Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003


NUESTRA HISTORIA

 

LOS ORÍGENES DIOCESANOS DE PINETEN AD FLUMEN

GUILLERMO FERNÁNDEZ TOLEDO

Papa León XIII. Retrato realizado por el pintor alemán Franz von Lenbach.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mons. Braulio de Orúe y Vivanco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Manuel Ruiz Rodríguez, segundo Obispo de Pinar del Río.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mons. Evelio Díaz Cía..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mons. Manuel Rodríguez Rozas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Moseñor Jaime Ortega

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Monseñor José Siro González

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


En 1898 un nuevo orden político comenzó a regir en Cuba: los Estados Unidos vencían en la guerra a España y ocupaban nuestra Patria por un período indefinido de tiempo. La Santa Sede comprendió que, ante la nueva situación, se imponía un nuevo orden eclesiástico y quedaba obsoleto el sistema de Patronato regio.(1) El 16 de septiembre de ese año se le encomendó al arzobispo de Nueva Orleans, Mons. Placide Louis La Chapelle, la misión de Delegado Apostólico extraordinario para Cuba y Puerto Rico, y unas semanas después se le dio el mismo encargo con respecto a las Filipinas. Además, la Santa Sede lo nombró su representante ante el Tratado de París, del 10 de diciembre de 1898, tratado a través del cual España cedía sus reclamos sobre Cuba y sus demás colonias de ultramar.
Dos fueron los encargos fundamentales con respecto a Cuba. Primero, resolver el asunto de las propiedades eclesiales: aquellos bienes de la Iglesia que habían sido confiscados por España y por los cuales ésta pagaba una compensación anual para el mantenimiento del culto y los sacerdotes; los Estados Unidos, al ocupar a Cuba, dejaron de pagar dicha anualidad y la Iglesia pedía, en justicia, que se le compraran (en ellas se alojaban oficinas e instituciones públicas), o que, en último caso, se le devolvieran dichas propiedades. Y segundo, una reorganización eclesiástica: la creación de nuevas diócesis y, por lo tanto, la selección de nuevos obispos, con el fin de evangelizar más efectivamente al pueblo que, por múltiples razones, se había alejado de la Iglesia a lo largo del siglo XIX.
Una vez resuelto el asunto de las propiedades eclesiásticas, Chapelle se dio a la tarea de crear las nuevas diócesis de Pinar del Río y Cienfuegos, las cuales serían desprendidas de la diócesis de La Habana.(2) Para ayudarlas económicamente, se contaba con las sumas de dinero que se recibirían por las propiedades confiscadas, ya que el gobierno de ocupación había aceptado comprarlas. Una primera gestión trató sobre las propiedades habaneras, las cuales beneficiarían no sólo a la diócesis de La Habana, sino también a las dos futuras diócesis. Una segunda gestión trataría sobre las propiedades de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, mucho más empobrecida por razones de la guerra de Independencia, y de la cual no se podría desprender ningún territorio, por el momento, para la creación de nuevas diócesis.
Con fecha 26 de junio de 1902, Chapelle comenzó a preparar una carpeta de información que luego enviaría a la Santa Sede, y la cual se conserva aún en el Archivo Secreto del Vaticano.(3) En ella presentaba una relación de la diócesis habanera (extensión, parroquias, instituciones) así como del estado económico de la misma (propiedades, censos y capellanías), y otra relación con respecto a la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, con los mismos datos. Demostraba que la primera estaba en mejor posición económica que la segunda y, por lo tanto, no iba a quedar debilitada, económicamente, por la creación de las dos nuevas diócesis. Chapelle enviaba un mapa donde delimitaba el territorio de los nuevos territorios diocesanos, así como el Proyecto para una nueva Diócesis en Pinar del Río,(4) y el Proyecto para una nueva Diócesis en Cienfuegos.(5) En este artículo me concentraré, como indica el título, en los datos referentes a la primera diócesis.
