La vida es multiforme
y variada. Todo lo que nos rodea es múltiple aunque a veces pueda
dar la impresión de que es uniforme o único. Quien cree
que todo tiene un solo color o una sola forma se equivoca; ese no tiene
ojos más que para ver lo que ha pensado de antemano que debe
ver. Sería muy pobre un mundo en el que todo sea igual.
Basta mirar la naturaleza creada por Dios: si de paisajes se trata,
le invito estimado lector a contar los distintos tonos de azul que tiene
el mar – mirado hasta el horizonte – o que alcanza a ver
en el cielo desde la ventana de su casa; dígame cuántos
colores alcanza a ver en un campo cualquiera – no tiene que ir
al Valle de Viñales o al valle de la Ceja, en la carretera entre
Mantua y Dimas – es suficiente con mirar el solar yermo que está
al doblar la esquina de su casa. Si de animales se trata, busque la
diferencia entre los 10 o 12 pollitos de una gallina o fíjese
en la variedad de pajaritos – incluso de la misma especie –
que tiene cualquier vendedor en algún apartamento de Pinar del
Río. Si queremos mirar lejos, le invito a admirar juntos ese
universo celeste, donde podremos encontrar cualquiera de las cien mil
galaxias “descubiertas” hasta el momento, cada una de las
cuales puede tener entre cientos y miles de millones de estrellas; en
ese universo estamos inmersos formando parte de una galaxia llamada
Vía Láctea, en la cual disfrutamos del sol y nos podríamos
creer – como lo pensaron los antiguos – que somos el centro
del universo. Y si queremos contemplar al ser humano, vamos a descubrir
que todos los hombres somos iguales y, sin embargo, – sin hacer
referencia a las diferentes razas y culturas – somos distintos;
es normal y conveniente que no existan dos seres idénticos (figúrese
si al otro lado del planeta existiera alguien idéntico a usted
..... ¿y si es un criminal?); es normal y necesario que pensemos
distinto, que tengamos distintos gustos, que reaccionemos de distinta
manera ante las mismas situaciones: la humanidad tiene millones de rostros.
En este mundo tan variado sólo una realidad es inmanente y al
mismo tiempo trascendente, sólo una realidad no cambia: Dios,
de quien Santa Teresa de Jesús decía “Nada te turbe,
nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo
alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta”.
Ese Dios a quien los marxistas han negado “a priori”–
a partir de un presupuesto filosófico1 no comprobable objetivamente
– tratando de edificar una cultura atea en Cuba y en otras partes
del planeta. Ese Dios a quien Santo Tomás de Aquino2 defendió,
afirmando que su existencia puede ser conocida tanto por la Revelación3
como por la experiencia sensible; de tal manera que la fe guía
al hombre hacia su fin último, Dios; sin anular la razón
sino enriqueciéndola y complementándola. Ese Dios único,
quien para los cristianos se reveló en Jesucristo como Padre
y para los judíos se reveló como Yahvé4 ; a quien
los Testigos de Jehová llaman Jehová; los musulmanes Alá
y los hindúes Brahmán.
Y sin embargo, a veces por miopía o por no querer ver, por ambición
o por comodidad, por indiferencia o por cerrazón de mente, los
hombres hemos pretendido crear “nuestros” absolutos –
nuestros dioses – a partir de realidades puramente transitorias.
Tal es así que la Historia – esa anciana y sabia maestra
– nos muestra los desastres que hemos provocado creando los “nuevos
ídolos” que Dios reprueba.5 Cuando se absolutizan los criterios
religiosos, políticos o simplemente personales pretendemos verlo
todo de un solo color, le coartamos la libertad al otro y caemos en
la aberración del totalitarismo.
La Iglesia católica conoce ese caos en carne propia: ella misma
ha propugnado, en la Edad Media, las mal llamadas guerras “santas”
y se ha visto involucrada, por activa y por pasiva, en las guerras de
religión – aunque, en honor a la verdad, debo decir que
este triste privilegio no es exclusivo de nuestra Iglesia – que
han provocado tantas muertes de inocentes a la par del mal testimonio
cristiano que se ha brindado. Por otra parte, con tristeza constatamos
que, en los países islámicos, las personas que profesan
otra religión son perseguidas y en ocasiones “ajusticiadas”
por traicionar los ideales del pueblo o simplemente porque se atreven
a pensar distinto.
También la sociedad civil se ha visto ensombrecida por los regímenes
totalitarios de izquierda o de derecha. En nuestra nación cubana
hace poco celebramos unas elecciones en las cuales todo el pueblo elegía
los diputados para las Asambleas Provinciales y la Asamblea Nacional;
lo que no puedo entender es que la propuesta fuera votar por todos,
ni que fueran nominados solamente los candidatos del partido del Gobierno.
Tampoco logro entender que a las personas que piensan distinto y lo
expresan públicamente – porque hay muchos que piensan distinto
y no se atreven a decirlo – les va mal en sus centros de trabajo
o de estudios.
De ninguna manera puedo entender que la solución para el ataque
terrorista a las torres gemelas en Nueva York fuera la destrucción
de un pueblo como Afganistán, ni que el remedio en la crisis
de Irak sea la invasión a esa nación tan sufrida. Pero
tampoco entiendo que la solución para una manguera rota accidentalmente
– o cualquier otro diferendo entre dos personas – sea buscada
con un machete en la mano u otro acto de violencia. Me da la impresión
de que estamos viviendo en la época de los vikingos; y que me
perdonen los vikingos si les ofendo al compararlos con los hombres de
este siglo XXI.
