Continuación de la conferencia dictada en la IX Semana Social Católica de Cuba por el Padre Jesús Espeja, OP.
1. Para construir la paz, hacer la verdad en este mundo
Quiere decir que paz y verdad aquí no se definen como categorías abstractas. La paz se construye y la verdad se hace dentro de un mundo concreto y en un dinamismo histórico que incumbe y nos implica.
La paz se construye
Shalom en el mundo bíblico es el saludo con el deseo de todos los bienes materiales y espirituales. Bienestar del hombre que vive en armonía y es feliz en la existencia cotidiana de relaciones consigo mismo, con Dios, con los otros vivientes y con su entorno creacional. La paz designa un estado de cosas donde se articulan la gratuidad, la compasión y la justicia. Como el mismo ser humano, la paz está en proceso de gestación y se va construyendo gracias al impulso del Creador que actúa en el interior de los seres humanos y gracias también al compromiso libre y responsable de los mismos. La paz se busca, se construye. Los profetas de Israel libraron un combate por la verdadera paz. Jesucristo es nuestra paz porque con su vida y su martirio, inspirados en el amor, derribó los muros de separación entre los pueblos.
Haciendo la verdad
Pío XII hizo suyo el lema “la paz obra de la justicia”(Opus Iustitiae Pax). Pablo VI propuso el desarrollo como “el nuevo nombre de paz”(1). La PT dice que la paz “no se puede establecer ni asegurar, si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios”(2); pero, según la encíclica, en este orden “se ha de colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir una naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre” con unos derechos y deberes fundamentales(3); luego la paz será fruto de satisfacer la dignidad de los seres humanos con sus derechos y deberes inalienables. Veintiséis años después, Juan Pablo II dirá que la paz es fruto de la solidaridad ( opus solidaritatis pax); al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas -gratuidad total, perdón y reconciliación- la solidaridad se supera a sí misma, y entonces el prójimo “no es solamente ser humano con sus derechos e igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo”(4). La visión cristiana me hace comprender que el otro es mi hermano y que soy responsable de su suerte.
Implícitamente se afirma que la paz se construye “haciendo la verdad” del ser humano garantizada por la verdad de Dios, dentro de un mundo y de una historia que se ven amenazados de inhumanidad. Y esa verdad del ser humano se concreta en sus derechos y deberes inalienables.
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Jesús, testigo de la verdad, comparece ante
Poncio Pilatos. En esta obra una escena de Duccio
perteneciente
a la Maestá de la Catedral de Siena. |
La conducta humana de Jesucristo es la transparencia de Dios mismo en la historia y la realización de la humanidad nueva en el tiempo; una “teopraxis”, una práctica histórica sobre la verdad de Dios, que por fin emerge y se manifiesta la verdad sobre el hombre, dentro de un mundo y de una historia desfigurados por la mentira. A Jesús le condenaron por blasfemo; no porque inventó una filosofía nueva sobre la divinidad, sino porque implicó a Dios en la liberación de los hombres; porque se sentó a comer con pobres y pecadores, porque curó a enfermos condenados a la exclusión, porque defendió la dignidad de las personas, sus derechos y deberes, como aceptadas y amadas incondicionalmente por el Padre. como imagen. Así lo celebraban con gozo los primeros cristianos: “la verdad está en Jesús”, “en su rostro se asienta la gloria de Dios”; “se manifestó la benevolencia o filantropía de Dios a favor de los hombres”, “en Verbo encarnado ha llegado para nosotros la gracia de la verdad”(5). Jesús no es la verdad en el sentido de la filosofía platónica, como si quisiera mostrar en sí mismo el ser absoluto y divino; es la verdad porque siendo y actuando expresa la presencia benevolente de Dios comunicando vida y dignificando a todos los seres humanos. En Jesucristo se plasmaron la verdad de Dios y la verdad del hombre.
Cristianos son los que se dejan alcanzar por el “Espíritu de la verdad”, tal como se ha manifestado en la conducta histórica de Jesucristo. Gustan la verdad de Dios como amor, viven la experiencia de hijos y hacen la verdad del ser humano en la historia. Impresiona la teología del cuarto evangelista: “el que hace la verdad, se acerca a la luz”(6). No solamente los bautizados, sino todos aquellos que se dejan alcanzar por el espíritu de Jesucristo y actúan en consecuencia, caminan ya en la luz, descubren la verdad y la dignidad de todo ser humano, procuran satisfacer sus derechos inviolables y así construyen la paz. En esta visión de la verdad como práctica se comprenden las afirmaciones de la PT: la paz no se puede construir, si no se guarda “el orden moral universal, absoluto e inmutable en sus principios, que encuentra su exclusivo fundamento en el verdadero Dios, personal y trascendente”(7). Pero este orden se apoya en la verdad -de Dios y del hombre- “que debe realizarse según la justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo, y finalmente encuentra en la libertad un equilibrio cada día más razonable y más humano”(8). Según la Biblia, Dios es verdad, misericordia y justicia, interviniendo en una historia de salvación; son tres dimensiones que van unidas en la práctica histórica de Jesús y no son separables en quienes han sido alcanzados por el evangelio, que no es teoría abstracta sino anuncio de una buena noticia e invitación a una práctica existencial: hacer la verdad en una sociedad asaltada continuamente por la mentira.
La verdad cristiana es una categoría englobante, incluye el amor, la justicia y la libertad. Según el apóstol Pablo, pecado es “matar la verdad con la injusticia”(9); actuar en la mentira. Primero mato la verdad del otro a quien utilizo como una cosa olvidando que también es imagen del Creador, mato mi propia verdad pretendiendo ser absoluto como Dios mismo, y consiguientemente es siempre una ofensa a Dios, único señor, que nos sigue mirando y manteniendo a todos con amor. La injusticia, el odio y la opresión son expresiones de la mentira; obras del diablo, “mentiroso y homicida desde el principio”(10)
En este mundo
Según la fe cristiana el mundo es término ambivalente. Como “entera familia humana con el conjunto universal de realidades entre las que ésta vive”, el mundo fundamentalmente es bueno, y la comunidad cristiana es parte del mundo, bendecido y acompañado el Creador. Pero este mundo también está desfigurado por la maldad, la mentira, la injusticia, la hipocresía, y la crueldad. Por eso en el mismo evangelio encontramos la invitación a la solidaridad con el mundo y a la huída del mismo: “estar en el mundo sin ser del mundo”.
