La independencia de los Estados
no se puede concebir si no es en la interdependencia
Juan Pablo II.
(Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede. Enero de
2003)
Desde hace mucho tiempo hemos oído
hablar en Cuba y en otros países de que hay que salvaguardar
la independencia nacional, la soberanía, la integridad territorial.
Conceptos todos utilizados, en ocasiones, sin una búsqueda de
lo que queremos expresar concretamente al enarbolar estas palabras.
Creo que existe un consenso en el que la inmensa mayoría de los
cubanos queremos que Cuba siga existiendo como nación independiente,
de que es necesario salvaguardar la cultura y la identidad que nos distinguen
como pueblo, de que deben ser consideradas como inviolables nuestra
soberanía como Estado y nuestra integridad territorial. No tengo
duda alguna en estos principios. Son y deben ser respetados por las
demás naciones de la tierra y por nosotros mismos.
Es a este último aspecto al que desearía referirme en
esta reflexión.
En efecto, la independencia y la soberanía, la identidad y la
cultura son, en primer lugar, responsabilidad, tarea y encargo de todos
y cada uno de los cubanos. Los que vivimos aquí y los que viven
en cualquier lugar del mundo pero sienten, piensan, como cubanos, y
aman a Cuba como a su Patria.
Al decir de todos los cubanos, me refiero a que cada uno de los ciudadanos
de este país, como los de cualquier otro, tenemos el derecho
y el deber de reflexionar en estos principios y convertirlos en gestión
cotidiana, en sentido de pertenencia, en objetivo de nuestros trabajos
más sencillos.
Y he aquí que me surge una primera pregunta: ¿Tenemos
los cubanos que vivimos aquí una idea clara y precisa, concreta
y cotidiana, de lo que significa independencia?
Otra pregunta viene rápidamente a continuación de ésta:
¿Qué significa en el mundo de hoy, salvaguardar la independencia
de una nación?
Entran enseguida otros cuestionamientos: ¿Qué diferencia
hay entre dependencia, independencia e interdependencia? ¿Es
lo mismo independencia que atrincheramiento? ¿Qué es lo
que queremos, independencia o aislamiento? ¿Cuál es nuestra
capacidad de integración en el mundo real que nos rodea y no
en el que desearíamos que existiera? ¿Cuál debe
ser el equilibrio deseado entre integración regional, mundialización
y salvaguarda de la soberanía y las culturas que deben ser respetadas
y promovidas?
Como podemos darnos cuenta, estas son cuestiones que requieren un debate
público, profundo, sereno, largo, sin prejuicios y sin condicionamientos
excluyentes.
Solamente deseo expresar aquí mi opinión al respecto,
como ciudadano de este País al que quiero ver libre, soberano,
manteniendo su propia identidad, y al mismo tiempo integrado en su región
y abierto al mundo. Distinto en su cultura, pero no aislado, sino mezclado
con otras culturas, que ha sido el secreto de la riqueza de su propio
génesis como nación.
Así quiero ver a Cuba. Y trabajar con libertad y solidaridad
para que así se presente ante el mundo en el que le ha tocado
vivir. Que no es un mundo fácil, ni es todavía el mundo
ideal al que queremos llegar, ni es un mundo que siempre respete las
identidades y culturas, sino que, con frecuencia, las absorbe, las somete,
las disuelve en procesos de globalización en su sentido negativo
que no deseamos porque fomenta y trata de imponer una cultura hegemónica,
de pensamiento monolítico, de exclusión de la diversidad,
de confusión de identidades, de relativismo ético, de
modelos únicos. Porque hay globalización internacional
y hay también globalización en el interior de algunas
naciones. Lo que no queramos para el mundo no lo instauremos dentro
de nuestras naciones.
Ese mundo no lo queremos, pero el otro, el mejor, no ha llegado aún,
está en proceso, es una tarea inacabada y lo será siempre,
según creo. De modo que es necesario, sin perder esta perspectiva
utópica en el buen sentido de proyecto perfectible que
nos convoca y nos empuja hacia adelante- sin perder ese horizonte, digo,
es necesario integrarse y trabajar mancomunadamente en este mundo real
de hoy y con este mundo en el tramo del proceso que nos ha tocado vivir.
