Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002


PEDAGOGÍA

 

EDUCAR NO ES INCULCAR

BELISARIO CARLOS PI LAGO

 

 

 

Muchas veces he oído comentar que Romeo y Julieta fueron víctimas de su amor, a lo que invariablemente he contestado que el amor no cobra víctimas. Las víctimas son indefectiblemente producto del odio, y, en efecto, los idealizadamente desgraciados amantes de Shakespeare no fueron más que las víctimas inocentes del odio que les fue impuesto por sus respectivas familias.
Desgraciadamente, la historia del desarrollo humano ha sido una interminable cadena de generaciones siempre arrastrando los odios y prejuicios de sus antepasados. ¿Por qué somos sordos a la razón? ¿Es que acaso nunca lograré que se me juzguen por lo que soy , y no por lo que hicieron mis ancestros?
No caben dudas de que, si pudiéramos trazar con precisión un árbol genealógico infinitamente hacia el pasado, no estaríamos exentos de encontrarnos con el caso de que ese gondolero bonachón que entona con voz de barítono una canción tradicional para entretener a la pareja de amantes que disfrutan el hechizo de un paseo por Venecia, puede ser un descendiente de Nerón o de Calígula. Sé que tal ejemplo, por lo grotescamente absurdo, no puede ser más que una ilusión jocosa, pero... entonces, ¿por qué continuamos aferrados a la idea de que los alemanes actuales son asesinos de niños judíos? Un joven alemán de hoy es culpable de lo que hicieron sus abuelos de Autswitz o en Dacha en la misma medida que pudieran serlo los suecos y los noruegos de las aventuras vandálicas de los vikingos, o Jacques Chirac de las cabezas cercenadas por la guillotina en la época del terror.
Arrastrando odios y prejuicios del pasado es que muchos países, sectas o grupos han entrado en el siglo XXI sumergidos aún en un pensamiento medieval que los convierte en fósiles.
Las comunidades paleolíticas que aún sobreviven en profundidades casi inaccesibles son inofensivas por su aislamiento natural, no así los diferentes islotes que perduran entre la civilización aferrados a antagonismos olvidados ya del resto del mundo, y empleando recursos bélicos fabulosos capitales que son el fruto del hambre y la depauperación de sus propios pueblos.
Si estos reductos de la paleontología política o religiosa permanecieran atados a su pasado de manera absoluta no serían tan significativamente peligrosos. Lo que horroriza de su presencia en la escena actual es su acceso a la tecnología moderna para aplicarla con los mismos fines que se aplicaba la fuerza hace quinientos o mil años, de ahí lo patético del caso, pues no es difícil medir las diferencias entre una catapulta y un cohete Tomahawk.
Es deprimente contemplar como se manipula la educación de los niños inculcándoles un odio y resentimiento, que, por el momento, los priva del disfrute de la más hermosa etapa de sus vidas a la vez que los va preparando para un futuro de violencia y venganza. Ahora recuerdo con agradecimiento como mis padres me ordenaban callar cada vez que yo intentaba inmiscuirme en sus conversaciones sobre temas políticos. Aquel “estas cosas no son para niños” que tan frecuentemente oía fue el resorte mágico que me permitió dedicar a mi infancia a jugar a las bolas y montar bicicleta, libre de toda carga de preocupaciones que luego me agobiarían en mi edad adulta.
Educar e instruir no significa inculcar; sino preparar para la vida. Quien inculca una fe o una doctrina a sus hijos no los está preparando para pensar, sino para seguir ciegamente lo que ya está pensado por otro. Gracias a hombres que fueron capaces de rebelarse contra lo que les inculcaron hemos podido conocer la forma de nuestro planeta y las leyes que lo rigen, así como nuestra propia anatomía y fisiología. El culto irracional a los antepasados es propio de comunidades primitivas, y todas aquellas naciones que permanecen aferradas a semejantes dogmas nunca han logrado salir de su atraso. El progreso se logra con ideas nuevas, no atado a las viejas.
Educar las nuevas generaciones es prepararlas para enfrentar las situaciones futuras que habrá de presentarles la vida, que no necesariamente serán las nuestras. El cerebro de un animal cualquiera, aún de los más adelantados en la escala zoológica, viene al mundo programado instintivamente, lo cual no lo limitará en lo absoluto, pues su vida nunca le deparará situaciones complejas que difieran significativamente de las de los otros individuos de su especie. Un perro, por ejemplificar de alguna manera, nunca se verá obligado a tomar decisiones que pudieran afectar a todos los perros del mundo; pero un hombre sí. De ahí que el hombre necesite una educación que lo capacite para decidir con dinamismo qué es lo que conviene o no. Quien ha sido educado dentro de esquemas dogmáticos nunca juzgará con imparcialidad, objetividad ni precisión.
Todo hombre debe saber razonar que los desmanes cometidos por Cortés en México y por Pizarro en Perú no significan que Moctezuma y Atahualpa hayan sido buenos. Bueno y malo, como conceptos son categorías demasiado amplias para polarizarlas de manera tan simplista. De igual forma es muy saludable saber que todas las celebridades tienen una naturaleza humana que las hace vulnerables a los mismos vicios y debilidades que al resto de los hombres. El pueblo inglés no tiene que ignorar la adicción de Winston Churchill al alcohol para estarle eternamente agradecido por lo que hizo en momentos difíciles por su patria. Veneramos la grandeza de un hombre precisamente por ser tal; si fuera un dios, nada que hiciera conmovería a nadie. En toda lucha siempre hay algo de razón en las dos o más partes que la protagonizan. El hombre objetivo tiene la capacidad suficiente para juzgar con imparcialidad y buen tino donde está lo más justo, y donde lo más superfluo. El apasionado, a quien enseñaron a mirar desde un solo ángulo, se parcializará instintivamente de acuerdo con su programa.
En cualquier sociedad que haya educado sus hijos en el amor y no en el odio; que los haya enseñado a razonar con cabeza propia basándose siempre en una comprensión desapasionada de la historia y las leyes de la naturaleza; que les haya enseñado que ninguna ideología puede ser verdadera si no tiene como meta el bienestar del hombre, sin exclusiones de ningún tipo, y que ninguna religión puede ser grata a los ojos de Dios si no se siente hermana de todas las religiones y de todos los hombres. En esa sociedad, reitero, será muy difícil encontrar autómatas dispuestos a estrellar un avión contra un edificio para matar a miles de semejantes.

 

 

Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002
Belisario Carlos Pi Lago
(La Palma, 1950)
Licenciado en Inglés. Obtuvo mención en el concurso Vitral 2002 con el Cuaderno «Una de cal y otra de arena» . El autor tambien obtuvo, premio Vitral , 2002, en género Ensayo.