Cincuenta años de entrega y servicio |
Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme,
que soy un muchacho.»
Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho»,
pues adondequiera que yo te envíe irás,
y todo lo que te mande dirás.
Jeremías 1, 6-7
Si buscáramos una expresión que resumiera lo vivido entre el viernes 24 y sábado 25 de junio pasados, la mejor sería ¡Gracias, Señor!, por los cincuenta años de entrega y servicio de Mons. Pedro C. Meurice Estíu al servicio de nuestra Iglesia arquidiocesana y también de toda la Iglesia de Cuba! Nuestra celebración ha sido muy sencilla, pero llena del corazón de todos los que quisimos y pudimos acompañarle bien de cerca.
El viernes al caer la tarde, con una lluvia pertinaz que amenazaba, el patio de María Auxiliadora se hizo pequeño pues los jóvenes de la Arquidiócesis (Bayamo-Manzanillo, Guantánamo- Baracoa y Santiago de Cuba), tejieron con cantos, bailes, poesías, regalos, representaciones ... un ambiente de cariñoso regalo. ¡Hemos venido, Señor de los Cielos, para proclamarte, que en este mundo caló tu semilla en la juventud!, así cantaron ellos al comenzar y junto a ellos, muchos que sentimos la juventud en el corazón, también nos sumamos, seguros de que Él, nuestro Señor era el centro del homenaje al Pastor. La lluvia se hizo también finalmente presente, pero nadie se movió, algunos alcanzaron taparse con sombrillas o hacerse un huequito en el corredor. El P. José Conrado, Merceditas Ferrera, María A. Navarrete y Dayron (seminarista de nuestra diócesis) compartieron con todos sus vivencias, la huella que el P. Meurice les ha dejado en su andar cercano, el pastor que nadie se siente llamado a decirle Monseñor, sino simplemente Padre. Momento especial fue la proyección de dos presentaciones: la primera hecha por los jóvenes de San Luis, el pequeño pueblito santiaguero que le vio nacer hace setenta y tres años, y donde al calor de hogar nació su Sí al Señor; la otra del equipo de Pastoral Juvenil de la Diócesis, en la que quisieron recorrer su camino en el seguimiento al Señor, el camino de su entrega en el amor y el servicio a los más pobres, a los más hambrientos de justicia, a los más sencillos, a Dios.
Al terminar visiblemente emocionado, el P. Meurice quiso hablar. Los muchachos y todos silenciaron los aplausos para escucharle. Nos contaba que esta era la segunda vez en su vida que participaba en una velada en su honor, la anterior había sido en la parroquia de la Sagrada Familia, allá, en 1967, cuando fue consagrado obispo por Mons. Enrique Pérez Serantes, ese gigante de nuestros pastores. Aquí, confesaba, había llegado con la decisión de estar una hora y sólo una hora, pero habían pasado los minutos casi sin darse cuenta, con el corazón un poco estrujado a veces. Confesó que siempre había sentido hasta un poquito de orgullo, cuando alguien le decía que tenía un rostro de mármol, pues nunca nadie sabía si le gustaban o no las cosas por más que en él escrutaran. Ya al terminar decía que veía que algunos se habían atrevido a decir lo que pensaban de él, pero que a él nadie le había preguntado, y si tuviera que hacerlo sólo diría: He sido sólo un siervo inútil. Luego sólo dijo: ¡Gracias! Y un cerrado aplauso, terminó la noche... noche que anunciaba la alegría del día siguiente.
El sábado la Catedral abrió sus puertas desde muy temprano para recibir a los que, venidos de los más lejanos lugares de la Arquidiócesis, querían hacerse de un buen lugar: laicos, religiosos y religiosas, niños, jóvenes y menos jóvenes. Llegaron para concelebrar S.E.R. el Cardenal Jaime Ortega, y la Conferencia de Obispos de Cuba en pleno; especial mención para Mons. Héctor Peña, Obispo de la diócesis hermana de Holguín, que también celebraba sus bodas de oro sacerdotales pues fue ordenado el mismo día por Mons. Enrique Pérez Serantes junto al P. Francisco Parrón (d.f.m); los sacerdotes de nuestra Diócesis y muchos más venidos de lejos para también compartir nuestra alegría y celebración.
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Monseñor Meurice, abrazando al Papa de
feliz memoria Juan Pablo II, durante la celebración
de la Santa Misa en la Plaza Antonio Maceo de Santiago. |
Al sonar la campana que avisa el inicio de la celebración al pueblo, y el coro interparroquial de Santiago comenzar a cantar Pueblo de Reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios, bendice a tu Señor... ya la procesión de entrada se veía en la puerta principal del templo... en un momento el canto se volvió aplauso sostenido cuando el padre, Mons. Meurice entró. Aplauso y canto emocionado de todos, fue el comienzo inusual de la Eucaristía, después una a una irían ensartándose emociones y recuerdos. Allí unidos en el nombre del Señor que nos convoca y ama.
El P. Rafael Ángel, párroco de nuestra Catedral, hizo la homilía. Homilía de buen sacerdote, como el mismo dijo, en la que nos recordaba, siguiendo el hilo de las lecturas que el que quiera ser el primero debe hacerse servidor de los hermanos, debe dar la propia vida por la salvación de los demás a imitación de Jesús (Mt 20, 20-28); y que debemos estar atentos para saber siempre que la luz que brilla en nosotros es la luz del mismo Dios, la llevamos en vasija de barro, para que todos puedan reconocer a Dios en ella y no a nosotros mismos (2Cor 4, 1-10).
