Revista Vitral No. 53 * año IX* enero-febrero 2003


ECLESIALES

 

EL PADRE VARELA:
SANTO Y SEÑA DEL PASADO, DEL PRESENTE Y EL FUTURO DE CUBA Y DE LA IGLESIA QUE VIVE EN ELLA

MONS. ALFREDO PETIT VERGEL

Mons. Alfredo Petit Vergel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Curioso título para una conferencia sobre el Pbro. Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales.
Y digo “curioso” porque resulta por demás sabido que la expresión castellana «santo y seña» tiene una connotación netamente militar y se refiere específicamente al nombre de un santo y a una palabra clave que cambiaban todos los días y que se debían pronunciar ante los centinelas para identificarse, en medio de la oscuridad de la noche, como miembro del batallón. Este “santo y seña” era una clave secreta sólo conocida por los miembros y pasada de uno a otro, bajaba del jefe a los subalternos cada día y servía de identificación. El que no la pronunciaba adecuadamente era detenido y fusilado por espía.
Y todavía resuena la voz de aquel adolescente hijo de Don Francisco Varela y Pérez, Teniente del Regimiento Fijo de Infantería de La Habana, quien, interrogado por su padrino y abuelo materno Don Bartolomé Morales y Remírez, Teniente Coronel y Capitán del referido regimiento, respondió sobre su futuro al proponérsele como posible la vocación militar, tradicional en la familia: “Yo quiero ser un soldado de Jesucristo. Mi designio no es matar hombres sino salvar almas”. Había acabado de cumplir los catorce años de edad y le estaban ofreciendo los cordones de cadete, lo que le hubiera permitido una carrera militar brillante, según la tradición de su difunto padre y de su abuelo.
Por eso digo que resulta por demás curioso convertir el nombre de “nuestro santo cubano”, como lo designara Martí, en una identificación de cariz tan marcadamente militar. Supongo que quien eligió este título lo haría pensando en designar al Padre Varela como la señal más genuina de nuestra cubanía y del catolicismo encarnado en nuestra realidad cubana.
Sea como sea, aquí nos encontramos, en la querida Diócesis de Pinar del Río que está a punto de celebrar su primer centenario de fundada en el mismo año en que se cumplen ciento cincuenta años de la muerte del P. Varela y del nacimiento de nuestro José Martí..
José de La Luz Caballero, fiel discípulo y continuador insigne del P.Varela en la cátedra de Filosofia del Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio, es el verdadero autor de la frase tan citada y tan a menudo atribuida a Martí: “Mientras se piense en la Isla de Cuba, se pensará con veneración y afecto en quien primero nos enseñó a pensar.”
A propósito de esto, resulta muy interesante la atinada observación del Dr. Eduardo Torres Cuevas: Esta frase se cita apresurada e irreflexivamente. Luz nunca quiso decir que Varela fuera el “primero” que nos enseñó a pensar. Esto hubiera sido un grave error histórico y un acto de crasa injusticia contra su propio tío el Pbro. José Agustín Caballero. Si observamos atentamente la estructura de la frase, lo que Luz quiso decir en realidad fue que Varela es aquel que nos enseñó a pensar como paso previo antes de actuar. Por eso dice textualmente: “el que primero nos enseñó a pensar” o sea, a pensar como paso primero ante toda otra actuación y no “en el primero que nos enseñó a pensar” que es quizás como muchos entienden erróneamente la frase. Sencillamente, Varela no fue el precursor del pensamiento filosófico cubano. Más bien con él da comienzo su Siglo de Oro que se prolonga en toda la primera mitad del siglo XIX. Varela dedicó su carisma pedagógico a enseñar, ante todo, a pensar correctamente.
Valdría la pena que siglo y medio después nos detuviéramos a “pensar primero” como nos enseñara el insigne maestro de la juventud, el predicador incansable de la Verdad y del Bien que brotan de las páginas inagotables del Evangelio de Jesucristo. Quizás así se evitarían muchos males en nuestra Patria y en la Iglesia que vive en Cuba. Lanzamos el desafio y que cada uno ponga la parte de pensamiento y buena voluntad que le corresponda. Por supuesto dentro de un impostergable clima de sinceridad y libertad, como “conditio sine qua non” para que podamos pensar y actuar “con todos y para el bien de todos” como quería Martí.
