Hace unos días pasé
por una esquina en la que había una reunión de vecinos
y vi una
violenta discusión entre dos mujeres, cuando pregunté
a un conocido sobre la causa, me dijo que eran vecinas de toda la vida,
pero que discutían porque ambas se consideraban merecedoras de
un televisor que se iba a vender en la circunscripción. ¡qué
pena! me dije, nos escandalizamos cuando vemos las imágenes del
Medio Oriente, y aquí rompemos relaciones de toda una vida ¡por
ganar el permiso a comprar un televisor! por desgracia este hecho, y
muchos otros más, no son aislados en la mayoría de los
ambientes en que transcurre nuestra VIDA.
En abril de 1963, cuando la humanidad no acababa de superar la angustia
de los días terribles de la Crisis de los Misiles de Cuba en
octubre de 1962, y cuando el mundo parecía hundirse bajo la irreconciliable
tensión entre los dos bloques de socialismo y capitalismo manifestado
en la Guerra Fría, resonó la voz del Papa Bueno, hoy Beato
Juan XXIII, para pedir la paz. Para curar y sanar las cicatrices
de los dos grandes conflictos que han cambiado la paz en todas las Naciones.
Madres y padres de familia detestan la guerra, la Iglesia que es Madre
de todos indistintamente, alzará una vez más su grito
que sube del fondo de los siglos, de Belén y de la cumbre del
Calvario, para difundirse sobre todos como suplicante precepto de paz:
paz que se adelanta a los conflictos armados, paz que debe tener sus
raíces y su garantía en el corazón de cada uno
de los hombres (1).
¿Qué tiene que ver una discusión de barrio con
una crisis militar global, o con un llamado a la paz mundial? Mucho,
porque la guerra y la paz, nacen ambas en el corazón de cada
persona. La paz de las naciones y del mundo se construye a partir de
la vida pacífica cotidiana de las personas, las familias, los
grupos de la sociedad civil y las naciones. La guerra nace de los conflictos
profundos que existen en el corazón de los pueblos, en cuya raíz
está el pecado, manifestado específicamente en la violación
de los derechos de las personas, en la miseria económica y moral,
y en la negación, por parte de los que detentan el poder, de
las oportunidades para cambiar estas situaciones..
En la Carta Paz en la Tierra el Pontífice parte del hecho de
el Orden que Dios (2) ha puesto en el mundo, y La Ley Natural grabada
en el corazón del hombre son la base de la convivencia humana.
El respeto a este Orden permite, en cada momento y lugar concretos,
que las personas puedan dar respuesta a los principales dilemas relacionados
con la convivencia pacífica: ¿Cómo se deben organizar
las relaciones civiles entre ciudadanos?. ¿Cómo regular
las relaciones de los ciudadanos con el Estado?. ¿Cómo
deben ser las relaciones internacionales? El Papa ofrece en la Carta
criterios de juicio sobre estas preguntas a la luz del Evangelio de
Jesucristo, sin perder de vista que son los ciudadanos y las sociedades
concretas los principales responsables, al mismo tiempo orienta a los
cristianos para brindar su presencia activa en este campo. A continuación
expondremos muy resumidamente los principales contenidos de dicha Carta,
la cual conserva intacta su vigencia en un contexto internacional que
no difiere mucho del de 1963.
Las relaciones entre
las personas
En toda humana convivencia bien organizada y fecunda hay que
colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona,
es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre
y que, por tanto, de esa misma naturaleza directamente nacen al mismo
tiempo derechos y deberes que, al ser universales e inviolables, son
también absolutamente inalienables. (3)
Entre los derechos citados está el de la existencia y la vida
digna, principalmente es la alimentación, al vestido, a la habitación,
al descanso, a la atención médica, a los servicios sociales
necesarios. De aquí el derecho a la seguridad en caso de enfermedad,
de invalidez, de viudez, de vejez, de paro, y de cualquier otra eventualidad
de pérdida de medios de subsistencia por circunstancias ajenas
a su voluntad. También aboga por los derechos a la buena fama,
a la verdad y a la cultura, seguido de los derechos de la familia en
cuanto a la posibilidad de los padres a la manutención y a la
educación de los hijos, los derechos económicos relacionados
con el salario justo y las justas relaciones entre el trabajo y el capital,
el derecho a la iniciativa privada y a la propiedad. Le siguen los derechos
de reunión, asociación, elegir libremente la residencia
y la emigración, el amparo de la ley, y por último, el
derecho a participar en la vida pública de la nación.
