Queridos hermanos y hermanas:
En un contexto mundial y nacional de penas y angustias celebramos este
año nuestra Misa Crismal. La terrible guerra de Irak que somete
a un pueblo y a la humanidad entera a fuertes presiones de muerte y
dolor. La ola de arrestos ocurrida en nuestro País en los últimos
días. Medidas represivas que han llenado de zozobra y dolor a
muchas familias cubanas.
Y por último y no menos dolorosa la noticia del fallecimiento
de Mons. Eduardo Boza Masvidal, obispo cubano desterrado hace 41 años
que dedicó su vida al pueblo cubano del exilio y radicó
su residencia en Venezuela, en cuya Iglesia y a favor de cuyo pueblo
entregó todos esos años como sacerdote y como obispo.
Como les decía, entre sentimientos de dolor y de pena, pero con
la esperanza puesta en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, nuestro Salvador,
Aquel que nos amó y nos ha librado de nuestros pecados
por su Sangre, nos reunimos en la Santa Iglesia Catedral, para
celebrar la Solemne Eucaristía en la que tiene lugar la Consagración
de los aceites u óleos con que se administran algunos Sacramentos
en la Iglesia.
Ninguna oportunidad mejor para reflexionar sobre el misterio de la Iglesia
y del sacerdote como signo e instrumento de la unión íntima
con Dios y la unidad de todo el género humano, que constituye
el germen y el comienzo del reino de Cristo en la tierra, y como signo
referencial a ese reino al que tiene la misión de anunciar y
establecer en todos los pueblos. En la Iglesia, un misterio de comunión
para la misión, el ministerio episcopal y sacerdotal son un don
singular del Espíritu Santo para la comunidad cristiana.
Que sean uno para que el mundo crea. Ante todo la Iglesia
es un misterio de comunión realidad visible penetrada por
la existencia de Dios, pueblo unido por la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. La realidad primera y última
de la Iglesia es la comunión de los hombres con Dios, y de los
hombres entre sí. Como la misma Iglesia que camina y se edifica
en el tiempo de la fe, esa comunión es un don del Espíritu
y una tarea que se va realizando hasta que Dios sea todo en todo
como dice San Pablo en su 1ª carta a los Cor. 15-28. Mientras la
Iglesia peregrina en este mundo como signo levantado entre los pueblos,
ese misterio de comunión en acción histórica es
también su gran misión: proclamar el evangelio, que Dios
es Padre y todos somos llamados a vivir como hermanos.
A esta obra no solo somos vocacionados, sino también convocados.
No hay vocación sin convocación. Por lo tanto la comunión
pertenece a la vocación y prueba la verdad de la misma. El obispo,
el sacerdote debe estar en comunión con el Señor. En la
medida que deje a Dios como el único Señor en su vida
y actividad, el obispo y el sacerdote podrán estar al servicio
de la comunión en la Iglesia y en el mundo. En la medida que
vivan ambos la cercanía benevolente de Dios y gusten experimentar
el misterio de Dios Amor, eso quiere decir la Trinidad, podrán
ejercen su ministerio y su carisma, ser testigos del amor de Dios a
los hombres.
Por eso, vida en comunión para la misión tiene que ser
fruto de esa decisión personal; sólo el que se deje alcanzar
y transformar por el Espíritu, puede nacer de nuevo; sin la comunión
con Dios no es posible ser agente de comunión, ni en la Iglesia
ni en el mundo.
-Al mismo tiempo comunión y misión son realizadas por
una Iglesia visible cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo
y por esa razón realiza su misión entre los hombres, con
los hombres y para los hombres..
La Iglesia debe tener una presencia pública. Es signo, proclamación,
pueblo levantado en el mundo para anunciar y ofrecer la salvación
para todos. Como fermento y alma de la sociedad debe entrar en la masa.
Los gozos y los esfuerzos del mundo, así como también
sus penas y dolores son también los de los discípulos
de Cristo, nada humano le es ajeno. El Señor me ha
enviado para dar la Buena Nueva a los que sufren para vendar los corazones
desgarrados, como decía Zacarías del que había
de venir y podemos decir nosotros de nuestra entrega al Señor.
