Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio 2003


REFLEXIONES

 

LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LA SOCIEDAD NO SÓLO ES ESENCIAL AL EVANGELIO SINO UN DERECHO ELEMENTAL

Homilía de S.E. Mons. José Siro González Bacallao, Obispo de Pinar del Río en la Misa Crismal, jueves 10 de abril de 2003. S.M.I. Catedral de Pinar del Río

Mons. José Siro González

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

En un contexto mundial y nacional de penas y angustias celebramos este año nuestra Misa Crismal. La terrible guerra de Irak que somete a un pueblo y a la humanidad entera a fuertes presiones de muerte y dolor. La ola de arrestos ocurrida en nuestro País en los últimos días. Medidas represivas que han llenado de zozobra y dolor a muchas familias cubanas.
Y por último y no menos dolorosa la noticia del fallecimiento de Mons. Eduardo Boza Masvidal, obispo cubano desterrado hace 41 años que dedicó su vida al pueblo cubano del exilio y radicó su residencia en Venezuela, en cuya Iglesia y a favor de cuyo pueblo entregó todos esos años como sacerdote y como obispo.
Como les decía, entre sentimientos de dolor y de pena, pero con la esperanza puesta en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, nuestro Salvador, “Aquel que nos amó y nos ha librado de nuestros pecados por su Sangre”, nos reunimos en la Santa Iglesia Catedral, para celebrar la Solemne Eucaristía en la que tiene lugar la Consagración de los aceites u óleos con que se administran algunos Sacramentos en la Iglesia.
Ninguna oportunidad mejor para reflexionar sobre el misterio de la Iglesia y del sacerdote como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y la unidad de todo el género humano, que constituye el germen y el comienzo del reino de Cristo en la tierra, y como signo referencial a ese reino al que tiene la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos. En la Iglesia, un misterio de comunión para la misión, el ministerio episcopal y sacerdotal son un don singular del Espíritu Santo para la comunidad cristiana.
“Que sean uno para que el mundo crea”. Ante todo la Iglesia es un misterio de comunión “realidad visible penetrada por la existencia de Dios”, “pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La realidad primera y última de la Iglesia es la comunión de los hombres con Dios, y de los hombres entre sí. Como la misma Iglesia que camina y se edifica en el tiempo de la fe, esa comunión es un don del Espíritu y una tarea que se va realizando hasta que “Dios sea todo en todo” como dice San Pablo en su 1ª carta a los Cor. 15-28. Mientras la Iglesia peregrina en este mundo como signo levantado entre los pueblos, ese misterio de comunión en acción histórica es también su gran misión: proclamar el evangelio, que Dios es Padre y todos somos llamados a vivir como hermanos”.
A esta obra no solo somos vocacionados, sino también convocados.
No hay vocación sin convocación. Por lo tanto la comunión pertenece a la vocación y prueba la verdad de la misma. El obispo, el sacerdote debe estar en comunión con el Señor. En la medida que deje a Dios como el único Señor en su vida y actividad, el obispo y el sacerdote podrán estar al servicio de la comunión en la Iglesia y en el mundo. En la medida que vivan ambos la cercanía benevolente de Dios y gusten experimentar el misterio de Dios Amor, eso quiere decir la Trinidad, podrán ejercen su ministerio y su carisma, ser testigos del amor de Dios a los hombres.
Por eso, vida en comunión para la misión tiene que ser fruto de esa decisión personal; sólo el que se deje alcanzar y transformar por el Espíritu, puede nacer de nuevo; sin la comunión con Dios no es posible ser agente de comunión, ni en la Iglesia ni en el mundo.
-Al mismo tiempo comunión y misión son realizadas por una Iglesia visible “cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo” y por esa razón realiza su misión entre los hombres, con los hombres y para los hombres..
La Iglesia debe tener una presencia pública. Es signo, proclamación, pueblo levantado en el mundo para anunciar y ofrecer la salvación para todos. Como fermento y alma de la sociedad debe entrar en la masa. Los gozos y los esfuerzos del mundo, así como también sus penas y dolores son también los de los discípulos de Cristo, “nada humano le es ajeno”. El Señor me ha enviado para dar la Buena Nueva a los que sufren para vendar los corazones desgarrados”, como decía Zacarías del que había de venir y podemos decir nosotros de nuestra entrega al Señor.
- La presencia pública de la Iglesia no es de poder al modo de los poderosos del mundo, ni en el ámbito económico, ni en el ámbito político, ni en la organización social; la misión propia que Cristo confió a su Iglesia es religiosa y profética. El fin que Cristo asignó a la Iglesia es de orden religioso: Pero el Dios a quien la Iglesia adora y a quien proclama, es el Dios revelado en Jesucristo: Padre que quiere la vida en plenitud para todos, Hijo que corre nuestra misma aventura humana poniéndose al lado de los excluidos, y Espíritu que a todo da vida y alienta. Esta fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas. Porque anunciamos un Dios de los hombres y porque en la Encarnación el Verbo se ha unido en cierto modo a todo ser humano que solo es real dentro de una organización de la Iglesia, es “vocación de la Iglesia estar presente en el corazón del mundo, predicando la buena noticia a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos; la acción a favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo es dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio”; “la misión de la Iglesia implica la defensa y promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana”. Urge desenmascarar toda visión individualista de la caridad cristiana, como si las personas vivieran fuera de una sociedad. Los Papas hablan de caridad profética.

