Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


CINE

 

CINE CUBANO,
UNA INFANCIA FELIZ

DANI FRANCISCO TEJERA MENÉNDEZ

Memorias del subdesarrollo, 1968, de Tomás Gutiérrez
Alea (Titón)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Algunos críticos cinematográficos, cuyos análisis, desprovistos de indulgencia frente a la sencillez de su forma y la ingenuidad de su contenido, se niegan a otorgarle el calificativo de Cine a todo lo realizado en nuestro país antes de 1959. Esto es un concepto falso.
La autenticidad y presencia de un cine genuinamente cubano realizado y exhibido en la Isla poco después de su debut en Los Capuchinos de París, ha sido ampliamente demostrada por el trabajo abnegado y paciente del historiador Arturo Agramonte y por las investigaciones de los críticos Raúl Rodríguez y Luciano Castillo, aparecidas en diferentes publicaciones y programaciones de la televisión nacional.
El cine cubano anterior al triunfo revolucionario, iniciado en 1898, por José E. Casasús con el filme El brujo desapareciendo, estaba concebido para un público cuyo nivel de apreciación no le permitía, al igual que a otros de Latinoamérica, percibir el discurso de los grandes realizadores apoyados en ingeniosas metáforas, como las usadas en el viejo continente por: Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Vittorio de Sica, Luís Buñuel, Serguey Eisenstein, y Orson Welles en América, por sólo citar algunos de los más relevantes en todo el globo terráqueo. Sus guiones se basaban en historias fácilmente asimilables por las capas menos cultas de la población, representadas en aquellos años por la inmensa mayoría, sin necesidad de planos, símbolos y situaciones complejas en su contenido y en su realización.

El romance del palmar, 1938.


Aunque El brujo... se considera la precursora de la cinematografía nacional, no le corresponde el privilegio histórico de ser la primera película realizada en esta parte del Caribe. El 7 de febrero de 1897, Gabriel Veyre, enviado especial de los hermanos Lumiere, para dar a conocer el cinematógrafo en América, durante su estancia en nuestro país, rodaría, en presencia de María Tubau, bailarina española que se presentaba en el teatro Tacón, las maniobras del Cuerpo de Bomberos de La Habana. Este filme, de sólo un minuto de duración, se llamó: Simulacro de incendio, y para suerte de la historia del cine cubano, aún se conserva en los archivos de la cinemateca y la televisión nacional.
Para hacer un análisis exhaustivo de nuestra cinematografía, debemos dividirla en tres etapas diferentes: la silente, de 1897 a 1930: la sonora, de 1930 a 1958 y la revolucionaria 1959... Durante la primera se produjeron 64 filmes destacándose un joven realizador, lamentablemente fallecido cuando se encontraba en la plenitud de su capacidad creadora, llamado Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía cubana por su temprana inquietud de convertir en imágenes joyas de la literatura universal, la realidad social de la Isla a finales del siglo XIX y principios del XX, pasajes de nuestras guerras independentistas y el papel desempeñado en ellas por las mujeres cubanas. Díaz Quesada, llegaría a filmar más de una veintena de películas, entre las que podemos citar: Juan José , basada en una obra de Joaquín Dicenta, El parque de Palatino, Manuel García, o El rey de los campos de Cuba, El capitán mambí, Arroyito, El rescate del brigadier Sanguily, y La manigua, o La mujer cubana entre otras.

La Virgen de la Caridad, de Ramón Peón, considerada por el crítico francés
George Sadoul, el mejor filme de Latinoamérica en aquel entonces.


