Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002


HECHOS Y OPINIONES

 

LULA PRESINDENTE:
LA HORA DE LA VERDAD

YOEL PRADO RODRÍGUEZ

 

 

Lula da Silva

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Unos se lanzaron a las calles para festejar la victoria a ritmo de samba. Otros vieron abrirse la tierra bajo sus pies como prólogo del caos. Y no faltaron los que, aun sin atreverse a pronosticar lo peor, respondieron con un gesto desbordante de escepticismo.
Fueron esas las reacciones más comunes que desencadenó la noticia de la elección de Luis Inacio Lula da Silva como Presidente de Brasil. Dice un viejo axioma que a la tercera va la vencida, pero en su caso no fue así, pues sólo en ésta, su cuarta vez como eterno aspirante a la Primera Magistratura de la mayor democracia latinoamericana, conquistó el triunfo. Y lo hizo con una impresionante votación que ha reforzado las posiciones de la izquierda carioca. Los sectores conservadores del continente valoran el hecho como un serio motivo de preocupación, y ven en él una nueva fuente de inestabilidad, comparable con la ejecutoria de Hugo Chávez en Venezuela.
¿Quién es este brasileño de apariencia bonachona que despierta tantos temores? Aunque su nombre es Luis Inacio da Silva, desde hace mucho saltó a la celebridad con un apodo: Lula. Nació en el seno de una empobrecida familia del estado de Pernambuco y siendo aún muy joven, comenzó a trabajar como tornero en una fábrica de la ciudad de Sao Paulo. Eran los años de la dictadura militar, un régimen que desde 1964 cercenó las libertades fundamentales pero alentó como acción prioritaria el desarrollo económico del país, difundiendo por el mundo la imagen del llamado “milagro brasileño”. Durante la agitada década del 70, Lula, que venía de abajo, sobresalió como líder sindical de los obreros metalúrgicos paulistas, y no dudó en combatir a los gobiernos militares.
Figuró entre los fundadores del Partido de los Trabajadores (PT), y sus biógrafos recuerdan la notable participación que tuvo en la transición democrática de mediados de los 80. Elegido diputado a la Asamblea Constituyente, fue uno de los gestores de la Carta Magna de 1988, documento clave del Brasil contemporáneo que echó por tierra el despotismo de los generales e inauguró un auténtico estado de derecho. Un año después de la promulgación constitucional, disputó la Presidencia al conservador Fernando Collor de Mello, pero este lo venció en las urnas. El fracaso se repetiría en 1994 y 1998 frente a otro Fernando, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, y ni siquiera así se dio por vencido.
La imagen que tenemos de Lula es la de un hombre de izquierda, bastante radical por cierto, con un discurso incendiario contra el capitalismo. Mas ese no es el Lula de hoy… por lo menos en apariencias. La revista Newsweek advierte que “ya no usa una camiseta sudada y chancletas (…) Su barba y cabello han sido cuidadosamente recortados; su guardarropa está lleno de trajes y finos cigarrillos han reemplazado sus puros malolientes (…) Parece más un banquero que un viejo izquierdista cuando desciende de los aviones Lear para estrechar las manos en sus viajes de campaña”. En realidad, el cambio no es sólo de look. Su mensaje ha sufrido también modificaciones, diríase que reajustes en aras de no perecer políticamente, y el antiguo sindicalista ha logrado convencer a muchos con nuevas credenciales de moderación, seriedad y espíritu conciliador.
Sin esa metamorfosis, le habría sido casi imposible conquistar el poder, pues el país que va a gobernar resulta muy complejo. En lo económico, es un gigante: constituye hoy la décima economía del mundo; sus progresos productivos y comerciales durante la última década son bien visibles; cuenta con un sistema bancario que ha podido esquivar las ondas expansivas de la crisis del Cono Sur; los inversionistas siguen considerándolo un buen destino para sus capitales; y se adentra en el nuevo milenio con recursos vastísimos prodigados por la naturaleza.
Visto desde el ángulo político, Brasil vive hoy bajo un régimen de libertades que se ha venido consolidando desde que terminó la oscura noche de los generales y se restableció el estado de derecho. Más allá de sus puntos débiles, es obvio que la democracia brasileña funciona, como lo pone de manifiesto el proceso electoral que recién acaba de concluir, con una diversidad de opciones que cubrió todo el arco ideológico y consiguió movilizar a los diferentes sectores de la sociedad en favor de uno u otro proyecto. La propia elección de Lula evidencia el apego gubernamental a la legalidad democrática y el respeto a los electores, cuya voluntad quedó libremente expresada en las urnas.
De más está decir que el pueblo carioca no aceptaría echar abajo estos pilares, erigidos sobre la base del consenso. Y sus líderes lo saben: por encima de las diferencias -en muchos casos bien marcadas-, cualquier aspirante con un mínimo de sentido común percibe con nitidez los límites que no puede violar si desea ver coronadas sus aspiraciones por el éxito. Es el caso de Luis Inacio Lula da Silva, quien ha perfilado un programa de gobierno que supone una reforma profunda de la realidad, pero sin romper el equilibrio del país.