Ser independiente del poder no se confunde con una mera neutralidad

Si el profeta es quien dice la palabra de Dios y habla en su nombre, la presencia pública de la Iglesia es profética. Porque su misión propia no es económica política o social, la Iglesia debe mantener independencia respecto a los poderes que “de facto” dirigen esos ámbitos. Pero ser independiente no se confunde con una mera neutralidad, como si la Iglesia quisiera y tuviese que permanecer indiferente en la organización socio-política que funcione en el País. En esta preocupación por la vida y dignidad de todo ser humano, la Iglesia debe levantar su voz profética, denunciando los pecados y las injusticias, sin temor a los poderosos, pero siempre con misericordia. Y como dice el Cardenal Jaime en su reciente Carta “No hay Patria sin virtud”: «Aún cuando nos parece que no somos escuchados, cuando la realidad parece ser ignorada, no sólo hay que evidenciar lo que aparentemente se olvida o desconoce, sino preparar además caminos de futuro en las mentes y los corazones de nuestros hermanos, también si, como el Bautista, tenemos la impresión de clamar en el desierto. Eso es lo que intentó el Padre Varela. Esa es siempre, en palabras del santo sacerdote, la misión de la Iglesia: “El bien de los pueblos ha sido siempre el objeto de la Iglesia, no solo en lo espiritual, sino también en lo temporal en cuanto dice relación a la paz y mutua caridad, en una palabra, a la vida eterna que es la única felicidad” (Fin de la cita #14).
Hasta aquí podemos y debemos estar de acuerdo. Pero en la aplicación de estos principios puede haber silencios vergonzosos, manipulaciones encubiertas, denuncias improcedentes que dan lugar a equívocos. Ante un gobierno que pretenda negar a la Iglesia su presencia pública en la sociedad, los obispos y los sacerdotes al frente del pueblo cristiano tienen que reaccionar enérgicamente; esa presencia pública no sólo es esencial al Evangelio que proclama la salvación para todos, sino también un derecho elemental en la sociedad moderna. La misma reacción es ineludible ante la pretensión gubernamental de manipular o domesticar a la Iglesia para sus intereses políticos. Tampoco cabe abdicar de la responsabilidad de ningún obispo, guardando silencio, cuando son lesionados los derechos humanos que, según nuestra fe cristiana. son de origen divino. Así lo ha manifestado recientemente la declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz. Pero es fundamental elegir bien la forma de realizar la denuncia de modo eficaz, salvaguardando en lo posible la colaboración con el gobierno y evitando interpretaciones equívocas en los mismos fieles cristianos..
En nuestro País, con una ideología atea, que ha reprimido siempre de una forma o de otra a la religión y de modo especial la católica, es muy fácil que no sólo los sencillos fieles, sino también laicos comprometidos con la fe, interpreten los documentos de la jerarquía defendiendo los derechos humanos fundamentales como una fuerza de poder contra el poder gubernamental. Pueden identificar a la Iglesia, representada en sus obispos y sacerdotes como un poder político contra el Gobierno que suple de algún modo la carencia de partidos políticos de oposición.
Esta interpretación de la Iglesia como un partido político enfrentado con el único partido, es una falsa comprensión del misterio de la Iglesia, o puede ser un intento equivocado y falaz de manipulación de la Iglesia.
Y no olvidemos que la Iglesia como sacramento es un signo, cuya lectura o interpretación depende de la precomprensión que tienen sus lectores. Incluso muchos cristianos tienen todavía una visión piramidal de la Iglesia y siguen pensando en los obispos como portadores de un poder y de una influencia en la sociedad similar al modo de los poderosos de este mundo.
Un grado alto de conversión y comprensión necesitamos para vivir ese don de comunión y misión con los hermanos obispos y sacerdotes en el misterio de la Iglesia que se desvela dinámicamente en la historia.
Por eso, dos dimensiones esenciales no deben faltar en nuestra misión y consiguientemente han de ser aliciente para nuestra comunión.
