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enero-febrero. año VII. No. 41. 2001

ÍNDICE

ECLESIALES

  

 

CONGRESO SOBRE

DERECHOS HUMANOS

ORGANIZADO POR LA IGLESIA

 


Intervención del Card. Rofer Etchegaray en la apertura

El trabajo de la iglesia católica sobre derechos humanos/ Mons. Giampaolo Crepaldi

Los derechos humanos en la enseñanza de Juan Pablo II/ Dr. Giorgio Filibeck


 

     

 

 

INTERVENCIÓN DEL CARDENAL ROGER ETCHEGARAY EN LA APERTURA DEL CONGRESO SOBRE DERECHOS HUMANOS

 

Queridos amigos:

El nuevo Presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz me hace un gran favor al no cambiar el programa inicialmente previsto para este Congreso: me transmite la dulce ilusión de llevar aún la batuta, justo el tiempo de los primeros compases, de una apertura que se transforma para mí en el canto de un cisne. En realidad, yo nunca dejaré de hacer uso de mi voz, mientras tenga aliento, para ayudar a cualquier hombre en su derecho divino de ser simplemente un hombre.
Se han organizado muchos acontecimientos para celebrar con bombo y platillo el 50 aniversario de la Declaración Universal de los derechos humanos. Sin embargo, la situación inestable del mundo de hoy hace que nos interroguemos sobre la idea que tiene el hombre mismo de sus derechos. ¡Cuánta elasticidad hay en su definición y cuántas excusas hacen que se tomen en consideración! ¡Cuánto regateo hay entre países que, para proteger mejor sus intereses, se hacen concesiones utilizando los derechos humanos como moneda corriente! Frente a unos derechos debilitados en sus características de universalidad e indivisibilidad, hay quienes incluso dudan de que puedan ser la base ética fundadora y reguladora de un orden mundial.
Con todo, la Carta de las Naciones Unidas, con el pasar de los años y de las instituciones que han nacido de ella, ha contribuido mucho no sólo a mantener despierta la conciencia del hombre, sino también a suscitar una conciencia de la humanidad. Hablar, aunque sea tartamudeando, de crímenes contra la humanidad significa que los hombres de nuestros tiempos se sientan cada vez más como miembros de una humanidad que no es algo puramente abstracto sino algo muy vivo y en ese algo cada ser humano está llamado a escribir una historia común.
En este marco de luces y de sombras, ¿qué papel tiene la Iglesia? Este Congreso intentará hacer un balance con un doble sentimiento: de seguridad y de modestia. La "pastoral de los derechos humanos" es una iniciativa propia de la Iglesia. La palabra "pastoral", y este lenguaje, puede parecer algo anticuado, pero lleva en sí el frescor del Evangelio, la osadía del pastor que va donde quiera y que llama a cada oveja por su nombre. La [MS1]Iglesia se acerca al hombre enajenado, al hombre herido en su dignidad. Buen pastor y buen Samaritano a la vez.
Hay que reconocerlo, en el siglo pasado, en algunos casos la Iglesia ha silenciado los "derechos humanos"; no siempre ha sabido hacer la selección necesaria en el momento en el que estos derechos eran proclamados con sentidos liberales o anti-religiosos. Se ha hablado de incorporación de la Iglesia a los derechos humanos; pero sería más justo hablar de repatriación de los derechos humanos al seno de la Iglesia, porque el Evangelio es su matriz original.

 

LA IGLESIA DEBE SER EXIGENTE EN SU DEFENSA E LUSTRACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

Cuanto más se dirigen las miradas hacia la Iglesia, más la Iglesia debe ser exigente en su defensa e ilustración de los derechos humanos, exigente con los demás, exigente con ella misma. Los hombres saben cada vez más que tienen unos derechos y estos derechos se multiplican de una generación a otra. ¿Pero qué verdad los citará? ¿Qué amor los hará compatibles? El alcance de una Carta no es más que declarador, no es constitutivo de derechos. Ante todo es la comunidad internacional la que debe buscar los valores alrededor de los cuales se pueden reunir los hombres; y se esfuerza en ello laboriosamente y con paciencia. También es una tarea de la Iglesia en la medida que ella no hace de los derechos humanos una verdad exclusivamente confesional y acepta cada vez más sentarse a la mesa común de los hombres y de los pueblos.
La Iglesia desearía simplemente manifestar de qué forma la dinámica de la fe puede transfigurar y reforzar las solicitudes nacionales a favor de los derechos humanos. Situar al hombre como fundamento de sus derechos sería una tautología si éste no está anclado a un horizonte de trascendencia que lo hace inapropiable por parte de los poderes, sean los que sean. Pero este bello discurso sólo lo pueden entender los creyentes. Las intuiciones de Juan XXIII a Juan Pablo II para que todos los hombres las escucharan no creo que hayan sido suficientemente ahondadas y explotadas. No se trata de tener un doble lenguaje sino de dar a cualquier palabra de la Iglesia una profundidad doble, de Dios y del hombre.
Hay un sector en el que la Iglesia emplea todos los recursos de su experiencia de educadora (Mater et Magistra), es en el humilde aprendizaje de la puesta en práctica cotidiana de los derechos humanos. Hacer que las cosas sean cotidianas pero no insignificantes, la Iglesia puede hacerlo sólo a través de la educación al sentido de la responsabilidad y por lo tanto al sentido simétrico del deber sin el cual todo derecho se queda hemipléjico. La conciencia del deber iza el derecho a su más alto nivel de exigencia. Un derecho del hombre es un derecho a corresponder a toda la amplitud de su deber de hombre hoy, sin esperar a mañana, al año 2000, a no sé qué "nueva era". El verdadero valor hacia el porvenir es el de dar todo al presente; esta es la actitud del justo, según Camus, mientras que el porvenir es el único tipo de propiedad que los amos conceden a los esclavos.
Finalmente, educar sobre derechos humanos, es para la Iglesia hacer una verificación de su forma de vivir el Evangelio. ¿Quién de nosotros no se siente interpelado fraternalmente el uno por el otro, para que nuestra Iglesia esté cada vez más en plena plaza pública, esta parábola en actos que permita a todos reconocer en ella el respeto más puro y más estimulante de la dignidad de cada hombre?
La lucha por los derechos del hombre es como una guerra de desgaste. Podemos aguantar sólo si luchamos juntos. La misma solidaridad que piden los militantes para con los oprimidos y los excluidos, hay que tenerla con los defensores mismos de los derechos humanos. Tenemos que defender a los defensores porque a veces la gente no entiende su lucha, y a menudo en muchos países es peligrosa: les pueden meter en la cárcel, torturar, matar, arriesgar sus vidas de muchas formas, hasta las más sorprendentes, las más trágicas, me estoy acordando del obispo John Joseph de Pakistán y del obispo Juan Gerardi de Guatemala, los conocía a los dos.
Luchar en favor de los derechos humanos significa a menudo enfrentarse al muro del pecado, a las estructuras sociales del pecado. Pero la lucha no sería completa si no se acompañara también de miradas de esperanza. Cualquier denuncia debe estar acompañada por una anunciación: no se puede denunciar el mal sin anunciar el bien que está cerca o que ya existe. Es más importante compartir las semillas de eternidad que los restos de muerte. Se espera de la Iglesia que sea profeta más que centinela, que anuncie al Dios que viene, al Dios que no deja de estar presente entre los hombres y que los oprimidos ni esperarían si no estuvieran seguros de que ya está entre ellos.
Conocemos sin duda "El derecho de ser un hombre", esta maravillosa antología de unos mil fragmentos que hablan del hombre de todos los tiempos y de todas las culturas. En ese libro, publicado por la UNESCO, René Maleu, su director de entonces, subraya su prólogo con estas palabras: "Por muy grandes que hayan sido los esfuerzos realizados, los progresos llevados a cabo, y heroicos los numerosos sacrificios, el precio del hombre libre no ha sido pagado aún por el hombre, y ni siquiera se le ha dado su valor justo. En este mismo instante, millones de seres humanos, nuestros semejantes, oprimidos o sublevados, nos esperan a ti y a mí".
A ti y a mí.
A vosotros y a mí.