Y este “pensar” no solamente se sitúa al inicio de una serie de actos “racionales”, sino que también tiene, o ha de tener necesariamente, un contenido programático adecuado para guiamos por el recto pensar y, lo que es más importante aún, por el consecuente recto obrar, para no torcer el rumbo moral de nuestros actos.
Seamos humildes y sencillos como Varela y, al mismo tiempo, llenemos nuestras vidas con la plenitud que viene sólo de Dios.
Pero hay una figura de fundamental importancia que se encuentra como en el trasfondo de la realidad existencial de Varela. Se trata del Obispo Dr. Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, del cual se cumplió el pasado 28 de febrero el segundo centenario de su consagración episcopal, a cargo del obispo cubano D. Luis Peñalver y Cárdenas, Arzobispo de Guatemala y a la sazón de paso por La Habana. De él dijo Martí: “Fue un obispo que nos quiso bien.
Para hablar, pues, de Varela, resulta imprescindible hablar de su mentor, protector y promotor: el Obispo Espada, a cuya iniciativa se debe la creación de la Cátedra de Constitución en el Colegio Seminario San Carlos, cuyo primer titular es Varela, nombrado por Espada.
Es Espada quien permite que Varela, siendo aún solamente diácono, después de los correspondientes ejercicios y exámenes de oposición, ocupe la cátedra de Filosofia en el referido Colegio Seminario de San Carlos. Es Espada quien apoya y promueve el nombramiento de Varela como diputado a las Cortes.
Pero no podemos desviar nuestra atención del personaje que nos ocupa y que da motivo a estas mal hilvanadas cuartillas, porque sería necesario dedicar un espacio al menos similar a éste a la figura de Espada y ya otros lo han hecho con mejor acierto y exactitud.
Los discípulos del Padre Varela y todos cuantos tuvieron la feliz oportunidad de acercarse a él y tratarlo personalmente lo presentan unánimemente como “un hombre sabio y santo, exclusivamente consagrado al bien de los otros, incansable en el estudio, y dedicado enteramente al ejercicio de sus deberes de profesor, de sacerdote y de cubano”. Según citan sus propios alumnos, que lo trataron de cerca, “a todas horas presenciaban el espectáculo de una virtud sin mancha, de una regularidad de hábitos exquisita, de una disciplina severísíma, aunque siempre plácida y sonriente”. Uno de esos alumnos, Don Juan Manuel Valerino, nos dejó por escrito las siguientes notas que quisiera citar por su delicada exactitud y cuidado en perpetuar la imagen fisica del insigne maestro. Comienzan con el siguiente título: Noticias acerca del Presbítero Don Félix Varela, que escribo en muy grato recuerdo de él, y para que el curso de ningún tiempo jamás borre la memoria de un hombre de tanta celebridad. En ellas nos dice textualmente: (cito) “era de estatura mediana, delgado, de color trigueño, lampiño, frente muy ancha y sumamente miope. Su semblante se mostraba siempre risueño, dejando ver un interior el más amable; jamás se le vio alterarse un solo momento, ni aun con las faltas algunas veces cometidas por sus discípulos, a quienes cuando se las advertía, era siempre halagándolos en algún modo, con lo cual se los atraía. Todos lo amaban cordialmente....Cuando en 1816 estudié Física experimental con él, en el Colegio de San Carlos, en la isla de Cuba, lo veía todos los días, y pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, donde él acostumbraba hallarse siempre ocupado en oír la lectura de libros de Filosofía, en distintas lenguas, que le hacían otros discípulos, en dictar a algunos de ellos los pliegos que se necesitaban, e iba pidiéndole la imprenta, de su obra sobre la misma ciencia, que había de usarse de texto en su clase, y en recitar el oficio divino. Salía tan solo a prima noche, y siempre por poco tiempo, comúnmente sin más objeto que el de visitar a sus consanguíneos.”
“Memorable será el Presbítero Varela por su sabiduría en todos los lugares en que vivió, y en La Habana, sobre todo, donde regenteando en el Colegio de San Carlos la cátedra de Filosofía, dio a los estudios una nueva dirección, que produjo distinguidos discípulos, y el adelanto en todos los ramos, en que se halla la educación en aquella ciudad. Formó época en la literatura de ella, cuya historia, si algún día se escribe con imparcialidad, debe referirlo así en justicia, y como un hecho cierto y del mayor interés en los sucesos de un pueblo. Desde entonces acá se han visto y ven brillar en La Habana y en distintas carreras literarias hombres y jóvenes que han dado y dan honor a la isla de Cuba.”
