Revista Vitral No. 68 * año XII * julio-agosto de 2005


RELIGIÓN

 

"ESTÁ EN JUEGO EL HOMBRE"

MONS. JOSÉ SIRO GONZÁLEZ BACALLAO

Mons. José Siro González Bacallao, Obispo de
Pinar del Río.

 

 

 

 

¡Redemptor hominis!: ¡Redentor del hombre!

La propuesta de la Iglesia: una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios

Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre. ¿Nuestros caminos en Cuba también?

¿De qué tiene miedo el hombre contemporáneo, el hombre cubano?

La libertad y la responsabilidad del hombre requieren de espacios, medios y estructuras de formación

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Queridos hermanos y hermanas:

Si queremos celebrar -en la fe, en la gratitud y sobre todo en la esperanza- la vida, la obra y el mensaje del inefable Pontífice Juan Pablo II, no hay mejor comienzo, ni mejor camino, ni mejor fuente que la persona humana. Sin duda alguna podemos afirmar, en una palabra, por cierto tremenda y comprometedora que: Juan Pablo II es el Papa de la persona humana. Es el Papa de la dignidad suprema y absoluta de la persona humana. Juan Pablo II es el Papa de los Derechos Humanos… y también de los Deberes Humanos.
No puedo entrar en esta Casa, sin tener en mi mente y en mi corazón, a aquel primer defensor del hombre y la mujer en la Isla de la conquista: Fray Bartolomé de Las Casas. Su pregunta a los opresores nos acicatea y nos interpela, nos debe provocar y mover: “¿Acaso estos no son hombres?”… Por eso, agradezco vivamente al querido y admirado Padre Fray Jesús Espeja, Rector de este Centro, y a la entera comunidad de los frailes dominicos por haberme invitado a compartir con todos ustedes el comienzo de este itinerario de reflexión sobre un Pontífice que, como hemos visto, ha “con-movido”, en el sentido literal de la palabra al mundo entero. Sí, “movió-con” su vida, con sus gestos, con sus palabras, con su muerte y despedida a cuantos tuvieron corazón y mirada alta para valorar el “paso” de un hombre que se consumió al servicio de los demás.
De este modo he querido aceptar este tema, fascinante y también conmovedor, que me han propuesto, como mirando con ojos misericordiosos a mi propia y pobre persona y a mi ministerio episcopal que entra en su etapa final, pero sobre todo, mirando a mi querida diócesis guajira en la que muchos hombres y mujeres sencillos, de las más variadas y complementarias maneras, se han comprometido a vivir el misterio de la Encarnación de Cristo en una Iglesia encarnada en nuestra realidad concreta y sufriente.
Procedo de una Iglesia pobre y profética, que ha optado por vivir el misterio de la Redención de Cristo, promoviendo al hombre y a la mujer de ahora, de aquí. Al hombre y la mujer cubanos, concretos, con nombres y apellidos, con sus gozos y esperanzas, con sus tristezas y angustias. Precisamente, porque no hay hombres y mujeres “en teoría”, ni en un limbo de maquinaciones, no hay hombres y mujeres en ideas o ideologías sin carne y hueso. El mismo Jesús escogió ese modo de “ser-con” y “vivir en medio de” la realidad humana, histórica y contingente. No tuvo a menos llamarse: “El hijo del hombre”.
Es desde este marco que me atrevo a abordar este tema. No puedo hacerlo desde el punto de vista académico. Lo hago como lo que soy: un pastor que vive aquí, trabaja y sufre con su pueblo e intenta hacerlo según el corazón de Cristo-Pastor encarnado y profético, paciente y fraterno. Tampoco así podré llegar, pero lo intento hacer desde el testimonio de la Iglesia a la que pertenezco… y eso me da paz.

1. ¡Redemptor hominis!: ¡Redentor del hombre!

