Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003


REFLEXIONES

 

JOSÉ MARTÍ: APUNTES PARA UN CRITERIO HERMENÉUTICO

JULIO RAMÓN PITA

 

 

José Martí .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quizás todas las percepciones trascendentalistas sobre José Martí hayan sido reivindicadas, en mayor o menor medida, cuando el investigador argentino Ezequiel Martínez Estrada vio en el prócer cubano al Hombre por Antonomasia y, sobre todo, cuando propuso asumir una actitud hermenéutica para trabajar el círculo vital de nuestro Héroe Nacional. Tarea grave, de exegeta, la de Martínez Estrada, donde se consignan concurrencias y significaciones: Martí recibe su bautismo en la iglesia del Santo Ángel Custodio y va a la muerte, escoltado por un adolescente bisoño en el combate, nombrado Ángel de La Guardia; tiene además, como peregrino, la misma cifra del griego Orestes, cuyo nombre le sirvió en México de seudónimo literario (aquel regresa acompañado de su hermana Ifigenia, Martí ha vuelto y a poco reposará en el cementerio de santa Ifigenia); le obsequian las trabajadoras cubanas de Cayo Hueso una cruz de caracoles de medio metro y Martínez Estrada advierte que para el Delegado esta es una cruz de anuncio, el presagio de las penosas tribulaciones que serán reservadas para su cadáver durante ocho días. Dicho sea de paso, don Ezequiel produjo la categoría propia para clarificar en el itinerario funerario del caído en Dos Ríos. Martí sufrió, nos dice, “la consagración del ultraje en su cuerpo”(1) .
Ya antes de la visión articulada de Martínez Estrada, era usual que las aproximaciones a Martí se sostengan en criterios de textura numinosa, vertidos, incluso, por los autores que más puedan sorprendernos. En 1926, Julio Antonio Mella, uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba, confesó que al hablar del Maestro experimentaba “ la misma emoción, el mismo temor que se sienten ante las cosas sobrenaturales”(2) . Por su parte, en un ensayo medular, Juan Marinello roza el umbral de la perspectiva trascendentalista con la indicación de que Martí transitó “una vida que es más que una vida”(3) y con el postulado de que “poseía un tono inigualable que le sube del espíritu cargado de luces benéficas.”(4) Hombre de cuarenta y ocho quilates, santo de pelea, místico del deber, apóstol... tales son los calificativos que de alguna manera han intentado contener la lógica de víscera martiana y la peculiaridad de hombradía que sus contemporáneos apreciaron en él. En este sentido, cabe considerar que uno de los aciertos ontológicos de Lezama Lima, más allá de la curva poética, es haber anunciado en la sustancia de Martí la constitución de un misterio de esencia, nuclear y permanente.
Por supuesto, todo misterio promueve interpretación heterodoxa: por esto José Martí es más propicio a la exégesis con nociones ascendentes que a los teoremas de las valoraciones críticas.
La peculiaridad de hombradía martiana se tradujo, especialmente, en el hecho singularísimo de que Martí motivó en vida el crédito de Apóstol, el cual brotó a finales de noviembre de 1891, en los dos días de aquellos discursos ante la emigración cubana de Tampa, en los que se ha señalado en él una suerte de transfiguración espiritual que lo invistió, según el buen decir de Rafael Esténger, con eficacia apostólica. La postura del tribuno transfigurado es, sin lugar a dudas, la expresión más cabal y probablemente la más impresionante del Maestro, y ello propicia que Jorge Mañach haya condensado la proeza oratoria de Steck Hall con el lujo literario que amerita la altura de ese episodio: “Los hombres del machete comprendieron por qué en el principio fue el Verbo”(5) . Nunca nadie se ha atrevido a objetar que en aquellas intervenciones obró un fenómeno de comunicación que no es fácilmente explicable. Yendo a más, Esténger ha fijado que la comprensión del lenguaje martiano no pudo realizarse por simple vía racional, considerando la precariedad intelectual de los auditorios que lo acogieron, y se apoya sobre todo en la anécdota del anciano negro nombrado Quiroga, analfabeto y oyente de primera fila de Martí, quien solía responder a las burlas sobre su capacidad de entendimiento con las siguientes palabras: “...No; yo no le entendí mucho lo que decía; pero, cuando él hablaba, ¡yo tenía ganas de llorar! (6)
¿Qué ingrediente le confirió a Martí la facultad de contagiar la creencia? ¿Qué le permitió sustraer las palabras y las nociones a la prosodia ordinaria que acaba contaminando los significados? ¿Cómo explicar la manifestación, en este hombre oceánico, de lo que Marinello denomina una egregia capacidad específica para otorgarle cabalidad a la palabra? ¿Qué hizo de Martí un sujeto idóneo para insuflar el credo?
Tenía «don de voz», adelanta Gabriela Mistral, y, ciertamente, se han dado múltiples referencias sobre los prodigios de su voz grave, “tan dúctil a las inflexiones y tan rica en sonoridades y matices”(7) , según reza el testimonio del general Manuel Piedra Martel; voz que dominaba antes que nada con el timbre. Asimismo, se ha observado cómo ajusta el metro de siete, de ocho y de once sílabas en el cuerpo de sus alocuciones, concluyéndose que en Martí el tribuno derivaba en el rapsoda, y que, como enuncia Esténger, él “no hablaba para convencer, sino para conmover.”(8)