Otro discípulo del Padre Varela, Don José María Casal, nos dice: “...En el año de 1812, el Padre Varela, menor de edad todavía, apareció en el oscuro escenario de las letras; y sin temor a consideraciones humanas, como si el progreso estuviera encarnado en él, encendió la antorcha del eclecticismo, para dar la verdadera luz al entendimiento, que pretendieron apagar los memoristas que estaban en opinión de sabios, y que no queriendo hacer uso de su dormida razón, atacaron al nuevo filósofo.”
Empero, éste, alentado con la aprobación de su ilustre Prelado, luchó cerca de diez años e instruyó a millares de jóvenes, infundiéndoles su valor y resignación...”
“Varela enlazó la nueva ciencia con la Religión cristiana de una manera tan lógica y natural que no puede dudarse de la una sin dudarse de la otra, y lanzando los errores que estorban el progreso de la razón, elevó también a ésta al conocimiento de la precisa existencia de un Ser único, sin principio ni fin y de las verdades reveladas, hermanando la ciencia humana con la divina.”
Según testimonio de Don José Manuel Mestre: “...Varela dedicando todos sus afanes, todos las fuerzas de su privilegiada inteligencia, su vida entera, a la misión del magisterio, imprimió extraordinario empuje al desarrollo de las ideas en los más principales ramos del saber, y distribuyendo a manos llenas, y por todas partes, la buena semilla, nos hizo recuperar con admirable rapidez el tiempo tan desgraciadamente perdido, y para decirlo de una vez, nos puso de repente en el siglo XIX.”
“Y la prueba de que la influencia del Padre Varela formó realmente época en nuestra vida intelectual está en que no tardó en dejarse sentir en todas las manifestaciones o aspectos de esta vida, imponiéndoles el elevado sello de sus principios y de sus tendencias. Después de Varela puede decirse que cuantos en su tiempo, y en este país, se dedicaron al estudio, cualquiera que fuera la ciencia preferida, otros tantos fueron sus discípulos.”
Citemos a continuación algunos de ellos, sin pretender agotar la lista: José de la Luz Caballero, su sucesor en la cátedra de Filosofía, José Antonio Saco en la de Física que se explicaba según los métodos y experimentos de las naciones más adelantadas de Europa y, por supuesto, de Estados Unidos, Nicolás Escobedo jurisconsulto y orador de talla a pesar de su ceguera, José Agustín Govantes, jurista y maestro de abogados, Domingo del Monte, escritor y poeta, Manuel González del Valle, que trasvasara la Filosofía de San Carlos a la Universidad, Felipe Poey y Aloy, abogado y sobresaliente estudioso de la Historia Natural, primer presidente de la Sociedad Antropológica, Gaspar Betancourt Cisneros, ardoroso y fecundo en la trayectoria política, el sacerdote y filósofo Francisco Ruiz, Cristóbal Madan, defensor de los intereses económicos de Cuba, José María Casal, abogado, editor y escritor. Son estos algunos nombres de la pléyade de hombres de pensamiento y acción formada por Varela.
De todos estos señalamos los dos más famosos: José Antonio Saco, profesor de Física, político reformista y autor de la monumental obra Historia de la Esclavitud. Y José de la Luz Caballero, sobrino del Padre José Agustín Caballero y mentor de Rafael María de Mendive, que a su vez lo fuera de nuestro José Martí.
“Varela fue el regenerador intelectual de nuestro país, a causa de la admirable enseñanza que con sus obras de Filosofía, y con el ejemplo de su vida sin mancha, difundió y propagó hasta nuestros días en todos los ramos del saber... “. Así nos dice su discípulo Luz Caballero.
Tres momentos importantes en la vida docente del Padre Varela son, sin duda, la aparición de su obra “Miscelánea Filosófica”, la publicación de sus “Lecciones de Filosofía” y su discurso inaugural en la primera lección de la cátedra de Constitución.
La “Miscelánea Filosófica” aparece, en su primera edición impresa, un año después de las “Lecciones de Filosofía” y consiste en apuntes e indicaciones previas al estudio propiamente de la Filosofía como tal. Se imprimió, pues, según parece, en la imprenta de Palmer en La Habana hacia 1819.