En este mundo tan diverso y, al mismo tiempo, tan minado por los fanatismos
de cualquier índole, la Iglesia sigue proponiendo el camino del
diálogo para que los humanos podamos entendernos y no vivamos
como perros y gatos. Diálogo entre las naciones y diálogo
hacia dentro de las naciones; diálogo entre las religiones y
diálogo hacia dentro de las religiones. Y si no somos capaces
de hacerlo, no nos asombremos de las guerras a escala global ni de la
violencia en las relaciones interpersonales, en el ámbito del
centro de trabajo, de barrio o de familia.
El Ecumenismo es el camino del diálogo para los creyentes en
Cristo6 porque es una dimensión fundamental del ser cristiano.
Camino que – como ya les he dicho en números anteriores
– comenzó a ser transitado, a impulsos del Espíritu
Santo, por las Iglesias evangélicas en el siglo XIX y asumido
por la Iglesia católica, animada por el mismo Espíritu,
fundamentalmente a partir del Concilio Vaticano II (1962 - 1965); camino
en el cual, el Papa Juan Pablo II se ha comprometido muy en serio7 .
No se trata de la unidad entre los creyentes porque nos sentimos bien
compartiendo cosas comunes – eso sería un club o una asociación
cualquiera –; ni se da dicha unidad por medio de criterios políticos
semejantes – sería un partido político –;
como que no puede fundarse en el apoyo irrestricto a un gobierno por
muy bueno que pueda parecer – el cual nunca será perfecto
–; ni tan siquiera puede existir únicamente por el apoyo
a un proyecto social justo y necesario – sería alguna O.N.G.
o sociedad de beneficencia. Ni es tampoco la unidad de todos en una
sola Iglesia – sería uniformidad –, llámese
católica o evangélica o “Novísima Iglesia
de Cristo”.
El Ecumenismo es la unidad entre los creyentes en torno a una persona:
la persona de Jesús de Nazareth; animados por el mismo Espíritu:
el Espíritu Paráclito, que el Padre y el Hijo nos envían
(Cf. Juan 14, 16 y 26. 15, 26); realizada por la oración en común,
que nos hace vivir lo que queremos alcanzar. El mismo Jesús lo
pidió al Padre, como un deseo por realizar (Cf. Juan 17, 21),
lo que significa para nosotros una tarea por cumplir; es una meta más
que una realidad; es un deseo de corazón, que requiere esfuerzos
y actitudes concretas, más que un sentimiento, que no puede confundirse
con un sentimentalismo; es el “ya pero todavía no escatológico”
que se hará realidad en la medida en que el Reino de Dios se
haga vida en nosotros, los cristianos.
Es el fruto de una actitud de perdón, que nos permita hacer justicia
– cuando sea necesaria en honor a la verdad – con un corazón
misericordioso, para sanar las heridas que nuestros fanatismos, como
Iglesia en la Historia, han abierto en el hermano. Es el fruto de una
actitud de respeto, que nos acerque al otro, para escucharle y aceptarle
tal y como es, comprendiendo la riqueza de la diversidad y alimentando
nuestro espíritu con esa misma diversidad. Es el fruto de una
actitud de fe, que nos motive a creer en el hombre, creado a imagen
de Dios; a esperar aunque todo parezca indicar que es imposible; a alabar
a Dios quien, habiéndonos creado tan diversos, nos ha creado
para la unidad y nos llama a vivir en ella.
Referencias
1. Durante muchos años
me sentí aplastado – acusado de idealista – durante
las clases de marxismo en mis estudios preuniversitarios y universitarios.
Ahora, al cabo del tiempo, invito a los profesores – con el respeto
que merecen como personas – a revisar sus conceptos porque son
erróneos, si no malintencionados.
2. Santo Tomás
de Aquino (1225-1274)), filósofo y teólogo italiano, en
ocasiones llamado Doctor Angélico y El Príncipe de los
Escolásticos, cuyas obras le han convertido en la figura más
importante de la filosofía escolástica y uno de los mayores
teólogos de la Iglesia, ante quien teólogos y filósofos
de todos los tiempos han tenido que quitarse el sombrero.
3 Llamamos revelación a la comunicación de Dios con los
hombres; de manera particular al mensaje que nos ha entregado en la
Biblia.
4. Yahvé es una
forma arcaica del verbo ser que significa “Yo soy el que soy”
o “Yo soy el que es”; nombre que hace referencia al ser
de Dios y a su presencia activa en medio de este mundo
5. El Antiguo Testamento
está colmado del grito suplicante de Dios – alertando a
su pueblo contra los ídolos que adoraban los pueblos vecinos
– para alejarlos de la idolatría y preservar su identidad
como pueblo escogido: Lev. 19,4 y 26,1; Sab. 14,12 y otros más.
Hoy también corremos el riesgo de postrarnos de rodillas adorando
al nuevo becerro de oro (Ex. 32, 1-5): un estandarte, una persona o
una ideología, hasta que – quiera Dios que suceda un día
– nos demos cuenta de que simplemente es un becerro y ni tan siquiera
es de oro.
6. Esto no significa que
no se busque la unidad con los no cristianos. A este otro esfuerzo de
unidad se le llama diálogo interreligioso.
7. Recordemos las Jornadas de
Oración por la Paz – en los años 1986 y 2002 –
entre las grandes religiones en Asís y los documentos de la Iglesia
en los últimos 40 años.