil, más si éste es de poesía, atada todo el tiempo a la subjetividad de quien lee y adapta el poema a sus vivencias, a su estado de ánimo, a su visión del mundo, y doy por sentado que los asistentes de esta noche asumen la poesía como la estoy pensando: sin distingos de buena o mala, pues esta lo es o no, allende cualquier frontera estilística, epocal o de movimiento literario. Para el acto de hoy me asiste el agravante del escasísimo tiempo con que conté para leer el libro las varias veces que el asunto requería y atrapar algunas ideas –mías, no de la autora– que me sirviesen para decirles algo invitador a la lectura de este nuevo conjunto de Anisley Miraz Lladosa que le valiera su segundo Premio Vitral consecutivo.

José Raúl Fraguela presenta junto a Anysley Miraz (autora) El libro de la salvación, Premio poesía del concurso vitral 2004.


Solo he podido echar una ojeada a vuelo de pájaro a Un ruido que nadie entiende ahora, anterior cuaderno de Anisley, pero es indiscutible la comunidad estilística y espiritual en ambas entregas, aunque en El libro de la salvación se aprecia a veces un oscurecimiento de la metáfora que obliga a una o varias relecturas para acceder a la esencia, a lo que cada uno de nosotros asumirá como tal una vez consumado el hecho, máxime cuando la autora prescinde de algunos signos de puntuación y no siempre, en la edición actual, los espacios y alineación de los versos responden a la intención y disposición de la autora. No obstante, crece aquí la fábula como en una gran representación y no hay oración vacía, imagen gratuita, hojarasca, pues a la poetisa no parece interesarle el regodeo en la belleza del verbo, sino su utilidad para decir cuánto quiere, cuánto se le desborda, y el lector es libre de tomarlo o no, de hacer, como yo ahora, su propia interpretación, esforzado en descubrir el mundo que en ellos se nos ofrece, que a la larga no es otro que el nuestro –de otro modo el poema nunca funcionaría- o renunciar, si le asusta lo que va apareciendo.
Textos estremecedores como “Quiromancia” o “No hemos muerto por el fuego”, por solo mencionar dos, desatan un vendaval de sentimientos, pero sobre todo, de reflexiones acerca del propio devenir, de lo acertado o no de la ruta, de la alternativa elegida cuando me percato de que soy ese alguien acusado de no saber vivir por sostener hogueras que no tiemblan, ese que confiesa su miedo y… ya ven, estoy en la trampa de la poetisa, donde acechan mis fantasmas, mi circunstancia, mis múltiples y único yo, de pronto en una intimidad otra, latente bajo una piel expuesta a la intemperie en algún sitio “donde el invierno no demora”, donde ya nadie escucha a los trovadores, quizás porque hasta las nostalgias escasean y no existe ley ni pócima contra la desdicha.
En el prólogo a su anterior libro se habla de lo reiterado de la palabra simulación a través de los textos como resultado quizás del rechazo al mundo en que le ha tocado vivir; aquí las claves son más concretas: el fantasma de la guerra, volcán eternamente activo en la aldea global que habitamos, omnipresente, de la cual el soldado no regresa cuando quiere aun si santifica sus piernas para que se confundan con la lluvia, esa guerra a la que Dios ordena no ir, pues basta amar la cicatriz de la herida cotidiana, pero a la que los hombres asistimos una y otra vez, desoyéndole, esclavos de la ambición, de un orgullo que nos lleva a identificarnos con Él, no cuando desciende a nuestra miseria, a la humildad que nos salvaría, sino cuando queremos subir a su altura y actuar desde ahí, entonces la diferencia abismal lleva al abuso, a minimizar, soslayar, destruir a los demás, manipularlos a nuestro antojo.