Según Chapelle, en el proyecto mencionado, la nueva diócesis de Pinar del Río “comprendería todo el territorio que abraza la provincia de su nombre”.(6) Contaba con 173,064 habitantes, localizados en dos ciudades, cuatro villas, 22 pueblos y muchos caseríos, servidos por 23 parroquias, entre las cuales quedaba insertada la de Isla de Pinos, actual Isla de la Juventud. Existía la «necesidad imperiosa» de crear la nueva diócesis debido a la gran distancia que había con La Habana, “y muy especialmente de todos los pueblos que están al oeste de Pinar del Río, algunos de ellos, Guane y Mantua a 60 y 69 leguas; Las Martinas a 70 leguas con caminos muy dificultosos de transitar al extremo que al Cabo de San Antonio no había llegado ningún Señor Obispo hasta el Rdmo. Sr. Santander por el año de 1890. En la misma ciudad de Pinar del Río se han pasado hasta catorce años sin ser visitados por los Prelados”.(7) Dadas las circunstancias geográficas, era “moralmente imposible que el Sr. Obispo de La Habana visite con la debida frecuencia las parroquias de la diócesis que ahora tiene, ni puede vigilar a todo el clero, ni mantener íntegra la disciplina eclesiástica, ni ocuparse de los muchos intereses temporales y necesidades de las iglesias, creadas hoy por las nuevas circunstancias de cambio de Gobierno y modo de ser de la Iglesia separada del Estado”.(8)
El Delegado Apostólico mostraba preocupación ante la gran escasez de parroquias. Los templos existentes eran demasiado pequeños para acoger a todos los fieles y muchos de ellos habían sido dañados o destruidos por la guerra y necesitaban reconstrucción, lo cual entorpecía la acción pastoral con el pueblo. Se esperaba que con la creación de la diócesis y la tutela de un obispo se superarían dichos problemas. La gran mayoría de los pinareños pertenecían a la Iglesia; no se menciona el porcentaje que asistía a misa, sólo que el dos por ciento no se consideraba católico. El protestantismo, con su «terrible propaganda», se comenzaba a sentir debido a la presencia norteamericana. El clero era escaso (16 curas párrocos, dos sacerdotes), pero la creación de la nueva diócesis atraería nuevas vocaciones y los párrocos dispondrían de lo suficiente para el culto divino y sustento diario. Y proponía la ciudad de Pinar del Río como sede episcopal “porque esta es la principal de toda la provincia, por lo que es la Capital de ella, porque está situada en el punto más céntrico, en comunicación más fácil que otra con las demás parroquias y pueblos del territorio. En ella residen todas las autoridades principales de la Provincia Civil y posee la mejor iglesia de todas las otras parroquias del territorio, á propósito para Iglesia Catedral”.(9)
Chapelle concluía su información con las cartas de méritos y servicios de cuatro sacerdotes considerados idóneos para el episcopado. Las cartas contenían datos personales tomados de los archivos diocesanos y habían sido redactadas por Mons. Francisco de Paula Barnada y Aguilar, arzobispo de Santiago de Cuba, quien era, en esos momentos, administrador apostólico de la diócesis de La Habana. Además, se respondía a un cuestionario de trece preguntas, enviado por la Santa Sede, que abarcaba varios aspectos de la vida de los candidatos: legitimidad de nacimiento, formación, cualidades, idiomas que hablaban, conducta moral, etc., e iba acompañado, también, del parecer que sobre los mismos, tenían los superiores de las órdenes religiosas masculinas presentes en Cuba. Los cuatro sacerdotes en cuestión eran los padres Pedro González Estrada, el norteamericano Buenaventura Broderick, Juan Mignagaray y Braulio de Orúe y Vicanco, quien, desde un principio, se perfiló como el favorito para dirigir la diócesis pinareña. Finalmente, toda la información fue aprobada y firmada por Chapelle y Barnada, y enviada a Roma el 17 de enero de 1903.
Un mes después, el 20 de febrero de 1903, día en que León XIII celebraba su vigésimo quinto aniversario como pastor de la Iglesia Universal, el Papa creó las diócesis Pinetensis ad Flumen y Centumfocensis, con su breve apostólico Actum Praeclare. En palabras de Mons. Chapelle, “en aquel mismo día de universal alegría, lejos de olvidarse de vosotros, se dignó mandar que se expidiesen Letras Apostólicas llenas de divina sabiduría y en las cuales por modo admirable provee a las nuevas necesidades de la Iglesia de esta Isla”.(10) El texto fue promulgado y leído en público el Domingo de Ramos, o sea, el 5 de abril de ese mismo año. Quedaba pendiente, sin embargo, el nombramiento de los obispos para ambas sedes.
La Actum Praeclare es un testimonio importante porque nos deja entrever el «estado de las cosas» en aquellos momentos y la atención que ponía la Iglesia para responder a las «más apremiantes necesidades». Así, León XIII llamaba a los nuevos obispos para que se ocuparan de la “cura de almas y la vigilancia de la casa de Dios”,(11) mostraran “preclara ejemplaridad de buenas obras y consejos de cristiana vida”(12) y resplandecieran «en la doctrina sagrada y profana», que se vieran con frecuencia en «reuniones o conferencias», y formaran adecuadamente a los sacerdotes y futuros sacerdotes para beneficio del pueblo cristiano; pedía que se crearan escuelas de ambos sexos y se pusiera atención a las «buenas ideas y sanas costumbres de los profesores»; que no se descuidaran las corporaciones religiosas “que en la Isla de Cuba existen y tan beneméritas son lo mismo de la Iglesia que de la sociedad”,(13) se establecieran casas religiosas en las poblaciones mayores, y aconsejaba a los eclesiásticos a que no se afiliaran a partido político alguno.
Por último, el Papa dirigía unas palabras al pueblo cubano, haciéndole un llamado a seguir los principios cristianos que se veían amenazados en aquel momento. Los exhortaba “encarecidamente á que se mantengan firmes en la fe de sus mayores [amenazada por el indiferentismo y el protestantismo con su proselitismo activo]; vivan unidos en el vínculo de la paz [inestabilidad en la política]; sean los hijos sumisos a sus padres; estén prontos a oír y ayudar a los sagrados Pastores [anticlericalismo de las clases educadas y la prensa]; acomoden su vida a los preceptos del Evangelio [permisividad sexual y otros vicios]; honren como es debido a las autoridades de la república y «llenen Nuestro gozo profesando unánimes la misma caridad y el mismo pensamiento»”.(14)
A pesar de los informes enviados por Barnada y Chapelle, no se hizo nombramiento episcopal alguno para La Habana (gobernada por un administrador apostólico) ni para Pinar del Río y Cienfuegos. La Sacra Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios se reunió el 13 de junio de 1903, en su sesión 1004, para proveer por las necesidades económicas de las dos nuevas diócesis, pero no fue hasta el 2 de julio, en la sesión 1009, cuando trató el asunto de los nombramientos episcopales. La decisión se retrasó por la enfermedad del Papa. León XIII murió el 20 de julio y un nuevo papa fue electo el 4 de agosto. Una de las primeras acciones de San Pío X fue el nombramiento de González Estrada como obispo de La Habana y el de Orúe y Vivanco como obispo de Pinar del Río. La noticia se dio a conocer en Cuba el 10 de agosto, durante el Te Deum que se cantó en la Catedral de La Habana en Acción de Gracias por la elección del nuevo Papa.(15) No se tomó decisión en cuanto a Cienfuegos, la cual tuvo que permanecer sin pastor por algún tiempo más. Un mes después se hizo el nombramiento de Broderick como auxiliar de González Estrada, ya que para el nombramiento del primero era necesario el consentimiento del segundo. Los nuevos obispos fueron consagrados por el Delegado Chapelle, el 28 de octubre de 1903, en la Catedral de La Habana.
