Los cubanos estamos viviendo en
un clima de tensión e incertidumbre que llega a los límites
de lo soportable. Decía mi abuela que uno nunca sabe hasta dónde
puede aguantar la gente, hasta cuánto se puede sufrir más.
No es necesario describir el ambiente, basta salir a la calle, o si
prefiere, poner el oído en el centro de trabajo, o escuchar las
oraciones de la gente en las iglesias, o, si no puede salir a esos lugares,
bastaría escuchar el quejido sordo, sin voz, despreciable para
los grandes medios, ignoto para los que deciden, obviado por los que
no quieren más de lo mismo; parecería ser que todos lo
percibimos dentro de nosotros cuando nos dice: ya no puedo más,
o cuando nos grita en el hondón del alma: ¿hasta
cuándo?
Cuba sufre, pero la gente lucha, no se sabe hasta cuándo: los
más honestos y mejor dotados, inventan a lo cubano y no se dejan
arrastrar a la ilegalidad ni a la desesperanza; los más desprovistos
se cansan pero no cejan; los más apoderados se marchan ¡para
dónde sea!; los más desesperados se lanzan al alcohol
o al robo, y
los que no pueden ya luchar más, los que no
pueden ni con su vida, se suicidan.
Ya sé que ahora mismo habrá algún lector, probablemente
de los primeros de la lista del párrafo anterior, que dirá
que esta es una visión muy cruda, hasta pesimista. Respeto su
opinión y lo invito a comprobarla por sí mismo, saliendo
de su círculo habitual, de sus probables ubicaciones, hasta le
pediría que hiciera un esfuerzo por conversar con la gente, por
defender una visión más positiva, más constructiva,
menos dura, tal y como lo intento hacer yo cuando puedo y la gente me
aguanta la incitación a la esperanza, unos minutos antes de espetarme
desaforadamente un ¡compadre, pon los pies en la tierra!.
Incluso creo que son más, muchos más, los que ahora mismo,
en Cuba, están luchando denodadamente contra la angustia, contra
la pesadumbre que se cierne sobre nuestras cabezas, a diario y por todos
los medios de comunicación. Son más, muchos más,
los que hemos encontrado un sentido de la vida y una razón convincente
y profunda para permanecer aquí, en Cuba, nuestra querida tierra.
Pero esto no me permite acostumbrarme a la calamidad, disimular la situación,
hacer como si no fuera, perder la ubicación y la solidaridad
con el que sufre. No es hablando lindo y pensando en el cielo como se
resuelven los problemas de esta tierra. Hay que poner manos a la obra,
pies en el suelo, brazo extendido y fuerte para ayudar al que cae, mano
abierta para compartir y corazón despierto para no caer en el
sopor de la resignación y el falso consuelo de que otros están
peores que nosotros.
El que se acerque a los noticiarios de nuestra televisión nacional
verá que todo es en blanco y negro, aunque su televisor sea a
colores: todo en el mundo está malo, muy malo, la hecatombe
negro. Y todo en Cuba está bueno, muy bueno, perfecto
blanco.
Esto es la esquizofrenia, el opio que adormece las conciencias,
tal como en algunos tiempos han sido algunos creyentes que, pretextando
que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura,
consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta
que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto
cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal
de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario,
piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como
si estos fueran ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que esta
se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas
obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos
debe ser considerado como uno de los más grandes errores de nuestra
época. (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes. no.43)
No todo es blanco y negro, y no sólo la religión ha sido,
en ocasiones, opio enajenante de las conciencias. También los
medios de comunicación, el poder económico o político
han ejercido este efecto contraproducente al intentar adormecer con
la mentira lo que la vida real se encarga de despertar a cada paso.
La realidad es imposible de retener, se desborda, se comunica, corre
de boca en boca, como la mentira, con la diferencia que la vida siempre
nos devuelve la verdad y el tiempo nos la confirma.
Por eso no conviene a ningún pueblo, en ninguna época,
ni por cualquier causa política, electoral, económica
o religiosa, crear una atmósfera falsa, ya sea de rara tranquilidad,
ya fuera de guerra inminente y catastrófica.
La crispación que provoca un clima de tensión desmesurado
y manipulado es tan perjudicial para los agredidos como para los agresores.
