Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003


POESÍA

 

LA LIBERTAD

ROBERTO DE JESÚS QUIÑONES

 



A todos los que me quieren, por su fidelidad.
A todos mis enemigos, porque su maldad me hizo crecer.
A todos los hombres injustamente presos en cualquier parte del mundo.

La prisión

La prisión es el viejo Enrique
gastando el tiempo
tras colillas de cigarros.
Es Pompi el haitiano
invocando a sus ancestros
mientras sus ojos parcelados por barrotes
se estiran hasta el cielo.
La prisión es el odio en la mirada
el rancho podrido que te sirven
la añoranza por los hijos
la cábala nocturna cercenada con golpes
en las rejas
y reflectores que tajan la noche
y las desesperanzas.
A nadie importan los ojos extraviados
de los presos
sus manos huérfanas de abrazos
sus sueños o sus lágrimas
mientras una esquirla de sal
les viene a horadar el alba.
Ellos sólo tienen una vida gris
como la humanidad de sus jueces.
Si amanecen muertos serán
un velorio desconocido
como nuestro sufrimiento.

Estas paredes

¿Acaso estas paredes nos saben a lágrimas
a olvido
a traiciones
a muertes en silencio?
¿Acaso la luz las desvela
como desnudas separadoras de hombres?
Nadie puede engañarse
Su blancura es el mutismo
que fuerzan el hierro y el cemento
y traslada en el aire
como una ensoñación perdida.
Pero yo escucho los gritos
que se impregnan en ellas
y descubro los hechos olvidados
en las manchas que rompen su blancura.
Ellas saben de golpizas
y han visto como se edifica la desgracia.
Ellas saben de la cópula prohibida
y de la esperanza izada con cualquier
pretexto
para que el tiempo no se desplome
y nos coloque ante un demiurgo
al socaire de la muerte.
Por eso no creas en el albor de estas paredes
No son simples muros
sino la maldad disimulada en tanto blanco.
Setos clavados en la espera
¿hasta dónde pueden contra el alma?
Desde aquí veo crecer
el rumor de la hierba en la montaña.
Nada pueden contra mi fuga
hacia la meditación y el horizonte.

Reflexiones sobre una carta (*)

Cuba viaja con ellos en el metro.
En las amplias avenidas llevan dentro de los autos
el olor del trópico
palmas que acarician atardeceres
donde aún repica el dominó de las esquinas
y la inigualable voz del Benny
titila sobre el aroma del café
mientras una luna adelantada
cimbrea en los flequillos de los plátanos.
Desde allá caminan por calles
que reorganizan cada día en su memoria
se detienen ante puertas que se abren o cierran
según hallan los años
en la exigua luz de los recuerdos.

Ellos también viajan con nosotros
devueltos por asociaciones que fluyen y refluyen
como el mar que nos separa.
Por ellos conocemos tierras extrañas en sus voces
en letras a veces apagadas
en fotos donde se adivinan carámbanos
prendidos de la carne.
La distancia humedece tanta voz perdida entre el smog
y los océanos.
¿Siempre será el agua esa especie de puente
o el muro donde se pierde parte de la Patria?
Cierro los ojos y rezo por ellos
diáspora de esta isla que separa y vuelve a unir
con la fuerza telúrica del origen.

16-8-2001
Campamento «El Corojo»

La última, infinita libertad

Un astro turbio se adueñó de la noche.
Para entonces lo sabían las paredes
y las hormigas asustadas.
Un grito estéril anunció tu rostro
en una sábana manchada por tu espera
De un extremo colgaban tus ojos de abalorio
escépticos a tanta expectativa
tanto alimento cómplice en el autoengaño de las celdas.

Te bajaron mil visiones ateridas por un golpe.
Un surco de navajas cortó el silencio
y saltaron las voces de mercurio.
Tus extremidades uncidas a los guardias
desandaron el pasillo
mientras repasamos tus vestigios
aún cálidos en nuestra memoria.

Susurros como lanzas te escoltaban.

Desde mi celda lancé mi rezo indefenso
como un lucero movido por el alba:
¡Adiós hermano de rejas,
que tu sueño de ahorcado te muestre la última
infinita libertad!

