Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005


ECLESIALES


DISCURSOS DEL SANTO PADRE Y DE S. E. RAÚL ROA KOURÍ, EN LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES

 

 

 

 

Discurso del Santo Padre a S. E. Raúl Roa Kourí
Embajador de Cuba ante la Santa Sede

Señor Embajador:

1. Me complace darle la bienvenida con motivo de la presentación de la Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Cuba ante la Santa Sede. Agradezco sus amables palabras, así como los saludos de parte del Dr. Fidel Castro Ruz, Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República, al cual le ruego que exprese mis deseos por su salud, así como mis votos por la prosperidad integral de la querida Nación cubana. Para ella pido a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen venerada en su País con la hermosa advocación de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que se incrementen los sentimientos de entendimiento mutuo y fraternidad genuina que son los que permiten que la Patria sea realmente casa y obra de todos.
2. Al mismo tiempo, le puedo manifestar el interés con el que sigo el empeño de las autoridades cubanas por mantener y desarrollar las metas conseguidas con esfuerzo en el campo de la atención sanitaria, de la instrucción en sus diversos niveles y de la cultura en sus diferentes expresiones. La Santa Sede considera que asegurando estas condiciones de la existencia humana se ponen algunos de los pilares del edificio de la paz, la cual no es sólo la ausencia de guerra, sino el poder disfrutar de la promoción humana integral, en la salud y el crecimiento armónico del cuerpo y del espíritu, de todos los miembros de una sociedad.
Asimismo, la Santa Sede desea vivamente que se puedan superar cuanto antes los obstáculos que impiden la libre comunicación e intercambio entre la Nación cubana y parte de la comunidad internacional, afianzando así, mediante un diálogo respetuoso y abierto con todos, las condiciones necesarias para un auténtico desarrollo.
3. Por su parte, Cuba se distingue por un espíritu de solidaridad, puesto en evidencia con el envío de personal y recursos materiales ante necesidades básicas de varias poblaciones con ocasión de calamidades naturales, conflictos o pobreza. La Doctrina Social de la Iglesia se ha desarrollado mucho en estos últimos años, precisamente para iluminar las situaciones que requieren esa dimensión solidaria desde la justicia y la verdad. A este respecto, la Iglesia en Cuba, con su presencia evangelizadora y con espíritu de servicio sincero y efectivo al pueblo cubano, se esfuerza por poner de relieve ese magisterio social no sólo de palabra, sino también con sus empeños y realizaciones concretas. El conjunto de valores y propuestas que integran la Doctrina y la consiguiente acción social de la Iglesia forman parte de su misión evangelizadora y, consecuentemente, de su propia identidad.
Para que la acción de la Iglesia en el seno del pueblo cubano llegue a ser más eficaz en orden a la promoción del bien común, es conveniente que, en un ambiente de genuina libertad religiosa (cf. Dignitatis humanae 13), pueda mantener e incrementar los vínculos ya existentes de solidaridad con otras Iglesias hermanas, que no dudan en apoyar generosamente de maneras muy diversas y, en particular, poniendo a disposición sacerdotes, religiosos y religiosas, que favorezcan la obra de la Iglesia católica en Cuba, cuyos miembros son parte del pueblo cubano, viviendo unidos y en comunión y sintonía con la Sede Apostólica.
4. En realidad, en toda sociedad pluralista la Iglesia presenta sus orientaciones y propuestas que pueden llevar a puntos de vista diferentes entre quienes comparten la fe y quienes no la profesan. Las divergencias en este sentido no deben producir ninguna forma de conflictividad social sino más bien favorecer un diálogo constructivo y amplio.
A este respecto hay temas en los cuales la Iglesia en Cuba desea iluminar la realidad social, como por ejemplo la amplia problemática suscitada por la promoción de la dignidad humana; la consideración de la realidad familiar y la educación de las nuevas generaciones en una cultura de la paz, de la vida y de la esperanza; la compleja relación entre la economía y los valores del espíritu; la atención global de la persona humana, aspectos estos en los cuales es conveniente un diálogo con todos los grupos que integran el pueblo cubano.
5. Señor Embajador, en el momento en que inicia sus funciones al frente de esa Misión diplomática, deseo ratificarle la buena disposición de la Santa Sede y de la Iglesia en Cuba en su voluntad de perseverar en el servicio a los hombres y mujeres que viven en su País, así como superar cualquier diferencia por el camino de un diálogo constructivo. Renuevo mi saludo a las Autoridades cubanas e invoco sobre Usted, su familia y sus colaboradores, así como sobre toda la Nación cubana, que recuerdo siempre con afecto, la ayuda de Dios y la abundancia de sus bendiciones.

