Del 18 al 25 de enero de cada año celebramos el
Octavario de oración por la unidad de los cris
tianos. El de este año 2005 tiene la connotación especial de que lo celebraremos en el Año de la Eucaristía, en el Año de la misión y en la reciente conmemoración del cuarenta aniversario del decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II. Este decreto, promulgado el 21 de noviembre de 1964. se conoce por el nombre de Unitatis redintegratio (UR) .
Puede afirmarse que una idea fundamental del concilio Vaticano II se resume en la palabra comunión. Esta palabra, mejor aún, la noción de comunión está presente en la Biblia y es utilizada en la Iglesia primitiva; y con ella el Concilio define el misterio de la Iglesia. A partir del Concilio podemos afirmar más claramente que la Iglesia es comunión, imagen de la Trinidad. Cuando por el pecado de los hombres y por otras circunstancias de diversa índole la Iglesia se dividió, se rompió la comunión. Caminar hacia la unidad de los cristianos es caminar hacia el restablecimiento de la plena comunión. Esta comunión hacia la que se tiende es algo más que una especie de red de Iglesias; tampoco es una uniformidad. La comunión hacia la que tendemos incluye la unidad en la fe, los sacramentos y en el ministerio eclesiástico (cfr. UR 2 y 3) , unidad dentro de la que hay diversidad legítima de mentalidades, de tradiciones, de ritos, de reglas canónicas, de teologías, de espiritualidades (cfr. UR 4, 16 y17) .
Presentar el camino hacia la unidad de los cristianos no como una fusión o como absorción mutua de una Iglesia por otra, sino como un camino desde una comunión no plena a una comunión plena ha sido una contribución teológica importante del concilio Vaticano II.
En la historia de la Iglesia ha habido dos divisiones tristemente sobresalientes: el cisma entre Oriente y Occidente, y las divisiones dentro de la Iglesia de Occidente a partir del siglo XVI. Para el restablecimiento de la comunión plena con las Iglesias orientales hay que tener muy en cuenta los diferentes factores de la división y reconocer las legítimas diferencias (cfr. UR 14-17). En estas Iglesias se conserva inalterada la estructura eclesial que se había desarrollado sobre todo a partir del siglo II. El Concilio dice que las diferencias a menudo son más elementos complementarios que divergencias opuestas. Con estas Iglesias el problema principal es la cuestión del ministerio del Papa, lo que se conoce con el nombre de “ministerio petrino” . En su encíclica sobre la unidad de los cristianos, el Papa Juan Pablo II ha invitado a un diálogo fraterno sobre este asunto de cara al futuro.
Cuando se trata de la división surgida a partir de la Reforma del siglo XVI, la situación es más compleja. Con las comunidades surgidas de la Reforma tenemos elementos de comunión, como por ejemplo, el anuncio de la palabra de Dios y el bautismo. Pero existen divergencias de gran peso, las cuales el Concilio dice que se refieren, en parte, a la doctrina de Jesucristo y de la redención, a la Sagrada Escritura y su relación con la Iglesia, al magisterio auténtico, a la Iglesia y a sus ministerios, al papel de María en la obra de la redención y, en parte también, a cuestiones morales (UR 20-23) . Y a diferencia de lo que sucede con el cisma de Oriente, en las comunidades surgidas de la Reforma no sólo nos encontramos con diferencias doctrinales, sino con otro tipo de Iglesia. Estas comunidades no han conservado la sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico (cfr. UR 22) y no son Iglesia en el sentido en que la Iglesia Católica se entiende a sí misma; constituyen otro tipo de Iglesia.
El Concilio puso en marcha un proceso hacia la comunión que ya ha producido sus frutos. El Papa Juan Pablo II tiene la comunión entre los cristianos como una de las prioridades de su servicio a la Iglesia y al mundo: “comunión plena y visible en la misma fe, en los mismos sacramentos y en el mismo ministerio apostólico”. Pero aún queda mucho por hacer.
En su homilía en la Misa en la que se conmemoraba este cuarenta aniversario, el Papa nos dijo, entre otras cosas: “Realizar desde ahora lo que es posible nos hace crecer en la unidad y nos infunde entusiasmo para vencer las dificultades. Un cristiano no puede renunciar jamás a la esperanza, perder la valentía y el entusiasmo. La unidad de la única Iglesia, que ya existe en la Iglesia católica sin posibilidad de perderse, nos garantiza que un día también se hará realidad la unidad de todos los cristianos” Y nos invita también a vivir la espiritualidad de la comunión que significa reconocer la riqueza de la legítima diversidad de dones reconocidos y compartidos por todos, capacidad de sentir al hermano cristiano como uno que me pertenece, capacidad para ver ante todo lo que hay de positivo en el otro para acogerlo como un don de Dios también para mí, capacidad de dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros.
Que la Iglesia viva la espiritualidad de la comunión propuesta por el Papa puede ser una intención para la celebración del Octavario de oración por la unidad de los cristianos. Así la Iglesia llegará a ser algún día plenamente “señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”.