Me parece que algo que forma parte
de la buena noticia que Dios Padre nos ha revelado por medio de su Hijo
Jesucristo es que el Hijo de Dios nació y vivió en una
familia. La contemplación de este hecho puede ayudar a los esposos
que viven su amor sacramentalmente a reavivar la gracia del sacramento
del matrimonio. Ellos saben que no están solos a la hora de superar
las dificultades de la vida matrimonial y familiar. Ellos saben que
Cristo está con ellos y entre ellos para que su casa esté
cimentada sobre la roca de la fe y del amor, y sea otra casa de Dios.
Esto lo viven los esposos cristianos en esta sociedad en la cual encontramos
peligros que amenazan a la familia. Vivimos en un ambiente en el que
para subsistir hay que hacer muchos sacrificios, pero sacrificios impuestos
por las circunstancias; de ahí que hay personas que no están
dispuestas a optar por el sacrificio y el esfuerzo, sino a vivirlo porque
no queda más remedio. Vivimos en un ambiente donde no abunda
la esperanza y sí abunda la ansiedad. Cuando no abunda la esperanza,
la persona se mueve por obligación haciendo con frecuencia lo
que no quiere. Cuando no abunda la esperanza la persona no se va acostumbrando
a dar una palabra firme y definitiva. Cuando no abunda la esperanza,
escasea la constancia. Vivimos en un ambiente en el que nos faltan valores,
pero, eso sí, sobran sensaciones y sobra superficialidad. Vivimos
en un ambiente en que importa más el tener que el ser, esta es
una de las causas por las que muchos se afanan más por la construcción
o el arreglo de su casa que por una familia bien llevada. Vivimos en
un ambiente en el que escasea el tiempo para la convivencia familiar;
por eso quizá se dialoga poco en la familia y en ella escasea
la atención a cada uno. Vivimos en un ambiente en el que se emplea
más tiempo en cargar para la casa que en estar con
los hijos. Vivimos en un ambiente en el que escasea el tiempo dedicado
a Dios y a abonar la experiencia religiosa.
Vivimos en un ambiente en el que escasea la admiración entre
marido y mujer. Para que se mantenga el amor entre los esposos tiene
que haber admiración. Nunca un cónyuge llegará
a conocer plenamente al otro cónyuge. Por eso es importante que
se mantenga el deslumbramiento del misterio. Vivimos en un ambiente
en el que escasea que los esposos se expresen el uno al otro que necesita
mutuamente la acogida complaciente. Cuando esta abunda, brota espontáneamente
la gratitud. Cuando se mantiene esa admiración, los cónyuges
son capaces de vivir el amor sacrificado del uno por el otro; este amor
es lo que asemeja a los cónyuges a Dios. Un amor así es
la base del edificio familiar,
Vivimos en un ambiente en el que hay muchos que engendran y paren hijos,
pero en el que se van haciendo cada vez más escasos las madres
y los padres. Unos abuelos me hablaban no hace mucho de los encantos
de su nieto, de su único nieto, hijo de su hijo mayor. Reconozco
que les sobran razones para estar locos con su nieto, pues yo conozco
al niño que aún no ha cumplido el año y de verdad
es lindo y simpático. Pues bien, estos abuelos me decían
que su hijo, el padre del niño, a cada rato y con el más
mínimo pretexto les lleva el niño para la casa para que
se lo cuiden. Los abuelos se preguntan con preocupación: ¿Será
que a nuestro hijo le molesta su hijo?
En una ocasión visitaba a un matrimonio joven. De esos muchachos
que van creciendo cerca de uno en la parroquia y que cuando uno llega
a la vejez tiene la dicha de verlos convertidos en padres y madres de
familias cristianas. En la conversación me hablaron de otro matrimonio
joven amigo de ellos y conocido por mí que ya tienen su primer
hijo de meses. Ambos son médicos y han dejado a su hijo con los
abuelos pues aceptaron ir a Venezuela con el único interés
de conseguir un poco más de dinero.
Yo quisiera que casos como éstos fueran nada más que éstos,
pero lamentablemente cuando cuento esto a alguien me hablan de bastantes
casos similares.
En verdad necesitamos madres y padres. Ciertamente si una madre y un
padre no están dispuestos a perder el tiempo con su hijo, si
no están dispuestos a jugar con su hijo, no pueden ser una buena
madre o un buen padre. Dicen los psicólogos que la presencia
de la madre o el padre junto al hijo es imprescindible para un sano
crecimiento de la persona. Cuando ellos están ausentes, llegan
a estar presentes en el niño unas cuantas consecuencias patológicas:
baja autoestima, no respetar al otro, ser retraído, admirar al
padre, pero no atreverse a imitarlo, depresión, timidez, crisis
de ansiedad, etc.
Quienes deseen ser verdaderamente madres o padres no deben olvidar que
lo más importante no es cargar para la casa sino
estar en la casa, estar con el hijo. Quienes deseen ser madres o padres
no deben olvidar que es más importante que su hijo crezca con
el cinturón apretado o sin cinturón, pero que crezca junto
a su padre y a su madre.
¿Qué educación voy a darle a mis hijos? ¿Cuánto
tiempo les voy a dedicar?¿Estoy dispuesto a sacrificar por mis
hijos aún mi éxito profesional? Éstas y otras preguntas
parecidas debían hacerse quienes tengan la hermosa vocación
de ser madres o padres.
Todo lo anterior lo volví a pensar ante la cercanía del
Día de las Madres y del Día de los Padres precisamente
en este Año de la Familia. Así mismo pensé en las
familias que conozco que han tenido la dicha de contar con madres y
padres, junto a ellas a uno le dan ganas de ser mejor, de vivir más
nítidamente el amor, el amor sacrificado voluntariamente, libremente.
Y también recordé una oración de acción
de gracias que una vez leí en un pequeño folleto de formación
para jóvenes. Esa oración dice más o menos así:
Benditos sean mi madre y mi padre que colaboraron con Dios para darme
la vida,
que me dieron más amor que el que merecía,
y me enseñaron a amar y a vivir con dignidad,
y a decir sí, y a reír, y me contagiaron la libertad.
Benditos sean mi madre y mi padre que no se decepcionaron ni se avergonzaron
de mí,
me aceptaron como era y me exigieron respetuosamente.
Que no me presionaron ni me programaron ni decidieron por mí.
Que no me propusieron nada deshonesto.
Que aceptaron mi vocación aunque pensaban que estaba equivocado.
Benditos sean mi madre y mi padre de quienes aprendí a compartir
los bienes
-que eran pocos-,
las penas y las alegrías.
Añoro a mi madre y a mi padre con quienes saboreé el
pan tierno y el agua fresca,
las frutas criollas y el vaso de leche.
Benditos sean mi madre y mi padre, sacramentos de amor,
fuente de vida, maestros de humanismo, regazo acogedor, arco que me
lanzó al futuro.
Gracias Señor, por mi madre y por mi padre,
Que me dieron la fe, me enseñaron a rezar,
Me enseñaron a amar a la Iglesia y a bendecirla.
Gracias, Señor, por mi madre y por mi padre
Que me enseñaron a amar a la Patria.
Gracias, Señor, por mi madre y por mi padre
que me abrieron a espacios infinitos. Amén.