Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


JUSTICIA Y PAZ

 

LA PAZ COTIDIANA

COMENTARIO A LA CARTA ENCÍCLICA "PAZ EN LA TIERRA"
DE SS. JUAN XXIII, A LOS 41 AÑOS DE SU PUBLICACIÓN


SERGIO LÁZARO CABARROUY FERNÁNDEZ-FONTECHA

SS. Juan XXIII

 

 

Las relaciones entre las personas.

Las relaciones de los ciudadanos con el Estado.

Las relaciones internacionales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace unos días pasé por una esquina en la que había una reunión de vecinos y vi una
violenta discusión entre dos mujeres, cuando pregunté a un conocido sobre la causa, me dijo que eran vecinas de toda la vida, pero que discutían porque ambas se consideraban merecedoras de un televisor que se iba a vender en la circunscripción. ¡qué pena! me dije, nos escandalizamos cuando vemos las imágenes del Medio Oriente, y aquí rompemos relaciones de toda una vida ¡por ganar el permiso a comprar un televisor! por desgracia este hecho, y muchos otros más, no son aislados en la mayoría de los ambientes en que transcurre nuestra VIDA.
En abril de 1963, cuando la humanidad no acababa de superar la angustia de los días terribles de la Crisis de los Misiles de Cuba en octubre de 1962, y cuando el mundo parecía hundirse bajo la “irreconciliable” tensión entre los dos bloques de socialismo y capitalismo manifestado en la Guerra Fría, resonó la voz del Papa Bueno, hoy Beato Juan XXIII, para pedir la paz. Para “curar y sanar las cicatrices de los dos grandes conflictos que han cambiado la paz en todas las Naciones. Madres y padres de familia detestan la guerra, la Iglesia que es Madre de todos indistintamente, alzará una vez más su grito que sube del fondo de los siglos, de Belén y de la cumbre del Calvario, para difundirse sobre todos como suplicante precepto de paz: paz que se adelanta a los conflictos armados, paz que debe tener sus raíces y su garantía en el corazón de cada uno de los hombres” (1).
¿Qué tiene que ver una discusión de barrio con una crisis militar global, o con un llamado a la paz mundial? Mucho, porque la guerra y la paz, nacen ambas en el corazón de cada persona. La paz de las naciones y del mundo se construye a partir de la vida pacífica cotidiana de las personas, las familias, los grupos de la sociedad civil y las naciones. La guerra nace de los conflictos profundos que existen en el corazón de los pueblos, en cuya raíz está el pecado, manifestado específicamente en la violación de los derechos de las personas, en la miseria económica y moral, y en la negación, por parte de los que detentan el poder, de las oportunidades para cambiar estas situaciones..
En la Carta Paz en la Tierra el Pontífice parte del hecho de el Orden que Dios (2) ha puesto en el mundo, y La Ley Natural grabada en el corazón del hombre son la base de la convivencia humana. El respeto a este Orden permite, en cada momento y lugar concretos, que las personas puedan dar respuesta a los principales dilemas relacionados con la convivencia pacífica: ¿Cómo se deben organizar las relaciones civiles entre ciudadanos?. ¿Cómo regular las relaciones de los ciudadanos con el Estado?. ¿Cómo deben ser las relaciones internacionales? El Papa ofrece en la Carta criterios de juicio sobre estas preguntas a la luz del Evangelio de Jesucristo, sin perder de vista que son los ciudadanos y las sociedades concretas los principales responsables, al mismo tiempo orienta a los cristianos para brindar su presencia activa en este campo. A continuación expondremos muy resumidamente los principales contenidos de dicha Carta, la cual conserva intacta su vigencia en un contexto internacional que no difiere mucho del de 1963.

