“Luego los envió
a proclamar el Reino de Dios y a curar los enfermos diciéndoles:
“No tomen nada para el camino, ni bastón ni morral, ni
pan ni dinero, ni lleven cada uno dos vestidos. Quédense en la
casa donde se alojan hasta que se vayan”... Lucas 9, 2-4
En agosto del 2002, 23 jóvenes católicos cubanos elegidos
supuestamente por su compromiso, optan por quedarse en Canadá
y E.U.A., aprovechando su participación en la Jornada Mundial
de Jóvenes que celebraban con su Santidad Juan Pablo II.
Algunos en Cuba reaccionan con aparente sorpresa; condenándolos,
expresando tristeza, justificándolos o metiendo la cabeza en
la tierra como el avestruz. Otros más osados han intentado tratar
el tema con serenidad, reflexionando los distintos ángulos, buscando
las causas de este comportamiento que merece ser analizado con humildad,
amplitud, rectitud y caridad; echarle tierra para que se pudra debajo,
sería esconder una realidad que nos ha golpeado como iglesia
durante décadas y crear o aceptar pasivamente las condiciones
que originan el desgaste por el éxodo masivo de fieles, tanto
de laicos como pastores y religiosos.
He leído en publicaciones católicas acercamientos al tema
muy valiosos como los hechos en Vitral hace algún tiempo donde
se nos hacía ver como la emigración masiva más
que solución podría resultar un problema para la estabilidad
y crecimiento de nuestra nación, Iglesia, familia e incluso para
la identidad y felicidad personal a largo plazo. He leído igualmente
a propósito de estos últimos acontecimientos otros acercamientos
como los de “Palabra Nueva” (“Pecado Social”)
donde se hace énfasis en el proceder oportunista de aprovechar
un viaje eclesial y se tratan las causas sociales de esta simulación.
Otros como los del boletín diocesano de Camagüey, donde
se profundiza en la falta de confianza entre sacerdotes y jóvenes
y donde con honestidad se reconocen las manipulaciones e instrumentalizaciones
que muchas veces se hacen del laico al no crear lazos verdaderos de
amistad y de respeto mutuo. Se hace alusión en este artículo
al ejemplo de un joven médico que al serle propuesto este viaje
se acercó a su Obispo y le manifestó que nombrara a otra
persona pues él tenía intenciones de emigrar; fue un gesto
de sinceridad y de grandeza y algunos dirían de heroicidad, conociendo
las injustas limitaciones que tienen las personas de este sector para
emigrar. No sabemos cual fue la respuesta de su Obispo y si viajó
o no. He escuchado otra historia no sé si real o falsa en la
que un joven en una situación parecida se acercó a su
Obispo con igual sinceridad y éste le expresó que la propuesta
se mantenía y que lo demás era su decisión personal
conciencia recta y ante Dios; grandeza Episcopal, ante la franqueza
del joven, cada persona es una historia y la solidaridad se expresa
de muchas maneras, aun a veces arriesgando costos materiales, prestigios
personales y cálculos humanos, la persona antes que la institución
primera lección de un pastor que le hace confiable y creíble,
este joven sea cual fuera su decisión, razones que sólo
Dios puede juzgar, llevará siempre consigo la talla superior
y el gesto noble de este Obispo.
¿Por qué no procedieron de igual forma el resto de los
jóvenes que pensaban quedarse?, es una pregunta que debemos hacernos
independientemente de si moralmente estaban obligados o no a hacerlo
y ojalá no la pasemos por alto, la respondamos mirando la paja
en el ojo ajeno, o con la superficialidad de pensar que tomaron esta
decisión a última hora por embullo y presiones de personas
ajenas al evento. También es opinión de algunos de los
que regresaron que la presión ya desde antes de partir para que
nadie tomara esta decisión era fuerte y la tensión y dilemas
de conciencia eran patentes en las relaciones entre los jóvenes,
que incluso se les llegó a recoger los pasaportes aparentemente
para que no se les “perdieran”, y que algunas personas se
comportaron como verdaderos celadores y no como pastores y amigos reteniendo
documentos personales y exigiendo pagos improcedentes por ellos, en
honor a la verdad esto tampoco es usual en las delegaciones de católicos,
puede quizás serlo de delegaciones artísticas y deportivas
oficiales, pero en modo alguno eclesiales, esa no puede ser nuestra
respuesta, pregúntesele a los jóvenes que volvieron si
esto les ayudó a sentirse tratados como personas, preguntémonos
si esos jóvenes confían ahora más o menos en sus
animadores y si en una nueva oportunidad nos confiarían sus intenciones;
no sea que nos engañemos con falsos triunfalismos (“ la
mayoría regresó” ) y la decepción y desconfianza
haya aumentado en muchos de los que volvieron o nunca llegaron a ir.