 

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EL TRABAJO DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE DERECHOS HUMANOS (RESULTADO DE UNA ENCUESTA DEL PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ)

MONS. GIAMPAOLO CREPALDI

 

 

 

Proemio
El Consejo Pontificio Justicia y Paz ha considerado oportuno realizar una encuesta, a través de un cuestionario enviado a las 118 Conferencias Episcopales nacionales, sobre las actividades pastorales de las Iglesias locales sobre el tema de los derechos humanos. Se han recibido 47 respuestas que han consentido al Dicasterio la puesta al día del nivel de conocimiento y la identificación de problemas y de nuevos aspectos de la pastoral de los derechos humanos.
Al recoger y al recopilar los datos recibidos, no hemos querido realizar solamente una clasificación cuantitativa, sino que hemos querido ahondar su sentido y su valor a través de una primera interpretación realizada sobre la base de las exigencias y de los urgencias que caracterizan la actual pastoral de los derechos humanos. La utilización de este criterio metodológico de evaluación ha permitido concentrar la atención sobre algunos datos de síntesis que podrían ser útiles en otras reflexiones y actualizaciones.

 

Síntesis de las respuestas

MODALIDADES EMPLEADAS PARA TRATAR EL TEMA DE LOS DERECHOS HUMANOS EN LA PASTORAL

1) De la primera pregunta del cuestionario, sobre las modalidades empleadas para tratar el tema de los derechos humanos en la pastoral, se pueden sacar dos datos muy importantes:

- en primer lugar, está presente en casi todas las respuestas de las Conferencias Episcopales la conciencia de que el compromiso eclesial a nivel de derechos humanos no es ni accesorio ni secundario, sino que es esencial y caracteriza la misión de la Iglesia. Se trata de un dato de gran interés teológico y pastoral y merece la pena considerarlo como la meta de un camino largo y no siempre tranquilo que es, al mismo tiempo, un punto de partida;

- en segundo lugar, de la encuesta se deduce que el compromiso de la Iglesia en la promoción de los derechos humanos se realiza concretamente, de hecho y ante todo, con un gran esfuerzo de educación y de formación. La educación y la formación sobre derechos humanos son actividades sentidas como las más conformes con la misión pastoral de la Iglesia; haciendo referencia a los derechos humanos, también se puede proponer la visión cristiana del hombre y de la mujer, de su dignidad trascendente y de sus inalienables derechos y deberes. El hecho de que se subraye el compromiso educativo y formativo no excluye otras expresiones concretas de la actividad pastoral sobre derechos humanos: muchas respuestas, en efecto, se refieren también al deber profético de denunciar los casos en los que los derechos han sido pisoteados o amenazados, a compartir de una forma concreta con las personas en situaciones de opresión, hasta la asistencia jurídica a las víctimas de violaciones de los derechos humanos.

Junto a estos dos datos, hay otro que es muy interesante puesto que nos permite ver el carácter peculiar del compromiso de la Iglesia a nivel de derechos humanos. De la encuesta resulta claramente que, en general, el interés pastoral de las iglesias por los derechos humanos se preocupa sobre todo por la promoción de los derechos sociales y económicos más que por los derechos civiles y políticos. Es la opción preferente por los pobres la que orienta este interés. No se encuentra en las respuestas ninguna referencia a los derechos culturales y a aquellos derechos que han sido catalogados, hoy en día, como de tercera y cuarta generación. Se trata de un dato bastante complejo sobre el que, según mi parecer, habría que hacer un atento discernimiento, teniendo presente que éste caracteriza todas las respuestas más allá de la procedencia geográfica o cultural.

- Si nos detenemos un poco en buscar diferencias entre las diversas áreas geográficas, se puede deducir que en los países ex-comunistas y, en general, en los países ricos de Europa. Se subraya más la defensa del derecho a la vida en contra del aborto, la eutanasia y las manipulaciones biogenéticas, junto con la defensa de los derechos vinculados a la familia; en los países de América central, de Asia y de África; en cambio, se subraya casi de forma exclusiva la promoción de los derechos sociales y económicos.

 

ESTRUCTURAS DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES SOBRE DERECHOS HUMANOS

2) La segunda pregunta del cuestionario se refería a las estructuras de las Conferencias Episcopales o a los organismos vinculados a éstas, con el mandato de tratar los temas que se refieren a los derechos humanos.

a) Del conjunto de las respuestas se deduce que:

- Casi todas las Conferencias en su organización, poseen un Departamento o una Comisión encargada de tratar los temas de derechos humanos. Son, en su mayoría, organismos que, vinculados con las diferentes Conferencias Episcopales, tienen niveles de autonomía muy diferentes y un mandato amplio que cubre, en general, todo el "ministerio diaconal" de la Iglesia. En América Latina, en efecto, pero también en algunas Conferencias Episcopales de Europa, el tema de los derechos humanos es tratado generalmente por la organización de la pastoral social. Parece que el tema es más detallado cuando se encargan de él las Comisiones "Justicia y Paz" que, por su historia y tradición, siempre han considerado los derechos humanos como algo de su interés y compromiso más específico.
- Poquísimas Conferencias Episcopales tienen organismos que tratan exclusivamente el tema de la pastoral de los derechos humanos. Sobre este dato merece la pena detenerse un poco, preguntándonos si esta falta de estructuras específicas más que como una expresión de una fragilidad organizativa se debería interpretar en términos diferentes: en efecto, la pastoral de los derechos humanos además de ser un sector también es una modalidad de pastoral que concierne toda la actividad pastoral de la Iglesia y que, por lo tanto, debe estar supuesta y presente en los diferentes niveles e interesar transversalmente todos los organismos pastorales.
Se trata evidentemente de una interpretación que necesita más ahondamiento no tanto sobre los aspectos organizativos de la praxis pastoral de las Iglesias, sino sobre los aspectos de naturaleza eclesial y sobre el sentido mismo de la actividad pastoral.

