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Algunos críticos cinematográficos,
cuyos análisis, desprovistos de indulgencia frente a la sencillez
de su forma y la ingenuidad de su contenido, se niegan a otorgarle el
calificativo de Cine a todo lo realizado en nuestro país antes
de 1959. Esto es un concepto falso.
La autenticidad y presencia de un cine genuinamente cubano realizado
y exhibido en la Isla poco después de su debut en Los Capuchinos
de París, ha sido ampliamente demostrada por el trabajo abnegado
y paciente del historiador Arturo Agramonte y por las investigaciones
de los críticos Raúl Rodríguez y Luciano Castillo,
aparecidas en diferentes publicaciones y programaciones de la televisión
nacional.
El cine cubano anterior al triunfo revolucionario, iniciado en 1898,
por José E. Casasús con el filme El brujo desapareciendo,
estaba concebido para un público cuyo nivel de apreciación
no le permitía, al igual que a otros de Latinoamérica,
percibir el discurso de los grandes realizadores apoyados en ingeniosas
metáforas, como las usadas en el viejo continente por: Ingmar
Bergman, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Vittorio de Sica,
Luís Buñuel, Serguey Eisenstein, y Orson Welles en América,
por sólo citar algunos de los más relevantes en todo el
globo terráqueo. Sus guiones se basaban en historias fácilmente
asimilables por las capas menos cultas de la población, representadas
en aquellos años por la inmensa mayoría, sin necesidad
de planos, símbolos y situaciones complejas en su contenido y
en su realización.
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El romance
del palmar, 1938.
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Aunque El brujo... se considera la precursora de la cinematografía
nacional, no le corresponde el privilegio histórico de ser la
primera película realizada en esta parte del Caribe. El 7 de
febrero de 1897, Gabriel Veyre, enviado especial de los hermanos Lumiere,
para dar a conocer el cinematógrafo en América, durante
su estancia en nuestro país, rodaría, en presencia de
María Tubau, bailarina española que se presentaba en el
teatro Tacón, las maniobras del Cuerpo de Bomberos de La Habana.
Este filme, de sólo un minuto de duración, se llamó:
Simulacro de incendio, y para suerte de la historia del cine cubano,
aún se conserva en los archivos de la cinemateca y la televisión
nacional.
Para hacer un análisis exhaustivo de nuestra cinematografía,
debemos dividirla en tres etapas diferentes: la silente, de 1897 a 1930:
la sonora, de 1930 a 1958 y la revolucionaria 1959... Durante la primera
se produjeron 64 filmes destacándose un joven realizador, lamentablemente
fallecido cuando se encontraba en la plenitud de su capacidad creadora,
llamado Enrique Díaz Quesada, considerado el padre de la cinematografía
cubana por su temprana inquietud de convertir en imágenes joyas
de la literatura universal, la realidad social de la Isla a finales
del siglo XIX y principios del XX, pasajes de nuestras guerras independentistas
y el papel desempeñado en ellas por las mujeres cubanas. Díaz
Quesada, llegaría a filmar más de una veintena de películas,
entre las que podemos citar: Juan José , basada en una obra de
Joaquín Dicenta, El parque de Palatino, Manuel García,
o El rey de los campos de Cuba, El capitán mambí, Arroyito,
El rescate del brigadier Sanguily, y La manigua, o La mujer cubana entre
otras.
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La Virgen de
la Caridad, de Ramón Peón, considerada por el crítico
francés
George Sadoul, el mejor filme de Latinoamérica en aquel
entonces.
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El habanero Ramón Peón, quien iniciara su obra fílmica
en Cuba y la continuara en México, fue también una figura
descollante tanto de la etapa silente como de la sonora, con un total
de 18 películas realizadas en nuestro país. A este director
se debe la notable cinta La Virgen de la Caridad, considerada por el
crítico francés George Sadoul, el mejor filme de Latinoamérica
en aquel entonces.