Las relaciones entre las personas

“En toda humana convivencia bien organizada y fecunda hay que colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre y que, por tanto, de esa misma naturaleza directamente nacen al mismo tiempo derechos y deberes que, al ser universales e inviolables, son también absolutamente inalienables.” (3)
Entre los derechos citados está el de la existencia y la vida digna, principalmente es la alimentación, al vestido, a la habitación, al descanso, a la atención médica, a los servicios sociales necesarios. De aquí el derecho a la seguridad en caso de enfermedad, de invalidez, de viudez, de vejez, de paro, y de cualquier otra eventualidad de pérdida de medios de subsistencia por circunstancias ajenas a su voluntad. También aboga por los derechos a la buena fama, a la verdad y a la cultura, seguido de los derechos de la familia en cuanto a la posibilidad de los padres a la manutención y a la educación de los hijos, los derechos económicos relacionados con el salario justo y las justas relaciones entre el trabajo y el capital, el derecho a la iniciativa privada y a la propiedad. Le siguen los derechos de reunión, asociación, elegir libremente la residencia y la emigración, el amparo de la ley, y por último, el derecho a participar en la vida pública de la nación. (4) Estos derechos son inalienables, y no se puede poner unos por encima de los otros ni promover unos a costa del detrimento de los otros. En muchos lugares del mundo, por ejemplo, nos encontramos que la posibilidad del ejercicio de las libertades fundamentales ha sido seriamente afectado argumentando la garantía de derechos económicos, familiares o laborales, que al final, terminan siendo igualmente irrespetados. Ejemplos de esto tenemos en nuestro país. (5)
A estos derechos los complementan varios deberes. El primero es el de respetar los derechos ajenos, ahí está precisamente el límite de la libertad, nadie puede violar los derechos de otro, aun cuando argumente los fines más nobles. Luego el Papa cita el deber de la cooperación y el de actuar con sentido de responsabilidad. A mayores grados de libertad y posibilidad de ejercicio de los derechos, mayores serán también los grados de responsabilidad por sus actos que se les puede exigir a las personas y los grupos. (6) Ningún miembro de la sociedad debe asumir lo que es responsabilidad de otros, a menos que éstos estén impedidos de hacerlo, mientras no se resuelva la situación que así lo propicia. Las personas tienen el deber de conservar la vida y de vivirla con dignidad.
En la carta se proponen cuatro fundamentos para la convivencia civil: la verdad, la justicia, el amor y la libertad: “La convivencia entre los hombres será consiguientemente ordenada, fructífera y propia de la dignidad de la persona humana si se fundamenta sobre la verdad, según la recomendación del apóstol San Pablo: ‘Deponiendo la mentira hablad la verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros’. Lo que ocurrirá cuando cada cual reconozca debidamente los recíprocos derechos y las correspondientes obligaciones. Esta convivencia así descrita, llegará a ser real cuando los ciudadanos respeten efectivamente aquellos derechos y cumplan las respectivas obligaciones; cuando estén vivificados por tal amor, que sientan como propias las necesidades ajenas y hagan a los demás participantes de los propios bienes; finalmente cuando todos los esfuerzos se aúnen para hacer siempre más viva entre todos la comunión de los valores espirituales en el mundo. Ni basta esto tan solo, ya que la convivencia entre los hombres tiene que realizarse en la libertad, es decir, en el modo que conviene a la dignidad de seres llevados, por su misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de las propias acciones.” (7)
La sociedad humana tiene su origen en la vocación comunitaria de la vida humana, hecha a imagen y semejanza del Dios trinitario, de ahí que la sociedad sea una realidad de orden espiritual, más que un conjunto de relaciones y normas. (8)
En los momentos en que se escribió la Carta la promoción de la mujer, el mejoramiento del mundo laboral y la emancipación de los pueblos eran grandes prioridades (9), a las que se puede agregar hoy el respeto al derecho de las minorías, el problema de la emigración, y el respeto a la libertad religiosa.
En nuestro país no hay guerra, pero hay gran cantidad de conflictos latentes generados por las múltiples dificultades que vivimos en el interior de la familia, en el trabajo, en la calle, en la inmensa mayoría de los ambientes. La razón de fondo está en el desequilibrio entre deberes y derechos, porque los primeros no son asumidos con la debida responsabilidad, y los segundos no son reconocidos debidamente en muchos casos. Nuestra virtud ciudadana y espíritu pacífico son atenuantes de estos conflictos, pero urge restablecer en nuestra vida cotidiana el debido equilibrio entre deberes y derechos para alejar el fantasma de la violencia que ya nos afecta.

