Pocos libros existen; capaces de emocionarnos
tan sólo por mirarlos, y este es el caso del libro
recientemente presentado por la UNEAC, Cuadernillo de Bella sola. En esta breve publicación, editada como homenaje a la obra del poeta cubano Eliseo Diego en ocasión de sus setenta años, se recogen poemas inéditos de Eliseo dedicados a Bella, su esposa.
El cuadernillo, blanco y leve, ilustrado con delicadeza por Pablo Borges y diseñado por Heriberto de Haro, transmite con su sola presencia el misterio y la ternura de quien inspiró tan adorables poemas. La concepción y realización de este pequeño libro, desbordado de poesía en forma y contenido, da la impresión de haber estado guiada por la propia magia que en él existe, o quizás fue la fuerza de la verdad presente en la indisoluble unión de Eliseo y Bella, quien trazó el camino de forma tan certera, e hizo posible el milagro de esta obra.
En ocasión de esta publicación y deseando acercarnos un poco a la vida y a la creación de este gran poeta, decidí hacerlo por la puerta principal, que para mí no es otra que la del corazón y la sensibilidad de Bella.
La entrevista que les presento a continuación es única, sólo porque nadie se había detenido a hacerla. Bella siempre ha estado ahí, sobrevolando, con su boina parisina y su leve figura de muchacha, toda la poesía de Eliseo. Siempre dispuesta a brindarle la infinita paz que lleva dentro, Bella es música, baile, poesía, sencillez, infancia y sobre todo, emoción, una gran emoción.
-Bella, ¿cómo usted recuerda a Eliseo cuando se conocieron?
–Sé la impresión que me hizo, no un recuerdo. Cuando lo conocí en la universidad era grave, muy grave, como ha seguido siendo, y tenía una voz que me impresionó mucho. El timbre de voz de él. Esa es la impresión que yo tengo. Él nunca había escrito ningún poema. Como poeta no era conocido ni por él. Yo tenía dieciocho o diecinueve años, fue cuando entré en la universidad. De él me enamoró un aire que tenía que me sobrecogía, y eso que él era gracioso, divertido. Él tenía esa dualidad, pero a mí, no sé, me sobrecogió.
–De qué temas preferían hablar en esa época?
–Sobre todo de libros, de experiencias. Había estado Juan Ramón Jiménez en La Habana y la amistad de él con Fina y conmigo había sido una experiencia muy importante para nosotros. Eliseo no lo conoció nunca y de eso también hablábamos.
Nosotros nos vimos por primera vez en el Hispano-Cubano de Cultura. Fina y yo íbamos allí desde que teníamos catorce años, unas niñas “sabichosas”. Eliseo y Cintio, que eran amigos desde el colegio, también iban allí y haber tenido esa experiencia común años atrás nos abrió muchas posibilidades de conversación.
También hablábamos de las casas de El Vedado que nos gustaban. De ellas imaginábamos cosas y gentes. Cada uno hablaba de lo suyo, Fina y Cintio, que se hicieron novios en la misma época, y Eliseo y yo. Siempre salíamos juntos, fue un noviazgo a cuatro manos.
Todos estudiábamos en la Universidad, ellos estaban en un curso adelantado con respecto a nosotras. Fina y yo estudiábamos Ciencias Sociales y también cursamos hasta el tercer año de Filosofía y Letras (me gradué, en 1959, de doctora en Pedagogía). De la Universidad salíamos a pasear por El Vedado, los jardines, los parques, todos los parques. Nos sentábamos a conversar, fue una etapa muy bonita.
–Bella, ¿qué fue Arroyo Naranjo y qué representa para ustedes?
–Mira la casa de Arroyo Naranjo, te voy a hablar sólo un poquito porque de Arroyo no puedo hablar mucho, yo no sé. Yo quería mucho a Arroyo Naranjo, pero mucho. Cuando nos casamos en Bauta, que nos casó el padre Gaztelu, antes de ir al apartamento de nosotros, yo quise pasar por Arroyo Naranjo. Nunca había vivido allí, pero para mí esa casa estaba como encantada.
