Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003


EDITORIAL

 

LA EMIGRACIÓN

 

 

En Cuba existe, desde hace más de cuatro décadas, una alternativa fatal y falsa: “o te adaptas o te vas”. Es voz popular, es insinuación del Poder, es reflejo de lo que nos han dejado a la libertad de cada cubano.
Así, adaptarse no significa, en este caso, el necesario proceso por el que todo ser humano se adecua a las circunstancias dentro de un rango de libertad y bajo su total responsabilidad. “Adaptarse” quiere decir aquí, renunciar a tu propia visión del mundo para acatar la presentada oficialmente como única verdadera y válida. “Adaptarse” quiere también decir, en estos casos, domesticar nuestra conciencia y doblegar nuestra voluntad porque no se puede pensar libremente, expresarlo sin miedo y actuar en consecuencia. Por tanto la disyuntiva inducida se traduce en: “te reprimes o te vas”, “doblegas tu conciencia o te marchas del país”, o cuando menos, “ simulas o te vas”. Debemos decirlo: estas alternativas, además de falsas, son injustas.
Cuba es de todos los cubanos, para todos los cubanos. Nuestros padres fundadores, desde Varela y Martí lo dejaron claro. Quienes excluyen a parte, sea grande o pequeña, de los cubanos, están negando un derecho sagrado: el derecho a tener Patria, a tener raíces nacionales, a ser parte de la comunidad donde se ha nacido y crecido.
Partiendo de este derecho a ser cubano y a que nadie nos secuestre la Patria, es que deseamos considerar que la alternativa para los que consideramos a Cuba como nuestro hogar nacional no puede y no debe ser: “o te reduces o te vas”. Aquí las alternativas deben contemplar la posibilidad de que: “ni me dejo manipular, ni me voy”, “ni renuncio a mi conciencia y a mi participación ciudadana, ni me voy”. «Me quedo y sigo siendo yo mismo, sin máscaras políticas, sin disimulos éticos, sin oscuros manejos económicos». Hay ya una buena cantidad de cubanos que han optado por romper la fatal alternativa y hacer aquí su propia vida tratando de “pensar y hablar sin hipocresía”. Cubanos como esos los ha habido siempre. Lo que todos sabemos es que no es fácil quedarse así. No es fácil porque cada vez que un cubano dice lo que piensa con claridad y con respeto, son muchos los que se le acercan y con mucha convicción le recomiendan: “¡Cuídate!” y cuando esa persona le pregunta si lo que dice o lo que hace no es verdad y no es bueno, entonces la respuesta es universal y contundente: “Sí, pero tú sabes que aquí no se puede decir la verdad”.
Esta es la primera y principal causa de ese deseo desbocado de irse del país. El no poder ser, el no poder decir lo que se piensa, el no poder hacer lo que se dice. El no poder ser consecuentes con la propia conciencia. Todo lo demás es consecuencia de este modelo de convivencia pública.
En efecto, la emigración cubana ha tomado las dimensiones de fenómeno determinante en la economía, en la política, en la cultura, en la religión, en la demografía, y en la vida familiar y personal, después que esa forma de vivir ha convertido en única alternativa la dejación de la propia libertad, el marcharse de la Casa común.
Es necesario, por lo menos, preguntarse con toda honestidad: ¿Por qué se han marchado tantos cubanos en estos últimos 40 años? ¿Eran todos parte de la llamada “burguesía”? ¿Tenía nuestro país casi dos millones de ricos afectados por las nacionalizaciones? ¿Por qué esta fiebre de emigrar ha durado más de cuarenta años cuando se supone que ya los logros están a la vista de todos? ¿Por qué la mayoría de la gente que se quiere ir son jóvenes nacidos, criados y educados en este sistema de vida? Evidentemente algo está fallando en esto. Hay una causa profunda que lo provoca. Es necesario ir al fondo del problema. Todos sabemos bien que ese tipo de emigración ha desangrado al país de parte de sus hijos que pudieran estar trabajando aquí. Y que esa sangría permanente ha tenido momentos en los que ha sido necesario abrir válvulas de escape, llámense Camarioca en la década del 60, Mariel en 1980, o “Crisis de los balseros” en 1994. ¿Qué está sucediendo en un país donde cada 10 ó 12 años hay una estampida de gente de pueblo de todo tipo y condición social?
Se argumentan diferentes razones: las penurias económicas, la ausencia de libertades, la pérdida de esperanzas en el futuro, la represión cívica y de conciencia, el miedo a no se sabe qué va a pasar, la incapacidad de hacer progresar el país, la sensación de que está perdiendo la vida, el férreo control de las iniciativas para que nadie saque la cabeza, la imposibilidad de progresar realmente en el nivel de vida y en la realización profesional... y tantos otros que escuchamos continuamente.