Pero, por alto que fuese el poder de seducción del orador, no es suficiente para explicar la relación de mutua sublimación entre Martí y el verbo, así como la empatía de entraña que esto desarrolló entre él y sus oyentes. La palabra queda por lo regular en el marco de la funcionalidad, y sirve para la convicción, sólo cuando el oído percibe que ha peregrinado desde la víscera. Martí el tribuno debió desplegar, pues, un factor visceral. Un factor que podríamos imaginar a partir de cierto don de sacralidad, o sea, del atributo personalísimo de sacralizar las palabras y las nociones que pasan ( y valga la metáfora de Lezama) por el horno de las entrañas; y a partir de un fenómeno al que se adjudica el vocablo griego kénosis, válido para indicar en el hombre un vaciarse de sí, un deponer la jerarquía del espíritu ante los demás. Así, quedamos de hecho abocados a que su palabra fue el vehículo idóneo de una vocación mística extensiva. Pero hay más: una ontología de Martí comienza necesariamente por reconocer en él una arquitectura mística.
“No hay santo en Martí, sino místico”(9) , así resume Marinello sus indagaciones ontológicas del Maestro, que desembocan en el paralelo levantado por el ensayista marxista, entre Santa Teresa de Ávila y el prócer cubano. Ambos son pródigos en textos donde parecen flotar como en un duermevela, acota Marinello. Ambos instrumentan el oficio de escritor para ventilar las cuestiones políticas de sus respectivos apostolados, los dos suelen verter el gozo del dolor, el enriquecimiento espiritual a partir del proceso de angustia, los dos manifiestan la gran paradoja del místico: la querencia de la muerte. Es lícito apreciar que el misticismo sea un código hondo, y acaso la manera martiana de interiorizar las percepciones del hombre histórico, colocado ante encrucijadas que son umbrales de trascendencia. Y esto complementa la idea de Martínez Estrada de que destino, la palabra tremenda, puede ser usada sin arbitrariedad en el caso de Martí, en quien todo se cierra con un sentido de tragedia y de inevitabilidad.(10) Hay asunción mística en el acto de llevar hasta el final un anillo rústico grabado con la palabra Cuba, hecho con hierro del grillete que martirizó su adolescencia; hay dilema de apóstol en su situación, pues justo quien anuncia la guerra necesaria contra España es, en lengua y espíritu, un arquetipo de hispanidad; hay fervor religioso en esa única frase consignada como textual, de su último discurso en la mañana del 19 de mayo, durante la parada militar por el encuentro con Bartolomé Masó en el campamento militar de Las Vueltas: “quiero que conste que por la causa de Cuba me dejo clavar en la cruz”.(11) De principio a epílogo, la vida de Martí es todo un muestrario de actitudes desde la esencia, que confirman al hombre con pasión de trascenderse, al hombre equipado con “la intención y el gesto de la misma trascendencia”.(12)
Significativamente, una de las buenas claves para exégesis es la continuidad del círculo de trascendencia más allá del episodio de Dos Ríos, pues no es posible desconocer que la peregrinación del cadáver de Martí afinca su perfil apostólico. Cabe hacer el recuento del triste itinerario para advertir hasta qué punto la pendiente sentimental de la caída también constituye consustancialidad martiana: la columna española del coronel Ximénez de Sandoval entró en Remanganaguas con el cuerpo de Martí a lomo de caballo y lo arrojó a una fosa común cavada al efecto en el cementerio local, lanzándolo sin ataúd, sólo envuelto en una tela de yute de hamaca de campaña. Encima, fue echado el cadáver de un sargento español muerto en la acción de Dos Ríos. Antes de entrar en Remanganaguas, las pertenencias del Maestro fueron tomadas en calidad de botín: el reloj de oro y el revólver con culatín de nácar terminaron con posterioridad en manos de los generales Marcelo de Azcárraga y Arsenio Martínez Campos, respectivamente, obsequiados por Sandoval, quien conservó para sí el cortaplumas manchado con sangre, un papel con una dedicatoria escrita por una hermana de Máximo Gómez para Martí y las espuelas vaqueras que tenía el cubano puestas. La cartera de bolsillo de Martí, con todas sus notas y retratos, se los distribuyeron los oficiales de la tropa como recuerdo. Las alforjas, se quedó con ellas un práctico que regresó a España.
Pasados tres días, por órdenes de la comandancia militar de Santiago de Cuba, los restos de Martí fueron exhumados, sometidos a autopsia y remitidos a esa ciudad, donde finalmente, en la mañana del 27 de mayo de 1895, se les sepultó en el nicho 134 de la galería sur del cementerio de Santa Ifigenia. La sabiduría de Martínez Estrada en este punto es conclusiva: «si negáramos el significado histórico-mítico de estos hechos rituales funerarios, estaríamos escamoteándole a la biografía del héroe cubano la virtud secreta de los ejemplos.(13)
Volvamos a la sospecha inicial: ¿necesidad de hermenéutica?

