Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003


PATRIMONIO CULTURAL

 

«SOPLO DE MI BARRO»:
UNA LECTURA CRISITIANA DE LA POESÍA DE DULCE MARÍA LOYNAZ

MELBA ANCIANO GÓMEZ

 

 

Dulce María Loynaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Leyendo la poesía de Dulce María Loynaz llamó mi atención el Poema XCVII donde emplea la expresión Soplo de mi barro para invocar a Dios.
Esta imagen poética que parece ser tan original en la Loynaz la encontramos en el primer libro de la Biblia. La idea de un Creador, que con manos de artista hace al hombre del barro y sopla sobre él su Espíritu, forma parte de una antropología bíblica que tanto el autor sagrado como la poetisa cubana utilizan. Ya sea con la intención de comunicar que Dios es el Creador del hombre y que lo hizo a imagen y semejanza suya, o ya sea para reconocerlo como parte indispensable de nuestra vida.

Origen de la expresión
En el Pentateuco, cuatro tradiciones diferentes(1) narran los acontecimientos más importantes del pueblo judío. Cada una con diversos matices adornan y enriquecen la historia de sus antepasados. Dulce María al decirle Soplo de mi Barro a Dios, pone su mirada en Génesis 2,7:
“Entonces Yhavé Dios formó al hombre del polvo del
suelo, e infundió en sus narices aliento de vida, y
resultó el hombre un ser viviente”.

Los versículos citados pertenecen a la más antigua de esas tradiciones que lleva el nombre de Yhavista, en la cual el escritor sagrado emplea el vocablo Yhavé al referirse a Dios, que a su vez, nos remite a un Dios salvador, que se compromete a caminar con su pueblo.
El lenguaje figurado, sencillo y popular de este texto sin duda atrajo la atención de la poetisa cubana, quien se recreó en el colorido, pintoresco y vivo estilo Yhavista. Por eso en el poema LXIX, la autora se apodera una vez más de la imagen que el autor sagrado nos ofrece para dialogar con un OTRO, a quien califica soplo de su arcilla en total actitud de agradecimiento:
Porque me amas más por mi arcilla que por mi flor,; porque más pronto hallo tu brazo cuando desfallezco que cuando me levanto; porque sigues mis ojos a donde nadie se atrevió a seguirlos y regresas con ellos amansados, a salvo de alimañas y pedriscos, eres para siempre el pastor de mis ojos, la lumbre de mi casa, el soplo vivo de mi arcilla.(2)
¿Quién es ese que la ama por su arcilla y no por su flor?. ¿Quién puede tenderle el brazo más pronto cuando desfallece que cuando se levanta? Únicamente un amor sin límites puede dar respuesta a estas interrogantes. Tal vez Dios o alguien comparable con Él merece que Dulce María lo llame soplo de su arcilla.
Homologar a Dios con un alfarero que hace al hombre del barro y le entrega su aliento es hacer poesía a través del símbolo. El primer hombre que Dios creó se llamó Adán (adamah) que significa tierra.
Cuando se dice Dios creó al hombre del barro se afirma algo que se percibe a simple vista. La muerte, por ejemplo, revela al biblista el dato de pertenecer al polvo. Toda persona al morir se desintegra hasta convertirse en polvo de la tierra. La muerte también habla de ese último aliento que exhalamos antes de morir confirmando que somos algo más que materia. La conclusión entonces es que estamos hechos de tierra, pero tierra animada, porque un soplo o fuerza impulsora puso el Creador dentro de nosotros.
Tener vida es igual a poseer aliento divino. La materialidad humana se convierte en materia animada para el hagiógrafo, quien logrará comunicar a Dulce María que somos barro animado por el soplo de Dios al salir de sus manos.
Para mí, Señor, no es necesario el Miércoles de Ceniza, porque ni un solo día de la semana me olvido de que fui barro en tus manos.
Y lo único que realmente necesito es que no te olvides Tú...(3)

