En Cuba existe, desde hace más
de cuatro décadas, una alternativa fatal y falsa: o te
adaptas o te vas. Es voz popular, es insinuación del Poder,
es reflejo de lo que nos han dejado a la libertad de cada cubano.
Así, adaptarse no significa, en este caso, el necesario proceso
por el que todo ser humano se adecua a las circunstancias dentro de
un rango de libertad y bajo su total responsabilidad. Adaptarse
quiere decir aquí, renunciar a tu propia visión del mundo
para acatar la presentada oficialmente como única verdadera y
válida. Adaptarse quiere también decir, en
estos casos, domesticar nuestra conciencia y doblegar nuestra voluntad
porque no se puede pensar libremente, expresarlo sin miedo y actuar
en consecuencia. Por tanto la disyuntiva inducida se traduce en: te
reprimes o te vas, doblegas tu conciencia o te marchas del
país, o cuando menos, simulas o te vas. Debemos
decirlo: estas alternativas, además de falsas, son injustas.
Cuba es de todos los cubanos, para todos los cubanos. Nuestros padres
fundadores, desde Varela y Martí lo dejaron claro. Quienes excluyen
a parte, sea grande o pequeña, de los cubanos, están negando
un derecho sagrado: el derecho a tener Patria, a tener raíces
nacionales, a ser parte de la comunidad donde se ha nacido y crecido.
Partiendo de este derecho a ser cubano y a que nadie nos secuestre la
Patria, es que deseamos considerar que la alternativa para los que consideramos
a Cuba como nuestro hogar nacional no puede y no debe ser: o te
reduces o te vas. Aquí las alternativas deben contemplar
la posibilidad de que: ni me dejo manipular, ni me voy,
ni renuncio a mi conciencia y a mi participación ciudadana,
ni me voy. «Me quedo y sigo siendo yo mismo, sin máscaras
políticas, sin disimulos éticos, sin oscuros manejos económicos».
Hay ya una buena cantidad de cubanos que han optado por romper la fatal
alternativa y hacer aquí su propia vida tratando de pensar
y hablar sin hipocresía. Cubanos como esos los ha habido
siempre. Lo que todos sabemos es que no es fácil quedarse así.
No es fácil porque cada vez que un cubano dice lo que piensa
con claridad y con respeto, son muchos los que se le acercan y con mucha
convicción le recomiendan: ¡Cuídate!
y cuando esa persona le pregunta si lo que dice o lo que hace no es
verdad y no es bueno, entonces la respuesta es universal y contundente:
Sí, pero tú sabes que aquí no se puede decir
la verdad.
Esta es la primera y principal causa de ese deseo desbocado de irse
del país. El no poder ser, el no poder decir lo que se piensa,
el no poder hacer lo que se dice. El no poder ser consecuentes con la
propia conciencia. Todo lo demás es consecuencia de este modelo
de convivencia pública.
En efecto, la emigración cubana ha tomado las dimensiones de
fenómeno determinante en la economía, en la política,
en la cultura, en la religión, en la demografía, y en
la vida familiar y personal, después que esa forma de vivir ha
convertido en única alternativa la dejación de la propia
libertad, el marcharse de la Casa común.
Es necesario, por lo menos, preguntarse con toda honestidad: ¿Por
qué se han marchado tantos cubanos en estos últimos 40
años? ¿Eran todos parte de la llamada burguesía?
¿Tenía nuestro país casi dos millones de ricos
afectados por las nacionalizaciones? ¿Por qué esta fiebre
de emigrar ha durado más de cuarenta años cuando se supone
que ya los logros están a la vista de todos? ¿Por qué
la mayoría de la gente que se quiere ir son jóvenes nacidos,
criados y educados en este sistema de vida? Evidentemente algo está
fallando en esto. Hay una causa profunda que lo provoca. Es necesario
ir al fondo del problema. Todos sabemos bien que ese tipo de emigración
ha desangrado al país de parte de sus hijos que pudieran estar
trabajando aquí. Y que esa sangría permanente ha tenido
momentos en los que ha sido necesario abrir válvulas de escape,
llámense Camarioca en la década del 60, Mariel en 1980,
o Crisis de los balseros en 1994. ¿Qué está
sucediendo en un país donde cada 10 ó 12 años hay
una estampida de gente de pueblo de todo tipo y condición social?
Se argumentan diferentes razones: las penurias económicas, la
ausencia de libertades, la pérdida de esperanzas en el futuro,
la represión cívica y de conciencia, el miedo a no se
sabe qué va a pasar, la incapacidad de hacer progresar el país,
la sensación de que está perdiendo la vida, el férreo
control de las iniciativas para que nadie saque la cabeza, la imposibilidad
de progresar realmente en el nivel de vida y en la realización
profesional... y tantos otros que escuchamos continuamente.