(25-10-2000)

Perdónalos Señor

Perdona a mis enemigos
Señor.
Multiplica mis fuerzas
como hace la tierra con las mieses
y la arena del desierto
disuelta en el siroco.
Para que mi corazón
se abra ante la epifanía del perdón
hazlo
Señor
Doblega mi orgullo
inclíname como un junco
ante la voluntad del agua
y extirpa de mí los añublos
que cercenan las espigas de Tu amor
Si el odio se cobija en mis ojos
anúdalo
Señor
limpia de él las grietas de mi pecho.
Perdona a mis enemigos
Señor.
Por cada reja que ahonda mi dolor
dales un motivo de alegría.
Perdónalos
porque cuando me dieron por lecho
una cama de hierro sostenida por cadenas
me privaron del sol
y las briznas de hierba
Tú me llevabas la música del viento
y el perfume de los mangos
por una cruel persiana de cemento.
Perdónalos
Porque cuando me esposaron
e impidieron el abrazo de mis padres
mis hermanos
y mi esposa
erguí mi frente
pero Tú levantaste más mi alma.
Cuando hablé ante los jueces
eras Tú quien medía mis palabras.
Cuando en la sentencia cambiaron la verdad
por un ajuste de cuentas
e hicieron del fallo un triste ejercicio de justicia
cuando decretaron mi exilio de las calles
y los seres que pueblan mi añoranza
Tú me hiciste fuerte
porque me encerraron y ahora soy más libre
me privaron del sol y nunca ha habido más luz
ante mis ojos
me esposaron las manos pero nunca el pensamiento
me alejaron de mi familia
y nuestro amor se afinca como hiedra.
Por todo te agradezco
Señor
y te suplico los perdones.
Yo te tengo a Ti
ellos ¿A quién tienen?
¿a quién aman?
¿a quién pueden llamar cuando se pierden
tras los íncubos del alma?
Por cada golpe que me den Tú me ayudarás
a reponerme
por cada tajo de oscuridad
Tú harás la luz más esplendente.
Aunque me reduzcan
me silencien o me quiebren
creceré
gritaré
y estaré enhiesto
como una pertinaz espiga de tu Amor.

Aquí el silencio

Aquí el silencio cubre nuestros ojos
y el cielo se pierde detrás de los barrotes.
De la noche la apostasía de las sombras
y el chillido de las ratas
que disputan comida en los aleros
recuerdan el valor de las palabras.
Sueñas y las estrellas llamean
en tu espalda.
El silencio es algo más
que esa pátina vertida
en el alma de los presos.
Yo he visto ojos ciegos
humedecer sus desafíos
mientras el filo del odio
se adereza en la espera.
Aquí el silencio es un hueso de fuego
astillado en la garganta.
.
Voces(*)

Voces intraducibles
se hospedan dentro de mí.
Gajos de sangre las mueven.
¿Qué trazo dejan sus huellas
que no las puedo apresar?
En los meandros del día
me regalan el susurro
que dejan con sus pies huérfanos.
Voces extrañas me habitan
me despiertan
me consuelan.
Voces lejanas del agua
que en los ojos de los presos
parecen coplas de piedras
sepultadas bajo el río.

13-7-2002
Campamento «El Corojo»

 

Libertad

Te añoro porque nunca me diste una sonrisa
ni acariciaste mi rostro
donde saltan los sueños como peces
en los mares del trópico.
¿Cómo serás?
¿Acaso un país de luciérnagas sin alas
una canción dispersa por la tierra?
¿cómo serán de tiernas tus manos
si alguna vez decides tomar las mías
ya escépticas y duras?
Detrás de estos barrotes es furia mi voz
Y una pedrada el tiempo.
¡Qué de puñales cercenan mis ojos
en el campo tan verde!
¡Qué silencio tu estrella
sobre mis pasos de niño!
Detrás de estos barrotes yo también te canto
y nadie va a impedir
que abras nuestro tiempo cuando vengas.
Libertad.


 

 

Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003
Roberto de Jesús Quiñones
Nació en Cienfuegos el 20 de Septiembre de 1957.
Graduado de Derecho en la Universidad de La Habana en 1981. Se traslada para Guantánamo e ingresa en la UNEAC en 1985. Ha colaborado con revistas y periódicos locales. Publica en 1995 su poemario “La fuga del ciervo” en la Editorial Oriente. Trabajó en el Bufete Colectivo de Guantánamo hasta julio de 1999. Actualmente permanece preso en aquella provincia. Algunos de estos poemas forman parte de su Libro “Escritos desde la cárcel” que recibió el Gran Premio Vitral de Poesía 2001.
Otros se publican por primera vez. (*)