Curioso título para una
conferencia sobre el Pbro. Félix Francisco José María
de la Concepción Varela y Morales.
Y digo curioso porque resulta por demás sabido que
la expresión castellana «santo y seña» tiene
una connotación netamente militar y se refiere específicamente
al nombre de un santo y a una palabra clave que cambiaban todos los
días y que se debían pronunciar ante los centinelas para
identificarse, en medio de la oscuridad de la noche, como miembro del
batallón. Este santo y seña era una clave
secreta sólo conocida por los miembros y pasada de uno a otro,
bajaba del jefe a los subalternos cada día y servía de
identificación. El que no la pronunciaba adecuadamente era detenido
y fusilado por espía.
Y todavía resuena la voz de aquel adolescente hijo de Don Francisco
Varela y Pérez, Teniente del Regimiento Fijo de Infantería
de La Habana, quien, interrogado por su padrino y abuelo materno Don
Bartolomé Morales y Remírez, Teniente Coronel y Capitán
del referido regimiento, respondió sobre su futuro al proponérsele
como posible la vocación militar, tradicional en la familia:
Yo quiero ser un soldado de Jesucristo. Mi designio no es matar
hombres sino salvar almas. Había acabado de cumplir los
catorce años de edad y le estaban ofreciendo los cordones de
cadete, lo que le hubiera permitido una carrera militar brillante, según
la tradición de su difunto padre y de su abuelo.
Por eso digo que resulta por demás curioso convertir el nombre
de nuestro santo cubano, como lo designara Martí,
en una identificación de cariz tan marcadamente militar. Supongo
que quien eligió este título lo haría pensando
en designar al Padre Varela como la señal más genuina
de nuestra cubanía y del catolicismo encarnado en nuestra realidad
cubana.
Sea como sea, aquí nos encontramos, en la querida Diócesis
de Pinar del Río que está a punto de celebrar su primer
centenario de fundada en el mismo año en que se cumplen ciento
cincuenta años de la muerte del P. Varela y del nacimiento de
nuestro José Martí..
José de La Luz Caballero, fiel discípulo y continuador
insigne del P.Varela en la cátedra de Filosofia del Colegio Seminario
San Carlos y San Ambrosio, es el verdadero autor de la frase tan citada
y tan a menudo atribuida a Martí: Mientras se piense en
la Isla de Cuba, se pensará con veneración y afecto en
quien primero nos enseñó a pensar.
A propósito de esto, resulta muy interesante la atinada observación
del Dr. Eduardo Torres Cuevas: Esta frase se cita apresurada e irreflexivamente.
Luz nunca quiso decir que Varela fuera el primero que nos
enseñó a pensar. Esto hubiera sido un grave error histórico
y un acto de crasa injusticia contra su propio tío el Pbro. José
Agustín Caballero. Si observamos atentamente la estructura de
la frase, lo que Luz quiso decir en realidad fue que Varela es aquel
que nos enseñó a pensar como paso previo antes de actuar.
Por eso dice textualmente: el que primero nos enseñó
a pensar o sea, a pensar como paso primero ante toda otra actuación
y no en el primero que nos enseñó a pensar
que es quizás como muchos entienden erróneamente la frase.
Sencillamente, Varela no fue el precursor del pensamiento filosófico
cubano. Más bien con él da comienzo su Siglo de Oro que
se prolonga en toda la primera mitad del siglo XIX. Varela dedicó
su carisma pedagógico a enseñar, ante todo, a pensar correctamente.
Valdría la pena que siglo y medio después nos detuviéramos
a pensar primero como nos enseñara el insigne maestro
de la juventud, el predicador incansable de la Verdad y del Bien que
brotan de las páginas inagotables del Evangelio de Jesucristo.
Quizás así se evitarían muchos males en nuestra
Patria y en la Iglesia que vive en Cuba. Lanzamos el desafio y que cada
uno ponga la parte de pensamiento y buena voluntad que le corresponda.
