Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


PEDAGOGÍA

 

EL EMPODERAMIENTO COMO PROCESO EDUCATIVO
LAS TRES DIMENSIONES DEL EMPODERAMIENTO

P. RAÚL LUGO

Los agentes externos en el proceso de empoderamiento.

No saltarse las etapas

Estrategia y evaluación en el proceso de empoderamiento

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El poder del que hablamos, ya lo hemos dicho antes, no es el “poder sobre”, sino el “poder para”. No es el poder de dominación, sino el poder de ser y de hacer. Se trata de generar situaciones que provoquen un cambio para una vida más plena. Esto implica un proceso que abarca tres dimensiones:
PODER DENTRO: La primera dimensión es dentro de uno mismo. La mayoría de la gente se resigna a que las cosas ocurran “fuera de uno” y la mayoría se adapta a su propia opresión. Esta primera dimensión, conocida también como dimensión PERSONAL, supone desarrollar el sentido del yo, de la confianza y capacidad individual, deshacer los efectos de la opresión interiorizada. Es el equivalente a comprender la propia situación de adaptación, dependencia y opresión y el querer salir de ella y también el convencimiento de que cada persona tiene la posibilidad de influir su situación de vida y cambiarla. Se trata de atreverse a ser rebeldes y tener la convicción de que tenemos derecho a serlo, descubrir el poder que llevamos dentro y mantenerse en la acción. Hablamos aquí de ciertas posiciones personales, cierta toma de decisiones cotidianas, cierto talante de vida que se identifica con la libertad interior. Se trata de cultivar una posición que rechace la humillación propia o ajena, impuesta o auto cultivada. De confiar en la enorme dignidad que nos da ser hijos e hijas de Dios, lo que nos coloca por encima de los simples cálculos de utilidad o productividad. Se trata de cultivar paciente y valientemente la condición de ciudadanos y ciudadanas, con derechos inalienables delante de cualquier poder, con pensamientos y decisiones propias. El poder dentro hace referencia al misterio que están despertando nuestras capacidades y fuerzas más interiores, se basa en nuestra voluntad de actuar y nace de una conciencia que está conectada con el valor interno de todas las cosas.
PODER CON: La segunda dimensión es la de juntarse con otras personas. Nace de la conciencia de no ser uno el único afectado por una situación, sino que también otras personas viven la misma experiencia. Es muy posible que el poder dentro sea difícil de ser expresado, a menos que lo hagamos de forma colectiva. La práctica de organizarse en pequeños grupos es de vital importancia a la hora de ayudarnos los unos a los otros a encontrar nuestra propia voz, generando así un equilibrio personal que es indispensable para mantenernos en la lucha. Este poder con nos hace llegar al entendimiento que uno no tiene la culpa de su destino, sino que muchas veces lo que nos pasa y sentimos es producto de un modelo político o estructural. Entenderse con otros y cooperar en el grupo puede reforzar considerablemente el sentimiento de valor propio. Así cada uno no tiene que buscar caminos para manejar la situación, sino que puede luchar junto para lograr un cambio. El grupo da la opción de juntar capacidades y conocimientos y de apoyarse mutuamente. Se puede sobrellevar mejor el miedo, las inhibiciones y otros bloqueos que nos impiden ver nuestro poder dentro y nos ayuda a establecer el equilibrio entre la urgencia de ponernos en situaciones límites al orientar cuidar a los que tienes más cerca y cuidarnos a nosotros mismos. No hay que desesperarse si la dinámica del grupo se desgasta.