Mons. de Orúe y Vivanco tomó posesión de su sede, en la antigua iglesia de San Rosendo, recién nombrada Catedral, el 18 de noviembre de 1903. Había sido sacerdote por unos 36 años y había servido en varias comunidades de la extensa diócesis habanera. Era, según el parecer del Padre William Jones, superior de los Agustinos, un sacerdote “de los mejores y mejor fama de La Habana”.(16) Mucha era la labor que tenía por delante, sobre todo, el proyecto de crear nuevas parroquias y reconstruir las iglesias que lo necesitaban. También se hacía necesario la construcción de un «palacio episcopal», pues la casa que serviría de residencia al obispo era alquilada y no era lo suficientemente grande para albergar allí, también, las oficinas diocesanas. Pero Mons. Orúe no se encontraba bien de salud. Desde su llegada a Pinar del Río, según su secretario, el P. Eduardo Clara, el obispo tenía un «mal en los pulmones» que lo iba poniendo cada vez peor y, a consecuencia de ello, murió el 22 de octubre de 1904, un mes antes de su primer aniversario como ordinario de Pinar del Río.(17)
La noticia fue informada a Roma por el mismo Padre Clara e, independientemente, por Mons. Barnada, Arzobispo de Santiago de Cuba. En un inventario que había efectuado, junto a dos sacerdotes, Clara informaba que sólo había encontrado 30 pesos entre los efectos personales de Orúe, «ha muerto verdaderamente pobre», y le consultaba a Barnada sobre quién se haría cargo de los gastos del funeral, si la Delegación Apostólica, la cual administraba los bienes eclesiales, o si debía recurrir a la ayuda de los párrocos pinareños. Los gastos habían sumado «setecientos pesos oro» y la Diócesis no poseía dicha cantidad. Chapelle no se encontraba en Cuba y el arzobispo no sabía qué responderle— algo que indica la preminencia que había adquirido el Delegado Apostólico. Finalmente, éste autorizó que los gastos fuesen cubiertos de los fondos de la Iglesia en Cuba.
La Santa Sede nombró al Padre Clara como vicario capitular de Pinar del Río hasta que se hiciera el nombramiento del próximo obispo.(18) El mismo Mons. de Orúe había puesto su confianza en él ya que lo había nombrado párroco de San Luis, y al poco tiempo, secretario personal y fiscal eclesiástico de la Diócesis. Contaba, además, con las simpatías del gobierno civil; el gobernador provincial lo propuso al cargo episcopal a través de un telegrama que le envió al Papa. No obstante, a pesar de sus «reconocidas y públicas virtudes», Clara encontró resistencia por parte de un sacerdote asturiano, el Padre Manuel Menéndez, quien había ejercido, a la llegada de Orúe, el cargo de administrador eclesiástico. Pronto surgieron problemas entre ambos y el obispo se vio en la necesidad de removerlo del cargo, acción que no fue bien vista por Menéndez quien, lleno de resentimientos, abandonó la diócesis y se refugió en La Habana. Los detalles los explicó el mismo Clara en una carta al cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado del Vaticano, quien no se conformó con la opinión de una sola parte e indagó más sobre el asunto.(19) Las quejas habían llegado a Roma a través del Obispo de La Habana, Mons. González Estrada, el cual había tomado partido con Menéndez y se había formado una opinión desfavorable sobre Clara.
