
CRÓNICA
DEL ACTO DE INVESTIDURA
CEREMONIA
PARA EL ACTO
A
las 12.15 horas la Presidencia y Comitiva se reunieron en
la Sala de Juntas de la Facultad de Derecho de la Universidad
Autónoma de Madrid. A las 12.30 horas se organizó
la Comitiva hacia el Aula Magna, "Francisco Tomás
y Valiente" de la Facultad de Derecho, constituyéndose
en el mismo la Presidencia. La Comitiva hizo su entrada
en el Aula Magna, "Francisco Tomás y Valiente",
a los sones de la "Marcha del LIBRO DE CIFRA",
de Pisador (siglo XVI), por el Grupo de Metales y Timbales
de la Orquesta de RTVE. Permanecieron en pie hasta que el
Magnífico y Excelentísimo Señor Rector
procedía a la apertura del acto, tras la interpretación
del "VENI CREATOR".
El Candidato al grado de Doctor "Honoris Causa"
permaneció en la Sala de Juntas de la Facultad de
Derecho, esperando a ser llamado por su Padrino, para incorporarse
a la ceremonia. En pie y descubiertos los presentes, entonaron
el "VENI CREATOR", de Tomás Luis de Victoria
(siglo XVI), por el Coro de la Universidad. A continuación,
terminados los cánticos, el Magnífico y Excelentísimo
Señor Rector expresó: Señoras y Señores,
sentaos y cubríos; se abre la sesión. El Ilustrísimo
Señor Secretario General leerá la Resolución
Rectoral de nombramiento de Doctor "Honoris Causa"
por esta Universidad Autónoma de Madrid del Profesor
JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ CORTÉS.
El
Ilustrísimo Señor Secretario General procedió
a la lectura de dicha Resolución. El Magnífico
y Excelentísimo Señor Rector dijo entonces:
Señor Padrino, id a buscar al Candidato. El Padrino
y su acompañante se levantaron y salieron del Aula
Magna para traer al Doctorando. El Doctorado, revestido
de toga y muceta, hizo su entrada en el Aula Magna y ocupó
un lugar entre los Doctores de otras Universidades. Los
asistentes recibieron de pie y cubiertos al Doctorando.
El Magnífico y Excelentísimo Señor
Rector dijo: Se va a proceder a la Solemne investidura de
Doctor "Honoris Causa" del Profesor Ruiz- Giménez.
El Padrino, Doctor D. Elías Díaz, tiene la
palabra para glosar los méritos del Candidato. El
Padrino subió al estrado para pronunciar la glosa
de los méritos del Profesor Ruiz-Giménez,
que los asistentes escucharon sentados y descubiertos.
Terminada
la glosa, el Padrino solicitó la concesión
del grado de Doctor para el Candidato. Todos los asistentes
se pusieron de pie y se cubrieron para presenciar la investidura.
El
Magnífico y Excelentísimo Señor Rector
dijo: Profesor Ruiz-Giménez: la Junta de Gobierno,
en testimonio de reconocimiento de vuestros relevantes méritos
científicos, os ha nombrado Doctor "Honoris
Causa" de nuestra Universidad. En virtud de la autoridad
que me está conferida, os entrego dicho título
y os impongo los símbolos que acompañan al
grado que ahora se os otorga. Así, os impongo el
Birrete Laureado, venerado distintivo de magisterio, que
llevaréis sobre vuestra cabeza como corona de vuestros
estudios y merecimientos. Recibid, asimismo, este anillo,
que la antigua Universidad entregaba como símbolo
de alianza con la misma, y como distintivo de privilegio
de firmar y sellar los dictámenes y consultas de
vuestra ciencia y profesión; al mismo tiempo, os
entrego los guantes blancos, símbolo de la honestidad
que debe conservar vuestro espíritu al servicio de
la ciencia y como testimonio de vuestra dignidad. Recibid,
por último, el Libro de la Ciencia. Conservadlo como
símbolo de cuanto tenéis que aprender y enseñar,
y como recordatorio de que, por grande que sea vuestra ciencia,
debéis rendir veneración a la doctrina de
vuestros maestros.
A
continuación, el Magnífico y Excelentísimo
Señor Rector impuso al Doctorando la medalla de Doctor,
pronunciando la siguiente fórmula: Profesor Ruiz-Giménez,
os admito e incorporo al Colegio de Doctores de la Universidad
Autónoma de Madrid.