A veces es inevitable. Lo importante es no acelerar el propio declive. Lo cierto es que nos necesitamos mutuamente para poder seguir en la acción y el surgimiento de los grupos continuará tarde o temprano. El empoderamiento incluye una conciencia que ve el mundo como conjunto de relaciones y conexiones, por tanto tiene que ver con la reunión de las voluntades individuales en una voluntad grupal (5). No hay que olvidar que las personas que quieren ejercer una influencia sobre la vida y la sociedad están muchas veces expuestas al poder de las fuerzas que gobiernan, a las cuales podrán oponerse con mayor fortaleza si están en grupo. Por lo demás, en los momentos difíciles, cuando hay poco espacio para la esperanza y nos sentimos aislados, el grupo se vuelve indispensable como lugar de recargo de fuerzas.
PODER EN RELACIÓN: La tercera dimensión del empoderamiento va decididamente hacia fuera. Tiene que ver con el análisis de cómo hacer alianzas y con quién. Podríamos quedarnos en el poder y el poder con, concentrándonos en construir nuestra propia fuerza. Pero tarde o temprano el proceso de empoderamiento tiende a generar conflictos y choca con las estructuras de poder del sistema y, a menudo, también con algunas actitudes convencionales de una buena parte de la sociedad. Por eso el poder en relación tiene que ver con cuestiones estratégicas. ¿desde qué base social se llega a la acción? ¿con qué apoyo contamos para conseguir los objetivos que nos planteamos? ¿qué partes del poder en la sociedad son susceptibles de presionar para el cambio?(6) Se trata, pues, de trabajar conjuntamente para lograr un impacto más amplio.
Estas tres dimensiones del empoderamiento se influyen y se refuerzan mutuamente. No son etapas cronológicas. Puede decirse que son tres elementos que alimentan los procesos de empoderamiento, que se desarrollan generalmente en cuatro fases. (a) la gente se siente afectada por una situación que le provoca un cambio brusco en su vida, una crisis, pierden la confianza en quienes están tomando las decisiones políticas y sociales. Empiezan a buscar sus propias posibilidades de influir en la situación. (b) En una segunda fase buscan y encuentran el apoyo social de otras personas que están en la misma situación, o en una situación similar, o que comparten los mismos intereses. La conciencia de las propias capacidades crece y se realizan las primeras acciones que van más allá del grupo y se hacen públicas. (c) En la tercera fase adquieren conocimientos más específicos sobre las relaciones dentro de la sociedad y juntan sus experiencias en la programación estratégicas de acciones públicas. Puede ser que en esta fase vivan conflictos con el papel que tienen en el grupo o en su vida privada. (d) La cuarta fase es la llamada fase de la convicción y la paciencia ardiente, que es cuando se ha desarrollado en las personas la capacidad de actuar en conflictos, porque han llegado e entender que entre conflicto y crecimiento hay una relación íntima. Se hace sólida la convicción de que pueden influir el contexto social y contribuir a gestar cambios sociales. Esta cuarta fase capacita a la persona para seguir durante procesos que pueden a veces ser largos y difíciles y a apoyar a otras personas que comienzan procesos similares. Son solamente las personas que han llegado a esta cuarta fase las que actúan como catalizadores de un empoderamiento social más general, animado a otros a no comportarse como víctimas, sino a actuar como ciudadanos y ciudadanas activos.
Aunque la presentación de las dimensiones y de las fases parezca algo complicada, es solamente un esfuerzo por traducir la complejidad de un movimiento que va de lo personal a lo social y estratégico. Hay que recordar que los cambios sociales, desde los más pequeños hasta los más profundos, no se consiguen de manera simple. Muchas veces es necesario combinar métodos: diálogo con oposición, persuasión con presión, construcción autogestiva con acciones no violentas, y hay que hacerlo siguiendo ritmos que a veces son alternos, de períodos tranquilos a momentos dramáticos con puntos clave, de la asunción de riesgos a período de cautelosa precaución. Y en esto, a nadar se aprende nadando.