Las relaciones de los ciudadanos con el Estado

El primer punto a tratar es el de la autoridad, la cual sostiene que es necesaria por ser propia del orden instituido por Dios, pero que al mismo tiempo debe someterse a un orden moral que debe estar al mismo tiempo manifestado en el marco jurídico, que no puede ser ejercido contra la voluntad de los ciudadanos, ni contra Dios, sino a su servicio, y elegida democráticamente. Ejercida de esta manera la autoridad es legítima y obliga en conciencia al ciudadano a obedecer. Por el contrario, cuando la voluntad se ejerce en detrimento de las personas entonces no es legítima porque viola la voluntad de Dios, y no hay obligación moral de obedecerla. (10)
La razón de ser de la autoridad, ejercida desde los poderes públicos es el bien común, al mismo tiempo “todos los hombres y todas las entidades intermedias tienen obligación de aportar su contribución específica a la prosecución del bien común. De donde se sigue que todos ellos han de acomodar sus intereses a las necesidades de los demás, y que deben encaminar sus prestaciones en bienes o servicios al fin que los gobernantes han establecido, según normas de justicia y respetando los procedimientos y límites fijados por el gobierno. Los gobernantes deben dictar aquellas disposiciones que, además de su perfección formal jurídica, se ordenen por entero al bien de la comunidad o puedan conducir a él.”(11) El bien común es el conjunto de bienes y condiciones sociales que favorecen el desarrollo de las personas, y está intrísecamente ligado a ésta. Su búsqueda debe hacerse sin exclusiones ni preferencias de personas. Muchos de los conflictos activos o latentes en el mundo de hoy se debe a la falta de comunicación entre el Estado y los ciudadanos o en el entramado de la sociedad civil. Cuando las políticas del Estado no responden a los intereses legítimos de los ciudadanos, cuando éste desoye sus reclamos o irrespeta sus derechos, se crean situaciones de descontento que generan violencia. Nuestro país no está exento de esta situación.
En la búsqueda del bien común es un deber de todos, pero sobre todo de los gobernantes, regular la justa armonía entre deberes y derechos, favoreciendo para ello las condiciones económicas, políticas, sociales, así como velar por el equilibrio entre derechos individuales y derechos de los grupos y la sociedad en su conjunto. (12)
Juan XXIII reconoce que en la organización jurídico-política de la sociedad debe estar presente la división de poderes, que favorece el ejercicio de deberes y derechos de los ciudadanos, evita el totalitarismo de cualquier corte y favorece un clima pacífico de búsqueda del progreso. Basado en estos principios, cada pueblo debe construir su propio sistema social atendiendo a su cultura y sus características propias. Seguidamente el Papa advierte sobre la necesidad de usar métodos pacíficos para la solución de los conflictos, no solo por lo inadmisible de la violencia, sino también porque a la larga éstos son mas eficaces. Los gobernantes por su parte deben trabajar con creatividad ante la complejidad de los problemas sociales, difíciles de encasillar en cualquier sistema jurídico, respetando al mismo tiempo el límite de sus funciones. (13)
En la época en que se escribió la carta, el tema de los Derechos Humanos y de las relaciones entre los componentes de la sociedad era un reto en cuanto a su reconocimiento en los sistemas jurídicos de los diferentes países, hoy se ha ganado mucho en cuanto a ello, pero persisten situaciones de totalitarismo y de violaciones de los Derechos Humanos en muchos países, al tiempo que en algunos en los que existe la tripartición de poderes y las instituciones propias de la democracia, la participación efectiva del ciudadano y la posibilidad de la lucha por el bien común, son tan limitados que a menudo se generan conflictos. La limitación del debate público, de la iniciativa en el campo económico y social, y la falta de organizaciones intermedias que sirvan de espacio de socialización y de diálogo a nivel social, son algunas de las causas de muchos conflictos. También lo son los excesos en las regulaciones de la vida cotidiana, y los marcos jurídicos rígidos, desajustados a las necesidades y la cultura concretas del pueblo, la riña que refería al principio de este artículo es uno de los ejemplos más simples.