Situación social de donde sale la PT
En la década de los 60 la PT tiene conciencia de esta ambigüedad. Celebra “el progreso de las ciencias y los inventos de la técnica” que manifiestan la excelencia del hombre “inteligente y libre a imagen y semejanza del Creador”(11). Como referencias positivas, la encíclica lee los signos de aquel tiempo: en la época modernas “los hombres han adquirido una conciencia más viva de su propia dignidad” las clases trabajadoras “gradualmente han avanzado así en el campo económico como en el social”, “un hecho de todos conocidos es el ingreso de la mujer en la vida pública”; “por doquier ha penetrado y ha llegado a imponerse la persuasión de que todos los hombres, por razón de la dignidad de su naturaleza, son iguales entre sí”; “las relaciones de la convivencia se ponen en términos de derechos y obligaciones, penetrando así en el mundo de los valores espirituales y comprenden qué es la verdad, la justicia, el amor, la libertad”(12) .
Pero al mismo tiempo constata cómo las fuerza del mal generan “el desorden que reina no sólo entre los individuos, sino también entre los pueblos; parece como si sus relaciones no pudieran regirse más que por la fuerza”(13).
Por aquellos años en que salió la encíclica, el bloque socialista de la URSS era todavía amenaza muy seria para la paz pues el socialismo había degenerado en una dictadura intolerable. En aquel contexto tenía urgente actualidad la denuncia de la PT: “no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano”; hay naciones donde “se pone en duda y hasta se niega por completo el derecho mismo a la libertad” (14). Más aún, “siempre debe afirmarse el principio de que la presencia del Estado en el campo económico, por extensa y profunda que sea, no se encamina a empequeñecer cada vez más la libertad en la iniciativa personal de los individuos, sino a garantizar a esa esfera la mayor libertad posible, tutelando eficazmente para todos y cada uno, los derechos esenciales de la persona”(15). Frente a esa ideología socialista totalitaria la encíclica recuerda el derecho a la propiedad privada, si bien afirma “le va inherente una función social”(16)
Es verdad que la PT atisba ya lo que hoy llamamos globalización: “la economía de unas naciones se entremezcla más con la economía de las demás, los diversos países gradualmente se van asociando de tal modo que de todos ellos, resulta una especie de economía mundial”(17).Juan XXIII vislumbra ese proceso de mundialización y ya se refiere al concepto de “bien común universal que atañe a la entera familia humana”, sugiriendo la necesidad de una autoridad pública a nivel internacional(18) Ya denuncia la ideología totalitaria del racismo cuyas consecuencias nefastas había sufrido el mundo en la Segunda Guerra Mundial, así como “los métodos de información que, violando la verdad o la justicia, dañan la fama de cualquier pueblo”(19). La encíclica deja bien claro que “no existen seres humanos superiores por naturaleza” y que ninguna comunidad política “puede desarrollarse oprimiendo o atropellando a las demás”; la solidaridad “cordialmente practicada”, es una llama para todos, y para garantizarla se pide fortalecer la Organización de las Naciones Unidas para que vele por los derechos humanos en una “comunidad mundial”(20). Pero como es natural la encíclica responde a su tiempo, cuando aún se pensaba que el desarrollo deslumbrante que se había conseguido en la ciencia y en la técnica, mediante la extensión a todos los pueblos, podía madurar en lo que la encíclica llama ya “desarrollo integral”. Todavía en ese tiempo había cierta confianza en el desarrollo conseguido por algunos pueblos como posible camino para la paz en la medida en que fuera llegando a todos los países del mundo. En esa confianza dice la PT: “todos los pueblos o ya han conseguido la libertad, o están en vías de conseguirla y así en un próximo plazo ya no habrá pueblos que dominen a los demás ni pueblos que obedezcan a potencias extranjeras”; “los hombres de todos los países o son ciudadanos de un estado autónomo e independiente, o están para serlo” (21)
Situación social cuarenta años después
Ya en 1987 la enc. Sollicitudo rei socialis constató: “en el curso de los últimos veinte años, aún manteniendo algunas constantes fundamentales, la configuración del mundo ha sufrido notables cambios y presenta aspectos totalmente nuevos”(22). Esos cambios son todavía más notables hoy.
