Revista Vitral No. 53 * año IX* enero-febrero 2003


RELIGIÓN

 

LA IGLESIA «PUEBLO DE DIOS» ESPACIO DE UNIDAD Y ENCUENTRO

P. JUAN CARLOS CARBALLO PÉREZ

 

 

En este año 2003, la Diócesis pinareña celebra su centenario de fundada por el Papa León XIII, es por eso que quisiera compartir con los lectores de Vitral estas reflexiones acerca de la Iglesia y su misión en el mundo actual.
“Jesucristo sí, la Iglesia no”. Esta es una frase que hemos escuchado o leído alguna vez y que denota la actitud de quienes se distancian de la Iglesia por considerarla superflua para la fe y la vida cristiana o porque se sienten defraudados de alguna manera por su propia experiencia eclesial. Es la misma actitud de tantos hermanos nuestros que se confiesan “católicos pero no practicantes” o que afirman que “para ser un buen cristiano no es necesario ir a la iglesia”.
El Evangelio y la persona de Jesús nunca han perdido su atractivo, se muestran indiscutibles. La Iglesia, sin embargo, se ve discutida de muchas maneras, a veces contrarias. Unos le reprochan que se da demasiado a las cosas temporales, otros que no se compromete bastante...A unos les gustaría una Iglesia más profética, a otros una Iglesia más cultual. Unos la acusan de conservadora, aliada a los poderosos y a las élites, otros que con su opción preferencial por los pobres, se sitúa demasiado a la izquierda y que se hace muy política. Y la lista sería interminable.
Como cristianos en nuestra profesión de fe decimos creer en la Iglesia que es: una, santa, católica y apostólica. En qué sentido podemos hablar de unidad cuando los cristianos están divididos en un sinnúmero de confesiones y denominaciones que claman ser cada una la verdadera Iglesia; cómo hablar de santidad ante los pecados históricos de la Iglesia y ante nuestra propia incoherencia y mediocridad; cómo hablar de catolicidad cuando la Iglesia parece perder terreno ante el auge de las sectas; cómo entender la apostolicidad cuando muchos parecen pensar que esta es una nota exclusiva de la jerarquía eclesiástica.
A estas cuestiones y discusiones los cristianos que conformamos la Iglesia debemos dar respuesta, una respuesta desde la fe, que nos hace penetrar en el misterio de la Iglesia, en su realidad profunda.
El paradigma principal de la Iglesia en el Vaticano II es, sin duda alguna, el del pueblo de Dios. Esta idea del pueblo de Dios no es una concesión al sentido democrático de la sociedad actual, ni responde al intento de ganarse la benevolencia de la mentalidad moderna. Es una imagen que proviene de las fuentes mismas de la revelación cristiana y que responde fundamentalmente a un concepto religioso. La imagen del Pueblo de Dios tiene la ventaja de presentar la dignidad de todos los miembros bautizados y permite afianzar la naturaleza comunitaria e histórica de la Iglesia.
De esta concepción de la Iglesia se derivan las siguientes conclusiones:
La Iglesia, como pueblo, hace patente la dimensión comunitaria de la fe y de la vida cristiana; el cristiano se hace en el seno del pueblo. Nadie puede decir”yo creo” sino en la sinfonía del “nosotros creemos”, y por lo mismo nadie puede decir “yo soy la Iglesia” más que integrándose en el “nosotros somos la Iglesia”.
Pone en primer lugar la igualdad básica de todos sus miembros en base precisamente a la radicalidad de la confesión de fe en Jesús.
Afirma a la Iglesia como sujeto histórico insertado en el peregrinar del conjunto de los pueblos. Por ello no puede considerar ajena ninguna preocupación o dimensión de la existencia colectiva de los pueblos. En medio de ellos, en cuanto testigo de una reconciliación que supera las divisiones, ha de prestar su servicio y testimonio caritativo y profético.
Establece a la Iglesia como peregrina. Esto la libera de toda tentación de triunfalismo, la hace humilde y servicial para entregar generosamente lo que ella ha recibido como gracia, optando siempre por el diálogo como camino de búsqueda de la verdad y del entendimiento.
Muestra unas enormes implicaciones ecuménicas en su acción pastoral: de cara a todos los hombres la hace solidaria con sus dramas y desventuras al margen de razas o creencias; de cara a las otras confesiones cristianas hace presente un punto de unidad y de encuentro que es previo a cualquier otra diferencia; respecto a otras religiones recuerda que todos los hombres proceden del mismo origen y aspiran a encontrar al mismo Dios creador y salvador.
