Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio 2003


PATRIMONIO CULTURAL

 

LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA Y EL GRUPO ORIGENISTA DE POETAS CREYENTES: UNA COLABORACIÓN DE JOSÉ FERRATER MORA

AMAURI FRANCISCO GUTIÉRREZ COTO

De original pensamiento caracterizado por el concepto de filosofía integracionista, el filósofo español José Ferrater Mora fue el introductor de la Lógica Formal en su país. En 1939 inició la redacción del que sería el más importante Diccionario de Filosofía escrito en Lengua Española.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


La presencia de la cultura hispánica en las revistas origenistas fue muy amplia. Ahí aparecen textos que, en nuestra opinión, merecen un análisis más serio para poder desentrañar las raíces de las ideas filosóficas de ciertas figuras que protagonizaron la vida de nuestro país. Un numeroso grupo de intelectuales españoles vienen a Cuba exiliados a causa de la Guerra Civil. Entre ellos los filósofos José Ferrater Mora y María Zambrano. Con su presencia quedan representadas las dos tendencias de pensamiento más destacadas de la Península Ibérica del siglo XX: la Escuela de Barcelona y la de Madrid. El liderazgo de la Zambrano dentro del grupo de poetas creyentes origenistas es innegable, no obstante, publican de manera esporádica otros representantes de esas escuelas.
Esta emigración de hombres de letras o transterrados, para tomar prestado el término de José Gaos, es uno de los rasgos que podría caracterizar el período juanramonista de la cultura cubana, para usar esta expresión acuñada por José María Chacón y Calvo1 . Publican, además de los autores ya citados, Juan David García Bacca y Eugenio d’Ors, ambos relacionados con la Escuela de Barcelona. Por cierto, este último estuvo vinculado al franquismo y no tuvo una presencia posterior en las revistas de grupo. Recuérdense, especialmente, los artículos de Eugenio d’Ors aparecidos en Verbum sobre Pablo Picasso2 o la aguda reflexión de este mismo autor sobre la revista Orígenes y la hispanidad3 . Estos filósofos, junto con otro grupo de intelectuales españoles, lograron un enorme protagonismo dentro de la cultura cubana. Está todavía por estudiarse el influjo que tuvo Manuel Altolaguirre en la definición de temas e intereses de los poetas cubanos de su época habanera o su influjo en los aspectos tipográficas de la literatura cubana del siglo XX.
Está todavía por trazarse nítidamente el arco de comunicación que existe entre el magisterio de la filosofía española contemporánea y lo más sobresaliente del pensamiento latinoamericano actual. Recuérdense, por ejemplo, a José Gaos y el Grupo Hiperión en México, a Juan David García Bacca y su influjo en Ecuador y Venezuela, a José Ferrater Mora y su influencia en Chile y Cuba, a Joaquín Xirau y la creación del Colegio de México o sus conferencias en la Habana, a Manuel García Morente y su actividad docente en Argentina, a Manuel Granell y su labor también en Venezuela, María Zambrano y el grupo Orígenes, entre otros4 .
