Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


NARRATIVA

 

UNA CLASE EN LA VIDA DE ID.

PEDRO PABLO ARENCIBIA

 


A las madres de mis hijos por los tesoros que compartimos.

El profesor entró al aula y después de saludar con respeto pero desenfadadamente al alumnado, escribió en la vieja y descolorida pizarra, el nombre de la asignatura, así como el título y el contenido del nuevo tema de estudio. Estadística Descriptiva.
Concluida esa parte y para dar tiempo a que los alumnos copiaran de la pizarra pasó lentamente asistencia; al terminar la lista enunció, pausadamente, los objetivos fundamentales del tema y en particular, los de esa conferencia.
Luego, cambiando el tono de voz y haciendo uso de la arcaica pero aún eficiente técnica de las placas de acetato y del proyector de vista fija (odiaba la computación), mostró directamente en la descascarada pared, manchada indeleblemente con tres vergonzantes sombras de color sanguíneo, una larga y desordenada lista de números, casi todos de dos dígitos, que representaban ficticiamente las supuestas edades de sendas personas involucradas en determinado experimento social.
Con posterioridad mostró esa misma lista de 75 números pero ahora, ordenada de menor a mayor:
6, 10, 12, 12, 13, 13, 14, 14, 14, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 15, 16, 18, 18, 18, 18, 18, 18, 18, 18, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 20, 21, 24, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 25, 26, 26, 26, 27, 28.
El profesor, apelando a la maestría tras largos años de ejercicio docente, se auxilió de esa lista para construir e introducir los diferentes conceptos estadísticos que debía formular en esa actividad; mostró, por ejemplo, que la medida aritmética o promedio de esas edades era 19.4 años y que la mediana y la moda eran manifiestamente de exactamente 20 años, pues la muy significativa abundancia del número 20 en la ordenada relación lo gritaba a ojos vista. Se acordó de Gardel y de su tango y pensó en lo equivocado que estaba el rioplatense: para una nación 20 años es un breve paréntesis de su existencia, para una persona es mucho tiempo.
Subsiguientemente, y para introducir la necesidad de estudiar las Medidas de Dispersión, mostró las insuficiencias de las antes mencionadas Medidas de Tendencia Central para describir por sí solas, ni siquiera aproximadamente, las características o comportamiento general de los datos iniciales o primarios. Comenzó definiendo la más simple de las medidas de dispersión; el rango, la cual definió como la diferencia entre el mayor de los datos y el menor de ellos, para que no hubiese la menor duda ejemplificó y explicó en la larga lista inicial, el rango era de 22 años. Consecutivamente, y dividiendo la pizarra en tres secciones mediante el trazo de líneas verticales, abordó en la primera sección, mediante sencillos ejemplos numéricos, las limitaciones del rango como medida de dispersión; expuestas esas limitaciones, escribió en la segunda sección el procedimiento racional para eliminarlas, procedimiento que finalmente fue escrito matemáticamente en la tercera sección. Utilizando la misma metodología construyó las expresiones matemáticas de los otros conceptos correspondientes a las Medidas de Dispersión: Desviación Media, Desviación Típica y Coeficiente de Variación, dejando de tarea para la clase práctica, el cálculo de esas medidas de dispersión para la lista de 75 números expuesta al inicio de la clase, pero no sin antes exponerles un algoritmo para organizar y calcularlos más cómodamente; les sugirió que en el Laboratorio de Computación confeccionaran un sencillo software general, basado en dicho algoritmo, para calcular el valor de todos los conceptos o parámetros estadísticos dados en esa conferencia para una lista cualquiera de datos. Finalmente les dio el resultado de las Medidas de Dispersión para la lista de los 75 números con el objetivo de que comprobaran, por ellos mismos, la correcta aplicación del algoritmo y pusieran a punto el sugerido software; los resultados escritos en la pizarra fueron: Desviación Media = 3.5 años: Desviación Típica = 4.5 años y Coeficiente de Variación = 23%, los cuales, comentó, reflejaban una dispersión moderada, cercana a baja, de los datos con respecto al valor promedio de 19.4 años.
Agotados los contenidos y justo a tiempo, pasó a realizar las conclusiones de la conferencia, las cuales hizo sin violar ninguno de los pasos metodológicamente exigidos. Al terminar la conferencia, el profesor y los profesores que inspeccionaban la clase se dirigieron al Departamento para hacer la discusión de la misma; la conferencia fue evaluada con la máxima calificación, aunque con el señalamiento crítico de que omitió la fecha del día.
Finalizada la discusión el profesor se despidió y salió del Departamento; con su andar característico se dirigió hacia las escaleras ensimismado en sus pensamientos. No se sentía satisfecho consigo mismo: le había mentido a todos. Los datos primarios habían sido desgraciadamente extraídos de la realidad: tenían nombre y apellidos, familia y amigos. Las cifras ciertamente correspondían a años, pero no a edades, y pensó que algunos por sus patologías y por sus actuales condiciones de vida no alcanzarían, ni remotamente, a satisfacer las cifras asignadas. No conocía a muchos de ellos, pero a los que conocía no los asociaba con los epítetos que pública y muy reiteradamente se dijeron hasta que llegó el manto de la muerte incruenta del silencio que los sepultó en el cementerio del ostracismo a donde tantos vivos y difuntos han ido a parar, aunque últimamente en ese camposanto se había producido el milagro de la resurrección en algunos bien muertos que jamás repetirían que solamente podían decir que tenían miedo, mucho miedo, y en muy contados vivos que no habían resistido la tentación del plato de lentejas que cada cierto tiempo se les ofrecía. Ellos, los venales, habían elegido, como le gustaba decir a uno de ellos, el vivir al borde del camino, en los misterios de las cunetas, pero siempre añadía que pese a esa incómoda situación, habían encontrado un tipo especial de felicidad en la búsqueda que habían emprendido a pesar de los miedos que causaban los aullidos en el horizonte.