Se compone esta obra, fundamentalmente, de apuntes sobre lógica, no del todo originales, sino sacados en parte de la Lógica de Destutt Tracy y abarca los nueve primeros capítulos.
Los restantes capítulos son artículos más o menos extensos sobre diversos temas: Apuntes filosóficos, carta a un amigo respondiendo a algunas dudas ideológicas y dos disertaciones, una sobre el idioma latino considerado ideológicamente y la otra sobre “la forma silogística”. A esta materia se añadió más tarde la lección sobre el patriotismo, de la cual hablaremos más tarde cuando nos refiramos a las Lecciones de Fitosofía...
Ciertamente, ésta última es la obra cumbre de Varela en el campo pedagógico.
En efecto, consta de Tres Tratados: 1º “Tratado de la dirección del entendimiento”, 2º “Tratado del hombre” y 3º “Tratado de los cuerpos o estudio del universo”.
El Primer Tratado se compone de nueve lecciones y es de carácter eminentemente práctico. Se propone preparar y adiestrar el entendimiento para que pueda ejercer adecuadamente su función de pensar rectamente y descubrir así, sin desviaciones ni falacias, su objeto propio que es la verdad.
El Padre Varela no perdía el tiempo en defmiciones inútiles y engañosas. Escuchemos algunas de sus frases: “Debe tenerse presente que no se entiende todo aquello que se sabe nombrar, y que nuestra ciencia viene a ser sólo de palabras, cuando creemos que es de objetos reales...” “Nuestro entendimiento, satisfecho con una definición que nada dice, cree entender las cosas cuando está muy distante de conseguirlo”. El saber no consiste, pues, en repetir frases, sino en “ser capaz de formar el conocimiento de nuevo por sí mismo, indicando las operaciones practicadas para conseguirlo, y percibiendo todas las relaciones que hay entre ellas”.
El Tratado del hombre, que es el segundo de la obra, consta de dieciocho lecciones.
La primera y la segunda tratan del alma, de su naturaleza espiritual y de su inmortalidad, así como del libre albedrío o libertad de que se halla dotada. La tercera y la cuarta se ocupan del cuerpo humano y su vida, con utilísimas nociones de Anatomía y Fisiología. La quinta habla de la sensibilidad y la sexta de la relación del alma con el cuerpo. La séptima y la octava de las diversas inclinaciones del hombre. La novena, la influencia de las ideas en las pasiones, demostrando cuánto puede hacer la ilustración para mejorar las costumbres de los pueblos. La lección décima prosigue el estudio de las pasiones. La undécima se titula:
“Medios que fomentan y reprimen las pasiones”. La duodécima cambia de tema y se refiere a “la luz de la razón y derecho natural”. Aquí se adelanta a los famosos filósofos Krause y su discípulo Ahrens, que influyeron tanto, según se cree en el pensamiento de Martí. En efecto, Varela dice: “El hombre tiene por bueno todo lo que le causa una perfección, y por malo aquello que es contrario a ese objeto... Puesto el hombre en el cuadro de los seres, debe aspirar a su perfección, así como parece que aspiran todos ellos. Pero el hombre tiene un alma y un cuerpo; debe pues perfeccionar la una con los conocimientos y las virtudes, y el otro con el ejercicio libre de sus funciones, en que consiste la buena salud. La naturaleza le da estos primeros documentos. Todo cuanto le rodea se lo inspira. He aquí lo que llamamos derecho natural, admitido por toda la especie humana”. “Todas las leyes de los pueblos se fundan en estos dictámenes de la razón, y cuando se separan de ellos son injustas, el grito universal que las condena es una prueba de que se oponen a otra ley más poderosa que está impresa en el corazón de los hombres.
La lección decimotercera trata de “la moralidad, o naturaleza de las acciones”, dando reglas para juzgar de ella con acierto. La lección catorce se ocupa “del sentido íntimo o conciencia” y la quince “de las virtudes”. Hablando de la fortaleza dice: “Muchos han querido hacer al varón fuerte como insensible a los males; pero éstos no han consultado la naturaleza humana, y quisieron que para ser virtuoso dejara de ser hombre. Parece más racional decir que el varón fuerte debe sentir los males; pero no dejarse dominar por ellos: que en él tienen lugar las pasiones, pero no un imperio: usa de su naturaleza como un medio para hacer brillar su virtud; y no se deja abatir por los impulsos de esa naturaleza. Se alegra, se entristece, se llena de ira y de compasión, teme y confía; mas en todos estos actos es dueño de sí mismo. Tal es la idea de un hombre fuerte”.