Un clima de guerra, de confrontación, de alarmismo, de discursos
incendiarios, de respuestas numánticas; una atmósfera
en que la gente sencilla del pueblo crea que va a ocurrir una invasión
en cualquier momento, en que la gente de trabajo tenga que soportar,
además de todas las carestías, una angustia artificialmente
provocada por los medios, por medidas, por traslados de armas, por construcción
de refugios, por palabras y gestos, repletos de amargura y frases como
epitafios que nos sitúan a todos, sin previa consulta, en un
supuesto fin del mundo y de la vida.
Eso no beneficia a nadie. Ese ambiente de confrontación no ayuda
a ninguna causa buena. Esa especie de permanente zafarrancho de combate
no deja trabajar en paz a nuestro pueblo. Eso ayuda a los que desean
que nos distraigamos de lo fundamental que es el bienestar, el progreso
y la libertad de nuestro pueblo.
Ante medidas electorales venidas desde fuera, es necesario responder,
sosegadamente, concentrándonos en resolver nuestros propios problemas
de adentro, entre nosotros, los cubanos. Esa es la médula de
la actual situación. Lo reiteró cinco veces el Papa en
su inolvidable visita a Cuba: Ustedes son y deben ser los protagonistas
de su propia historia personal y nacional. Y también decía
el Pontifice: Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra
a Cuba.
Detengámonos a evaluar estas dos exhortaciones medulares del
Papa para Cuba a la luz de los últimos acontecimientos en nuestro
país:
-¿Estamos siendo nosotros, los propios cubanos, los protagonistas
de nuestra propia historia, es decir, estamos concentrados en resolver
entre nosotros nuestros propios problemas, estamos enfrascados en nuevos
proyectos, en una nueva oportunidad para todos, estamos promoviendo
por nuestra propia voluntad soberana aquello que el mismo Papa llamó,
un año después de su visita, estimular las iniciativas
que puedan configurar una nueva sociedad?
-O por el contrario, ¿estamos en una dinámica de responder
a lo que viene de fuera, a lo que dicen los demás, a poner fuera
lo que debe situarse dentro? ¿Cuál es el contenido y la
motivación de los principales llamados o contramedidas o planes?
¿Construir un país mejor entre nosotros o batallar con
un país o un sistema fuera de nosotros?
-¿En qué consiste hoy nuestra historia personal? ¿La
protagonizamos cada uno de nosotros soberanamente o nos la manipulan
y controlan los poderosos de todos los lados?
-¿A qué se ha reducido nuestra propia historia nacional?
¿A una batalla hasta la última gota de sangre o a una
convivencia pacífica y progresista, soberana y laboriosa? ¿Sufrimos
o creamos? ¿Resistimos o superamos los obstáculos?
- Y además, ¿Nos estamos abriendo al mundo o nos cerramos
a todos y cada uno de los países que no piensan como algunos
esperan y otros rechazan? ¿Nos abrimos a todos en la diversidad
que es la realidad de este mundo y de todos, o nos peleamos con la mayoría
del mundo en el que deberíamos estar insertándonos e integrándonos,
e incluso con los que han sido en los momentos más malos nuestros
únicos amigos? América Latina, Europa, Canadá y
Estados Unidos, ¿no podrán dejar de ser nunca o enemigos
o lacayos de los enemigos? ¿No podrá algún día
cesar la confrontación y venir un tiempo de serenidad, respeto
a las diferencias, respeto a las soberanías de todos y a la nuestra?
¿Cuba no podrá abrirse al mundo y el mundo a Cuba y Cuba
a todos los cubanos y cubanas de aquí y de la diáspora?
-¿Cuba no podrá vivir con la seguridad de que no corremos
peligro de extinción, ni de invasión, ni de absorción,
ni de dispersión, no porque no haya todavía en el mundo
algunas gentes que deseen aún estas trasnochadas aberraciones,
sino porque estemos seguros de nuestras propias potencialidades humanas,
porque creemos en nuestra propia historia, porque nos inspiremos, de
verdad, en la esencia de amor y de paz de nuestros patricios que fundaron
una nación lo suficientemente noble y fuerte, respetuosa y cordial,
decente y generosa, como para que pueda, por ella misma, sin crispación,
ni batallas, sin palabras ofensivas, ni epítetos denigrantes,
sin invasiones, y sin medidas de ningún lado, ser un país
soberano, abierto, solidario, justo, fraterno, interdependiente, integrado
en su región?
