El poder del que hablamos, ya lo
hemos dicho antes, no es el poder sobre, sino el poder
para. No es el poder de dominación, sino el poder de ser
y de hacer. Se trata de generar situaciones que provoquen un cambio
para una vida más plena. Esto implica un proceso que abarca tres
dimensiones:
PODER DENTRO: La primera dimensión
es dentro de uno mismo. La mayoría de la gente se resigna a que
las cosas ocurran fuera de uno y la mayoría se adapta
a su propia opresión. Esta primera dimensión, conocida
también como dimensión PERSONAL, supone desarrollar el
sentido del yo, de la confianza y capacidad individual, deshacer los
efectos de la opresión interiorizada. Es el equivalente a comprender
la propia situación de adaptación, dependencia y opresión
y el querer salir de ella y también el convencimiento de que
cada persona tiene la posibilidad de influir su situación de
vida y cambiarla. Se trata de atreverse a ser rebeldes y tener la convicción
de que tenemos derecho a serlo, descubrir el poder que llevamos dentro
y mantenerse en la acción. Hablamos aquí de ciertas posiciones
personales, cierta toma de decisiones cotidianas, cierto talante de
vida que se identifica con la libertad interior. Se trata de cultivar
una posición que rechace la humillación propia o ajena,
impuesta o auto cultivada. De confiar en la enorme dignidad que nos
da ser hijos e hijas de Dios, lo que nos coloca por encima de los simples
cálculos de utilidad o productividad. Se trata de cultivar paciente
y valientemente la condición de ciudadanos y ciudadanas, con
derechos inalienables delante de cualquier poder, con pensamientos y
decisiones propias. El poder dentro hace referencia al misterio que
están despertando nuestras capacidades y fuerzas más interiores,
se basa en nuestra voluntad de actuar y nace de una conciencia que está
conectada con el valor interno de todas las cosas.
PODER CON: La segunda dimensión
es la de juntarse con otras personas. Nace de la conciencia de no ser
uno el único afectado por una situación, sino que también
otras personas viven la misma experiencia. Es muy posible que el poder
dentro sea difícil de ser expresado, a menos que lo hagamos de
forma colectiva. La práctica de organizarse en pequeños
grupos es de vital importancia a la hora de ayudarnos los unos a los
otros a encontrar nuestra propia voz, generando así un equilibrio
personal que es indispensable para mantenernos en la lucha. Este poder
con nos hace llegar al entendimiento que uno no tiene la culpa de su
destino, sino que muchas veces lo que nos pasa y sentimos es producto
de un modelo político o estructural. Entenderse con otros y cooperar
en el grupo puede reforzar considerablemente el sentimiento de valor
propio. Así cada uno no tiene que buscar caminos para manejar
la situación, sino que puede luchar junto para lograr un cambio.
El grupo da la opción de juntar capacidades y conocimientos y
de apoyarse mutuamente. Se puede sobrellevar mejor el miedo, las inhibiciones
y otros bloqueos que nos impiden ver nuestro poder dentro y nos ayuda
a establecer el equilibrio entre la urgencia de ponernos en situaciones
límites al orientar cuidar a los que tienes más cerca
y cuidarnos a nosotros mismos. No hay que desesperarse si la dinámica
del grupo se desgasta.
A veces es inevitable. Lo importante es no acelerar el propio declive.
Lo cierto es que nos necesitamos mutuamente para poder seguir en la
acción y el surgimiento de los grupos continuará tarde
o temprano. El empoderamiento incluye una conciencia que ve el mundo
como conjunto de relaciones y conexiones, por tanto tiene que ver con
la reunión de las voluntades individuales en una voluntad grupal
(5). No hay que olvidar que las personas que quieren ejercer una influencia
sobre la vida y la sociedad están muchas veces expuestas al poder
de las fuerzas que gobiernan, a las cuales podrán oponerse con
mayor fortaleza si están en grupo. Por lo demás, en los
momentos difíciles, cuando hay poco espacio para la esperanza
y nos sentimos aislados, el grupo se vuelve indispensable como lugar
de recargo de fuerzas.