Mientras tanto, la sede pinareña seguía vacante. El presidente de la Cámara de Representantes, por su cuenta, envió un telegrama a Roma pidiendo el nombramiento del Padre Luis Mustelier para dicha sede. Pero Mustelier se había hecho «persona non grata» ya que, en el pasado, había antagonizado con el obispo Donato Sabarretti y aspirado, abiertamente, a ser nombrado Obispo de La Habana. La Santa Sede, por su parte, consultó con los obispos cubanos sobre la posibilidad de nombrar un obispo norteamericano para Pinar del Río y les preguntaba si dicho nombramiento sería recibido con agrado por parte del clero y de los fieles. Los obispos respondieron negativamente. González Estrada expresaba que nombrar un americano sería «funesto», ya que a ello se opondrían los miembros de la Cámara y “unos cuantos sacerdotes cubanos mas dados a cuestiones políticas que a seguir el espíritu de su santo ministerio”.(20) Nada habría que temer ni con el «buen clero» ni con los fieles. El Obispo de La Habana recomendaba a dos «cubanos, santos y ejemplares religiosos»: el padre Emilio Hurtado, Jesuita, y el padre Carlos Monteverde, Carmelita Descalzo. “Creo mejor al P. Hurtado, porque el segundo es bastante escrupuloso. No se me oculta la resistencia que pondrá la Compañía [de Jesús], pero la necesidad es tan grande que ella debe hacer un sacrificio por el supremo bien de la Iglesia”.(21) El mismo obispo volvió a escribir al respecto en junio de 1905. Pero en las consultas que hizo la Santa Sede a los respectivos superiores, ambos desaconsejaron el nombramiento. Tanto Hurtado como Monteverde contaban con muy buenas cualidades a su favor, pero, según los superiores, llevaban poco tiempo de ordenados y les faltaba experiencia en los asuntos de gobierno de sus órdenes.(22)
A todo lo anterior se unió la petición que hizo nuestro primer presidente, Don Tomás Estrada Palma, a favor de un pinareño ejemplar, el padre Guillermo González Arocha.(23) La petición, acompañada de otra petición firmada por senadores y diputados cubanos, fue entregada a Broderick, obispo auxiliar de La Habana, quien la llevó consigo a Roma y la entregó en manos de Mons. Pietro Gasparri. La Santa Sede hizo las averiguaciones adecuadas. El arzobispo Barnada estuvo a favor del sacerdote, así como el recién nombrado obispo de Cienfuegos, Aurelio Torres Sanz. También estuvieron a favor los superiores de las principales órdenes religiosas masculinas, los cuales, en su mayoría, dieron muy buena opinión sobre Arocha: el superior de los franciscanos, el vicario provincial dominico, el superior escolapio, el jesuita, y el agustino Jones que, aunque hacía mención del quehacer político de Arocha, aseguraba: “debo decir que según el criterio de muchos católicos de esta ciudad ningún sacerdote debe ocupar un puesto político […] pero ni los que oponen el principio de permitir sacerdotes a elegirse en las Cámaras no han censurado la conducta particular del Padre Arocha quien, en los asuntos que tocan el bien de la Iglesia, siempre se ha portado recto como sacerdote”.(24)
Pero otra cosa expresó el prior carmelita descalzo. Fray Remigio de Santa Teresa, en una carta enviada al obispo González Estrada, el 26 de abril de 1905, decía que el Padre Arocha era «indigno» del episcopado porque I) durante la última guerra “favoreció la insurrección”, y debido a ello fue nombrado a la Cámara, “mientras abandonaba y descuidaba su ministerio parroquial con perjuicio de los fieles”, II) “en las Cámaras ha desacreditado y dejado en mal lugar al Clero por su ignorancia y palabrería sin sustancia”, y III) “es pública voz y fama que es reprobable su vida y conducta moral”.(25) Lo mismo le repetía a Mons. Barnada en una carta del 29 de abril. Debido a ello, y añadiendo otras quejas de tiempos pasados, González Estrada también dio un testimonio negativo sobre Arocha.(26) Torres Sanz expresó muy buena opinión, resaltando sus buenas cualidades y sin saberlo, contradiciendo los puntos que alegaba Estrada en contra del sacerdote.(27) Lo mismo hizo Barnada, pero ante las objeciones presentadas, se limitó con recomendar a otro candidato, el padre Manuel Ruiz Rodríguez, quien era provisor de la Diócesis de Cienfuegos.
Los meses iban pasando y no se tomaba decisión en cuanto al nombramiento episcopal. Los asuntos económicos de Pinar del Río y Cienfuegos sí fueron tema de discusión en varias sesiones de la Sacra Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. Se examinaron proyectos de dotación y se consultó el parecer de los obispos cubanos. La cuestión del nombramiento del nuevo obispo se demoró debido a que, en marzo de 1905, se le pedía a Mons. Chapelle que concluyera su misión como Delegado Apostólico, y regresara a su sede de Nueva Orleans. En abril se escogió un enviado extraordinario, Mons. José Aversa, el cual no llegó a La Habana hasta el 18 de diciembre de ese año, y no fue hecho delegado apostólico, oficialmente, hasta el 25 de mayo de 1906.
En uno de sus primeros informes, con fecha 29 de diciembre de 1905, Mons. Aversa hacía referencia a las «necesidades más urgentes» de Pinar del Río y Cienfuegos, y pedía que se le autorizara retirar fondos de las cuentas existentes de la Iglesia cubana. Torres Sanz recibía la cantidad anual que se le había asignado, pero ésta no le era suficiente para cubrir todos los gastos diocesanos. Una misma cantidad se le había asignado a Pinar del Río pero, debido a que no se había nombrado obispo aún y González Estrada desconfiaba del padre Clara, dicha diócesis no recibía absolutamente nada.(28) En informe del 3 de enero de 1906, el nuevo enviado se concentró en el tema pinareño. Informaba de la visita que le había hecho el padre Clara, de quien no ha recibido mala impresión y juzgaba que, quizás, las acusaciones del obispo Estrada eran algo exageradas. Según Aversa, la situación de la diócesis era «muy penosa» y urgía el nombramiento de un obispo: “Las necesidades de la diócesis son grandísimas. El alma de la población es buena, como aquí; pero reina, en medio de los hombres especialmente el mismo indiferentismo, en materia de religión, que desgraciadamente se nota en La Habana. La instrucción religiosa es deficientísima y el clero no basta absolutamente para todas las necesidades. En toda la diócesis los sacerdotes no llegan a veinte; una veintena de parroquias permanecen sin sacerdote debido a la falta absoluta de sujetos; y muchas de ellas son de una vastidad tal que habrá que dividirlas más tarde o más temprano”.(29) Faltaban, además, órdenes religiosas, tanto de hombres como de mujeres, a diferencia de La Habana, donde sí existía una gran cantidad de ellas.