-¿Cuba no podrá avanzar, en medio de este mar de incertidumbres,
hacia el puerto seguro de su propia identidad sin tener que atacar,
ni defenderse de nadie?
-¿Cuba no podrá dejar a un lado las batallas del odio
para entrar en la dinámica constructiva de la paz? Sí,
así mismo, paz, paz. No sólo la paz de la ausencia de
guerras, sino la paz del entendimiento, la paz del diálogo, la
paz de la concertación, la paz de las conciencias que pueden
vivir en la verdad, la paz de la libertad del alma que puede expresarse
y crear sin rejas ni embargos.
-En una palabra, ¿No podrá Cuba entrar en un franco proceso
de reconciliación?
He aquí una palabra y una realidad ausente de nuestros medios,
de nuestros discursos, de nuestras medidas y las de los demás.
Creo que Cuba necesita un clima de reconciliación, un lenguaje
de reconciliación, unos gestos de reconciliación, unas
actitudes de reconciliación y un futuro de reconciliación.
Sé que esta palabra no cae bien, no se entiende bien aquí
dentro porque se cree que es una palabra de debilidad o de concesiones
indignas. Tampoco se entiende en algunos sectores de la diáspora
cubana, por las mismas razones pero de signo contrario: ¿reconciliarnos
con quién? dicen algunos. ¿Reconciliarnos para qué?-dicen
otros.
Yo creo que este es un tema con el que culmina este articulo pero que
debe ser tema para más reflexión, para una larga y preciosa
reflexión nacional desde todas las orillas, ya hay algunos cubanos
que hemos emprendido este camino en ambas costas.
Sólo expresar al final de estas opiniones el itinerario que me
parece más oportuno e integrador:
La reconciliación es fruto de un largo camino:
-Ese camino debe empezar por el encuentro de los caminantes, porque
nadie se reconcilia sin encontrarse primero y conocerse y conversar
y compartir la vida y las ideas y proyectos.
-Ese camino de reconciliación debe continuar caminando juntos
en la búsqueda de la verdad sobre los propios caminantes, sobre
las historias vividas por separado, sobre los fallos y logros, sobre
los errores que nunca más se deben cometer.
-Este camino de reconciliación está también indisolublemente
unido a la búsqueda de la justicia porque no se trata de saltar
por encima de los errores sin pedir responsabilidad por ellos, eso precave
el mal por venir y sana, cuando es justicia verdadera y no revancha,
y no ensañamiento, ni reconcomio.
-Pero no podrá ser justicia verdadera y sin saña, como
quería Martí, si el camino de la justicia no va acompañado
del perdón y la magnanimidad. La suma justicia es la suma injusticia,
decían los clásicos, y la justicia que no culmina en misericordia,
que no es contubernio con los errores, sino respeto a la dignidad de
las personas que han errado, es una justicia despìadada e inhumana
que sólo conduciría a más injusticia y violencia.
-Por último, el camino de la reconciliación es coronado
por la búsqueda de concertaciones y consensos a nivel social,
político, económico y cultural. Concertaciones que no
disimulan las diferencias pero que se centran en las coincidencias y
convergencias. Consensos que sirven para crear nuevos proyectos y abrir
nuevas puertas al desarrollo y a la paz.
He aquí un hermoso y apasionante camino para Cuba. No nos quedemos
en el comienzo de esta reflexión. Ese comienzo que nos pone de
cara a la parte de verdad que vivimos y conocemos, ese comienzo que
nos hace solidarios con los que sufren sin medida y sin esperanza, no
tendría ningún sentido, estoy convencido de ello, si no
se abriera rápida y saludablemente a la proposición, a
las expectativas renovadoras, a la apertura de mente y de corazón,
a las propuestas de caminos, es decir, a las obras y gestos, palabras
y señales, pequeñas, pero llenas de sentido, que mantienen
viva nuestra esperanza.
Sí, a pesar de todo, cese la crispación y venga la esperanza.
Esperanza sin opio, sin disimulos, sin escapes hacia ningún lugar,
la única esperanza fecunda que es la que nace de la verdad, de
la justicia, de la magnanimidad y de la reconciliación.