Por supuesto dentro de un impostergable clima de sinceridad y libertad,
como conditio sine qua non para que podamos pensar y actuar
con todos y para el bien de todos como quería Martí.
Y este pensar no solamente se sitúa al inicio de
una serie de actos racionales, sino que también tiene,
o ha de tener necesariamente, un contenido programático adecuado
para guiamos por el recto pensar y, lo que es más importante
aún, por el consecuente recto obrar, para no torcer el rumbo
moral de nuestros actos.
Seamos humildes y sencillos como Varela y, al mismo tiempo, llenemos
nuestras vidas con la plenitud que viene sólo de Dios.
Pero hay una figura de fundamental importancia que se encuentra como
en el trasfondo de la realidad existencial de Varela. Se trata del Obispo
Dr. Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa,
del cual se cumplió el pasado 28 de febrero el segundo centenario
de su consagración episcopal, a cargo del obispo cubano D. Luis
Peñalver y Cárdenas, Arzobispo de Guatemala y a la sazón
de paso por La Habana. De él dijo Martí: Fue un
obispo que nos quiso bien.
Para hablar, pues, de Varela, resulta imprescindible hablar de su mentor,
protector y promotor: el Obispo Espada, a cuya iniciativa se debe la
creación de la Cátedra de Constitución en el Colegio
Seminario San Carlos, cuyo primer titular es Varela, nombrado por Espada.
Es Espada quien permite que Varela, siendo aún solamente diácono,
después de los correspondientes ejercicios y exámenes
de oposición, ocupe la cátedra de Filosofia en el referido
Colegio Seminario de San Carlos. Es Espada quien apoya y promueve el
nombramiento de Varela como diputado a las Cortes.
Pero no podemos desviar nuestra atención del personaje que nos
ocupa y que da motivo a estas mal hilvanadas cuartillas, porque sería
necesario dedicar un espacio al menos similar a éste a la figura
de Espada y ya otros lo han hecho con mejor acierto y exactitud.
Los discípulos del Padre Varela y todos cuantos tuvieron la feliz
oportunidad de acercarse a él y tratarlo personalmente lo presentan
unánimemente como un hombre sabio y santo, exclusivamente
consagrado al bien de los otros, incansable en el estudio, y dedicado
enteramente al ejercicio de sus deberes de profesor, de sacerdote y
de cubano. Según citan sus propios alumnos, que lo trataron
de cerca, a todas horas presenciaban el espectáculo de
una virtud sin mancha, de una regularidad de hábitos exquisita,
de una disciplina severísíma, aunque siempre plácida
y sonriente. Uno de esos alumnos, Don Juan Manuel Valerino, nos
dejó por escrito las siguientes notas que quisiera citar por
su delicada exactitud y cuidado en perpetuar la imagen fisica del insigne
maestro. Comienzan con el siguiente título: Noticias acerca del
Presbítero Don Félix Varela, que escribo en muy grato
recuerdo de él, y para que el curso de ningún tiempo jamás
borre la memoria de un hombre de tanta celebridad. En ellas nos dice
textualmente: (cito) era de estatura mediana, delgado, de color
trigueño, lampiño, frente muy ancha y sumamente miope.
Su semblante se mostraba siempre risueño, dejando ver un interior
el más amable; jamás se le vio alterarse un solo momento,
ni aun con las faltas algunas veces cometidas por sus discípulos,
a quienes cuando se las advertía, era siempre halagándolos
en algún modo, con lo cual se los atraía. Todos lo amaban
cordialmente....Cuando en 1816 estudié Física experimental
con él, en el Colegio de San Carlos, en la isla de Cuba, lo veía
todos los días, y pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto,
donde él acostumbraba hallarse siempre ocupado en oír
la lectura de libros de Filosofía, en distintas lenguas, que
le hacían otros discípulos, en dictar a algunos de ellos
los pliegos que se necesitaban, e iba pidiéndole la imprenta,
de su obra sobre la misma ciencia, que había de usarse de texto
en su clase, y en recitar el oficio divino. Salía tan solo a
prima noche, y siempre por poco tiempo, comúnmente sin más
objeto que el de visitar a sus consanguíneos.
