La salud es un derecho esencial
de toda persona humana. En el mundo en que vivimos éste es un
derecho que no se pone en duda, es para todos y a él aspira todo
hombre o mujer y todo pueblo. Tener salud, como ya es aceptado por todos,
no es sólo la ausencia de enfermedad, ni es sólo prevenir
las enfermedades, que es bastante. Tener salud es, además de
todo esto, garantizar una calidad de vida en las dimensiones física,
psicológica, moral y espiritual, que permita y favorezca el desarrollo
humano integral de la persona.
Además, no se trata solamente de la salud de cada ser humano,
se trata también de las condiciones sociales, políticas
y económicas imprescindibles para asegurar a la salud los requerimientos
ambientales, estructurales y jurídicos necesarios para que la
salud sea una realidad en cada uno. A este conjunto de condiciones,
servicios, estructuras, medidas organizativas, agentes de salud, políticas
higiénicas, ecológicas y medio-ambientales, articulados
en un sistema de salubridad coherente, eficaz y accesible para todos,
se le llama salud pública.
Si nos acogemos a esta avanzada definición de salud, ningún
pueblo sobre la Tierra ha llegado a éste grado máximo
de salud pública. Todos aspiran a él, pero las condiciones
económicas, políticas, sociales y culturales, no le permiten
acceder, en la misma medida, a tal desarrollo. Esto crea desigualdades
injustas e inexcusables. Como en todos los problemas sociales, en la
salud pública puede haber avances y retrocesos, logros y errores.
Así ha sido también en Cuba, antes y después de
la revolución socialista.Por ello debemos reconocer, tratar de
conservar y hacer crecer todos aquellos logros, que antes del 1959 y
después, han permitido a nuestra nación acceder a grados
de salud pública no alcanzados por otros países desde
la primera mitad del siglo XX y que, aún, algunas no tienen hoy.
Unos de esos logros, quizá el más significativo, ha sido
el acceso a la asistencia médica y sanitaria independientemente
de la posibilidad económica de los pacientes. Los amplios planes
de vacunación, de educación para la salud, de atención
a las embarazadas, a los niños y al adulto mayor, son otras de
las conquistas que han provocado que el descenso de la mortalidad infantil,
la red de centros asistenciales, la prevención de enfermedades
contagiosas y otros parámetros de salud hayan sido en Cuba superiores
a otros países. Y esto no sólo viene de ahora, pertenece
a una larga tradición sanitaria que tiene en Tomás Romay
y Carlos J. Finlay, a dos de sus hijos más eminentes y en Solano
Ramos, Pedro Kourí, Ángel Arturo Aballí, Millares
Cao, Ramírez Corría, León Cuervo Rubio, Tebelio
Rodríguez del Haya, Orfilio Peláez, etc. egregios exponentes,
venidos desde todos los tiempos, épocas y especialidades.
Hoy, sin embargo, hay preocupantes señales de deterioro en este
sensible aspecto de la vida. Si la salud publica no es una inexcusable
prioridad, entonces las demás prioridades políticas, ideológicas,
internacionales o del propio país, van permitiendo, aun sin querer,
una decadencia en el sector que cuida, o debería cuidar, la calidad
de la vida.
Estas señales pueden ser fácilmente comprobables por todos.
Una primera señal, la más visible, pero no la más
importante, es el daño físico, estructural, de nuestros
centros de salud. Un hospital, o un policlínico, en cualquier
ciudad de Cuba, tienen de tal forma averiadas, canibaleadas, despintadas
y sucias sus salas, por no decir sus baños, salones de estar
y lugares de servicio, que de ninguna manera uno puede sentirse en él
como en un lugar para recuperar la salud y la estabilidad psíquica
y espiritual.
No todo es fruto del desgaste normal ni de la depreciación de
los equipos, es sobre todo fruto de la manía de saqueo que se
ha generalizado en todos lados, ante la escasez de todo y sobre todo,
de honradez e integridad personal; también es fruto de la indolencia,
tanto de los responsables en todos los niveles como de los trabajadores,
pacientes y visitantes, que llevados por el síndrome de la propiedad
colectiva que es de todos y no es de nadie, abandonan toda responsabilidad
sobre las cosas de su centro.