En la lección dieciséis nos habla “de las relaciones del hombre con la sociedad” y nos dice un pensamiento de una actualidad que estremece: “El hombre está obligado a guardar las leyes de la sociedad en que vive, aunque las crea contrarias al bien público, pues si cada uno pudiera ser juez en esta materia, nunca hubiera una sociedad arreglada, siendo contrarios los pareceres; y todo hombre de juicio conoce que al bien social le interesa más el cumplimiento de una ley por absurda que parezca, que no su infracción, pues la ley producirá un mal, pero el desorden de la sociedad, autorizándose cada una para infringirla, produce infinitos males.
Llegamos así a la lección decimoséptima: “de la naturaleza de la sociedad y del patriotismo”. Escuchemos algunos fragmentos que se aplican de modo magistral y exacto a nuestra realidad actual: “Deben las leyes ser conformes a la naturaleza humana para serlo al derecho natural, e igualmente deben conformarse con las circunstancias y costumbres del pueblo a quien se dirigen, y principalmente con el tiempo en que se promulguen, pues la gran prudencia legislativa consiste en promover el bien general del pueblo que se gobierna.
“Expresando la ley la voluntad general, por las que se obliga a ciertas operaciones del cuerpo social, se deduce que todos sus individuos están obligados a su observancia. Pues aunque haya alguno que sea de dictamen diverso y juzgue contraria la ley que la sociedad ha establecido, debe observarla, porque viviendo en un cuerpo social, está obligado a promover su bien común, y no hacer oficios contrarios a su unidad, en que consiste la vida civil”.
Los párrafos dedicados al patriotismos son preciosos. Parten del legítimo amor a la patria, la tierra de nuestros padres, el país donde nacimos, con su tierra, su cielo, su mar. Las gentes que han nacido en ella y que tienen una idiosincracia y un acervo cultural propios y peculiares que, a la vez que la caracterizan, la distinguen y diferencian del resto de las naciones, aún de las más afines. Es lo que pudiéramos llamar entre nosotros “lo cubano” Hacemos una selección de algunos de dichos párrafos, en gracia a la brevedad de la presente exposición:
“El patriotismo es un sentimiento legítimo y constituye un deber, y no puede considerarse ilegítimo sino cuando se lleva a un término contrario a la razón y a la justicia...”
“El patriotismo es una virtud cívica, que a semejanza de las morales, suele no tenerla el que dice que la tiene; y hay una hipocresía política mucho más baja que la religiosa... Patriotas hay que venderían su patria si les dieran más que lo que reciben de ella”. “No es patriota el que no sabe hacer sacrificios en favor de su patria, o el que pide por éstos una paga, que acaso cuesta mayor sacrificio que el que se ha hecho para obtenerla, cuando no para merecerla. El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos que se tienen por patriotas... , pero cuando el bien de la sociedad exige la pérdida de esa aura popular, he aquí el sacrificio más noble y más digno de un hombre de bien y he aquí el que desgraciadamente es muy raro. Pocos hay que sufran el perder el nombre de patriotas en obsequio de la misma patria y a veces una chusma indecente logra con sus ridículos aplausos convertir en asesinos de la patria los que podrían ser sus más fuertes apoyos. ¡Honor eterno a las almas grandes que saben hacerse superiores al vano temor y a la ridícula alabanza!”
“Un defecto que causa muchos males es flgurarse los hombres que nada está bien dirigido cuando no está conforme a su opinión... Este sentimiento debe corregirse no perdiendo de vista que el juicio en estas materias depende de una multitud de datos, que no siempre tenemos; y la opinión general, cuando no es abiertamente absurda produce siempre mejor efecto que la particular, aunque sea más fundada...Se finge a veces lo que piensa el pueblo, arreglándolo a lo que debe pensar, según las ideas de los que gradúan esta opinión; y así suele verse con frecuencia un triste desengaño cuando se ponen en práctica opiniones que se creían generalizadas”.