Memorable será el Presbítero Varela por su sabiduría
en todos los lugares en que vivió, y en La Habana, sobre todo,
donde regenteando en el Colegio de San Carlos la cátedra de Filosofía,
dio a los estudios una nueva dirección, que produjo distinguidos
discípulos, y el adelanto en todos los ramos, en que se halla
la educación en aquella ciudad. Formó época en
la literatura de ella, cuya historia, si algún día se
escribe con imparcialidad, debe referirlo así en justicia, y
como un hecho cierto y del mayor interés en los sucesos de un
pueblo. Desde entonces acá se han visto y ven brillar en La Habana
y en distintas carreras literarias hombres y jóvenes que han
dado y dan honor a la isla de Cuba.
Otro discípulo del Padre Varela, Don José María
Casal, nos dice: ...En el año de 1812, el Padre Varela,
menor de edad todavía, apareció en el oscuro escenario
de las letras; y sin temor a consideraciones humanas, como si el progreso
estuviera encarnado en él, encendió la antorcha del eclecticismo,
para dar la verdadera luz al entendimiento, que pretendieron apagar
los memoristas que estaban en opinión de sabios, y que no queriendo
hacer uso de su dormida razón, atacaron al nuevo filósofo.
Empero, éste, alentado con la aprobación de su ilustre
Prelado, luchó cerca de diez años e instruyó a
millares de jóvenes, infundiéndoles su valor y resignación...
Varela enlazó la nueva ciencia con la Religión cristiana
de una manera tan lógica y natural que no puede dudarse de la
una sin dudarse de la otra, y lanzando los errores que estorban el progreso
de la razón, elevó también a ésta al conocimiento
de la precisa existencia de un Ser único, sin principio ni fin
y de las verdades reveladas, hermanando la ciencia humana con la divina.
Según testimonio de Don José Manuel Mestre: ...Varela
dedicando todos sus afanes, todos las fuerzas de su privilegiada inteligencia,
su vida entera, a la misión del magisterio, imprimió extraordinario
empuje al desarrollo de las ideas en los más principales ramos
del saber, y distribuyendo a manos llenas, y por todas partes, la buena
semilla, nos hizo recuperar con admirable rapidez el tiempo tan desgraciadamente
perdido, y para decirlo de una vez, nos puso de repente en el siglo
XIX.
Y la prueba de que la influencia del Padre Varela formó
realmente época en nuestra vida intelectual está en que
no tardó en dejarse sentir en todas las manifestaciones o aspectos
de esta vida, imponiéndoles el elevado sello de sus principios
y de sus tendencias. Después de Varela puede decirse que cuantos
en su tiempo, y en este país, se dedicaron al estudio, cualquiera
que fuera la ciencia preferida, otros tantos fueron sus discípulos.
Citemos a continuación algunos de ellos, sin pretender agotar
la lista: José de la Luz Caballero, su sucesor en la cátedra
de Filosofía, José Antonio Saco en la de Física
que se explicaba según los métodos y experimentos de las
naciones más adelantadas de Europa y, por supuesto, de Estados
Unidos, Nicolás Escobedo jurisconsulto y orador de talla a pesar
de su ceguera, José Agustín Govantes, jurista y maestro
de abogados, Domingo del Monte, escritor y poeta, Manuel González
del Valle, que trasvasara la Filosofía de San Carlos a la Universidad,
Felipe Poey y Aloy, abogado y sobresaliente estudioso de la Historia
Natural, primer presidente de la Sociedad Antropológica, Gaspar
Betancourt Cisneros, ardoroso y fecundo en la trayectoria política,
el sacerdote y filósofo Francisco Ruiz, Cristóbal Madan,
defensor de los intereses económicos de Cuba, José María
Casal, abogado, editor y escritor. Son estos algunos nombres de la pléyade
de hombres de pensamiento y acción formada por Varela.
