Muchas veces he oído comentar
que Romeo y Julieta fueron víctimas de su amor, a lo que invariablemente
he contestado que el amor no cobra víctimas. Las víctimas
son indefectiblemente producto del odio, y, en efecto, los idealizadamente
desgraciados amantes de Shakespeare no fueron más que las víctimas
inocentes del odio que les fue impuesto por sus respectivas familias.
Desgraciadamente, la historia del desarrollo humano ha sido una interminable
cadena de generaciones siempre arrastrando los odios y prejuicios de
sus antepasados. ¿Por qué somos sordos a la razón?
¿Es que acaso nunca lograré que se me juzguen por lo que
soy , y no por lo que hicieron mis ancestros?
No caben dudas de que, si pudiéramos trazar con precisión
un árbol genealógico infinitamente hacia el pasado, no
estaríamos exentos de encontrarnos con el caso de que ese gondolero
bonachón que entona con voz de barítono una canción
tradicional para entretener a la pareja de amantes que disfrutan el
hechizo de un paseo por Venecia, puede ser un descendiente de Nerón
o de Calígula. Sé que tal ejemplo, por lo grotescamente
absurdo, no puede ser más que una ilusión jocosa, pero...
entonces, ¿por qué continuamos aferrados a la idea de
que los alemanes actuales son asesinos de niños judíos?
Un joven alemán de hoy es culpable de lo que hicieron sus abuelos
de Autswitz o en Dacha en la misma medida que pudieran serlo los suecos
y los noruegos de las aventuras vandálicas de los vikingos, o
Jacques Chirac de las cabezas cercenadas por la guillotina en la época
del terror.
Arrastrando odios y prejuicios del pasado es que muchos países,
sectas o grupos han entrado en el siglo XXI sumergidos aún en
un pensamiento medieval que los convierte en fósiles.
Las comunidades paleolíticas que aún sobreviven en profundidades
casi inaccesibles son inofensivas por su aislamiento natural, no así
los diferentes islotes que perduran entre la civilización aferrados
a antagonismos olvidados ya del resto del mundo, y empleando recursos
bélicos fabulosos capitales que son el fruto del hambre y la
depauperación de sus propios pueblos.
Si estos reductos de la paleontología política o religiosa
permanecieran atados a su pasado de manera absoluta no serían
tan significativamente peligrosos. Lo que horroriza de su presencia
en la escena actual es su acceso a la tecnología moderna para
aplicarla con los mismos fines que se aplicaba la fuerza hace quinientos
o mil años, de ahí lo patético del caso, pues no
es difícil medir las diferencias entre una catapulta y un cohete
Tomahawk.
Es deprimente contemplar como se manipula la educación de los
niños inculcándoles un odio y resentimiento, que, por
el momento, los priva del disfrute de la más hermosa etapa de
sus vidas a la vez que los va preparando para un futuro de violencia
y venganza. Ahora recuerdo con agradecimiento como mis padres me ordenaban
callar cada vez que yo intentaba inmiscuirme en sus conversaciones sobre
temas políticos. Aquel estas cosas no son para niños
que tan frecuentemente oía fue el resorte mágico que me
permitió dedicar a mi infancia a jugar a las bolas y montar bicicleta,
libre de toda carga de preocupaciones que luego me agobiarían
en mi edad adulta.
Educar e instruir no significa inculcar; sino preparar para la vida.
Quien inculca una fe o una doctrina a sus hijos no los está preparando
para pensar, sino para seguir ciegamente lo que ya está pensado
por otro. Gracias a hombres que fueron capaces de rebelarse contra lo
que les inculcaron hemos podido conocer la forma de nuestro planeta
y las leyes que lo rigen, así como nuestra propia anatomía
y fisiología. El culto irracional a los antepasados es propio
de comunidades primitivas, y todas aquellas naciones que permanecen
aferradas a semejantes dogmas nunca han logrado salir de su atraso.
El progreso se logra con ideas nuevas, no atado a las viejas.
Educar las nuevas generaciones es prepararlas para enfrentar las situaciones
futuras que habrá de presentarles la vida, que no necesariamente
serán las nuestras. El cerebro de un animal cualquiera, aún
de los más adelantados en la escala zoológica, viene al
mundo programado instintivamente, lo cual no lo limitará en lo
absoluto, pues su vida nunca le deparará situaciones complejas
que difieran significativamente de las de los otros individuos de su
especie. Un perro, por ejemplificar de alguna manera, nunca se verá
obligado a tomar decisiones que pudieran afectar a todos los perros
del mundo; pero un hombre sí. De ahí que el hombre necesite
una educación que lo capacite para decidir con dinamismo qué
es lo que conviene o no. Quien ha sido educado dentro de esquemas dogmáticos
nunca juzgará con imparcialidad, objetividad ni precisión.
Todo hombre debe saber razonar que los desmanes cometidos por Cortés
en México y por Pizarro en Perú no significan que Moctezuma
y Atahualpa hayan sido buenos. Bueno y malo, como conceptos son categorías
demasiado amplias para polarizarlas de manera tan simplista. De igual
forma es muy saludable saber que todas las celebridades tienen una naturaleza
humana que las hace vulnerables a los mismos vicios y debilidades que
al resto de los hombres. El pueblo inglés no tiene que ignorar
la adicción de Winston Churchill al alcohol para estarle eternamente
agradecido por lo que hizo en momentos difíciles por su patria.
Veneramos la grandeza de un hombre precisamente por ser tal; si fuera
un dios, nada que hiciera conmovería a nadie. En toda lucha siempre
hay algo de razón en las dos o más partes que la protagonizan.
El hombre objetivo tiene la capacidad suficiente para juzgar con imparcialidad
y buen tino donde está lo más justo, y donde lo más
superfluo. El apasionado, a quien enseñaron a mirar desde un
solo ángulo, se parcializará instintivamente de acuerdo
con su programa.
En cualquier sociedad que haya educado sus hijos en el amor y no en
el odio; que los haya enseñado a razonar con cabeza propia basándose
siempre en una comprensión desapasionada de la historia y las
leyes de la naturaleza; que les haya enseñado que ninguna ideología
puede ser verdadera si no tiene como meta el bienestar del hombre, sin
exclusiones de ningún tipo, y que ninguna religión puede
ser grata a los ojos de Dios si no se siente hermana de todas las religiones
y de todos los hombres. En esa sociedad, reitero, será muy difícil
encontrar autómatas dispuestos a estrellar un avión contra
un edificio para matar a miles de semejantes.