Soplo y Barro en la antropología bíblica

En la Sagrada Escritura el barro es símbolo de fragilidad y debilidad. Se identifica con el cuerpo, la carne, la materia y la vitalidad orgánica. El término hebreo es basar. Su connotación no se reduce sólo a la materialidad, sino que denota al ser viviente en su totalidad. Cuando la Biblia habla del hombre lo hace pensando en todo él, por eso, la expresión que se utiliza para referirse a todo hombre es Kol basar.
En la poesía de la Premio Cervantes 1992 está muy de manifiesto esta antropología bíblica. Al igual que el escritor bíblico, Dulce María se siente creatura de Dios, se sabe fango en sus manos y no se cansa de afirmarlo aunque la soberbia se apodere de ella:
Señor, puesto que soy fango en tu mano
déjame ser lo que soy, en paz.
Guárdate tu cielo azul y tus estrellas; guarda tu
luz, tus ángeles, tus llamas, soy fango nada
más y no me soples.(4)
En esta ocasión no se le escuchará el tono piadoso que le hace emplear el vocativo soplo de mi barro sino más bien irreverente donde comunica a Dios su conformidad de ser un sujeto limitado y dispuesto a prescindir de su promesa salvadora.
Metiéndonos un poco más en la exégesis bíblica encontraremos el término nefes y ruah para referirse al hombre. Ambos se traducen por aliento, soplo, alma, Espíritu de Dios.
La nefes es el espíritu inmanente al ser humano y significa alma, por lo que hay que decir que es el dinamismo inmanente que anima el cuerpo humano, dotándolo de personalidad e idiosincrasia. No es posible reducir este término al plano espiritual, pues lo corpóreo se relaciona de igual manera con la nefes.
Ruah en principio significa brisa, viento, pero estos sinónimos más que aportar un simple nombre, tienen un fuerte contenido teológico. La ruah es el aliento que trasciende al ser humano y nos remite propiamente al Espíritu de Dios. La ruah es una donación de Dios para el hombre, la respiración que sale del Creador y llega hasta el sujeto creado para darle vida plena.
Es maravilloso encontrar la analogía que hace Dulce María en uno de sus poemas cuando habla de ese aliento divino:
Pienso que la neblina es acaso el aliento
de Dios soplando el alba, empañando el paisaje...
¡No me lo rompas, sol! ¡No me lo lleves, viento!
Dejad que Dios respire junto a mí.(5)
Respirar junto a Dios es desear al mismo tiempo la eternidad.