Intentemos tocar fondo con coraje ¿qué está pasando
con parte de la credibilidad de que gozaba nuestra Iglesia hasta hace
poco?, ¿por qué tanta apatía de laicos que lo entregaron
todo por ella en otras épocas mucho más duras, incluso
hasta renunciando libre y calladamente a su derecho de emigrar y hoy
llegarían hasta sus pastores para hacerlo?, ¿qué
estamos ofreciendo o proyectando consciente o inconscientemente?
La confianza exige respeto mutuo como ya vimos independientemente de
títulos, funciones o cualquier otro ropaje humano y cuidado,
los paternalismos no son muestras de respeto mutuo sino de una relación
no adulta ( en algunos casos son autoritarismos y desconfianzas disfrazadas)
aunque pensemos lo contrario, exige igualmente sinceridad recíproca
sabiendo que nadie puede pedir fidelidad absoluta que sólo a
Dios se debe; pero sobre todo nadie pone su confianza en quien no cree,
en quien no es su amigo y más en estos tiempos, en quien no le
demuestra con su vida lo que predica, el testimonio es condición
infranqueable para la credibilidad del mensajero, del testigo, el Reino
se anuncia con la vida, entregándola incluso por las ovejas.
Preguntémonos cuantas de ellas creen de verdad que se está
dispuesto, no digamos a dar la vida por ellos, digamos sólo a
renunciar o a compartir posibilidades, seguridades e incluso derechos
exclusivos en solidaridad con su situación, he aquí otras
palabra para la credibilidad: Solidaridad, que implica no callar ante
la injusticia, no pasar de largo por miedos, por conveniencias o por
no perder el bien que disfruto y a veces tampoco comparto.
Si no hay credibilidad no llegará el mensaje aún cuando
anunciemos al mismo Cristo o al menos seremos en vez de sacramentos,
obstáculos y escándalo, y la apatía y el desdén
serán la expresión velada de que junto a nosotros no vale
la pena echarse la vida y será el exilio o el inxilio el vano
intento de vivir una fe que no florece sin comunión de vidas
y si a veces reunimos multitudes utilizando mecanismos de masas (imágenes,
relaciones públicas, propaganda, etc.) y nos sentimos satisfechos:
no nos engañemos; desaparecerán a la primera ventolera,
construimos sobre arena y provocamos más desencanto e indiferencia.
El pueblo está harto de palabras... “Muéstrame tu
fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe”...
¿Qué puede afectar la credibilidad en nosotros y a la
larga en la Iglesia y la Verdad que anunciamos?, ¿serán
acaso las campañas de ateos, poderosos, protestantes, marxistas,
masones o cualquier otro que se considere nuestro enemigo real o ficticio?,
pues no, a todo eso hemos sobrevivido por la gracia de Dios y hemos
salido fortalecidos, lo único que puede afectar esa credibilidad
es nuestra propia mediocridad e incoherencia, nuestra fe de fosforera
de mil y una seguridades humanas.
Si buscamos primero las añadiduras o damos la impresión
de esto y nos vestimos, calzamos, aseamos, cocinamos, alimentamos, alojamos,
estudiamos, trabajamos, trasladamos, comunicamos, informamos, divertimos,
viajamos y hasta nos curamos las enfermedades y protegemos nuestra familia
de una forma distinta y exclusiva a la suerte que corre el pueblo, nuestra
credibilidad será puesta en duda y nuestra apreciación
y respuesta a la realidad de las personas será miope y decepcionante.
Si las personas que se acercan a la iglesia, sobre todo los jóvenes
lo hacen buscando en vez de al Cristo desnudo, las cuotas de seguridades
reales o aparentes que proyectamos y que les niega la sociedad, entonces
nuestra credibilidad será puesta en duda y estaremos amamantando
cuervos aunque sean los que más nos pelen los dientes.