Otra señal es la falta de funcionalidad, la deficiente organización
vinculada con la llamada atención al paciente y los mecanismos
de remisión, consulta, hospitalización, etc. Los niveles
de excelencia en los centros de salud no dependen solamente de los recursos
materiales, ni del estado estructural del edificio, hay una gran dosis
de responsabilidad en el mal uso y mal trato de estas instituciones
y de las personas que acuden a ellas, por razones estrictamente organizativas.
Tal parece que, al organizar un hospital o un simple centro de atención
primaria, lo primero no sea facilitar la estadía, el tránsito
y la curación de la persona del paciente, pues el estilo de organización
del centro se basa prioritariamente en cumplir normas impersonales,
regular y entorpecer los servicios, prohibir el acceso y la estancia
en lugares, retardar la atención con trámites y exigencias
ajenas a lo estrictamente médico, complicar las relaciones entre
el paciente y el personal de servicio médico y paramédico
y con sus familiares. En fin, lo organizativo no siempre hace más
funcional, personalizado y, en lo que cabe, placentero, el paso
siempre angustiante de asistir a un centro de salud, sino que parece
que la organización esta allí para hacer más penoso,
más largo, menos discreto, más pública la enfermedad
del paciente, su exposición a la vista de todos, su peloteo de
mano en mano y la manía de no facilitarle las cosas.
Así ocurre también con el acceso a ciertos tipos de exámenes,
estudios y a tecnologías y aparatos que, por su complejidad y
escasez, por su necesidad y eficacia, se convierten en procederes de
difícil acceso y motivo de gestiones extra-institucionales que
ponen el sociolismo, la corrupción y las posiciones
sociales, amén del acceso a los dólares, como premisas
para poder acceder a una resonancia, por ejemplo, o a otros medios técnicos,
exámenes y pruebas. Si para cualquier examen radiológico,
reactivo para análisis, ultrasonido, o tomografía axial
computarizada, uno, además de sufrir la incertidumbre de la enfermedad,
no puede acceder fácil y directamente, por derecho propio, sino
que ha de mendigarlo, gestionarlo, o como decimos para encubrir esos
verbos, resolverlo a través de amistades, como favor
y dádiva, entonces algo anda muy mal en el sector de la salud.
En el plano de los programas de salud y de su organización sistémica
debemos considerar que ha existido un intento, un programa y una experiencia
de atención primaria de salud, en el cual se establecía
una dinámica donde el médico de familia debía ir
en busca de la persona, del vecino, sano o enfermo. Si lo encontraba
sano, lo educaba para la salud y lo prevenía de posibles riesgos
y enfermedades. Si lo encontraba enfermo, lo consultaba, lo trataba,
le daba seguimiento hasta reincorporarlo a la población sana.
Los diferentes programas de atención a personas de alto riesgo
de enfermedades, embarazo y natalidad, campañas de vacunación
y otros, fueron concebidos al alcance de las familias y al alcance de
la capacidad de trabajo media de los médicos y la enfermera.
Pueden existir diferentes valoraciones sobre si este sistema de atención
primaria era efectivo, sobre si respondía a una vocación
personal o a una política de salud, de si en algunos lugares
se llegó a construir el consultorio o se adaptó un local
Lo
que se discutía era su efectividad, su pertinencia en un país
como el nuestro, su real necesidad general o en áreas específicas,
entre otros temas. Ahora no es así, los médicos de familia
han sido sacados de nuestros barrios para ser enviados a otros países.
Ahora no existe un médico para cada consultorio, los que quedan
no alcanzan humanamente a atender ni medianamente su nuevo radio de
acción y la carga sobre ellos es agobiante y generadora de tensiones
que afectan a los pacientes y a la misma persona del médico y
la enfermera.