Sin darse cuenta llegó al parqueo donde lo esperaba su “transportation”, un inestable vehículo con cuya conducción estaba familiarizado desde su ya muy lejana infancia. Nunca pudo, y sabía que nunca podría, ni siquiera mejorar la rodante inestabilidad de su transportación con la adquisición de un nuevo tipo de transporte física y geométricamente más estable, pues desde hacía muchos años le habían dado “la mota negra”, al decir de los piratas de Robert L. Stevenson, como resultado de su actitud librepensadora y heterodoxa; actitud que era compatible con su mentalidad científica y que él sabía que reafirmaba, una vez más, y salvando las distancias, lo expresado por el premio Nobel, Piotr Kapitsa, en su carta a Yuri Andropov ( en aquel entonces jefe de la KGB) a favor del encarcelado académico, y también Premio Nobel, Andrei Dimitrievich Sájarov, la misma mente heterodoxa que abrió nuevos caminos en la Física, que llenó de orgullo a la URSS, era la que impulsaba los cuestionamientos políticos y sociales de Sájarov.
El profesor recordó como esa actitud librepensadora, y la de otros pocos, fue, y era, etiquetada con diferentes nombres, según lo expresara en ese momento la última y rígida partitura que servía de inequívoca e inobjetable guía a la monocorde sinfonía social. En su vida había tenido que renunciar a muchos, sencillos y hasta necesarios sueños, pero a su edad, y dadas las difíciles condiciones de existencia, debía ocupar su mente en lo más apremiante para subsistir, aunque él supiera que esa ocupación satisfacía los objetivos de una vieja y eficaz estrategia neutralizadora de acciones e ideas; una de las urgencias, era asegurar el diario y miserable yantar y para ello era necesario encontrar la manera de que su aporreada próstata pudiera aguantar esos inestables viajes que diariamente tenía que hacer para dirigirse a su centro laboral hasta que llegara la edad que le permitiría la ansiada y temida “carta de libertad” de la jubilación, que por una parte lo liberaría de los dolorosos viajes, el reloj laboral y de los cada vez más abiertamente forzados compromisos y firmas, pero que lo sumiría, aún más, dada la precariedad de la pensión y del enorme costo de la vida, en la perentoriedad de un agonizante existir no exento de los controles de la siempre presente telaraña.
Ya en su casa, y aprovechando que se encontraba solo, se tiró en la cama sin quitar la sobrecama y se puso a recordar nuevamente lo ocurrido esa mañana en la clase; los, hasta ahora, incontrolables pensamientos lo llevaron a recordar a un fallecido amigo suyo, coautor de un premiado libro de testimonio, nunca publicado pese a décadas de espera, que junto a otro amigo común en un atardecer de carnaval descargó, sentados a una mesa, su pesada carga; les habló de lo duro que era su trabajo ejercido durante años y cuestionó su derecho a tomar decisiones que definían y decidían vidas. El profesor recordó que en ese momento, respetando la seriedad de la situación producida por la confidencia, se limitó a pensar que la división social de la represión no siempre suprime conciencias ni petrifica corazones; que la legalidad y justicia no siempre van juntas y que impartir justicia no es lo mismo que ser justo; que la clave de la conciliación de estos conceptos se encuentra en la legitimidad de las leyes con relación a los derechos naturales e inalienables del hombre, los cuales para los cristianos le fueron dados al hombre por Dios. El profesor recordó que no le había sorprendido tanto la inesperada confesión como el hecho de que su amigo la había llevado a cabo cuando apenas llevaban unas pocas cervezas consumidas. Se acordó que tiempo después mientras caminaba lentamente lo vio, fugazmente y por última vez, sentado en la parte trasera del asiento de una moto que rauda se desplazaba cuesta abajo por una de las calles de la ciudad sin mar; el profesor no lo había visto pasar, pero al oír el grito con su nombre, volteó la cabeza y lo reconoció: se veía feliz con su cabeza rapada y vendada, a sabiendas que la reciente operación le prolongaría un poco, casi nada, la vida. Lo vio alegre, aliviado y, en resumidas cuentas, transfigurado con respecto a aquel atardecer en que se desembarazó del pesado y torturante fardo que llevaba entre pecho y espalda. Fue tan fuerte y revelador ese recuento que, aquella noche, en sus oraciones no pidió solamente por los inmerecidos dueños de aquellas cifras, sino por todos aquellos que de una forma u otra contribuyeron a que esa asignación ocurriese. Se quedó dormido pensando: un día Dios nos preguntará a todos por el uso que hicimos de sus talentos.

Referencias
* Título en homenaje a la novela breve, de corte autobiográfico Un día en la vida de Ivan Denisovich, del matemático ruso Alexander I. Solzhenitsin, Premio Nobel de Literatura, 1970.

 

 

 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
Pedro Pablo Arencibia Cardoso
(Cárdenas, 1949)
Licenciado en Matemática Pura. Se graduó en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la Habana, en 1972. Profesor Titular universitario en las asignaturas Matemática, Computación y Estadística; 24 años de experiencia como profesor universitario. Autor de múltiples trabajos investigativos de Antropología y Biodemografía.