PODER EN RELACIÓN: La tercera
dimensión del empoderamiento va decididamente hacia fuera. Tiene
que ver con el análisis de cómo hacer alianzas y con quién.
Podríamos quedarnos en el poder y el poder con, concentrándonos
en construir nuestra propia fuerza. Pero tarde o temprano el proceso
de empoderamiento tiende a generar conflictos y choca con las estructuras
de poder del sistema y, a menudo, también con algunas actitudes
convencionales de una buena parte de la sociedad. Por eso el poder en
relación tiene que ver con cuestiones estratégicas. ¿desde
qué base social se llega a la acción? ¿con qué
apoyo contamos para conseguir los objetivos que nos planteamos? ¿qué
partes del poder en la sociedad son susceptibles de presionar para el
cambio?(6) Se trata, pues, de trabajar conjuntamente para lograr un
impacto más amplio.
Estas tres dimensiones del empoderamiento se influyen y se refuerzan
mutuamente. No son etapas cronológicas. Puede decirse que son
tres elementos que alimentan los procesos de empoderamiento, que se
desarrollan generalmente en cuatro fases. (a) la gente se siente afectada
por una situación que le provoca un cambio brusco en su vida,
una crisis, pierden la confianza en quienes están tomando las
decisiones políticas y sociales. Empiezan a buscar sus propias
posibilidades de influir en la situación. (b) En una segunda
fase buscan y encuentran el apoyo social de otras personas que están
en la misma situación, o en una situación similar, o que
comparten los mismos intereses. La conciencia de las propias capacidades
crece y se realizan las primeras acciones que van más allá
del grupo y se hacen públicas. (c) En la tercera fase adquieren
conocimientos más específicos sobre las relaciones dentro
de la sociedad y juntan sus experiencias en la programación estratégicas
de acciones públicas. Puede ser que en esta fase vivan conflictos
con el papel que tienen en el grupo o en su vida privada. (d) La cuarta
fase es la llamada fase de la convicción y la paciencia ardiente,
que es cuando se ha desarrollado en las personas la capacidad de actuar
en conflictos, porque han llegado e entender que entre conflicto y crecimiento
hay una relación íntima. Se hace sólida la convicción
de que pueden influir el contexto social y contribuir a gestar cambios
sociales. Esta cuarta fase capacita a la persona para seguir durante
procesos que pueden a veces ser largos y difíciles y a apoyar
a otras personas que comienzan procesos similares. Son solamente las
personas que han llegado a esta cuarta fase las que actúan como
catalizadores de un empoderamiento social más general, animado
a otros a no comportarse como víctimas, sino a actuar como ciudadanos
y ciudadanas activos.
Aunque la presentación de las dimensiones y de las fases parezca
algo complicada, es solamente un esfuerzo por traducir la complejidad
de un movimiento que va de lo personal a lo social y estratégico.
Hay que recordar que los cambios sociales, desde los más pequeños
hasta los más profundos, no se consiguen de manera simple. Muchas
veces es necesario combinar métodos: diálogo con oposición,
persuasión con presión, construcción autogestiva
con acciones no violentas, y hay que hacerlo siguiendo ritmos que a
veces son alternos, de períodos tranquilos a momentos dramáticos
con puntos clave, de la asunción de riesgos a período
de cautelosa precaución. Y en esto, a nadar se aprende nadando.
Los agentes externos
en el proceso de empoderamiento
El papel del profesional o del agente externo es muy importante. En
una conferencia sustentada en Ámsterdam(7), J. Price relata que
una trabajadora clave, miembro del personal femenino que trabaja en
una ONG en la India, tuvo un papel crucial cuando habló de su
experiencia personal y permitió así que otras mujeres
hicieran lo mismo. Pero hay que cuidar el asunto, porque el papel de
los profesionales puede también despertar resentimiento, especialmente
cuando se establece una relación profesional-cliente.