Se trata de una reforma, más que necesaria, urgente. Hay realidades insostenibles que necesitan modificarse y eso lo instuyen todos. No por casualidad, amplios segmentos del pueblo humilde, la clase media e incluso de la clase alta, han dado su voto al candidato del Partido de los Trabajadores. Lula tiene en sus manos ahora una bola de fuego. Una nación con una deuda externa insoportable que oscila entre los 250 mil y los 300 mil millones de dólares y que entorpece el crecimiento económico, más de 11 millones de personas sin empleo, una excesiva dependencia del capital foráneo, así como ciertos síntomas de contagio con el desbarajuste financiero que ha sacudido a Argentina… Por no hablar de asignaturas históricas pendientes como la desigual distribución de la tierra y la acentuada concentración de los ingresos.
Manejando estadísticas conservadoras, el Banco Mundial ha dicho que 15 millones de brasileños viven en la más absoluta pobreza, aunque algunos triplican esa cifra para ajustarla a la realidad. Como se sabe, la miseria es mala consejera y casi siempre se acompaña de otros flagelos. Dos verdaderamente nefastos son el tráfico de drogas y la violencia. Un estudio elaborado por la consultoría de riesgo inglesa Control Risks, definió a las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro tan peligrosas como las de Cali y Medellín, en la convulsa Colombia. Y es escalofriante descubrir, siguiendo al antropólogo Luis Eduardo Soares, que debido a esos estigmas el gigante sudamericano sufre hoy un déficit de jóvenes de 15 a 24 años, una situación que sólo se produce en naciones en guerra.
Esa atmósfera de degradación e inseguridad ha sido crudamente descrita por un filme que, en los últimos tiempos, ha venido abarrotando las salas cinematográficas del país. Se titula Cidade de Deus, y según despachos de la agencia de noticias Prensa Latina, narra la historia de la instalación y dominio de una favela por el tráfico de drogas, así como la desgarradora vida y muerte de generaciones de jóvenes excluidos de la sociedad, atrapados por la violencia criminal.
Frente a este panorama, Lula ha esbozado un conjunto de medidas cuya efectividad pronto se pondrá a prueba. Sin dejar de reconocer la importancia de cumplir los compromisos contraídos con las instituciones financieras internacionales y mantener una correcta disciplina fiscal, el Presidente electo se inclina por un capitalismo menos agresivo que el que postulan las políticas neoliberales aplicadas hoy del Río Bravo a la Patagonia. Entre sus promesas figura un programa de recuperación económica basado en el estímulo a la producción y a las exportaciones, promover reformas impositivas, crear 10 millones de puestos de trabajo, duplicar progresivamente el sueldo mínimo, otorgar una pensión a los desempleados y reestructurar el sistema de jubilación, ahogado por las deudas.
“Yo sueño que en Brasil tienen que cambiar muchas cosas. Hay que tener en cuenta que en Brasil son necesarias reformas que en Europa fueron hechas hace 50 años. Como la reforma agraria. La gente en Brasil tiene que modificar sus prioridades para que parte de los recursos públicos sean invertidos en la creación de empleo, para mejorar la educación y la salud, para hacer la reforma agraria”, ha explicado Lula, quien se declara, además, contrario al ALCA, el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.
Por fin llegó para él la hora de la verdad, el tiempo en que la retórica previa a las elecciones se irá desvaneciendo y la realidad, cruda y exigente, le situará día a día los desafíos que deberá resolver desde su alta investidura. Lo importante es que lo haga sin quebrar el consenso, sin provocar polarizaciones ni fracturas insalvables en la sociedad brasileña… aunque habrá lógicamente quien se oponga a su gestión y se niegue a colaborar con él. Podrá gobernar y cumplir los hitos fundamentales de su programa si no rompe la cohesión entre quienes lo han exaltado al poder; si no empieza a postergar a determinados grupos para favorecer a otros; si actúa con decisión y creatividad, y al mismo tiempo, con flexibilidad y moderación; si demuestra ser el Presidente de todos los brasileños, el impulsor del progreso del país y el centinela de su unidad. De lo contrario, Latinoamérica tendrá que lamentar la existencia de otro foco de tribulaciones en su ya tempestuosa geografía política. Y contemplaremos el espectáculo angustioso de una nación dividida y enfrentada consigo misma, donde el hombre que una vez encarnó las ansias de reformas a duras penas consigue gobernar.
La estancia de Lula en Palacio también será una ocasión de lujo para que la izquierda, sumida hoy en una profunda crisis, demuestre que en su arsenal hay mucho más que críticas a los modelos socioeconómicos alentados por la derecha; para que demuestre que su discurso ideológico se traduce en alternativas viables. La cuestión no es teorizar sobre el mejor de los mundos posibles y repartir miseria, sino perfeccionar el que tenemos y multiplicar las riquezas.
¿Luis Inacio Lula da Silva será capaz de lograrlo? Los pronósticos están de más. Tiempo al tiempo.

 

 

Revista Vitral No. 52 * año VIII * noviembre-diciembre 2002
Yoel Prado Rodríguez
(Placetas, 1971)
Licenciado en Periodismo y en Historia. Miembro del Consejo de Redacción de la revista “Amanecer”, Diócesis de Santa Clara.