(4) Estos derechos son inalienables, y no se puede poner unos por encima
de los otros ni promover unos a costa del detrimento de los otros. En
muchos lugares del mundo, por ejemplo, nos encontramos que la posibilidad
del ejercicio de las libertades fundamentales ha sido seriamente afectado
argumentando la garantía de derechos económicos, familiares
o laborales, que al final, terminan siendo igualmente irrespetados.
Ejemplos de esto tenemos en nuestro país. (5)
A estos derechos los complementan varios deberes. El primero es el de
respetar los derechos ajenos, ahí está precisamente el
límite de la libertad, nadie puede violar los derechos de otro,
aun cuando argumente los fines más nobles. Luego el Papa cita
el deber de la cooperación y el de actuar con sentido de responsabilidad.
A mayores grados de libertad y posibilidad de ejercicio de los derechos,
mayores serán también los grados de responsabilidad por
sus actos que se les puede exigir a las personas y los grupos. (6) Ningún
miembro de la sociedad debe asumir lo que es responsabilidad de otros,
a menos que éstos estén impedidos de hacerlo, mientras
no se resuelva la situación que así lo propicia. Las personas
tienen el deber de conservar la vida y de vivirla con dignidad.
En la carta se proponen cuatro fundamentos para la convivencia civil:
la verdad, la justicia, el amor y la libertad: La convivencia
entre los hombres será consiguientemente ordenada, fructífera
y propia de la dignidad de la persona humana si se fundamenta sobre
la verdad, según la recomendación del apóstol San
Pablo: Deponiendo la mentira hablad la verdad cada uno con su
prójimo, porque somos miembros unos de otros. Lo que ocurrirá
cuando cada cual reconozca debidamente los recíprocos derechos
y las correspondientes obligaciones. Esta convivencia así descrita,
llegará a ser real cuando los ciudadanos respeten efectivamente
aquellos derechos y cumplan las respectivas obligaciones; cuando estén
vivificados por tal amor, que sientan como propias las necesidades ajenas
y hagan a los demás participantes de los propios bienes; finalmente
cuando todos los esfuerzos se aúnen para hacer siempre más
viva entre todos la comunión de los valores espirituales en el
mundo. Ni basta esto tan solo, ya que la convivencia entre los hombres
tiene que realizarse en la libertad, es decir, en el modo que conviene
a la dignidad de seres llevados, por su misma naturaleza racional a
asumir la responsabilidad de las propias acciones. (7)
La sociedad humana tiene su origen en la vocación comunitaria
de la vida humana, hecha a imagen y semejanza del Dios trinitario, de
ahí que la sociedad sea una realidad de orden espiritual, más
que un conjunto de relaciones y normas. (8)
En los momentos en que se escribió la Carta la promoción
de la mujer, el mejoramiento del mundo laboral y la emancipación
de los pueblos eran grandes prioridades (9), a las que se puede agregar
hoy el respeto al derecho de las minorías, el problema de la
emigración, y el respeto a la libertad religiosa.