Celebrar la vida y el Pontificado de Juan Pablo II es y debe ser ofrenda y programa de vida. Para llegar al meollo, la motivación profunda y el sentido de toda su gigantesca obra no hay otro camino que acudir a su primera Carta Encíclica con la que, con su puño firme y su letra polaca, su experiencia polaca y su báculo firme, saludó sorprendentemente a la humanidad.
Sí, aquel fue un grito convencido que comenzó en la Plaza de San Pedro un 22 de octubre de 1978 al inicio de su Ministerio de Supremo Pastor: Fue un grito humano, desde la experiencia del que lo proclamaba, fue un grito propositivo y un gesto “paciente”, entendiendo esta palabra en su sentido primero: paciente es el que padece en carne propia. Aquel fue un grito dialogante y un grito profético que nunca son mutuamente excluyentes. Aquella mañana luminosa vimos a un Pastor erguirse sobre el mundo no para presentarse a él mismo, no para imponer sino para invitar; no para condenar sino para blandir el báculo con la cruz de Cristo Redentor y elevándolo sobre su propia cabeza y sobre la faz de la tierra, pedir, suplicar, exhortar con lo que fue la esencia y la verdad de su Pontificado:
“¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo! Abran a Su Potestad salvífica las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo sabe “lo que hay dentro del hombre”. ¡Sólo Él lo sabe!”.
De modo que el Papa sabía a dónde iba desde el primer momento, sabía a quién anunciaba, qué anunciaba, y a quiénes lo anunciaba. Y, ¿de dónde sacó tanta certeza, tanta convicción personal, tanto carisma y tanto liderazgo?: Juan Pablo II lo pudo saber con tanta certeza porque sabía de dónde venía él mismo, de qué realidad provenía, de qué experiencia de cruz y resurrección provenía. Sabía en Quién se había confiado y en Manos de quién había puesto toda su vida: “Totus tuus”.
En una palabra: hemos tenido un Pontífice que trascendió literalmente el mundo y la historia porque antes se encarnó sin miedo y sin tasa en la desconcertante y tenebrosa historia de la época que le tocó vivir en la Polonia de sus entrañas. La Polonia invadida por los dos totalitarismos del siglo XX. La tierra sufrida, expoliada, invadida y traicionada, entregada como Jesús en la alevosa noche de un Tratado que rasgó la túnica inconsútil de la Europa y que ya, por fin, está siendo reconstruida por la misma historia, con el aporte, que nunca será bien conocido, del Papa Juan Pablo II. Allí, en la Plaza llamada de la Victoria y nunca mejor rebautizada había comenzado esa obra de reconstrucción trascendente con esta trepidante invocación que debería hacer también nuestra y repetir todos los días en Cuba: “Señor, que venga tu Espíritu y que renueve la faz de la Tierra… ¡de esta tierra!”
Y entonces lanza esa verdad desconcertante, audaz e incitante: “¡No tengan miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo sabe!” He aquí la verdad que ha enamorado al mundo en la persona del Papa Juan Pablo, el Magno. Ese es el secreto de su grandeza y de su magnanimidad que es la única y más auténtica grandeza: ¡la del alma! Sólo Cristo sabe lo que tenemos dentro. Sólo Cristo revela discreta e íntimamente al hombre y a la mujer lo que tenemos dentro de nuestro corazón. Por eso la luz de Cristo no encandila, pero es incitante. Porque lo que hay dentro de la persona humana es la inefable dignidad de la “imagen y semejanza de Dios”. Lo que hay dentro de cada ser humano es la suprema e inalienable dignidad de ser hijo de Dios. Y… ¿quién puede quedar quieto, inmóvil, indiferente o cómplice de la injusticia, cuando esa verdad sobre el hombre, que es su plena dignidad y sus derechos, están siendo violados en el santuario de la conciencia o en el barullo de las plazas?
Aquí mismo, en el Santuario de El Rincón, el Papa Grande nos regaló, quizá, uno de sus mensajes menos meditado y vivido y más necesario en nuestras condiciones. Los invito a volver sobre el Mensaje de Juan Pablo II al mundo del dolor aquel 24 de enero de 1998. En esa reflexión nos llama también hoy a salir de la indiferencia ante la suerte del hombre y la mujer cubanos:
“Cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor. Un signo elocuente de esa voluntad de amor ante el dolor y la muerte, ante la cárcel o la soledad, ante las divisiones familiares forzadas o la emigración que separa a las familias, debe ser que cada organismo social, cada institución pública, así como todas las personas que tienen responsabilidades en este campo de la salud, de la atención a los necesitados y de la reeducación de los presos, respete y haga respetar los derechos de los enfermos, los marginados, los detenidos y sus familiares, en definitiva, los derechos de todo hombre que sufre. En este sentido, la Pastoral sanitaria y la penitenciaria deben encontrar los espacios necesarios para realizar su misión al servicio de los enfermos, de los presos y de sus familias.
La indiferencia ante el sufrimiento humano, la pasividad ante las causas que provocan las penas de este mundo, los remedios coyunturales que no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de los pueblos, son faltas graves de omisión, ante las cuales todo hombre de buena voluntad debe convertirse y escuchar el grito de los que sufren.” (no. 4)
De modo que celebrar el don de aquel Pontífice de feliz memoria debe significar, en primer lugar, poner a la persona humana en el centro de nuestros proyectos pastorales y cívicos, para ello el Papa propone un posible itinerario:
- salir de la indiferencia, de la anomia, frente al sufrimiento de nuestros hermanos cubanos. Pero no basta, salir de la indiferencia puede llevarnos a la queja inútil y amarga que nos paraliza en el desaliento.
- Necesitamos salir también de esa pasividad negativa y quejumbrosa. Pero, según nos dice el Papa, tampoco basta con salir de la pasividad si nos conformamos con remedios coyunturales.
- Es urgente no dejarnos confundir con ese tipo de remedios superficiales y puntuales- como los que hemos escuchado en estos días- que “no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de los pueblos”.