b) Si consideramos los objetivos que estos organismos persiguen en sus acciones, de las respuestas recibidas deducimos los siguientes objetivos:
- un trabajo de análisis, interpretación y observación de las situaciones en las que los derechos humanos se ven comprometidos;
- el cumplimiento, sobre todo en actividades de formación y educación, de su mandato;
- un protagonismo activo que se realiza concretamente en acciones de defensa y también de denuncia.
Es evidente que también en el caso de los objetivos se presenta todo con matizaciones y mezclas muy diferentes, y por ese motivo es prácticamente imposible sacar un modelo organizativo único o ideal al que hacer referencia.
Quisiera terminar esta parte con otra anotación que considero bastante interesante. En general, los organismos que se encargan de la pastoral de los derechos humanos circunscriben su marco de actividad a sus propios países, aunque hay que señalar que algunos, sobre todo en los países ricos, dirigen su atención pastoral que demuestra su fecunda proyección "internacional", es decir que está más orientada hacia iniciativas de defensa y de promoción de los derechos fuera del propio país. Se trata evidentemente de casos muy limitados, pero interesantes por las sugerencias y las provocaciones que pueden brindar.

 

DOCUMENTOS DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES SOBRE DERECHOS HUMANOS

3) La tercera pregunta pedía informaciones sobre los documentos de la Conferencia Episcopal que se refieren al tema de los derechos humanos.
Es evidente que muchas respuestas se conformaron con citar una lista de títulos, algunos muy sugestivos, pero que resultan imposible de clasificar de una forma significativa.
De las respuestas proporcionadas se deduce, de todos modos, el dato, más bien impresionante, de que ninguna Conferencia Episcopal ha dejado de lado el deber de publicar uno o varios documentos, aunque por otra parte no hay en las respuestas una evaluación sobre el impacto y las consecuencias de estas publicaciones en la opinión pública.
Este dato no sintetiza de todos modos la complejidad de las respuestas si las consideramos bajo el criterio de evaluación de la importancia magisterial de las intervenciones:

- Resulta, en efecto, que prácticamente no existen documentos de las Conferencias Episcopales en sí, es decir que no hay documentos que sean expresión de un auténtico, específico y orgánico magisterio sobre derechos humanos. El tema de los derechos humanos es tratado en los documentos mismos que encaran cuestiones generales que se refieren generalmente al análisis pastoral de la situación global del país o bien en comunicados e informes de las actividades de las Conferencias, marcados por el carácter ocasional, donde el juicio sobre la situación socio-económica ofrece la oportunidad para que haya tomas de posición puntuales también sobre los problemas que atañen a los derechos humanos. Casi todos los documentos específicos sobre derechos humanos son de organismos especializados de las Conferencias Episcopales, como las Comisiones de Justicia y Paz y de Pastoral social, expresándose con notas o tomas de posición.
Hay que señalar que todos los documentos son "de" pastoral de los derechos humanos y que, en cambio, faltan indicaciones de documentos "sobre" pastoral de los derechos humanos. Falta pues una reflexión orgánica sobre supuestos eclesiásticos y sobre la ubicación en el interior de toda la praxis pastoral de la Iglesia, de la pastoral de los derechos humanos.

- Por último, hay que señalar que en las respuestas hay algunas referencias interesantes, aunque demasiado breves para poder hacer una evaluación, sobre el magisterio de algunos Obispos citado probablemente para indicar una especie de indolencia magisterial de la Conferencia Episcopal.

 

PRESENCIA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE EN LOS CATECISMOS NACIONALES

4) La cuarta pregunta pedía respuestas sobre la presencia de los derechos del hombre en los catecismos nacionales.
La pregunta es pertinente porque, sobre todo tras la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el "Catecismo" se ha convertido en uno de los principales instrumentos para realizar una nueva evangelización puesto que la Iglesia es cada vez más consciente de que se trata de un tema histórico de su misión.

Esto es lo que aparece en las contestaciones:

- Todavía hay pocas Conferencias Episcopales que tengan catecismos nacionales. Solamente las Iglesias locales de Europa y algunas de Africa y América Latina se han equipado en este sentido
- En los catecismos existentes las referencias a los derechos humanas son escasas y, casi siempre, se trata de referencias indirectas, que se encuentran generalmente en las secciones de antropología. Este dato, más bien defraudador, plantea dos cuestiones que merece la pena tratar incluso en un futuro por la importancia que tienen en el ámbito global de la misión evangelizadora de la Iglesia de nuestros tiempos.
- La primera cuestión se refiere a la relación existente entre la misión evangelizadora y el deber pastoral de promoción de los derechos humanos, que aunque hayan conseguido mucha consistencia a nivel teórico, también gracias a las contribuciones del magisterio de los últimos Pontífices, no se pueden considerar como algo asimilado a nivel de praxis pastoral, puesto que sigue habiendo dudas y perplejidades.
- La segunda cuestión se refiere a la necesidad de "acumular" experiencias concretas de catecismo de los derechos humanos que no se limiten a una referencia demasiado general sobre antropología teológica. Sobre este tema habrá pues que seguir ahondando para buscar formas e instrumentos que sean nuevos, eficaces y útiles.

 

PRESENCIA DE LOS TEMAS DE DERECHOS HUMANOS EN LOS PROGRAMAS DE RELIGIÓN DE LAS ESCUELAS CATÓLICAS

5) La quinta pregunta del cuestionario se refería a la presencia de los temas de derechos humanos en los programas de religión de las escuelas católicas.
Sobre este tema, el dato proporcionado por las respuestas es más bien consolador: en casi todas se afirma que el tema de los derechos humanos está presente en los programas de religión de las escuelas católicas y en otras escuelas donde están previstos estos programas. Existe, evidentemente, una situación muy diversificada por lo que se refiere al peso dado a los contenidos, a las formas y a la ubicación de los temas.
También este dato requiere mucha atención porque trata dos cuestiones muy importantes:
- la primera se refiere a la configuración más exacta de la que podemos llamar la importancia cultural de los derechos humanos en el ámbito del curriculum formativo proporcionado por las escuelas católicas.;
- la segunda, en cambio, trata de las formas y de las modalidades concretas capaces de proporcionar un perfil y una configuración precisos a las propuestas de formación cultural sobre derechos humanos.
La cuestión de la que se trata aquí se refiere a la exigencia de puntualizar mejor, esa necesaria "mediación cultural" orientada en un sentido cristiano, (en este caso concreto para los alumnos de los colegios católicos) entre las interpelaciones exigentes del mensaje antropológico cristiano y los supuestos antropológicos del universo cultural que caracteriza el mundo de hoy. En este contexto se sitúa también, el problema del diálogo y de la confrontación sobre los derechos humanos de la cultura cristiana con otros universos culturales.