En nuestro país no hay guerra, pero hay gran cantidad de conflictos
latentes generados por las múltiples dificultades que vivimos
en el interior de la familia, en el trabajo, en la calle, en la inmensa
mayoría de los ambientes. La razón de fondo está
en el desequilibrio entre deberes y derechos, porque los primeros no
son asumidos con la debida responsabilidad, y los segundos no son reconocidos
debidamente en muchos casos. Nuestra virtud ciudadana y espíritu
pacífico son atenuantes de estos conflictos, pero urge restablecer
en nuestra vida cotidiana el debido equilibrio entre deberes y derechos
para alejar el fantasma de la violencia que ya nos afecta.
Las relaciones
de los ciudadanos con el Estado
El primer punto a tratar es el de la autoridad, la cual sostiene que
es necesaria por ser propia del orden instituido por Dios, pero que
al mismo tiempo debe someterse a un orden moral que debe estar al mismo
tiempo manifestado en el marco jurídico, que no puede ser ejercido
contra la voluntad de los ciudadanos, ni contra Dios, sino a su servicio,
y elegida democráticamente. Ejercida de esta manera la autoridad
es legítima y obliga en conciencia al ciudadano a obedecer. Por
el contrario, cuando la voluntad se ejerce en detrimento de las personas
entonces no es legítima porque viola la voluntad de Dios, y no
hay obligación moral de obedecerla. (10)
La razón de ser de la autoridad, ejercida desde los poderes públicos
es el bien común, al mismo tiempo todos los hombres y todas
las entidades intermedias tienen obligación de aportar su contribución
específica a la prosecución del bien común. De
donde se sigue que todos ellos han de acomodar sus intereses a las necesidades
de los demás, y que deben encaminar sus prestaciones en bienes
o servicios al fin que los gobernantes han establecido, según
normas de justicia y respetando los procedimientos y límites
fijados por el gobierno. Los gobernantes deben dictar aquellas disposiciones
que, además de su perfección formal jurídica, se
ordenen por entero al bien de la comunidad o puedan conducir a él.(11)
El bien común es el conjunto de bienes y condiciones sociales
que favorecen el desarrollo de las personas, y está intrísecamente
ligado a ésta. Su búsqueda debe hacerse sin exclusiones
ni preferencias de personas. Muchos de los conflictos activos o latentes
en el mundo de hoy se debe a la falta de comunicación entre el
Estado y los ciudadanos o en el entramado de la sociedad civil. Cuando
las políticas del Estado no responden a los intereses legítimos
de los ciudadanos, cuando éste desoye sus reclamos o irrespeta
sus derechos, se crean situaciones de descontento que generan violencia.
Nuestro país no está exento de esta situación.
En la búsqueda del bien común es un deber de todos, pero
sobre todo de los gobernantes, regular la justa armonía entre
deberes y derechos, favoreciendo para ello las condiciones económicas,
políticas, sociales, así como velar por el equilibrio
entre derechos individuales y derechos de los grupos y la sociedad en
su conjunto. (12)
Juan XXIII reconoce que en la organización jurídico-política
de la sociedad debe estar presente la división de poderes, que
favorece el ejercicio de deberes y derechos de los ciudadanos, evita
el totalitarismo de cualquier corte y favorece un clima pacífico
de búsqueda del progreso. Basado en estos principios, cada pueblo
debe construir su propio sistema social atendiendo a su cultura y sus
características propias. Seguidamente el Papa advierte sobre
la necesidad de usar métodos pacíficos para la solución
de los conflictos, no solo por lo inadmisible de la violencia, sino
también porque a la larga éstos son mas eficaces. Los
gobernantes por su parte deben trabajar con creatividad ante la complejidad
de los problemas sociales, difíciles de encasillar en cualquier
sistema jurídico, respetando al mismo tiempo el límite
de sus funciones. (13)
En la época en que se escribió la carta, el tema de los
Derechos Humanos y de las relaciones entre los componentes de la sociedad
era un reto en cuanto a su reconocimiento en los sistemas jurídicos
de los diferentes países, hoy se ha ganado mucho en cuanto a
ello, pero persisten situaciones de totalitarismo y de violaciones de
los Derechos Humanos en muchos países, al tiempo que en algunos
en los que existe la tripartición de poderes y las instituciones
propias de la democracia, la participación efectiva del ciudadano
y la posibilidad de la lucha por el bien común, son tan limitados
que a menudo se generan conflictos. La limitación del debate
público, de la iniciativa en el campo económico y social,
y la falta de organizaciones intermedias que sirvan de espacio de socialización
y de diálogo a nivel social, son algunas de las causas de muchos
conflictos. También lo son los excesos en las regulaciones de
la vida cotidiana, y los marcos jurídicos rígidos, desajustados
a las necesidades y la cultura concretas del pueblo, la riña
que refería al principio de este artículo es uno de los
ejemplos más simples.
