En esta conferencia trataré
sobre los obispos diocesanos desde el 28 de Octubre de 1903 hasta el
16 de Mayo de 1982, y no trataré el episcopado de Monseñor
Siro. La razón de ello es de metodología histórica.
Pido prestadas a Monseñor Eduardo Boza Masvidal sus palabras
en el prólogo del libro Episcopologio del sacerdote
cubano, historiador de la Iglesia, Reiniero Lebroc, residente en Venezuela,
para adaptarlas a mi caso, y explicarme: es difícil: ...
juzgar los acontecimientos presentes, cuando aún falta la perspectiva
histórica, cuando el mismo historiador ha intervenido en los
acontecimientos y aún viven muchos de los que actuaron y actúan
(hasta aquí la cita). Respecto a los sacerdotes, seguiré
la misma lógica, y solamente me referiré a los ya fallecidos.
El 20 de Febrero de 1903, el Papa León XIII creó las diócesis
de Pinar del Río y Cienfuegos. La primera era separada del territorio
de la Diócesis de La Habana, a la cual había pertenecido
desde la creación de esta última en 1787, pues antes había
formado parte de la única diócesis, la de Cuba, que tenía
como capital a Santiago de Cuba. Ahora, en 1903, como nueva diócesis,
Pinar del Río, formaría parte de la Arquidiócesis
de Santiago de Cuba hasta 1925 cuando pasaría a integrar, junto
con la Diócesis de Matanzas, la Arquidiócesis de La Habana,
al ser creada ésta en dicha fecha. Éstas, pues, son nuestras
raíces eclesiales cubanas.
Actum preclare a divina Providencia cum Cubana Insula...
(Hecho muy notable de la Divina Providencia con la Isla de Cuba).
Así comenzaba el Breve Apostólico por el cual se creaban
las Diócesis de Pinar del Río y Cienfuegos. A partir de
ese momento la provincia cubana de Pinar del Río, que desde 1878
ya lo era, con los límites desde el Cabo de San Antonio, por
el oeste, hasta Mariel, Guanajay y Artemisa, por el este, entraba en
la Curia Vaticana, con el sonoro nombre en latín idioma
oficial de la Iglesia-, de Pinetus ad Flumen (Pinar junto
al Río) y los pinareños seriamos llamados pinetensis
ad flumen. Ya teníamos, pues, ciudadanía propia
en la Curia Romana.
Nuestro primer obispo fue el habanero Braulio Orúe Vivanco, nacido
en 1843, Licenciado en Filosofía (1861) y en Teología
(1868), ordenado sacerdote en 1867. Era párroco del Santo
Ángel Custodio en La Habana, cuando fue preconizado Obispo
de Pinar del Río en 1903, y ordenado como tal, en la Catedral
de La Habana el 28 de Octubre del mismo año. En la misma celebración
fue ordenado obispo de La Habana, Pedro González Estrada, y su
auxiliar, el norteamericano Buenaventura Broderick. Monseñor
Orúe tomó posesión de la nueva diócesis
el 18 de Noviembre, pero falleció a los 11 meses, el 21 de Octubre
de 1904. Sus restos reposan en la Santa Iglesia Catedral. Como consecuencia,
la Sede Pinareña estuvo vacante durante casi tres años,
hasta el 11 de Junio de 1907, cuando es ordenado obispo diocesano, Monseñor
José Manuel Ruiz Rodríguez, natural de Corralillo, en
la antigua provincia de Las Villas. Había nacido en 1874 y fue
ordenado sacerdote en 1897.
Tenía 32 años cuando lo ordenaron obispo. Era prácticamente
un niño, tanto fue así, que San Pío X, cuando lo
recibió en Roma, exclamó: Vescovo Bambino
(obispo niño). A lo cual él respondió, con el estilo
espontáneo que poseía: usted fue el que me nombró.