- La presencia pública de la Iglesia no es de poder al modo de
los poderosos del mundo, ni en el ámbito económico, ni
en el ámbito político, ni en la organización social;
la misión propia que Cristo confió a su Iglesia es religiosa
y profética. El fin que Cristo asignó a la Iglesia es
de orden religioso: Pero el Dios a quien la Iglesia adora y a quien
proclama, es el Dios revelado en Jesucristo: Padre que quiere la vida
en plenitud para todos, Hijo que corre nuestra misma aventura humana
poniéndose al lado de los excluidos, y Espíritu que a
todo da vida y alienta. Esta fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta
el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello
dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas. Porque anunciamos
un Dios de los hombres y porque en la Encarnación el Verbo se
ha unido en cierto modo a todo ser humano que solo es real dentro de
una organización de la Iglesia, es vocación de la
Iglesia estar presente en el corazón del mundo, predicando la
buena noticia a los pobres, la liberación a los oprimidos y la
alegría a los afligidos; la acción a favor de la justicia
y la participación en la transformación del mundo es dimensión
constitutiva de la predicación del Evangelio; la
misión de la Iglesia implica la defensa y promoción de
la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana.
Urge desenmascarar toda visión individualista de la caridad cristiana,
como si las personas vivieran fuera de una sociedad. Los Papas hablan
de caridad profética.
Ser independiente del poder no se confunde con una mera neutralidad
Si el profeta es quien dice la palabra de Dios y habla en su nombre,
la presencia pública de la Iglesia es profética. Porque
su misión propia no es económica política o social,
la Iglesia debe mantener independencia respecto a los poderes que de
facto dirigen esos ámbitos. Pero ser independiente no se
confunde con una mera neutralidad, como si la Iglesia quisiera y tuviese
que permanecer indiferente en la organización socio-política
que funcione en el País. En esta preocupación por la vida
y dignidad de todo ser humano, la Iglesia debe levantar su voz profética,
denunciando los pecados y las injusticias, sin temor a los poderosos,
pero siempre con misericordia. Y como dice el Cardenal Jaime en su reciente
Carta No hay Patria sin virtud: «Aún cuando
nos parece que no somos escuchados, cuando la realidad parece ser ignorada,
no sólo hay que evidenciar lo que aparentemente se olvida o desconoce,
sino preparar además caminos de futuro en las mentes y los corazones
de nuestros hermanos, también si, como el Bautista, tenemos la
impresión de clamar en el desierto. Eso es lo que intentó
el Padre Varela. Esa es siempre, en palabras del santo sacerdote, la
misión de la Iglesia: El bien de los pueblos ha sido siempre
el objeto de la Iglesia, no solo en lo espiritual, sino también
en lo temporal en cuanto dice relación a la paz y mutua caridad,
en una palabra, a la vida eterna que es la única felicidad
(Fin de la cita #14).
Hasta aquí podemos y debemos estar de acuerdo. Pero en la aplicación
de estos principios puede haber silencios vergonzosos, manipulaciones
encubiertas, denuncias improcedentes que dan lugar a equívocos.
Ante un gobierno que pretenda negar a la Iglesia su presencia pública
en la sociedad, los obispos y los sacerdotes al frente del pueblo cristiano
tienen que reaccionar enérgicamente; esa presencia pública
no sólo es esencial al Evangelio que proclama la salvación
para todos, sino también un derecho elemental en la sociedad
moderna. La misma reacción es ineludible ante la pretensión
gubernamental de manipular o domesticar a la Iglesia para sus intereses
políticos. Tampoco cabe abdicar de la responsabilidad de ningún
obispo, guardando silencio, cuando son lesionados los derechos humanos
que, según nuestra fe cristiana. son de origen divino. Así
lo ha manifestado recientemente la declaración de la Comisión
Episcopal de Justicia y Paz. Pero es fundamental elegir bien la forma
de realizar la denuncia de modo eficaz, salvaguardando en lo posible
la colaboración con el gobierno y evitando interpretaciones equívocas
en los mismos fieles cristianos..
En nuestro País, con una ideología atea, que ha reprimido
siempre de una forma o de otra a la religión y de modo especial
la católica, es muy fácil que no sólo los sencillos
fieles, sino también laicos comprometidos con la fe, interpreten
los documentos de la jerarquía defendiendo los derechos humanos
fundamentales como una fuerza de poder contra el poder gubernamental.
Pueden identificar a la Iglesia, representada en sus obispos y sacerdotes
como un poder político contra el Gobierno que suple de algún
modo la carencia de partidos políticos de oposición.
Esta interpretación de la Iglesia como un partido político
enfrentado con el único partido, es una falsa comprensión
del misterio de la Iglesia, o puede ser un intento equivocado y falaz
de manipulación de la Iglesia.
Y no olvidemos que la Iglesia como sacramento es un signo, cuya lectura
o interpretación depende de la precomprensión que tienen
sus lectores. Incluso muchos cristianos tienen todavía una visión
piramidal de la Iglesia y siguen pensando en los obispos como portadores
de un poder y de una influencia en la sociedad similar al modo de los
poderosos de este mundo.