Otro destacado cineasta de la etapa, anterior a 1959, fue sin dudas
Ernesto Caparrós, el Griffith cubano, a quién debemos
La serpiente roja, primer largometraje sonoro realizado en nuestro país,
basado en una obra de Felix B. Caignet, llamado con justeza «el
padre del culebrón», autor de otras como La mujer que se
vendió, Ángeles de la calle, Morir para vivir, Los que
no deben nacer y la que revolucionó la novelística latinoamericana:
El derecho de nacer, todas ellas llevadas al cine en colaboración
con cineastas mexicanos.
El cine realizado en Cuba a partir de la aparición del sonido,
se basaba fundamentalmente en nuestro folklore, en nuestro teatro bufo,
o en temas de ambiente rural, el cual era muy bien acogido por los cinéfilos
de aquella época. Figuras como Rita Montaner, María de
los Ángeles Santana, Alicia Rico, Candita Quintana, Blanquita
Amaro, Leopoldo Fernéndez, Aníbal de Mar, Alberto Garrido,
Federico Piñero, y Enrique Arredondo, entre otros, deleitarían
y harían reír hasta la saciedad, a aquel público
de los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX.
En esta última década el realizador Manuel Alonso, imitando
al cine negro norteamericano, dirigió, con algunos aciertos:
Siete muertes a plazo fijo y Casta de roble, drama rural editado en
los Estados Unidos y rodado en Pinar del Río, cuyo principal
atractivo fue la exuberancia de la naturaleza y la majestuosidad de
los mogotes que conforman el mundialmente famoso Valle de Viñales.
En 1954, con el pretexto de conmemorar el centenario martiano, la dictadura
de Batista, a través de la comisión organizadora de los
festejos, aprobó un presupuesto de $ 250,000 para la producción
de La rosa blanca, filme basado en momentos de la vida de nuestro Apóstol,
dirigido por Emilio (Indio) Fernández, con fotografía
de Gabriel Figueroa, pero aunque la cinta resultó la más
taquillera de ese año en Cuba, su estreno mundial apenas logró
recuperar el dinero invertido en todo el proceso de realización.
Por fin este niño inquieto de la etapa silente y este adolescente
de la sonora pudo llegar a su adultez con la alborada revolucionaria.
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Siete muertes
a plazo fijo, 1950, del
realizador Manuel Alonso.
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El 24 de marzo de 1959 entra en vigor la ley 169 que dejaba creado el
Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC),
que en lo adelante asumiría la exhibición, distribución
y producción nacional de filmes donde aparecería reflejada
la nueva realidad que se abría paso en el país, basándose
en la denuncia y combatiendo los viejos preceptos morales y sociales.
Así surgieron: Los desalojos y La vivienda, primeros documentales
realizados con la Revolución instaurada en el poder. A partir
de ese momento comienza una etapa de nuevas búsquedas, donde
realizadores como Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez
Alea, Humberto Solás, Octavio Cortázar, Manuel Octavio
Gómez y Fernando Pérez, entre otros, podrían expresar
libremente sus ideas sin temor a que se repitiera lo ocurrido en 1955
con el documental El Mégano, que mostraba al mundo las condiciones
inhumanas en que vivían los carboneros de la Ciénaga de
Zapata durante la república mediatizada, lo que suscitó
la ira del régimen dictatorial que lo mantuvo secuestrado hasta
que fue rescatado por la revolución triunfante.
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Los días
del agua, 1971, de
Manuel Octavio Gómez
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Filmes como: Historias de la revolución, primer largometraje
realizado por el ICAIC en 1960, La muerte de un burócrata, 1966,
y Memorias del subdesarrollo, 1968, de Tomás Gutiérrez
Alea (Titón), así como Lucía de Humberto Solás,
desde los propios inicios pondrían muy en alto el nombre de nuestro
país en festivales internacionales y devendrían en clásicos
de la cinematografía cubana. Los días del agua, 1971,
Ustedes tienen la palabra, 1973, de Manuel Octavio Gómez y El
brigadista, 1977, de Octavio Cortázar, se sumarían a la
ya larga cadena de éxitos a escala internacional.