Delgado y pequeño de estatura; de temperamento nervioso y carácter
fuerte; simpático y jocoso; poeta y orador sagrado de alto vuelo;
llegó Monseñor Ruiz a Pinar del Río para desarrollar
la capacidad ejecutiva que poseía. De los obispos de esta diócesis
es el que más ha hecho. Se puede decir que con él comenzó
prácticamente la vida diocesana, debido al corto episcopado de
su antecesor y a los casi tres años de Sede vacante. Para ello,
trae a los franciscanos a Candelaria, Mariel y San Cristóbal.
Los Escolapios abren su magnífico colegio en Pinar del Río.
Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados fundan su asilo en Artemisa;
y las Madres Escolapias abren sus colegios en Guanajay y Artemisa. También
vendrán las Hijas del Calvario para atender el Hogar de Ancianos
de la capital provincial.
Encomienda, además, una esmerada obra misionera, al estilo de
la época, a dos Padres Jesuitas, cuyos nombres no pueden quedar
omitidos en este jubileo diocesano: Saturnino Ibarguren y José
Rivera, los que, en etapas sucesivas, recorrieron pueblos y campos,
manteniendo la diócesis en un estado permanente de ininterrumpida
misión. Al final de cada misión acudía Monseñor
Ruiz para practicar la visita pastoral, predicar y administrar el Sacramento
de la Confirmación.
También Monseñor Ruiz remozó la Catedral, la cual
dotó de cinco hermosos altares de madera, construidos en Cienfuegos,
de donde fueron traídos en barco hasta el puerto de La Coloma.
El actual retablo mayor de La Catedral ostenta en lo alto el escudo
episcopal de este prelado. Asimismo construyó en 1912 el actual
edificio del obispado e inauguró en 1923 el templo pinareño
dedicado a la Virgen de la Caridad.
En 1925 fue trasladado a La Habana, la que fue elevada a Arquidiócesis,
siendo con ello el primer Arzobispo de La Habana. Durante los últimos
años de su vida sustituyó el estilo grandilocuente de
su oratoria, por una predicación centrada en la Cruz de Cristo,
la cual hacía con una Biblia en su mano. Monseñor Ruiz
dejó casi la totalidad de las estructuras pastorales con las
que vivió la Diócesis durante cincuenta años.
Cuando se le promueve al Arzobispado habanero, es nombrado Administrador
Apostólico de Pinar del Río. Como residía en La
Habana, venía una vez al mes a Pinar, y, para atenderla pastoralmente,
nombró Gobernador Eclesiástico al Cura Párroco
de Consolación del Sur, Monseñor José María
Reigadas y Antigua, consolareño, que murió en la misma
habitación y cama donde nació. Se dice que en una ocasión
le ofrecieron ser Obispo de Pinar del Río, a lo cual respondió:
Si trasladan el Obispado a Consolación, entonces acepto.
Si fue verdad, no se podía negar que era un consolareño
de pura cepa, como los que todavía yo conocí en mis años
mozos. Monseñor Ruiz murió en La Habana, el 2 de Enero
de 1940.
El 2 de Marzo de 1942, fue consagrado como nuevo obispo, un pinareño,
natural de San Cristóbal, el hasta ese momento Vice Rector del
Seminario San Carlos y San Ambrosio, Monseñor Evelio
Díaz Cía, nacido en 1902, y sacerdote desde 1926. Llegaba
con fama de buen orador, cualidad que supo aprovechar para ponerla al
servicio de la evangelización, y para hacer presente a la Iglesia
en los actos civiles, cuando su buen decir era reclamado.
Muy pequeño de estatura, podía haberse confundido con
un monaguillo, si no es que el solideo lo distinguía como obispo.
De temperamento sereno y de una gran bondad, no poseía las dotes
ejecutivas de su antecesor. Durante los 18 años de su gobierno
episcopal, la diócesis continúa prácticamente con
las mismas estructuras pastorales con que las dejó Monseñor
Ruiz. Fundó la Acción Católica Diocesana en 1946
y los Círculos Campesinos, a cargo del laico Pablo Urquiaga.
Edificó los templos de Candelaria y Los Pinos. En su período
episcopal se construyó el Colegio de las Religiosas del Corazón
de María en San Juan y Martínez y llegaron a la diócesis
las Hijas de la Caridad, llamadas éstas últimas a desempeñar
un hermoso papel de presencia religiosa en la etapa posterior a 1961.
