Se acerca la Navidad,
fiesta de la fraternidad, de la alegría y la reconciliación.
En muchos países, desde los primeros días de diciembre,
o quizás finales de noviembre, hasta mediados de enero, se crea
un ambiente festivo –único en el año- digamos “navideño”.
Los comercios se adornan con un sinfín de colores y ofertan en
competencia de “rebajas” cuanto adorno se puede pensar –y
a veces los impensables- para engalanar el arbolito navideño,
la sala, la cocina, el patio y cualquier otro lugar de la casa; a los
píes de cada arbolito se sitúa el “pesebre”1
donde se acostará al niñito Jesús, que nos recuerda
la pobreza de aquella primera Navidad. Las emisoras de radio también
compiten por ofrecer los villancicos2 más populares, los más
novedosos o los más tradicionales.
Este ambiente festivo es ocasión propicia para la unidad de la
familia. Se hacen regalos -en unas culturas el mismo día; mientras
que en otras, el Día de Reyes3- los miembros de la familia entre
sí y, muchas veces se extiende a los amigos. Aprovechando las
vacaciones y el significado profundo de la Navidad se reúne la
familia- se encuentran los que están lejos, se reconcilian los
que están disgustados, se ponen al día de los últimos
acontecimientos vividos los que viven en la vorágine del mundo
moderno- para celebrar la cena de Nochebuena4.
De eso podemos hablar los que hemos tenido la oportunidad de salir de
Cuba en ese tiempo, los que recuerdan el “antes de”; o pueden
hablar -al menos del ambiente musical- los que tienen un radio con potencia
para escuchar “Radio Martí”, o “Radio Pirata”
-si se trata de algún residente en este extremo occidental de
la Isla- u otra emisora de radio extranjera . El hecho es que para los
cubanos la Navidad dejó de ser una fiesta por decreto oficial
del gobierno marxista ateo hacia finales del año 1970, en medio
de una ofensiva para borrar de la “memoria cultural” los
signos religiosos que podrían alimentar un sentimiento dirigido
al Absoluto, el cual ya había sido relegado al interior de la
subjetividad y de los escaparates. Pasados los años, después
de la visita del Santo Padre, Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998
-y como signo de buena voluntad de ese mismo gobierno- el día
25 se ha convertido en día de asueto, lo cual no significa que
el pueblo cubano pueda reconocer el sentido espiritual que encierra
esta fiesta. En medio de este “bloqueo” de las conciencias,
aquellos que preferimos “dar a Dios lo que es de Dios” (Cfr.
Lucas 20,25) continuamos celebrando el nacimiento de Jesús en
el íntimo ambiente de las comunidades cristianas5 a donde fuimos
reducidos, sin guirnaldas -ya se habían fundido los bombillitos-
que iluminaran, con adornos de fabricación casera, pero iluminados
y adornados con la fuerza de Dios “que se realiza en la debilidad”
(Cfr. 2 Cor. 12, 9) la cual sostenía el deseo de autenticidad
que nos empeñábamos en vivir.
Y ¿qué celebramos en Navidad?
La Navidad es un día. Es un tiempo. Es más que eso. Es
un regalo -no regalos-. Es una actitud.
Un día…”mientras estaban en Belén, llegó
para María el momento del parto y dio a luz a su hijo primogénito”
(Lc. 2, 6-7). Un día ocurrió lo inesperado: la luz se
hizo sol, la eternidad se hizo presente, Dios se hizo niño. Se
cumplió la profecía. “La joven está embarazada
y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel, es
decir, Dios con-nosotros” (Is.7, 14). Un día nació
Dios en la persona de Jesús de Nazaret.
Desde aquel día el hombre encontró la plenitud de su vida.