En primer lugar en los cuarenta años transcurridos desde la PT “muchas poblaciones del mundo han llegado a ser más libres, se han consolidado estructuras de diálogo y cooperación entre las naciones y la amenaza de una guerra global nuclear, como la que se vislumbró drásticamente en tiempos del papa Juan XXIII, ha sido controlada eficazmente”(23). Y la enc. SRS describe la nueva configuración: “los países en vías de desarrollo son muchos más que los desarrollados; las multitudes humanas que carecen de los bienes y de los servicios ofrecidos por el desarrollo, son bastante más numerosas que las que disfrutan de ellos; nos encontramos, por tanto, frente a un grave problema de distribución desigual de los medios de subsistencia, destinados originariamente a todos los hombres”(24). Al comenzar el tercer milenio la situación de injusticia es más patente y lacerante. Por primera vez en la historia de la humanidad “se tomó conciencia no sólo de que vivimos en el mismo planeta, sino que todos los seres humanos dependemos unos de otros, y que nada de lo que ocurre en el mundo nos es ajeno; hoy en día ningún país puede considerarse independiente y aislado, ni comportarse como si fuera autosuficiente y capaz de resolver sus problemas independientemente de cómo los plantean y resuelven los demás”(25). Juan Pablo II ha interpretado este fenómeno de la mundialización como un reclamo del espíritu hacia la fraternidad universal(26). Lo negativo y terrible de la globalización es que tiene lugar con la exclusión: “el proceso de reestructuración tecnológica, productiva, comercial y financiera que acompaña a la globalización, se refleja en la marginación progresiva de los países en vías de desarrollo”(27) No hay desarrollo integral, pues “no es un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres”, según la feliz expresión de la Populorum Progressio”(28)
La enc SRS sigue reclamando “el derecho de iniciativa económica, que en el mundo actual es reprimido a menudo”; esa negativa destruye la subjetividad del individuo en su verdad de persona, “empujando a muchos a la emigración y favoreciendo, a la vez, una forma de emigración psicológica”(29); “es necesario recalcar que ningún grupo social, por ejemplo un partido, tiene el derecho a usurpar el papel único de guía porque ello supone la destrucción de la verdadera sociedad y de las personas-ciudadanos como ocurre en todo totalitarismo; en esta situación el hombre, el pueblo se convierte en objeto, no obstante todas las declaraciones contrarias y las promesas verbales”(30)
Para defender la verdad del ser humano, “ principio, sujeto y fin de todas las instituciones”, en la SRS “la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo marxista”(31). Pero ya en esas fechas denuncia con singular fuerza la ideología del capitalismo económico neoliberal que mantiene el abismo entre ricos y pobres “mediante mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y de pobreza de otros”(32). Lo vemos, por ejemplo en el caso de la misma deuda externa: la justicia legal no es, pues “ el instrumento elegido para dar una ayuda al desarrollo, se ha convertido en un mecanismo contraproducente”(33); por eso la paz ya no es fruto del desarrollo tal como está teniendo lugar sino de la solidaridad(34). Hablando de las ideologías entonces reinantes -colectivismo marxista y capitalismo liberal- la SRS denuncia que “cada uno de los bloques lleva oculta internamente, a su manera, la tendencia al imperialismo, como se dice comúnmente, o a formas de colonialismo”; pero se ve ya un empeño de las naciones más fuertes por mantener la propia hegemonía, sin reconocer “la igualdad de todos los pueblos” y son tener “el debido respeto a sus legítimas diferencias”(35). Ante la ideología del capitalismo económico neoliberal que ya se perfilaba como pensamiento único cuando salió la SRS, la encíclica insiste sobre un aspecto fundamental: “los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos”; luego el derecho a la propiedad privada “es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio; sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes”(36).
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Poncio Pilatos asume una actitud de cobarde
neutralidad
y decide lavarse las manos.
Tabla del altar de la Pasión
de Cristo
en la Catedral de Toledo. |
Ya había caído el muro de Berlin y el bloque socialista de la URSS cuando en 1991 salió la enc. Centesimus annus que constata: “la solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana especialmente en los países más avanzados...; existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista que rechaza incluso tomar en consideración esos problemas , porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideista, confía su solución al libre desarrollo de fuerzas del mercado”(37). Así el neoliberalismo capitalista “coincide con el marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico(38). El sistema neoliberal se ha puesto como único: “ la alienación se verifica en el consumo, cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta”(39). En esta situación internacional de violencia institucionalizada se ha manifestado con virulencia en los últimos años el terrorismo que compromete desde la raíz “la causa por la cual está combatiendo”. Con buen tino Juan Pablo II hace notar que la única forma de combatir el terrorismo es que “el recurso a la fuerza vaya acompañado por un análisis lúcido y decidido de los motivos subyacentes a los ataques terroristas”; entre los motivos subyacentes sin duda está la injusticia social y la mentira consecuente de la organización internacional (40).
Lamentando que hoy más que un orden internacional apoyado en la verdad, hay un desorden que funciona en la injusticia y en la mentira, emerge una preocupación ineludible: ¿qué tipo de orden puede reemplazar este desorden para lograr la paz -tranquilitas ordinis”- para dar a todos la posibilidad de vivir en libertad, justicia y seguridad? ¿en qué principios o en qué valores morales deben inspirarse y funcionar las nuevas formas y organizaciones sociales? El criterio no puede ser únicamente la economía; hay muchas necesidades humanas que no tienen salidas en el mercado: “por encima de la lógica de los intercambios la base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad”(41)
¿Y nuestro mundo de Cuba?
El respeto que siento hacia este pueblo y la complejidad de la situación no me permiten dar un juicio satisfactorio de lo que aquí esta ocurriendo; por eso prefiero acompañar a este pueblo en su proceso y no emitir juicio ninguno. Conscientes de que Uds conocen la situación mejor, me permito dar algunas referencias y plantear algunos interrogantes.
Algunas referencias
Como todas las naciones Cuba tiene que hacerse un examen acerca de verdad y coherencia entre las declaraciones sobre derechos humanos aceptadas en principio, y la práctica. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004 el Papa insta una y otra vez a “observar los compromisos adquiridos” según el viejo axioma: pacta sunt servanda(42). En la Carta que el Cardenal Secretario de Estado ha enviado a esta Semana Social expresamente se pide transparencia a todas los organismos sociales
En otro nivel, la Instrucción de los Obispos sobre La presencia social de la Iglesia, pide “que se dé internamente en nuestro pueblo una apertura que propicie el ejercicio y el respeto de los derechos integrales del hombre, desde el derecho a la vida y a la educación, hasta el derecho a la libertad de expresión y de participación social y política”; y dan la razón teológica: estos y otros derechos humanos “tienen su asiento en la dignidad del hombre creado libre por Dios”(43).