 

ORGANIZACIONES CATÓLICAS QUE SE OCUPAN DE LA DEFENSA Y DE LA PROMOCIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE

6) La sexta pregunta del cuestionario se refería a las organizaciones católicas que se ocupan de la defensa y de la promoción de los derechos del hombre.
Desgraciadamente más de una cuarta parte de las respuestas citan organismos ya mencionados en la pregunta de la estructura de la pastoral de los derechos humanos; por lo general se citan pues de nuevo las comisiones de Justicia y Paz y las de Pastoral Social.
De las respuestas recibidas, se pueden sin embargo subrayar, algunos datos que parecen ser muy importantes e interesantes:
- El primer dato es el de la falta de homogeneidad en la presencia de estas organizaciones en los diferentes contextos continentales; en Africa son prácticamente inexistentes, en Asia, las pocas existentes se interesan de algunos problemas específicos; en Europa, en Oceanía y en América son muy numerosas (sólo en Brasil hay más de 250 organismos).
- El segundo dato que aparece, aunque requiere más averiguaciones, es el que se refiere a la tendencia que podemos llamar "de especialización" por parte de estas organizaciones que generalmente se encargan de un número bastante reducido, particular y específicos de derechos humanos. Merece la pena recordar, además, que no se cita ningún tipo de coordinación que existe, sin embargo, en organizaciones con vocación universal como Pax Christi, Paz Romana.
- Por lo que se refiere a los promotores, de las escasas y fragmentarias informaciones recibidas podemos decir que son muy variados: en algunos casos la iniciativa la tienen las diócesis o las congregaciones religiosas, en otros casos se trata de organismos ecuménicos o civiles, estos últimos a menudo son de inspiración cristiana.
Para concluir, se puede afirmar que el ámbito de las organizaciones católicas encargadas de defender y promover los derechos humanos bajo una perspectiva de inspiración cristiana, sigue siendo un ámbito que necesita más reflexión y más iniciativas por parte de las Iglesias. Aunque de las contestaciones no se puedan sacar informaciones detalladas es de por sí evidente que estas organizaciones están animadas sobre todo por el laicado que es cada vez más, un sujeto protagonista de pastoral de los derechos humanos.

 

COLABORACIÓN ENTRE LOS OBISPOS Y LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS EN EL SECTOR DE LOS DERECHOS HUMANOS

7) La séptima pregunta del cuestionario se refería a la colaboración entre los Obispos y los institutos religiosos en el sector de los derechos humanos.

Las respuestas recibidas proporcionan muy pocos datos.
- En general, cuando existe una colaboración, nunca es de tipo orgánico y estructural. América Latina es una excepción puesto que la red que sostiene los canales de la colaboración parece ser muy densa. Se trata por lo general de colaboraciones en el sector de la enseñanza.
- En algunos casos se indica la existencia de Comisiones "Justicia y Paz" promovidas por Congregaciones religiosas, pero sobre la base de los datos recibidos resulta imposible conocer la consistencia, la actividad y la influencia de éstas.
Más allá de la cuestión específica de la colaboración entre los Obispos y los institutos religiosos, existe una cuestión de fondo que se refiere a la presencia global de la vida consagrada en la pastoral de los derechos humanos, esta cuestión apareció durante el difícil trabajo postconciliar: definir mejor los perfiles teológicos y eclesiásticos fundamentales de los diferentes institutos religiosos bajo la perspectiva de unos compromisos pastorales renovados, vinculados generalmente al testimonio necesario para la promoción de los hombres y de las mujeres de nuestros tiempos.

 

PROGRAMAS AUDIOVISUALES Y A LAS PUBLICACIONES SOBRE DERECHOS HUMANOS

8) La octava pregunta del cuestionario se refería a los programas audiovisuales y a las publicaciones en el sector de los derechos humanos.

También en este sector, la situación no es homogénea y evidentemente está condicionada por la mayor o menor disponibilidad de recursos humanos y económicos, o bien por el apoyo que representa el tener una tradición sólida y arraigada en la utilización de medios de comunicación.
- A nivel general, el dato que aparece es el de una conciencia general y difundida de la importancia de estos medios en las actividades de pastoral de los derechos humanos.
- Las Iglesias de Africa, exceptuando a Zimbabwe, publican solamente unos "folletos " informativos. América, tanto a nivel audiovisual como a nivel de publicaciones, es más bien dinámica y emprendedora, con algunas experiencias muy interesantes como por ejemplo las versiones populares de los documentos del magisterio. Si por una parte las Iglesias asiáticas indican que utilizan mucho las cintas de video, por otra parte las Iglesias de Europa, excepto las del Este, demuestran que son las que mejor están equipadas a nivel de iniciativas editoriales y audiovisuales, con unas instalaciones informativas que logran llegar a muchas personas.
La cuestión que levanta esta pregunta presenta uno de los retos más cruciales y decisivos para la praxis pastoral de la Iglesia de nuestros tiempos: el que nace del actual mundo de la comunicación, de sus dinámicas vinculadas a los procesos de globalización, de sus orientaciones de valor, etc... Frente a este reto, incluso las Iglesias mejor equipadas parecen tener dificultades.

 

DIÁLOGO ECUMÉNICO E INTER RELIGIOSO EN EL SECTOR DE LOS DERECHOS HUMANOS

9) La novena pregunta se refería al diálogo ecuménico e inter religioso en el sector de los derechos humanos.

- El dato que aparece claramente de las respuestas es que la práctica del diálogo, que tiene lugar en la mayoría de los casos de colaboración, está muy difundida y es fecunda, sobre todo en los lugares donde la situación cristiana y religiosa es muy diversificada. Sobre la base de las respuestas recibidas se puede afirmar que los derechos humanos son hoy en día un ámbito fecundo y en desarrollo a nivel del intercambio y del acuerdo ecuménico e inter-religioso.
- Es evidente que el nivel de intensidad varía de un país al otro y de un continente a otro. Bien desarrollado en Europa occidental, en Oceanía y en América del Norte, bajo, esporádico y escaso en América Latina. En algunos casos se han redactado documentos comunes.
De las respuestas, globalmente, aparece de todos modos la confirmación de una intuición que siempre ha acompañado la praxis de la pastoral de los derechos humanos: la de cultivar, con generosidad y disponibilidad, la dimensión ecuménica e inter-religiosa, con cada vez más conciencia de que las grandes religiones están llamadas a ser sujetos activos y protagonistas en la defensa y promoción de los derechos humanos. Recordamos el acontecimiento de Asís 86 con la fuerte señal lanzada por las religiones a todo el mundo, decididas a tener un papel público importante en la promoción y defensa de la paz. Lo mismo podría ocurrir con los derechos humanos.