.Pero no sólo en materia de realización nuestro salto
fue cualitativo, la creación de nuevas instituciones vino a enriquecer
el horizonte cultural cinematográfico en el país, como
la Cinemateca de Cuba que facilitó, mediante ciclos y programaciones
especiales dirigidas a las provincias, poder disfrutar de los filmes
más relevantes de la cinematografía universal; la edición
de textos teóricos y técnicos para elevar el nivel de
sus profesionales a través de la revista: Cine cubano; el surgimiento
de los cines móviles, que fueron capaces de llevar el mensaje
sociocultural a las zonas más intrincadas de cada provincia,
así como a las centros de acopio pesqueros en alta mar; el Noticiero
ICAIC Latinoamericano dirigido por Santiago Álvarez, que marcó
nuevas pautas en la manera de informar en el continente y constituyó,
sin dudas, una escuela para los jóvenes cineastas, muchos de
los cuales tuvieron en él sus primeras experiencias; y el cartel
cinematográfico, que dio un viraje en su esencia y un nuevo sentido
artístico para realizar la propaganda de lo acontecido día
a día en las salas existentes y en las creadas después
del triunfo revolucionario.
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Walfredo
Piñera y el padre Gabriel Sinadí, O.P,
saludan al director Emilio Fernández, El Indio,
durante el rodaje de La rosa blanca, 1954.
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La época de esplendor del cine cubano, según los licenciados
José M. Fernández Paulín y Ricardo Noriega Suárez,
se extendió hasta 1976. A partir de entonces, nuestros cineastas
se lanzaron a la conquista de un tipo de espectáculos donde estuvieran
más presentes la idiosincrasia, la cubanía, y el humor
criollo de nuestro pueblo, para abordar de forma jocosa la nueva realidad
cubana. Así surgieron cintas como: De tal Pedro, tal astilla,
y Vals de la Habana Vieja, de Luis Felipe Bernaza, Los pájaros
tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, La bella del
alhambra de Enrique Pineda Barnet, donde reaparece nuestro teatro vernáculo,
La vida es silbar, de Fernando Pérez, Guantanamera y Fresa y
chocolate de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío,
esta última basada en el cuento de Senel Paz, El lobo, el bosque
y el hombre nuevo, cuyo profundo contenido humano y elevado nivel de
realización, hicieron que fuera nominada para el Oscar a la mejor
película extranjera en 1994.
Con el advenimiento del Período Especial, la producción
nacional se redujo de manera dramática, y el ICAIC, para enfrentarlo,
optó por realizar filmes en coproducción con cinematografías
foráneas, Fin de round, de Olegario Barreras, con Venezuela,
Tirano Banderas, de José Luís García Sánchez,
con España, Kleines Tropikana, de Daniel Díaz Torres,
con España y Alemania, Lista de espera , de Juan Carlos Tabío,
Mambí, de Teodoro y Santiago Ríos, Mascaró, de
Constante Diego, y Amor vertical, de Arturo Soto, son algunos de los
muchos ejemplos destacables de los años 90.
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El brigadista,
1977, de
Octavio Cortázar.
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El primer quinquenio del nuevo siglo y milenio, se manifiesta más
prometedor debido a las nuevas tecnologías que abaratan la producción
cinematográfica, a ellas debemos: Miel para Oshún, de
Humberto Solás, primera película cubana filmada con cámara
digital. Recientemente se estrenaron: Noches de Constantinopla de Orlando
Rojas; Santa Camila de La Habana Vieja, de Belkis Vega; Miradas de Enrique
Alvarez; Nada, de Juan Carlos Cremata; Vídeo de familia, de Humberto
Padrón, Aunque estés lejos, de Juan Carlos Tabío;
Entre ciclones, de Enrique Colina, que alcanzara una gran cinevidencia
en todo el país, y Suite Habana, última realización
del destacado cineasta Fernando Pérez.
Hoy, a 106 años de aquella primera película cubana, nuestro
país continúa realizando ingentes esfuerzos por encontrar
solución, según el documentalista Paul Rotha, a la ecuación,
aún no resuelta por críticos y espectadores, que trata
de determinar si el cine forma parte de una industria o si le corresponde
por entero un lugar entre las artes.