Son numerosas las personas que
suelen subestimar la importancia de los espacios pequeños, y
tienden a igualar el tamaño material del sitio con su importancia
cultural. Mas por suerte, también conozco a una infinidad de
promotores culturales que han consagrado su trabajo a los espacios pequeños,
propiciando eventos sencillos y bien dotados de creatividad y originalidad
que incentivan tanto en el artista como en el público el ejercicio
de una espiritualidad sin límites. La sociedad no es una multitud
homogénea que sacia su espíritu de una manera uniforme
o idéntica. Es por ello que en el mundo entero los pueblos procuran
contrarrestar el esquema hombre masa que se divierte y satisface
dentro de una concepción rígida y manida impuesta mediante
los medios de difusión a extensos conglomerados, esquema que,
en realidad, solamente atiende las demandas y necesidades espirituales
de una parte de la sociedad. Jamás podremos realizar el proyecto
de una sociedad verdaderamente democrática, si no nos consagramos
al ejercicio de la diversidad espiritual que nos une y nos diferencia;
que nos acerca y nos aleja; porque una sociedad es más democrática
sobre todo cuando respeta y permite que se exprese el espíritu
de las diversas minorías que conforman esa multitud que solemos
llamar pueblo o masa o sociedad...
Por todo ello aprecio la gestión del Centro Pablo de la
Torriente a favor de la diversidad, al establecer el espacio A
guitarra limpia para que nuestra música cubana siga contando
en su arsenal histórico con los trovadores que entonan lo que
gusta a una parte importante de nuestro pueblo, labor que se suma a
otros esfuerzos que en este sentido realiza el país a favor de
nuestra riqueza cultural, como son, el mantenimiento y desarrollo de
la Orquesta Sinfónica, el Ballet Nacional, el Festival Internacional
de Guitarra, etc., etc. Está claro que sería un grave
error que desaparecieran los espacios para la música bailable,
para la fiesta necesaria e imprescindible de nuestro pueblo, pues ello,
además de ir en contra de la diversidad que nos ocupa, equivaldría
al daño que supone que un trovador o un concertista no tenga
donde presentarse.
En múltiples ocasiones he escuchado: -Hay que empezar por
los pequeños espacios. Digamos que se trata de gente que
concibe el pequeño espacio como una táctica para llegarle
al grande, cuando en realidad se trata de algo que es un
fin en sí mismo. Yo diría que hay que empezar y terminar
en los pequeños lugares donde el arte puede diversificarse y
proyectarse a plenitud para el publico que lo necesita para
gustos se han hecho colores- reza el viejo refrán. Y el
público debe tener la posibilidad de escoger lo que necesita
para satisfacer su necesidad espiritual. Es sabido que el arte no sea
respuesta a quien no le hace preguntas, y que la necesidad de arte en
la sociedad constituye una paleta infinita de rangos y matices. Entiendo
que es provechoso evitar que el público se halle en el lugar
equivocado y sea sometido a esencias que no son las que su espiritualidad
demanda, hecho este, que, desde luego, también daña al
artista. Y no es que deje de incentivarse al hombre a ampliar su rango
de apropiación estética participando de actividades que
en principio le puedan resultar extrañas o lejanas; no, pero
suele ocurrir que el público que acude equivocadamente a un espacio
tiende a desatender lo que ahí ocurre e impide que los verdaderamente
interesados puedan disfrutar a plenitud. Pienso que los pequeños
espacios hacen posible que este tipo de público casual se integre
y crezca en una apropiación más disciplinada e íntima.
La denominada masificación de la cultura a veces
suele entenderse como masificación del hombre. Por
tal motivo me parece más apropiado usar el término de
socialización. Y la cultura se socializa cada vez más
en la medida en que es capaz de atender la necesidad de cada individuo
con sus diferencias y especificidades; en la medida en que somos capaces
de ver también la importancia de un evento para pocas personas.
La socialización de la cultura no admite que se deje de organizar
un proyecto porque no tiene público-como suele decirse.
Por eso es que los pequeños espacios demandan una austeridad
y sencillez para no malgastar los presupuestos en cosas superfluas o
innecesarias; pero- sobre todo- para no renunciar a la diversidad estética
del ser social.
Por último quiero recordar que la radio y la TV suelen transmitir
programas de música internacional donde- ¿quién
lo duda?- también están presentes obras de una incuestionable
factura. Sin embargo tal insistencia en el término internacional
nos crea una enorme confusión pues la mayor parte de las veces
de lo que se trata es de música de moda, de una música
que aunque en realidad está concebida para una parte de la sociedad
dicen que para la mayoría-suele divulgarse en nombre del
gusto estético de nuestra sociedad toda. Este hecho constituye
un ejemplo palpable de que algunos interpretan el concepto de masificación
de la cultura no como diversificación sino como la homogenización
estética de la sociedad. A decir verdad, no puede hablarse de
música internacional cuando no existe ni un solo
programa de música china o hindú, o japonesa o turca.
Con un leve esfuercito podemos imaginar la respuesta: no hay público,
no hay audiencia para esa música extraña y fuera de moda.
En realidad se refieren a que se trata de pequeñas minorías
que no hay que tener en cuenta. Tengo la más absoluta convicción
de que , más temprano que tarde, nuestro Estado hará rectificar
semejante error en aras de la felicidad de nuestro pueblo diverso y
hermoso.