De todos estos señalamos los dos más famosos: José
Antonio Saco, profesor de Física, político reformista
y autor de la monumental obra Historia de la Esclavitud. Y José
de la Luz Caballero, sobrino del Padre José Agustín Caballero
y mentor de Rafael María de Mendive, que a su vez lo fuera de
nuestro José Martí.
Varela fue el regenerador intelectual de nuestro país,
a causa de la admirable enseñanza que con sus obras de Filosofía,
y con el ejemplo de su vida sin mancha, difundió y propagó
hasta nuestros días en todos los ramos del saber... . Así
nos dice su discípulo Luz Caballero.
Tres momentos importantes en la vida docente del Padre Varela son, sin
duda, la aparición de su obra Miscelánea Filosófica,
la publicación de sus Lecciones de Filosofía
y su discurso inaugural en la primera lección de la cátedra
de Constitución.
La Miscelánea Filosófica aparece, en su primera
edición impresa, un año después de las Lecciones
de Filosofía y consiste en apuntes e indicaciones previas
al estudio propiamente de la Filosofía como tal. Se imprimió,
pues, según parece, en la imprenta de Palmer en La Habana hacia
1819.
Se compone esta obra, fundamentalmente, de apuntes sobre lógica,
no del todo originales, sino sacados en parte de la Lógica de
Destutt Tracy y abarca los nueve primeros capítulos.
Los restantes capítulos son artículos más o menos
extensos sobre diversos temas: Apuntes filosóficos, carta a un
amigo respondiendo a algunas dudas ideológicas y dos disertaciones,
una sobre el idioma latino considerado ideológicamente y la otra
sobre la forma silogística. A esta materia se añadió
más tarde la lección sobre el patriotismo, de la cual
hablaremos más tarde cuando nos refiramos a las Lecciones de
Fitosofía...
Ciertamente, ésta última es la obra cumbre de Varela en
el campo pedagógico.
En efecto, consta de Tres Tratados: 1º Tratado de la dirección
del entendimiento, 2º Tratado del hombre y 3º
Tratado de los cuerpos o estudio del universo.
El Primer Tratado se compone de nueve lecciones y es de carácter
eminentemente práctico. Se propone preparar y adiestrar el entendimiento
para que pueda ejercer adecuadamente su función de pensar rectamente
y descubrir así, sin desviaciones ni falacias, su objeto propio
que es la verdad.
El Padre Varela no perdía el tiempo en defmiciones inútiles
y engañosas. Escuchemos algunas de sus frases: Debe tenerse
presente que no se entiende todo aquello que se sabe nombrar, y que
nuestra ciencia viene a ser sólo de palabras, cuando creemos
que es de objetos reales... Nuestro entendimiento, satisfecho
con una definición que nada dice, cree entender las cosas cuando
está muy distante de conseguirlo. El saber no consiste,
pues, en repetir frases, sino en ser capaz de formar el conocimiento
de nuevo por sí mismo, indicando las operaciones practicadas
para conseguirlo, y percibiendo todas las relaciones que hay entre ellas.
El Tratado del hombre, que es el segundo de la obra, consta de dieciocho
lecciones.