Un grado alto de conversión y comprensión necesitamos
para vivir ese don de comunión y misión con los hermanos
obispos y sacerdotes en el misterio de la Iglesia que se desvela dinámicamente
en la historia.
Por eso, dos dimensiones esenciales no deben faltar en nuestra misión
y consiguientemente han de ser aliciente para nuestra comunión.
- En primer lugar la experiencia de Dios revelado en Jesucristo, nos
urge una nueva y buena evangelización, no tanto para recuperar
posiciones sociales perdidas, ni sólo para aumentar la clientela
religiosa, sino para promover una fe experienciada como encuentro personal
con el Dios del reino. Sólo una fe personalizada puede garantizar
una existencia vivida con el espíritu de Jesucristo, en una sociedad
que, desconectada durante varias décadas de la religión,
inundada de distintas manipulaciones de religiosidad y éticamente
desfinalizada, está reviviendo simultáneamente los aires
de la modernidad y postmodernidad. Secularización, confusión
religiosa y pluralismo pueden estar configurando la sociedad cubana
de los próximos años, donde la nueva y buena evangelización,
pedida y orientada por el Papa, exigirá una buena formación
de los cristianos y una espiritualidad encarnada en el seguimiento de
Jesucristo. Sólo una espiritualidad cristiana vivida personal
y comunitariamente, da garantía para una verdadera presencia
pública y evangelizadora de la Iglesia.
- En segundo lugar, esta experiencia se concretará en tres ámbitos
muy necesarios:
1)Misericordia, ese amor singular que se hace cargo y carga con la miseria
del otro, ayudándole a superarla; sin esos sentimientos de misericordia
no hay verdadera evangelización en ningún lugar y menos
hoy en Cuba, con tantas personas cansadas que se van quedando por el
camino, con los que se acercan a pedir las gracias y los sacramentos
en la buena fe pero en la ignorancia y la confusión.
2)Diálogo y reconciliación; es verdad que no podemos transigir
ni guardar silencio cuando están en juego los derechos elementales
de los seres humanos que para nosotros tienen algo de divino, pero la
Iglesia incluso en sus posibles denuncias proféticas siempre
tiene que ser y aparecer como sacramento de misericordia. Ya en 1964
el Papa Pablo VI afirmó como programa para la relación
con el mundo que La Iglesia se hace diálogo y esta
inspiración debe animar hoy a la Iglesia en un pueblo como el
nuestro que tanta necesidad tiene de reconciliación y perdón
para garantizar su porvenir.
3)Sembrar esperanza para que hombres y mujeres se abran confiadamente
hacia el porvenir. Cuando la situación es es tan compleja, yo
diría en estos momentos tan triste y angustiosa, y los problemas
tan graves, la esperanza se nos muere entre las manos. Según
nuestra fe en la encarnación, sabemos que todo futuro está
habitado por Dios y podemos y debemos empeñarnos en construirlo.
Pero en la práctica ¿cómo sembrar esperanza en
tanta gente decepcionada, para que confiando en ellos mismos y en los
demás, se hagan responsables y activos para construir ese porvenir
mejor al pueblo cubano? Todos podemos sufrir la tentación de
la desesperanza, la impotencia y la anomía. Vengan a mí
todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré.
Debemos mirar con los ojos del corazón a Jesucristo, iniciador
y consumador de la fe, testigo de la fidelidad. Pero aquí en
Cuba, es necesario una fidelidad de larga duración que madura
en la paciencia. Contemplad al Resucitado, necesitamos actualizar en
nosotros la convicción de que todo lo que hagamos con amor no
cae ya en el vacío. De nuevo debemos poner nuestros ojos fijos
en Aquel que, en la sinagoga de Nazareth podía decir: Hoy
se cumple en mí lo que dijo el profeta
Volvamos una vez más nuestros ojos hacia los ojos misericordiosos
de la que es Madre, Patrona y Reina de Cuba, Ntra. Sra. De la Caridad,
para repetirle confiada y filialmente:
Cuando el llanto era el pan de tus hijos
y su vida terrible ansiedad
eras Tú, dulce Madre la estrella
que anunciaba la aurora de paz.
Pidamos con fe a nuestro insigne Patrono San Rosendo, en este año
Jubilar del Centenario de la Diócesis que nos dé el coraje
y la perseverancia en la fe que señaló su vida de monje
y de pastor.
Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas ¡ánimo!
que la última palabra no la tienen los hombres, sólo la
tiene el Señor Dios nuestro.
Amén