Las relaciones internacionales

Al igual que las relaciones entre los miembros de la sociedad, la relaciones internacionales deben estar orientadas al bien común de las naciones, deben regirse por la verdad y la justicia, y respetar la autodeterminación de los pueblos. (14) Esto implica que los países deben ser tratados con igual dignidad en los foros internacionales, que deben utilizarse los medios de comunicación en respeto a la verdad y que las diferencias no deben zanjarse con la violencia. Uno de los grandes aportes de la Carta Paz en la Tierra es la constatación de que la autoridad política no es suficiente para mantener el orden y el progreso de las naciones. El Papa defiende la necesidad de la existencia de una Autoridad Pública Mundial, que brinde la necesaria regulación de las complejas relaciones internacionales que cada vez están menos circunscritas a los gobiernos y son cada vez más importantes para cualquier ciudadano, al mismo tiempo que ayude a la promoción de la persona y la defensa de sus derechos allí donde la situación social no permite que los propios ciudadanos lo hagan por sí mismos. En este sentido ha proliferado en la comunidad internacional la doctrina de la intervención humanitaria, mediante la cual se intenta recuperar la soberanía ciudadana violada por los gobernantes que han perdido por ello su legitimidad, bajo el principio de sacrificar temporalmente la soberanía de la nación a favor de la del ciudadano, que es en última instancia la fuente de la soberanía nacional. La práctica de ésta, así como el papel regulador de las organizaciones internacionales a las que se supone que corresponda esta tarea, deja aún mucho que desear. Urge, por ejemplo, una renovación de la Organización de las Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad hacia un estilo más democrático que no dé a algunos países supremacía sobre otros, y donde verdaderamente no se permita el uso de la fuerza sin la debida aprobación. La ONU podrá ejercer la cuota que le corresponda en esa Autoridad Pública Mundial sugerida por el Papa, en la medida en que se renueve y esté a la altura de las necesidades de los pueblos de todo el mundo. Al mismo tiempo están surgiendo autoridades regionales cada vez más fuertes e influyentes sobre la vida concreta de los ciudadanos de los países miembros. La Unión Europea es el mejor ejemplo de ello. En el futuro cercano, la paz mundial deberá pasar por los acuerdos y las relaciones de interdependencia entre estas autoridades regionales.
Juan XXIII señala la cooperación, la “activa solidaridad física y espiritual” como otro elemento imprescindible en las relaciones internacionales.
“Esta puede lograrse mediante múltiples formas de asociación, como ocurre en nuestra época, no sin éxito, en lo que atañe a la economía, la vida social y política, la cultura, la salud y el deporte. En este punto (…) la autoridad pública no se ha establecido para recluir forzosamente al ciudadano dentro de los límites geográficos de la propia nación sino para asegurar ante todo el bien común, que no puede separarse del bien propio de toda la familia humana.”(15)
La cooperación no debe crear dependencia, sino ser subsidiaria, de modo que las ayudas vayan encaminadas a que los países más ricos ayuden a los más pobres en aquello que éstos no puedan hacer por sí mismos, y que al mismo tiempo dicha ayuda promueva de tal manera a los necesitados, que un día la misma deje de ser necesaria. De hecho el Banco Mundial, la ONU y otras organizaciones lo han intentado, no siempre con buenos resultados, y con no pocas secuelas negativas como la deuda externa. A partir de estas lecciones, proliferan cada vez más los estilos de ayuda destinados directamente a iniciativas concretas, como pequeñas empresas y organizaciones civiles, en proyectos más pequeños, de factibilidad más probable y evaluable. El empeño de la cooperación debe tener en cuenta las características propias de cada nación o grupo, ya que lo que es ventajoso para unos, no lo es para otros. Este es uno de los mayores retos a la integración regional en nuestros días, las negociaciones para la reciente entrada a la Unión Europea de los últimos 10 países, y las negociaciones para el Área de Libre Comercio de las Américas, son vivos ejemplos de ello.
Las buenas relaciones entre las naciones no dependen solamente de las relaciones diplomáticas entre los estados, sino cada vez más de las relaciones directas entre ciudadanos y entre instituciones y grupos de la sociedad civil. Más aún, por ejemplo las relaciones entre Cuba y México no se reducen a las relaciones diplomáticas, hay cientos de instituciones y empresas de ambos países que tienen intereses del otro lado, si las relaciones diplomáticas se rompieran completamente, seguirían existiendo llamadas telefónicas, transferencias financieras, colaboraciones entre personas y grupos cuyos intereses no necesariamente se afectaron por la ruptura oficial. Al mismo tiempo quienes hayan provocado la ruptura no estarían siendo consecuentes con los intereses de muchos ciudadanos a cuyo servicio debe estar la diplomacia. De la diplomacia para evitar la guerra, propia de buena parte del siglo XX, ha de pasarse a la de la promoción y acompañamiento de las iniciativas de intercambio en todos los aspectos de la vida social.