Hay que tener en cuenta siempre que un proceso de empoderamiento no
puede nunca imponerse por agentes externos, aunque un adecuado apoyo
externo pueda acelerarlo y fomentarlo. Un proceso de empoderamiento
que trate de implicar a los pobres, a los marginados, a los sin poder,
no puede ser eficaz si la metodología es directiva, verticalista
y fomenta la dependencia. La exigencia mayor para un agente externo
es el enfoque de FACILITADOR, es decir, una actitud de pleno respeto
y confianza para con las personas con las que se trabaja o para decirlo
mejor, a quienes se acompaña. Acompañamiento es la palabra
que se emplea frecuentemente para definir la relación adecuada
entre un facilitador del empoderamiento y las personas que lo buscan.
Implica un sentido de solidaridad y la disposición de un agente
externo a compartir riesgos con las personas pobres y marginadas, así
como el deseo de comprometerse en los procesos de cambio social en que
ellos se ven directamente implicados. Por eso el acompañamiento
sólo puede darse en cierta distancia y ciertos tiempos por parte
de los agentes foráneos.
Ser facilitador de un grupo que busca el empoderamiento demanda grandes
exigencias para los agentes de cambio, especialmente podría demandar
(y contribuir) a su propio empoderamiento. Esto exige un esfuerzo consciente
y sostenido para modificar pautas de conducta que vician muchas veces
la labor del profesional o del acompañante, que muchas veces
están acostumbrados a trabajar de formas que desempoderan, porque
se les dice a los otros lo que deben pensar y hacer.
No saltarse las etapas
Una dificultad del enfoque del empoderamiento como un proceso es que
puede llegar a ser desesperadamente lento. Esto puede mortificar a mucha
gente que aguarda resultados inmediatos y tangibles. La mayor parte
de las organizaciones sienten la comprensible preocupación de
constatar resultados. Sin embargo, el esfuerzo necesario para elevar
los niveles de confianza y autoestima entre las personas débiles
y sin poder, de tal manera que amplíen su capacidad de asumir
las riendas de su propia vida y la solución de sus propias necesidades,
requiere inevitablemente de mucho tiempo. Es un proceso que cada persona
ha de recorrer a su propio ritmo.
Pero ya dijimos que las etapas o fases no son cronológicas. Aunque
el empoderamiento individual es un ingrediente para alcanzar el empoderamiento
a nivel colectivo e institucional, no es suficiente concentrarse únicamente
en los individuos. Se precisan cambios en las capacidades colectivas
de los individuos y esto sólo puede conseguirse si ellos se van
implicando, cualquiera que sea su estado de toma de conciencia, en la
identificación y satisfacción de las necesidades no solamente
propias, sino de la familia, del grupo pequeño, de la comunidad,
hasta llegar a las organizaciones, las instituciones y la sociedad toda.
Esto se realiza de manera dialéctica, porque la eficacia de la
actividad grupal va a depender en mucho del empoderamiento de los individuos.
Estrategia y
evaluación en el proceso de empoderamiento:
Es algo vital para un movimiento tener un sentido de la propia efectividad,
saber qué es lo que se persigue, con temas definidos y objetivos
claros. Esto nos lleva a una doble necesidad: la de programar estratégicamente
y la de contar con un sistema de evaluación de resultados.
La estrategia es necesaria por muchas razones. En primer lugar porque
no solamente nos ayuda a buscar la efectividad de las acciones, sino
porque les da incluso un sentido que las acciones no tendrán
por sí solas. Suele suceder que en un proceso de acciones públicas
de empoderamiento los eventos se repitan solamente porque nos gustaron,
porque nos sentimos bien al haberlos hecho, aunque no hayan producido
ningún cambio en la situación. Una estrategia debe incluir
objetivos claros y delimitados, de lo contrario se puede caer en la
repetición de actividades solamente porque nos gustan y después
descubrir que han dejado de hacerte sentir bien en un momento dado.
Así, puede crearse un grupo agradable, un círculo de amigos
que se divierte en grupo, pero que falla a la hora de concebir y poner
en movimiento acciones que trasciendan o promuevan la transformación,
aunque sea mínima la realidad.
Pero son necesarias también las medidas con las que se pueda
juzgar el éxito o fracaso de las acciones. Hablamos aquí
de una evaluación que ha de apoyarse en criterios auténticos.