- En primer lugar la experiencia de Dios revelado en Jesucristo, nos urge una nueva y buena evangelización, no tanto para recuperar posiciones sociales perdidas, ni sólo para aumentar la clientela religiosa, sino para promover una fe experienciada como encuentro personal con el Dios del reino. Sólo una fe personalizada puede garantizar una existencia vivida con el espíritu de Jesucristo, en una sociedad que, desconectada durante varias décadas de la religión, inundada de distintas manipulaciones de religiosidad y éticamente desfinalizada, está reviviendo simultáneamente los aires de la modernidad y postmodernidad. Secularización, confusión religiosa y pluralismo pueden estar configurando la sociedad cubana de los próximos años, donde la nueva y buena evangelización, pedida y orientada por el Papa, exigirá una buena formación de los cristianos y una espiritualidad encarnada en el seguimiento de Jesucristo. Sólo una espiritualidad cristiana vivida personal y comunitariamente, da garantía para una verdadera presencia pública y evangelizadora de la Iglesia.
- En segundo lugar, esta experiencia se concretará en tres ámbitos muy necesarios:
1)Misericordia, ese amor singular que se hace cargo y carga con la miseria del otro, ayudándole a superarla; sin esos sentimientos de misericordia no hay verdadera evangelización en ningún lugar y menos hoy en Cuba, con tantas personas cansadas que se van quedando por el camino, con los que se acercan a pedir las gracias y los sacramentos en la buena fe pero en la ignorancia y la confusión.
2)Diálogo y reconciliación; es verdad que no podemos transigir ni guardar silencio cuando están en juego los derechos elementales de los seres humanos que para nosotros tienen algo de divino, pero la Iglesia incluso en sus posibles denuncias proféticas siempre tiene que ser y aparecer como sacramento de misericordia. Ya en 1964 el Papa Pablo VI afirmó como programa para la relación con el mundo que “La Iglesia se hace diálogo” y esta inspiración debe animar hoy a la Iglesia en un pueblo como el nuestro que tanta necesidad tiene de reconciliación y perdón para garantizar su porvenir.
3)Sembrar esperanza para que hombres y mujeres se abran confiadamente hacia el porvenir. Cuando la situación es es tan compleja, yo diría en estos momentos tan triste y angustiosa, y los problemas tan graves, la esperanza se nos muere entre las manos. Según nuestra fe en la encarnación, sabemos que todo futuro está habitado por Dios y podemos y debemos empeñarnos en construirlo. Pero en la práctica ¿cómo sembrar esperanza en tanta gente decepcionada, para que confiando en ellos mismos y en los demás, se hagan responsables y activos para construir ese porvenir mejor al pueblo cubano? Todos podemos sufrir la tentación de la desesperanza, la impotencia y la anomía. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré”. Debemos mirar con los ojos del corazón a Jesucristo, iniciador y consumador de la fe, testigo de la fidelidad. Pero aquí en Cuba, es necesario una fidelidad de larga duración que madura en la paciencia. Contemplad al Resucitado, necesitamos actualizar en nosotros la convicción de que todo lo que hagamos con amor no cae ya en el vacío. De nuevo debemos poner nuestros ojos fijos en Aquel que, en la sinagoga de Nazareth podía decir: “Hoy se cumple en mí lo que dijo el profeta”
Volvamos una vez más nuestros ojos hacia los ojos misericordiosos de la que es Madre, Patrona y Reina de Cuba, Ntra. Sra. De la Caridad, para repetirle confiada y filialmente:

Cuando el llanto era el pan de tus hijos
y su vida terrible ansiedad
eras Tú, dulce Madre la estrella
que anunciaba la aurora de paz.

Pidamos con fe a nuestro insigne Patrono San Rosendo, en este año Jubilar del Centenario de la Diócesis que nos dé el coraje y la perseverancia en la fe que señaló su vida de monje y de pastor.
Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas ¡ánimo! que la última palabra no la tienen los hombres, sólo la tiene el Señor Dios nuestro.
Amén


 

Revista Vitral No. 55 * año X* mayo-junio de 2003