Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005


POESÍA

 

DIÁLOGO ENTRE
LIBORIO Y PEPITO

BELISARIO CARLOS PI LAGO

Liborio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Liborio: ¿No me conoces, rapaz?
Mírame, yo soy Liborio,
aquel guajiro notorio
de lengua floja y mordaz.
Yo fui símbolo sagaz
que azotaba dictaduras,
un mito en caricaturas,
una denuncia en harapos
que envolvía en sucios trapos
un cúmulo de amarguras.

Mis plantas jamás tuvieron
la caricia de un zapato,
y mis dientes, hace rato,
de nada que hacer huyeron
pero estos labios no fueron
mudos testigos del mal.
Y con hilos de moral,
de esa que al tirano asusta,
mi lengua tejió una fusta
de analfabeto genial.

No sé leer ni escribir
porque arrastro las secuelas
de una Cuba sin escuelas
y sombrío porvenir.
Liborio hacía reír
con su ingenio chabacano.
Y el aludido tirano
en sus costados sentía
el arco de mi ironía
con flechas de humor cubano.

Pepito: Yo soy Pepito, señor,
y le aseguro que soy
como un Liborio de hoy,
en un ambiente peor.
Yo soy un sordo clamor
con alas de colibrí.
Un día a la luz me dí,
cuando usted ya fenecía,
y me forjé en la ironía
que por su rastro aprendí.
Somos par usted y yo,
en el criollo paisaje,
de un único personaje
que dos momentos vivió.
Pero no, Liborio, no,
no compare nuestras vidas.
No importa lo reprimidas
que fueran sus libertades;
usted gritó sus verdades;
yo hablo sólo a escondidas.

Liborio: Mocoso de escaso tino,
que poco tú sabes de eso;
soy un muerto que regreso
por un oscuro camino.
¿Qué sabes tú de mi sino,
pobre, sin una peseta,
viviendo de una galleta
que algún ricachón botaba,
o algún mendrugo que hallaba
tirado en una cuneta?

Pepito: Si alguien botaba un mendrugo,
allá en sus tiempos, mi amigo,
qué envidia me da el mendigo
que de encontrarlo se plugo.
Aquí ni el limón sin jugo
se bota del aposento;
porque, cuando más contento,
llegan unas fiebrecillas
y hacen falta las semillas
para hacer un cocimiento.

Liborio: Tú no sabes lo que dices
cuando hablas del pasado;
tú no te hubieras logrado,
comido por las lombrices.
Son muy negros los matices
que recuerdo de mi vida.
La tristeza que se anida
en mi pecho comprimido
busca paz en el olvido,
y yo sangro por la herida.

Llegó aquel glorioso enero
que puso fin al dolor,
y al ricacho senador
que no era más que un ratero.
Se acabó el politiquero
con su lujoso bufete.
No más palmacristi y fuete,
llegó un gobierno cabal,
se acabó el guardia rural,
se acabó el plan de machete.

Pepito: Es la realidad cubana,
yo no lo discutiría;
Pero, ¿quién vive hoy en día
con el salario que gana?
El hombre honesto se afana
por encontrar solución.
Y como no hay distinción
clara entre “desvío” y robo,
Caperucita y el Lobo
conviven en paz y unión.

Los sueños y el idealismo
de lograr un hombre nuevo
pusieron un lindo huevo,
pero el pollo fue “lo mismo”.
La vagancia es ausentismo;
llaman pre al bachillerato;
mongólico al mentecato;
al plátano burro, frutas;
jineteras a las putas
y lengua larga al chivato.

El Período Especial
irrumpió con fuertes aguas
y se llevó hasta las guaguas
con su recio vendaval.
Una crisis general
ajena a causas y a leyes.
Y un pueblo de siboneyes
surca la Isla en camiones
con las mismas condiciones
en que viajaban los bueyes.

Liborio: No hay período especial
comparable al machadato,
este pobre mentecato
trabajaba por un real.
Compraba un kilo de sal
y alguna otra bobería.
Contento me lo comía,
pues era seguro y cierto,
que al llegar el tiempo muerto
mucho menos comería.