La Carta también se opone a la carrera de armamentos y propone el desarme multilateral, como elemento necesario para conservar la paz. En nuestros días, en que han desaparecido, los dos grandes bloques contendientes de 1963, no ha ocurrido el desarme nuclear que se esperaba, y por el contrario, se oyen noticias de la construcción de armamentos cada vez más sofisticados, al mismo tiempo que prolifera la venta de armas ligeras con destino a las llamadas “guerras de baja intensidad”, que a veces ni siquiera causan impacto en los medios de difusión y que matan, desplazan y hacen infelices a millones de personas anualmente en el mundo. El reto del desarme ha cambiado de aspecto pero es más urgente que hace 41 años.
El Papa Bueno nos enseña que los cambios sociales verdaderamente beneficiosos se dan a partir de la evolución social que fomente la gradualidad, incluya todos los de dentro en toda su diversidad y fomente la integración con el mundo, y no a través de la revolución que promueve la transformación drástica y la exclusión del que piensa distinto, al tiempo que limita seriamente la integración con el resto del mundo. (16) Esta lección deberíamos aprenderla de una vez, en América Latina y en Cuba, donde los cambios bruscos, sin la debida atención a la justicia y las costumbres más legítimas, a veces han tenido frutos muy distintos a los objetivos que decían tener.
La errónea concepción de que la paz se mantiene por el equilibrio de armamentos entre los bloques contendientes, ha cambiado drásticamente con la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, cuando el terrorismo ganó el título de mayor amenaza para la humanidad. Entonces el enemigo cambió de aspecto y la lucha contra el terrorismo fue acometida en gran medida con campañas militares, que aunque tengan entre sus objetivos la lucha contra grandes injusticias, no son ciertamente la vía más eficaz para eliminar este flagelo, como se ha demostrado en los atentados contra el metro de Madrid ocurridos recientemente.
Vivimos hoy en un mundo cada vez más interdependiente, lo cual quiere decir que lo que pase en la economía o la política de cualquier país del mundo se refleja cada vez más en el resto. Nuestro mundo ya no está dividido en dos centros de poder sino por varios, ya no es bipolar, sino cada vez más multipolar: La Unión Europea, los países del sudeste asiático, los Estados Unidos o el naciente bloque de las Américas, los países árabes, etc., forman grupos que intentan defender sus intereses comunes al tiempo que intentan cada vez más la integración con el resto del mundo. De la política de los límites y las diferencias, propia de los años de la Guerra Fría, hemos pasado a la valoración de la comunión y los puntos de contacto entre países y grupos. El concepto de pluralismo internacional se ha ampliado y ahora el esfuerzo principal en las relaciones internacionales no está en el trabajo dentro de los límites que marcan las contradicciones, sino en la búsqueda de nuevas oportunidades de contacto y colaboración. Tal es así, que el terrorismo trata de socavar precisamente el entramado civil y la vida cotidiana, no las relaciones entre gobiernos, porque las segundas están cada vez más condicionadas por las primeras. La paz no depende del equilibrio de las fuerzas sino en la confianza mutua y en el respeto a los acuerdos y concertaciones, del respeto a los derechos de las personas y de la promoción de las mismas, de modo que se propicie el cumplimiento de sus deberes ciudadanos.
La política del enfrentamiento, el desafío, el enemigo constante y el aislamiento no dan buenos frutos, ni a los más ricos ni a los más pobres. Si hay organizaciones internacionales y gobiernos que utilizan el lenguaje y la política del enfrentamiento, no debemos en Cuba hacerlo también.
Al final de la Carta se hace un recordatorio a los cristianos de su deber de estar presentes en las tareas de la búsqueda del bien común, orando intensamente, y ejerciendo un estilo de relaciones con cualquier persona, tenga el credo o la tendencia política que tenga, que fomente la convivencia pacífica y el progreso.
Jesucristo es el Artífice de la Paz: “la paz les dejo, la paz les doy, pero no una paz como la del mundo” (17). La paz para el cristiano es un regalo, un don de Dios, dado a través de Jesucristo, y al mismo tiempo es una tarea en la que hay que colaborar intensamente. El estilo de vida inaugurado por Jesucristo promueve la paz en el interior de cada persona, familia, pueblo y el mundo entero.
En Cuba la paz también es una tarea, muy difícil en los tiempos de transición que vivimos, en los que estamos ante el reto de conseguir pacíficamente, mayores grados de bienestar material y moral para todos, propiciando gradualmente los necesarios cambios en el orden personal, familiar y social.