También la soledad asoma su máscara a lo largo de estos versos, la soledad del individuo cuya ambición o miedos lo aíslan cada vez más de sus congéneres, o esa otra, comunal, de una tribu diferente, una familia mutilada, un rebaño sin pastor, desvalido, cuando ni la nostalgia por el tiempo irrecuperable, por los sueños que ya no serán, es suficiente pues, sin que ello impida la fidelidad a ti mismo, piensas en alcanzar algunos pedazos que los actores rifan después de una función a la que has llegado tarde, como la mujer verde agua, mujer lluvia venida a nutrir solo una calle de la ciudad vacía, ciudad que tal vez no existe pese al retoño que asoma en algún patio, pues la mujer encuentra únicamente a alguien tan viejo como sus pasatiempos, como los proverbios que distiende desde su soledad y que a ella nada dicen, ocupada en cosas más cotidianas, más suyas, que han ido desapareciendo como ella misma.
Los personajes que intentan salvarse en estas páginas cantan quizás para evadir el abandono, la solitud tan propia del poeta, motivo sin lugar a dudas más recurrente, y que reaparece en el Peregrino a quien nadie aguarda, en Artemon, incapaz de mirar los ojos de la gente, preguntándose –cuando quizás prefiera ignorarlo– por qué no puede ser feliz, o como “El hombre del traje gris”, tan parecido a cualquiera de nosotros que descubre una mujer a la orilla exacta de sí mismo, una mujer conocida desde antes de todos los dioses –¿a quién no le ha pasado algo similar?– para verla desaparecer en un pestañazo y vivir entonces de la espera, de la no espera en el peor de los casos.
Una presentación debe ser corta, más cuando, como hoy acontece, se ofrecen tres títulos a los lectores, pero siento que debo decir algo también a quienes hacen posible. No puedo olvidar que comencé aquí mi corta carrera de editor y, a partir de entonces, he conseguido hacerme un pequeñísimo sitio en el mundo editorial de la provincia, siempre estaré agradecido, por tanto me lastima que un cuaderno tan bellamente presentado se resienta con cuestiones de forma que podrían afectar la relación de la obra con el receptor, la intimidad necesaria entre ambos, y hablo del equilibro entre los espacios en blanco y la mancha escrita, el número de ilustraciones y el modo de insertarlas, el uso de diferentes interlineados en los poemas, de incongruencias en el tamaño y distribución de las tipografías. Parecieran detalles de poca monta, pero tenerlos en cuenta daría realce y elegancia a un texto valioso de por sí, que los lectores agradecemos.
Debe ser explicable la profusión poética de nuestra Isla, de hecho, todos hemos pensado alguna vez en ello, todos esgrimimos un argumento. Quizás su sino de niña maltratada, de diosa esclava y rebelde, de madre despojada una vez y otra de sus hijos mejores, unidos al intrínseco aislamiento, la ineludible insularidad, justifique el clamor politonal y hondo que siempre la acompaña. Se ha dicho que el siglo xx marcó una cima en la creación poética nacional, que vivimos y viviremos años de pobreza lírica; sin embargo, en el océano de voces que siguen cantando, que surgen a cada paso muchas veces con acento monocorde, sin distinguirse unas de otras, siempre habrá un matiz descollante, un grito que no podrá desoírse. Voto porque de entre tal polifonía esta poetiza que hoy regala la noche con sus versos, profusión de imágenes, de sentimientos, de ideas, destaque, se parezca cada vez más a sí y, sin importar el tiempo transcurrido, habrá siempre quien quiera buscarse en su singular espejo. Muchas gracias.