Vaticano, 8 de enero de 2005.

 

Discurso de S.E. Doctor Raúl Roa Kourí Embajador de Cuba ante la Santa Sede

Santidad:
Hónrame sobremanera presentarle las cartas que me acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Cuba ante la Santa Sede. En este día, para mí de alta significación, no podría dejar de evocar a mis predecesores de las últimas décadas —en particular, al querido y admirado Luis Amado Blanco que, con mesura y sabiduría, ejerció como Decano del Cuerpo Diplomático durante el pontificado de S.S. Paulo VI y entregó aquí su vida sirviendo a la Patria—, quienes contribuyeron a cimentar y robustecer las relaciones entre Cuba y el Vaticano.
Dichos vínculos obedecen, además, al profundo respeto que tienen nuestro Presidente, el doctor Fidel Castro Ruz, y el pueblo cubano, por aquel que viajó a Cuba como portador de un mensaje respetuoso de paz y fraternidad para todos los cubanos, creyentes o no. No olvido cómo, desde la data ya no tan cercana de 1979, Vuestra Santidad y el Presidente Fidel Castro fueron los únicos jefes de Estado que, al dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas, afirmaron que no podía haber paz sin desarrollo.
Tampoco olvidamos la preocupación, plenamente compartida, que expresó en Su homilía de la Plaza de la Revolución «José Martí», sobre el resurgimiento «en varios lugares (de) una forma de neoliberalismo capitalista que subordina a la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando (...) a los países menos favorecidos con cargas insoportables». Porque aún hoy, lamentablemente, se continúa imponiendo a éstos «programas económicos insostenibles» y se asiste «al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos».
Entonces Vuestra Santidad reprobó «las medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del país» a nuestro pueblo, por «injustas y éticamente inaceptables». Cuba, consecuente con la política exterior que se dio desde 1959, sostiene hoy relaciones diplomáticas u otras, en pie de igualdad y sobre la base del respeto mutuo y el recíproco beneficio, con 195 países.
Empero, algunos en el mal llamado «primer mundo» —que no lo es, por cierto, en el espíritu de justicia ni el altruismo de ciertos de sus personeros— optaron por subordinarse a la política anticubana de otros que, a contrapelo de la abrumadora condena de los pueblos y gobiernos de las Naciones Unidas cada año, insisten en mantener un cruel y unilateral bloqueo económico, financiero y comercial contra mi país, amén de otras leyes y medidas que no sólo son ilegales por su pretendida aplicación extraterritorial y en menoscabo del derecho de terceros Estados a comerciar con, e invertir, en Cuba, sino porque violan la letra y el espíritu de la Carta de la ONU y el Derecho Internacional, y están enderezadas a rendir por hambre, enfermedad y penuria a nuestro pueblo heroico y generoso. Ni unos ni otros lograrán sus execrables propósitos.
Ya en las postrimerías del siglo XIX advertía nuestro apóstol, José Martí, los peligros que se cernían sobre la América nuestra; antes, el Libertador Simón Bolívar advirtió sobre quienes parecían destinados «por la Providencia en el Nuevo Mundo a plagar a la América de miserias en nombre de la libertad». Hoy, se intenta hegemonizar el proceso objetivo y necesario de la globalización, imprimiéndole características reprobables, basadas en el afán de lucro, el egoísmo y la irresponsabilidad en el uso y abuso de las riquezas y recursos naturales, con riesgo para la vida misma en el planeta.
Al dirigirse, en enero de 2003, al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Su Santidad se dolía, con razón: «Nunca como en este comienzo de milenio el hombre ha experimentado lo precario que es el mundo que ha construido»; se mostraba profundamente impresionado, al igual que millones de hombres de buena voluntad en todo el orbe, ante el «sentimiento de miedo que atenaza frecuentemente el corazón de nuestros contemporáneos» ante los conflictos, enfermedades, pandemias, hambre, terrorismo y conductas irresponsables que empobrecen los recursos de la Tierra.