El habanero Ramón Peón, quien iniciara su obra fílmica en Cuba y la continuara en México, fue también una figura descollante tanto de la etapa silente como de la sonora, con un total de 18 películas realizadas en nuestro país. A este director se debe la notable cinta La Virgen de la Caridad, considerada por el crítico francés George Sadoul, el mejor filme de Latinoamérica en aquel entonces.
Otro destacado cineasta de la etapa, anterior a 1959, fue sin dudas Ernesto Caparrós, el Griffith cubano, a quién debemos La serpiente roja, primer largometraje sonoro realizado en nuestro país, basado en una obra de Felix B. Caignet, llamado con justeza «el padre del culebrón», autor de otras como La mujer que se vendió, Ángeles de la calle, Morir para vivir, Los que no deben nacer y la que revolucionó la novelística latinoamericana: El derecho de nacer, todas ellas llevadas al cine en colaboración con cineastas mexicanos.
El cine realizado en Cuba a partir de la aparición del sonido, se basaba fundamentalmente en nuestro folklore, en nuestro teatro bufo, o en temas de ambiente rural, el cual era muy bien acogido por los cinéfilos de aquella época. Figuras como Rita Montaner, María de los Ángeles Santana, Alicia Rico, Candita Quintana, Blanquita Amaro, Leopoldo Fernéndez, Aníbal de Mar, Alberto Garrido, Federico Piñero, y Enrique Arredondo, entre otros, deleitarían y harían reír hasta la saciedad, a aquel público de los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX. En esta última década el realizador Manuel Alonso, imitando al cine negro norteamericano, dirigió, con algunos aciertos: Siete muertes a plazo fijo y Casta de roble, drama rural editado en los Estados Unidos y rodado en Pinar del Río, cuyo principal atractivo fue la exuberancia de la naturaleza y la majestuosidad de los mogotes que conforman el mundialmente famoso Valle de Viñales.
En 1954, con el pretexto de conmemorar el centenario martiano, la dictadura de Batista, a través de la comisión organizadora de los festejos, aprobó un presupuesto de $ 250,000 para la producción de La rosa blanca, filme basado en momentos de la vida de nuestro Apóstol, dirigido por Emilio (Indio) Fernández, con fotografía de Gabriel Figueroa, pero aunque la cinta resultó la más taquillera de ese año en Cuba, su estreno mundial apenas logró recuperar el dinero invertido en todo el proceso de realización.
Por fin este niño inquieto de la etapa silente y este adolescente de la sonora pudo llegar a su adultez con la alborada revolucionaria.

Siete muertes a plazo fijo, 1950, del
realizador Manuel Alonso.


El 24 de marzo de 1959 entra en vigor la ley 169 que dejaba creado el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que en lo adelante asumiría la exhibición, distribución y producción nacional de filmes donde aparecería reflejada la nueva realidad que se abría paso en el país, basándose en la denuncia y combatiendo los viejos preceptos morales y sociales. Así surgieron: Los desalojos y La vivienda, primeros documentales realizados con la Revolución instaurada en el poder. A partir de ese momento comienza una etapa de nuevas búsquedas, donde realizadores como Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Octavio Cortázar, Manuel Octavio Gómez y Fernando Pérez, entre otros, podrían expresar libremente sus ideas sin temor a que se repitiera lo ocurrido en 1955 con el documental El Mégano, que mostraba al mundo las condiciones inhumanas en que vivían los carboneros de la Ciénaga de Zapata durante la república mediatizada, lo que suscitó la ira del régimen dictatorial que lo mantuvo secuestrado hasta que fue rescatado por la revolución triunfante.