Referencias
1. Cfr. Juan XXIII. Radiomensaje a todos los fieles cristianos. 11 de septiembre de 1962.
2. Cfr. Carta Encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII. 11 de abril de 1963. P. 1.
3. Cfr. Idem 2, P. 9
4. Cfr. Idem 2, Pp. 10-24
5. Dagoberto Valdés Hernández. ¿Qué está pasando en Cuba con los derechos económicos y sociales?. Educación Cívica. revista Vitral No. 58. Noviembre – diciembre de 2003.
6. Cfr. Idem 2, Pp. 28-34.
7. Cfr. Idem 2, P. 35.
8. Cfr. Idem 2, Pp. 36-38.
9. Cfr. Idem 2, Pp. 39-45.
10. Cfr. Idem 2, Pp. 46-52.
11. Cfr. Idem 2, P 53.
12. Cfr. Idem 2, Pp. 62-66.
13. Cfr. Idem 2, Pp. 69-74.
14. Cfr. Idem 2, Pp. 80-93.
15. Cfr. Idem 2, Pp. 98-99.
16. Cfr. Idem 2, Pp. (146-150,161-165)
17. Evangelio de San Juan, 14, 27.

 

 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
Sergio Lázaro Cabarrouy Fernández-Fontecha
(San Diego de los Baños, 1971)
Doctor en Ciencias Técnicas. Graduado de Ingeniería en Telecomunicaciones (ISPJAE, 1994). Animador del CFCR y Responsable del Grupo de Computación. Actualmente trabaja como técnico de diseño y reparación de equipos electrónicos en la Universidad de Pinar del Río.

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