Quizás todas las percepciones
trascendentalistas sobre José Martí hayan sido reivindicadas,
en mayor o menor medida, cuando el investigador argentino Ezequiel Martínez
Estrada vio en el prócer cubano al Hombre por Antonomasia y,
sobre todo, cuando propuso asumir una actitud hermenéutica para
trabajar el círculo vital de nuestro Héroe Nacional. Tarea
grave, de exegeta, la de Martínez Estrada, donde se consignan
concurrencias y significaciones: Martí recibe su bautismo en
la iglesia del Santo Ángel Custodio y va a la muerte, escoltado
por un adolescente bisoño en el combate, nombrado Ángel
de La Guardia; tiene además, como peregrino, la misma cifra del
griego Orestes, cuyo nombre le sirvió en México de seudónimo
literario (aquel regresa acompañado de su hermana Ifigenia, Martí
ha vuelto y a poco reposará en el cementerio de santa Ifigenia);
le obsequian las trabajadoras cubanas de Cayo Hueso una cruz de caracoles
de medio metro y Martínez Estrada advierte que para el Delegado
esta es una cruz de anuncio, el presagio de las penosas tribulaciones
que serán reservadas para su cadáver durante ocho días.
Dicho sea de paso, don Ezequiel produjo la categoría propia para
clarificar en el itinerario funerario del caído en Dos Ríos.
Martí sufrió, nos dice, la consagración del
ultraje en su cuerpo(1) .
Ya antes de la visión articulada de Martínez Estrada,
era usual que las aproximaciones a Martí se sostengan en criterios
de textura numinosa, vertidos, incluso, por los autores que más
puedan sorprendernos. En 1926, Julio Antonio Mella, uno de los fundadores
del Partido Comunista de Cuba, confesó que al hablar del Maestro
experimentaba la misma emoción, el mismo temor que se
sienten ante las cosas sobrenaturales(2) . Por su parte, en un
ensayo medular, Juan Marinello roza el umbral de la perspectiva trascendentalista
con la indicación de que Martí transitó una
vida que es más que una vida(3) y con el postulado de que
poseía un tono inigualable que le sube del espíritu
cargado de luces benéficas.(4) Hombre de cuarenta y ocho
quilates, santo de pelea, místico del deber, apóstol...
tales son los calificativos que de alguna manera han intentado contener
la lógica de víscera martiana y la peculiaridad de hombradía
que sus contemporáneos apreciaron en él. En este sentido,
cabe considerar que uno de los aciertos ontológicos de Lezama
Lima, más allá de la curva poética, es haber anunciado
en la sustancia de Martí la constitución de un misterio
de esencia, nuclear y permanente.
Por supuesto, todo misterio promueve interpretación heterodoxa:
por esto José Martí es más propicio a la exégesis
con nociones ascendentes que a los teoremas de las valoraciones críticas.
La peculiaridad de hombradía martiana se tradujo, especialmente,
en el hecho singularísimo de que Martí motivó en
vida el crédito de Apóstol, el cual brotó a finales
de noviembre de 1891, en los dos días de aquellos discursos ante
la emigración cubana de Tampa, en los que se ha señalado
en él una suerte de transfiguración espiritual que lo
invistió, según el buen decir de Rafael Esténger,
con eficacia apostólica. La postura del tribuno transfigurado
es, sin lugar a dudas, la expresión más cabal y probablemente
la más impresionante del Maestro, y ello propicia que Jorge Mañach
haya condensado la proeza oratoria de Steck Hall con el lujo literario
que amerita la altura de ese episodio: Los hombres del machete
comprendieron por qué en el principio fue el Verbo(5) .
