Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004


EDUCACIÓN CÍVICA

 

CESE LA CRISPACIÓN:
VENGA LA RECONCILIACIÓN


DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ

 

Los cubanos estamos viviendo en un clima de tensión e incertidumbre que llega a los límites de lo soportable. Decía mi abuela que uno nunca sabe hasta dónde puede aguantar la gente, hasta cuánto se puede sufrir más.
No es necesario describir el ambiente, basta salir a la calle, o si prefiere, poner el oído en el centro de trabajo, o escuchar las oraciones de la gente en las iglesias, o, si no puede salir a esos lugares, bastaría escuchar el quejido sordo, sin voz, despreciable para los grandes medios, ignoto para los que deciden, obviado por los que no quieren más de lo mismo; parecería ser que todos lo percibimos dentro de nosotros cuando nos dice: “ya no puedo más”, o cuando nos grita en el hondón del alma: “¿hasta cuándo?”
Cuba sufre, pero la gente lucha, no se sabe hasta cuándo: los más honestos y mejor dotados, inventan a lo cubano y no se dejan arrastrar a la ilegalidad ni a la desesperanza; los más desprovistos se cansan pero no cejan; los más apoderados se marchan “¡para dónde sea!”; los más desesperados se lanzan al alcohol o al robo, y… los que no pueden ya luchar más, los que no pueden ni con su vida, se suicidan.
Ya sé que ahora mismo habrá algún lector, probablemente de los primeros de la lista del párrafo anterior, que dirá que esta es una visión muy cruda, hasta pesimista. Respeto su opinión y lo invito a comprobarla por sí mismo, saliendo de su círculo habitual, de sus probables ubicaciones, hasta le pediría que hiciera un esfuerzo por conversar con la gente, por defender una visión más positiva, más constructiva, menos dura, tal y como lo intento hacer yo cuando puedo y la gente me aguanta la incitación a la esperanza, unos minutos antes de espetarme desaforadamente un “¡compadre, pon los pies en la tierra!”.
Incluso creo que son más, muchos más, los que ahora mismo, en Cuba, están luchando denodadamente contra la angustia, contra la pesadumbre que se cierne sobre nuestras cabezas, a diario y por todos los medios de comunicación. Son más, muchos más, los que hemos encontrado un sentido de la vida y una razón convincente y profunda para permanecer aquí, en Cuba, nuestra querida tierra.
Pero esto no me permite acostumbrarme a la calamidad, disimular la situación, hacer como si no fuera, perder la ubicación y la solidaridad con el que sufre. No es hablando lindo y pensando en el cielo como se resuelven los problemas de esta tierra. Hay que poner manos a la obra, pies en el suelo, brazo extendido y fuerte para ayudar al que cae, mano abierta para compartir y corazón despierto para no caer en el sopor de la resignación y el falso consuelo de que otros están peores que nosotros.
El que se acerque a los noticiarios de nuestra televisión nacional verá que todo es en blanco y negro, aunque su televisor sea a colores: todo en el mundo está malo, muy malo, la hecatombe… negro. Y todo en Cuba está bueno, muy bueno, perfecto…blanco. Esto es la esquizofrenia, el “opio que adormece las conciencias”, tal como en algunos tiempos han sido algunos creyentes que, “pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si estos fueran ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que esta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más grandes errores de nuestra época.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes. no.43)
No todo es blanco y negro, y no sólo la religión ha sido, en ocasiones, opio enajenante de las conciencias. También los medios de comunicación, el poder económico o político han ejercido este efecto contraproducente al intentar adormecer con la mentira lo que la vida real se encarga de despertar a cada paso. La realidad es imposible de retener, se desborda, se comunica, corre de boca en boca, como la mentira, con la diferencia que la vida siempre nos devuelve la verdad y el tiempo nos la confirma.
Por eso no conviene a ningún pueblo, en ninguna época, ni por cualquier causa política, electoral, económica o religiosa, crear una atmósfera falsa, ya sea de rara tranquilidad, ya fuera de guerra inminente y catastrófica.
