Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio 2003


POESÍA

 

ALGUIEN CANTA

FERNANDO RODRÍGUEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ENTRE LA MÍSTICA Y LA ASCÉTICA:
UNA TRÉMULA RELIGIOSIDAD

Entre la mística y la ascética, la fuerza de Alguien canta...parte y llega a una trémula religiosidad. Su autor, el escritor mexicano Fernando Rodríguez (1940), quizás se halle sobre una paradoja existencial que con sabiduría, y sobre todo con fe católica, plasma aquí su humilde tributo al Señor. El prestigio de su erudición, asentada en una bibliofilia que lo sitúa entre los grandes coleccionistas de la Colonia Roma, sabe en este frágil poema ir del verso libre a la forma soneto, tributar a Dante y tras él a las grandes voces de los Siglos de Oro, a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz, a Fray Luis de León y Fernando de Herrera... La fuerza expresiva de Alguien canta... también tiene en el símbolo agua —con cada una de sus implicaciones literales y traslaticias— una marca que remite a ese enorme poeta mexicano que Fernando Rodríguez ha estudiado con lucidez y rigor: Carlos Pellicer Cámara. De él toma una sensualidad que encanta el tempo del poema. A él remite implícitamente la parodoja de los abismos y las cumbres que al borde de la vejez se postra ante la “razón de ser”, y abandona definitivamente la “causa de ser”, como antes admiramos en las parábolas que reuniera en A contratiempo. Poema hacia adentro, por ello mismo sale a la intemperie, de la mano de otro de sus libros de versos turbulentos: Autobiografía de un desconocido, que por encima del azar o del sino comienza por A unas puertas del alba. Poema fuerte —como diría Harold Bloom—, acabo de experimentar al transcribirlo el roce ontológico de quien participa en similares temblores ante la vida y la muerte. Y es —debe de ser— que Fernando Rodríguez ha logrado aquí romper mi escepticismo, ofrecerme una lección, una más de las suyas.

José Prats Sariol.

Alquien canta...

Una a una,
líquidas, transparentes,
cayeron las palabras,
sin nada más que agua,
sólo agua,
reflejo que incendia la alegría
de aquel que escucha por tristeza,
por soledad, hastío o saudade.

Río, mar, o apenas gota de agua,
fluye, humedece, se evapora,
deja reflejos de lo que nunca tuvo.
(Alguien me dicta como si cantara.)

El mar.
¡Ah, inmensidades!
Ahí permanece la infancia
en donde todo cabe.
Ahí permanece la inocencia,
alma feliz en cuerpo quemado por el sol,
calenturiento, despellejado. Pero no,
desbordado, encendiendo el canto y las estrellas.

¿Alguien canta?
El mar,
espejo que guarda algunas palabras de Dios,
las estrellas que mecen un poco del gozo de Dios.

¿Quién es ese que canta a los lejos?

Torcemos la nostalgia, la esperanza,
el cuello, la pluma, las palabras
para sacar a veces un poco de llanto,
harapos de pureza,
algunas gotas de frescura, saliva inútil
y, de pronto, Alguien canta.

¿Alguien canta?
Hilos de agua, hojas de agua, flores,
olas, galaxias enloquecidas,
océanos que se elevan en corona de lluvia
y una gran superficie que espejea
y canta suavemente.
El alma se olvida, se deja llevar y no guarda memoria.
El agua la abraza, lava, borra los recuerdos,
la inunda y la desborda.

Diluvia sobre el agua
y el agua danza, brinca, asciende
pero no es nada de esto,
es sólo canto,
un murmullo nocturno,
una palabra, un Acto:
luz.

Y de pronto Alguien canta.
Clavecín transparente donde la luz es agua
que se palpa, se danza y se canta a Sí misma.
Y ya no preguntamos por Quién canta
ni de Quién es el violín ni Quién toca la flauta,
tan sólo nos unimos a los juegos
de Quien es Su delicia todo el tiempo.

I

Pasó la primavera y el verano,
y mi vida sin fruto en la mortaja
donde yace Tu siembra. Ven y baja
que ha llegado el instante meridiano.

Toma mi alma, estréchala en Tu mano,
tal vez si alguna esiga se desgaja
entre tanta cizaña y tanta paja,
podrás resucitar algo de grano.

A veces, en la noche —dulce Amante—
escucho la hermosura de tu canto
pero me es imposible repetirlo

y en pobre tono y apagado andante
lucho con las palabras, mientras tanto
nunca supero la canción del mirlo.

II

A pesar del insomnio, clara y cierta,
la noche se perfila placentera,
no hay angustia ni ansias de quimera,
sólo el dulce soñar de la despierta

alegría serena donde abierta
reposa el alma la feliz espera.
Alguien habla, musita. Persevera
el alma y tiembla el oído alerta.

Hay sonidos, palabras, sólo notas
que se pierden, recuerdan un boceto
de lo que fue, no pudo o fue perdido

y sólo quedan del aroma gotas
pero queda la huella, no el objeto
alcanzado del Bien, bien elegido.