La casa la había hecho el padre de Eliseo, Constante de Diego, asturiano, para que él naciera allí. Quise mucho al padre de Eliseo, todo lo que él tocaba a mí me importaba, era una persona especial. Era un verdadero poeta, aunque, como siempre dice Eliseo, no tuvo la formación adecuada para poder desarrollarse. Pero le gustaba escribir, escribía versos y hasta una novela. Para él la vida era muy linda, sembró los árboles de la casa. El jardín que él construyó en Arroyo estaba hecho por un poeta.
A mí aquel jardín me volvía loca. No era grande, la quinta en total no era mayor que una manzana. Tenía cuatro partes. La entrada era un césped muy lindo con una fuente. Después había una escalera que daba a un terreno un poquito más alto y allí estaban los pinos. Él hizo un bosquecito de pinos, seis u ocho, no sé, pero habían crecido y eran ya muy altos. Había también frutales, guanábanas, anones, mangos, muchos mangos. En el último cuarto de terreno, como si no hubiera podido hacerlo más lejos del jardín, justo antes del barranco, hizo la casa, parece como si él hubiera querido que todo fuera jardín. Por si fuera poco, abajo, en el barranco, pasaba el tren, que le daba un aroma a la casa, un sonido especial. Era muy lindo, todo en Arroyo Naranjo era rico, tenía todos los encantos.
A mí siempre me ha gustado el campo, me gusta cómo huele la hierba, los árboles, todo me gusta, y fuimos a vivir para allá porque yo quise. Yo estaba loca por ir y allí vivimos casi veinte años.
–¿La casa de Arroyo se transformó con ustedes o siguió siendo lo que era? ¿Siempre tuvo esa magia?
–Siguió igual, nosotros no le pusimos nada, aunque sí mucho amor, eso sí le pusimos.
–¿Por qué Eliseo, en gran parte de los poemas que le ha dedicado, la ve como a una niña?
–Porque él a las dos nos ve como niñas, nos nombra como niñas. Porque si ahora de viejas, no somos las viejas típicas, pienso que antes tampoco lo éramos. En Fina se explica más, porque Fina es todavía como una niña. Él siempre nos ve así, yo no sé por qué, porque yo no soy aniñada, nada aniñada.
–¿A qué momentos de sus vidas están vinculados los poemas que aparecen en el cuaderno? ¿Hay alguno que prefiera especialmente?
–Para Bella sola son recuerdos de momentos en que Eliseo me vio de una manera especial. Son pocos poemas, pero son momentos que él recuerda. De estos poemas el de la boina me gusta más que ninguno y yo creo que a él también: “Ya te veo venir, ligera y leve,/ volando las escalas del teatro,/ la boina al sesgo de tu pelo lacio,/ radiante y feliz, hecha de aromas.// Das a mi amigo un libro, me sonríes,/ después te vuelves y tu esbelta espalda/ escaleras abajo es música/ y es una puertecilla hacia la dicha.”
Yo recuerdo ese momento de las boinas. Fue un inicio para nosotros muy bonito. Fina y yo nos vestíamos iguales y usábamos unas boinas que papá nos trajo de París, eran muy lindas. Cuando Juan Ramón nos vio la primera vez que nos acercamos a él, para preguntarle por García Lorca, que acababa de morir, él estaba hablando con Hortensia Labedán y le preguntó: “¿De qué colegio son estas niñas?” Porque vestíamos zapato y todo igual. Y esa fue la época en que Eliseo me vio.
No te sabría decir cuál prefiero, el de la boina me gusta por todo ese historial que lo rodea. El de los hijos, si te dijera que es el que menos me gusta, porque Eliseo dice que me hizo llorar y nunca fue así, nunca Eliseo me hace llorar, nada más que cuando me lee poemas que me emocionan, sólo así. Eliseo no hace llorar a nadie nunca por pena, porque te disguste o porque te lastime, él no es así. Sin embargo lo dice el poema y por eso no me gusta.
–¿Usted alguna vez le escribió un poema a Eliseo?