La primera y la segunda tratan del alma, de su naturaleza espiritual
y de su inmortalidad, así como del libre albedrío o libertad
de que se halla dotada. La tercera y la cuarta se ocupan del cuerpo
humano y su vida, con utilísimas nociones de Anatomía
y Fisiología. La quinta habla de la sensibilidad y la sexta de
la relación del alma con el cuerpo. La séptima y la octava
de las diversas inclinaciones del hombre. La novena, la influencia de
las ideas en las pasiones, demostrando cuánto puede hacer la
ilustración para mejorar las costumbres de los pueblos. La lección
décima prosigue el estudio de las pasiones. La undécima
se titula:
Medios que fomentan y reprimen las pasiones. La duodécima
cambia de tema y se refiere a la luz de la razón y derecho
natural. Aquí se adelanta a los famosos filósofos
Krause y su discípulo Ahrens, que influyeron tanto, según
se cree en el pensamiento de Martí. En efecto, Varela dice: El
hombre tiene por bueno todo lo que le causa una perfección, y
por malo aquello que es contrario a ese objeto... Puesto el hombre en
el cuadro de los seres, debe aspirar a su perfección, así
como parece que aspiran todos ellos. Pero el hombre tiene un alma y
un cuerpo; debe pues perfeccionar la una con los conocimientos y las
virtudes, y el otro con el ejercicio libre de sus funciones, en que
consiste la buena salud. La naturaleza le da estos primeros documentos.
Todo cuanto le rodea se lo inspira. He aquí lo que llamamos derecho
natural, admitido por toda la especie humana. Todas las
leyes de los pueblos se fundan en estos dictámenes de la razón,
y cuando se separan de ellos son injustas, el grito universal que las
condena es una prueba de que se oponen a otra ley más poderosa
que está impresa en el corazón de los hombres.
La lección decimotercera trata de la moralidad, o naturaleza
de las acciones, dando reglas para juzgar de ella con acierto.
La lección catorce se ocupa del sentido íntimo o
conciencia y la quince de las virtudes. Hablando de
la fortaleza dice: Muchos han querido hacer al varón fuerte
como insensible a los males; pero éstos no han consultado la
naturaleza humana, y quisieron que para ser virtuoso dejara de ser hombre.
Parece más racional decir que el varón fuerte debe sentir
los males; pero no dejarse dominar por ellos: que en él tienen
lugar las pasiones, pero no un imperio: usa de su naturaleza como un
medio para hacer brillar su virtud; y no se deja abatir por los impulsos
de esa naturaleza. Se alegra, se entristece, se llena de ira y de compasión,
teme y confía; mas en todos estos actos es dueño de sí
mismo. Tal es la idea de un hombre fuerte.
En la lección dieciséis nos habla de las relaciones
del hombre con la sociedad y nos dice un pensamiento de una actualidad
que estremece: El hombre está obligado a guardar las leyes
de la sociedad en que vive, aunque las crea contrarias al bien público,
pues si cada uno pudiera ser juez en esta materia, nunca hubiera una
sociedad arreglada, siendo contrarios los pareceres; y todo hombre de
juicio conoce que al bien social le interesa más el cumplimiento
de una ley por absurda que parezca, que no su infracción, pues
la ley producirá un mal, pero el desorden de la sociedad, autorizándose
cada una para infringirla, produce infinitos males.
Llegamos así a la lección decimoséptima: de
la naturaleza de la sociedad y del patriotismo. Escuchemos algunos
fragmentos que se aplican de modo magistral y exacto a nuestra realidad
actual: Deben las leyes ser conformes a la naturaleza humana para
serlo al derecho natural, e igualmente deben conformarse con las circunstancias
y costumbres del pueblo a quien se dirigen, y principalmente con el
tiempo en que se promulguen, pues la gran prudencia legislativa consiste
en promover el bien general del pueblo que se gobierna.
Expresando la ley la voluntad general, por las que se obliga a
ciertas operaciones del cuerpo social, se deduce que todos sus individuos
están obligados a su observancia. Pues aunque haya alguno que
sea de dictamen diverso y juzgue contraria la ley que la sociedad ha
establecido, debe observarla, porque viviendo en un cuerpo social, está
obligado a promover su bien común, y no hacer oficios contrarios
a su unidad, en que consiste la vida civil.