Otra referencia es la invitación de Juan Pablo II cuando visitó esta tierra:“que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Es decir, nuestra Isla, por muy aislada que pretenda seguir, pertenece a un mundo, esa entera familia humana con una organización social hoy mundializada; entre la población cubana y ese mundo, por una vía o por otra, hay ósmosis continua e inevitable; si no somos conscientes de ello y pretendemos seguir cerrados, lo que podría ser integración bienhechora será invasión alienadora. En este mundo hay unos dinamismos de mercado que están inspirados y determinados por una ideología economicista donde las personas son medidas y valoradas únicamente por la capacidad que tienen de reducir o consumir. Esta ideología está deshumanizando al mercado que, lamentablemente se ha identificado con el neoliberalismo capitalista, y en vez de ser medio eficaz para el intercambio se ha convertido en espacio donde la libertad de los poderosos hace imposible la libertad de los más débiles. La situación se agrava con el fenómeno de la globalización, un fenómeno que significa, en principio, un avance debido a la técnica en los medios de comunicación. Estamos viendo que “nada de lo que ocurre en el mundo nos es ajeno”. Pero este proceso de interdependencia global no ha conducido al nacimiento de un mundo realmente integrado y humanitario; se han hecho más profundos los abismos de pobreza y desigualdad: “todo los países más allá de su ideología y modelos económicos, forman parte de un único sistema económico internacional; sin embargo muchos de ellos están integrados de forma imperfecta, mientras que otros son excesivamente vulnerables; el proceso de reestructuración tecnológica, productiva, comercial y financiera que acompaña a la globalización, se refleja en la progresiva marginación de los países en vías de desarrollo. Las dificultades de acceso a los mercados, el empeoramiento de las condiciones de intercambio, los problemas de deuda externa, las crecientes necesidades financieras, y un aparato productivo frágil y obsoleto, dificultan el desarrollo de muchos pueblos, naciones y regiones del mundo”(44), la globalización se está haciendo con exclusión de los más débiles.
La invasión de la mentalidad capitalista neoliberal es también preocupación del Cardenal Jaime Ortega cuando en el 2001 habla de los creyentes cristianos “viviendo en diáspora, acosados por la suficiencia del dinero y de la técnica, en búsqueda de identidad, tentados de encerrarse en este mundo material, donde no hay espacio para la esperanza”(45). Es bien significativo que Juan Pablo II cuando habló a los obispos de Cuba en su visita “ad limina Apostolorum”, 7 de julio, 2001, les dijo: “la fe y los valores que proclama el evangelio son una riqueza que se debe preservar celosamente, porque está en la raíz de la identidad cultural nacional, amenazada hoy, como en otras partes, por una cultura masificada e informe, amparada en algunos aspectos del proceso de globalización”. A esto se añade la entrada de la llamada postmodernidad, que unifica la juventud cubana y a la juventud de los otros países: “una vida llena de placeres fáciles pero fugaces, donde falta un proyecto portador de felicidad fundado en el amor”, “la permisividad que no lleva esfuerzo, desconoce el sacrificio...,trae consigo la falta de entusiasmo y la desesperanza”(46). Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva cultura que no va ligada necesariamente a uno de los dos grandes sistemas políticos que han marcado al siglo veinte si bien conlleva una seria crítica de los mismos como proyectos utópicos globales, que instala en la superficialidad, en la desorientación y en una cierta mentira respecto al sistema en que están viviendo esos jóvenes.
Soy consciente de que llamar la atención sobre la ideología de un sistema que oficialmente aún no ha llegado y que amenaza los derechos humanos, es arma de dos filos. Puede ser un ardid o un engaño para no preocuparnos de subsanar los atropellos de los derechos humanos que podamos sufrir en el presente por la ideología de otro sistema. Es peligroso para uno que se está ahogando contarle que cuando llegue a terreno firme, le amenazan muchos peligros; de momento necesita esforzarse por salir a nado sano y salvo. Pero, dado que ya la ideología del sistema neoliberal está entrando en la sociedad cubana, y pensando en el porvenir, es necesario y saludable llamar la atención sobre lo que viene, sin por ello perder el sentido critico respecto a lo que ha venido y ahora tenemos.
Urge que nos preguntemos con sinceridad qué puesto cabe a Cuba en este proceso de globalización y si la ideología de exclusión que inspira y define a este proceso, no está entrando en una gran parte de la población cubana que, manteniendo las apariencias de un proyecto socialista, resuelve sus problemas con doble moneda y con doble vida. Igualmente debemos peguntarnos qué hay de verdad en la nueva sensibilidad postmoderna para que los jóvenes no se vean obligados a pactar con la mentira. Si es verdad que los seres humanos acabamos pensando como vivimos ¿no corremos el peligro de que los hombre se acostumbren a vivir en la mentira matando definitivamente su verdad o el reclamo que todo experimentamos a practicar la misericordia, la justicia y la fidelidad?.
De ahí los interrogantes
En la situación actual del pueblo cubano, ya en transición cultural ineludible cualquier totalitarismo, de uno u otro signo, debe ser rechazado. No se trata sólo de un problema político; nos está invadiendo de modo irreverente una nueva cultura donde no sólo se pierde la identidad nacional sino también donde las personas, reducidas a piezas de recambio y desechables en el dinamismo de producción, se instalan en lo superficial e inmediato, dejan de ser principio, sujeto y fin de las organizaciones sociopolíticas. Tanto la ideología del colectivismo marxista como del economicismo capitalista dejan fuera de juego a las personas que, domesticadas por el sistema, se instalan y funcionan en la mentira. Pero además se añade, sobre todo en las generaciones jóvenes, el desencanto por el fracaso de los dos grandes proyectos utópicos que ofrecieron dos sistemas; en la postmodernidad, que significa una reacción en contra de la mentira, las generaciones más jóvenes se quedan en la superficie y no llegan a encontrarse con su verdad..
Como aproximación a nuestra realidad cubana parece importante otra referencia. Cuando recibió el Premio Nobel, García Márquez se hizo voz y reclamo de los pueblos latinoamericanos: “¿por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en literatura, se nos niega con toda clase de suspicacia en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?, como si no fuera posible otro destino que vivir a meced de los dos grandes sueños del mundo; esto es, amigos, el tamaño de nuestra soledad”(47). Para el pueblo cubano, como para todos los pueblos, tan nefasto es el capitalismo liberal, tal como está funcionando, como el colectivismo marxista, tal como ha funcionado en Europa. No se arregla nada cambiando de sistema que nos imponen desde fuera ni dejando que nos invada la postmodernidad en su versión europea.