Las ofrendas, el pan y el vino llevados por laicos y amigos, Brunilda (viuda del Dr. Paz Presilla, quien fuera amigo y médico personal del P. Meurice), Beto Márquez y sus sobrinos, Julie y Talito, venidos desde Miami para acompañarle en representación de toda la familia. Pan y vino, ofrecidos para ser Cuerpo y Sangre del Señor, misterio eucarístico que cada día alimenta nuestra vida y comunión.
Al terminar la celebración fue momento de regalos, sencillos y humildes: el canto de Virgencita del Cobre que él pidió de manera especial: «Virgencita del Cobre, flor de la Sierra, que con amor el cielo trajo a la tierra... para ser Madre nuestra tu te has quedado en el pico de un monte casi olvidado... ser la Madre del pobre es tu divisa desde tu altar del Cobre, Virgen Mambisa... y entre las flores que te ofrendamos van todos los amores de los cubanos... y las espinas cambian en rosas al que toca tus manos tan milagrosas...» Mons. Juan C., secretario del Nuncio, leyó el mensaje enviado por S.S. Benedicto XVI a Mons. Pedro: «Nuestra cordialísima voluntad y el afecto de nuestra alma nos llevan en este momento de especial alegría a unirnos con agrado a ti, Venerable Hermano, junto con tu pueblo, que entre ovaciones y aplausos te rodeará para mostrarte sus sentimientos de alegre y agradecido ánimo con ocasión de jubileo sacerdotal... Con agrado conmemoramos tu ministerio, que has desempeñado con ardiente esfuerzo: en efecto, has instruido a esa grey del Señor con la sana doctrina, has mirado de modo especial por las vocaciones sacerdotales, fomentando al mismo tiempo una óptima cercanía con el clero, con los hermanos de vida consagrada y con los laicos. Reconocemos asimismo la obra llevada a cabo ante las autoridades públicas para defender los derechos de la Iglesia... Nosotros mientras tanto, te acompañaremos como si estuviéramos presentes, rogándole a Él, que te proteja con su amparo y siga conservando tu salud, y que tú, por tu parte, tomes de este, tu jubileo, nuevos alientos…» Después llegarían a sus manos una cesta de frutas, un paisaje de su San Luis natal... El anunciado regalo de la Diócesis de Holguín que se convirtió en aplauso... Entonces, él, nuestro Obispo, nos hizo un regalo, su primera palabra fue Gracias, con emoción recordaba el encuentro de la noche anterior con los jóvenes y sus palabras dichas a ellos: «Sólo he sido un siervo inútil…» y cómo cincuenta años antes en el nombre del Señor dio la bendición al pueblo.
La crónica de esta celebración del jubileo pudiera terminar así, como mismo empezó, con un Gracias grande al Señor por el servicio de Mons. Pedro Meurice, por la entrega del sacerdote, por la valentía de su palabra, por la cercanía de su preocupación por los más débiles, marginados y desplazados; por su confianza. ¡Gracias!.
El Consejo Pontificio Justicia y Paz celebra la condonación de la
deuda externa de 18 países |
CIUDAD DEL VATICANO, 15 JUN 2005 (VIS).-El Pontificio Consejo “Justicia y Paz” publicó un comunicado ayer tarde en el que manifiesta su alegría por el anuncio efectuado por el G8 de cancelar 40.000 millones de dólares de deuda de dieciocho países en desarrollo y de ampliar el programa de condonación de la deuda a otras veinte naciones.
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Tony Blair se convirtió, en 1994, en el líder
más joven del Partido Laborista británico,
venció en las elecciones de mayo de 1997
y pasó a ser Primer Ministro. |
“Durante muchos años -dice la nota- la Iglesia ha pedido que se redujera o se condonase completamente la deuda de los países en desarrollo con las naciones desarrolladas. En muchos de sus mensajes para la Jornada Mundial de la Paz, Juan Pablo II habló del gravamen que esa deuda suponía para las esperanzas de desarrollo de esos países. (...) Finalmente el G8 ha dado un paso en esa dirección. (...) “Justicia y Paz” felicita al Primer Ministro inglés, Tony Blair, por esa iniciativa, en vísperas de la Cumbre del G8, así como a los líderes de los gobiernos que se han adherido a ella”.
“Justicia y Paz”, prosigue el texto, “pide que el dinero que ahora está disponible se utilice para que la población de esos países alcance un desarrollo real y sostenible. Para conseguirlo hay que facilitar servicios públicos como agua potable, seguridad de las condiciones higiénicas, cuidados sanitarios básicos y oportunidades educativas. Es responsabilidad de los gobiernos de todas las naciones seguir trabajando para cumplir las promesas de los últimos treinta años. Entre ellas, la dedicación del 0,7% del PIB de los países desarrollados a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) para las naciones en vías de desarrollo. A pesar de las promesas se ha entregado solo una mínima parte de esas sumas”.
“Este consejo espera -concluye la nota- que la decisión de condonar estos primeros 40.000 millones de dólares de deuda sea sencillamente el primero de muchos pasos de los países desarrollados para alcanzar la solidaridad verdadera”.