De carácter sencillo se movía a pie por las calles de
la ciudad, y en tren u ómnibus cuando iba a los pueblos. No tuvo
automóvil hasta 1952, cuando la Acción Católica
Pinareña le regaló uno, en ocasión de sus Bodas
de Plata Sacerdotales.
Al final de su episcopado pinareño, le tocó vivir la dictadura
de Batista. Confeccionó la Oración por la Paz, la cual
se rezó en toda Cuba. El 25 de Febrero de 1958 firmaba, con el
resto de los obispos cubanos, la Exhortación del Episcopado Cubano
por el establecimiento de la unidad nacional, a fin de preparar el retorno
de Cuba a la vida política normal.
El 21 de Marzo de 1959, Monseñor Evelio Díaz era nombrado
Obispo Auxiliar de La Habana y Administrador Apostólico del mismo
lugar. En Noviembre era promovido como Arzobispo Coadjutor de La Habana.
Ahora le tocaba una doble tarea para la cual no estaba preparado, porque
tampoco se la imaginaba: la revolución marxista leninista y el
Concilio Vaticano II. De ahí que su episcopado comenzó
a tornarse cada vez más, una cruz, la cual viviría, entre
otras cosas, añorando sus 17 años pinareños. En
Enero de 1970 era aceptada, por motivos de salud, su renuncia a la Sede
habanera. Murió el 21 de Julio de 1984. Sus últimas palabras
fueron: Queridos hijos de Pinar del Río, vuestro prelado
muere, pero yo les doy la paz, al P. Cayetano y a Monseñor Siro,
buenos amigos, hemos compartido alegrías y penas.
La vacante episcopal dejada por el traslado de Monseñor Evelio
a La Habana fue cubierta por Monseñor Manuel Rodríguez
Rozas, sacerdote habanero, párroco de El Cano y Rector del Santuario
Nacional de Jesús Nazareno, en Arroyo Arenas. Había nacido
en 1911, y se había distinguido por ser un cura de pueblo y activo
párroco. Todo Marianao conocía al P. Rozas. Colaboró
con el Movimiento 26 de Julio con el fin de restablecer las libertades
civiles, aplastadas por el gobierno de Batista. La designación
del P. Rozas para ocupar la Sede Episcopal Pinareña, fue una
muestra de la buena voluntad de la Iglesia para el Gobierno Revolucionario
en su segundo año. Ya habían sucedido las primeras desavenencias
entre la Iglesia y el Gobierno, que en ese momento eran pocas y superficiales,
por lo cual la Santa Sede pensó, como vía de solución,
nombrar obispo a un excelente sacerdote, que también simpatizaba
con el proceso revolucionario. Su nombramiento ocurrió el 16
de Enero de 1960 y la ordenación el 27 de Marzo del mismo año
en la Catedral de La Habana. La toma de posesión fue una semana
después, cuando acababa de cumplir las Bodas de Plata Sacerdotales.
Llegaba a Vueltabajo un obispo jocoso, cuentista en el mejor sentido
de la palabra y profundamente sacerdotal. Defensor de sus sacerdotes
hasta lo último. Padre Conciliar en las cuatro sesiones del Concilio
Vaticano II, pero que, como el resto del Episcopado Cubano de la época,
no estuvo preparado para el cambio político más brusco,
rápido y profundo de toda la historia de Cuba: la revolución
marxista leninista. Aquel Episcopado es digno de todo el respeto de
las generaciones posteriores. Aquellos obispos supieron sostener la
fe y la vida de la Iglesia, ante un gobierno que la despojaba velozmente
de la casi totalidad de sus instituciones, organizaciones y personal
pastoral. Ellos eran los primeros que se sentían indefensos.
La emigración comenzaba, y con ello, el vacío en los templos,
provocado por la ausencia de muchos miembros muy bien calificados, a
lo cual se añadía el abandono de las comunidades de muchos
católicos, debido a que se incorporaban al nuevo proceso político,
o por el miedo producido por el aumento de las presiones estatales.