Las relaciones internacionales
Al igual que las relaciones entre los miembros de la sociedad, la relaciones
internacionales deben estar orientadas al bien común de las naciones,
deben regirse por la verdad y la justicia, y respetar la autodeterminación
de los pueblos. (14) Esto implica que los países deben ser tratados
con igual dignidad en los foros internacionales, que deben utilizarse
los medios de comunicación en respeto a la verdad y que las diferencias
no deben zanjarse con la violencia. Uno de los grandes aportes de la
Carta Paz en la Tierra es la constatación de que la autoridad
política no es suficiente para mantener el orden y el progreso
de las naciones. El Papa defiende la necesidad de la existencia de una
Autoridad Pública Mundial, que brinde la necesaria regulación
de las complejas relaciones internacionales que cada vez están
menos circunscritas a los gobiernos y son cada vez más importantes
para cualquier ciudadano, al mismo tiempo que ayude a la promoción
de la persona y la defensa de sus derechos allí donde la situación
social no permite que los propios ciudadanos lo hagan por sí
mismos. En este sentido ha proliferado en la comunidad internacional
la doctrina de la intervención humanitaria, mediante la cual
se intenta recuperar la soberanía ciudadana violada por los gobernantes
que han perdido por ello su legitimidad, bajo el principio de sacrificar
temporalmente la soberanía de la nación a favor de la
del ciudadano, que es en última instancia la fuente de la soberanía
nacional. La práctica de ésta, así como el papel
regulador de las organizaciones internacionales a las que se supone
que corresponda esta tarea, deja aún mucho que desear. Urge,
por ejemplo, una renovación de la Organización de las
Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad hacia un estilo más
democrático que no dé a algunos países supremacía
sobre otros, y donde verdaderamente no se permita el uso de la fuerza
sin la debida aprobación. La ONU podrá ejercer la cuota
que le corresponda en esa Autoridad Pública Mundial sugerida
por el Papa, en la medida en que se renueve y esté a la altura
de las necesidades de los pueblos de todo el mundo. Al mismo tiempo
están surgiendo autoridades regionales cada vez más fuertes
e influyentes sobre la vida concreta de los ciudadanos de los países
miembros. La Unión Europea es el mejor ejemplo de ello. En el
futuro cercano, la paz mundial deberá pasar por los acuerdos
y las relaciones de interdependencia entre estas autoridades regionales.
Juan XXIII señala la cooperación, la activa solidaridad
física y espiritual como otro elemento imprescindible en
las relaciones internacionales.