Si exigimos mayores compromisos pastorales y generosidad a quienes parten
de condiciones materiales inferiores a las nuestras, entonces nuestra
credibilidad será puesta en duda y estaremos poniendo cargas
que no somos capaces de rozar con el borde de nuestras filacterias y
habrá hermanos disgustados.
Si como laicos “comprometidos” eludimos el compromiso social
y político y nos refugiamos en actividades intraeclesiales para
no afectar paradójicamente un viaje al exterior a estudiar Doctrina
Social de la Iglesia o cualquier otro evento, por miedo a no recibir
el permiso del ministro o la tarjeta blanca.
Si nuestras comisiones pastorales, secretarías, ejecutivos, directivos,
institutos y comunidades no manejan con transparencia y participación
temas tan delicados como los viajes y la economía, etc. y los
envuelven en sincretismos y tabúes o se convierten en funcionarios
vitalicios entonces muchos pensarán que son coartadas y trampolines
y nuestra credibilidad será puesta en duda.
Si los servicios eclesiales a unos les son remunerados y a otros no
y si esta remuneración no siempre es justa, ya sea por defecto
o por exceso y usamos un criterio para cobrar y otro para pagar o favorecemos
apellidos y amistades, la credibilidad será puesta en duda.
Si en nuestras comunidades las personas con familiares en el exterior
son mayoritarias, funcionalmente decisivas y no conscientes de que las
remesas los ‘pueden llevar a estilos de vida separados del pueblo
y convierten a estas en espacios socializadores de apoyo a la emigración
(búsqueda de patrocinadores católicos en E.U.A.. correo,
planillas, fiestas de despedidas, etc.) y no hablamos de estos temas
con madurez y sólo nos interesa asegurarnos personalmente una
amistad del lado de allá entonces parodiando a un buen amigo
que no nos sorprendan las sorpresas.
Si cuando viajamos al exterior a cursos y reuniones unos se alojan en
unas condiciones y otros en otras y al terminar unos tienen que regresar
y otros van a visitar familiares y amigos haciendo uso de derechos exclusivos,
entonces nuestra credibilidad será puesta en duda.
Si tememos más a que nos maten, nos encierren o despojen el cuerpo,
a que nos maten y corrompan el espíritu, entonces nuestra credibilidad
será puesta en duda.
Si nuestros eventos, ordenaciones, votos, seminarios y comedores no
son reflejos de la austeridad con que vive nuestro pueblo o hay en ellos
un doble estándar, uno para los allegados y otro para el “público”
y nuestros encuentros parecen reuniones del cuerpo diplomático
por las hileras de autos modernos, nuestra credibilidad será
puesta en duda.
Si viajamos todos los años al exterior incluso más de
una vez y al regresar nuestra solidaridad no va más allá
de una tranquilizadora compasión (¡ojalá ustedes
hubieran estado allí o lo hubieran visto por televisión,
luego les enseño las fotos!) entonces nuestra credibilidad será
puesta en duda y el pueblo a escondidas nos llamará Marco Polo
y pensará que somos poderosos.
Si nos limitamos a dar desde arriba, lo que nos llega, nos sobra o no
afecta nuestra seguridad, si nuestros salarios y logísticas (locales,
equipamientos, transportes, viáticos, etc) son más costosos
que la ayuda que realmente lega al pobre, nuestra credibilidad será
puesta en duda.
Si en cuestiones que no son verdades de fe no aceptamos críticas
y diferencias y nos valemos de nuestra autoridad y de diversos modos
para imponer nuestra opinión y acallar o anular a los contrarios,
entonces nuestra credibilidad será puesta en duda.
Si los agentes de pastoral extranjeros no son conscientes del atractivo
que representan para oportunistas de toda clase y no desalientan estos
comportamientos y al contrario estimulan favoritismos consciente o inconscientemente
o embarcan a sus fieles en proyectos que no durarán más
allá de su permanencia en Cuba entonces nuestra credibilidad
será puesta en duda y crecerá la apatía y el descreimiento.