Nunca nadie se ha atrevido a objetar que en aquellas intervenciones
obró un fenómeno de comunicación que no es fácilmente
explicable. Yendo a más, Esténger ha fijado que la comprensión
del lenguaje martiano no pudo realizarse por simple vía racional,
considerando la precariedad intelectual de los auditorios que lo acogieron,
y se apoya sobre todo en la anécdota del anciano negro nombrado
Quiroga, analfabeto y oyente de primera fila de Martí, quien
solía responder a las burlas sobre su capacidad de entendimiento
con las siguientes palabras: ...No; yo no le entendí mucho
lo que decía; pero, cuando él hablaba, ¡yo tenía
ganas de llorar! (6)
¿Qué ingrediente le confirió a Martí la
facultad de contagiar la creencia? ¿Qué le permitió
sustraer las palabras y las nociones a la prosodia ordinaria que acaba
contaminando los significados? ¿Cómo explicar la manifestación,
en este hombre oceánico, de lo que Marinello denomina una egregia
capacidad específica para otorgarle cabalidad a la palabra? ¿Qué
hizo de Martí un sujeto idóneo para insuflar el credo?
Tenía «don de voz», adelanta Gabriela Mistral, y,
ciertamente, se han dado múltiples referencias sobre los prodigios
de su voz grave, tan dúctil a las inflexiones y tan rica
en sonoridades y matices(7) , según reza el testimonio
del general Manuel Piedra Martel; voz que dominaba antes que nada con
el timbre. Asimismo, se ha observado cómo ajusta el metro de
siete, de ocho y de once sílabas en el cuerpo de sus alocuciones,
concluyéndose que en Martí el tribuno derivaba en el rapsoda,
y que, como enuncia Esténger, él no hablaba para
convencer, sino para conmover.(8)
Pero, por alto que fuese el poder de seducción del orador, no
es suficiente para explicar la relación de mutua sublimación
entre Martí y el verbo, así como la empatía de
entraña que esto desarrolló entre él y sus oyentes.
La palabra queda por lo regular en el marco de la funcionalidad, y sirve
para la convicción, sólo cuando el oído percibe
que ha peregrinado desde la víscera. Martí el tribuno
debió desplegar, pues, un factor visceral. Un factor que podríamos
imaginar a partir de cierto don de sacralidad, o sea, del atributo personalísimo
de sacralizar las palabras y las nociones que pasan ( y valga la metáfora
de Lezama) por el horno de las entrañas; y a partir de un fenómeno
al que se adjudica el vocablo griego kénosis, válido para
indicar en el hombre un vaciarse de sí, un deponer la jerarquía
del espíritu ante los demás. Así, quedamos de hecho
abocados a que su palabra fue el vehículo idóneo de una
vocación mística extensiva. Pero hay más: una ontología
de Martí comienza necesariamente por reconocer en él una
arquitectura mística.
No hay santo en Martí, sino místico(9) , así
resume Marinello sus indagaciones ontológicas del Maestro, que
desembocan en el paralelo levantado por el ensayista marxista, entre
Santa Teresa de Ávila y el prócer cubano. Ambos son pródigos
en textos donde parecen flotar como en un duermevela, acota Marinello.