EL POETA, EL TEMPLO DE DIOS
Y EL DE LA POESÍA
PRESENTACIÓN DE HURRÁ Y OTRAS ELEGÍAS
JORGE DOMINGO CUADRIELLO

La producción poética en Cuba correspondiente a la década de los años 60 del pasado siglo quedó marcada por la estética del conversacionalismo o del coloquialismo. Aquella corriente poética que se extendió con rapidez por toda la Isla no constituía verdaderamente un fenómeno inesperado, sin vínculo con la literatura cubana, pues resultaba factible hallarle algunos antecedentes meritorios. Pero si bien estos ejemplos tomados de la órbita nacional constituían un estímulo para continuar creando poesía a partir de los patrones de dicha estética, fueron otras corrientes procedentes del exterior las que le insuflaron más vida aún a nuestro conversacionalismo: la poesía exteriorista, que tuvo en el nicaragüense Ernesto Cardenal a su principal promotor, y la antipoesía del chileno Nicanor Parra. La obra de estos autores, divulgada con generosidad entre nosotros y muy bien recibida por los autores cubanos, vino a concederle al coloquialismo en Cuba su espaldarazo definitivo.

Jorge Domingo Cuadriello presenta el libro,
Hurrá y otras elegías de Rogelio Fabio Hurtado,
Premio del Concurso Vitral 2004.