Pepito: Liborio, usted con un real,
al menos algo comía,
pero hoy esa bobería
cuesta todo un dineral.
La moneda nacional
es un pájaro sin plumas,
un jabón que no hace espumas;
y el chavito, con su cuento,
ya nos tumbó el diez por ciento
de lo que mandan los yumas.

Liborio: Yo me conozco al detalle
mi época amarga y sombría...

Pepito: Y yo conozco la mía
con la maldad de la calle.

Liborio: Viví en un oscuro valle,
mi cama fue siempre el piso.

Pepito: Liborio, le garantizo
que aunque esto se vea bien,
hasta el Árbol del Edén
quiere huir del Paraíso.

Liborio: Pepito, mejor te dejo,
porque yo, cuando discuto,
a veces me pongo bruto,
y ya estoy un poco viejo.

Pepito: Liborio, yo le aconsejo
no sulfatarse las venas.
En las malas y en las buenas
lo mejor es escapar,
tratando de no sudar
por calenturas ajenas.

Yo sólo miro el convite
con el yanqui o con el ruso;
y aquello que usted no puso,
que venga otro y lo quite.
Del cuento que se repite
se va tejiendo la historia.
Yo voy por mi trayectoria;
cada cual es como quiere;
y el que por su gusto muere,
deje que le sepa a gloria.

Liborio: Si empiezo a contarte penas
no sé para cuando acabo,
pero si he sido un esclavo
jamás besé mis cadenas.
Si por algo me condenas,
te lo acepto sin rencores;
somos tú y yo los mejores
críticos de este barullo;
por eso somos orgullo
de nuestros dos creadores.

Pepito: Yo no tuve creador,
no salí de un solo cráneo,
soy un producto espontáneo,
y un pueblo entero es mi autor.
La gente me cree inventor
del chiste en forma de cuento;
pero yo no los invento;
yo sólo encarno la idea
de aquello que el pueblo crea
con su irónico talento.

Soy la voz del descontento,
eco del diario detalle;
yo soy la voz de la calle
transportada por el viento.
Soy un vago sentimiento
que se ha convertido en rito.
Soy un silencioso grito
que vuela y escandaliza,
transportado por la brisa
en los cuentos de Pepito.

Liborio: Soy un producto de ayer
que viene de un largo andar.
¿Para qué resucitar
el hambre y el padecer?
Nada fui, ni quiero ser
perdido en un mundo nuevo.
Ahora me voy, y me llevo
el chasco de una ilusión,
y un niño en el corazón,
que ha sido mi gran relevo.

Ya yo no puedo cambiar;
mi época ya pasó.
Tú eres tú, y yo soy yo:
Son dos formas de pensar.
Ya me tengo que marchar
y al infinito cabalgo,
seguro de lo que valgo,
y me llevo como cierto
que el hombre nunca está muerto
cuando es capaz de hacer algo.

Pepito: Yo en las épocas más duras
salgo de la madriguera,
y como voz callejera
me filtro entre las censuras.
No faltarán las locuras
del nieto y el abuelito.
Yo soy un tierno arbolito;
usted, la vieja raíz.
¿Qué sería del país
sin Liborio y sin Pepito?

Liborio levantó el vuelo
perdido en la noche oscura
y hundió su caricatura
por los confines del cielo.
Pepito lo vio del suelo
pasar entre las estrellas.
Y vio cuando una de ellas
le daba un beso en la frente
a aquel ilustre indigente
que hablaba fuego y centellas.


 

 

 

Revista Vitral No. 65 * año XI * enero-febrero de 2005
Belisario Carlos Pi Lago
(La Palma, 1950)
Licenciado en Inglés. Su libro De caña, tabaco y ron, obtuvo una mención en el Concurso Literario VITRAL, en su primera edición. Premio en ensayo con la obra Las ideas masónicas y la fe católica, menciones, en los géneros de narrativa y décima, por sus libros Pepe Opercú y otras historias que contar y Una de cal y otra de arena.
Ilustración: Caricaturas de Ricardo de la Torriente (1869-1934)