Es conveniente hacer una sana distinción. En todos los países
del mundo hay personas que desean irse de su país y lo hacen.
Los flujos migratorios son hoy un fenómeno universal. Pero hay
países receptores de migraciones y países emisores. Hay
países con un flujo normal de movilidad humana y países
donde la migración es un problema nacional y una continua amenaza
para los países receptores.
Cuba era un país receptor de migraciones en el pasado: españoles,
chinos, franceses, polacos, libaneses llamados moros, los
rusos llamados blancos, son algunos ejemplos que todavía
dejan sus huellas en barrios de La Habana y del interior del país,
en costumbres, en familias establecidas y vueltas a emigrar, en centros
culturales, en asociaciones de inmigrantes.
Desde hace más de cuatro décadas esta situación
cambió radicalmente. Cuba se convirtió en un país
emisor de migraciones. Un significativo número de cubanos quiere
salir a lo que sea a cualquier país de este mundo.
Haití es un ejemplo de eso. Y la realidad es que cuando vuelven
los que vuelven dan signos de progreso material y de realización
personal. La prueba es que quieren volver a salir o marcharse definitivamente.
Se desea, por este motivo, identificar como la principal causa de la
emigración a los problemas económicos. Esta es la pequeña
verdad que se ve, que cualquiera sin profundizar puede comprobar preguntando
por qué se marcha, a cualquiera que esté dispuesto a contestar.
Pero esta motivación, que es por demás lícita y
positiva, tiene, en el fondo, una verdad mayor: Cuba tiene un sistema
de economía centralizada que depende total y absolutamente de
las decisiones políticas del Gobierno. Luego, la principal responsabilidad
de los problemas económicos de los ciudadanos está en
manos de los que controlan, planifican, centralizan y deciden todas
las políticas económicas del país.
Hay, evidentemente, una diferencia entre los países de economía
en manos del Estado y los países donde la economía está
en manos de empresas privadas, o en países donde hay una combinación
entre empresa estatal y empresa privada. En estos casos si una persona
no encuentra trabajo no es responsabilidad absoluta del Estado, puede
ser culpa de las empresas privadas. Si otra familia no tiene un salario
suficiente para tener una vida digna y no tener que robar o resolver,
puede ser que parte de la responsabilidad la tengan las empresas privadas
que explotan el trabajo ajeno y no pagan bien. Pero, en un país
donde todas las empresas y fuentes de trabajo, están en manos
del Estado, ¿de quién es la responsabilidad de que haya
personas que no encuentren un trabajo donde puedan realizar sus cualidades
profesionales, y haya ingenieros y maestros de camareros en hoteles
y restaurantes? En un país donde todos los salarios los establece
y los paga el Estado, ¿de quién es la responsabilidad
de que los salarios no alcancen?
Luego, en el caso de Cuba, si los problemas económicos que afectan
a las personas y a sus familias, dependen en primer lugar, aunque no
en el único, de las decisiones políticas del Estado, hay
que tomar conciencia de que la llamada emigración económica
es, en el fondo, fruto de una decisión política, de un
sistema centralizado, de una estructura ineficaz. Por tanto, en el caso
de Cuba, y también de otros países, en que las decisiones
políticas están por encima de las estrategias que pueden
mejorar la economía familiar y nacional, se debe identificar
bien la causa profunda del problema migratorio para poder solucionarlo
de raíz.
Si hay voluntad de hacer este análisis profundo del problema
migratorio de Cuba entonces los demás problemas que también
son reales (las medidas del embargo económico, la presentación
de un paraíso de la riqueza fuera de Cuba, los cantos
de sirena de la forma de vida americana, el espejismo de
que todo lo extranjero es bueno y todo lo cubano es fula,
el robo de cerebros, las políticas migratorias por
parte de los países que son, en realidad, discriminatorias para
Cuba porque le dan un trato diferente al resto de las naciones, el contenido
de los llamados acuerdos migratorios, la cantidad de visas otorgadas
o negadas, y los necesarios permisos para ejercer el derecho de viajar
o de regresar a su propio país... ) tendrían otro sentido
y otro contenido, o sencillamente no tendrían sentido ni razón
de ser.
Una nueva visión de la política migratoria en Cuba, para
Cuba y desde otros países, es necesario diseñarla sobre
los principios universalmente establecidos:
- Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país,
incluso del propio, y a regresar a su país. (Declaración
Universal de Derechos Humanos, Artículo 13. ONU, 1948)
-Nadie podrá ser arbitrariamente privado del derecho a
entrar en su propio país (Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, Artículo, 12, 4)
Desde esta perspectiva los problemas migratorios y las necesidades personales
y familiares de los migrantes, deben dejar de ser utilizados como instrumentos
para manejos políticos en el interior de las naciones y en las
relaciones con otros países.