El alma en Dulce María como expresión del soplo de Dios

Para Dulce María soplo también significa alma. El dinamismo inmanente que en la Biblia se traduce por nefes tiene en la poetisa un contenido divino, pero humano a la vez. En ella la palabra alma sufre ese proceso dualista que representó el neoplatonismo y del que se hizo eco el cristianismo.
Una revisión de los primeros poemas que ella hiciera, aquellos que desecha por considerarlos como malos, nos reafirman cuán importante es el sustantivo alma en su poesía desde un inicio. Expresiones como: “tengo la noche clavada en el alma” o “¡Brumosa y triste como el alma mía!” ponen de manifiesto el tono melancólico y solitario que le acompaña hasta su muerte.
En otras ocasiones el alma será el lugar de los sentimientos, de ahí que tenga versos como: “¡Adoro esos días sin ruidos y sin sol, / sin aves en el cielo, las nubes en calma, / llenos de nostalgias, recuerdos y sueños, / que en giros confusos invaden el alma!”.
Dulce María reconoce que el alma es el centro de los sueños, de los ideales y en especial del amor. En el poema que le dedica a Gustavo Adolfo Bécquer nos muestra este criterio al escribir: “tu gran alma buscó la fresca fuente/ donde saciar tu noble sed ardiente/ de ideales y de amor, nunca extinguida”. Y en el que titula El amor y yo vuelve sobre lo mismo cuando dice: “el amor es fuente/ donde apaga el alma ardiente/ su sed jamás extinguida”(6)
El amor en ella nunca estará ausente y al estilo de San Pablo posee la supremacía. Hay que afirmar entonces que lleva junto a su estirpe de cubana la huella indeleble de la fe cristiana punto de partida donde construye su propio concepto de alma.
Dulce María destaca en su obra la existencia de un contacto con la Sagrada Escritura y la Religión Católica, que favorece su espíritu de escritora, la convierte en una mujer de intensos sentimientos y la hace sensible a una de las virtudes teologales que señalábamos antes: el amor. De ahí que en el Poema XXVI comienza: “Por su amor conocerás al hombre. El hombre es el fruto natural, el más suyo, el más liberado de su ambiente” y termina: “Pero sólo el amor revela –como a un galope de luz- la hermosura de un alma”.
Dulce María también se muestra cercana a la vida de los santos: se sabe que gustaba de la lectura de biografías, entre la que se destaca Confesiones de San Agustín. Conocedora de la vida y obra del santo, no es casual que la poetisa también establezca cierta dicotomía al describir su alma.
La visión agustiniana tuvo que influir en la escritora de Poemas sin nombre. Su postura frente a la noción del alma y cuerpo tiene el influjo del neoplatonismo, que con seguridad le viene no tanto por sus estudios filosóficos, sino por el contacto con el cristianismo. Recordemos que la teología cristiana se identificó inicialmente con la postura neoplatónica.
En el Poema LXXXIV la poetisa nos dice: Soy la prisionera de este pequeño cuerpo que me dieron, y he de permanecer en él, sin saber por qué causa ni por qué tiempo... Aquí Dulce María se manifiesta con ese dualismo neoplatónico descrito momentos antes, muy próxima a la mística cristiana del siglo XV, Santa Teresa de Ávila, quien refiriéndose a su cuerpo, exclama de manera muy parecida: “¡Ay, qué larga esta vida/ ¡Qué duros estos destierros,/ esta cárcel, estos hierros/ en que el alma está metida!”(7)
El dualismo que la Loynaz maneja en su obra también ha de verse como un elemento que le sirve para expresar sus contradicciones interiores, reflejo a su vez de su condición humana.
En el Poema IV para manifestar su antagónica personalidad, invierte el orden lógico al presentar un cuerpo prisionero del alma en vez de un alma prisionera del cuerpo.
La poetisa pone al descubierto su paradoja rebelde-dócil, su contradictoria manera de ser y para esto también se sirve de dos personajes bíblicos, dos mujeres, que ilustran con claridad su antinomia: las elegidas son Marta y María, las hermanas de Lázaro.
Cuenta el Evangelio que en una visita que Jesús hizo a Marta y María, la segunda se mantuvo todo el tiempo a su escucha, mientras la primera trabajaba en los quehaceres de la casa. Sintiéndose agotada y sin ayuda ésta reprochó la falta de solidaridad de María, que permanecía inmóvil ante el Maestro. “¿Señor no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile pues, que me ayude”... Con esta actitud Marta se convierte en la hermana hacendosa, que sirve; pero que se rebela algo celosa ante la inmovilidad de su hermana.
El evangelista Lucas en el capítulo 10 versículos 36 al 42, ha querido señalar que los caracteres de cada una de las hermanas se complementan en la vida de una misma persona, puesto que son actitudes propias de la fe. María es contemplativa, callada y la que supo elegir lo mejor de aquel encuentro con el Señor. En cambio Marta se preocupa excesivamente porque las cosas del hogar estén hechas, lo que le provoca esa salida impulsiva. Ahora bien una cosa si es cierta: una y otra han querido agradar al visitante de la manera que han creído mejor.
Marta y María sirven a la poetisa para ejemplificar su interioridad y es válido reconocer, que el enfrentamiento entre un alma rebelde y un cuerpo dócil no es algo que pesa en la conciencia de la Loynaz. Ella se quiere como es y sabe que el Dios que la sopló para darle vida la ama tal cual. Estar en paz con su alma rebelde y un poco en deuda con su cuerpo al que no logra liberar del alma, es estarlo consigo misma y, por qué no, con Dios. La paz que Dulce María experimenta es “armonía interior y aceptación de sí”.
Con la idea de que rebañó migajas de Marta y otras de María, acentúa que la rebeldía de su alma tiene la docilidad de María y que su cuerpo dócil, tiene como consecuencia de tanto andar con el alma rebelde, la rebeldía de Marta. Tras esta toma de conciencia Dulce María se siente “Migajas de Marta y María” mostrándonos la mujer que es: dura en el carácter, pero tierna y dulce como su nombre, activa como Marta y paciente como María. Migajas que le bastan para responder que ha servido al Señor.
¿Cuándo y dónde tendrá Dulce María que dar esta respuesta? Tal vez sea al final de su vida o en el juicio final. Una parte de ella se sabe soplo divino, aliento de Dios; la otra es soplo humano, barro con el que se identifica su alma reacia y aferrada. Cuando llegue ese momento cumbre, tendrá paz en el corazón y la palabra en los labios deseosa de ser sonido en el viento: “Soplo de mi barro: Tú me diste estos pies...Dime por qué hiciste tantos caminos si Tú Sólo eras el camino, la Verdad y la Vida”.
El vocativo puesto en boca de Dulce María parte de este criterio antropológico bíblico, ella se siente parte de Dios y de Él viene ese Espíritu del que está hecha y que manifiesta en sus sentimientos más nobles. Aunque esos sentimientos se combinan con ese otro, que somos nosotros los seres humanos: materia, cuerpo y que Dulce María también compara, al igual que el autor sagrado, con el barro.
El alma es algo que identificamos con lo divino, es un elemento que nos pertenece y que nos diferencia de las demás criaturas. Para la autora de Jardín el alma es “el lugar de los sentimientos, el centro de los ideales y del amor”. Hace bien en situar el amor en el centro de su alma, porque como expresara el apóstol San Juan: Dios es Amor... (Jn 4,8). En el alma de la Loynaz está Dios; pero también la mujer reacia y rebelde que es, ésa que se descubre barro, arcilla y polvo. Dame valiente el corazón, segura la mano, el pie incansable y el amor, es la súplica que lanza al Dios que la habita, al Dios que la acepta con sus limitaciones y en ese enfrentamiento de lo humano y lo divino se debate con la certeza de que Dios es brisa suave que alienta su vida.