Los días del agua, 1971, de
Manuel Octavio Gómez


Filmes como: Historias de la revolución, primer largometraje realizado por el ICAIC en 1960, La muerte de un burócrata, 1966, y Memorias del subdesarrollo, 1968, de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), así como Lucía de Humberto Solás, desde los propios inicios pondrían muy en alto el nombre de nuestro país en festivales internacionales y devendrían en clásicos de la cinematografía cubana. Los días del agua, 1971, Ustedes tienen la palabra, 1973, de Manuel Octavio Gómez y El brigadista, 1977, de Octavio Cortázar, se sumarían a la ya larga cadena de éxitos a escala internacional.
.Pero no sólo en materia de realización nuestro salto fue cualitativo, la creación de nuevas instituciones vino a enriquecer el horizonte cultural cinematográfico en el país, como la Cinemateca de Cuba que facilitó, mediante ciclos y programaciones especiales dirigidas a las provincias, poder disfrutar de los filmes más relevantes de la cinematografía universal; la edición de textos teóricos y técnicos para elevar el nivel de sus profesionales a través de la revista: Cine cubano; el surgimiento de los cines móviles, que fueron capaces de llevar el mensaje sociocultural a las zonas más intrincadas de cada provincia, así como a las centros de acopio pesqueros en alta mar; el Noticiero ICAIC Latinoamericano dirigido por Santiago Álvarez, que marcó nuevas pautas en la manera de informar en el continente y constituyó, sin dudas, una escuela para los jóvenes cineastas, muchos de los cuales tuvieron en él sus primeras experiencias; y el cartel cinematográfico, que dio un viraje en su esencia y un nuevo sentido artístico para realizar la propaganda de lo acontecido día a día en las salas existentes y en las creadas después del triunfo revolucionario.

Walfredo Piñera y el padre Gabriel Sinadí, O.P,
saludan al director Emilio Fernández, El Indio,
durante el rodaje de La rosa blanca, 1954.


La época de esplendor del cine cubano, según los licenciados José M. Fernández Paulín y Ricardo Noriega Suárez, se extendió hasta 1976. A partir de entonces, nuestros cineastas se lanzaron a la conquista de un tipo de espectáculos donde estuvieran más presentes la idiosincrasia, la cubanía, y el humor criollo de nuestro pueblo, para abordar de forma jocosa la nueva realidad cubana. Así surgieron cintas como: De tal Pedro, tal astilla, y Vals de la Habana Vieja, de Luis Felipe Bernaza, Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, La bella del alhambra de Enrique Pineda Barnet, donde reaparece nuestro teatro vernáculo, La vida es silbar, de Fernando Pérez, Guantanamera y Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, esta última basada en el cuento de Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre nuevo, cuyo profundo contenido humano y elevado nivel de realización, hicieron que fuera nominada para el Oscar a la mejor película extranjera en 1994.
Con el advenimiento del Período Especial, la producción nacional se redujo de manera dramática, y el ICAIC, para enfrentarlo, optó por realizar filmes en coproducción con cinematografías foráneas, Fin de round, de Olegario Barreras, con Venezuela, Tirano Banderas, de José Luís García Sánchez, con España, Kleines Tropikana, de Daniel Díaz Torres, con España y Alemania, Lista de espera , de Juan Carlos Tabío, Mambí, de Teodoro y Santiago Ríos, Mascaró, de Constante Diego, y Amor vertical, de Arturo Soto, son algunos de los muchos ejemplos destacables de los años 90.

El brigadista, 1977, de
Octavio Cortázar.


El primer quinquenio del nuevo siglo y milenio, se manifiesta más prometedor debido a las nuevas tecnologías que abaratan la producción cinematográfica, a ellas debemos: Miel para Oshún, de Humberto Solás, primera película cubana filmada con cámara digital. Recientemente se estrenaron: Noches de Constantinopla de Orlando Rojas; Santa Camila de La Habana Vieja, de Belkis Vega; Miradas de Enrique Alvarez; Nada, de Juan Carlos Cremata; Vídeo de familia, de Humberto Padrón, Aunque estés lejos, de Juan Carlos Tabío; Entre ciclones, de Enrique Colina, que alcanzara una gran cinevidencia en todo el país, y Suite Habana, última realización del destacado cineasta Fernando Pérez.
Hoy, a 106 años de aquella primera película cubana, nuestro país continúa realizando ingentes esfuerzos por encontrar solución, según el documentalista Paul Rotha, a la ecuación, aún no resuelta por críticos y espectadores, que trata de determinar si el cine forma parte de una industria o si le corresponde por entero un lugar entre las artes.

 

 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
Dani Francisco Tejera Menéndez
Especialista de Cine Latinoamericano.