Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005


BIOÉTICA


ÉTICA Y LIBERTAD:
RAZONES PARA OBRAR POR UN MUNDO MEJOR

JUAN LÁZARO BESADA TOLEDO

 

 

 

El hombre necesita, más allá de cuanto pueda hacerle placentera la existencia en el orden material, descubrir y poner en práctica cuáles son los valores universales que rigen su vida. En este sentido, la ética deviene en imperativo que le sitúe en el centro de la creación, no como objeto de su tiempo, sino como sujeto del mismo.
A mi juicio, hay una pérdida de valores imperecederos e insoslayables, que ha dado origen a una crisis de conciencia sobre la necesidad de construir nuevas vidas basándonos en opciones que respondan a la dignidad humana y no en meras especulaciones de ínfima duración y menguados alcances.
La evolución, el desarrollo y la aplicación desmedidos e incontrolados de la tecnología, que en muchos aspectos han servido para dignificar al hombre, han acrecentado las diferencias entre ricos y pobres, convirtiéndonos en entes dependientes de nuestras propias creaciones. Así pues, es válido afirmar que hemos engendrado al Moloch que devora nuestra ética y corroe el humanismo que debe ser consustancial al hombre.
Este desenfreno del desarrollo tecnológico ha sido un factor deshumanizante, por cuanto ha robotizado el trabajo y al hombre, haciendo de este una mera pieza del aparato tecnológico y trayendo aparejada una terrible carga de despersonalización que le ha conducido a la crisis apuntada.
Ante el cuadro esbozado es necesario abrir una pregunta: ¿lograremos recuperar una ética cuya solidez, enraizada en la más profunda y consecuente defensa del hombre, coadyuve a un despertar de las conciencias adormecidas por un largo período de incoherencia, indolencia e individualismo?
Desde la masificación del hombre –y es esta una cuestión en la cual el concepto de libertad que se posea y el uso que se haga del mismo tienen importancia vital, por cuanto pueden llevar a la enajenación del individuo hasta la escalada en la carrera armamentista, hemos sido y aún hoy somos víctimas de una manipulación sórdida que nos ha desestimado en nuestro papel de protagonistas.
Nunca antes en la historia de la humanidad el hombre ha sido más preterido, más cosificado, más desposeído de su humanismo. Las distancias entre civilización y salvajismo, humanismo y barbarie se reducen cada día más. Vemos como el hombre evade los compromisos serios, conscientes y responsables, mientras el planeta se desmorona, la sociedad agoniza y el panorama que ofrece el presente es simplemente desgarrador.
Se globalizan la economía y las comunicaciones, pero el humanismo, el afán de colaboración, el amor y la ética en las relaciones entre individuos y pueblos, que tiendan a construir un mundo más digno no se globalizan. Asistimos a una paulatina agonía del humanismo, sin hacer algo efectivo por impedir que no muera producto de nuestra desidia.
Esta dependencia de la tecnología hace que las alternativas se reduzcan cada día más y el homo sapiens se convierta en homo technicus, dando lugar a una robotización que priva al individuo de su personal esencia. Esta despersonalización, quiérase o no, ha tenido y tiene efectos desastrosos en todas las esferas de la vida humana, pues subordina al individuo al desempeño de un papel que en nada se corresponde con la condición propia del hombre.
La proliferación de un analfabetismo ético, en el cual se ve ahogada la libertad, da al traste con las posibilidades de mejoramiento social necesarias en nuestra época. El hombre es hoy mera apoyatura, en lugar de viga principal, cediendo su irrecusable papel central a la tecnología. Y si hemos regalado nuestro don esencial, ¿cómo podremos realizar la obra a que estamos destinados y quién nos podría ayudar a recuperar nuestro primerísimo lugar en el universo? Hemos creado, desarrollado y perfeccionado la tecnología para convertirnos en hijos de ella, que cual Saturno de apetito insaciable nos englute día a día, haciéndonos víctimas de nuestra propia incapacidad para encontrar la fórmula de poner el desarrollo tecnológico al servicio del progreso humano.
He aquí, que es necesario abordar el concepto de libertad, en tanto que el mismo puede y tiene que ayudar a cada individuo a encontrarse consigo mismo y a coadyuvar a la realización de ese humanismo que dé sentido a nuestra ética y nos coloque en el camino justo para dar a la sociedad aquello de lo cual carece en esta época de crisis que devora a la persona humana.