Una de las cuestiones más debatidas en la misión de la Iglesia, es acerca de la participación de la Iglesia en la vida social y política de los pueblos. La misión de la Iglesia es una continuación de la misión de Jesús, que no es otra que la instauración del Reino de Dios. Jesús vivió y murió por el Reino, por tanto, la Iglesia tiene que vivir su pascua por este Reino.
El Reino de Dios es el ideal de una nueva sociedad digna del hombre, donde se viva la igualdad, la fraternidad, que implica una defensa valiente del hombre y de todos sus derechos. La encarnación de Jesús le permitió a Dios hacerse humano, recorrer los caminos del hombre, enseñarle a ser persona, conocer el sufrimiento y el dolor. La Iglesia, imagen de Cristo viviendo en el mundo sin ser del mundo, está llamada a iluminar los espacios y las estructuras donde se encuentra el ser humano. Ella tiene la misión de transformar desde dentro estas realidades temporales, de ser luz y sal y voz de los excluidos y marginados. Por mandato del mismo Dios ella tiene que luchar para que los humanos vivan en el amor y en la justicia, en la verdad y en la paz. Tiene que luchar en definitiva por hacer realidad los valores del Reino, por eso tiene una palabra que decir justamente cuando las cosas están lejos de parecerse al plan de Dios.
Por tanto, la Iglesia tiene que asumir un compromiso social con los hombres y mujeres que conforman el pueblo donde ella está insertada basado en la justicia radical, la caridad política y la solidaridad.
La justicia debe ser la base de la proyección social de la Iglesia, es el ideal utópico de la igualdad, pues donde hay justicia hay igualdad. Hay muchas cosas aceptadas legalmente que no merecen calificarse de éticas. Le pertenece a la justicia con su capacidad crítica cuestionar el orden establecido sin dejarse domesticar por este orden. La Iglesia debe ejercer un poder orientador y dinamizador capaz de producir cambios que lleven a la sociedad hacia metas de mayor igualdad y solidaridad que den como fruto la paz.
El amor cristiano al prójimo y la justicia son inseparables, porque el amor supone el reconocimiento de la dignidad y los derechos de la persona y la justicia alcanza su plenitud en el amor. La caridad política y la justicia son dos expresiones de la misma y única realidad cristiana: el empeño de la Iglesia y de todos los cristianos por realizar una sociedad nueva y conforme al ideal de Cristo.
El amor a Dios que no se traduce en amor al prójimo eficaz y real , es falso. La Iglesia está llamada a deshacerse de una visión del cristianismo privatizada y ajena a los conflictos sociales.
La opción preferencial por los pobres, marginados y excluidos por razones económicas, ideológicas o religiosas hunde sus raíces en las entrañas mismas del Evangelio. La Iglesia amando, siendo cercana y samaritana y defendiendo a estos marginados da testimonio de la dignidad del hombre y afirma claramente que éste vale más por lo que es que por lo que posee o por lo que piensa.
La solidaridad es sinónimo de responsabilidad hacia el hermano y ante la historia. El Dios cristiano es un Dios solidario que ve la opresión de su pueblo y baja a liberarlo, es el defensor de los que no tienen defensor.
Cristo y su Iglesia deben estar identificados con los indigentes. “Cada vez que lo hiciste con uno de estos lo hiciste conmigo”. La acción de Jesucristo debe hacer experimentar una transformación en la propia vida de la Iglesia y hacer sentir la necesidad de evangelizar a los demás para darlo a conocer, para que también los hombres y mujeres de este mundo hagan la experiencia de la fe y se adhieran a la nueva manera de ser, de pensar, de vivir y de actuar que proclama el Evangelio de Jesús y promete una sociedad y un mundo diferente.
El cristiano está llamado siempre a sentirse Iglesia, lo que se traduce en un mayor amor a la Iglesia, nuestra madre que nos engendró a la fe. Un amor que nos haga capaces de darlo todo por ella y de comprometernos con ella sin que sus debilidades, que son las nuestras, nos hagan vacilar en este amor.

 

 

Revista Vitral No. 53 * año IX* enero-febrero 2003
P. Juan Carlos Carballo Pérez.
Pinar del Río (1962)
Párroco de Nuestra Señora de los Remedios.