Dentro de la polémica actual
que gira en torno a la crítica y su inserción en el mundo
de las Artes Plásticas ,ha quedado relegada a un plano virtual
lo que se considera todavía para muchos su función vital:
poner todo el empeño al servicio del arte y su importante relación
con el público (al final en esta postura está implícita
su propia razón de ser). Y no entiendo por qué molesta
tanto el término servicio cuando, como dijera el predicador,
... para actuar sabiamente debemos despojarnos de nuestras manías
de grandeza.
Se pretende bautizar a la crítica como un ente aparte, autosuficiente,
que se ha buscado un espacio donde, después de tanto batallar,
es considerado un centro de atención. Según esta tesis
la crítica trasciende el arte, es aún mucho más
importante que el arte, legitima al arte (por cierto esta
posición ofrece a muchos la posibilidad de maniobrar de maneras
ingentes para que se les reconozca como expertos o críticos de
arte. Y lógicamente, lo que no nace como consecuencia natural
de un obrar genuino carece de credibilidad). Al final, esta realidad
sólo consigue estimular opiniones como la expresada por Tom Hoving,
Ex Director del Museo Metropolitano de Nueva York:
...los expertos en arte parecen esnobs, tipos impecablemente
vestidos que hablan con un levísimo acento. Su actitud indica
que el arte es para los muy educados y socialmente aceptables, no para
el hombre común. Cuando se les pregunta su opinión sobre
alguna obra de arte, o bien no se dignan a responder porque usted es
uno del montón, o bien lo que dicen suena como una mezcolanza
entre el contenido de un rollo del Mar Muerto, un manuscrito medieval
y un contrato de Hollywood. Los que se dicen críticos escriben
en una jerga incomprensible aun para otros críticos. Su norma
es ignorar o tratar de destruir al verdadero genio del día, cuyo
talento será reconocido después que haya muerto en una
pobreza abyecta.
Estas son algunas ideas que usted puede tener acerca del mundo que se
mueve alrededor del arte. Pero, créame, son en parte relativas.
Las palabras expresadas por esta personalidad, aunque en un tono informal,
nos muestran una imagen global asociada a la crítica. Y lo más
lamentable es la gran cantidad de personas que se han dado a la tarea
de ejercer esta disciplina y no tienen en sus planes hacerla cambiar.
El reconocimiento por el trabajo realizado es agradable y necesario
para cualquier ser humano y la parte más impresionante del asunto
es que no hace falta salir en su busca. Cuando esta labor se sustenta
sobre conocimientos y principios realmente sólidos, su valor
es como un sol imposible de ocultar; y que además genera una
luz encantadora incluso para el individuo más escéptico.
Por esto, al observar con mucha preocupación el camino futuro
que nos presenta la Institución Crítica de
nuestra provincia, resulta inconcebible descubrir que personas con talento
e inteligencia sean capaces de desterrar de su quehacer, la hermosa
función de ser luz, guía y educadora, del entorno artístico
y social donde se desarrollan.
La grandeza de un hombre no radica en el poder para aplastar a su prójimo
por creerlo menor, sino en tener la voluntad y humildad suficientes
para descender a su nivel y ayudarlo a ascender a través del
conocimiento. ¿Acaso todos los días no formamos parte
de ese mismo prójimo?.
El arte que se gesta en nuestro contemporáneo Pinar del Río
necesita del criterio sano, la apreciación estética y
conceptual severa y constructiva; y sobre todas las cosas, prescinde
de una posición crítica que lo asuma en toda su dimensión.
La obra, sea cual fuese su imagen, contenido o procedencia, debe ser
valorada con la claridad y respeto necesarios.
El fenómeno artístico de todos los tiempos constituye
un enigma que ningún mortal puede abarcar o descifrar en su totalidad.
La vocación (que se manifiesta en el talento innato del hombre)
y la respuesta humana (traducida en la honestidad y voluntad extrema
del individuo hacia el arte) son las columnas sólidas e inconmovibles
que han marcado la trascendencia de la creación artística
a través de la historia. El discernimiento que se ha hecho de
lo que es o no es arte, no ha sido más
que el esfuerzo, con algunos aciertos, por atrapar la inmensidad de
este misterio que se escurre entre las lindes del análisis racional.
Los expertos en la materia, han ido hilvanando una cosmovisión
estética para construir sus propias reglas de lo que es
arte y de lo que no lo es. Sin embargo, las fórmulas generadas
se mueven en intervalos variables de tiempo y en tantas direcciones
como puedan existir; chocando unas con otras de manera violenta, precisamente
porque el arte no admite ser encasillado, ni puede someterse a reglamentos.
El arte imperecedero no se genera de improviso, es la consecuencia natural
de un obrar incansable del hombre y la influencia siempre implícita
del fondo cultural de su tiempo. Esto no significa, como muchas veces
se ha interpretado, que el arte deba reflejar las tendencias de su época;
ni siquiera tiene que simpatizar con las ideas preponderantes de su
tiempo, puede incluso reaccionar fuertemente contra ellas u obviarlas.
Lo cierto es que, sea cual fuere su posición, la obra sincera
ha sufrido y sufrirá la influencia de la atmósfera cultural
de donde se produjo y desnudará las inquietudes más íntimas
de su autor.
Hoy, cuando se vive una realidad vertiginosa marcada por la revolución
que en el campo de la informática ha tenido lugar, el pensamiento
de vanguardia y la lógica apuntan hacia una inserción
del quehacer artístico en esta dinámica. Pero ¿quién
puede afianzar o defender con certeza que esta postura lógica
es la respuesta adecuada si nos enfrentamos a un misterio que trasciende
esta posición. ¿Quién tiene la verdad sobre la
función necesaria del arte en nuestra realidad? Estoy seguro
de que si este cuestionamiento se elevara a manera de concurso saldrían
a la luz infinidad de criterios, teorías, y todos pueden ser
válidos en la medida de su honestidad. El asunto es mucho más
simple de lo que a primera vista parece. La propia polivalencia de posiciones
es la riqueza que no sabemos apreciar en nuestro afán por imponernos.
Ninguna posición es mejor, sea más arcaica
o novedosa, más culta o menos culta,
pues no existe norma alguna de progreso en el arte como ocurre en la
ciencia práctica. Cada posición o criterio auténtico
tiene su grandeza especial, distinta a la de los demás.