Referencias
1) La exégesis bíblica moderna al estudiar el origen del Pentateuco plantea que el autor no pudo ser solo Moisés ya que aparecen diferentes estilos literarios, se alude a épocas diversas y se duplican muchas veces en un mismo relato, los ejemplos son los siguientes: dos relatos de la creación, dos del diluvio que se entremezclan, dos versiones sobre las plagas de Egipto, etc. Por esta causa los estudiosos se han puesto de acuerdo en decir que fueron cuatro autores o tradiciones diferentes los que escribieron los cinco primeros libros: Yahvista s. X o IX a.C. Eloista s. VIII a.C. Deuteronómica s. VI a.C. y Sacerdotal s. IV o V a.C.
2) D.M. Loynaz, “Poema LXIX”, Poemas sin nombre, Ediciones Hermanos Loynaz, Pinar del Río, 2000, p. 96.
3) D.M. Loynaz, “Poema LXXXIX”, Poemas sin nombre, op. Cit. P. 116
4) Poema publicado en la revista Caimán Barbudo Nº 223, junio 1986 p.4
5) D.M. Loynaz, “La neblina”, Poesía completa, Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1944, p.100
6) Tomado del libro “El áspero sendero”, selección de poemas de Dulce María, publicados hasta este momento sólo en la prensa. D.M. Loynaz, «El áspero sendero», Ediciones Extramuros, Ciudad de La Habana, 2000.
7) Santa Teresa de Ávila, “Obras completas”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1994, p. 1324.

Nota: Este trabajo es la síntesis de uno de los capítulos de su Tesis de Graduación que tituló: El alma cristiana de Dulce María Loynaz: un regalo para la fe de hoy.

 

 

Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003
Melba Caridad Anciano Gómez
1978, Colón. Matanzas.
Lic. en Ciencias Teológicas. Graduada enero 2003 en el Instituto María Reina de La Habana.