2. La propuesta de la Iglesia: una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios

Redemptor hominis, significa concretamente que el “redentor del hombre” ha inaugurado un Reino, es decir, un nuevo orden social y moral, una nueva forma de convivencia, una novedosa forma de cultura humana en cuya base está la justicia, la verdad, la libertad y la paz. Ese Reino no es de este mundo pero- ¡cuidado!- este Reino no tiene otro lugar teológico, ni histórico, donde comenzar y desarrollarse que aquí: en cada nación, en cada cultura, en cada época. Cuando Jesús dice a Pilatos que su Reino no es de este mundo, él, Jesús, origen, alfa y omega de ese Reino ya estaba aquí, predicaba aquí, curaba en esta tierra, liberaba aquí, salvaba aquí…Lo que significa que el Reino de Dios no es de este mundo es que no tiene aquí ni su final, ni su plenitud, ni su lugar histórico, ni su concreción acabada y totalizante.
Eso sí, ningún reino de este mundo es el absoluto, ninguno -lo sabemos por experiencia- es el paraíso “sin César, ni burgués, ni Dios”, ninguna convivencia humana en este mundo alcanza su perfección. Lo que quiso decir el Redentor del hombre y la mujer es que no podemos deslumbrarnos con ningún reinado terreno, ninguno tiene la verdad total, ni el proyecto perfecto, ni el mesías esperado, ni la felicidad plena. Relativizar todos los proyectos socioeconómicos y políticos es creer que el Reino de Dios no es de este mundo, pero eso no nos exime, ni nos justifica, ni mucho menos nos puede adormecer con falsos espiritualismos trascendentalistas que nos alienan de nuestra dura y sufriente realidad. Ni reduccionismos polítiqueros, pero tampoco pietismos angelicales y desencarnados que nos hagan sordos al “grito de los que sufren”.
La venida de ese Reino ya ocurrió en Belén, en Nazaret, y sobre todo en el Calvario y el sepulcro vacío de Jerusalén. Se llama Jesús, el único Mesías y el único Cristo. No hay ni habrá ningún otro bajo el cielo. Pero la venida del Reino no es abrupta, ni total, ni global. Se trata de un Reino que crece como el grano de mostaza, que cae en tierra y muere como la semilla de trigo, según el lenguaje bíblico… y según nuestro lenguaje, se trata de un orden social, de una convivencia fraterna, de una visión antropológica de la persona humana, que hay que cultivar, que hay que construir, que hay que regar…algunas veces con lágrimas, otras entre cantares. Es el anuncio, la siembra, el brote, el cultivo y el fruto de una civilización que se articula con paciencia histórica, con la gradualidad del Génesis, con los signos de vida del Evangelio y con la esperanza de los profetas.
Aquella mañana del 25 de enero de 1998, en medio de la Plaza llena de la luz y el aire del Espíritu, me parece todavía retumbar serena, pero con una firmeza de eternidad, quizá una de las frases más llenas de entrañas de misericordia y de audacia resucitada que pronunciara el magno Pontífice en tierras cubanas. No puedo menos que recordar, junto con los discípulos de Emaús, “cómo nos ardía nuestro corazón” al escuchar las palabras que dan título, sentido y programa a la conferencia que me han pedido para hoy. Las repito con unción y con profunda gratitud como Obispo y como cubano, no le podré dar la entonación ni la fuerza del Papa, pero no dejaré de leerlas con veneración y temblor por su alcance y compromiso. Disculpen que sea una cita larga, pero se debe decir todo lo que conforma una propuesta y no sólo una parte. Dijo el Papa textualmente:
“4. Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas.
Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles. De este modo se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos, de forma que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
5. Queridos hermanos: la Iglesia es maestra en humanidad. Por eso, frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida, devolviendo a la humanidad la esperanza en el poder transformador del amor vivido en la unidad querida por Cristo. Para ello hay que recorrer un camino de reconciliación, de diálogo y de acogida fraterna del prójimo, de todo prójimo.
La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia.”
Hasta aquí toda la cita del Papa. Así debemos conocerla, estudiarla, aplicarla, llevarla a nuestras obras y proyectos. Sin quitar nada, sin reducir a partes. Fijémonos que primero el Papa hace una valoración de los dos sistemas económico-sociales que existieron en el siglo XX, el capitalismo y el socialismo, el marxismo y el neoliberalismo. Critica a ambos sus facetas negativas y pasa a una propuesta que nos deja casi en vilo y que intento resumir en una especie de “decálogo” para su mejor comprensión y para que lo podamos recordar y practicar mejor, todos los días:

1. Habla de la Iglesia como “maestra en humanidad”.
2. Dice que la Iglesia, “frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida.”
3. Describe el camino a recorrer, es decir, el método, el modo: reconciliación, diálogo y acogida fraterna.
4. La Iglesia “al llevar a cabo su misión”, es decir, como parte de su obra, tiene una propuesta que hacer al mundo.
5. Esa propuesta es una “justicia nueva, la justicia del Reino de Dios”.
6. “Mientras en el mundo haya una injusticia”, donde quiera que sea, y por muy pequeña que sea, la Iglesia debe continuar hablando de los temas sociales y proponiendo esta justicia.
7. Si no lo hace así “no sería fiel a Jesucristo”.
8. “Está en juego el hombre, la persona concreta.”
9. “Siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores, sus miserias”.
10. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia.”

Frente a este “decálogo de la solidaridad” vienen a mi mente de pastor y de cubano algunas preguntas que me hago a mí mismo y desearía que fueran mi almohada y mi examen de conciencia. Comparto con ustedes sólo tres de esas acuciantes preguntas:
- ¿Hay cubanos y cubanas que están sufriendo la injusticia aquí y ahora? ¿Los conozco, los reconozco, los escucho…?
- El Papa nos dice que “siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias… ¿Presto mi “voz” para que ellos sean más personas, más libres, más responsables, más pacíficos y más solidarios?
- ¿Me encuentro cercano y solidario a los que se encuentran en estas circunstancias de sufrimiento de modo que no queden defraudados?
Hay dos razones que no me permiten eximirme de estas tres preguntas y de darle la más sincera de las respuestas posibles. Son dos razones, las más sencillas y definitivas de las que puedan existir para un cristiano. El Papa las fija con meridiana claridad y contundencia:

Uno: “No sería fiel a Jesucristo”.
Dos: “Está en juego el hombre”.