La migración es un derecho natural y como tal es y debería
ser un problema social que los Estados están llamados a resolver
partiendo de las mismas causas profundas del hecho migratorio.
En la solución profunda de los asuntos migratorios no debe echarse
toda la responsabilidad sobre un solo país o sobre una sola dimensión
del problema, como podría ser el lado económico o la violencia,
o el bajo nivel de desarrollo humano.
Existe la responsabilidad del país receptor que debe asumir los
trámites de una migración legal, ordenada, gradual y proporcionada
teniendo en cuenta la dignidad de cada persona que emigra y su derecho
a encontrar una acogida respetuosa, un lugar de residencia estable y
una oportunidad igual para trabajar e insertarse en esa sociedad. El
país receptor no debe manipular las necesidades de emigrar en
el sentido de contribuir selectivamente al empobrecimiento humano del
país emisor. En este sentido, una política migratoria
corresponsable debe tener en cuenta la colaboración del país
receptor para ayudar a solucionar las causas profundas del flujo migratorio
del país emisor.
Existe la responsabilidad del país emisor. Principal responsable
de que sus ciudadanos quieran abandonar su país. Esta carga no
puede ser echada sobre otros. Cada cual es responsable de arreglar los
asuntos de su casa y de tomar las medidas para que progrese sin hacer
daño a nadie y de que su casa se abra a las relaciones con los
vecinos cercanos y con los lejanos en un clima de respeto, tolerancia
y colaboración. Único camino, en el mundo actual, para
resolver los problemas de dentro de casa.
Es responsabilidad del país desde donde la gente quiere emigrar,
en primer lugar, reconocer y aceptar las causas profundas del porqué
la gente quiere marcharse. En segundo lugar, tomar las medidas políticas,
económicas y sociales que contribuyan a solucionar ese problema.
Y que el conjunto de medidas respondan a las expectativas de sus ciudadanos
y sean coherentes entre sí, no sea que las medidas políticas,
cierren el camino a las económicas o viceversa. En tercer lugar,
es responsabilidad del país emisor de emigrantes tratarlos como
personas, respetar su dignidad y sus derechos, facilitar sus trámites
y eliminar todo tipo de permisos innecesarios y que obstaculizan el
derecho universal de viajar. De hecho, el Estado de un país y
su Gobierno, sus ministros, sus funcionarios, etc., no tendrían
que otorgar ningún permiso, ninguna carta de liberación,
a ningún ciudadano a no ser que tenga deudas con la justicia.
En todos los demás casos, no hay derecho a retener a nadie, ni
a establecer trámites especiales para los profesionales u otras
categorías ocupacionales, porque toda persona tiene derecho inviolable
para moverse, dentro de su propio país, viajar a otros, regresar
y permanecer el tiempo que desee en el propio o en ajenos.
En la inmensa mayoría del mundo sólo se necesitan tres
cosas para viajar: tener el dinero para hacerlo, tener la visa del país
que lo recibe y tener el pasaporte del país propio. Es decir,
el permiso para entrar a otro país (visa), el documento de identificación
y protección del propio (pasaporte), y los medios económicos
para hacerlo. Y nada más.
Quiera Dios que en Cuba pueda llegarse pronto a un tratamiento normal
y sereno, justo y proporcionado del problema migratorio. Que sus causas
profundas se comiencen a solucionar entre todos, que los acuerdos migratorios
con todos los demás países no se manipulen para fines
de política exterior, que viajar no sea un escape de la insoportable
situación interna y que los que viajen sean tratados como seres
humanos con el debido respeto y dignidad, tanto por el país de
origen como por el país que los acoge.
Un nuevo clima debe crearse alrededor de este fenómeno de la
movilidad humana. Un nuevo contenido para acuerdos en este sentido,
un nuevo trato para todos los emigrantes.
Pero sobre todo, Cuba debe revertir su situación y pasar de ser
un país del que la gente se quiere ir a un país donde
los cubanos quieran quedarse, encuentren oportunidades para desarrollarse
en él, ellos y sus familias. Que Cuba sea un país donde
muchas personas del resto del mundo deseen venir en busca de progreso,
de bienestar, de un proyecto de vida digno, sano y fraterno, donde mucha
gente encuentre un hogar nacional abierto, laborioso y en paz.
Este sería uno de los signos de que, verdaderamente, algo ha
cambiado en Cuba, porque no basta con que algo se mueva en éste
y otros temas. Es necesario moverse para cambiar. Cambiar pacíficamente,
gradualmente, pero de verdad.
Pinar del Río, 28 de junio de 2003.