Hay que buscar otros caminos para que las personas y los pueblos sean ellos mismos en continuidad con su pensamiento y tradición originales. Hay que superar el totalitarismo imperialista de cualquier sistema o corriente, a fin de que las personas sean sujeto y fin de las organizaciones. En la homilía de Navidad 2003 Mons. Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago, denunció la pretensión de todos los tiempos que se ha formulado con claridad en los últimos siglos: el ser humano puede con sus propias fuerzas conseguir la salvación. Y recordaba una estrofa de La Internacional: “no más salvadores supremos, ni César, ni burgués, ni Dios, nosotros mismos haremos nuestra propia redención”. Fue la pretensión de mesianismo absoluto que tuvo el progreso científico en el siglo XVII: dar la felicidad a los seres humanos sin Dios, y sin la religión, la misma que tuvieron el nazismo y el marxismo-leninismo- Pero también el mesianismo absolutista de un desarrollo económico ciego e insolidario que tiene hoy lugar en el neoliberalismo capitalista. Precisamente porque los seres humanos estamos llamados a ser siempre más de lo que somos, porque llevamos dentro la capacidad de infinito, desde nuestro nacimiento somos invitados al diálogo con Dios, y sólo de Él puede venirnos nuestra salvación si bien ha de ser también obra nuestra. Ningún proyecto utópico intrahistórico, ninguna satisfacción inmediata puede llenar satisfactoriamente nuestro corazón impulsado desde dentro al encuentro con el Infinito.
Inmensa tarea
La PT percibió el gran desafío en la segunda mitad del siglo XX: “a todos los hombres de alma generosa incumbe, pues, la inmensa tarea de restablecer las condiciones de convivencia, basándolas en la verdad, en la justicia, en el amor y en la libertad”48. La verdad del ser humano se apoya en la verdad de Dios; Jesucristo revela al hombre “en la misma revelación del misterio del padre y de su amor”(49). Primero deberíamos hablar de la verdad de Dios. Pero como la verdad sobre el hombre ha de ser tema y preocupación común para creyentes en Dios y no creyentes, vamos a comenzar por ahí. Ahora ya nos referimos a la situación en Cuba.
Desde la verdad del hombre
La persona humana tiene una peculiaridad respecto a los demás animales: como imagen del Creador tiene derecho y obligación de pensar por su cuenta, pues Dios le ha puesto en manos de su propia decisión(50). Como nos dice la Carta enviada por el Cardenal Secretario de Estado para nuestra Semana Social,, debemos comprometernos para que el hombre cubano sea sujeto de su propia historia. Este objetivo tiene muchas implicaciones.
Si el ser humano es imagen de Dios, debemos concluir que la ley moral está inscrita en el corazón del hombre; en todos la palabra de Dios tiene su eco. Esa conciencia está despertando con el reclamo de los derechos humanos, y escuchar este clamor que despunta con fuerza es aceptar la verdad del hombre(51). La verdad del ser humano exige la fidelidad a su conciencia; cuando por mantener unas apariencias o un seguridad los seres humanos acallamos la voz de esa conciencia, estamos cayendo en la mentira que deshumaniza. Sobre esa mentira brotan la desconfianza y la suspicacia que hacen imposible una convivencia pacífica y gratificante. Un derecho humano fundamental es la propia realización que no es posible si no vivimos reconciliados con nosotros mismos.
El primer valor y el primer derecho es la vida con su correspondiente deber de transmitirla, mantenerla y defenderla. Respetar la vida, hacer que lleguen a la luz los nacidos, trabajar por una sociedad en que hombres y mujeres puedan llevar una vida digna son versiones prácticas de hacer la verdad del ser humano.
La persona debe ser centro y fin de toda organización sociopolítica y de la economía. Esta no debe funcionar al margen de la ética porque dejaría de ser humana. No valen las políticas económicas que se situarían en “una zona franca en la que la ley moral no tendría ninguna fuerza”(52). Ningún progreso económico y ninguna medida en economía debe proceder al margen y sin tener en cuenta el costo humano que acarrea; “hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de los pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz”(53)
Cuando el ser humano pierde su protagonismo y se ve manipulado por las ideologías o falsos mesianismos de turno, aceptando la indolencia y el desentendimiento ante los problemas sociales, está negando prácticamente su verdad; olvida que Dios le ha puesto en manos de su propia decisión. Es necesario que salga de su pasividad, tome las riendas de su propia vida y asuma la responsabilidad sociopolítica que le corresponde. Esta concientización de las personas -“primero empezar a pensar”,según la expresión del P. Félix Varela- parece tarea primera e imprescindible hoy en nuestra sociedad. La invitación del P. Varela evoca la intervención de Jesús curando a un ciego de nacimiento; había en aquel pueblo judío unos maestros de la Ley que se creían los únicos poseedores de la verdad, no toleraban que los otros abrieran los ojos para mirar, ver, juzgar y actuar con libertad. Si queremos que la vida de nuestra sociedad cubana, con su organización sociopolítica, “sea más conforme a la eminente dignidad del hombre”, hay que apoyar a este hombre para que, pensando y decidiendo por su cuenta, sea sujeto y fin de las instituciones y no esclavo manipulado por los sistemas. Y cuando hablo de manipulación no me estoy refiriendo sólo a un sistema sociopolítico determinado. Hay muchos totalitarismos imperialistas a veces tan sutiles como esa nueva cultura del hombre productor y consumidor que suavemente nos instala en la superficialidad del tener, gozar y aparentar inmediatos, impidiéndonos ser nosotros mismos y sembrando en nuestra existencia la mentira. Ya destacando el énfasis en los “deberes” muy diluidos en la Declaración Universal del 48, la PT deja bien claro que la verdad será fundamento de la paz “cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes”(54)
Si el Verbo ilumina a todo ser humano que es imagen del Creador y la ley de Dios está inscrita en su conciencia, es necesario concluir que todo ser humano es ya portador de verdad. Si aceptamos, por otra parte, que todos hemos sido creados libres, tampoco es humana la coacción por parte de personas particulares o de grupos sociales. La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad y el único camino razonable para tratar con el ser humano es el diálogo. La necesidad de este diálogo en nuestra sociedad mundial y en la sociedad cubana es evidente.