–Nunca, eso es una pregunta que me han hecho muchas veces. Imagínate, rodeada de poetas tan reconocidos y jamás me tentó eso. Además, pienso yo, que si lo hiciera fuera como una cosa falsa, que no me nace y no creo que sea ése el camino. Ni una línea, ni un versito. A mí me rodea la poesía, pero nunca me he sentido tentada a escribir.
–Me contaron una vez que cuando Eliseo u otro de los poetas amigos leía un nuevo poema y Bella no lloraba, éste no pasaba la «prueba de calidad». ¿Esto era realmente así?
–Yo soy muy emotiva, es verdad, a veces lloro cuando me gusta una cosa, lo mismo sea un cuadro, un poema o música. La música por supuesto es la que más se comunica con uno siempre. Lloro cuando algo me gusta mucho, no porque sea triste, sino porque me toca, me emociona. Ya no lloro tanto como antes, porque antes era mucho peor.
Ellos leen los poemas y me vigilan las lágrimas, si no hay lágrimas no pasó la prueba del «lacrimómetro». Eliseo a cada rato me dice: “Sí, pero el «lacrimómetro» no ha funcionado.” Tanto me lo han dicho que me están conminando a no llorar, porque me crea un problema, “¿lloraré, o no lloraré?”
–Bella, ¿y el baile? Yo sé que a usted y a Fina les gustaba mucho bailar.
–Nosotros bailábamos muy bien, pero Cintio y Eliseo bailaban muy mal. Nuestra salvación era Octavio Smith y mi hermano Sergio. Tú ves, yo nunca traté de escribir, pero me hubiera gustado mucho bailar; y creo que no hubiera sido tan mala porque era mucho el amor que sentía por la danza. Éramos socias de Pro Arte, casi niñas, y allí vimos bailar a Alicia Alonso cuando era jovencita.
El baile me apasionaba y quise estudiarlo. Entonces mi papá, que era médico, me dijo que si yo quería estudiar baile había que hacerme primero algunas pruebas para determinar si no había ningún problema físico que me lo impidiera. Me hicieron muchísimas pruebas, todas en contra de mi baile; tenía, según concluyeron, espina bífida y podía ser muy peligroso. Me resigné y tuve que renunciar al sueño de mi vida.
Mucho después, hablando un día con Charín, que era mi nuera en aquel momento, le conté mi historia con el baile y ella me dijo: “Bella, pero ¿por qué?, yo también tengo espina bífida.” Me quedé totalmente frustrada después de vieja.
–Si usted tuviera que definir a esta familia en pocas palabras, ¿qué se le ocurriría decir?
–Yo creo que la familia de nosotros es un regalo. Te voy a decir la verdad, es un privilegio que no sé por qué nos ha tocado, pero es así. Todo, que yo recuerde, comenzó con mi mamá que era un ser excepcional. Ella amaba la música sobre todas las cosas en la tierra, José María se parece mucho a ella y Fina también se parece. La casa estaba siempre llena de música porque ella tocaba para nosotros y porque ella después vivió de tocar el piano. No daba clases de piano porque no lo resistía. Ella montaba repertorios a operáticos y a boleristas. Mamá era una mujer de verdad extraordinaria, le tocaron cosas en la vida muy duras, muy duras y nunca se quejó. Yo la oí llorar muchas noches.
La casa era una casa alegre, muy modesta, no solamente por la posición económica, sino por el modo de ser de mamá. Para ella todo era natural, a todos atendía por igual, era incapaz de generar por sí misma algún problema. Era una casa muy plácida, muy alegre y muy confiada. Ella no le imponía nada a nadie y eso hizo que la gente en la casa se desarrollara como le vino bien. Era atea, librepensadora, sí, claro. ¡Cómo no iba a ser librepensadora mamá! No nos dio nada preestablecido. Nosotros nos bautizamos a los nueve años porque a mi hermano se lo exigieron en el colegio de curas. Si no, estaríamos sin bautizar. Ella se adelantaba a su tiempo, porque en aquella época eso era realmente muy extraño. Nosotras nos acercamos a la religión solas, como ella decía que debía ser: “Cuando sean grandes ellas escogerán.”