Esta puede lograrse mediante múltiples formas de asociación,
como ocurre en nuestra época, no sin éxito, en lo que
atañe a la economía, la vida social y política,
la cultura, la salud y el deporte. En este punto (
) la autoridad
pública no se ha establecido para recluir forzosamente al ciudadano
dentro de los límites geográficos de la propia nación
sino para asegurar ante todo el bien común, que no puede separarse
del bien propio de toda la familia humana.(15)
La cooperación no debe crear dependencia, sino ser subsidiaria,
de modo que las ayudas vayan encaminadas a que los países más
ricos ayuden a los más pobres en aquello que éstos no
puedan hacer por sí mismos, y que al mismo tiempo dicha ayuda
promueva de tal manera a los necesitados, que un día la misma
deje de ser necesaria. De hecho el Banco Mundial, la ONU y otras organizaciones
lo han intentado, no siempre con buenos resultados, y con no pocas secuelas
negativas como la deuda externa. A partir de estas lecciones, proliferan
cada vez más los estilos de ayuda destinados directamente a iniciativas
concretas, como pequeñas empresas y organizaciones civiles, en
proyectos más pequeños, de factibilidad más probable
y evaluable. El empeño de la cooperación debe tener en
cuenta las características propias de cada nación o grupo,
ya que lo que es ventajoso para unos, no lo es para otros. Este es uno
de los mayores retos a la integración regional en nuestros días,
las negociaciones para la reciente entrada a la Unión Europea
de los últimos 10 países, y las negociaciones para el
Área de Libre Comercio de las Américas, son vivos ejemplos
de ello.
Las buenas relaciones entre las naciones no dependen solamente de las
relaciones diplomáticas entre los estados, sino cada vez más
de las relaciones directas entre ciudadanos y entre instituciones y
grupos de la sociedad civil. Más aún, por ejemplo las
relaciones entre Cuba y México no se reducen a las relaciones
diplomáticas, hay cientos de instituciones y empresas de ambos
países que tienen intereses del otro lado, si las relaciones
diplomáticas se rompieran completamente, seguirían existiendo
llamadas telefónicas, transferencias financieras, colaboraciones
entre personas y grupos cuyos intereses no necesariamente se afectaron
por la ruptura oficial. Al mismo tiempo quienes hayan provocado la ruptura
no estarían siendo consecuentes con los intereses de muchos ciudadanos
a cuyo servicio debe estar la diplomacia. De la diplomacia para evitar
la guerra, propia de buena parte del siglo XX, ha de pasarse a la de
la promoción y acompañamiento de las iniciativas de intercambio
en todos los aspectos de la vida social.
La Carta también se opone a la carrera de armamentos y propone
el desarme multilateral, como elemento necesario para conservar la paz.
En nuestros días, en que han desaparecido, los dos grandes bloques
contendientes de 1963, no ha ocurrido el desarme nuclear que se esperaba,
y por el contrario, se oyen noticias de la construcción de armamentos
cada vez más sofisticados, al mismo tiempo que prolifera la venta
de armas ligeras con destino a las llamadas guerras de baja intensidad,
que a veces ni siquiera causan impacto en los medios de difusión
y que matan, desplazan y hacen infelices a millones de personas anualmente
en el mundo. El reto del desarme ha cambiado de aspecto pero es más
urgente que hace 41 años.
El Papa Bueno nos enseña que los cambios sociales verdaderamente
beneficiosos se dan a partir de la evolución social que fomente
la gradualidad, incluya todos los de dentro en toda su diversidad y
fomente la integración con el mundo, y no a través de
la revolución que promueve la transformación drástica
y la exclusión del que piensa distinto, al tiempo que limita
seriamente la integración con el resto del mundo. (16) Esta lección
deberíamos aprenderla de una vez, en América Latina y
en Cuba, donde los cambios bruscos, sin la debida atención a
la justicia y las costumbres más legítimas, a veces han
tenido frutos muy distintos a los objetivos que decían tener.
La errónea concepción de que la paz se mantiene por el
equilibrio de armamentos entre los bloques contendientes, ha cambiado
drásticamente con la caída de las Torres Gemelas el 11
de septiembre de 2001, cuando el terrorismo ganó el título
de mayor amenaza para la humanidad. Entonces el enemigo cambió
de aspecto y la lucha contra el terrorismo fue acometida en gran medida
con campañas militares, que aunque tengan entre sus objetivos
la lucha contra grandes injusticias, no son ciertamente la vía
más eficaz para eliminar este flagelo, como se ha demostrado
en los atentados contra el metro de Madrid ocurridos recientemente.