Los párrafos dedicados al patriotismos son preciosos. Parten
del legítimo amor a la patria, la tierra de nuestros padres,
el país donde nacimos, con su tierra, su cielo, su mar. Las gentes
que han nacido en ella y que tienen una idiosincracia y un acervo cultural
propios y peculiares que, a la vez que la caracterizan, la distinguen
y diferencian del resto de las naciones, aún de las más
afines. Es lo que pudiéramos llamar entre nosotros lo cubano
Hacemos una selección de algunos de dichos párrafos, en
gracia a la brevedad de la presente exposición:
El patriotismo es un sentimiento legítimo y constituye
un deber, y no puede considerarse ilegítimo sino cuando se lleva
a un término contrario a la razón y a la justicia...
El patriotismo es una virtud cívica, que a semejanza de
las morales, suele no tenerla el que dice que la tiene; y hay una hipocresía
política mucho más baja que la religiosa... Patriotas
hay que venderían su patria si les dieran más que lo que
reciben de ella. No es patriota el que no sabe hacer sacrificios
en favor de su patria, o el que pide por éstos una paga, que
acaso cuesta mayor sacrificio que el que se ha hecho para obtenerla,
cuando no para merecerla. El deseo de conseguir el aura popular es el
móvil de muchos que se tienen por patriotas... , pero cuando
el bien de la sociedad exige la pérdida de esa aura popular,
he aquí el sacrificio más noble y más digno de
un hombre de bien y he aquí el que desgraciadamente es muy raro.
Pocos hay que sufran el perder el nombre de patriotas en obsequio de
la misma patria y a veces una chusma indecente logra con sus ridículos
aplausos convertir en asesinos de la patria los que podrían ser
sus más fuertes apoyos. ¡Honor eterno a las almas grandes
que saben hacerse superiores al vano temor y a la ridícula alabanza!
Un defecto que causa muchos males es flgurarse los hombres que
nada está bien dirigido cuando no está conforme a su opinión...
Este sentimiento debe corregirse no perdiendo de vista que el juicio
en estas materias depende de una multitud de datos, que no siempre tenemos;
y la opinión general, cuando no es abiertamente absurda produce
siempre mejor efecto que la particular, aunque sea más fundada...Se
finge a veces lo que piensa el pueblo, arreglándolo a lo que
debe pensar, según las ideas de los que gradúan esta opinión;
y así suele verse con frecuencia un triste desengaño cuando
se ponen en práctica opiniones que se creían generalizadas.
Finalmente, la lección décimoctava, con la cual termina
el Segundo Tratado de las Lecciones de Filosofia, lleva
por título: Del conocimiento que tiene el hombre de su
Criador, y obligaciones respecto de Él. Es un profundo
tratado de Teodicea cristiana, o sea de la realidad divina desde el
punto de vista filosófico y también cristiano, donde el
Padre Varela combina admirablemente la ortodoxia de la doctrina junto
con la solidez y la unción. Parece ser el prólogo profético
de lo que en sus últimos treinta años ocuparía
su misión sacerdotal en el campo apostólico: el maestro
y el diputado a cortes convertido en pastor, defensor incansable de
la fe católica, protector de los pobres y desamparados y animador
entusiasta desde el exilio de la juventud cubana que siempre llevó
en su corazón junto a su amor inquebrantable a Cristo, a la Iglesia
y a su Patria.
El Tercer Tratado de las Lecciones de Filosofia consta de
una Introducción y de dos partes que abarcan los tomos II y III
de la obra y consisten en un completo tratado de Física y Química,
tanto teóricas como experimentales, con los últimos adelantos
y descubrimientos de esas ciencias en la primera mitad del siglo XIX.
No entramos en detalles para no alargar innecesariamente esta exposición.