Los obispos de los sesenta y de los setenta fueron profetas de consolación,
cuando ya la política de un estado centralista con una filosofía
atea, les imposibilitaba ser profetas de denuncia. Vivieron y sufrieron,
desde el silencio, el silencio. Y Rozas fue uno de esos obispos. Cansado
y agobiado por la nueva situación, viviendo con una austeridad
ejemplar, su salud se fue deteriorando hasta que, anticipadamente, presentó
su renuncia en 1978.
De su gobierno pastoral quedan los ministros de la palabra, fundados
en 1977, como respuesta a los templos poco atendidos, debido a la escasez
de sacerdotes. También los padres canadienses de las Misiones
Extranjeras y las Misioneras de la Inmaculada Concepción (M.I.C.)
Dios, por otra parte, le dio el consuelo de un presbiterio hermosísimo,
propuesto a los seminaristas como modelo de unidad y fraternidad en
más de una ocasión, por el inolvidable P. Miyares, mi
Rector del Seminario.
Monseñor Rozas murió en el Asilo Santovenia
el 28 de Marzo de 1982, atendido por su anciana madre y un amigo comunista
ateo, que decía: yo no creo en Dios, creo en ese hombre
que está en la cama, y que me salvó la vida en 1958.
El 14 de Enero de 1979 fue ordenado obispo en la Catedral de Matanzas,
el hoy Cardenal Jaime Ortega Alamino. Sacerdote joven, preparado teológicamente
y con fama de haber sido un excelente pastor de jóvenes. El nombramiento
fue recibido con alegría y esperanza, porque el nuevo obispo
venía a poner una inyección de dinamismo a una diócesis
que, en algunos aspectos de la vida pastoral, vivía cierta inercia.
Venía este matancero a una provincia que, para quien les habla
es, físicamente, la región de Cuba más hermosa
que mis ojos hayan visto; llegaba, también, a una preciosa Iglesia
Diocesana.
Un nuevo estilo, más acorde con los cambios conciliares, y con
el despertar por esos años de las diezmadas comunidades católicas
en Cuba, vino, Monseñor Jaime, a imprimir en la Diócesis.
Para ello contó con el formidable presbiterio pinareño
del cual he hablado, y que lo recibió con un cariño y
respeto palpables. A lo anterior se sumó, el laicado de aquel
entonces, constituido en su mayoría por hombres y mujeres a toda
prueba, jóvenes muchos de ellos, que venían trabajando
por la Iglesia con grandes cuotas de sacrificio. Ellos daban a la Iglesia
su tiempo, sus capacidades, su entregado trabajo y su dinero. En mi
ya larga vida eclesial no he encontrado nada igual. El modelo pinareño
no era exclusivo, también en las otras diócesis lo encontrábamos
de igual forma. Como ejemplo de ese laicado, no puedo dejar de citar
en esta noche a alguien, que pudiera ser la muestra de todos los demás
laicos, me refiero a María Josefa Díaz Cruz, fallecida
en 1994. Fefita fue el ejemplo de la fidelidad obediente y sacrificada
a la Iglesia.
Pues bien, el nuevo obispo, su presbiterio y ese laicado modélico,
formaron una comunidad de agentes pastorales, que comenzaron a vivir
una nueva situación eclesial, diferente a la de los años
anteriores: la Iglesia comenzaba a tomar conciencia hecho que
se concretó posteriormente con la REC y el ENEC-, que en medio
de la realidad política del socialismo, debía trabajar
y hacer presente la fe cristiana; por lo que se empezaba a pasar de
una concepción de conservar y mantener las exiguas comunidades
católicas a una concepción de iglesia misionera, deseosa
de hacerse presente en los diferentes ambientes.
La situación eclesial descrita anteriormente fue un momento eclesiológico
importantísimo en la centuria que celebramos, al cual se debe
mirar como ejemplo, de cara al presente y al futuro de esta Iglesia
Diocesana. Monseñor Jaime fue promovido al Arzobispado de La
Habana el 27 de Diciembre de 1981, quedando como Administrador Apostólico
de Pinar del Río hasta la ordenación y toma de posesión
del nuevo obispo.