Terminada
la investidura, el nuevo Doctor fue abrazado por el Magnífico
y Excelentísimo Señor Rector, quien le dijo:
Porque os habéis incorporado a esta Universidad,
recibid ahora, en su nombre, el abrazo de fraternidad de
los que se honran y congratulan de ser vuestros compañeros.
El Padrino conduce al nuevo Doctor al asiento que le corresponde,
entre los Doctores de nuestra Universidad. Todos los asistentes
se sentaron y se descubrieron. El Magnífico y Excelentísimo
Señor Rector concede la palabra al Doctor Ruiz-Giménez
para que pronuncie su lección magistral de investidura.
El
Profesor Ruiz-Giménez, leyó su lección
de investidura que publicamos en esta sección. En
pie y descubiertos, se entonó el "GAUDEAMUS
IGITUR", por el Coro de la Universidad. La Comitiva
salió del Aula Magna a los acordes de la marcha "PASACALLES",
del libro de instrucción de música de Gaspar
Sanz (siglo XVII), interpretada por el Grupo de Metales
y Timbales de la Orquesta de RTVE.
Y
así concluyó la Ceremonia de investidura.
(La música que se interpreta en estos actos de investidura
ha sido transcrita e instrumentada especialmente para la
Universidad Autónoma de Madrid por el Profesor José
Peris Lacasa).
Hace
un año el Dr. Joaquín Ruiz-Jiménez
visitó Pinar del Río y pronunció una
Conferencia Magistral que publicamos en nuestra Vitral 36.
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Excelentísimo
Señor Rector, Magníficos Miembros del Claustro, Alumnos
y alumnas, Amigos y Amigas:
Quiero comenzar
diciendo, sinceramente, sin falsa modestia, que hay una desproporción,
una brecha, entre lo que esta solemnidad entraña y lo que
realmente han sido y son mi vida y mi obra; una obra y una vida
con más sombras que luces, más tropiezos que aciertos,
hasta el punto de haber ya tenido que pedir perdón y seguir
pidiéndolo, no por rito de actualidad, sino por convencimiento
de que es justo. Ello me obliga a reparar agravios y a perdonar
los también sufridos, y, sobre todo, a contribuir, durante
el tiempo que, por misericordia del Señor, me quede en este
conturbado mundo, al esfuerzo colectivo de creyentes y de incrédulos,
de sirios y de troyanos, para que en él prevalezcan la libertad,
la igualdad, la justicia y la solidaridad humana, frente a todas
las esclavitudes, todas las discriminaciones y todas las violencias.
Hecha esta
confesión, sin veladuras, que es dolor por lo pretérito
y apertura a la esperanza, me importa evocar, desde lo más
hondo, aquel lacerante momento en que, acongojados, vimos recorrer
en este Campus universitario el féretro con los restos mortales
del maestro -excepcional él sí, en pensamiento y en
acción-, que fue y sigue siendo, más allá del
tiempo, Francisco Tomás y Valiente. Víctima del odio,
pero vencedor de la muerte, su sacrificio generó el impulso
decisivo de la conciencia pública contra la violencia terrorista.
Dejadme que diga que si acepté, por encima de lógicos
reparos, esta distinción que aquí y ahora nos congrega,
fue, en gran medida, porque así se me brindaba la posibilidad
de incorporarme, aunque fuera sólo simbólicamente,
al Claustro al que él perteneció; sentirme más
entrañable colega suyo, y, por si fuera poco, poder reconocer
públicamente la deuda que con él contraje y que comienzo
a liquidar. ¿Cómo no recordar, aquí y ahora,
aquel cordial y, a la vez, legítimamente provocativo, artículo
suyo en El País, la víspera de su sacrificio, requiriéndome
para superar mi silencio -silencio escrito, que no verbal- sobre
las experiencias de la transición democrática y otros
sucesos de mi vida?. Aquel mismo día logré hablar
por teléfono con él, no sólo para agradecerle
su generosidad, sino también para prometerle que no olvidaría
su mensaje, y convinimos en vernos lo antes posible. Esa intención
quedó sangrientamente frustrada, pero ahora puedo decirle
desde aquí, con el corazón en la garganta, que le
obedezco. No serán unas "Memorias", en el sentido
tradicional, pues no soy literato, sino un sencillo reflejo de mis
experiencias, con el título Diálogos de una vida,
los que he ido teniendo desde mi primera juventud hasta esta mi
octava edad. Será una ofrenda simultánea a Mercedes,
mi mujer, que lo merece por todos los conceptos, y también
al amigo entrañable, a Francisco Tomás Valiente, puesto
que él contribuyó con su mensaje y con su sacrificio
a sacarme de mi pereza o de mi timidez.