Uno se pregunta cómo podía ser así y mamá era así. Iluminó la vida de nosotros y de ahí salieron todas las cosas después. Mis hijos me han oído hablar miles de veces de mamá y la conocieron. Mis nietos no, pero hablan de ella como si la hubieran conocido. Ella cantaba un cantico de niños que decía: “Ainsi font, font, font, les petites marionettes...”, y los muchachos le pusieron Abuelita Chiffón. Mamá era así y yo creo que a ella se debe cómo somos y cómo ha sido todo después. Más tarde, en Arroyo, la casa conservó ese estilo, porque Berta, la madre de Eliseo –una señora totalmente distinta a mi madre, pero también muy buena, que me quiso mucho y adoró a su hijo y a sus nietos– se integró a esta forma de ser de mi familia.
–¿Cómo usted conoció a José Lezama Lima?
–¡Ah!, eso está en el libro que Lezama tenía para que la gente escribiera cosas y yo escribí cómo conocí a Lezama. Eliseo no conocía a Lezama. Cintio sí lo había conocido, pero en esa época Lezama y Gastón Baquero habían tenido una discrepancia terrible, que no duró toda la vida, pero que en aquel momento fue difícil. Cintio había tomado partido por Gastón y se había alejado de Lezama, que era entonces un hombre muy conflictivo y que podía ser desagradable si quería. Tenía «la lengua dura» y era capaz de decir cualquier cosa si consideraba que era una frase brillante, él la decía y ¡allá va eso! Conmigo nunca fue desagradable, al contrario.
Eliseo estaba en San Miguel de los Baños, yo iba ese fin de semana a verlo con Berta, mi suegra, y quería llevarle un libro. Fui a la librería Minerva, donde mi padre compraba. Lezama estaba allí. ¡Imagínate!, a uno le daba taquicardia cuando lo veía, porque sabía quién era y que podía decir cualquier cosa y, además, lo admirábamos muchísimo. Le pedí a Pedro, el dependiente, La mujer pobre de León Bloy y Pedro no entendía a pesar de que se lo repetí varias veces. Lezama se viró y con su entonación especial, dijo: “Vamos, Pedro, La mujer pobre de ‘Bluá.’” Pedro por fin comprendió y aseguró que no lo tenía. Entonces Lezama dijo: “Vamos a La Victoria, que allí lo tienen.” Me cogió del brazo y fuimos por toda la calle Obispo conversando. Él sabía perfectamente que yo era Bella García-Marruz, pariente de los poetas. Fuimos caminando hasta La Victoria, iba diciendo cosas increíbles sobre mí, cosas que nunca nadie me ha dicho. Cuando llegamos a la librería, quiso regalarme el libro y me lo fue a dedicar. Yo le dije entonces: “Lezama, no me lo dedique a mí sola, hágalo para mi hermana y para mí, porque a ella le va a gustar mucho”. Lezama accedió y nos lo dedicó a Fina y a mí. Entonces, mira, yo ya no quería hablar más con Lezama, yo quería ir corriendo a enseñarle el libro a Fina y a contar todo lo que había pasado.
Todavía tenemos el libro de León Bloy dedicado, yo se lo llevé después a Eliseo, pero prestado. Después se lo di a Fina porque creo que a ella le corresponde más que a mí. Y así fue como se rompió el hielo con Lezama, realmente lo rompió él y nunca fue desagradable como decían, fue siempre muy amable y muy cariñoso. La dedicatoria dice: “ A las hermanas García Marruz, a su distinción y a la gracia exquisita de su temperamento, J. Lezama Lima, Marzo 1946".
Lezama había publicado en Orígenes unos comentarios sobre el libro Divertimentos de Eliseo y yo se lo llevé a Eliseo junto con el libro de Bloy. Lezama siempre celebró mucho la poesía de Eliseo. Recuerdo que cuando Eliseo escribió su primer libro de poemas, Lezama le insistía para que los publicara y lo amenazaba diciéndole: “Vamos, Eliseo, que si no acabas de publicarlos, los voy a firmar yo y los publico como míos.” Siempre tuvo esa gentileza. Nos quería mucho, a Fina y a Cintio igual.