Los agentes externos en el proceso de empoderamiento

El papel del profesional o del agente externo es muy importante. En una conferencia sustentada en Ámsterdam(7), J. Price relata que una trabajadora clave, miembro del personal femenino que trabaja en una ONG en la India, tuvo un papel crucial cuando habló de su experiencia personal y permitió así que otras mujeres hicieran lo mismo. Pero hay que cuidar el asunto, porque el papel de los profesionales puede también despertar resentimiento, especialmente cuando se establece una relación profesional-cliente.
Hay que tener en cuenta siempre que un proceso de empoderamiento no puede nunca imponerse por agentes externos, aunque un adecuado apoyo externo pueda acelerarlo y fomentarlo. Un proceso de empoderamiento que trate de implicar a los pobres, a los marginados, a los sin poder, no puede ser eficaz si la metodología es directiva, verticalista y fomenta la dependencia. La exigencia mayor para un agente externo es el enfoque de FACILITADOR, es decir, una actitud de pleno respeto y confianza para con las personas con las que se trabaja o para decirlo mejor, a quienes se acompaña. Acompañamiento es la palabra que se emplea frecuentemente para definir la relación adecuada entre un facilitador del empoderamiento y las personas que lo buscan. Implica un sentido de solidaridad y la disposición de un agente externo a compartir riesgos con las personas pobres y marginadas, así como el deseo de comprometerse en los procesos de cambio social en que ellos se ven directamente implicados. Por eso el acompañamiento sólo puede darse en cierta distancia y ciertos tiempos por parte de los agentes foráneos.
Ser facilitador de un grupo que busca el empoderamiento demanda grandes exigencias para los agentes de cambio, especialmente podría demandar (y contribuir) a su propio empoderamiento. Esto exige un esfuerzo consciente y sostenido para modificar pautas de conducta que vician muchas veces la labor del profesional o del acompañante, que muchas veces están acostumbrados a trabajar de formas que desempoderan, porque se les dice a los otros lo que deben pensar y hacer.

No saltarse las etapas

Una dificultad del enfoque del empoderamiento como un proceso es que puede llegar a ser desesperadamente lento. Esto puede mortificar a mucha gente que aguarda resultados inmediatos y tangibles. La mayor parte de las organizaciones sienten la comprensible preocupación de constatar resultados. Sin embargo, el esfuerzo necesario para elevar los niveles de confianza y autoestima entre las personas débiles y sin poder, de tal manera que amplíen su capacidad de asumir las riendas de su propia vida y la solución de sus propias necesidades, requiere inevitablemente de mucho tiempo. Es un proceso que cada persona ha de recorrer a su propio ritmo.
Pero ya dijimos que las etapas o fases no son cronológicas. Aunque el empoderamiento individual es un ingrediente para alcanzar el empoderamiento a nivel colectivo e institucional, no es suficiente concentrarse únicamente en los individuos. Se precisan cambios en las capacidades colectivas de los individuos y esto sólo puede conseguirse si ellos se van implicando, cualquiera que sea su estado de toma de conciencia, en la identificación y satisfacción de las necesidades no solamente propias, sino de la familia, del grupo pequeño, de la comunidad, hasta llegar a las organizaciones, las instituciones y la sociedad toda. Esto se realiza de manera dialéctica, porque la eficacia de la actividad grupal va a depender en mucho del empoderamiento de los individuos.

Estrategia y evaluación en el proceso de empoderamiento:

Es algo vital para un movimiento tener un sentido de la propia efectividad, saber qué es lo que se persigue, con temas definidos y objetivos claros. Esto nos lleva a una doble necesidad: la de programar estratégicamente y la de contar con un sistema de evaluación de resultados.
La estrategia es necesaria por muchas razones. En primer lugar porque no solamente nos ayuda a buscar la efectividad de las acciones, sino porque les da incluso un sentido que las acciones no tendrán por sí solas. Suele suceder que en un proceso de acciones públicas de empoderamiento los eventos se repitan solamente porque nos gustaron, porque nos sentimos bien al haberlos hecho, aunque no hayan producido ningún cambio en la situación. Una estrategia debe incluir objetivos claros y delimitados, de lo contrario se puede caer en la repetición de actividades solamente porque nos gustan y después descubrir que han dejado de hacerte sentir bien en un momento dado. Así, puede crearse un grupo agradable, un círculo de amigos que se divierte en grupo, pero que falla a la hora de concebir y poner en movimiento acciones que trasciendan o promuevan la transformación, aunque sea mínima la realidad.
Pero son necesarias también las medidas con las que se pueda juzgar el éxito o fracaso de las acciones. Hablamos aquí de una evaluación que ha de apoyarse en criterios auténticos. La efectividad no puede medirse solamente en el logro de los objetivos trazados. La efectividad no puede medirse con criterios cuantificables, por la cantidad de gente que participó en una acción de mandar postales o de recoger firmas, por ejemplo. La medida significativa no es solamente el número de firmas, sino el empoderamiento de las personas involucradas, la participación cada vez más activa en la concepción del movimiento, la elaboración conjunta de objetivos y estrategias, el planear y ejecutar juntos las acciones. Una campaña de juntar firmas, por ejemplo, puede reunir muchas y lograr su objetivo, pero cuando el círculo de los activistas empoderados sigue siendo igual de pequeño como antes, cabe preguntar si la participación de las personas en esta acción llevó a un empoderamiento o no. Así, el análisis de la efectividad de la campaña se enriquece.
Algunos criterios cuantificables pueden ser tomados en cuenta: número de participantes, cobertura por medios de comunicación, costos causados al oponente, tiempo de retraso ocasionado a un proyecto al que uno se opone, adhesiones o fondos recogidos, etc., pero estos criterios no deben desligarse de otros factores como la salida del silencio y la obediencia, el impacto en la conciencia colectiva, el posicionamiento de temas que antes no se trataban, etc. Los criterios de evaluación han de permitir medir cierto éxito, aun cuando los objetivos globales no se hayan cumplido del todo.
Los facilitadores que participan en procesos de empoderamiento tienen que preguntarse, una y otra vez, cómo están afectando con su intervención los diversos aspectos de las vidas de las personas directamente implicadas. Un proceso de seguimiento y de evaluación que refleje el proceso de empoderamiento es necesario, como ya hemos señalado. Pero hay que involucrar a las personas en la identificación de los indicadores de cambios adecuados y en el establecimiento de criterios para evaluar el impacto, criterios que nunca quedarán fuera de revisión y modificación. Servirá para ello estar pendientes de las dinámicas que llevan a los sin poder a quedarse dentro de lo seguro y lo conocido.
En los sistemas evaluativos hay que evitar ser incapaces de reconocer el éxito. A veces enfrentamos retos tan grandes y nos planteamos objetivos tan elevados, que cuando al final de alguna acción o de una serie de acciones estos objetivos no se han conseguido podemos caer en la desesperación, como si no alcanzar los objetivos planeados fuera equivalente a no haber conseguido nada. La estrategia y la evaluación necesitan precisar objetivos intermedios, pequeños pasos en el proceso de cambio. Y hay que aprender a descubrir, gozar y celebrar conjuntamente esos pequeños pasos. Es muy importante percibir los éxitos parciales para mantenerse con energía para seguir luchando. Tampoco debe perderse de vista el necesario espacio de tiempo que separa una acción de la evidencia de su impacto.
Por último, un punto de partida importante para la planeación estratégica y la evaluación, es llegar a la convicción de que tenemos mucho más poder del que imaginamos. Un papel esencial de los grupos que buscan el empoderamiento es ayudar a que todos nos revelemos a nosotros mismos y a los demás, las fuentes y alcances del poder no violento que poseemos desde el punto de vista personal, grupal y social. A la hora de evaluar, uno de los elementos substanciales es el de reconocer nuestra efectividad de potenciar este sentimiento en nuestras comunidades.

Citas:

(5) – Esta es la visión de Starhawk. Cfr. Burrows, R.Nonviolent defense. A gandian approach. New York. 1996. p.84
(6) – La sistematización de las tres dimensiones del empoderamiento está presentada de manera en Clark,h. Más poder del que imaginamos, texto preparatorio para la reunión trienal del IRG (International de resisitentes a la guerra) y puede consultarse ewn el portal http:://wri-irg.org y en su obra Be realistic, demand the imposible Peace News 2439 (Jan/Aug 2000)
(7) – Nos referimos a Price, J. Women‘s development: we/fare projects or political empowerment?, conferencia aún no publicada.

 

 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
P. Raúl Lugo
Sacerdote mexicano.