En Cuba la lengua española
se ha multiplica do en conceptos, en ofrecer miradas actuali
zadas a definiciones que desde los tiempos del descubrimiento de América
han formado parte de la historia religiosa, social, cultural, política,
también laboral del pueblo; tal es el caso de la palabra misión.
Su frecuente utilización justifica hoy la innumerable lista de
profesionales y técnicos cubanos que por tiempo determinado rompen
profundos e importantes vínculos humanos para asumir conductas
y funciones que condicionan otros espacios de vida. Desde esta mirada
observo el deterioro que, como verbo, la acción de enviar ha
sufrido en nuestro país en los últimos cuarenta años.
Viajo a mi infancia, recuerdo que muchos niños de mi aula comentaban
que a su papá, a su tío, hermano...lo mandaban a Angola,
Etiopía, Granada como internacionalistas. Era la década
del 70 80; ya pasó la del 90; el 2004 ha comenzado, más
que antes el tema está de moda y tristemente marcando la vida
de numerosas familias que por diversos motivos se involucran en este
manejo lleno de dobleces e intencionalidades múltiples tanto
por parte de los que cuentan con la autoridad para mandar como de los
que, estimulados por razones marcadamente económicas, políticas
y laborales, empeñan presente y futuro de sí mismos y
de sus hogares.
La expedición de Colón abrió al nuevo continente
una historia en la que no faltaron personajes que por sus hechos aparecen
en las grandes enciclopedias, pudiéramos mencionar a Diego Velázquez,
Pánfilo de Narváez, etc. ¿Dónde poner a
los conquistadores y encomenderos de nuestro tiempo? ¿Tendrán
alguna trascendencia las Niurkas, los Ernestos, los Eduardos y tantos
otros conocidos de esta nación que enarbolan la penosa hazaña
de dejar hijos, esposas, esposos, o quién sabe si valores, honestidad
y respeto por sí mismos, a expensas de tantos desafíos,
a cambio de edificar un porvenir mejor, propósito del todo manejado
ya sea con fines ilustrativos (mostrar al mundo una imagen), ya sea
embolsativos (recuperar divisas para solventar parte de las gratuidades
con que el estado subsidia los programas supuestamente prioritarios),
y por supuesto, contemos también las aspiraciones personales.
No son las estadísticas las que pueden dar respuesta del final
que van teniendo estos episodios, son los propios acontecimientos los
que van suscitando un S.O.S general.
El poder y la facultad que se da a una persona de ir a desempeñar
algún cometido o hacer alguna cosa está siendo usado indiscriminadamente.
En su visita a nuestra tierra (enero/98) el Papa Juan Pablo II se dirigía
a las familias cubanas como célula fundamental de la sociedad
y garantía de su estabilidad. Señalaba en su homilía
como Dios ha confiado a los hombres la misión de trasmitir la
vida de un modo digno de la persona humana fruto de la responsabilidad
y del amor.
Propone el Sumo Pontífice un modelo de unión donde prevalezcan
diálogo, comprensión, aceptación libre y responsable
que les dé autoridad y derecho a formar integralmente a su descendencia
según los contenidos éticos y cívicos que escojan.
Fuera del marco cristiano, dentro de la realidad humana, cuestionémonos:
¿De dónde van a salir hombres y mujeres honestos, laboriosos,
justos, pacíficos, si no es de las familias bien integradas?
Todo lo que hiere a la familia hiere a las personas y, por eso mismo,
altera y destruye el bien de la sociedad. Nada ni nadie puede suplir
la acción educadora de un hogar. Ni el estado con sus instituciones
sanitarias, ni el computador, ni el carro, ni los artículos que
con las solidarias ayudas de otros países puedan llenar las carencias
y los rincones de un inmueble casero.
Son nuestros médicos, nuestros especialistas superiores y medios,
en la salud y en otras muchas especialidades, los padres, las madres,
los cimientos de una sociedad que tiene como primer compromiso como
autoridad máxima, cuidar sus matrimonios, criar, formar y educar
a sus proles. Si por vocación escogieron entregar sus conocimientos
y habilidades a favor de sus semejantes, por vocación eligieron
construir una casa que no sólo sean paredes, muebles, objetos
en armonioso contraste, con seres que se quieran, que compartan sus
luchas, sus sueños, sus aciertos y desconciertos. Contrariamente
nuestros niños se van nutriendo de exterioridades que bloquean
lo más profundo, lo más genuino y puro: el calor de sus
progenitores, el cariño, el cuidado, el poderse alimentar de
las raíces que le dieron origen a su ser de criatura.
Sin ir más allá que tomar un poco de conciencia ante el
arrasador ritmo de las colaboraciones cubanas hagamos una
parada. A cada uno se nos ha dado potestad para ejercer funciones, cargos,
responsabilidades, servicios, pero ¿dónde hacerlo? ¿cómo
hacerlo? ¿para qué hacerlo?
Con dos refranes bien populares podemos hallar pistas que nos ayuden
a salvar el asunto: En casa del herrero cuchillo de palo.
No queramos sanar lo ajeno si lo nuestro necesita de cuidados intensivos.
Requieren atención nuestros niños que en sus padres buscan
apoyo, confianza; necesitan cuidado nuestros adolescentes que en referencias
muy concretas toman modelos de orientaciones muy difíciles de
cambiar después; exigen ayuda los jóvenes que solos y
a tientas van haciendo caminos no siempre claros y bien trazados.
No descuidemos a nuestros enfermos, nuestros educandos, a nuestros deportistas
y artistas; nuestras casas, nuestros consultorios, policlínicos,
escuelas, terrenos deportivos, centros culturales son los lugares en
los que nos toca edificar.
Reclamo patrio es trabajar por rescatar lo propio, lo que nos pertenece
y toca de cerca. He dejado para el final la frase que presentan las
bolsitas de la shoping: lo mío primero,tengámosla
en cuenta porque para dar es preciso tener y para tener es fundamental
que cultivemos en nuestro propio territorio los valores y virtudes que
empiezan en la cuna.
Ojo, amigo: no dejemos que desarmen nuestras vidas. Asumámosla
por ti, por mí, por todos, con respeto, con dignidad. Colabora
con la misión de pertenencia y de identidad.