Agradezco a Mons. Pedro Meurice la invitación
a participar en esta celebración, y con su venia me dirijo a
ustedes, hermanas y hermanos.
Nuestra veneración al Siervo de Dios Padre Félix Varela,
al Patriota Entero, como lo llamara José Martí,
al Santo Cubano, como lo llamaran los miembros de la filial
del Partido Revolucionario Cubano fundada en San Agustín de La
Florida, nos convoca en esta noche en la que recordamos los 150 años
de su muerte. Es ésta, ocasión propicia para mirar con
detenimiento a la misma persona del P. Varela.
El P. Varela fue un hombre de sostenida actitud congregante y participativa.
De él tenemos que aprender mucho los sacerdotes cubanos. Junto
al P. Varela nadie sentía temor, a pesar de que todos reconocían
por él admiración y respeto. Junto a él se sentían
bien los de altos vuelos y los sencillos. Junto a él todos se
sentían llamados a ser mejores.
El P. Varela fue un hombre de amplios horizontes. Por eso su sacerdocio
no fue cerrado, sino con el estilo abierto de Jesús de Nazaret.
Por eso pudo ser sacerdotalmente maestro, fundador de la Sociedad Filarmónica,
miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, poeta,
escritor, violinista, predicador, diputado, periodista, asesor teológico,
visitador de enfermos, catequista, confesor, cura de parroquia, vicario
General, fundador de escuelas parroquiales, creches, seminternados,
bibliotecas circulantes, asociación de mujeres costureras, asociación
contra el alcoholismo, defensor de los indios norteamericanos. Cuando
los sacerdotes cubanos de hoy nos sintamos perplejos ante tanta variedad
de solicitaciones pastorales que se nos presentan, sírvanos de
ejemplo esta figura sacerdotal para animarnos a ser como Jesús
de Nazaret, el Buen Pastor.
Esta amplitud de horizontes del P. Varela debería cuestionar
también a todos aquellos estudiosos que tienen un solo foco de
interés y se desentienden de todo lo demás que nos enriquece
como personas.
El P. Varela se alarmó ante la situación de la juventud
habanera de su tiempo. Le constaba que aquellos jóvenes eran
inexactos, precipitados, propensos a afirmar o a negar cualquier cosa
sólo porque se lo dicen, llenos de nomenclaturas vagas sin entender
una palabra de ellas, costaba un trabajo inmenso hacerlos entender porque
estaban habituados a repetir de memoria. Infelizmente, la situación
no ha mejorado mucho. ¿Cuál es la situación hoy?
En abril de 1998 mi hermano Carlos la describía expresando que
un joven graduado de la enseñanza preuniversitaria apenas tiene
conocimientos elementales o nulos de las materias del pensum académico.
Posteriormente adquieren conocimientos aceptables en ciencias exactas,
tecnología o humanidades, según la rama del conocimiento
que cursen. Pero quienes se inscriben en facultades de ciencias exactas
o de tecnología quedan en ayunas en relación con la cultura
general o con las humanidades. Son esos profesionales que son
incapaces de leer un buen libro de otra materia que no sea la propia
de su carrera, que nunca han puesto el pie en un teatro, que no saben
discernir cuál es el buen cine del que no lo es, ni son capaces
de situar un personaje en su contexto histórico.
Ante el hecho de aprender a repetir lo que le dicen a uno aunque no
se entienda, ante el hecho de repetir de memoria lo que el maestro dice,
ante el hecho de saber de una cosa y estar en ayunas de las demás,
el P. Varela, maestro con su quehacer pedagógico y con su ejemplo,
nos dice que hay que aprender a pensar bien y hay que tener el más
amplio abanico posible de intereses y de conocimientos enriquecedores
de la persona humana. Él fue un convencido de que la persona
humana no se forma escuchando siempre la misma y única sinfonía.
Persona humana a la que el P. Varela también quería cristiana,
por eso propone la fe como se debe hacer, nunca la impone.
Se ha dicho con razón, que el obispo Espada indicó al
P. Varela que barriera en el Seminario. Y así lo hizo: barrió
con todo lo que no sirviera y se quedó con lo que para él
era lo más importante: la búsqueda de la verdad y la práctica
de la virtud. Buscando la verdad virtuosamente, los elpidios de ayer
y de hoy están en el camino de ser humanos cristianos.
Destaca también en el P. Varela su capacidad de comprensión
y tolerancia, incluso en sus polémicas con cristianos de otras
confesiones Sólo cuando se convenció de que Cuba no podía
esperar nada bueno de España por otras vías fue que habló
de guerra. Y cuando se dio cuenta de que la independencia no era aún
posible, no se desalentó sino que se dedicó a lo que sí
era posible en aquellas circunstancias: formar hombres para la independencia
y para la democracia, pues para él la democracia es el sistema
que mejor conviene a la persona humana. El P. Varela nos convoca a desterrar
de nosotros la apatía, el desánimo o el alejamiento interno
o externo del país y a encontrar lo que es posible hacer ahora
para un futuro mejor.
Entre los varios asuntos que el P. Varela trata en Cartas a Elpidio
está el de las relaciones de la Iglesia con el Estado. Es partidario
de la separación de ambos. Y también refiriéndose
a estas relaciones expresa con brillante sencillez: Queda la Iglesia
oprimida cuando se considera más privilegiada. Ciertamente
la Iglesia tiene derecho a tener espacio en la sociedad para poder realizar
adecuadamente su misión. Pero pueden darse situaciones en las
que la Iglesia no debe ocuparse primordialmente de su espacio de libertad,
sino del espacio de libertad y de vida de todo el pueblo. En situación
de opresión y de grave necesidad en una nación, buscar
su propio espacio sin mirar primero el de todos, ¿será
acaso buscar privilegio?
Hermanas y hermanos: El P. Varela tuvo la oportunidad de permanecer
en La Habana como brillante sacerdote y profesor. No obstante su ojo
miope, no fue miope para mirar la necesidad de su país y pasar
de largo junto a él. El P. Varela, como el Señor, fue
buen samaritano para el pueblo cubano. Supo desprogramarse para atender
al pueblo cubano herido y a la orilla del camino. Sí, a la orilla,
es decir, marginado del camino de la vida. Y no fue tacaño en
el esfuerzo por realizar su tarea y su vocación, no fue tacaño
en cooperar con la gracia de Dios. El P. Varela, como sacerdote de luz,
practicó la justicia, amó con ternura y caminó
humildemente con Dios. Así se presentó hace 150 años
ante el Padre. Él corrió bien su carrera.
Pienso que recordar y venerar al P. Varela y no comprometerse sacrificadamente
con la libertad y el bienestar de Cuba y con la misión de la
Iglesia es no haber entendido al P. Varela.
No le deshonremos el nombre.