Debido a la insuficiencia de recursos económicos, Aversa indagó sobre la posibilidad de que el pueblo pinareño aportara al mantenimiento del culto y de los sacerdotes. El Padre Clara le informaba que, debido a las lluvias que habían azotado a Cuba durante los días anteriores (algo insólito en los meses de diciembre y enero), se había perdido el 75% de las cosechas. “Porque toda la riqueza de Pinar del Río se encuentra en la cosecha del tabaco: no existe ninguna otra industria fuera de ésta”.(30) Bajo ese estado de cosas, era imposible pedir la contribución del pueblo. Aversa pedía que se nombrara un obispo lo antes posible, no sólo por su importancia como Pastor de la Iglesia local, sino también porque estando un obispo al frente de la diócesis se podría autorizar la entrega de los fondos económicos. Se oponía al nombramiento de un obispo español o norteamericano, pues dicha acción crearía reacciones adversas en contra de la Iglesia por parte del estado cubano. Después de amplias averiguaciones, Aversa compuso una terna con los nombres de posibles candidatos: el P. Manuel Galí, párroco de Sancti Spíritus, el P. Manuel Ruiz Rodríguez, secretario de la diócesis de Cienfuegos (quien ya había sido recomendado anteriormente por Barnada), y el P. Severiano Saínz, Secretario de la diócesis de La Habana. Se consultó el parecer de los obispos cubanos: González Estrada no estaba a favor de ninguno, mientras que Barnada y Torres recomendaban, como mejor opción, a Ruiz.
Dato curioso: el nombre del Padre González Arocha siguió resonando y, por esa razón, Aversa pidió el parecer de Torres, obispo de Cienfuegos, por quien sentía gran respeto y admiración. El Obispo Torres poseía un gran sentido analítico, el que expresaba de una forma clara y ponderada, como se demuestra en un gran número de cartas del Archivo Vaticano. En carta del 7 de febrero de 1906, Torres expresaba que, durante el año anterior, había enviado una carta a Mons. Barnada dando su «opinión favorable» sobre Arocha, pero que, durante su reciente permanencia en La Habana, había sabido por “confidencias de un Superior de una Orden Religiosa de aquella ciudad que el Pbro. Guillermo González Arocha, en el tiempo en que su cargo de Representante popular le exigía estar en La Habana, hace menos de un año, llevaba relaciones ilícitas con una mujer a quien él retribuía con largueza abonándole los gastos de habitación y otras cosas”.(31) El Obispo se veía en la necesidad, por razones de conciencia, de informar lo que sabía y retirar su apoyo a dicho sacerdote.
No sé exactamente si el Padre Arocha llegó a saber alguna vez sobre las acusaciones en su contra, y si, de saberlas, tuvo la oportunidad de defenderse. Lo cierto es que, una vez concluido su término en la Cámara de Representantes, se retiró de la política y se dedicó por entero, y de forma destacada, a sus funciones sacerdotales. El pueblo siguió reconociendo su obra ejemplarísima. Todavía en 1913, Gonzalo de Quesada, quien era miembro de la Legación de Cuba en Berlín, le escribía una nota al Cardenal Merry del Val pidiéndole que González Arocha fuese nombrado obispo de Pinar del Río.(32) La Santa Sede nunca lo nombró obispo; no obstante, reconoció su labor nombrándolo Camarero Secreto de Su Santidad, en 1919, y luego, Prelado Doméstico de Su Santidad, en 1925. Y los obispos cubanos le confiaron cargos de importancia dentro de la Iglesia cubana; entre ellos, el de Vice-rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio, en 1933.(33) Sin embargo, la acusación en su contra tuvo más peso que el reconocimiento sincero que le hacían sus compañeros y el pueblo. Queda, como tarea para historiadores, esclarecer las acusaciones en contra del padre Arocha.