Referencias:
1.- Ezequiel Martínez Estrada: Prólogo a Diario de Campaña de José Martí. Editora del Consejo Nacional de Cultura. Casa de las Américas, 1962, p. 13.
2.- “A cien años de Martí”. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 1997, p.69.
3.- Juan Marinello: “Sobre Martí escritor en Vida y Pensamiento de Martí”. Colección Histórica Cubana y Americana dirigida por Emilio Roig de Leuchserning,volumen I, 1942, p. 160.
4.- Marinello: ibid: 162
5.- Jorge Mañach: “Martí, el Apóstol”. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1990, p.120.
6.- Rafael Esténger: “Invitación al conocimiento de Martí”. Prólogo a Obras Escogidas de José Martí. Aguilar, S.A. de ediciones. 1953, p. 36.
7.- Manuel Piedra Martel: “Mis primeros 30 años”. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p.141.
8.- Esténger: ibid: 39
9.- Marinello: ibid: 173.
10.- Martínez Estrada: “Familia de Martí.” Bohemia. Año 56 no. 4, enero 24 de 1964, p. 5.
11.- José Miró Argenter: “Crónicas de la guerra”. Editorial Lex, 1943, tercera edición, p. 26
12.- Diccionario Teológico Interdisciplinario. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1985, p. 78.
13.- Martínez Estrada: 1962: 14.

 

 

Revista Vitral No. 56 * año X * julio-agosto 2003
Julio Ramón Pita
Licenciado en Física. Universidad de La Habana, 1986. Publicó la novela «El ojo del Rey». Editorial Letras Cubanas. Ganó Concurso Periodismo en el género Artículo, convocado por la revista «Palabra Nueva»
Ganó Premio Ensayo del Concurso Vitral 2003.