Fue el mismo Juan Ramón Jiménez quien prácticamente inició y terminó la comunidad de escritores creyentes de Orígenes. Es justo recordar el peso que tuvieron en la configuración de la identidad del grupo sucesos como: la antología La poesía cubana de 1936, el Coloquio con Juan Ramón Jiménez de Lezama Lima, la mano del autor de Platero y yo en la selección y acabado final del primer poemario de Cintio Vitier, el Festival de la Poesía cubana presidido además por José María Chacón y Calvo y Camila Henríquez Ureña o sus conferencias pronunciadas en la Institución Hispanocubana de Cultura. Por otro lado, no podemos olvidar tampoco que el choque generacional entre Juan Ramón y la nueva poesía española (Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, entre otros) fue el que terminó con la publicación de Orígenes. Lo hispánico abrió y cerró. Este tema merece sin dudas ser tratado con más profundidad.
El acento del pensamiento filosófico original de Ferrater Mora se sitúa en una tendencia a integrar las filosofías opuestas, las orientaciones filosóficas divergentes, y aún los conceptos encontrados o polares. A esta actitud le llamó integracionismo.
Su postura frente a la historia del pensamiento filosófico le permitió llegar a verdades sobre Dios como las que aparecen en este artículo que transcribimos a continuación, a pesar del manifiesto positivismo que subyace en su obra cuando cita complacido a Hume:
«Cuando recorremos las bibliotecas, persuadidos de estos principios, ¿qué sarracina tenemos que hacer? Si tomamos en mano cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por ejemplo, preguntamos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto relativo a cantidad y número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental relativo a hechos o a la experiencia? No. Arrojémoslo, pues, a las llamas, pues sólo puede contener sofismas e ilusiones.» 5
A pesar de esta postura sobre la reflexión metafísica y el conocimiento natural de Dios, en su producción intelectual hallamos un artículo como que aquí rescatamos del olvido.
Ferrater Mora estuvo exiliado en la Habana de 1939 a 1941 y suponemos que aquí inició la escritura de su célebre Diccionario Filosófico. Poco ha quedado del paso de esta figura clave de la Escuela de Barcelona por nuestra isla. El texto que aquí reeditamos apareció en Espuela de Plata en 1941, una de las publicaciones que precedieron a Orígenes, y, a causa de la dificultad que presenta la consulta de estos materiales, lo hemos querido incluir en esta sección. Recién el 6 de enero del presente año apareció la edición facsímil de Espuela de Plata. Se trata de un esfuerzo conjunto entre el Programa de Cooperación Internacional de la Junta de Andalucía y la editorial sevillana Renacimiento con motivo de la Feria Internacional del Libro de La Habana (2003). Resulta encomiable este acertado proyecto de rescatar del olvido estas revistas literarias que son parte indispensable de nuestra historia cultural. Es una pena que sea en el extranjero por lo costoso que es para los interesados adquirir después estas publicaciones. Estamos seguros que, iniciativas como la que tuvo la editorial sevillana Renacimiento, al hacer una edición facsímil de Verbum, se repetirán para que los interesados en nuestra cultura en general puedan acceder a estos textos.
Este texto que aquí publicamos nos parece imprescindible para reflexionar acerca de las ideas religiosas y filosóficas en estas revistas literarias. Es una sensible revelación de la comprensión de Dios que tuvo este hombre de ciencia. Reaparecen, también, citados aquí tres filósofos de enorme significación en el pensamiento lezamiano: Hegel, Pascal y Zubiri.