Por todo lo anterior, el P. Ruiz Rodríguez quedaba como la mejor opción. Según Aversa, en su informe a la Santa Sede, el cual fue presentado en la sesión 1080 de la Sacra Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, con fecha 28 de octubre de 1906: “al frente de la diócesis, hic et nunc, es necesario absolutamente que sea puesto un sacerdote cubano. El único, en el cual se pueda poner la atención en estos momentos, es el sacerdote Luigi [sic] Ruiz, Secretario del Obispo de Cienfuegos y antes Secretario del Obispo de La Habana. No tendrá ahora más de 32 o 33 años de edad. Estudió en los Estados Unidos y aparte de poseer una vasta cultura, es práctico en el gobierno diocesano. Actualmente es también Párroco en Cienfuegos. El Obispo de Monterrey en los Estados Unidos, Mons. Conaty, que en aquel tiempo era Rector de la Universidad [Católica] de Washington, me habló de él con mucha alabanza. El Arzobispo de Santiago de Cuba y el Obispo de Cienfuegos lo consideran muy capaz de gobernar la Diócesis de Pinar del Río. El Obispo de la Habana –creo que por un poco de antipatía personal—es de parecer contrario. Interrogado por mí sobre el motivo por el cual se ha formado ese juicio, Mons. Estrada me ha respondido textualmente e ingenuamente: «no tengo ninguno»”.(34) Añadía Aversa: “Sobre Ruiz no me ha faltado interrogar a los Superiores de las Órdenes religiosas en Cuba y todos me han confirmado ser él el mejor candidato que pueda considerarse ahora. Solamente, han tenido como reserva el motivo de su joven edad; pero es éste un defecto, que, desafortunadamente, pasa rápidamente”.(35)
Y aconsejaba: “Ahora, si la Santa Sede tiene dificuldad en nombrarlo Obispo, es el caso, a mi parecer, de ver si pueda ser nombrado Administrador Apostólico [sin carácter episcopal], confiriéndole al mismo tiempo el título y el honor de Protonotario Apostólico ad instar. En este caso se haría necesario primero explorar el terreno para saber si él estaría dispuesto a aceptar”.(36) La idea de fondo era darle el gobierno de la diócesis como prueba y, si la pasaba, se le nombraría Obispo de Pinar del Río. La Sacra Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, en su sesión 1080, del 28 de octubre de 1906, tomó las sugerencias de Aversa al pie de la letra. Con la aprobación del Papa, se aceptó que el Sac. Manuel Rodríguez Ruiz fuera nombrarlo Administrador Apostólico, sin carácter episcopal, haciéndolo, a la vez, Protonotario Apostólico de la diócesis pinareña.
La tarea de «explorar el terreno» le fue dada a Torres, debido a que era su obispo y ejercía gran influencia sobre Ruiz. Unos días después, Torres le informó a Aversa que el sacerdote había rechazado el cargo. El Delegado Apostólico informó a Roma que “este rechazo no procedía –como a primera vista se podría suponer—por un motivo de despecho, como que se hubiera indignado Ruiz porque se le diera el cargo de Administrador Apostólico, en vez del cargo definitivo de Obispo. Al contrario: el rechazo procedía de sentimientos que me han aumentado la estima por el joven sacerdote. El decía, en resumen, que el sacrificio que se le pedía era superior a sus fuerzas”.(37) Las razones que daba se basaban en la gran desorganización existente en la diócesis pinareña y de que no era él la persona adecuada para el encargo. “Se ha formado en torno a mi persona –decía él—y sin que yo haya puesto nada de mi parte, una leyenda, como si yo fuera algo extraordinario”.(38) Pero el Delegado Apostólico no estaba de acuerdo con esa opinión. Pronto se reunió con el candidato y, tal como lo había expresado Torres, Ruiz se mantuvo firme en su negativa. Aversa no se dio por vencido y siguió pidiendo la intercesión de Torres para que éste le hiciera saber al sacerdote que no era él, precisamente, la persona más competente para juzgar acerca de sus dotes de gobierno, y que con dicha actitud se oponía “a la voluntad del Santo Padre, y que a la larga, le creaba aprietos y obstáculos a la Santa Sede, y prejuicio a los intereses de la Iglesia”.(39) Aversa pidió también la intervención del arzobispo Barnada, quien le escribió a Ruiz para animarlo a aceptar. Ante tanta presión, Ruiz Rodríguez terminó aceptando. Mons. Torres escribió una nota, redactada por él mismo a pedido de Ruiz, la cual envió al Delegado Apostólico: “El Sac. Manuel Ruiz verá con profundísimo dolor su nombramiento como Administrador Apostólico de Pinar del Río; pero como no es su intención la de crearle obstáculos y conflictos a la Iglesia, se someterá y aceptará las decisiones de la Santa Sede”.(40) Aversa estaba seguro que se había hecho la selección correcta. No sólo eso—tan impresionado había quedado que, en carta del 8 de enero de 1907, proponía que Ruiz fuese nombrado obispo inmediatamente, pasando por alto los pasos preliminares que había propuesto, en bien de la diócesis de Pinar del Río. La propuesta fue aceptada y se decidió a favor de Ruiz durante la sesión 1083/VI de la Sacra Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, el 3 de febrero de 1907.
Unos días después, Aversa recibía un telegrama con la información oficial. En su carta a la Santa Sede, fechada el 23 de febrero de 1907, decía que se había apresurado a darle la noticia al recién electo. Ruiz se demoró seis días en contestar, y cuando lo hizo fue para pedirle a Aversa “que le hiciera llegar al Santo Padre sus más sentidos agradecimientos [sic], y con los mismos también –contra toda expectativa—su renuncia por el «pesante» cargo”.(41) Los motivos eran los mismos que los que había expresado anteriormente y, una vez más, no dejaron de impresionar a Aversa, empeñado a toda costa en que el joven sacerdote aceptara el puesto—estaba más que convencido de que era la persona ideal para el mismo. Por esa razón, le respondió en «términos paternales» pero fuertes: “no aceptaba su encargo de enviar la renuncia a Roma y que, el Santo Padre, habiendo decidido después de largo y maduro examen, le imponía a Aversa en nombre de Su Santidad que obedeciera y aceptara el peso del Episcopado sin ninguna respuesta posterior”.(42) Lo invitaba a La Habana para que hiciera la «profesión de fe» y comenzar todo el proceso canónico necesario. Aversa temía que Ruiz mandara su renuncia a Roma por cualquier otro medio, pero estaba dispuesto, en dicho caso, a que no se tomara en cuenta su deseo, sino el bien de la Iglesia en Cuba. En carta del 7 de marzo de 1907, Aversa informaba que, finalmente, el padre Ruiz había aceptado el cargo y pedía permiso para prestarle el dinero necesario para todos los gastos de la ordenación, ya que su situación económica no era la más «florida».