 

SUGERENCIAS E INDICACIONES PARA EL TRABAJO DEL PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ

10) Por último, el cuestionario presentado a las Conferencias Episcopales pedía sugerencias e indicaciones para el trabajo del Pontificio Consejo.
Las respuestas reticentes y escasas, cuando se trató de las otras preguntas, en este caso, en cambio, son muchas y muy variadas.
Nos conformaremos con indicar las que hemos considerado como más interesantes y que de una forma razonable podrían formar parte de los programas del Dicasterio:
- son muchos los que piden orientaciones sobre la formación de los cristianos en el sector de los derechos humanos, subrayando de esta forma que la formación es un elemento que caracteriza el compromiso formativo en la práctica pastoral de la Iglesia; algunos solicitan una intervención del Dicasterio para aclarar mejor el perfil de la pastoral de los derechos humanos;
- otros proponen la promoción de encuentros que sirvan de oportunidad, de intercambio y de cotejo de experiencias, entre cristianos comprometidos en la defensa y promoción de los derechos humanos;
- otros más proponen que se utilice el próximo Jubileo del año 2000 para hacer progresar la pastoral de los derechos humanos.


Conclusión

Quisiera cerrar el análisis de las respuestas del cuestionario con algunas reflexiones-propuestas que he pensado mientras redactaba estas páginas de síntesis.
- Ante todo es necesario dar a la pastoral de los derechos humanos una legitimidad plena y un nuevo impulso; aunque no hay duda de que se ha desarrollado en la conciencia de la iglesia, carece todavía de un perfil sólido y definitivo, Sobre este tema, una mayor consideración y acogida del magisterio pontificio sobre derechos humanos, sobre todo el de Juan Pablo II, podría ser muy útil.
- En segundo lugar es necesario "volver a equilibrar" la atención pastoral que la Iglesia presta a los derechos humanos, más orientada hacia los derechos sociales y económicos y menos hacia los derechos civiles y políticos. Además parece casi inexistente la atención hacia los tipos de derechos humanos que hoy día llamamos de tercera o cuarta generación.
En fin, sería oportuno que hubiera una colaboración mayor y real entre las Iglesias. De la lectura de las respuestas se deduce una contradicción paradógica que hay que encarar: donde hay menos necesidad de defensa y promoción de los derechos humanos, las Iglesias disponen para su acción pastoral de muchos recursos humanos y económicos, mientras que en muchos países en vías de desarrollo, donde las necesidades son enormes, las Iglesias, a pesar de sus testimonios ejemplares de compromiso generoso, carecen a menudo de lo mínimo indispensable para realizar una adecuada acción pastoral de los derechos humanos.

 

 

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LOS DERECHOS HUMANOS EN LA ENSEÑANZA DE JUAN PABLO II. FUNDAMENTOS Y PRINCIPIOS

 

Dr GIORGIO FILIBECK

 

 

1. El problema del fundamento

"Al igual que la moda crea el gusto,
también crea justicia"
(Pascal, Pensamientos, n. 309)

Las palabras de Pascal no son tranquilizadoras: se denota el tono seguo de quien pone todo en tela de juicio, casi burlándose de los valores preestablecidos y sometiendo los convencionalismos más arraigados a su crítica mordaz. Si pensamos que escribía hace más de tres siglos, nos quedamos desconcertados por la impronta contemporánea de sus afirmaciones y a la vez fascinados por el espesor y el tenor de sus intuiciones. Con la frase citada, Pascal parece señalar un dato que es para nosotros "post-moderno" bastante familiar: si faltan bases antropológicas sólidas, cualquier deriva es posible e incluso la justicia, uno de los conceptos más "fuertes" tradicionalmente, se derrumba convirtiéndose en una noción "débil", tan débil que sigue el estro caprichoso de un fenómeno efímero por antonomasia como es la moda.
El mordaz juicio de Pascal se podría aplicar hoy a la noción de derechos humanos, que representan cada vez más en la conciencia moderna una encarnación de la justicia misma, hasta convertirse casi en un sinónimo.
Un ilustre jurista italiano, Norberto Bobbio, hace algunos años (1987) afirmó que la segunda mitad de este siglo podía llamarse "la edad de los derechos": pero, cuáles derechos? En efecto, en los últimos años se han difundido interpretaciones y proclamaciones que parecen invertir el sentido y el alcance de un concepto que se ha convertido en un faro luminoso en el trabajoso camino de la familia humana hacia una cada vez más consciente reivindicación de su dignidad.
Basta pensar en el derecho a la vida, negado de hecho por una legislación permisiva en materia de aborto, de manipulación genética, de eutanasia. Basta pensar en la interdicción de la discriminación basada en el sexo, que va transformándose en justificación de un pretendido derecho a la orientación sexual. Basta pensar en la libertad de expresión, presentada por algunos como un dogma que no contempla alguna limitación, con la cual caería la democracia. Basta pensar a la libertad religiosa, concebida como un derecho que toca únicamente a la esfera privada, amputándole de esta manera su necesaria dimensión social. Basta pensar en los derechos de la familia, desconocidos y descuidados hasta impugnar la misma noción de la familia fundada sobre el matrimonio.
De frente a una semejante "Babel de derechos", según la pertinente imagen de Mary Ann Glendon, las palabras escritas por Georges Bernanos en 1948 conservan todavía toda su dramática actualidad: "En el momento en el cual hablo, la peor desgracia del mundo es que nunca había sido tan difícil distinguir entre los constructores y los destructores, porque nunca antes de ahora la barbarie ha dispuesto de medios tan poderosos para abusar de las desilusiones y de las esperanzas de una humanidad ensangrentada, la cual duda de sí misma y de su propio futuro".
En este contexto, hay que reconocer en el magisterio de Juan Pablo II una importante contribución no sólo para la defensa y promoción de los derechos humanos, sino también y sobre todo para su fundamento seguro en la perspectiva cristiana. Un anclaje que adquiere un significado particular frente a la pérdida progresiva de los puntos de referencia cardinales capaces de orientar la doctrina y la práctica de los derechos humanos en el mundo contemporáneo.
El Papa es heraldo de los derechos humanos porque es anunciador del Evangelio, una característica que frecuentemente no es comprendida bien por parte de la opinión pública.