Y llegamos así al 18 de enero de 1821, fecha memorable en la
que se inaugura la Cátedra de Constitución en el Aula
Magna del Colegio Seminario San Carlos de La Habana. Allí, ante
una numerosa concurrencia de 193 alumnos matriculados, además
del público que se agolpaba en las ventanas, pronuncia Varela
su trascendental discurso inaugural, en el cual, entre otras cosas,
dice: ...Fácil me sería prodigar justos elogios
a este nuevo establecimiento debido al patriotismo de una corporación
ilustrada(se refería a la sociedad Patriótica), y al celo
de un Prelado(se refería al Obispo Espada), a quien distinguen,
más que los honores, las virtudes: y yo llamaría a esta
cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del
hombre, de las garantías nacionales, y más adelante:
la fuente de las virtudes cívicas, la base del gran edificio
de nuestra felicidad, la que por primera vez ha conciliado entre nosotros
las leyes con la Filosofía, que es decir, las ha hecho leyes;
la que contiene al fanático y al déspota, estableciendo
y conservando la Religión Santa y el sabio Gobierno; ...
Nos quedan ahora la breve estancia de Varela en las Cortes y su exilio
de treinta años en los Estados Unidos, hasta su muerte el 18
de febrero de 1853 en San Agustín de La Florida.
De sus proyectos de autonomismo, y abolición de la esclavitud
no hablamos en detalle, pues sería excesivamente extenso.
Pero sí nos detenemos con veneración y profundo respeto
y admiración ante su humilde y abnegada labor pastoral en la
Iglesia y simultáneamente su labor apologética y patriótica
desde las cartas que escribía a Cuba, desde las páginas
de El Habanero y desde su obra ética cumbre: Las
Cartas a Elpidio.
Su sabiduría enciclopédica, su afición por la música,
que lo llevaba a interpretar magistralmente a los autores más
conocidos de su época en su violín, su amor a la juventud
y a Cuba, su incansable dedicación a los más pobres y
humildes, su piedad y virtud abnegada, nos hacen contemplarlo como el
paradigma de lo cubano y de lo cristiano, de entonces, de ahora y de
siempre. El punto de referencia obligado para determinar nuestro grado
de cubanía, de fervor patriótico y de amor a Dios y al
prójimo en la Iglesia que vive en Cuba y que quiere llevar el
Evangelio de Jesucristo a todos los ámbitos de nuestra realidad.
Si quisiéramos establecer una comparación con otros santos
de la iglesia Católica, podríamos afirmar que en Varela
descubrimos destellos de sabiduría filosófica y teológica
como en San Agustín y Santo Tomás de Aquino, un amor a
los jóvenes similar al de San Juan Bosco, un predicador incansable,
al estilo de Santo Domingo de Guzmán, una pobreza y humildad
como las de San Francisco de Asís, un amor a los pobres como
San Vicente de Paul, una caridad y celo ecuménicos exquisitos
como el Cardenal Newman, un amor entrañable a Cuba como Martí.
A pesar de sus altos ideales, no se engañaba Varela ni se creía
que todo era «color de rosa» ¡Cuánto sufrió
al constatar que no todos los cubanos transitaban por estos caminos
de virtud y probidad!
Recordemos su frase lapidaria recogida en sus Consideraciones
sobre el estado actual de la Isla de Cuba (cito): Es preciso
no equivocarse, en la isla de Cuba no hay amor a España, ni a
Colombia, ni a México, ni a nadie más que a las cajas
de azúcar y a los sacos de café...
En sus sermones, en sus más brillantes textos de filosofia moral,
se nos revela no sólo como el que nos enseñó
primero a pensar, sino también como el que nos enseñó
a comportamos primero, es decir, ante todo, como seres humanos, como
cristianos y como cubanos. En una palabra: el que nos enseñó
a vivir no sólo como seres capaces de pensar ante todo, sino
también capaces de orientar desde ese mismo previo pensamiento,
sus acciones éticas.
El paradigma de estos valores éticos se halla en sus Cartas a
Elpidio.