He aquí, mis queridos hermanos y hermanas, la esencia y la trascendencia de este mensaje del Papa. Y, como ustedes podrán deducir, no se trata de temas opcionales del cristianismo, ni se trata de aspectos periféricos de la misión de la Iglesia. No lo dice tampoco un viejo Obispo de una pequeña Diócesis. Se trata del mensaje central del Papa Juan Pablo II al inicio de su Pontificado, a lo largo de todo su Ministerio y especialmente destacado en la Plaza José Martí de La Habana. Y creo que a esta altura nadie podrá poner en dudas el Magisterio de Juan Pablo II, luego de lo que hemos visto, oído y sentido a lo largo, ancho y profundo del mundo entero, en boca de los poderosos de este mundo y en el corazón y la vida de millones de sencillos y humildes personas que conforman el Pueblo de Dios, o sencillamente son ciudadanos de este planeta.

3. Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre. ¿Nuestros caminos en Cuba también?

De este modo la fidelidad a Jesucristo aparece definitiva e inseparablemente ligada a la suerte del hombre. Ya lo decían los Padres de la Iglesia como San Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre viviente”, es decir, el hombre que viva a plenitud su dignidad y sus derechos y deberes. Así parece que deberían quedar claros los fundamentos de esta opción por la persona humana como valor absoluto sobre esta tierra. Ese valor absoluto no es primario en la persona, pero le viene dado “desde el principio” del Génesis, por aquella inviolable dignidad e intangibles derechos que le son inherentes por su condición de haber sido creada “a imagen y semejanza de Dios”.
Luego vino el desastre. En uso del don más precioso, del derecho más inalienable que ni Dios mismo quiso reprimir: la libertad, el género humano optó libremente por abandonar ese camino y tomar el de Caín. La humanidad está caída, no seamos ingenuos, ni idealistas. Esa es la causa profunda de que las “cosas” de este mundo, de nuestro mundo y de esta tierra no vayan como las quisiéramos ver. El pecado, la maldad, la rebelión de su frenesí de poder, de tener y de saber, desbocados y revertidos contra sí mismos y contra su prójimo, hacen pronunciar a Dios la pregunta más trascendental del Antiguo Testamento y que da origen a toda esta preocupación de la Iglesia por lo social, lo relacional, lo universal: “¿Dónde está tu hermano?” (Génesis 4,9-10) Y por ahí comenzó la redención.
Aquella pregunta resuena hoy en esta Aula como un eco arcano de esta otra pronunciada por el fraile, primer “defensor del pueblo”, sí, del pueblo indígena de aquí: ¿Acaso no son estos hombres? ¿Acaso no tienen alma y son dignos de respeto? ¿Acaso no tienen los mismos derechos? Y de aquella pregunta que fundó la lucha por la justicia en Cuba, viene, como un arroyo sin bulla y sin sequía, todos los que a lo largo de cinco siglos han tomado en serio aquellos dos fundamentos para su opción por los que sufren la injusticia: La fidelidad a Jesucristo y la propia dignidad de cada ser humano.
También nuestros caminos, los caminos de la historia y el pensamiento cubanos, conducen a la persona humana. Lo resumen esa frase que debería estar como quería Martí inscrita en nuestra bandera o en nuestro escudo: “Yo quiero que la ley suprema de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Esta “ley suprema” que Martí fijó para nuestra República la constituye, por esta misma razón en una República fundacionalmente humanista y, por ello mismo, y no sólo por mencionarse el Nombre de Dios o el de Cristo, la constituyen en una República de inspiración cristiana desde sus cimientos y fundación, o lo que es lo mismo decir, desde su matriz y su médula que aquí en Cuba tienen desde hace más de un siglo su nombre y su apellido: Varela y Martí.
Esto hace que el mensaje del Papa Juan Pablo II venga a confirmar no a innovar, venga a cultivar la semilla vareliana y martiana, no a sembrar semillas de cizaña, sino a regar el sembradío de comunión y reconciliación.
Baste sólo volver sobre la primera Encíclica y escuchar esas frases que parecen escritas para nosotros, como lo fueron, pero con mayor precisión y eficacia que lo que sospechamos:
“Cristo, Redentor del mundo, es Aquel que ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su “ corazón “. Justamente pues enseña el Concilio Vaticano II: “ En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Y más adelante: “ Él, que es imagen de Dios invisible (Col 1, 15), es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado”. (RH 8b)
De modo que si bien es cierto que la humanidad cayó bajo el peso del mal uso de su libertad, ha sido rescatada, levantada, redimida y promovida a su más alta dignidad de hija de Dios por la encarnación de Jesucristo. He aquí el misterio y el camino de la misión de la Iglesia. La Iglesia en Cuba tampoco es una excepción en este camino de encarnación, de inmersión en la realidad de la que forma parte, aunque parte única e irrepetible. Ella no se coloca por encima de toda realidad humana, sino que siendo como su fundador de origen divino, trabaja con las mismas manos, herramientas y corazón de los hombres y las mujeres que la rodean, y de la sociedad y la cultura de la que forma parte, tal como hizo el mismo Cristo. Nada verdaderamente humano le puede ser ajeno o intocable. Ella misma se consagra a servir a la promoción de la persona humana, ella no sólo sirve a esa dignidad, sino que la respeta y la venera como salida de las Manos del Creador, por eso no nos debe sorprender la definición que Juan Pablo II da a ese asombro venerando frente a cada persona cuando dice:
“En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quizá aún más, “en el mundo contemporáneo”. Este estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que, en su raíz profunda, es la certeza de la fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. Él determina también su puesto, su —por así decirlo— particular derecho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad.” (RH 10b)
Pero no se trata, mis queridos hermanos, de una dignidad teórica, idílica, siempre pospuesta para el futuro. Se trata de una dignidad intrínseca, real, inmediata, irrenunciable, que se manifiesta concretamente en ese elenco de dignidades cotidianas que se llaman Derechos Humanos. De una forma o de otra proclamados, fijados a la letra, discutidos, observados o vilipendiados en muchas partes de todo el mundo. Pero en fin, Derechos Humanos que en su espíritu y su esencia son el reconocimiento explícito y actualizado de la suprema y originaria dignidad de los hijos e hijas de Dios que somos todos y cada uno de los seres humanos venidos a esta tierra.
La Iglesia, que en un tiempo superado ya de la historia de los siglos anteriores vio con cierta desconfianza una forma de presentar los Derechos Humanos como contrapuestos a los Derechos de Dios, hoy se hace en todo el mundo voz y portavoz de esa dignidad inalienable de la persona humana que nunca es, ni debe ser, considerada ni enemiga ni competidora de la Gloria de Dios, sino su expresión más acabada y elocuente.
Por ello en la misma Encíclica Redemptor Hominis el Papa traza y desbroza para la Iglesia de Cristo su primero y único camino cuando relaciona la verdad sobre el hombre con su libertad y su dignidad:
“De este modo, la misma dignidad de la persona humana se hace contenido de aquel anuncio, incluso sin palabras, a través del comportamiento respecto de ella. Tal comportamiento parece corresponder a las necesidades particulares de nuestro tiempo. Dado que no en todo aquello que los diversos sistemas, y también los hombres en particular, ven y propagan como libertad está la verdadera libertad del hombre, tanto más la Iglesia, en virtud de su misión divina, se hace custodia de esta libertad que es condición y base de la verdadera dignidad de la persona humana. Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: “ Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. [82]…
También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia. ¡Qué confirmación tan estupenda de lo que han dado y no cesan de dar aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de constricción exterior! Jesucristo mismo, cuando compareció como prisionero ante el tribunal de Pilatos y fue preguntado por él acerca de la acusación hecha contra él por los representantes del Sanedrín, ¿no respondió acaso: “ Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad “? [83] Con estas palabras pronunciadas ante el juez, en el momento decisivo, era como si confirmase, una vez más, la frase ya dicha anteriormente: “ Conoced la verdad y la verdad os hará libres”. En el curso de tantos siglos y de tantas generaciones, comenzando por los tiempos de los Apóstoles, ¿no es acaso Jesucristo mismo el que tantas veces ha comparecido junto a hombres juzgados a causa de la verdad y no ha ido quizá a la muerte con hombres condenados a causa de la verdad? ¿Acaso cesa él de ser continuamente portavoz y abogado del hombre que vive “ en espíritu y en verdad “? [84](RH 12b-12d)
Esta profunda reflexión sobre la libertad y la verdad como fundamentos de la dignidad de la persona humana nos hablan de lo difícil, y a veces riesgosa, que se hace la misión de la Iglesia si quiere ser fiel a Jesucristo. Como su Fundador, la Iglesia debe permanecer fiel a la Verdad y proclamarla en todos los ambientes, incluso frente a la autoridad como lo hizo Jesús ante Pilatos cuando dijo “Para eso he venido a este mundo: para dar testimonio de la verdad”. Nuestra meditación se remonta a nuestros días y nos trae con ella una decisiva pregunta: ¿podremos decir, cada uno de nosotros, ante todos, incluida la autoridad, que “para eso estamos aquí, para dar testimonio de la verdad, de la verdad sobre Cristo, de la verdad sobre el hombre, de la verdad sobre la Iglesia, de la verdad sobre Cuba?
Dice el Papa que la Iglesia no puede ser detenida por nadie en esta misión, pero tampoco debe permanecer ella misma insensible frente a todo lo que contribuya al bien común. Aún más el Papa nos dice que la Iglesia no puede abandonar al hombre a su suerte, escuchémoslo en esta cita de la Redemptor hominis con la que quiero comenzar mi reflexión final:
“Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino “ hacia la casa del Padre “ [RH,h88] y es también el camino hacia cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza…
La Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya “ suerte “, es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo. Y se trata precisamente de cada hombre de este planeta, en esta tierra que el Creador entregó al primer hombre, diciendo al hombre y a la mujer: “ henchid la tierra; sometedla “; [94] todo hombre, en toda su irrepetible realidad del ser y del obrar, del entendimiento y de la voluntad, de la conciencia y del corazón. El hombre en su realidad singular (porque es “ persona “), tiene una historia propia de su vida y sobre todo una historia propia de su alma…este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención.” (RH 13b-14a)