Ferrater Mora, José. «Razón y verdad». En Espuela de Plata. No. H. ago; 1941. pp. 10-12

Si la religión es un modo dependiente de la vida, y la filosofía un modo independiente de ella, la dependencia y la independencia caracterizan sólo al modo de vivir, son reductibles a él. Pero el religioso y el filósofo buscan algo más que consuelo y seguridad: buscan ambos, por caminos distintos, la verdad. Si la verdad es al mismo tiempo consuelo para la vida o seguridad, no hay que olvidar que es primordialmente otra cosa. Así, la verdad ha de trascender siempre de la vida y, aunque sea fecundándola y salvándola, es superior a la vida misma. Puede ser que el hombre busque en la religión consuelo, o que lo busque en la filosofía, y que entonces sea la religión la posibilidad de reafirmar la vida salvándola de lo mortal. Pero el religioso debe decirse: “Yo busco ante todo la verdad, que es Dios”, y el filósofo: “Yo intento saber ante todo qué son las cosas”. El hombre tiene, sin duda, que tratar con ellas y que vivir de Dios o desde Dios, pero la verdad de Dios y la verdad de las cosas traspasan siempre este trato o este vivir en dependencia de Dios. La filosofía dice: “Yo soy algo en la vida del hombre; yo soy históricamente imposible sin el hombre, pero soy, además, afán de buscar la verdad del ser, que coincida con la verdad de Dios”. Y la religión, que es históricamente un acontecer en la vida humana, es asimismo depósito de la vida humana; contiene a la vida humana y no es contenida por ella. Así, la vida se mueve entre lo finito y lo infinito, entre la falsedad y la verdad, entre el mundo y Dios. Y si el mundo es verdad, lo es en función de la verdad del ser para el filósofo; de la verdad de Dios para el religioso.
La verdad filosófica y la verdad religiosa coinciden así en el reino de lo verdadero, en el cual decía Zubiri que “han de encontrarse siempre los espíritus”. Lo cual no quiere decir que esta verdad - entendida aquí como la realidad - haya de ser forzosamente racional. El filósofo busca la realidad en la razón; el religioso busca sencillamente la verdad acaso en el corazón. Ambos modos de buscar son igualmente justificados, y acaso sea un poco aventurado hablar de lo divino como irracional, como suelen hacer los románticos, todos los románticos. El cristianismo tiene sobre todas las demás religiones el imperativo de la claridad. Y lo que puede ocurrir es que esta claridad sea tan intensa en la región de lo divino que la luz del hombre quede apagada en ella. Lo divino sería así superior a lo racional, mas no irracional. El no saber de Dios y de sus designios, eso es para el hombre el misterio. Pero los designios de Dios pueden ser no irracionales, sino más racionales que los designios de los hombres. Hegel le pide al cristiano que tenga la “humildad de conocer a Dios”, pero ello es porque Hegel confunde lo racional con la razón tal como se manifiesta en el hombre y, en última instancia, como la razón lógica. Pero lo que tiene “una razón de ser” puede ser algo muy distinto de la lógica y, sin embargo, tener esta razón.
El horror del estoico ante todo desbordamiento, ante todo lo que sobrepase la medida, es el mismo horror del hombre antiguo ante la injusticia, que es explícitamente aquello que clama venganza por no dar a cada cosa lo que le pertenece.
El cristiano concibe la justicia como subsumida en la misericordia. Lo que diferencia en ello al estoico del cristiano es que para el primero hay un orden y para el segundo hay un desorden producido por el pecado y que Dios se encarga de subsanar por el sacrificio del Hijo. El desorden efectivo es para el estoico el producto de la pasión frente a la razón. El desorden existente es para el cristiano orden definitivo más que cuando la justicia queda desbordada por la gracia, pues sin la gracia no hay restablecimiento posible.
Si Cristo vino para salvar el mundo y el cristianismo es justificación del hombre y de su historia, ello no quiere decir que el que vive desde la filosofía o desde la razón hacia la razón rehace el mundo. Toda la doctrina filosófica es, en cierto modo, una voluntad de salvar el mundo, “de salvar las apariencias”. Por eso pueden encontrarse el filósofo y el cristiano, por caminos ciertamente bien distintos, pero concordantes en la verdad de Dios y en la verdad del ser.
El hombre europeo puede elegir entre el cristianismo y el estoicismo. Pero esta elección se reduce al modo de vivir, a la actitud de la vida, fecunda en el primer caso, inerme en el otro. Y cómo se llamará aquel a quien, no sintiéndose cristiano, le convence el cristianismo? Y si le convence por esta fecundidad que el cristianismo le otorga a la vida ¿podrá llamarse propiamente cristiano? El verdadero cristiano es aquel a quien ha de ser igual que la vida sea fecunda e improductiva. Elegir por esto y sólo por esto - o por algo que se refiere a la vida -, o por algo que no trascienda la vida ¿es ser cristiano? Pero acaso el cristiano sea el hombre a quien nada ha de moverle para amar sino Dios mismo. “No me mueve, mi Dios, para quererte ...” Pero al hombre le mueve siempre algo y puede decir que es él mismo quien se mueve para hacer esto o aquello. El hombre no puede decir “me mueve a quererte ... el verte en la cruz”. El amor a Dios no se puede justificar más que desde Dios mismo. Acaso haya que decir sencillamente “soy cristiano” y portarse como tal. Y cuando la reflexión conduce a estas honduras en donde el hombre se siente aprisionado, repetirse “soy cristiano” para sostenerse dentro de esta nada abismal. Por eso el cristiano es, en el fondo, el hombre que no se queda solo, porque siempre hay Dios que le sostiene.