Vivimos hoy en un mundo cada vez más interdependiente, lo cual
quiere decir que lo que pase en la economía o la política
de cualquier país del mundo se refleja cada vez más en
el resto. Nuestro mundo ya no está dividido en dos centros de
poder sino por varios, ya no es bipolar, sino cada vez más multipolar:
La Unión Europea, los países del sudeste asiático,
los Estados Unidos o el naciente bloque de las Américas, los
países árabes, etc., forman grupos que intentan defender
sus intereses comunes al tiempo que intentan cada vez más la
integración con el resto del mundo. De la política de
los límites y las diferencias, propia de los años de la
Guerra Fría, hemos pasado a la valoración de la comunión
y los puntos de contacto entre países y grupos. El concepto de
pluralismo internacional se ha ampliado y ahora el esfuerzo principal
en las relaciones internacionales no está en el trabajo dentro
de los límites que marcan las contradicciones, sino en la búsqueda
de nuevas oportunidades de contacto y colaboración. Tal es así,
que el terrorismo trata de socavar precisamente el entramado civil y
la vida cotidiana, no las relaciones entre gobiernos, porque las segundas
están cada vez más condicionadas por las primeras. La
paz no depende del equilibrio de las fuerzas sino en la confianza mutua
y en el respeto a los acuerdos y concertaciones, del respeto a los derechos
de las personas y de la promoción de las mismas, de modo que
se propicie el cumplimiento de sus deberes ciudadanos.
La política del enfrentamiento, el desafío, el enemigo
constante y el aislamiento no dan buenos frutos, ni a los más
ricos ni a los más pobres. Si hay organizaciones internacionales
y gobiernos que utilizan el lenguaje y la política del enfrentamiento,
no debemos en Cuba hacerlo también.
Al final de la Carta se hace un recordatorio a los cristianos de su
deber de estar presentes en las tareas de la búsqueda del bien
común, orando intensamente, y ejerciendo un estilo de relaciones
con cualquier persona, tenga el credo o la tendencia política
que tenga, que fomente la convivencia pacífica y el progreso.
Jesucristo es el Artífice de la Paz: la paz les dejo, la
paz les doy, pero no una paz como la del mundo (17). La paz para
el cristiano es un regalo, un don de Dios, dado a través de Jesucristo,
y al mismo tiempo es una tarea en la que hay que colaborar intensamente.
El estilo de vida inaugurado por Jesucristo promueve la paz en el interior
de cada persona, familia, pueblo y el mundo entero.
En Cuba la paz también es una tarea, muy difícil en los
tiempos de transición que vivimos, en los que estamos ante el
reto de conseguir pacíficamente, mayores grados de bienestar
material y moral para todos, propiciando gradualmente los necesarios
cambios en el orden personal, familiar y social.
Referencias
1. Cfr. Juan XXIII. Radiomensaje a todos los fieles cristianos. 11 de
septiembre de 1962.
2. Cfr. Carta Encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII.
11 de abril de 1963. P. 1.
3. Cfr. Idem 2, P. 9
4. Cfr. Idem 2, Pp. 10-24
5. Dagoberto Valdés Hernández. ¿Qué está
pasando en Cuba con los derechos económicos y sociales?. Educación
Cívica. revista Vitral No. 58. Noviembre diciembre de
2003.
6. Cfr. Idem 2, Pp. 28-34.
7. Cfr. Idem 2, P. 35.
8. Cfr. Idem 2, Pp. 36-38.
9. Cfr. Idem 2, Pp. 39-45.
10. Cfr. Idem 2, Pp. 46-52.
11. Cfr. Idem 2, P 53.
12. Cfr. Idem 2, Pp. 62-66.
13. Cfr. Idem 2, Pp. 69-74.
14. Cfr. Idem 2, Pp. 80-93.
15. Cfr. Idem 2, Pp. 98-99.
16. Cfr. Idem 2, Pp. (146-150,161-165)
17. Evangelio de San Juan, 14, 27.