Es conveniente hacer una sana distinción. En todos los países del mundo hay personas que desean irse de su país y lo hacen. Los flujos migratorios son hoy un fenómeno universal. Pero hay países receptores de migraciones y países emisores. Hay países con un flujo normal de movilidad humana y países donde la migración es un problema nacional y una continua amenaza para los países receptores.
Cuba era un país receptor de migraciones en el pasado: españoles, chinos, franceses, polacos, libaneses llamados “moros”, los rusos llamados “blancos”, son algunos ejemplos que todavía dejan sus huellas en barrios de La Habana y del interior del país, en costumbres, en familias establecidas y vueltas a emigrar, en centros culturales, en asociaciones de inmigrantes.
Desde hace más de cuatro décadas esta situación cambió radicalmente. Cuba se convirtió en un país emisor de migraciones. Un significativo número de cubanos quiere “salir” a lo que sea a cualquier país de este mundo. Haití es un ejemplo de eso. Y la realidad es que cuando vuelven los que vuelven dan signos de progreso material y de realización personal. La prueba es que quieren volver a salir o marcharse definitivamente.
Se desea, por este motivo, identificar como la principal causa de la emigración a los problemas económicos. Esta es la pequeña verdad que se ve, que cualquiera sin profundizar puede comprobar preguntando por qué se marcha, a cualquiera que esté dispuesto a contestar. Pero esta motivación, que es por demás lícita y positiva, tiene, en el fondo, una verdad mayor: Cuba tiene un sistema de economía centralizada que depende total y absolutamente de las decisiones políticas del Gobierno. Luego, la principal responsabilidad de los problemas económicos de los ciudadanos está en manos de los que controlan, planifican, centralizan y deciden todas las políticas económicas del país.
Hay, evidentemente, una diferencia entre los países de economía en manos del Estado y los países donde la economía está en manos de empresas privadas, o en países donde hay una combinación entre empresa estatal y empresa privada. En estos casos si una persona no encuentra trabajo no es responsabilidad absoluta del Estado, puede ser culpa de las empresas privadas. Si otra familia no tiene un salario suficiente para tener una vida digna y no tener que robar o “resolver”, puede ser que parte de la responsabilidad la tengan las empresas privadas que explotan el trabajo ajeno y no pagan bien. Pero, en un país donde todas las empresas y fuentes de trabajo, están en manos del Estado, ¿de quién es la responsabilidad de que haya personas que no encuentren un trabajo donde puedan realizar sus cualidades profesionales, y haya ingenieros y maestros de camareros en hoteles y restaurantes? En un país donde todos los salarios los establece y los paga el Estado, ¿de quién es la responsabilidad de que los salarios no alcancen?
Luego, en el caso de Cuba, si los problemas económicos que afectan a las personas y a sus familias, dependen en primer lugar, aunque no en el único, de las decisiones políticas del Estado, hay que tomar conciencia de que la llamada “emigración económica” es, en el fondo, fruto de una decisión política, de un sistema centralizado, de una estructura ineficaz. Por tanto, en el caso de Cuba, y también de otros países, en que las decisiones políticas están por encima de las estrategias que pueden mejorar la economía familiar y nacional, se debe identificar bien la causa profunda del problema migratorio para poder solucionarlo de raíz.
Si hay voluntad de hacer este análisis profundo del problema migratorio de Cuba entonces los demás problemas que también son reales (las medidas del embargo económico, la presentación de un “paraíso de la riqueza” fuera de Cuba, los cantos de sirena de la “forma de vida americana”, el espejismo de que todo lo extranjero es bueno y todo lo cubano es “fula”, el “robo de cerebros”, las políticas migratorias por parte de los países que son, en realidad, discriminatorias para Cuba porque le dan un trato diferente al resto de las naciones, el contenido de los llamados acuerdos migratorios, la cantidad de visas otorgadas o negadas, y los necesarios permisos para ejercer el derecho de viajar o de regresar a su propio país... ) tendrían otro sentido y otro contenido, o sencillamente no tendrían sentido ni razón de ser.
Una nueva visión de la política migratoria en Cuba, para Cuba y desde otros países, es necesario diseñarla sobre los principios universalmente establecidos:
- “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. (Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículo 13. ONU, 1948)
-“Nadie podrá ser arbitrariamente privado del derecho a entrar en su propio país” (Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, Artículo, 12, 4)