El ser humano tiene también una dimensión política porque sólo se realiza viviendo en sociedad. En Cuba, como en otras latitudes, hay hombres y mujeres que viven la contradicción entre la nueva sociedad que soñaron y la realidad conseguida; sufren el desajuste entre la utopía propuesta -bien se interprete la palabra “utopía” como plenitud que aún no existe, bien como logro de la felicidad soñada- y la realización de los proyectos utópicos intrahistóricos. Mientras el ser humano sólo puede respirar y vivir en horizonte de utopía, no debe someterse ni dar valor absoluto a ningún proyecto utópico intrahistórico que, a lo más, sólo puede dar una respuesta penúltima; deben recuperar su verdad de personas cuya dignidad es superior a todos los proyectos sociopolíticos. Si no desmontan esos falsos mesianismos, vivirán en una contradicción existencial que los destruye, pues tendrán que aparentar lo que no son ellos mismos.
Es hasta cierto punto normal que, ante los fracasos de un sistema, muchos opten por el desentendimiento político, la doble vida, la huida del país, o la enmienda a la totalidad. Creo que no se puede condenar a nadie, y menos aún en situaciones tan complejas como la nuestra. Pero desde la fe cristiana debemos ser lúcidos. No se justifica ni el desentendimiento ni la irresponsabilidad política, pues los gozos y esperanzas, las alegrías y la tristezas, los éxitos y los fracasos de la sociedad son también de los discípulos de Cristo; nada humano les debe ser ajeno. Tampoco es buen camino acostumbrarse a la mentira, porque a la larga uno acaba pensando como vive; si el engaño y la mentira llegan a verse como algo normal, será muy difícil el rearme ético de la persona y del pueblo. Para muchos la salida del país puede ser interpretada como una forma de liberación; pero urge una formación seria sobre la verdadera libertad; no sólo “libertad de”, sino el para qué de la libertad. Si no tenemos claro el objetivo de nuestra libertad, ¿qué garantías hay de no caer, al llegar a otro país, de no caer en las garras de otro sistema que siga postergando irreverentemente a las personas?. La verdad del ser humano se da siempre dentro de una sociedad real, que es un dinamismo complejo y cambiante; porque surgen continuamente nuevas situaciones todos los sistemas y todas las organizaciones sociales deben estar en continua reforma; en este sentido la disidencia relativa es necesaria y saludable. Los hombres y los sistemas pueden tener una inspiración y un objetivo verdaderamente humanos, cuya realización se ha pervertido por ideologías totalitarias que han venido después. Hay que saber discernir. En todo caso, máxime si actuamos con perspectiva cristiana, hay que “decir la verdad sin desafiar, perdonar sin olvidar, y confiar en Dios cuando todos los cálculos humanos nos llevarían a la depresión y a la fuga”(55)
El ser humano tiene una dimensión trascendente sin la cual no puede mantener su verdad. Hay en nuestra existencia una dimensión enigmática cuya otra orilla nunca se llega a ver. Por eso está desde dentro impulsado a la trascendencia, a ir más allá saliendo de su propia tierra. Para que la espera humana se haga esperanza, es necesario que el hombre se sienta impulsando, tenga un aliciente para ir más allá. Pero da la impresión de que gran parte de la población cubana no tiene hoy ese aliciente para salir hacia delante confiando. Por otra parte en muchos cubanos “las ausencias de referencia moral indican que cada hombre o mujer es una brújula sin norte; no se sabe ya cuales son los valores y los deberes, los ideales básicos y la vida que rebaja al plano sensorial, sólo se buscan placeres”(56). Pero como a los hombres se nos impuso no reposar en sitio alguno, corremos el peligro de recurrir a la “trascendencia religiosa”, más o menos confusa, sin pasar por las trascendencias y liberaciones intrahistóricas, que son el lugar donde se fragua nuestra realización trascendente definitiva.
En la verdad de Dios
Difícilmente podremos fundamentar la verdad del ser humano y vivir en todas sus consecuencias el profundo estupor ante su dignidad, sin una referencia a Dios. Es un logro de la modernidad la ética como imperativo ineludible para la supervivencia de la sociedad; la filosofía de Kant fue aquí bien significativa. Pero, vuelvo a insistir, la ética sin la visión teologal acaba siendo una conducta “sin gracia”, sin un elemento de amor que permite ir siempre más allá; la visión teologal descubre a la humanidad aceptada y acompañada directamente por Dios, y el “no matarás” viene a ser una exigencia y una manifestación del amor. Por eso parece fundamental la verdad sobre Dios. Ante la situación del mundo, marcado por tantas injusticias y por tanta indiferencia religiosa, Juan Pablo II planteó una interrogante a los cristianos: ¿de qué divinidad estamos hablando con nuestra conducta religiosa, moral y social?(57). El pueblo cubano es muy religioso; pero como Pablo en Atenas, tenemos aquí un reto urgente: hablar del Dios “que a todo da vida y aliento”, “en el cual existimos, nos movemos y actuamos”; el Dios revelado en Jesucristo.