Ambos instrumentan el oficio de escritor para ventilar las cuestiones
políticas de sus respectivos apostolados, los dos suelen verter
el gozo del dolor, el enriquecimiento espiritual a partir del proceso
de angustia, los dos manifiestan la gran paradoja del místico:
la querencia de la muerte. Es lícito apreciar que el misticismo
sea un código hondo, y acaso la manera martiana de interiorizar
las percepciones del hombre histórico, colocado ante encrucijadas
que son umbrales de trascendencia. Y esto complementa la idea de Martínez
Estrada de que destino, la palabra tremenda, puede ser usada sin arbitrariedad
en el caso de Martí, en quien todo se cierra con un sentido de
tragedia y de inevitabilidad.(10) Hay asunción mística
en el acto de llevar hasta el final un anillo rústico grabado
con la palabra Cuba, hecho con hierro del grillete que martirizó
su adolescencia; hay dilema de apóstol en su situación,
pues justo quien anuncia la guerra necesaria contra España es,
en lengua y espíritu, un arquetipo de hispanidad; hay fervor
religioso en esa única frase consignada como textual, de su último
discurso en la mañana del 19 de mayo, durante la parada militar
por el encuentro con Bartolomé Masó en el campamento militar
de Las Vueltas: quiero que conste que por la causa de Cuba me
dejo clavar en la cruz.(11) De principio a epílogo, la
vida de Martí es todo un muestrario de actitudes desde la esencia,
que confirman al hombre con pasión de trascenderse, al hombre
equipado con la intención y el gesto de la misma trascendencia.(12)
Significativamente, una de las buenas claves para exégesis es
la continuidad del círculo de trascendencia más allá
del episodio de Dos Ríos, pues no es posible desconocer que la
peregrinación del cadáver de Martí afinca su perfil
apostólico. Cabe hacer el recuento del triste itinerario para
advertir hasta qué punto la pendiente sentimental de la caída
también constituye consustancialidad martiana: la columna española
del coronel Ximénez de Sandoval entró en Remanganaguas
con el cuerpo de Martí a lomo de caballo y lo arrojó a
una fosa común cavada al efecto en el cementerio local, lanzándolo
sin ataúd, sólo envuelto en una tela de yute de hamaca
de campaña. Encima, fue echado el cadáver de un sargento
español muerto en la acción de Dos Ríos. Antes
de entrar en Remanganaguas, las pertenencias del Maestro fueron tomadas
en calidad de botín: el reloj de oro y el revólver con
culatín de nácar terminaron con posterioridad en manos
de los generales Marcelo de Azcárraga y Arsenio Martínez
Campos, respectivamente, obsequiados por Sandoval, quien conservó
para sí el cortaplumas manchado con sangre, un papel con una
dedicatoria escrita por una hermana de Máximo Gómez para
Martí y las espuelas vaqueras que tenía el cubano puestas.
La cartera de bolsillo de Martí, con todas sus notas y retratos,
se los distribuyeron los oficiales de la tropa como recuerdo. Las alforjas,
se quedó con ellas un práctico que regresó a España.
Pasados tres días, por órdenes de la comandancia militar
de Santiago de Cuba, los restos de Martí fueron exhumados, sometidos
a autopsia y remitidos a esa ciudad, donde finalmente, en la mañana
del 27 de mayo de 1895, se les sepultó en el nicho 134 de la
galería sur del cementerio de Santa Ifigenia. La sabiduría
de Martínez Estrada en este punto es conclusiva: «si negáramos
el significado histórico-mítico de estos hechos rituales
funerarios, estaríamos escamoteándole a la biografía
del héroe cubano la virtud secreta de los ejemplos.(13)
Volvamos a la sospecha inicial: ¿necesidad de hermenéutica?
Referencias:
1.- Ezequiel Martínez Estrada: Prólogo
a Diario de Campaña de José Martí. Editora del
Consejo Nacional de Cultura. Casa de las Américas, 1962, p. 13.
2.- A cien años de Martí. Ediciones del Cabildo
Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 1997, p.69.
3.- Juan Marinello: Sobre Martí escritor en Vida y Pensamiento
de Martí. Colección Histórica Cubana y Americana
dirigida por Emilio Roig de Leuchserning,volumen I, 1942, p. 160.
4.- Marinello: ibid: 162
5.- Jorge Mañach: Martí, el Apóstol.
Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1990, p.120.
6.- Rafael Esténger: Invitación al conocimiento
de Martí. Prólogo a Obras Escogidas de José
Martí. Aguilar, S.A. de ediciones. 1953, p. 36.
7.- Manuel Piedra Martel: Mis primeros 30 años. Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p.141.
8.- Esténger: ibid: 39
9.- Marinello: ibid: 173.
10.- Martínez Estrada: Familia de Martí. Bohemia.
Año 56 no. 4, enero 24 de 1964, p. 5.
11.- José Miró Argenter: Crónicas de la guerra.
Editorial Lex, 1943, tercera edición, p. 26
12.- Diccionario Teológico Interdisciplinario. Ediciones Sígueme.
Salamanca, 1985, p. 78.
13.- Martínez Estrada: 1962: 14.