Desde esta perspectiva los problemas migratorios y las necesidades personales y familiares de los migrantes, deben dejar de ser utilizados como instrumentos para manejos políticos en el interior de las naciones y en las relaciones con otros países.
La migración es un derecho natural y como tal es y debería ser un problema social que los Estados están llamados a resolver partiendo de las mismas causas profundas del hecho migratorio.
En la solución profunda de los asuntos migratorios no debe echarse toda la responsabilidad sobre un solo país o sobre una sola dimensión del problema, como podría ser el lado económico o la violencia, o el bajo nivel de desarrollo humano.
Existe la responsabilidad del país receptor que debe asumir los trámites de una migración legal, ordenada, gradual y proporcionada teniendo en cuenta la dignidad de cada persona que emigra y su derecho a encontrar una acogida respetuosa, un lugar de residencia estable y una oportunidad igual para trabajar e insertarse en esa sociedad. El país receptor no debe manipular las necesidades de emigrar en el sentido de contribuir selectivamente al empobrecimiento humano del país emisor. En este sentido, una política migratoria corresponsable debe tener en cuenta la colaboración del país receptor para ayudar a solucionar las causas profundas del flujo migratorio del país emisor.
Existe la responsabilidad del país emisor. Principal responsable de que sus ciudadanos quieran abandonar su país. Esta carga no puede ser echada sobre otros. Cada cual es responsable de arreglar los asuntos de su casa y de tomar las medidas para que progrese sin hacer daño a nadie y de que su casa se abra a las relaciones con los vecinos cercanos y con los lejanos en un clima de respeto, tolerancia y colaboración. Único camino, en el mundo actual, para resolver los problemas de dentro de casa.
Es responsabilidad del país desde donde la gente quiere emigrar, en primer lugar, reconocer y aceptar las causas profundas del porqué la gente quiere marcharse. En segundo lugar, tomar las medidas políticas, económicas y sociales que contribuyan a solucionar ese problema. Y que el conjunto de medidas respondan a las expectativas de sus ciudadanos y sean coherentes entre sí, no sea que las medidas políticas, cierren el camino a las económicas o viceversa. En tercer lugar, es responsabilidad del país emisor de emigrantes tratarlos como personas, respetar su dignidad y sus derechos, facilitar sus trámites y eliminar todo tipo de permisos innecesarios y que obstaculizan el derecho universal de viajar. De hecho, el Estado de un país y su Gobierno, sus ministros, sus funcionarios, etc., no tendrían que otorgar ningún permiso, ninguna carta de liberación, a ningún ciudadano a no ser que tenga deudas con la justicia. En todos los demás casos, no hay derecho a retener a nadie, ni a establecer trámites especiales para los profesionales u otras categorías ocupacionales, porque toda persona tiene derecho inviolable para moverse, dentro de su propio país, viajar a otros, regresar y permanecer el tiempo que desee en el propio o en ajenos.
En la inmensa mayoría del mundo sólo se necesitan tres cosas para viajar: tener el dinero para hacerlo, tener la visa del país que lo recibe y tener el pasaporte del país propio. Es decir, el permiso para entrar a otro país (visa), el documento de identificación y protección del propio (pasaporte), y los medios económicos para hacerlo. Y nada más.
Quiera Dios que en Cuba pueda llegarse pronto a un tratamiento normal y sereno, justo y proporcionado del problema migratorio. Que sus causas profundas se comiencen a solucionar entre todos, que los acuerdos migratorios con todos los demás países no se manipulen para fines de política exterior, que viajar no sea un escape de la insoportable situación interna y que los que viajen sean tratados como seres humanos con el debido respeto y dignidad, tanto por el país de origen como por el país que los acoge.
Un nuevo clima debe crearse alrededor de este fenómeno de la movilidad humana. Un nuevo contenido para acuerdos en este sentido, un nuevo trato para todos los emigrantes.
Pero sobre todo, Cuba debe revertir su situación y pasar de ser un país del que la gente se quiere ir a un país donde los cubanos quieran quedarse, encuentren oportunidades para desarrollarse en él, ellos y sus familias. Que Cuba sea un país donde muchas personas del resto del mundo deseen venir en busca de progreso, de bienestar, de un proyecto de vida digno, sano y fraterno, donde mucha gente encuentre un hogar nacional abierto, laborioso y en paz.
Este sería uno de los signos de que, verdaderamente, algo ha cambiado en Cuba, porque no basta con que algo se mueva en éste y otros temas. Es necesario moverse para cambiar. Cambiar pacíficamente, gradualmente, pero de verdad.

Pinar del Río, 28 de junio de 2003.

 

 

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