Finalmente, la lección décimoctava, con la cual termina el Segundo Tratado de las “Lecciones de Filosofia”, lleva por título: “Del conocimiento que tiene el hombre de su Criador, y obligaciones respecto de Él”. Es un profundo tratado de Teodicea cristiana, o sea de la realidad divina desde el punto de vista filosófico y también cristiano, donde el Padre Varela combina admirablemente la ortodoxia de la doctrina junto con la solidez y la unción. Parece ser el prólogo profético de lo que en sus últimos treinta años ocuparía su misión sacerdotal en el campo apostólico: el maestro y el diputado a cortes convertido en pastor, defensor incansable de la fe católica, protector de los pobres y desamparados y animador entusiasta desde el exilio de la juventud cubana que siempre llevó en su corazón junto a su amor inquebrantable a Cristo, a la Iglesia y a su Patria.
El Tercer Tratado de las “Lecciones de Filosofia” consta de una Introducción y de dos partes que abarcan los tomos II y III de la obra y consisten en un completo tratado de Física y Química, tanto teóricas como experimentales, con los últimos adelantos y descubrimientos de esas ciencias en la primera mitad del siglo XIX. No entramos en detalles para no alargar innecesariamente esta exposición.
Y llegamos así al 18 de enero de 1821, fecha memorable en la que se inaugura la Cátedra de Constitución en el Aula Magna del Colegio Seminario San Carlos de La Habana. Allí, ante una numerosa concurrencia de 193 alumnos matriculados, además del público que se agolpaba en las ventanas, pronuncia Varela su trascendental discurso inaugural, en el cual, entre otras cosas, dice: “...Fácil me sería prodigar justos elogios a este nuevo establecimiento debido al patriotismo de una corporación ilustrada(se refería a la sociedad Patriótica), y al celo de un Prelado(se refería al Obispo Espada), a quien distinguen, más que los honores, las virtudes: y yo llamaría a esta cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales,” y más adelante: “la fuente de las virtudes cívicas, la base del gran edificio de nuestra felicidad, la que por primera vez ha conciliado entre nosotros las leyes con la Filosofía, que es decir, las ha hecho leyes; la que contiene al fanático y al déspota, estableciendo y conservando la Religión Santa y el sabio Gobierno; ...“
Nos quedan ahora la breve estancia de Varela en las Cortes y su exilio de treinta años en los Estados Unidos, hasta su muerte el 18 de febrero de 1853 en San Agustín de La Florida.
De sus proyectos de autonomismo, y abolición de la esclavitud no hablamos en detalle, pues sería excesivamente extenso.
Pero sí nos detenemos con veneración y profundo respeto y admiración ante su humilde y abnegada labor pastoral en la Iglesia y simultáneamente su labor apologética y patriótica desde las cartas que escribía a Cuba, desde las páginas de “El Habanero” y desde su obra ética cumbre: Las Cartas a Elpidio.
Su sabiduría enciclopédica, su afición por la música, que lo llevaba a interpretar magistralmente a los autores más conocidos de su época en su violín, su amor a la juventud y a Cuba, su incansable dedicación a los más pobres y humildes, su piedad y virtud abnegada, nos hacen contemplarlo como el paradigma de lo cubano y de lo cristiano, de entonces, de ahora y de siempre. El punto de referencia obligado para determinar nuestro grado de cubanía, de fervor patriótico y de amor a Dios y al prójimo en la Iglesia que vive en Cuba y que quiere llevar el Evangelio de Jesucristo a todos los ámbitos de nuestra realidad.
Si quisiéramos establecer una comparación con otros santos de la iglesia Católica, podríamos afirmar que en Varela descubrimos destellos de sabiduría filosófica y teológica como en San Agustín y Santo Tomás de Aquino, un amor a los jóvenes similar al de San Juan Bosco, un predicador incansable, al estilo de Santo Domingo de Guzmán, una pobreza y humildad como las de San Francisco de Asís, un amor a los pobres como San Vicente de Paul, una caridad y celo ecuménicos exquisitos como el Cardenal Newman, un amor entrañable a Cuba como Martí.
A pesar de sus altos ideales, no se engañaba Varela ni se creía que todo era «color de rosa» ¡Cuánto sufrió al constatar que no todos los cubanos transitaban por estos caminos de virtud y probidad!
Recordemos su frase lapidaria recogida en sus “Consideraciones sobre el estado actual de la Isla de Cuba” (cito): “Es preciso no equivocarse, en la isla de Cuba no hay amor a España, ni a Colombia, ni a México, ni a nadie más que a las cajas de azúcar y a los sacos de café...”
