Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


RELIGIÓN

 

DÍA DE LAS MADRES.
DÍA DE LOS PADRES


P. MANUEL H. DE CÉSPEDES GARCÍA MENOCAL

 

Me parece que algo que forma parte de la buena noticia que Dios Padre nos ha revelado por medio de su Hijo Jesucristo es que el Hijo de Dios nació y vivió en una familia. La contemplación de este hecho puede ayudar a los esposos que viven su amor sacramentalmente a reavivar la gracia del sacramento del matrimonio. Ellos saben que no están solos a la hora de superar las dificultades de la vida matrimonial y familiar. Ellos saben que Cristo está con ellos y entre ellos para que su casa esté cimentada sobre la roca de la fe y del amor, y sea otra casa de Dios.
Esto lo viven los esposos cristianos en esta sociedad en la cual encontramos peligros que amenazan a la familia. Vivimos en un ambiente en el que para subsistir hay que hacer muchos sacrificios, pero sacrificios impuestos por las circunstancias; de ahí que hay personas que no están dispuestas a optar por el sacrificio y el esfuerzo, sino a vivirlo porque no queda más remedio. Vivimos en un ambiente donde no abunda la esperanza y sí abunda la ansiedad. Cuando no abunda la esperanza, la persona se mueve por obligación haciendo con frecuencia lo que no quiere. Cuando no abunda la esperanza la persona no se va acostumbrando a dar una palabra firme y definitiva. Cuando no abunda la esperanza, escasea la constancia. Vivimos en un ambiente en el que nos faltan valores, pero, eso sí, sobran sensaciones y sobra superficialidad. Vivimos en un ambiente en que importa más el tener que el ser, esta es una de las causas por las que muchos se afanan más por la construcción o el arreglo de su casa que por una familia bien llevada. Vivimos en un ambiente en el que escasea el tiempo para la convivencia familiar; por eso quizá se dialoga poco en la familia y en ella escasea la atención a cada uno. Vivimos en un ambiente en el que se emplea más tiempo en “cargar para la casa” que en estar con los hijos. Vivimos en un ambiente en el que escasea el tiempo dedicado a Dios y a abonar la experiencia religiosa.
Vivimos en un ambiente en el que escasea la admiración entre marido y mujer. Para que se mantenga el amor entre los esposos tiene que haber admiración. Nunca un cónyuge llegará a conocer plenamente al otro cónyuge. Por eso es importante que se mantenga el deslumbramiento del misterio. Vivimos en un ambiente en el que escasea que los esposos se expresen el uno al otro que necesita mutuamente la acogida complaciente. Cuando esta abunda, brota espontáneamente la gratitud. Cuando se mantiene esa admiración, los cónyuges son capaces de vivir el amor sacrificado del uno por el otro; este amor es lo que asemeja a los cónyuges a Dios. Un amor así es la base del edificio familiar,
Vivimos en un ambiente en el que hay muchos que engendran y paren hijos, pero en el que se van haciendo cada vez más escasos las madres y los padres. Unos abuelos me hablaban no hace mucho de los encantos de su nieto, de su único nieto, hijo de su hijo mayor. Reconozco que les sobran razones para estar locos con su nieto, pues yo conozco al niño que aún no ha cumplido el año y de verdad es lindo y simpático. Pues bien, estos abuelos me decían que su hijo, el padre del niño, a cada rato y con el más mínimo pretexto les lleva el niño para la casa para que se lo cuiden. Los abuelos se preguntan con preocupación: ¿Será que a nuestro hijo le molesta su hijo?
En una ocasión visitaba a un matrimonio joven. De esos muchachos que van creciendo cerca de uno en la parroquia y que cuando uno llega a la vejez tiene la dicha de verlos convertidos en padres y madres de familias cristianas. En la conversación me hablaron de otro matrimonio joven amigo de ellos y conocido por mí que ya tienen su primer hijo de meses. Ambos son médicos y han dejado a su hijo con los abuelos pues aceptaron ir a Venezuela con el único interés de conseguir un poco más de dinero.
Yo quisiera que casos como éstos fueran nada más que éstos, pero lamentablemente cuando cuento esto a alguien me hablan de bastantes casos similares.
En verdad necesitamos madres y padres. Ciertamente si una madre y un padre no están dispuestos a perder el tiempo con su hijo, si no están dispuestos a jugar con su hijo, no pueden ser una buena madre o un buen padre. Dicen los psicólogos que la presencia de la madre o el padre junto al hijo es imprescindible para un sano crecimiento de la persona. Cuando ellos están ausentes, llegan a estar presentes en el niño unas cuantas consecuencias patológicas: baja autoestima, no respetar al otro, ser retraído, admirar al padre, pero no atreverse a imitarlo, depresión, timidez, crisis de ansiedad, etc.
Quienes deseen ser verdaderamente madres o padres no deben olvidar que lo más importante no es “cargar para la casa” sino estar en la casa, estar con el hijo. Quienes deseen ser madres o padres no deben olvidar que es más importante que su hijo crezca con el cinturón apretado o sin cinturón, pero que crezca junto a su padre y a su madre.
¿Qué educación voy a darle a mis hijos? ¿Cuánto tiempo les voy a dedicar?¿Estoy dispuesto a sacrificar por mis hijos aún mi éxito profesional? Éstas y otras preguntas parecidas debían hacerse quienes tengan la hermosa vocación de ser madres o padres.
Todo lo anterior lo volví a pensar ante la cercanía del Día de las Madres y del Día de los Padres precisamente en este Año de la Familia. Así mismo pensé en las familias que conozco que han tenido la dicha de contar con madres y padres, junto a ellas a uno le dan ganas de ser mejor, de vivir más nítidamente el amor, el amor sacrificado voluntariamente, libremente. Y también recordé una oración de acción de gracias que una vez leí en un pequeño folleto de formación para jóvenes. Esa oración dice más o menos así:

Benditos sean mi madre y mi padre que colaboraron con Dios para darme la vida,
que me dieron más amor que el que merecía,
y me enseñaron a amar y a vivir con dignidad,
y a decir sí, y a reír, y me contagiaron la libertad.
Benditos sean mi madre y mi padre que no se decepcionaron ni se avergonzaron de mí,
me aceptaron como era y me exigieron respetuosamente.
Que no me presionaron ni me programaron ni decidieron por mí.
Que no me propusieron nada deshonesto.
Que aceptaron mi vocación aunque pensaban que estaba equivocado.
Benditos sean mi madre y mi padre de quienes aprendí a compartir los bienes
-que eran pocos-,
las penas y las alegrías.

Añoro a mi madre y a mi padre con quienes saboreé el pan tierno y el agua fresca,
las frutas criollas y el vaso de leche.

Benditos sean mi madre y mi padre, sacramentos de amor,
fuente de vida, maestros de humanismo, regazo acogedor, arco que me lanzó al futuro.

Gracias Señor, por mi madre y por mi padre,
Que me dieron la fe, me enseñaron a rezar,
Me enseñaron a amar a la Iglesia y a bendecirla.

Gracias, Señor, por mi madre y por mi padre
Que me enseñaron a amar a la Patria.

Gracias, Señor, por mi madre y por mi padre
que me abrieron a espacios infinitos. Amén.

 

 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
P. Manuel H. de Céspedes García Menocal.
La Habana (1944)
Párroco de Ntra. Señora de la Caridad y de San Francisco de Asís.