La crispación que provoca un clima de tensión desmesurado y manipulado es tan perjudicial para los agredidos como para los agresores. Un clima de guerra, de confrontación, de alarmismo, de discursos incendiarios, de respuestas numánticas; una atmósfera en que la gente sencilla del pueblo crea que va a ocurrir una invasión en cualquier momento, en que la gente de trabajo tenga que soportar, además de todas las carestías, una angustia artificialmente provocada por los medios, por medidas, por traslados de armas, por construcción de refugios, por palabras y gestos, repletos de amargura y frases como epitafios que nos sitúan a todos, sin previa consulta, en un supuesto fin del mundo y de la vida.
Eso no beneficia a nadie. Ese ambiente de confrontación no ayuda a ninguna causa buena. Esa especie de permanente zafarrancho de combate no deja trabajar en paz a nuestro pueblo. Eso ayuda a los que desean que nos distraigamos de lo fundamental que es el bienestar, el progreso y la libertad de nuestro pueblo.
Ante medidas electorales venidas desde fuera, es necesario responder, sosegadamente, concentrándonos en resolver nuestros propios problemas de adentro, entre nosotros, los cubanos. Esa es la médula de la actual situación. Lo reiteró cinco veces el Papa en su inolvidable visita a Cuba: “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. Y también decía el Pontifice: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”.
Detengámonos a evaluar estas dos exhortaciones medulares del Papa para Cuba a la luz de los últimos acontecimientos en nuestro país:
-¿Estamos siendo nosotros, los propios cubanos, los protagonistas de nuestra propia historia, es decir, estamos concentrados en resolver entre nosotros nuestros propios problemas, estamos enfrascados en nuevos proyectos, en una nueva oportunidad para todos, estamos promoviendo por nuestra propia voluntad soberana aquello que el mismo Papa llamó, un año después de su visita, “estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad”?
-O por el contrario, ¿estamos en una dinámica de responder a lo que viene de fuera, a lo que dicen los demás, a poner fuera lo que debe situarse dentro? ¿Cuál es el contenido y la motivación de los principales llamados o contramedidas o planes? ¿Construir un país mejor entre nosotros o batallar con un país o un sistema fuera de nosotros?
-¿En qué consiste hoy nuestra historia personal? ¿La protagonizamos cada uno de nosotros soberanamente o nos la manipulan y controlan los poderosos de todos los lados?
-¿A qué se ha reducido nuestra propia historia nacional? ¿A una batalla hasta la última gota de sangre o a una convivencia pacífica y progresista, soberana y laboriosa? ¿Sufrimos o creamos? ¿Resistimos o superamos los obstáculos?
- Y además, ¿Nos estamos abriendo al mundo o nos cerramos a todos y cada uno de los países que no piensan como algunos esperan y otros rechazan? ¿Nos abrimos a todos en la diversidad que es la realidad de este mundo y de todos, o nos peleamos con la mayoría del mundo en el que deberíamos estar insertándonos e integrándonos, e incluso con los que han sido en los momentos más malos nuestros únicos amigos? América Latina, Europa, Canadá y Estados Unidos, ¿no podrán dejar de ser nunca o enemigos o lacayos de los enemigos? ¿No podrá algún día cesar la confrontación y venir un tiempo de serenidad, respeto a las diferencias, respeto a las soberanías de todos y a la nuestra? ¿Cuba no podrá abrirse al mundo y el mundo a Cuba y Cuba a todos los cubanos y cubanas de aquí y de la diáspora?
-¿Cuba no podrá vivir con la seguridad de que no corremos peligro de extinción, ni de invasión, ni de absorción, ni de dispersión, no porque no haya todavía en el mundo algunas gentes que deseen aún estas trasnochadas aberraciones, sino porque estemos seguros de nuestras propias potencialidades humanas, porque creemos en nuestra propia historia, porque nos inspiremos, de verdad, en la esencia de amor y de paz de nuestros patricios que fundaron una nación lo suficientemente noble y fuerte, respetuosa y cordial, decente y generosa, como para que pueda, por ella misma, sin crispación, ni batallas, sin palabras ofensivas, ni epítetos denigrantes, sin invasiones, y sin medidas de ningún lado, ser un país soberano, abierto, solidario, justo, fraterno, interdependiente, integrado en su región?