Esperar a que llegue el mundo mejor, para unir nuestro hombro al mundo
real, es alienación. Es aislamiento ingenuo o testarudo. Es la
fuga mundi o el atrincheramiento fundamentalista.
¿Qué hacer en medio de esta tensión entre soberanía
e integración? ¿Qué hacer en medio de este mundo
en el que nos integramos o perecemos en la trinchera? ¿Cómo
salvaguardar nuestras culturas y al mismo tiempo las ponemos en interacción
saludable y mestiza con todas las demás y no sólo con
algunas o con las más dominantes?
Creo que lo primero es distinguir, como decían los antiguos,
analizar, (que significa separar para su estudio), aclararnos bien qué
es lo que queremos y qué entendemos cuando hablamos de estos
temas. Luego de aclarar los conceptos vendrán las acciones, los
proyectos, las interacciones, la articulación que es el nuevo
nombre de la solidaridad y que es la contrapartida de la rigidez monolítica.
Luego, la vida nos irá diciendo cómo salvaguardar los
principios y cómo iluminar la parte de verdad que cada cual tiene
y que debemos complementar entre todos en un clima de pluralismo y solidaridad.
Intentemos fomentar un poco más el debate sobre estos temas expresando
sencillamente una opinión sobre los diferentes conceptos:
Independencia: Libertad, autonomía, especialmente la de un Estado
que no depende de otro. Independizar, es hacer libre a una persona,
a una corporación, a un territorio, a una nación, que
es un conjunto de personas que tienen un proyecto común como
comunidad. Entereza, firmeza de carácter. Dinámica de
relación adulta.
Dependencia: Hecho de depender de una persona o cosa. Estar condicionada
una cosa por otra. Estar subordinada una cosa a otra de la que forma
parte. Estar una persona bajo el dominio o autoridad de otra, necesitar
del auxilio o protección de ésta. Actitud de sumisión
a otro. Relación inmadura, condicionada a lo que dice, hace y
deshace el otro. Adicción a una dinámica de acción-
reacción.
Interdependencia: Solidaridad. Interacción. Mutua relación
de intercambio. Integración de mutuo beneficio. Dependencia recíprocamente
beneficiosa. Equilibrio entre respeto y ayuda, entre autonomía
y pertenencia. Dinámica de relación que combina la solidaridad
y la subsidiaridad. Espíritu de comunidad que se protege abriéndose
a las demás comunidades.
Como podemos distinguir, lo negativo y no deseable es la dependencia.
La independencia es libertad y firmeza de carácter, pero lo que
representa un paso superior, un estado de mayor madurez personal y social
son las relaciones de interdependencia. Libertad sin solidaridad es
individualismo en las personas. Independencia sin interdependencia es
atrincheramiento, es nacionalismo exacerbado, es autoaislamiento.
Es por ello que el Papa Juan Pablo II ha dicho a los Embajadores del
mundo ante la Santa Sede que la independencia de los Estados no
se puede concebir si no es en la interdependencia. Este concepto
no niega el de independencia sino que lo amplía, lo ensancha,
le da plenitud a la libertad y a los derechos de unos, con la indispensable
y necesaria relación con la libertad y los derechos de los demás.
Es, en resumen, la dinámica entre libertad y responsabilidad,
es la articulación entre libertad y solidaridad. Entre ser
yo y ser con los otros para construir un nosotros
solidario.
Sobre esta base, es que podemos responder a la primera pregunta que,
no obstante, quedará abierta, sobre la idea que tenemos los cubanos
de lo que significa en la vida diaria, ser independiente. Según
este concepto significa ser libre, tener entereza, tener firmeza de
carácter y no dejarse someter por otros, o por el Estado. Significa
no ser sumisos, no establecer una relación condicionada por lo
que dice, hace o impone el otro. No vivir de ayudas, auxilios o protección
de otros. ¿Vivimos los cubanos así? Recordemos que sin
personas independientes no se puede salvaguardar la independencia de
una nación. Sin personas libres no hay libertad. Sin demócratas
no hay democracia. Sin personas adultas no hay comunidad verdadera sino
guardería infantil o dominio paternalista.
Y en cuanto a situaciones sociales que tienen que ver con esa independencia:
¿Tenemos los cubanos un sentido de pertenencia a nuestro pueblo
o nos consideramos una pieza de la gran maquinaria del Estado? ¿De
dónde vienen las ayudas que recibimos en las remesas familiares?
