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enero-febrero. año VII. No. 41. 2001

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RAMÓN DÍAZ TRIANA

POETA DEL PAISAJE

por Dany Francisco Tejera

 

 

 

Cuando el fecundo poeta matancero José Jacinto Milanés, expresó en una de sus inolvidables obras:
Yo no sé como hay cabeza
desinteresada y fría
que no ame al rayar el día
la hermosa naturaleza

se refería sin duda alguna a ese matinal momento en el que el rostro del horizonte se sonroja con la llegada de las primeras luces del alba, que cual áureas espadas esgrimidas por certeras manos, cercenan con destreza las últimas penumbras de la noche.

Así, en incesante cotidianidad reaparece cada día sobre nuestros mares, montañas y llanos ese inefable fenómeno conocido como alborada, para exponerse con todo su esplendor en la sublime galería de nuestra naturaleza.

Son precisamente esos los horarios predilectos del artista plástico Ramón Díaz Triana, para, pincel en mano, tratar de trasladar al lienzo los versos ocultos en la perspectiva y colorido de la hermosa campiña pinareña.

Alguien dijo una vez que la poesía era pintura hablada y la pintura era poesía muda. Esto Díaz Triana lo conoce muy bien porque, en el fondo, él también es un poeta en su concepción más alta.
Su multifacético espíritu creador no se limita solamente a recorrer con ojos escudriñadores los campos de Vueltabajo para plasmar en cada cuadro suyo ese fragmento de la realidad, sino que dotó a sus manos de arte y paciencia para moldear, utilizando palustre, cincel y martillo, complejas figuras escultóricas.

Invitado a una de sus ya cuantiosas exposiciones, me detuve ante una de sus obras admirado por lo que consideraba una perfecta armonía entre reproducción y paisaje. Confieso mi desconocimiento sobre este tema pero aquella pintura me llamó poderosamente la atención y al preguntarle a que zona de la provincia pertenecía, me respondió que a ninguna. Todo no era más que un producto de su imaginación. Esto sólo es posible cuando el arte forma parte de nuestra propia naturaleza.
Díaz Triana mostró desde la infancia su vocación por las Artes Plásticas y convertido en discípulo predilecto de Clemente Carreño, otro maestro del pincel, heredó de éste la decisión y perseverancia que debe poseer todo el que aspira a la universalidad de su obra.

El Mogote de Guachinango, Laguna de Piedra, El Framboyán, La Tormenta y El Aguacate, forman parte de una exposición personal realizada con éxito en la Casa Alejandro de Humboldt del 5 al 30 del pasado octubre del 2000.


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