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San Pablo, uno de los máximos propagadores
de la verdad del Evangelio, se muestra en
este tapiz sobre cartón, de Rafael
en el
Palacio Real de Madrid predicando
en la Acrópolis de Atenas. |
Lógicamente como sólo el Hijo nos ha dado a conocer quién es y cómo actúa el verdadero Dios, hay que proclamar en Cuba la verdad sobre Jesucristo. Hace unos meses en este mismo lugar un sacerdote cubano, el P. Antonio Rodríguez afirmaba: “Jesucristo, el Salvador del Mundo, es prácticamente desconocido en Cuba; ideas muy vagas acerca de su persona que originan confusiones, incluso en lo que Él debe significar para cada ser humano, y para la sociedad provienen de este desconocimiento ¡cuántos de nuestro pueblo igualan a la excelsa persona del Verbo Encarnado con un santo más, o lo que es peor, una fuerza superior de la naturaleza a la que es preciso controlar!”(58). En el sincretismo religioso confuso que hay en nuestra población cubana, Jesucristo es la única e inequívoca referencia para discernir la identidad cristiana que está tan lejos del teísmo como del ateísmo. Por otra parte estamos convencidos de que hoy todos los pueblos, pero especialmente el cubano, necesitan practicar la reconciliación; que no es sólo una tolerancia de seguros mutuos, sino aceptación del otro en su forma de pensar y de ser. Quien se deja transformar por el espíritu y los sentimientos de Jesucristo, a la hora de relacionarse con los demás “podrá ser un mártir pero nunca será un torturador”(59); porque ama, el mártir “no lleva cuenta del mal, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta”(60)
En la percepción de la verdad sobre Dios y sobre Cristo es fundamental el conocimiento sobre la verdad de la Iglesia, que algunos interpretan como un partido político, un espacio para evadirse de los problemas sociales, una organización de beneficencia, o un despacho de prácticas religiosas. Sólo cuando se descubre la verdad de la Iglesia como presencia de la gracia o vida de Dios en visibilidad histórica, incluso cuando su rostro esté desfigurado por la incoherencia y el pecado de los mismos cristianos y de las estructuras eclesiales. El ENEC presentó y destacó muy bien esta dimensión profunda y teologal que hace de la Iglesia reflejo histórico de la comunión trinitaria encarnada en la vida de los hombres. Pero esa presentación sigue siendo asignatura pendiente para la evangelización en Cuba.
“El que hace la verdad, llega a la luz”
Según la expresión del cuarto evangelista, la verdad que construye la paz no es sólo cuestión de teoría sino más bien de práctica. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz en el año 2004 Juan Pablo II reclamó insistentemente que las organizaciones internacionales y nacionales pongan en práctica las buenos pronunciamientos y la legislación sobre los derechos humanos. Según la revelación judeocristiana la verdad no se reduce a una virtud intelectual, es más bien actitud y conducta existencial de autocomunicarse como amor, como justicia y en fidelidad. Así es Dios la Verdad, que se manifiesta de modo único en Jesucristo. Por eso vienen bien aquí los interrogantes que, diez años después del Concilio, lanzaba Pablo VI a los cristianos: “¿Creéis verdaderamente lo que anunciáis? ¿vivís lo que creéis? ¿practicáis verdaderamente lo que vivís?”(61). En la carta que desde el Vaticano nos ha enviado, el Cardenal Secretario de Estado “actitudes más que palabras”.
“Que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón” para descubrir las semillas de esperanza en la evolución de la historia. Aunque creamos que los conflictos son muchas veces inevitables y no aceptemos mesianismos utópicos, apoyados en la verdad de la encarnación, necesitamos respirar el optimismo que respiraba Juan XXIII cuando nos ofreció la PT: “la humanidad ha emprendido una nueva etapa de su camino. El fin del colonialismo, el nacimiento de nuevos Estados independientes, la defensa más eficaz de los derechos de los trabajadores, la presencia de las mujeres en la vida pública, la convicción de que todos los hombres son por dignidad natural, iguales entre sí”(62). Mirando con los ojos del corazón, descubriremos el paso de Dios por nuestra historia y evitaremos el fatalismo ante las tragedias que siguen afligiendo a la humanidad
En este horizonte de optimismo teologal, hay que hacer la verdad en nosotros mismos, tratando de que el desarme “llegue a los mismos espíritus”, hay que desarmar “nuestras mismas conciencias”, ser pacíficos o vivir como hijos y con los mismos sentimientos de Dios. La conversión personal y el desmonte de las idolatrías o falsos absolutos que cada uno continuamente nos fabricamos, son un primer paso imprescindible para caminar hacia la utopía profética, cuando los seres humanos y los pueblos “de sus espadas forjarán azadones y de sus lanzas podaderas”(63). La conversión significa dejar que Dios, amor incondicional a favor de todos los seres humanos, sea único señor en nuestra propia existencia. Como la vida de Jesucristo, nuestra vida debe ser ante todo una «teopraxis», una práctica de Dios hacedor de justicia en misericordia y en fidelidad.
La tarea de hacer la verdad implica decisión y responsabilidad personales. La revelación no tiene lugar fuera de la experiencia humana sin la libertad del hombre que se abre y acoge la Palabra. Como dijimos al principio, la subjetividad de la verdad ha sido un aspecto muy destacado en la filosofía moderna. La verdad objetiva que es Dios mismo sólo se manifiesta comprometiendo a los sujetos humanos.
Solidaridad cordialmente practicada. Esta frase de la PT es iluminadora. Solidaridad significa no sólo y tanto pensar y actuar pensando “qué será de mí”, sino que será de los otros, especialmente de los más débiles e indefensos. Sin esta forma de amor que llamamos solidaridad, no somos fieles a la verdad del ser humano ni a la verdad de Dios. Y la expresión “cordialmente practicada” todavía va más allá. Una solidaridad “practicada”, porque hacer la verdad no es cuestión teórica sino práctica; es creer, tender y caminar hacia Dios -”credere in Deum- “. Un movimiento buscando ese mundo de misericordia, justicia y fidelidad; verá a Dios el que va hacia Dios. Y el adverbio “cordialmente” precisa más. El corazón es el centro de nuestra personalidad, donde brotan todos los sentimientos, se cuecen todos los proyectos y se recibe impulso para seguir viviendo. Se cree en Dios -algunos dicen que “cre-dere” latino etimológicamente significa “cor dare”, dar el corazón- cuando nos solidarizamos pensando y actuando en favor de los demás con todo lo que somos y tenemos.