Mas el filósofo tiene que quedarse solo y aquí reside su grandeza y su dolor. La razón no le proporciona seguridad, sino que le hunde más y más en esta nada en donde todo es tinieblas. Y será filósofo en tanto que se mantenga en esta fortaleza que le permita hundirse constantemente y no diga “Ya tengo bastante; quiero salir a la luz”. El filósofo llega un momento en que no vive desde la razón; la razón le abandona y, sin embargo, se dice: “Quiero ir más allá”. Pero la verdad ¿no será la misma para el filósofo y para el cristiano? El depender y procurar mantenerse solo, ¿quiere esto decir que en el fondo de este abismo en que ambos se hunden y en donde uno se salva y el otro se muere, quiere esto decir que en el fondo de este abismo no hay lo mismo?
Aquel que vive desde la filosofía y, no obstante, le convence el cristianismo es quien más perplejo se encuentra en la vida, más desesperanzado, más desesperado. Porque el cristianismo le dice: “No te hundas más, Dios te sostiene”. Y la filosofía le dice: “No estás más que en el comienzo de este profundo pozo en cuyo fondo se halla la verdad”. ¿A quién seguirá? Porque la hondura atrae por lo menos tanto como la cima; la obscuridad tanto como la aparente luz; la profundidad tanto como la superficie.
No es suficiente que alguien le diga: “Llegarás luego; en la vida eterna”. Porque la vida quiere ser ya eterna, quiere serlo desde esta vida. El cristiano dice: creo. El filósofo a quien el cristianismo “convence” dice: creo. Pero este creer es en ambos radicalmente distinto. El cristiano dice: la vida te da la experiencia. El filósofo dice: yo quiero la experiencia; pero ansío la verdad. La experiencia no es más que el camino para conducir a la verdad. Y la experiencia de esta vida no me da la verdad. ¿Es esto humildad o soberbia?
“No hay más que tres clases de personas: unas que sirven a Dios, habiéndolo encontrado; otros que lo buscan, no habiéndolo encontrado; otros que viven sin buscarlo ni haberlo encontrado. Los primeros son razonables y dichosos; los últimos son locos y desdichados; los del medio son desdichados y razonables”. Así Pascal. ¿Puede llamarse soberbia a esta infelicidad de los razonables, de los filósofos, de los insatisfechos? ¿Puede llamarse soberbia a esta humildad de los que buscan con esperanza? Porque sólo la falta de esperanza hará del filósofo un orgulloso. El filósofo busca porque espera encontrar lo buscado. Y acaso pueda decirse que en esta busca le asiste el mismo Dios.
Algunos piensan como cristianos; pocos obran como cristianos; menos piensan y obran al mismo tiempo como cristianos. Acaso el vivir y el pensar cristianamente sean también una inseguridad radical análoga a la del filósofo, un radical desamparo. Eso es, por lo menos, lo que ocurre en la vida cotidiana. ¡Hay tantos que se acogen al cristianismo porque encuentran en él seguridad!
Verdad es que el cristianismo tiene una clase muy alta de nobleza que no se encuentra ni en la filosofía del preocupado ni en la filosofía del indiferente: la solidaridad en la culpa. El preocupado se separa de los demás y se pregunta: ¿Cómo puede acontecer esto? El indiferente se aísla y se encierra en sí mismo, y acaso desprecia a los demás porque han robado o matado. Pero el cristianismo no puede hacerlo y tiene que decirse: los crímenes de los demás son también mis crímenes.
Acaso es aquí donde empieza a existir el cristiano como tal cristiano, más allá de toda satisfacción, de toda beatitud, de toda seguridad y aun acaso de toda esperanza.

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1 Chacón y Calvo, José María. «Homenaje a Juan Ramón Jiménez». Separata del Boletín de la Academia Cubana de la Lengua. Tomo VII. Enero-junio. No. 1-2. 1958. p. 4.
2 D’ Ors, Eugenio. «Epístola a Pablo Picasso». Verbum. Año I, No. 3. Noviembre de 1937. pp. 3-10.
3 D’ Ors, Eugenio. «Una revista cubana: Orígenes». Diario de la Marina. 19-IX-1953. p. 4.
4 José Luis Abellán. «Filosofía y pensamiento: su función en el exilio de 1939». El exilio español de 1939. (vol. 3), Taurus, Madrid, pp. 151-208 y El exilio filosófico en América. Los transterrados de 1939. FCE, México, 1998.
5 Ferrater Mora, José. La filosofía actual, Ed. Alianza, Madrid,1973. p. 84.


 

Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio de 2003
Amauri Francisco Gutiérrez Coto
(1974) Lic. en Letras Universidad de La Habana. Publicó «Acerca de lo negro y la Africanía en la lengua literaria de Motivos de Son» (Premio Ensayo, Concurso «Vitral»2001) y Diario de un Intruso (Gran Premio Poesía, Concurso «Vitral 2002»)..