 

2. El misterio de la Redención


En su primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), Juan Pablo II ofrece la clave de su enseñanza sobre derechos humanos, que se puede resumir esencialmente con dos palabras: Cristo Redentor. Es Cristo quien revela "plenamente el hombre al mismo hombre" y esta es "la dimensión humana del misterio de la Redención": en esta dimensión "el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad" (RH 10).
El Papa escribe que si el hombre consigue entrar en Cristo, entonces se entenderá completamente a sí mismo, hasta estar lleno de "profunda admiración " al constatar el valor que tiene frente a Dios, y al darse cuenta que representa el motivo de la encarnación del Hijo de Dios: "Ese profundo estupor respecto al valor y la dignidad del hombre se llama Evangelio". Es ese estupor que "justifica la misión de la Iglesia en el mundo" y es la Redención que, mediante el sacrificio de la Cruz, "ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad" (RH 10).
Si "en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido plena conciencia de su dignidad", de ahí que todos los cristianos, a pesar de la divisiones que siguen existiendo entre ellos, pueden y deben manifestar su unidad "en la lucha con perseverancia incansable a favor de la dignidad que cada hombre ha alcanzado y puede alcanzar continuamente en Cristo" (RH 11).
Frente a las dificultades, a las desilusiones y a las incertidumbres que han aparecido en el diálogo ecuménico, tras veinte años es benéfico volver a leer estas palabras del Papa, que ponen de manifiesto su apertura ecuménica y su compromiso, subrayado en muchas ocasiones durante su pontificado, para una mayor colaboración entre todas las Iglesias cristianas, sobre todo a favor de la dignidad humana, como signo creíble de la misión confiada por Dios a todos y a cada uno de los cristianos.
Esta misión conlleva la obligación de anunciar la verdad recibida de Dios con una actitud de profundo respeto por el destinatario de este anuncio y por su libertad. Así, "la misma dignidad de la persona humana se hace contenido de aquel anuncio" y puesto que "no en todo aquello que los diversos sistemas y también los hombres en particular, ven y propagan como libertad está la verdadera libertad del hombre, tanto más la Iglesia, en virtud de su misión divina, se hace custodia de esta libertad que es condición y base de la verdadera dignidad de la persona humana" (RH 12).
Estas palabras, escritas diez años antes de los hechos que, en 1989, transformaron profundamente los rasgos de la geografía política y de la vida institucional de una amplia zona de Europa, adquieren una dimensión profética porque esta sorprendente transformación tuvo lugar precisamente como una reacción imprevista, pero en el fondo previsible, contra un sistema totalitario que durante varios decenios había sofocado las aspiraciones de libertad y de verdad de pueblos enteros, de las que hacía una propaganda deformada y repugnante.
Citando la afirmación del Concilio Vaticano II, el Papa recuerda que "Cristo se ha unido a cada hombre", un hombre "en el que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo" (RH 13) y pone de manifiesto que el hombre "es la primera y fundamental vía de la Iglesia": de esta ecuación deriva la necesidad de la Iglesia de "ser conscientes, además, de todo lo que parece estar en contra del esfuerzo para que "la vida humana sea cada vez más humana", para que todo lo que compone esta vida responda a la verdadera dignidad del hombre"(RH 14).
Juan Pablo II es consciente de los riesgos que amenazan la civilización contemporánea, en la que el hombre "parece estar amenazado por lo que produce", y por eso "vive cada vez más en el miedo", temiendo por los frutos de sus imaginación y de su capacidad "puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo" hasta convertirse en "medios e instrumentos de una autodesturcción inimaginable" (RH 15). De ahí la necesidad de que al desarrollo de la técnica que domina nuestra época corresponda "un desarrollo proporcional de la moral y de la ética", para que el hombre sea "de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad" (RH 15). Frente a la situación del mundo actual, la Iglesia considera que se debe cuestionar sobre la dirección que toma el progreso y si éste está realmente al servicio del hombre y de su dignidad: "encuentra el principio de esta solicitud en Jesucristo, como atestiguan los Evangelios" (RH 15).

 

3- La fuerza del amor

El examen de la situación en la que se encuentra el hombre en el mundo contemporáneo hace que el Papa haga un diagnóstico severo pero lúcido: se trata de una situación que "parece distante tanto en las exigencias objetivas del orden moral, como de las exigencias de la justicia o, aún más, del amor social" (RH 16). En el momento en el que se publicó la encíclica, Juan Pablo II se daba perfectamente cuenta de que su juicio podía parecer áspero y que su denuncia corría el riesgo de ser mal interpretada o incluso manipulada por una de las "partes" que se enfrentaban en el contexto geopolítico existente. Él, sin embargo, recuerda que la Iglesia "no disponiendo de otras armas, sino de las del espíritu, de la palabra y del amor, no puede renunciar a anunciar "la palabra... a tiempo y a destiempo"" (RH 16). La motivación de la intervención de la Iglesia en el ámbito social es el amor.
En su segunda encíclica, Dives in misericordia (30 de noviembre de 1989), el Papa pone de manifiesto el vínculo existente entre la justicia y el amor, un amor atestiguado, además, por la famosa parábola del "hijo pródigo". Al ver la vuelta a casa del hijo, "el padre es consciente de que se ha salvado un bien fundamental: el bien de la humanidad de su hijo... La fidelidad del padre a sí mismo está totalmente centrada en la humanidad del hijo perdido, en su dignidad... se puede decir por tanto que el amor hacia el hijo, el amor que brota de la esencia misma de la paternidad, obliga en cierto sentido al padre a tener solicitud por la dignidad del hijo... la relación de misericordia se funda en la común experiencia de aquel bien que es el hombre, sobre la común experiencia de la dignidad que le es propia" (DM 6).
El mal cometido por el hijo está superado, puesto que él ha sido capaz de tomar realmente conciencia de éste y se ha puesto en el camino de la conversión.
A este camino de salvación, Cristo nos llama a todos y, como señal de esta invitación irrevocable, ofrece su vida para la redención de la humanidad: "Justamente esta redención es la revelación última y definitiva de la santidad de Dios, que es la plenitud absoluta de la perfección: plenitud de la justicia y del amor, ya que la justicia se funda sobre el amor, mana de él y tiende hacia él"(DM 7).
En el sacrificio de la Cruz, la misericordia divina revela plenamente y se eleva la dignidad humana al máximo, puesto que el hombre "experimentando la misericordia, es también en cierto sentido el que "manifiesta contemporáneamente la misericordia"" (DM 9). Para Juan Pablo II, la síntesis de toda la Buena Nueva se puede encontrar en las palabras de Jesús "Bienaventurados los misericordiosos", porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7): estas palabras reflejan el misterio profundo de Dios:"la inescrutable unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, conteniendo la justicia, abre el camino a la misericordia, que a su vez revela la perfección de la justicia" DM 8).
La perspectiva del amor es el horizonte en el que se sitúa la acción del cristiano a favor de los derechos humanos.
Indicando una serie de actitudes que prefiguran la acción del cristiano por los derechos humanos, Jesús mismo lo dice claramente: "cuanto hicisteis a uno de estos..., a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Es en esta perspectiva que "la Iglesia comparte con los hombres de nuestro tiempo este profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo todos los aspectos" , aún con la convicción de que "la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones" (DM 12).
El Papa ha identificado en el concepto teológico de "pro-existencia" el amor de Cristo Redentor, que ha ofrecido su vida y ha pedido a sus discípulos que estén preparados a hacer el mismo don total, afirmando: "Si nosotros volvemos a descubrir el significado auténtico del amor "pro-existente", entonces los derechos humanos pueden y deben formar parte de éste, en nombre, se puede decir, del sacrificio pascual de Cristo mismo" (Discurso a la Comisión Teológica Internacional, 5 de diciembre de 1983).
Juan Pablo II volverá a tratar el tema del "amor social" en la encíclica Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), a través de la noción de solidaridad, definida como una "virtud cristiana":"a la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestir de las dimensiones específicamente cristianas de gratitud total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano, con sus derechos y su igualdad fundamental frente a todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo" (SRS 40).
Además, en el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, el Papa escribe: "... es importante considerar también la promoción de los derechos humanos: siendo esta el fruto del amor por la persona, puesto que "el amor sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar" (Constitución pastoral Gaudium et spes, 78)" (n. 2).

