Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002


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CRÍTICA DE LA CRÍTICA
BREVE RESEÑA SOBRE LA SITUACIÓN DE NUESTRA CRÍTICA

JUAN MIGUEL SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

 

 

 

Dentro de la polémica actual que gira en torno a la crítica y su inserción en el mundo de las Artes Plásticas ,ha quedado relegada a un plano virtual lo que se considera todavía para muchos su función vital: poner todo el empeño al servicio del arte y su importante relación con el público (al final en esta postura está implícita su propia razón de ser). Y no entiendo por qué molesta tanto el término servicio cuando, como dijera el predicador, ... para actuar sabiamente debemos despojarnos de nuestras manías de grandeza.
Se pretende bautizar a la crítica como un ente aparte, autosuficiente, que se ha buscado un espacio donde, después de tanto batallar, es considerado un centro de atención. Según esta tesis la crítica trasciende el arte, es aún mucho más importante que el arte, “legitima” al arte (por cierto esta posición ofrece a muchos la posibilidad de maniobrar de maneras ingentes para que se les reconozca como expertos o críticos de arte. Y lógicamente, lo que no nace como consecuencia natural de un obrar genuino carece de credibilidad). Al final, esta realidad sólo consigue estimular opiniones como la expresada por Tom Hoving, Ex Director del Museo Metropolitano de Nueva York:
“...los “expertos” en arte parecen esnobs, tipos impecablemente vestidos que hablan con un levísimo acento. Su actitud indica que el arte es para los muy educados y socialmente aceptables, no para el hombre común. Cuando se les pregunta su opinión sobre alguna obra de arte, o bien no se dignan a responder porque usted es uno del montón, o bien lo que dicen suena como una mezcolanza entre el contenido de un rollo del Mar Muerto, un manuscrito medieval y un contrato de Hollywood. Los que se dicen críticos escriben en una jerga incomprensible aun para otros críticos. Su norma es ignorar o tratar de destruir al verdadero genio del día, cuyo talento será reconocido después que haya muerto en una pobreza abyecta.
Estas son algunas ideas que usted puede tener acerca del mundo que se mueve alrededor del arte. Pero, créame, son en parte relativas.”
Las palabras expresadas por esta personalidad, aunque en un tono informal, nos muestran una imagen global asociada a la crítica. Y lo más lamentable es la gran cantidad de personas que se han dado a la tarea de ejercer esta disciplina y no tienen en sus planes hacerla cambiar.
El reconocimiento por el trabajo realizado es agradable y necesario para cualquier ser humano y la parte más impresionante del asunto es que no hace falta salir en su busca. Cuando esta labor se sustenta sobre conocimientos y principios realmente sólidos, su valor es como un sol imposible de ocultar; y que además genera una luz encantadora incluso para el individuo más escéptico. Por esto, al observar con mucha preocupación el camino futuro que nos presenta la “Institución Crítica” de nuestra provincia, resulta inconcebible descubrir que personas con talento e inteligencia sean capaces de desterrar de su quehacer, la hermosa función de ser luz, guía y educadora, del entorno artístico y social donde se desarrollan.
La grandeza de un hombre no radica en el poder para aplastar a su prójimo por creerlo menor, sino en tener la voluntad y humildad suficientes para descender a su nivel y ayudarlo a ascender a través del conocimiento. ¿Acaso todos los días no formamos parte de ese mismo prójimo?.
El arte que se gesta en nuestro contemporáneo Pinar del Río necesita del criterio sano, la apreciación estética y conceptual severa y constructiva; y sobre todas las cosas, prescinde de una posición crítica que lo asuma en toda su dimensión. La obra, sea cual fuese su imagen, contenido o procedencia, debe ser valorada con la claridad y respeto necesarios.
El fenómeno artístico de todos los tiempos constituye un enigma que ningún mortal puede abarcar o descifrar en su totalidad. La vocación (que se manifiesta en el talento innato del hombre) y la respuesta humana (traducida en la honestidad y voluntad extrema del individuo hacia el arte) son las columnas sólidas e inconmovibles que han marcado la trascendencia de la creación artística a través de la historia. El discernimiento que se ha hecho de lo que “es” o “no es” arte, no ha sido más que el esfuerzo, con algunos aciertos, por atrapar la inmensidad de este misterio que se escurre entre las lindes del análisis racional.
Los “expertos” en la materia, han ido hilvanando una cosmovisión estética para construir sus propias reglas de lo que “es” arte y de lo que no lo es. Sin embargo, las fórmulas generadas se mueven en intervalos variables de tiempo y en tantas direcciones como puedan existir; chocando unas con otras de manera violenta, precisamente porque el arte no admite ser encasillado, ni puede someterse a reglamentos.
El arte imperecedero no se genera de improviso, es la consecuencia natural de un obrar incansable del hombre y la influencia siempre implícita del fondo cultural de su tiempo. Esto no significa, como muchas veces se ha interpretado, que el arte deba reflejar las tendencias de su época; ni siquiera tiene que simpatizar con las ideas preponderantes de su tiempo, puede incluso reaccionar fuertemente contra ellas u obviarlas. Lo cierto es que, sea cual fuere su posición, la obra sincera ha sufrido y sufrirá la influencia de la atmósfera cultural de donde se produjo y desnudará las inquietudes más íntimas de su autor.
Hoy, cuando se vive una realidad vertiginosa marcada por la revolución que en el campo de la informática ha tenido lugar, el pensamiento de vanguardia y la lógica apuntan hacia una inserción del quehacer artístico en esta dinámica. Pero ¿quién puede afianzar o defender con certeza que esta postura lógica es la respuesta adecuada si nos enfrentamos a un misterio que trasciende esta posición. ¿Quién tiene la verdad sobre la función necesaria del arte en nuestra realidad? Estoy seguro de que si este cuestionamiento se elevara a manera de concurso saldrían a la luz infinidad de criterios, teorías, y todos pueden ser válidos en la medida de su honestidad. El asunto es mucho más simple de lo que a primera vista parece. La propia polivalencia de posiciones es la riqueza que no sabemos apreciar en nuestro afán por imponernos. Ninguna posición es mejor, sea más “arcaica” o “novedosa”, más “culta” o menos culta, pues no existe norma alguna de progreso en el arte como ocurre en la ciencia práctica. Cada posición o criterio auténtico tiene su grandeza especial, distinta a la de los demás.

 

Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002
Juan Miguel Suárez Rodríguez
1976, Pinar del Río. Pintor