Aquí la inspiración cristiana en el compromiso de la verdad que ha de tener su versión política. Todos estamos dentro de una organización social donde la pretendida neutralidad es un engaño. Es verdad que la Iglesia no se identifica con un partido político ni con una entidad de beneficencia, pero sí anuncia la verdad de Dios que se manifiesta en la verdad de los seres humanos, la fe cristiana da nuevas claves y abre nuevos horizontes para que la política y la economía busquen soluciones más humanas. Hablando ya de cada cristiano, la PT destaca que debemos ser “testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno”(64). Vienen bien a aquí las palabras de Mons. Siro, Obispo de Pinar del Río: “ si es profeta quien dice la palabra de Dios y obra en su nombre, la presencia pública de la Iglesia es profética. Porque su misión propia no es económica, política o social, la Iglesia debe mantener independencia respecto a los poderes que «de facto» dirigen esos ámbitos. Pero ser independiente no se confunde con una mera neutralidad, como si la Iglesia quisiera y tuviese que permanecer indiferente en la organización sociopolítica que funciona en el país. En esta preocupación por la vida y dignidad de todo ser humano, la Iglesia debe levantar su voz profética, denunciando los pecados y las injusticias sin temor a los poderosos, pero siempre con misericordia”(65).
Este evangelio es «desestabilizante», nos saca de nuestras seguridades y comodidades. Resulta comprometedor anunciar que Dios en Jesucristo ha manifestado su verdad y la verdad de los seres humanos, viviendo en la condición de servidor y aceptando el riesgo cierto de la cruz.
La tarea inmensa de hacer la verdad hoy en Cuba es prioritaria no sólo para los cristianos que trabajan en medios de comunicación, sino para todos los cristianos. Está en juego la dignidad del ser humano, y en esa causa no estamos solos, con nosotros y a nuestro lado trabajan hombres y mujeres de buena voluntad. En esa tarea nos precede, acompaña e impulsa el Espíritu de la Verdad, que “a todo da vida y aliento”
Camagüey, 18 de nov. 2004
Referencias
1. Enc Populorum Progressio, 87
2. PT, 1
3. PT, 9
4. SRS, 39 y 40
5. Ef 4,21; 2 Cor 4,2-6; Jn 1,17; 14,6
6. Jn 3,21
7. PT, 1 y 38
8. PT, 37
9. Rm 1,18
10. Jn 8,44 y 55
11. PT, 2 y 3
12. PT 40-45,79
13. PT,4
14. PT, 78 y 104
15. PT, 65 Aunque la encíclica no trae nombre de personas ni de grupos, todos entendieron que la crítica y el comentario se referían al marxismo tal como estaba funcionando en el bloque soviético. Se confirmó cuando días después, con el patrocinio del Secretariado Pontificio para los no-creyentes, comenzaban en Salzburgo conversaciones entre católicos e intelectuales marxistas. Es de notar, sin embargo, que la encíclica abre una ventana de oxígeno cuando dice: “hay que distinguir entre ideología inicial de un movimiento y su evolución posterior; pudiera ocurrir que el movimiento surgido de esa ideología hubiera ido renunciando con el tiempo a buena parte de los elementos inaceptables; de ser así ¿quién puede negar que en la medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?”(PT, 159)
16. PT, 22
17. PT, 130
18. PT, 133 y 137
19. PT, 90
20. PT, 25 y 145
21. PT, 42-43. Todavía en la enc. PP, 87, Pablo VI pensaba que el desarrollo era “el nuevo nombre de la paz”
22. SRS, 4
23. Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 en.2003, 6
24. SRS, 9
25. Fundación por la Cooperación del desarrollo (FCD), Informe 1995 (Madrid 1996) 31.
26. Mensaje para la Jornada de la Paz, 1 de enero del 2001, n.1
27. FCD, l.c.
28. PP, 42; SRS, 38
29. SRS, 15
30. SRS, l.c.
31. SRS,21
32. SRS, 16
33. SRS, 19
34. SRS,39
35. SRS,22, 39
36. SRS, 42
37. Enc. CA, 42
38. CA, 19
39. CA,41
40. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero, 2004, introd. y n.9
41. Ib., 9.
42. N.5
43. 3 de sept. 2003, n.9
44. Ib.El Informe para el desarrollo humano 1996 reconoce que, hablando en general, la globalización “ha contribuido al crecimiento de los países más fuertes y a la marginación de los países débiles” (Madrid 1996) 10
45. Intervención en el Encuentro de Presidentes de Comisiones de Cultura de las Conferencias Episcopales de América Latina, México, 5-7
–VI, 2001
46. Carta No hay patria sin virtud, 7 y 9
47. G. García Márquez, La arrasadora utopía de la vida: 8 dic. 1982
48. PT, 163
49. GS,22
50. GS, 17
51. Vat II, GS, 17; Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero, 2003, 4
52. Ib., 7
53. Juan Pablo II, l..c.
54. PT, 35; Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero, 2003,.3
55. Card. Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, Palabras cuando le fue otorgado el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Puebla, México 5.VI,2001
56. Card D. Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, Palabras al recibir el Doctorado Honoris Causa, en la Universidad de Puebla, México (5,6,2001)
57. Carta Tertio Millenio Adveniente, 36
58. Conferencia dada en Camagüey . Jornadas sobre los Medios de Comunicación de la Iglesia, 2003
59. Juan Pablo II, Carta Apost. Mane nobiscum Domine, 7 de oct. 2003, n.26
60. 1 Cor 13,4-8
61. Exhort. Evangelii nuntiandi, 1975, 76
62. Juan Pablo II recuerda esa mirada optimista de la PT en su Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 en. del 2003, n.4.
63. Is 2,4
64. PT, 171
65. Homilía en la Misa Crismal, 10 de abril, 2003