 

4. "La verdad os hará libres"(Jn 8, 32).

En la visión de Juan Pablo II, una relación intrínseca vincula la verdad a la libertad. Sobre esta relación insiste sobre todo la encíclica Centesimus annus, publicada en el centenario de la Rerum novarum 1 de mayo de 1991), dirigida -al igual que la Redempor hominis- no sólo a los miembros de la comunidad eclesiástica, sino también "a todos los hombres de buena voluntad", para demostrar que los temas tratados por el documento tienen un papel importante también fuera de la Iglesia. Además la encíclica reflexiona de una forma particular sobre la génesis, sobre el sentido y sobre las consecuencias de los acontecimientos de 1989. Siguiendo la línea marcada por León XIII, el vínculo entre la verdad y la libertad es considerado por Juan Pablo II como "constitutivo" (CA 4); el hecho de no respetarlo representa "el error fundamental del socialismo", un error "de carácter antropológico", puesto que afecta a la persona humana en su esencia y destruye su dignidad (CA 13). Para el Papa, la causa de este error es el ateísmo: "La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona" (ibid,). De esta postura deriva "una concepción de la libertad humana que la aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, también del deber de respetar los derechos de los demás hombres (CA 17). Desatender el "derecho-deber de buscar a Dios, de conocerlo y de vivir según este conocimiento" e ignorar "los derechos de la conciencia humamna, vinculada solamente a la verdad tanto natural como revelada" significa abrir el camino a sistemas totalitarios, a sociedades sin una jerarquía de valores, a fuerzas fundamentalistas que discriminan incluso a los ciudadanos de un mismo Estado: "Ningún progreso auténtico es posible sin el respeto del derecho natural y original de conocer la verdad y de vivir según ésta" (CA 29).
La encíclica afirma que el fenómeno del totalitarismo moderno nace "de la negación de la verdad en sentido objetivo"; de esta forma, en efecto, "triunfa la fuerza del poder y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás" (CA 44). Y también: "La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible, y precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar"(ibid).
Juan Pablo II desea aclarar, probablemente considerando algunas críticas que aparecen periódicamente sobre todo en el mundo occidental, que "al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad socio-política y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas" (CA 46): la Iglesia por lo tanto "al ratificar contantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad. La libertad no obstante es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad, la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos" (ibid). Por lo tanto el cristiano no puede renunciar al hecho de presentar"su" verdad de una forma respetuosa pero firme, estando atento a descubrir "la parte de verdad que encuentra en la experiencia de la vida y en la cultura de las personas y de las naciones" (ibid).
La reflexión antropológica de la encíclica vincula acertadamente el plano de la búsqueda natural con el de la gracia sobrenatural en la visión cristiana, el edificio de los derechos del hombre se apoya en pilares capaces de resistir cualquier sacudida telúrica.

 

5. El estado de derecho

En el capítulo V de la encíclica Centesimus annus, sobre el tema del Estado y de la cultura, se cita el siguiente paso de la Rerum novarum: Por mucho que cambien y se desarrollen las formas de gobierno... siempre habrá tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial...". Juan Pablo II comenta sobre este tema que "... constituía entonces una novedad en las enseñanzas de la Iglesia" (CA 44). Desde que se hizo este reconocimiento, aunque sea de forma indirecta, de la teoría de la división de los poderes, han pasado cien años en los que las enseñanzas de la Iglesia sobre la organización y el funcionamiento del Estado se han desarrollado y ahondado hasta expresarse en la encíclica CA de la siguiente forma: "Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del "Estado de Derecho", en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres" (ibid).
También este tipo de referencia es una "novedad" en el lenguaje del Magisterio; formulada de una forma concisa pero sustancial, muestra la preocupación por una organización del Estado que esté al servicio de la "libertad de todos" y está en sintonía con la evolución que el Estado ha experimentado en el mundo occidental, cuya organización actual es juzgada funcional con respecto a las tareas que debe desempeñar.
Es evidente que el Papa sabe perfectamente que este proceso no ha sido siempre lineal y que, al contrario, ha sufrido traumas de larga duración y con consecuencias trágicas. Por lo tanto, tras haber manifestado su aprobación del "Estado de derecho", se apresura a renovar la advertencia en contra de los sistemas totalitarios, identificando el rasgo que los distingue a todos en la "negación de la verdad" (ibid),
Para Juan Pablo II, el Estado totalitario, sea cual sea su orientación ideológica, es la negación del "Estado de derecho". Además. el totalitarismo ejerce sus efectos aniquiladores sobre todos los sujetos sociales, que sean individuales o colectivos, puesto que tiende "a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas" (CA 45).
La encíclica se hace eco de la dolorosa persecución sufrida por la Iglesia en los contextos totalitarios y realiza un análisis lúcido: "El Estado, o bien el partido, que cree poder realizar en la historia el bien absoluto y se erige por encima de todos los valores, no puede tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y del mal, por encima de la voluntad de los gobernantes, y que, en determinadas circunstancias, puede servir para juzgar su comportamiento. Esto explica por qué el totalitarismo trata de destruir la Iglesia o, al menos, someterla, convirtiéndola en instrumento del propio aparto ideológico"(ibid). Juan Pablo II desea reafirmar que la Iglesia, al defender la propia libertad, incluye en esta defensa a todos los sujetos sociales, desde la persona hasta la nación, pasando por la familia, "realidades todas que gozan de un propio ámbito de autonomía y soberanía" (ibid).