4. ¿De qué tiene miedo el hombre contemporáneo, el hombre cubano?

Si esto es así, el Papa entonces se pregunta y nos pregunta: ¿De qué tiene miedo el hombre contemporáneo, el hombre cubano de hoy?
Es una pregunta que debemos responder con toda honestidad. Está en juego el hombre, la persona humana.
Los miedos son siempre indicadores de amenazas. No hay miedo sin amenaza que lo produzca. Amenaza real o potencial, pero todo lo que es una amenaza, sea objetiva o subjetiva, va contra la dignidad de la persona y por tanto contra el Evangelio de Jesucristo. Donde hay miedo no hay libertad.
La Iglesia en Cuba no debe permanecer insensible a los miedos de los cubanos. Miedos que ella misma siente y comparte. Este es un primer paso en el camino de la redención del hombre, en el camino de la salvación.
Cada uno de nosotros sabe cuáles son sus miedos personales, ignotos y a veces inconfesables. Cristo y su Iglesia no quieren que vivamos con esos miedos. La Iglesia, Madre y Maestra, debe servir de oreja y de corazón, de compañera de camino y de bálsamo fraterno para cuantos sufren de miedo en su alma.
Luego vienen los miedos con relación a nuestras familias, a la unidad e indisolubilidad del matrimonio, al carácter sagrado de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, a la educación de los hijos, a la alimentación, la vivienda, la salud y el futuro. El miedo al futuro. Y tantos otros.
Pero el Papa Juan Pablo II comenzó y terminó su pontificado repitiéndonos sin cesar: “¡No tengan miedo! Abran de par en par las puertas a Cristo. Él no es una amenaza para nadie.”
La Iglesia tampoco es una amenaza, sino una propuesta. No es un problema sino un facilitador. Los miedos del hombre y la mujer contemporáneos deben cesar y deben cesar también los temores y prejuicios hacia Cristo y hacia su Iglesia. También aquí en Cuba, hoy.