No estamos cuestionando la solidaridad internacional, ni el sentido
humanista de la ayuda al que lo necesite; es incluso muy cristiano ofrecer
toda la vida por el bienestar de los demás o curando a quien
sufre, lo que nos estamos cuestionando es si esto tiene algún
sentido cuando no nace de una motivación profunda del médico,
ni de un sentido suyo de humanidad, o de solidaridad, sino de una orden,
de una decisión venida de arriba. O cuando esa motivación
es simplemente económica; para mejorar en algo las penurias de
aquí se marchan los médicos para cualquier país,
donde están seguros de tener alguna mejoría económica,
aun a costa de sus familias, de su estabilidad matrimonial, de la atención
a sus hijos, de la permanencia en su país y hasta de su propia
carrera profesional.
Por otro lado, así como no hay derecho a presionar de diferentes
formas, aun las muy sutiles, para enviar médicos a misiones decididas
con criterios políticos, tampoco hay derecho a retener, por dos,
cinco o hasta diez años a un profesional de la salud que desea,
personal y voluntariamente, marcharse a otro país. Es necesario
volver a decir que es un derecho inalienable de la persona humana salir
y entrar de su país y hacerlo de modo voluntario, libre y sin
presiones o retenciones de ningún tipo. Sea médico, enfermera,
profesional de cualquier especialidad o un obrero o ama de casa.
Es verdad que un gobierno debe evitar el éxodo de profesionales
o robo de cerebros, esto es legítimo y debe ser una preocupación
para todos los gobernantes, pero no parece ser el método más
adecuado retener por decreto a esos profesionales, o lo que es peor,
sin un documento público, porque sería anticonstitucional
e iría contra las propias leyes del país, que una llamada
orientación interna de los ministerios concernidos
dilate a voluntad de los funcionarios de las provincias y de la nación,
la salida de esas personas que, además de los trámites
migratorios, necesitan otro permiso de liberación
de su ministro. Es sintomático que se le llame popular y hasta
oficiosamente así: liberación
entonces,
¿cómo están los profesionales en Cuba en cuanto
a su posibilidad de viajar?
Ya decíamos que es y debe ser preocupación del Estado
evitar la fuga de cerebros, es decir, la salida tempestuosa de profesionales
de uno o varios sectores pero si esta existe, el método no debería
ser éste. Entonces, ¿cuál debería ser?.
Pues creemos que lo primero es preguntarse ¿Por qué se
quieren marchar tantos médicos y profesionales? ¿Por qué
en nuestro país los profesionales progresan menos que aquellos
a donde van y vienen con una ayuda material para su familia? ¿Por
qué un especialista eminente y profesor brillante tiene que marcharse
incluso a un pequeño país para mejorar su situación?
La solución no está en retener y liberar.
Esto es decidir por los demás, violando sus derechos. Quizá
una solución sería crear aquí las condiciones de
vida, de trabajo, de respeto, de retribución económica
y de consideración social siempre tenidas con los médicos
y enfermeras cubanos, en todos los tiempos. Arreglando las condiciones
referentes al médico, al personal paramédico y a las instituciones
de salud de aquí, con los recursos invertidos en otros sectores
y programas no tan esenciales como el de la salud, donde se invierten
muchos recursos financieros, materiales y humanos. Se trata de dar prioridad
a lo que se le debe dar, y que esto se vea y se pueda disfrutar en la
vida cotidiana de quienes sirven en este sector que es responsable de
la calidad de vida.
Otro signo, que consideramos más importante y más molesto
y el menos relacionado con la situación económica del
país, el embargo, una mala administración, o cualquier
otra razón del deterioro de este sector es la falta de humanización
del trato y de las relaciones paciente-personal médico y paramédico,
por no decir con el personal auxiliar o de servicio, ya sea de limpieza
o custodios. Humanizar los servicios de salud no es decir, mi
amor, o mi niño o mi abuelo a un
paciente y luego mantenerlo desnudo a la vista de todos, o alargar sus
esperas, o no atender a sus exigencias, o sencillamente lo que escuchamos
con frecuencia: desmaya a ese viejo, no le hagas caso.
Humanizar los servicios de salud, consiste en creer, en estar convencidos
de que los pacientes y sus familiares, las enfermeras y el personal
de limpieza, todos, son seres humanos, son personas, son dignos de respeto,
de privacidad, de información, de agilidad en la atención,
de evitar las exposiciones públicas de su cuerpo, de su psiquis,
de su enfermedad, de su tratamiento y de una estancia en los centros
de salud acorde con esa dignidad y con los derechos de los enfermos
y sus familiares.