En sus sermones, en sus más brillantes textos de filosofia moral, se nos revela no sólo como “el que nos enseñó primero a pensar”, sino también como el que nos enseñó a comportamos primero, es decir, ante todo, como seres humanos, como cristianos y como cubanos. En una palabra: “el que nos enseñó a vivir no sólo como seres capaces de pensar ante todo, sino también capaces de orientar desde ese mismo previo pensamiento, sus acciones éticas”.
El paradigma de estos valores éticos se halla en sus Cartas a Elpidio.
Escuchemos el parecer de Don José de la Luz Caballero sobre el primer tomo de las Cartas a Elpidio, que como sabemos trata sobre la Impiedad, consta de seis cartas y fue publicado por primera vez en New York en 1835.
“...Este libro que el autor tiene la modestia de dirigir a la juventud de su patria, va encaminado a cuantos blasonan de pensadores y patriotas. En él se demuestra matemáticamente; o mejor dicho, en él se hace sentir de extremo a extremo, la indispensable necesidad de los vínculos interiores para conseguir la felicidad eterna y aún la temporal; en él reluce la sublimidad del Evangelio, eclipsando con su divino resplandor a cuantos sistemas de moral inventó la humana sabiduría: en él se trata de formar hombres de conciencia, en lugar de farsantes de sociedad, hombres que no sean soberbios con los débiles ni débiles con los poderosos. En él hallará el político abundante materia para graves meditaciones; el padre de familia los más saludables consejos para el gobierno de sus caros hijos; el director de la juventud los más preciosos documentos para no malograr el fruto de sus faenas; el ministro del altar los más oportunos avisos para conseguir el fin que la religión sana se propone. Los impostores y los déspotas llevan grandes desengaños en este libro...: aquí se descubren hasta en sus últimos escondrijos los sofismas y las cadenas con que pretenden embaucar y aherrojar al miserable pueblo: aquí se trata de hacernos a todos, gobernantes y gobernados cristianos consecuentes y no cristianos contradictorios...
He aquí pintadas sin querer la índole y las circunstancias del escritor. Efectivamente. Sólo el haber concebido obra de esta naturaleza, es claro indicio de una de aquellas almas grandes que se consagran exclusivamente a la felicidad presente y futura de sus hermanos. Sólo una caridad tan ardiente y acendrada como la que anima su pluma pudiera haber inspirado tanta valentía y tanta modestia en reprender, tanto calor y tan sostenida unción en persuadir. Tan pronto nos hace acordar del sublime y enérgico Bossuet como del insinuante y dulcísímo Fray Luis de Granada. Sólo un observador tan ejercitado podría tomar tan exacta noticia de los efectos y dar tan atinadamente con las causas. Sólo un veterano, no menos aguerrido en el campo abierto de la enseñanza, como en las regiones ocultas de la conciencia, podría tocar con tal maestría todos los registros del corazón para corregir los extravíos del entendimiento y todos los resortes del entendimiento para enmendar las perversiones del corazón. Sólo el hombre que ha pasado la vida practicando las virtudes evangélicas con el fervor de los apóstoles sería capaz de pintar la virtud con los vivos colores que él lo hace, copiándola del original que alberga en su pecho”. (hasta aquí la cita de Luz)
Y termino con las mismas palabras de la despedida a Elpidio, colocadas al final de este primer tomo dedicado a la Impiedad y que fueron también las últimas palabras del Santo Padre Juan Pablo II en el encuentro con el mundo de la cultura realizado ante los restos del P. Varela en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 23 de enero de 1998, hará el próximo enero cinco años.
“No ignoras que circunstancias inevitables me separan para siempre de mi patria, sabes también que la juventud a quien consagré en otro tiempo mis desvelos, me conserva en su memoria, y dícenme que la naciente no oye con indiferencia mi nombre. Te encargo pues que seas el órgano de mis sentimientos y que procures de todos modos separarla del escollo de la irreligiosidad. Si mi experiencia puede dar algún peso a mis razones, diles que un hombre de cuya ingenuidad no creo que dudan y que por desgracia o por fortuna, conoce a fondo a los impíos, puede asegurarles que son unos desgraciados, y les advierte y suplica que eviten tan funesto precipicio. Díles que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad.”
Muchas gracias.

 

Revista Vitral No. 53 * año IX* enero-febrero 2003
S.E. Mons. Alfredo Petit Vergel
Obispo Auxiliar de La Habana