El 16 de Mayo de 1982, Monseñor José Siro González
Bacallao, sacerdote de aquel presbiterio pinareño al que me he
referido, era ordenado como nuevo Obispo Pinetensis ad Flumen. Aceptaba
el episcopado con un precioso curriculum vitae sacerdotal: párroco
de campo, sencillo, hombre de pueblo, campesino, buen amigo, hombre
de comunión eclesial, obediente y respetuoso de las normas de
la Iglesia, piadoso, devoto de la Virgen, y acompañado de una
alargada sonrisa, heredada de su madre, característica de los
Bacallao. Así lo conocí al final de mi primer año
de seminario, y, desde entonces constituyó un modelo de vida
sacerdotal para mí.
¿Cómo no recordar también en esta noche a todos
los sacerdotes que durante todo este siglo trabajaron por la evangelización
de la diócesis, si tenemos en cuenta que, prácticamente
en los primeros sesenta años todo el peso de la pastoral recayó
sobre ellos?. ¿Cómo olvidar a los que en las difíciles
décadas de los sesenta, setenta y ochenta animaron con su firmeza,
su fe, su amor a la Iglesia y al pueblo, a nuestra gente dolorida y
a unas comunidades cada vez más disminuidas?. Sufrieron la burla,
el desprecio, la discriminación social, hasta de aquellos que,
poco tiempo antes eran sus más cercanos colaboradores o comían
de sus propias manos.
A vuelo de pájaro, recuerdo a los ya muertos como antes dije:
Los primos Mokoroa, vascos, uno en Mantua y otro en La Palma, el Padre
Ricardo Alfonso en Mantua primero y después en San Juan y Martínez,
donde gastó su salud; el Padre Trini, poeta y abogado, catalán
que se desempeñó en Guane y en Guanajay; el catalán
Padre Miret, durante 43 años párroco de San Juan y Martínez,
tan querido que, al comenzar Monseñor Evelio la oración
fúnebre en sus exequias, y decir: Ha muerto vuestro párroco,
se sintió un sollozo general en el templo; el también
catalán Padre Feliú, en Pinar del Río; el Padre
Couce, en Consolación del Sur, infatigable y austero apóstol;
el Padre Martínez en San Luis, con sus aplastantes sentencias,
llenas de sabiduría; el Padre Morejón en San Diego y los
Franciscanos en San Cristóbal, Candelaria y Mariel, con el Padre
Prieto a quien alcancé conocer; el Padre Pellón, en Mantua
primero y después en Artemisa, defendiendo como un león
los derechos de la Iglesia, el misionero jesuita P. Lombotz, que continuó
la obra de los P.P. Ibarguren y Rivera hasta 1960. Son más, olvido
y no cuento a muchos, que están en el recuerdo de sus fieles,
y casi seguro en la presencia de nuestro buen Dios. Pero quedan cuatro
que no puedo dejar de reseñar sus vidas, aunque sea muy someramente.
Sus nombres: Cayetano, Manich, Ojea y Arocha.
El Padre Cayetano llegó con 11 años a Pinar del Río,
procedente de León, España, en el año 1910 y aquí
vivió hasta su muerte el día 5 de Febrero de 1986. Al
día siguiente, su féretro fue llevado en hombros hasta
el cementerio católico. Ejerció el sacerdocio en esta
ciudad durante casi 63 años. Llegó a inculturarse de tal
modo en la vida de ese pueblo, que en una ocasión, cuando Monseñor
Evelio, pasaba por cierta calle, una niña refiriéndose
a él exclamó: ¡Por ahí va el otro Padre Cayetano!.
Refunfuñón en muchas ocasiones, ciertamente que al decir
de Monseñor Siro esa era su cáscara, porque en el fondo
era corazón. Sirvió con fidelidad a cinco de los seis
obispos que ha tenido la Diócesis, de la que era su memoria histórica.