¿Sabemos en qué consiste la libertad? ¿Somos capaces de ejercerla conscientemente? Es una característica generalizada en nuestros tiempos hablar de ella como si fuera algo inaccesible. Realmente no lo es, el problema radica en que hemos puesto en el camino hacia la misma tantos obstáculos, tantos subterfugios y tanta ambición insana, que la senda ha devenido en verdadero vía crucis. urgidos por los estremecimientos de una inconciencia que devora al humanismo, poniendo sitio a la nítida expresión del hombre, como ente libre y socialmente comprometido con el tiempo que le ha tocado vivir, no acabamos de dar a la libertad el papel que ésta debe desempeñar en el mejoramiento humano.
Nos hemos llenado de palabras hermosas y definiciones que se repiten continuamente. Desde la liberté, egalité, fraternité de la Revolución Francesa hasta la Carta Fundacional de las Naciones Unidas, múltiples documentos nos hablan de ella, pero en la práctica hemos sido incapaces de darle una aplicación consecuente. Duele aceptar, que más allá de esas palabras, la realidad nos pruebe que hemos frustrado esa noble aspiración del hombre, siendo hoy verdaderos esclavos de una sombra, de una ilusión de esa libertad que gime, sin que seamos capaces de defenderla, de crearla y disfrutarla, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Se puede hablar de dos tipos de libertad, que necesariamente deben complementarse, para que la misma sea realmente efectiva como elemento insustituible del impostergable mejoramiento humano.
La libertad DE, aquella que apunta a que el individuo puede hacer cuanto desea, es una libertad insuficiente, pues no basta que uno goce de la capacidad de emprender cuanto le plazca, si la empresa que acomete le reduce como persona, impidiendo su crecimiento tanto individual como social. No basta que un individuo posea la capacidad de hacer algo, es necesario que tenga la responsabilidad y la claridad para acometer aquello que responda tanto a su mejoramiento como al de la colectividad a la cual pertenece.
Por otra parte, la libertad PARA, aquella que implica vivir libre de ataduras internas que le impidan estar disponible para emprender aquellas acciones que resultan necesarias, es la libertad que se precisa en nuestra época y por supuesto, es una libertad conflictiva, por cuanto sitúa al hombre, con pleno sentido de la responsabilidad, no sólo ante sí mismo, sino también –y esto tiene decisiva importancia- ante los deberes que tiene para con sus congéneres.
Hoy, ante los peligros de alineación y manipulación provenientes de una sociedad global y tecnocrática, el hombre debe remitirse a su propia conciencia. Es preciso que cada individuo se libere de sus falsos absolutos y temores, de las limitantes que se haya impuesto a sí mismo y emprenda un ejercicio de la libertad consciente y responsable, que coadyuve a un mejoramiento ético cuyo pilar sea ese afán de perfección a que todo hombre está llamado.
Un peligro que amenaza al individuo de nuestros días y que en modo alguno puede ser soslayado es el creciente desarrollo del intimismo frente a la intimidad. Si bien es indudable que todo hombre precisa del encuentro consigo mismo, con sus afectos y su vida interior, con lo privado de cada quien; una relación cerrada, asfixiante, engañosa, como lo es el intimismo, conduce a la reducción de la persona y por ende, a la reducción de su libertad, base sobre la cual debe descansar el crecimiento y la realización de todo individuo. es imposible olvidar, que el hombre es, ante todo, un ser eminentemente social.
Pienso realmente, que superar el reduccionismo que implica el intimismo, nos conduciría a una libertad individual, que aplicada a nuestras relaciones sociales, haría de nuestra libertad una imprescindible y valiosa herramienta, que a través de una práctica constante, destinada al crecimiento de la persona humana y a la superación de esas barreras que se alzan contra nosotros, nos permitiría alcanzar esas cotas de humanismo que son la columna sobre la cual debe descansar una ética que aspire a convertirnos en verdaderos protagonistas y forjadores de una sociedad donde cada quien encuentre las razones que hagan válidas su cooperación para vivir satisfechos y poder coadyuvar a un mundo que sea más digno y habitable para todos.


Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005
Juan Lázaro Besada Toledo
La Habana, 1953.
Oficinista. Graduado Humanismo y Sociedad (San Juan de Letrán). Terciario Dominico.