Más allá de las corrientes filosóficas, con su
visión sobre el hombre y sus circunstancias; más allá
de las ideologías, con su visión sobre el hombre y la
sociedad; más allá de las religiones, con su visión
sobre el hombre y Dios; más allá de toda la reflexión
humana; saber que somos amados por Alguien -y un Alguien en mayúscula,
infinito y eterno- hasta el punto de asumir nuestra finita y temporal
condición humana haciéndose “otro” más
entre los hombres, nos hacen descubrir el valor de la persona humana.
Tenía que venir Dios a decirnos que somos valiosos, únicos
e irrepetibles, a nosotros que no nos valoramos lo debido ni valoramos
en su justa medida al otro.
Las diferentes razas, culturas, ideologías, religiones no pueden
separar a los hombres porque no son esenciales sino contingentes; esas
cualidades nos hacen diversos-para enriquecer a la Humanidad-mas no
enemigos para destruir esa misma Humanidad; nos hacen distintos, pero
no distantes porque Jesucristo nos ha hecho hermanos. La filantropía,
la solidaridad proletaria y la fraternidad vivida en una secta no bastan
para unir a los hombres porque en sí mismas contienen sus límites;
son copias desteñidas de la caridad cristiana. Sólo el
amor de Dios -que lo llevó a hacerse un hombre como otro hombre-
es la fuente de donde brotan una genuina fraternidad y una auténtica
reconciliación. “Todo hombre es mi hermano” nos ha
dicho Mahatma Gandhi, que no era cristiano sino hindú.
En un mundo dividido por la violencia y las guerras, “El es nuestra
paz. El ha destruido el muro de separación, el odio, y de los
dos pueblos ha hecho uno solo” ( Ef. 2,14). En un mundo dividido
por las distintas religiones, nos dijo: Esto es mi sangre, la sangre
de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón
de sus pecados. (Mt. 26,28). En una Cuba dividida por una ideología,
“este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los
he amado”. (Jn. 15,12).
Esta es la hora de vivir como hermanos.
1 Creo que en nuestro territorio caribeño el
pesebre como tal no es conocido. Pudiera encontrar una similitud con
la “toya”, ese artefacto -que a veces se construye con una
goma de camión vieja picada a la mitad- en el cual les echamos
el agua a los pollos o el sancocho a los puercos. El pesebre es otro
artefacto que se utiliza en los países fríos, donde se
tira la hierba cortada para que el ganado coma, de tal manera que no
esté en el suelo pues la pisotean ni muy alto que no la alcancen.
Esto fue lo que sirvió de “cuna” al niño Jesús,
por lo que, al hablar de pesebre, muchos piensan en esa tierna representación
del niño Jesús -en una cuna real con apariencia de pesebre-
la virgen María, San José y los animalitos.
2 Se le llama así a un tipo de canción
popular que acostumbra a cantarse en navidad.
3 El Día de Reyes se celebra el 6 de enero.
Ese día –según la tradición- se presentaron
al niño Jesús “unos magos venidos del oriente para
ofrecerle oro, incienso y mirra” (Cfr. Mt. 2, 1-12). De ahí
surgió la hermosa tradición de los regalos para los niños
en la madrugada de ese día, aún para los más pobres.
Los que fuimos niños en el “antes de” recordamos
con cariño -no importa el engaño- aquellas madrugadas
insomnes para descubrir a los reyes, leyendo nuestra cartica, o a los
camellos comiendo la hierbita que le habíamos dejado al pie de
la cama.
4 La Nochebuena es la noche del 24 de diciembre, víspera
del día de Navidad. Es la noche de la espera buena del nacimiento
del niño Jesús. En nuestra tradición cultural,
era el día de reunirse la familia para comer el lechón
asado y otra serie de cosas que no enuncio para no martirizarnos.
5 Puedo hablar -estimado lector- desde la experiencia
de la comunidad católica donde crecí; me consta -por el
testimonio de amigos cristianos de antes y de ahora- que sucedió
lo mismo en las otras iglesias llamadas cristianas o evangélicas.
Un pequeño resto -como el pueblo de Israel en tiempos difíciles-.