«Pero todo puede cambiar», concluyó sus palabras, esperanzado, Vuestra Santidad. En efecto, suman decenas de miles los que hoy, incluso en el seno de las sociedades ahítas del «capitalismo salvaje», concuerdan con Su afirmación y se manifiestan, en cada oportunidad, desde el Movimiento del Foro Social, que gana adeptos incesantemente, contra la globalización insolidaria, el neoliberalismo, las conductas irresponsables y el desprecio por los valores que dan sentido y trascendencia a la vida.
«Un mundo mejor es posible», ha expresado también el Presidente Fidel Castro, quien no cesa de trabajar incansablemente por el bienestar material y espiritual de nuestro pueblo y de la humanidad. La pequeña Cuba ha demostrado que se puede hacer mucho con poco; sus logros en la educación, la investigación científica, la salud y la difusión de las luces —el arte, la música, la danza y la literatura— y en la utilización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación al servicio de la sociedad, son prueba fehaciente de ello.
Cabría una breve referencia al modesto aporte internacionalista que realiza Cuba, a pesar del bloqueo y de otras dificultades económicas que enfrentamos, sin ayuda alguna de los organismos financieros u otras fuentes de asistencia internacionales: los miles de médicos que, como los misioneros de la Iglesia, brindan su ayuda humanitaria en los más intrincados rincones de nuestra América, en particular en Haití, y de África; los centenares de educadores y especialistas que contribuyen a erradicar el analfabetismo en varios países del Hemisferio y otros continentes; o los 17 mil jóvenes de 110 países que estudian gratuitamente en el nuestro, por citar sólo algunos ejemplos. Es un esfuerzo que desearíamos emularan los poderosos de la tierra.
Pero, sobre todo, destaca, al centro de nuestro proyecto, la justicia social, el empeño por erradicar el racismo, la discriminación, la marginalización y otras lacras heredadas del pasado colonial y neocolonial, que algunos desde afuera pretenden resucitar e imponérnoslo manu militari, si preciso fuere, mediante la invasión de nuestro país, de antemano condenada al fracaso por la decisión de resistir y el coraje de sus hijos.
En mi país, Santidad, nos libramos definitivamente de los mercaderes que, en tantos lugares del mundo, y rindiendo culto a los falsos dioses del dinero y la rapiña, tomaron por asalto la civitas terra y pretendieron condenarnos a una vida miserable: existencia precaria e inhumana, al margen de los valores del espíritu e indigna de nuestros semejantes y de la hazaña que significa el haber subido, peldaño a peldaño, hasta la cima actual del desarrollo, en que el hombre —si quienes detentan el poder obraran rectamente y en beneficio de la humanidad— podría vivir, libre del flagelo de la guerra, del hambre y la insalubridad, en paz y armonía con la naturaleza, y pasar, al fin, del mundo de la necesidad al mundo de la libertad.
A eso aspiramos quienes, como plugo a Martí, fundamos la república «con todos y para el bien de todos» los que aman y defienden su soberanía e independencia; y convertimos en su ley primera «el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre». En esta batalla por la justicia, «ese sol del mundo moral», por la vida, por el amor y la paz, estaremos siempre los cubanos de buena voluntad.
Desearía poder contar con Su asistencia, y la de sus colaboradores en la Secretaría de Estado, para mejor desempeñar la honrosa misión que me han confiado mi pueblo y mi Gobierno.
Muchas gracias.

 

Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005