–En el Cuadernillo para Bella sola aparecen los poemas que Eliseo le dedicó. Sin embargo, yo siento que usted, de alguna forma, está presente en la mayor parte de su poesía. ¿Qué libros o poemas de Eliseo usted siente más suyos?
–En La calzada de Jesús del Monte fue el primer libro de poemas de él y es el que más quiero, nos lo leyó en la casa de Neptuno y todos nos emocionamos muchísimo. Es el que más me gusta porque tiene una métrica grande; Eliseo con el tiempo se ha ido cerrando mucho. Su poesía ha ido creciendo, pero dijéramos esos discursos grandes de En la calzada..., a mí me gustan mucho. Es un libro precioso, los otros también, pero ya te digo, él ha ido suprimiendo palabras en su expresión y ya en los últimos poemas de Eliseo, tú no puedes quitar nada, porque no se puede prescindir de nada que esté de más. En la calzada... tiene poemas muy extensos, tienen otro ritmo, otro tiempo, pero a mí me encanta y es el libro que más quiero. «Nostalgia de por la tarde», uno de los poemas del libro que más me gustan, está dedicado a mí. Lezama dijo que el verso final de ese poema “porque quién vio jamás las cosas que yo amo”, era el verso más hermoso de toda la poesía cubana del siglo xx. Podrá ser un elogio algo desmedido, pero es un gran poema, al menos yo lo pienso así. Yo no sé si es imaginación o retórica romántica, pero Eliseo dice que él empezó a escribir poesía después que me conoció.
–No es difícil encontrar a Eliseo perdido en un rinconcito cálido de la casa, ensimismado en sus pensamientos y absolutamente ajeno a todo lo que le rodea. ¿En qué medida ese tipo de soledad ha sido alimento imprescindible para su vida y su obra? Usted ha formado parte de esa soledad, ¿qué siente por ella?
–No te sé decir. Yo creo que solo, solo, nunca ha estado, ni yo tampoco. Creo que él siempre se ha sentido acompañado y yo también, con su soledad, pero es una soledad en compañía.
Nosotros hemos hecho una unión muy profunda, ya de cuarenta años. Todo se ha ido integrando alrededor de nosotros, y la familia no lo ha dejado nunca solo, o sea, que él está muy bien acompañado, lo que pasa es que el problema de la creación es otro.
La poesía de Eliseo es muy familiar, es muy en torno a lo que le rodea, digamos una silla, una mesa, un gato, cosas que son su vida. Claro, tiene problemas tremendos, todo el mundo los tiene. Pero, en general, la poesía de Eliseo tiene eso, que es mucho atrapar todo lo que le rodea y lo que le rodea es también la gente que él aprecia.
–Los jóvenes se sienten en general atraídos por la poesía de Eliseo y hay quienes piensan incluso que existe un misterioso parentesco entre Eliseo y los duendes. ¿A qué usted cree que pueda deberse esa atracción?
–A él los muchachos lo solicitan mucho. Él les oye sus cosas, les hace comentarios, habla de poesía, cuenta anécdotas, qué sé yo.
Ayer vino un muchacho que le habló mucho de su vida, lo acababa de conocer y le contó cosas terribles de su vida. Es que Eliseo, con su modo de ser, facilita esa comunicación. Él no es un optimista típico, pero estos muchachos que vienen siempre se van contentos, se van ilusionados, esperanzados. Él tiene mucha simpatía por los jóvenes y ellos, la verdad, lo quieren, lo solicitan mucho.
–¿La vida con Eliseo ha sido como se la imaginó?
–Bueno, he tenido mis sorpresas, pero eso ha amenizado la relación. Además él ha sido una persona que ha tenido una vida dura, por su sensibilidad, yo creo que para cualquier muchacho que quiera todo lo que le rodea, la vida es dura, pero ha salido bien de todos esos percances.