Escuchemos el parecer de Don José de la Luz Caballero sobre el
primer tomo de las Cartas a Elpidio, que como sabemos trata sobre la
Impiedad, consta de seis cartas y fue publicado por primera vez en New
York en 1835.
...Este libro que el autor tiene la modestia de dirigir a la juventud
de su patria, va encaminado a cuantos blasonan de pensadores y patriotas.
En él se demuestra matemáticamente; o mejor dicho, en
él se hace sentir de extremo a extremo, la indispensable necesidad
de los vínculos interiores para conseguir la felicidad eterna
y aún la temporal; en él reluce la sublimidad del Evangelio,
eclipsando con su divino resplandor a cuantos sistemas de moral inventó
la humana sabiduría: en él se trata de formar hombres
de conciencia, en lugar de farsantes de sociedad, hombres que no sean
soberbios con los débiles ni débiles con los poderosos.
En él hallará el político abundante materia para
graves meditaciones; el padre de familia los más saludables consejos
para el gobierno de sus caros hijos; el director de la juventud los
más preciosos documentos para no malograr el fruto de sus faenas;
el ministro del altar los más oportunos avisos para conseguir
el fin que la religión sana se propone. Los impostores y los
déspotas llevan grandes desengaños en este libro...: aquí
se descubren hasta en sus últimos escondrijos los sofismas y
las cadenas con que pretenden embaucar y aherrojar al miserable pueblo:
aquí se trata de hacernos a todos, gobernantes y gobernados cristianos
consecuentes y no cristianos contradictorios...
He aquí pintadas sin querer la índole y las circunstancias
del escritor. Efectivamente. Sólo el haber concebido obra de
esta naturaleza, es claro indicio de una de aquellas almas grandes que
se consagran exclusivamente a la felicidad presente y futura de sus
hermanos. Sólo una caridad tan ardiente y acendrada como la que
anima su pluma pudiera haber inspirado tanta valentía y tanta
modestia en reprender, tanto calor y tan sostenida unción en
persuadir. Tan pronto nos hace acordar del sublime y enérgico
Bossuet como del insinuante y dulcísímo Fray Luis de Granada.
Sólo un observador tan ejercitado podría tomar tan exacta
noticia de los efectos y dar tan atinadamente con las causas. Sólo
un veterano, no menos aguerrido en el campo abierto de la enseñanza,
como en las regiones ocultas de la conciencia, podría tocar con
tal maestría todos los registros del corazón para corregir
los extravíos del entendimiento y todos los resortes del entendimiento
para enmendar las perversiones del corazón. Sólo el hombre
que ha pasado la vida practicando las virtudes evangélicas con
el fervor de los apóstoles sería capaz de pintar la virtud
con los vivos colores que él lo hace, copiándola del original
que alberga en su pecho. (hasta aquí la cita de Luz)
Y termino con las mismas palabras de la despedida a Elpidio, colocadas
al final de este primer tomo dedicado a la Impiedad y que fueron también
las últimas palabras del Santo Padre Juan Pablo II en el encuentro
con el mundo de la cultura realizado ante los restos del P. Varela en
el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 23 de enero de 1998,
hará el próximo enero cinco años.
No ignoras que circunstancias inevitables me separan para siempre
de mi patria, sabes también que la juventud a quien consagré
en otro tiempo mis desvelos, me conserva en su memoria, y dícenme
que la naciente no oye con indiferencia mi nombre. Te encargo pues que
seas el órgano de mis sentimientos y que procures de todos modos
separarla del escollo de la irreligiosidad. Si mi experiencia puede
dar algún peso a mis razones, diles que un hombre de cuya ingenuidad
no creo que dudan y que por desgracia o por fortuna, conoce a fondo
a los impíos, puede asegurarles que son unos desgraciados, y
les advierte y suplica que eviten tan funesto precipicio. Díles
que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin
virtud, ni virtud con impiedad.
Muchas gracias.