 

6. Una democracia de los valores

La encíclica Centesimus annus mira con esperanzas los resultados de los cambios que han conllevado en varios lugares del mundo y de manera particular en Europa oriental, "nuevas formas de democracia" (CA 22). El Papa afirma que, "después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes totalitarios y de "seguridad nacional", asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático junto con una viva atención y preocupación por los derechos humanos", insistiendo sobre la necesidad de que "los pueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido fundamento mediante el reconocimiento explícito de estos derechos" (CA 47). La encíclica ofrece una lista significativa de derechos definidos "entre los principales" : " el derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido, el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona" (ibid).
Se trata en realidad de una serie de derechos estrechamente vinculados con el fundamento antropológico descrito anteriormente. Estos mismos se encuentran, "in nuce" en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, pero aquí están formulados de una forma diferente, como si estuvieran enriquecidos por la luz de la "dignidad trascendente" de la persona humana.
Para Juan Pablo II, "una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana" (CA 46). Si el Estado de derecho es el tronco, el concepto de persona es la savia que nutre el árbol de la democracia. La tesis que aparece continuamente hoy día, según la cual "el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas" hay que rechazarla porque "si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin principios se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como lo demuestra la historia" (ibid).
La visión del Papa es realista: "También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetados totalmente estos derechos" (CA 47). Su diagnóstico es muy preciso: estos países viven una crisis debida al hecho que las aspiraciones de la población no se consideran "según criterios de justicia y moralidad, sino más bien de acuerdo con la fuerza electoral o financiera de los grupos que la sostienen", de ahí nace una disminución "de la participación política y del espíritu cívico" y una "creciente incapacidad para encuadrar los intereses particulares en una visión coherente del bien común" (ibid). La noción del bien común es fundamental porque: "en efecto, no es la simple suma de intereses particulares sino que implica su valoración y armonización, hecha según una equilibrada jerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona" (ibid).

 

7. La acción de la Iglesia

Los límites de este informe no permiten tratar otros principios fundamentales de las enseñanzas de Juan Pablo II sobre derechos humanos, como el significado radical de la libertad religiosa (cr. Encíclica Redemptor hominis, 17), el papel de la cultura en la defensa de la soberanía del hombre y de la nación (cf. Discurso en la UNESCO, 2 de junio de 1989), la concepción del trabajo como un bien que expresa la dignidad humana /cf. Encíclica Laborem exercens, 14 de septiembre de 1981), la identificación de la familia como sujeto de derechos (cf. Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981), el valor sagrado de la vida humana desde el primer momento hasta el final natural (cf. Encíclica Evangelium vitae, 25 de marzo de 1995).
Este amplio y rico patrimonio doctrinal inspira la acción de la Iglesia en el sector de los derechos humanos. En lugar de apropiarse de un concepto que le era ajeno, según las críticas de algunos ambientes laicistas, la Iglesia ha sabido ir más allá de los aspectos contingentes y polémicos sobre la elaboración histórica de los derechos humanos -marcada por la experiencia de la Revolución francesa- y ha sabido reconocer en la dignidad humana su base correcta, releyendo con una mirada nueva los principios antiguos y siempre vivos en la tradición.
Se necesita decirlo claramente, de manera que los católicos lo entiendan bien, sin alimentar complejos de inferioridad o, peor aún, de culpa, los cuales no tienen razón de ser: los derechos humanos pertenecen también a la "genealogía" de nuestra familia, porque sus raíces judaico-cristiana son incontestables.
Un grande mérito de Juan XXIII y después, sobre sus huellas, del Concilio Vaticano II, ha sido el resaltar las implicaciones de la noción de dignidad humana y de saber reconocer, gracias a tal trámite, no solo la legitimidad del compromiso por los derechos humanos, sino también la necesidad de su plena inserción en la acción pastoral
La enseñanza social de la Iglesia queda, en el mundo de hoy, como una garantía sólida de los auténticos derechos humanos, ya que es capaz de ofrecer una visión armónica en la cual los derechos están equilibrados por los deberes, los derechos civiles y políticos están reconciliados con los económicos y sociales, su universalidad es reforzada por la exigencia de una oportuna inculturación.
Tal acercamiento pone los derechos humanos al amparo de inquietantes diversas, provocadas por lecturas que deforman los derechos humanos según la ley de una geometría variable que dilata o restringe su ejercicio, siguiendo en apariencia las corrientes de la opinión pública, pero en sustancia según los deseos del poder.
Desde luego que no quiero proponer una especie de triunfalismo católico, porque somos bien conscientes que todas consecuencias derivadas de la dignidad de cada persona humana, aún de aquella "que yerra (para retomar el lenguaje de la encíclica Pacem in terris) habían debido ser percibidas antes y más lúcidamente.
Además, sabemos que el camino de los cristianos en la historia no está ausente de errores y desviaciones. El mismo Papa lo ha querido recordar de modo claro y fuerte: "Así es justo que, mientras el segundo Milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo" (Tertio millennio adveniente, 33). Y todavía: "Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad... Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre" TMA 35),
Juan Pablo II ha puesto de relieve de una forma particular el fundamento cristológico de los derechos humanos, que ya apareció en el Concilio Vaticano II, completando así la argumentación teológica clásica que concibe la dignidad humana como algo que nace de la creación del hombre "a imagen de Dios" )cf. Gn 1, 26). Apoyada por estas enseñanzas, la Iglesia se ha encaminado hacia el Tercer Milenio acompañando con un compromiso pastoral cada vez mayor, la lucha por la dignidad humana, por la justicia y por la paz, percibido como un "elemento esencial de su misión" (RH 15) y como "un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo" (YMA 51).

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¿Derechos del hombre? ¿U hombre sin derechos?

El panorama de los derechos humanos no es un paisaje idílico, no es la relajante visión de un prado mullido. Es un teatro de sufrimientos, es un terreno de conflictos sobre el cual muchos cristianos han derramado su sangre desde los albores de la Iglesia, mucho antes de que en el mundo se empezara a hablar de derechos humanos. Su testimonio sigue ofreciéndose todavía hoy: son mártires de la dignidad humana, sí, por ser testigos del Evangelio de Cristo.


(Esta ponencia constituye la Relación Introductoria del Congreso Mundial sobre la pastoral de los Derechos Humanos celebrado en Roma del 1 al 4 de julio de 1998 convocado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz del que el Dr. Filibeck es miembro y especialista en Derechos Humanos)

 

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