5. La libertad y la responsabilidad del hombre requieren de espacios, medios y estructuras de formación

Pero no es fácil pasar del miedo a la esperanza, pasar de la desconfianza a la verdad que libera, pasar del prejuicio a la experiencia, pasar de la injusticia a la propuesta de una justicia nueva, la del Reino de Dios. Esto es un proceso gradual, sistemático, perseverante y no se puede improvisar, ni alcanzar con buenas intenciones solamente, ni cambiar con una varita mágica.
Está en juego el hombre, la persona concreta, pues entonces el único camino es el de la educación, es decir el de la formación integral e integradora de todas las dimensiones de la persona humana: su corporalidad, su inteligencia, sus sentimientos, su voluntad, su trascendencia.
Estas palabras del Papa recordado, pronunciadas en Camagüey precisamente a los jóvenes cubanos, que ya sabemos que “son la dulce esperanza de la Patria”, como decía Varela, tienen cada vez mayor vigencia y urgencia:
“Los cristianos, por respetar los valores fundamentales que configuran una vida limpia, llegan a veces a sufrir, incluso de modo heroico, marginación o persecución, debido a que esa opción moral es opuesta a los comportamientos del mundo. Este testimonio de la cruz de Cristo en la vida cotidiana es también una semilla segura y fecunda de nuevos cristianos. Una vida plenamente humana y comprometida con Cristo tiene ese precio de generosidad y entrega…el testimonio cristiano, la “vida digna” a los ojos de Dios tiene ese precio. Si no están dispuestos a pagarlo, vendrá el vacío existencial y la falta de un proyecto de vida digno y responsablemente asumido con todas sus consecuencias. La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa, que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos, sin miedo y con la perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios y las instituciones que son propios de esa siembra de virtud y espiritualidad para bien de la Iglesia y de la Nación.”
En efecto, la Iglesia tiene el deber de ofrecer esta formación y a ese deber corresponde siempre y en todo lugar el derecho de tener los espacios, los medios, y las estructuras propias de una educación liberadora, personalizadora, participativa y plural. Como es este mismo Centro Fray Bartolomé de Las Casas de los Padres Dominicos, fundadores de nuestra primera Universidad a los que les auguro larga, dura y fructuosa labor educativa en el futuro ya próximo de Cuba.
Quiero terminar con un llamado apremiante que el Papa Juan Pablo II, el Magno, dirigió en aquella ocasión especialmente a los jóvenes cubanos, pero que yo creo que podemos dirigirnos unos a otros, independientemente de nuestra edad, creencia y vocación:
“Queridos jóvenes, sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que Ustedes son capaces y están llamados a ser y a hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde Ustedes puedan ser los protagonistas de su historia.
Recuerden que la persona humana y el respeto por la misma son el camino de un mundo nuevo. El mundo y el hombre se asfixian si no se abren a Jesucristo. Ábranle el corazón y emprendan así una vida nueva, que sea conforme a Dios y responda a las legítimas aspiraciones que Ustedes tienen de verdad, de bondad y de belleza.
¡Que Cuba eduque a sus jóvenes en la virtud y la libertad para que pueda tener un futuro de auténtico desarrollo humano integral en un ambiente de paz duradera!”
Que sea así, porque debemos recordarlo una vez más: ¡Está en juego el hombre! Está en juego Cuba.

Muchas Gracias.


 

Revista Vitral No. 68 * año XII * julio-agosto de 2005