La noticia debió darse a conocer el 18 de abril de 1907. Aversa pedía que la ordenación se celebrara el 1 de mayo, ya que después de esa fecha se comenzaba a sentir más el calor en Cuba y la “consagración episcopal en estos países se convertiría en un verdadero martirio para el consagrando y el consagrador”.(43) Por razones que desconozco, la sugerencia no se tomó en cuenta. Mons. Ruiz fue consagrado el 11 de junio en la catedral de Cienfuegos y un mes después, el 10 de julio, tomó posesión de su diócesis. No defraudó las expectativas del Delegado Apostólico. Una vez en Pinar del Río se dio a la tarea de reparar y construir iglesias, comenzando con la restauración de la misma catedral de San Rosendo. Fue un gran prelado, preocupado siempre del bien espiritual y material de la grey que se le había encomendado. En el Archivo Vaticano se conservan varios de sus escritos, así como las relaciones ad-limina sobre la diócesis pinareña, una de 1914 y la otra de 1919, ambas en latín; las posteriores aun no se encuentran disponibles a los historiadores. Mons. Ruiz Rodríguez fue obispo de Pinar del Río hasta 1925, cuando fue nombrado primer arzobispo de La Habana. A pesar de la carga mayor que el nuevo nombramiento suponía, continuó siendo administrador apostólico de su querida diócesis de Pinar del Río hasta el día de su muerte, el 3 de enero de 1940.

Referencias
1) A través de la bula Universalis Ecclesiae, del 28 de julio de 1508, Julio II (1503-1513) le concedía a los reyes de Castilla el privilegio de establecer y mantener la Iglesia en los nuevos territorios americanos.
2) La idea ya había sido propuesta, a finales de 1895, por Mons. Manuel Santander y Frutos, obispo de La Habana (1887-1899), alegando la gran extensión del territorio diocesano.
3) Archivio Segreto Vaticano, Segr. Stato, Affari Eccl., “Spagna”, Fasc 363, 1-16, 38-70.
4) Ibid., 54-61.
5) Ibid., 62-70.
6) Ibid., 55.
7) Ibid., 57-58.
8) Ibid., 59. Aunque hoy en día se defienda, generalmente, el principio de la separación entre Iglesia y Estado, no era así la situación a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Según el pensar eclesiástico de entonces, todo poder venía de Dios y era administrado por la Iglesia y el estado en cercana colaboración, pre-valeciendo el primero sobre el segundo.
9) Ibid., 61.
10) “Introducción”, en Breve Apostólico «Actum Praeclare» SS. D. N. Leonis PP. XIII (Avanae: Apud Ram-bla & Bouza Typographos, MCMIII), 1.
11) Actum Praeclare (en su traducción oficial al español), 5.
12) Ibid.
13) Ibid., 8.
14) Ibid., 10.
15) “«Te Deum» en la Catedral”, en el Diario de la Marina, 10 agosto 1903, edición de la tarde, 2. El nombramiento de Estrada y de Orúe se hizo el día 7 de agosto de 1903, dos días antes de ser consagrado Pío X. De acuerdo al canon 332 del Derecho Canónico actual, el Papa recibe la autoridad suprema sobre toda la Iglesia desde el mismo momento de su elección y libre aceptación del cargo; lo mismo se estipulaba en el Código de Derecho Canónico de 1917, lo cual nos lleva a suponer que era la regla común en la Iglesia antes de ese año.
16) Testimonio sin destinatario ni fecha, donde se añade el comentario del Padre Tomás Rodríguez, general de los agustinos, quien avalaba la credibilidad del Padre Jones y lo enviaba a la Secretaría de Estado; ASV, Segr. Stato, Affari Eccl., “Spagna”, fasc. 391, 10. Una misma opinión positiva sobre de Orúe y Vivanco fue expresada por Mons. Santander y Frutos, ex obispo de la Habana (1887-1899), en un informe a dicha secretaría; ibid., 55-58.
17) ASV, Segr. Stato, Affari Eccl., “Spagna, Filippine, Cuba, Porto Rico”, Fasc. 534, 8-9. El fascículo 534 recoge, exclusivamente, documentos relacionados con la diócesis de Pinar del Río.
18) Ibid.
19) Ibid., 14-16.
20) Ibid., 19.
21) Ibid.
22) Ibid., 24-25.
23) Ibid., 30. Expresaba nuestro primer presidente, “que llegue a conocimiento de S.S. el Sumo Pontífice, cuan grande sería la satisfacción para nuestro pueblo si la Diócesis vacante de Pinar del Río la ocupase un sacerdote cubano, ya que los hay, como el ilustrado y virtuoso Pbro. Guillermo F. [sic] Arocha, dotados de altas condiciones de moralidad, de rectitud e inteligencia, capaces por lo tanto de ejercer el sagrado ministerio de Obispo Diocesano, con gran prestigio para la Iglesia y provecho espiritual para el pueblo pinareño”. El subrayado es mío; Estrada Palma desmentía el rumor generalizado de que no había sacerdote cubano lo suficientemente bueno y preparado para ejercer el cargo episcopal.