Vivió y murió al pie del cañón como un fiel
soldado de Jesucristo, cumplidor de su deber sagrado, hasta solo unos
días antes de morir.
Jaime Manich, catalán y escolapio con fibra de santo, vivió
en esta ciudad como profesor del colegio, y cuando lo nacionalizaron
se quedó, no para cuidar de cerca la propiedad, sino para servir
a la Diócesis. La pregunta no es ¿Qué hizo el Padre
Manich?, sino, ¿Qué no hizo en esta Diócesis el
Padre Manich?. Hizo de todo: coadjutor, párroco, confesor, director
espiritual, asesor de comisiones diocesanas, organista, operador de
mimeógrafo, encuadernador y secretario, chofer y enfermero del
Obispo. ¿Qué más?. Nadie ha hecho más y
mejor que él en los 18 años que sirvió a tiempo
completo a esta Diócesis. La disponibilidad y la sencillez fueron
las notas de su vida entre nosotros. Murió en La Habana en 1990.
El Padre Claudio, marieleño, Licenciado en Derecho Canónico,
por la Universidad Gregoriana de Roma, fue párroco de Los Palacios,
San Luis y San Cristóbal. Alérgico a los protocolos y
a las complejidades de la vida. Poseía una fina sensibilidad
que lo llevaba a entrar en rápida y vibrante comunión
con el dolor de los demás. Consejero de obispos y sacerdotes.
Amigo. Su obra mayor y más hermosa, la hizo en San Luis. Allí
reconstruyó y remozó el templo, dotándolo de una
auténtica belleza de estilo colonial. Misionero en los campos
y labores de aquel sano campesinado. En una moto recorría asiduamente
los campos de su parroquia, la cual tenía una mayor población
rural que urbana. Como pescador nato pudo introducirse en el ambiente
pesquero de Punta de Cartas para evangelizarlo. Hizo la capilla de ese
lugar, al igual que otras más en los campos sanluiseños.
Murió el 20 de Octubre del 2000.
He dejado para el final al más grande de todos entre obispos
y sacerdotes: Monseñor Guillermo González Arocha, párroco
de Artemisa durante 37 años. No existe en toda la historia de
la Iglesia Cubana, ningún sacerdote que haya hecho más
o igual que él en el terreno social: miembro del Partido Revolucionario
Cubano, Delegado de Maceo en la provincia pinareña durante la
Guerra de Independencia, enlace de mensajes, medicinas y ropas, no de
armas; constructor de albergues para los reconcentrados artemiseños,
defensor de los desvalidos, perseguido y condenado a muerte por Weyler.
En la República, Superintendente de Educación, único
sacerdote que ocupó un sitial en el Congreso de la Nación,
como Representante a la Cámara por la Provincia de Pinar del
Río, durante la primera legislatura republicana, a donde llevó
proyectos sociales y en defensa de la religión. Pedagogo, padre
de los pobres, sacerdote ejemplar, propuesto para obispo por el presidente
Estrada Palma, su vida rezumaba cubanía hasta la última
gota de sangre. Murió siendo Rector del Seminario San Carlos
y San Ambrosio en 1939. Su cuerpo fue llevado desde la Catedral
habanera hasta el Cementerio de Colón en armón de artillería,
con honores de Capitán del Ejército Libertador. Sacerdote
y patriota; en él se fundieron sin confusiones el amor a la Iglesia
y a la Patria.
Conclusión: ¡Qué hermoso es recordar nuestras raíces,
sobre todo cuando son tan nobles!. Ellos, como expresa bellamente el
Canon Romano, nos han precedido en el signo de la fe. Si hoy estamos
aquí, es porque ellos estuvieron antes. Mañana, cuando
celebremos el centenario de la Diócesis, ellos también
estarán presentes en la gloriosa liturgia celestial; y nosotros
por nuestra parte tendremos el gozo de ser el pueblo de Dios que camina
en la construcción de su Reino aquí y ahora, iniciando
el tercer milenio de la Era Cristiana y el segundo siglo de la Diócesis
Pinetensis ad Flumen.