Por supuesto que aquel tipo de poesía, tanto en su forma como en su contenido, disfrutaba de la total complacencia de las autoridades y de los funcionarios encargados de monitorear y encauzar la producción literaria del país después del año 59. Por un lado su mensaje estaba en completa sintonía con las directrices ideológicas gubernamentales y, por otra parte, el simple lenguaje tropológico empleado, sin aristas dudosas, facilitaba al máximo la interpretación del poema. Sin mucha dificultad era posible analizar el anverso y el reverso de cada verso y a continuación de pasar el examen satisfactoriamente, amplificarlo para que fuese del conocimiento de las masas. Con el poema conversacional era poco probable que hubiese un gallo tapado o una bola escondida.
De su fuente nutricia se han alimentado no pocos poetas. Uno de ellos se nombra Rogelio Fabio Hurtado (La Habana, 1946), autor del cuaderno Hurrá y otras elegías.
En el año 1969, cuando se desempeñaba como profesor en la Facultad Obrero-Campesina del Puerto Pesquero de La Habana, envió un cuaderno de poesía al Concurso David, convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El jurado del certamen, integrado por Nicolás Guillén, Raúl Luis y Luis Marré, decidió otorgarle el premio a Raúl Rivero por su libro Papel de hombre y confeccionar además una selección de los textos más sobresalientes presentados por otros concursantes. En esa selección, titulada Poemas David 69 (1970) vio la luz su composición dedicada a Julián del Casal “Patillas, sayales”. De esa forma modesta, a los 24 años, se dio a conocer como poeta.
Con estos estímulos bien hubiera podido suponerse que la poesía de Rogelio Fabio Hurtado continuaría su rumbo ascendente hasta conquistar un espacio en el concierto de la lírica nacional; mas en el año 1971, tras el conocido Caso Padilla y la celebración del Congreso Nacional de Educación y Cultura, de triste recordación, la política cultural del país sufrió un implacable endurecimiento. La rigidez ideológica, la marginación social y la intolerancia política acabaron de ascender al trono y la imprecisa acusación de diversionismo ideológico comenzó a gravitar sobre cualquier ciudadano. Tener creencias religiosas, elogiar el sistema capitalista, ser homosexual, leer a Alexander Solzhenitzien o a Guillermo Cabrera Infante, mantener correspondencia con alguien que se hubiera marchado del país, preferir la música de Los Beatles o llevar un joven el pelo largo podían ser motivos de serios cuestionamientos personales con implicaciones políticas y sociales. Entonces en unos ganó espacio el extremismo y en otros la desconfianza, la simulación, la paranoia y el temor a perder el puesto de trabajo o la carrera universitaria. También comenzó entonces en el arte cubano el festín de los mediocres.
Durante aquel período tan funesto no pocos escritores y artistas sufrieron arbitrarias sanciones. Otros optaron por el retraimiento. Rogelio Fabio Hurtado estuvo entre estos últimos. En las reuniones con un reducido grupo de amigos ocasionalmente nos leía sus poemas. Después los guardaba en espera de tiempos mejores, consciente de que no se anunciaba una luz al final del túnel, un editor para sus versos, una publicación para su obra poética. Así fueron transcurriendo los años. Así quemó etapas de entusiasmo con algunas incursiones en la militancia civilista. De aquellas escaramuzas regresó algo decepcionado de los hombres, no de la nobleza de su causa. Aquellas experiencias le sirvieron además para reorientar su rumbo y, en un sincero proceso de valoraciones y autocríticas, reiniciar de nuevo el largo y difícil camino hacia Dios. El título del cuaderno de poemas que en noviembre de 1995 le proporcionó el premio en el concurso literario “Tengo fe en el mejoramiento humano”, convocado por la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Retornando al Templo, así lo atestigua.
Con este cuaderno, con ese premio, Rogelio Fabio Hurtado retornaba además a su derecho a divulgar su poesía. Y al año siguiente, durante unos meses de visita familiar en la ciudad de Miami, publica en la Editorial La Torre de Papel su libro El poeta entre dos tigres, donde podemos hallar composiciones escritas con casi dos décadas de diferencia. Ahora Rogelio Fabio nos presenta Hurrá y otras elegías, conjunto de poemas con el que obtuvo el Premio Vitral en el año 2004. También en esta oportunidad ha dejado que la evocación se deslice hacia el terreno de la añoranza. Los nombres de otros amigos vienen a ocupar un lugar en su poesía, los recuerdos fluyen, a veces concatenados a hechos históricos de trascendencia nacional como la Crisis de Octubre. Las vivencias son asumidas como escalones de un largo proceso de aprendizaje que no está libre de la mirada crítica que le lanza el autor desde la perspectiva del presente.
Y en otros momentos prefiere adentrarse en las enseñanzas de la historia y recrear la existencia accidentada de filósofos y de reyes, en lo que podemos considerar una forma válida de apropiarse de un segmento del devenir humano. En esa apropiación se pone de manifiesto el dominio del tema abordado y la aguda revalorización del poeta, no exenta de momentos de humor y de sarcasmo.
Múltiples parámetros pueden tomarse como punto de partida para adentrarse en el análisis de las creaciones poéticas de un autor. Uno de ellos, quizás el más permisible por ser posiblemente el más elemental, es aquel que se basa en el grado de sensibilidad que el poeta transmite a través de su verso. Desde ese patrón valorativo podemos concederle una relevancia inusual a la obra de Rogelio Fabio Hurtado
Posdata: Tal vez no resulte excesivo y vanidoso agregar a las líneas anteriores un desahogo íntimo. Desde hace poco más de treinta años Rogelio Fabio y yo somos amigos. Nos conocimos en la Terraza del Hotel Capri donde nos reuníamos al atardecer a tomar café holandés o té frío mientras contemplábamos a hermosas muchachas que casi nunca nos miraban. A medianoche, en cambio, nos congregábamos en el parquecito de la Funeraria de Calzada y K para comentar la película que acabábamos de ver en la Cinemateca, el libro que estábamos leyendo o las cervezas que habíamos terminado de tomar. Eran tiempos difíciles en que venían constantemente a pedirnos identificación, todas las puertas parecían cerradas, deambulábamos por la Plaza de la Catedral, entonces sin turistas, y nos atenazaba la soledad y la desesperanza. Aquellos días pasaron y llegaron otros de dispersión. Muchos partieron definitivamente al extranjero. Rogelio Fabio y yo hemos seguido fieles a las mismas calles y, sin renegar de nuestro pasado, hemos llenado nuestra alforja de caminantes con un poco más de esperanza. Ahora que ve la luz un nuevo libro suyo de poesía sólo me resta gritarle un ¡hurrá! y desearle otras alegrías.

La Habana, 11 de abril de 2005.

 

Revista Vitral No. 68 * año XII * julio-agosto de 2005