La efectividad no puede medirse solamente en el logro de los objetivos
trazados. La efectividad no puede medirse con criterios cuantificables,
por la cantidad de gente que participó en una acción de
mandar postales o de recoger firmas, por ejemplo. La medida significativa
no es solamente el número de firmas, sino el empoderamiento de
las personas involucradas, la participación cada vez más
activa en la concepción del movimiento, la elaboración
conjunta de objetivos y estrategias, el planear y ejecutar juntos las
acciones. Una campaña de juntar firmas, por ejemplo, puede reunir
muchas y lograr su objetivo, pero cuando el círculo de los activistas
empoderados sigue siendo igual de pequeño como antes, cabe preguntar
si la participación de las personas en esta acción llevó
a un empoderamiento o no. Así, el análisis de la efectividad
de la campaña se enriquece.
Algunos criterios cuantificables pueden ser tomados en cuenta: número
de participantes, cobertura por medios de comunicación, costos
causados al oponente, tiempo de retraso ocasionado a un proyecto al
que uno se opone, adhesiones o fondos recogidos, etc., pero estos criterios
no deben desligarse de otros factores como la salida del silencio y
la obediencia, el impacto en la conciencia colectiva, el posicionamiento
de temas que antes no se trataban, etc. Los criterios de evaluación
han de permitir medir cierto éxito, aun cuando los objetivos
globales no se hayan cumplido del todo.
Los facilitadores que participan en procesos de empoderamiento tienen
que preguntarse, una y otra vez, cómo están afectando
con su intervención los diversos aspectos de las vidas de las
personas directamente implicadas. Un proceso de seguimiento y de evaluación
que refleje el proceso de empoderamiento es necesario, como ya hemos
señalado. Pero hay que involucrar a las personas en la identificación
de los indicadores de cambios adecuados y en el establecimiento de criterios
para evaluar el impacto, criterios que nunca quedarán fuera de
revisión y modificación. Servirá para ello estar
pendientes de las dinámicas que llevan a los sin poder a quedarse
dentro de lo seguro y lo conocido.
En los sistemas evaluativos hay que evitar ser incapaces de reconocer
el éxito. A veces enfrentamos retos tan grandes y nos planteamos
objetivos tan elevados, que cuando al final de alguna acción
o de una serie de acciones estos objetivos no se han conseguido podemos
caer en la desesperación, como si no alcanzar los objetivos planeados
fuera equivalente a no haber conseguido nada. La estrategia y la evaluación
necesitan precisar objetivos intermedios, pequeños pasos en el
proceso de cambio. Y hay que aprender a descubrir, gozar y celebrar
conjuntamente esos pequeños pasos. Es muy importante percibir
los éxitos parciales para mantenerse con energía para
seguir luchando. Tampoco debe perderse de vista el necesario espacio
de tiempo que separa una acción de la evidencia de su impacto.
Por último, un punto de partida importante para la planeación
estratégica y la evaluación, es llegar a la convicción
de que tenemos mucho más poder del que imaginamos. Un papel esencial
de los grupos que buscan el empoderamiento es ayudar a que todos nos
revelemos a nosotros mismos y a los demás, las fuentes y alcances
del poder no violento que poseemos desde el punto de vista personal,
grupal y social. A la hora de evaluar, uno de los elementos substanciales
es el de reconocer nuestra efectividad de potenciar este sentimiento
en nuestras comunidades.
Citas:
(5) Esta es la visión de Starhawk. Cfr. Burrows, R.Nonviolent
defense. A gandian approach. New York. 1996. p.84
(6) La sistematización de las tres dimensiones del empoderamiento
está presentada de manera en Clark,h. Más poder del que
imaginamos, texto preparatorio para la reunión trienal del IRG
(International de resisitentes a la guerra) y puede consultarse ewn
el portal http:://wri-irg.org y en su obra Be realistic, demand the
imposible Peace News 2439 (Jan/Aug 2000)
(7) Nos referimos a Price, J. Womens development: we/fare
projects or political empowerment?, conferencia aún no publicada.