-¿Cuba no podrá avanzar, en medio de este mar de incertidumbres, hacia el puerto seguro de su propia identidad sin tener que atacar, ni defenderse de nadie?
-¿Cuba no podrá dejar a un lado las batallas del odio para entrar en la dinámica constructiva de la paz? Sí, así mismo, paz, paz. No sólo la paz de la ausencia de guerras, sino la paz del entendimiento, la paz del diálogo, la paz de la concertación, la paz de las conciencias que pueden vivir en la verdad, la paz de la libertad del alma que puede expresarse y crear sin rejas ni embargos.
-En una palabra, ¿No podrá Cuba entrar en un franco proceso de reconciliación?
He aquí una palabra y una realidad ausente de nuestros medios, de nuestros discursos, de nuestras medidas y las de los demás. Creo que Cuba necesita un clima de reconciliación, un lenguaje de reconciliación, unos gestos de reconciliación, unas actitudes de reconciliación y un futuro de reconciliación.
Sé que esta palabra no cae bien, no se entiende bien aquí dentro porque se cree que es una palabra de debilidad o de concesiones indignas. Tampoco se entiende en algunos sectores de la diáspora cubana, por las mismas razones pero de signo contrario: ¿reconciliarnos con quién? –dicen algunos. ¿Reconciliarnos para qué?-dicen otros.
Yo creo que este es un tema con el que culmina este articulo pero que debe ser tema para más reflexión, para una larga y preciosa reflexión nacional desde todas las orillas, ya hay algunos cubanos que hemos emprendido este camino en ambas costas.
Sólo expresar al final de estas opiniones el itinerario que me parece más oportuno e integrador:
La reconciliación es fruto de un largo camino:
-Ese camino debe empezar por el encuentro de los caminantes, porque nadie se reconcilia sin encontrarse primero y conocerse y conversar y compartir la vida y las ideas y proyectos.
-Ese camino de reconciliación debe continuar caminando juntos en la búsqueda de la verdad sobre los propios caminantes, sobre las historias vividas por separado, sobre los fallos y logros, sobre los errores que nunca más se deben cometer.
-Este camino de reconciliación está también indisolublemente unido a la búsqueda de la justicia porque no se trata de saltar por encima de los errores sin pedir responsabilidad por ellos, eso precave el mal por venir y sana, cuando es justicia verdadera y no revancha, y no ensañamiento, ni reconcomio.
-Pero no podrá ser justicia verdadera y sin saña, como quería Martí, si el camino de la justicia no va acompañado del perdón y la magnanimidad. La suma justicia es la suma injusticia, decían los clásicos, y la justicia que no culmina en misericordia, que no es contubernio con los errores, sino respeto a la dignidad de las personas que han errado, es una justicia despìadada e inhumana que sólo conduciría a más injusticia y violencia.
-Por último, el camino de la reconciliación es coronado por la búsqueda de concertaciones y consensos a nivel social, político, económico y cultural. Concertaciones que no disimulan las diferencias pero que se centran en las coincidencias y convergencias. Consensos que sirven para crear nuevos proyectos y abrir nuevas puertas al desarrollo y a la paz.
He aquí un hermoso y apasionante camino para Cuba. No nos quedemos en el comienzo de esta reflexión. Ese comienzo que nos pone de cara a la parte de verdad que vivimos y conocemos, ese comienzo que nos hace solidarios con los que sufren sin medida y sin esperanza, no tendría ningún sentido, estoy convencido de ello, si no se abriera rápida y saludablemente a la proposición, a las expectativas renovadoras, a la apertura de mente y de corazón, a las propuestas de caminos, es decir, a las obras y gestos, palabras y señales, pequeñas, pero llenas de sentido, que mantienen viva nuestra esperanza.
Sí, a pesar de todo, cese la crispación y venga la esperanza. Esperanza sin opio, sin disimulos, sin escapes hacia ningún lugar, la única esperanza fecunda que es la que nace de la verdad, de la justicia, de la magnanimidad y de la reconciliación.


 

Revista Vitral No. 61 * año XI * mayo-junio de 2004
Dagoberto Valdés Hernández
(Pinar del Río, 1955)
Ing. Agrónomo. Director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y Presidente de la Comisión Católica para la Cultura en Pinar del Río. Trabaja en el almacén «El Yagüín», de Siete Matas, como ingeniero de yaguas.