El actual deterioro de nuestro sistema de salud no es, en nuestra opinión,
debido, ni solamente ni en primer lugar, a medidas de embargo o bloqueo
venidas del exterior; esa situación influye, pero consideramos
que si la salud pública se ve más afectada en los últimos
años, es consecuencia de la crisis por la que atraviesa Cuba,
fruto a la vez de las decisiones y medidas tomadas por las autoridades
correspondientes en el interior de nuestro país.
No debemos quedarnos en el lamento, tampoco debemos acostumbrarnos a
la calamidad. La queja amarga, así como la indolencia ante lo
mal hecho son dos males que corroen el alma de la gente y el espíritu
de los pueblos. No sea así entre nosotros. Busquemos, con la
participación de todos, los remedios ágiles y eficaces
para volver a elevar la salud pública en nuestro país
a los niveles que había alcanzado. Todos debemos contribuir con
nuestras iniciativas y decisiones: que las autoridades revisen sus prioridades
y sus políticas de salud, para que la búsqueda del bien
común de la casa-Cuba pueda combinarse, sin detrimento del sistema
de salud cubano, con la solidaridad internacional. Eso es encomiable,
pero, como dice un refrán criollo, no se puede desvestir
a un santo para vestir a otro.
Que en medio de la actual crisis económica se busquen aquellas
prioridades que verdaderamente tocan la vida cotidiana de los cubanos,
su salud, su alimentación, su vivienda, y otros aspectos que,
por lo menos, alivien el agobio cotidiano.
Que se mejore el clima de convivencia al interior del país y
en sus relaciones internacionales. Que cese cualquier cosa que haga
irrespirable la atmósfera, que todos los cubanos puedan ser
los protagonistas de su propia historia personal y nacional- como
dijera el Papa.
Un adecuado sistema de salud pública requiere, en primer lugar,
un clima nacional de sosiego, no de más crispación; de
trabajo creador no de batallas numánticas; de paz en el alma
y en los medios de comunicación, en el hogar y en las escuelas,
en los centros de trabajo y en el lenguaje utilizado por todos. La violencia
y la crispación de gestos y palabras, de campañas y preparativos
de guerra e invasión, deben cesar porque no ayudan a nadie, no
dejan trabajar en paz a los ciudadanos concentrándose en lo positivo
de la creación e inquietan los ánimos que luego son difíciles
de calmar y pueden explotar en cualquier momento en desahogo incontenible
de cargas acumuladas. Los médicos, enfermeras y técnicos
de la salud tienen derechos y no sólo deberes. La inmensa mayoría
de ellos son personas competentes y humanas, pero ¿tienen las
condiciones mínimas para desempeñar bien su elevada profesión?.
Nadie puede curar por un lado lo que la incertidumbre y la angustia
destruyen por el otro. Nadie puede concentrarse en lo que está
haciendo si al mismo tiempo está pensando que debe dejar su familia
y su casa, su país y su centro de trabajo para marchar a cualquier
lugar. Nadie puede llevar sobre sí las cargas de trabajo de quienes
se marchan, los agobios de su casa y su familia y, al mismo tiempo,
atender sosegada y profesionalmente a sus pacientes. Es un problema
ético de los profesionales y un problema de derecho de los pacientes
y de sus familiares. Es un problema del cuerpo y del espíritu
de todos detener este daño antropológico, crear un ambiente
de paz y perspectivas halagüeñas para todos los trabajadores
de la salud. Recuperar lo deteriorado y lograr un clima de estabilidad
de espíritu, de estructuras, de proyectos y de progreso para
todos, serían pasos seguros en el sentido de lo que necesitamos
y tendríamos derecho todos, enfermos y sanos.
Esto sería como el comienzo de la recuperación de los
niveles de la calidad de vida que, como todos sabemos, es el fundamento
y el centro de todo sistema de salud.
Cuba lo necesita ya.
Pinar del Río, 30 de abril de 2004.