¿A quiénes respondemos continuamente reaccionando ante
todas y cada una de sus expresiones, aun las menos importantes? ¿Quiénes
determinan la mayoría de nuestras reflexiones? ¿Sobre
qué países son la mayoría de nuestras noticias?
¿De dónde han sido y son las dos películas del
sábado generalmente llenas de violencia y superficialidades?
¿Cuál es la moneda con la que hay que pagar en la inmensa
mayoría de las tiendas donde hay algo de lo que no encontramos
en las de dinero cubano? ¿De qué comunidad de países
es la otra moneda que circula en Varadero? ¿Para dónde
se quieren ir muchos cubanos? ¿A quiénes se les exige
que otorguen más visas a los cubanos que a muchos países
de América Latina?
Creo que debe llegar el momento en el que cambiemos nuestra política
exterior. Cambiar no significa ser ingenuos ante los designios hegemónicos
de los centros de poder. No es ignorar su modo de vida invasivo
y dominador. Es no tener esa dinámica de acción-reacción
que parece una adicción mutua. Es no centrar nuestra actitud
en la confrontación sino en la relación entre iguales
en dignidad y derechos. Miremos ejemplos como Brasil. Lo contrario es
desgastante y desvía la atención de los cubanos hacia
lo que verdaderamente es nuestro principal desafío y tarea: hacer
de Cuba un país desarrollado, próspero, solidario, justo,
pacífico y fraterno. Y esto no se puede lograr, en este mundo
en el que vivimos, atrincherándonos, como si estuviéramos
en permanente estado de peligro. Esto no es sano, no construye, no educa
a los ciudadanos en la convivencia pacífica, no centra la vida
en el trabajo y en las relaciones humanas y fraternas de la nación.
Este objetivo de que Cuba crezca, mejore, progrese en justicia, en igualdad,
en solidaridad no se logra peleándonos con éstos y con
los otros. No se logra con el autoaislamiento, con la confrontación,
con un lenguaje duro e insultante que se propone más, atacar
a las personas que a sus ideas.
En el mundo de hoy, salvaguardar la independencia nacional debe significar
hacerse fuerte en la relación, no en el combate. Ya hemos visto
que los combates y las guerras son un fracaso donde todos son perdedores.
Salvaguardar la independencia es crecer en la solidaridad, no en el
aislamiento. Salvaguardar la independencia es aprender a ser uno mismo
en medio de las continuas interrelaciones entre personas, países
y gobiernos. Defender la independencia es ser capaces de maniobrar,
no de chocar, ser capaces de articularse, no de ponerse rígidos,
es ser capaces de conceder sin dejar de ser uno mismo. Es aprender a
respetar las diferencias y a vivir en la diversidad. Es integrarse a
este mundo para poder transformarlo desde dentro. Ningún hombre
y ningún sistema ha logrado cambiar algo colocándose al
margen o lejos de los problemas. No es en la trinchera desde donde se
cambia el mundo, es desde el surco abierto, desde la palestra pública,
desde la participación en foros, convenios, tratados y organismos
internacionales.
Quien se aísla, pierde. Quien se deja aislar, pierde. Quien entra
en la dinámica de la confrontación o se deja arrastrar
por ella, pierde. Un país que se atrinchera, pierde. Pierde todo
y no sólo su independencia, porque en el mundo de hoy independencia
sin interdependencia es callejón sin salida. Un país que
se atrinchera pierde su razón de ser que es construir una nación
más libre y solidaria con el mundo que le rodea, con los problemas
y los defectos que sean. Nadie se salva solo.
Cuba tiene un alma cristiana, es decir, una cultura con vocación
universal. Que la condición de Isla no nos condicione, sino que
nos apremie a buscar apertura al mundo y relaciones fraternales y mutuamente
beneficiosas con todo el mundo.
Por este camino iremos hacia adelante y hacia arriba, para bien de todos
los cubanos, iremos hacia la integración regional; iremos hacia
la participación en un mundo cada vez más interdependiente.
¿Hacia dónde conduce el camino del atrincheramiento, del
aislamiento y la confrontación?
El que viva lo verá.