Si no iluminamos desde la fe a tiempo, con valentía y persistencia
nuestro acontecer social y nos callamos ante la injusticia por la razón
que fuere, miedo o negligencia y permitimos que las ovejas que decimos
pastorear se desbarranquen por precipicios, caigan en trampas y caminos
torcidos o sean manipuladas y devorados por lobos nuestra credibilidad
y aptitud será puesta en duda y nuestro pecado de omisión
será mayor en la medida que nuestra autoridad sea mayor y hayamos
sido escogidos para guiar y cuidar no sólo verdades sino también
de nuestros hermanos.
Incluso si nuestro cuerpo está aquí pero nuestra mente,
nuestro corazón y conversaciones están la mayor parte
del tiempo donde se vive mejor y nuestro lamento es un llanto infecundo;
nuestra credibilidad será puesta en duda.
Si aún teniendo pocos medios nos aferramos a ellos y los utilizamos
con autoritarismos, exclusividad y particularismos y no los ponemos
al servicio de los más necesitados aún a riesgo de dañarlos
y perderlos ponemos la escenografía por encima del mensaje y
volvemos o seguimos a la trampa y el trauma de los colegios de antes
del 61, ¿de dónde nos viene la salvación?, ¿dónde
se debe adorar a Dios en la catedral o en el santuario, en Bayamo o
en Manzanillo, en Ciego o en Morón, en Cienfuegos o en Santa
Clara, en Cuba o en Miami?. ¡En Espíritu y Verdad!.
¡Ah cuando se alojaban en nuestras casas y comían de nuestras
cantinas todo era distinto!. ¿Acaso será esta frase el
resultado o la contraparte de lo que Jesús nos mandó en
Lucas 9, 2-4 y que hemos ido perdiendo cuando olvidamos que vivíamos
de la providencia de Dios expresada a través de las manos generosas
del pueblo, ¿ o queremos ser arrogantes y no depender de los
que estamos llamados a servir para no tener que rendirles cuentas?,
nunca faltó el plato de comida y sobre todo la cercanía,
otra palabra clave para la credibilidad, ¿visitamos, hacemos
de las recepciones y horarios murallas burocráticas?, pues hay
que hacer más que eso hay que poner los pies en el barrio. Confianza
total en la providencia y no en seguridades humanas eso es lo que necesita
el pueblo para creer en los testigos, como vive la gente en medio de
su necesidad, de milagros y solidaridades cotidianas.
Para expulsar los malos espíritus (miedos, dobleces, avaricias),
sanar las dolencias del mundo, de nuestra Cuba (intolerancias, individualismos
y fanatismos), anunciar la liberación debemos ir desprovistos
de toda seguridad propia, con el estilo del que no tenía ni donde
reclinar la cabeza y no prometió más que lo suficiente
y no acumuló nada para el mañana que no fuera realmente
necesario y aún a veces siéndolo. No se trata de no utilizar
los instrumentos oportunos y eficaces para enfrentar las necesidades
más urgentes de sanación. Él también usó
embarcaciones, montó sobre cabalgadura (un burro que ni siquiera
era de Él, no se compró un pura sangre), empleó
panes y peces que salieron de lo poco que tenía el pueblo como
nuestras cantinas, compartió el vino sobre todo de la vida y
la habitación de los pobres de su época. Sus instrumentos
y medios (incluso sus milagros) no bloqueaban su mensaje, lo confirmaban,
no nos dejaban mirando el dedo y el anillo, no exigían una explicación
previa y aún así los hubo confundidos que se fueron por
otro camino encerrados en sus ambiciones y seguridades. Las imágenes,
procesiones, templos, etc., son sólo medios ¿suficientes,
apropiados, eficaces para encontrarnos con Dios, anunciar el Reino y
denunciar los antivalores?, los resultados, la experiencia y la vida
nos lo están diciendo si tenemos oídos para escuchar y
ojos para ver sin prejuicios lo que Dios y el pueblo nos dice de diversas
maneras incluso con la apatía.
No queremos volver al pasado ni congelarnos buscando atrás glorias
y pecados, allí no están nuestras metas. Que una Iglesia
Nueva en su ardor, en su estilo, en sus métodos y medios sea
el preludio y el signo de esa tierra nueva y esos cielos nuevos que
deseamos para Cuba: Jesús el hijo de Dios y el carpintero, el
mismo ayer, hoy y siempre.