III

Tiempo de soledad que reverbera
cuando de pronto entre la noche oscura
un silencio aromado de ventura
transforma nuestro invierno en primavera

y surge en el nocturno de la espera
casi voz, casi luz, casi figura
esta Presencia interna que procura
la perfección exacta de la esfera.

Así se guarda en áurea simetría
el sápido saber donde germina
la semilla del Verbo, Teofanía

de toda plenitud que prefigura
el gozo de creación y ahí culmina
en vivencia indecible Tu hermosura.

IV

Y soy la desnudez de la ribera,
porque ante Ti ¿qué gala es galanura?
pobreza es más que todo la locura
Divina donde alguno persevera.

Por la Luz en que todo prolifera,
ya viene el fruto, la semilla, el canto,
también invierno, noche y mi quebranto
pareciera noviazgo y vez primera.

Yo debiera callar y en cauta espera
con prudencia y con lámpara encendida
preparar primigenia la llegada

de la paz interior que el alma quiera.
Se me dio tener pronta la salida
pero faltó Tu cálida llamada.

V

Aquí es donde lo interno se ilumina,
noche de noches cuya luz nos ciega.
Noche de noches que afirmando niega
la oscuridad de lo que no termina

en volumen, color, sabor y aroma.
Por tus pasos es noche caminera
donde el invierno lleva la primera
posible flor que tímida se asoma.

Todo es lo mismo ¿en qué parte del viaje
se detuvo la rueda y la quimera?
porque ya estoy desnudo y olvidado

del poseer y no tengo pasaje,
sólo la culpa que perdón espera
y nada más estar a Tu cuidado.

VI

Y no puedo entender porque me amas,
porque me hiciste ¡sí! a Tu semejanza
pero no soy pureza, ni esperanza,
sólo soy paja y pasto de las llamas.

Aún en invierno fulgen las retamas
y en lo oscuro la luz, punta de lanza,
aún Te lacera, Tu costado alcanza
y en mares de perdón Te nos derrramas.

¡Ay, Amor de quien quiero enamorarme!
Enciéndeme en pasión por Tu hermosura.
¡Ay, Amor que aún no quiere arrebatarme!

Pues no merezco abrazo ni ternura
pero a Tus pies quisiera yo quedarme
besando el polvo de tu huella pura.

VII

Un cálido rumor de inmensidades
llena la oscuridad y la ilumina,
la armonía del modo determina
quién canta llano y quién por soledades.

Y donde, entre tantas voluntades,
puedo alcanzar, aquella que culmina,
aquella que amorosa ya camina
alejada de tantas vanidades,

a la par con el ciervo y el torrente,
en frondas de laureles y olivares
Yo no logré seguirla dócilmente

entre arroyos, arrullos y cantares
y quedeme ¡tan solo! solamente
al inicio de todos los pesares.

VIII

Yo, cárcel, que entre amores Te aprisiona,
mientras en libertad, gozo y escojo
por lo que sufres y Te causa enojo
por lo que sangran clavos y corona.

Yo, pecador feliz que Te apasiona,
“felix culpa” que va de nada al rojo
y en perfumadas aguas del hinojo
borras los vahos que la culpa asoma.

Las rosas, las retamas y la poma
escudo son y estirpe más que humana
donde tu amor profundo, amor aroma.

¡Qué podemos decir ante la vana
gloria del mundo, opaca, burda y roma,
si eres “la hermosura soberana”.

IX

Si Tú eres la Presencia Soberana,
puente de eternidad entre dos mares,
dos aguas que parecen dos azahares.
¡Ay, Amor que belleza tan humana!

Dos aguas en que Dios se nos hermana,
Huellas de Ti encuentro en los pinares,
¿Huellas que con las mías serán pares?
Nostalgia de pureza el alma mana,

nostalgia de qué sueño no vivido,
elegido por Ti y predestinado
que espera ser tan solo consentido

por mí mismo —vacío y olvidado—
para llenarme Amor de Tu latido
y quedarme ahíto y extasiado.

X

Niebla plateada que lo inunda todo
en un amanecer que no anochece
porque la luz que apenas acontece
limpia toda tristeza y también lodo.

Tú me dirás Señor cuál es el modo
de alcanzar tu señal y a qué obedece
lo que sin esperar no muere y crece
y tiene su lugar y su acomodo.

Hablas en vano, fállame el oído
y termino, perdido ya el sentido,
extraviado y rendido ante Tus plantas.

Tú Señor de la Música Te cantas,
yo escucho y copiar quiero lo trovado
y quedo en duermevelas arrobado.

XI

Tú me dices Señor: pace confiado
s´lo sigue Mi voz y Su latido,
siega el tacto voraz y el fino oído
ven a Mi fuente y quedarás saciado

que aquí tengo tu sitio reservado,
reosa en Mi tu corazón herido,
en Mi pecho adormece tu gemido
y deja calmo el sueño a mi cuidado.

Soy el pastor que guarda su ganado
y busca el corderillo desvalido
con música de flautas atraído

y entre zarzas y espinos atrapado.
Tu mano firme hunde en mi costado,
no dudes más, aún tengo el pecho herido.

 


 

Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio de 2003

Fernando Rodríguez
Escritor mexicano (1940)