24) Carta de Jones a González Estrada, 6 mayo 1905, ibid., 48-49; lo mismo le aseguraba al arzobispo Ba-nada, en carta con la misma fecha, ibid., 62-63.
25) Ibid., 39-40. Fray Remigio de Santa Teresa era vasco, y se percibe en su correspondencia cierto desdén hacia Arocha debido a sus convicciones separatistas. ¿Reflejaba el prior carmelita el recelo y la discordia existentes en esa época entre los sacerdotes españoles y los sacerdotes cubanos por cuestiones políticas? Existe suficiente documentación para afirmar que dicha situación de discordia era real.
26) Ibid., 34-37. En su carta al cardenal Merry del Val, secretario de estado, González Estrada afirmaba que desde el seminario, Arocha se había caracterizado por una «actitud siempre díscola y de oposición a los superiores», y que una vez ordenado al sacerdocio «en nada se significó»; estaba más interesado en la política, y para dedicarse a ella había descuidado su ministerio sacerdotal. Añade que, siendo obispo de La Habana, Mons. Sabarretti «deseó conferirle los más honrosos puestos»; dato que resulta contradictorio, pues es ilógico que dicho obispo, con toda su experiencia eclesiástica y diplomática, hubiese querido poner en «los más honrosos puestos» a un sacerdote que no se hubiese distinguido en su ministerio. Continúa diciendo, entre otras cosas, que Sabarretti “tuvo que desistir porque recibió en pago las más negras ingratitudes y las traiciones más inconcebibles, solo porque dicho Sr. Obispo era extranjero [sic]”. En verdad, Arocha había firmado, junto a otros sacerdotes cubanos, la proclama «Protesta y Adhesión» en contra del nombramiento del obispo Sabarretti, algo que, sin duda alguna, tuvo que haber desagradado a las altas autoridades eclesiales. Estrada lo acusaba, además, de haber tomado partido con el Padre Clara, después de la muerte de Orúe y Vivanco, y de haber escrito a Roma para informar en contra del Padre Menéndez, “que ha hecho un bien inmenso a la Iglesia de Pinar del Río y que por ser de naturalidad española se le ha perseguido y espulsado [sic] de aquella Diócesis”.
27 Ibid., 66-68. Según Torres, “durante sus estudios reveló gran independencia y rectitud de carácter, no dejándose arredrar por nada ni por nadie, censurando aquello que a su juicio era censurable, aun en aquellos de sus superiores de quienes dependía su porvenir sacerdotal, indicándoles, con franqueza que hubiera podido serle perjudical, los defectos de administración que había en el Seminario. Dado el rigor y la oposición que entonces existía hacia determinada clase de alumnos [¿por desear la separación de España?] en el Seminario de La Habana, esta conducta de González Arocha no fue obstáculo para su ordenación, reconociendo así en él rectitud de miras é intenciones sanas. Su carácter, por consiguiente, puede definirse de este modo: rectitud de intención, inflexibilidad, ningún respeto humano y energía que raya á veces en violencia y á veces se deja regular por la experiencia adquirida de las cosas y de los hombres”. En cuanto a la experiencia con Mons. Sabarretti, Torres afirmaba que dicho obispo “quiso hacerle Secretario del Obispado y no pudo conseguirlo por la diferencia de criterio que sustentaba, y así se lo expuso con toda franqueza”.
28) Ibid., fasc. 540, 30.
29) Ibid., fasc. 538, 5.
30) Ibid., 6.
31) Ibid., 29. Torres se refería a la Orden de los Carmelitas Descalzos, orden a la cual él mismo había pertenecido antes de ser nombrado Obispo de Cienfuegos.
32) ASV, Segr. Stato, pro. 65272, rub. 4, fasc. 4, f. 7. La nota, escrita a mano, con fecha 16 de abril de 1913, incluía una larga nota biográfica mecanografiada sobre González Arocha.
33) Debo estos datos al padre Antonio Rodríguez Díaz, actual párroco de Artemisa, quien expuso “La Obra Social del Padre Guillermo González Arocha” durante el IV Encuentro Nacional de Historia, celebrado en Camagüey, del 6 al 9 de junio de 2002.
34) ASV, Segr. Stato, Affari Eccl., “Spagna, Filippine, Cuba, Porto Rico”, Fasc. 540, 4.
35) Ibid., 4-5.
36) Ibid., 5.
37) Ibid., fasc. 541, 80a-80r.
38) Ibid., 80r.
39) Ibid.
40) Ibid.
41) Ibid., 86.
42) Ibid., 86a-86r.
43) Ibid., 88.


 

 

Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003
Guillermo Fernández Toledo
- Nació en 1960 en Santa Clara; emigró en 1971.
- “Bachelor” en Filosofía, 1984, St. John Vianney College Seminary, Miami, Florida.
- “Master” en Teología, 1988, St. Vincent de Paul Regional Seminary, Boynton Beach, Florida.
- “Licencia” en Historia Eclesiástica, 2001, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma.
- Actualmente, escribe su tesis doctoral en Historia Eclesiástica sobre el tema “La Iglesia en Cuba durante los primeros veinte años del siglo XX”.
- Es profesor de Teología e Historia Eclesiástica en el SEPI (Southeast Pastoral Institute), y en el Colegio
Belén de Miami, Florida.