Ese recuerdo
me mueve ahora a condensar en estos papeles un fragmento del capítulo
primero que he redactado sobre Diálogos en la Universidad,
en las tres Universidades de mi trayectoria académica: la
Complutense, la Hispalense y la Salmanticense, que no es mal recorrido.
Reitero así y completo, de algún modo, lo que anticipé
en 1997, en un acto similar a éste, en la Universidad Carlos
III, al recibir allí su Doctorado "Honoris causa";
y, en un segundo momento, me atreveré a pedir el apoyo de
esta Universidad Autónoma y de su Instituto de Investigación
sobre la efectiva promoción y defensa de los derechos humanos
fundamentales, especialmente los de la infancia y la juventud, ante
el reto de la globalización de la economía con todas
sus consecuencias.
Sin más
preámbulo, doy pues, paso a ese fragmento de "Diálogos
de una vida": como primera fase de esta reflexión, aunque
intentaré culminarla con dicha petición, a esta tan
joven como creciente Universidad Autónoma, que cordialmente
me acoge.
-oOo-
LA
UNIVERSIDAD EN MI VIDA DIALOGANTE
En la Facultad de Derecho de la entonces denominada Universidad
Central de Madrid (hoy la Complutense), 1929-1934
Si mi memoria
no me es infiel (ya que mis papeles personales quedaron aventados
o destruidos por la tremenda irrupción de la "guerra
civil"), ingresé en dicha Facultad en el curso 1929-1930,
coincidiendo con la caída de la Dictadura del General Primo
de Rivera y el comienzo de la periodísticamente denominada
"Dictablanda" del General Dámaso Berenguer.
Como en aquel momento yo era todavía Secretario General de
la Confederación de Estudiantes Católicos, es explicable
que muy pronto me ejercitara en el diálogo con mis condiscípulos,
nada fácil por el patente antagonismo entre las cuatro asociaciones
en que se agrupaban: los de mi Confederación (digamos los
católicos de la línea eclesial); los tradicionalistas
(de la AET); los laicos, en esencia republicanos (de la FUE); y,
pronto, los falangistas (del SEU). Sin entrar en detalles, mi empeño
y el de mis compañeros se centró en lograr, por lo
menos, un clima de tolerancia o de respeto recíproco y eliminación
de los actos de violencia, siguiendo el ejemplo que nos iban dando
los Profesores de la Facultad, muy distantes ideológicamente
unos de otros y, sin embargo, concertados en mantener un clima de
concentración científica, en sus respectivas disciplinas
y de convivencia pacífica en la actuación de cada
día.
Recuerdo, y me duele, el enfrentamiento a que me vi obligado, con
algunos militantes del S.E.U., tras el asalto frustrado, pero ofensivo
a la Casa del Estudiante, en la Calle Mayor, cerca de la Puerta
del Sol, perteneciente a la Asociación Madrileña de
la Confederación. Era mi deber intervenir y, tras conversaciones
con los dirigentes del ataque, ensayé un diálogo pacificador
con Manuel Valdés, de quien dependía el S.E.U., con
respuesta satisfactoria. Más difícil me resultó
ascender en ese empeño de diálogo, como es explicable,
con los Catedráticos, salvo en el ámbito de sus respectivas
disciplinas; pero me alegra dejar constancia de que aprendí
de ellos comprensión y estímulo, tanto de los más
afines ideológicamente como de los más distantes.
Entre los primeros, Eloy Montero, de Derecho Canónico; Román
Riaza, de Historia del Derecho; José Gascón y Marín,
de Derecho Administrativo; Beceña, de Procesal; Nicolás
Pérez Serrano, en Derecho Político; Joaquín
Garriges y Díaz -Cañavate, de Mercantil; Antonio Luna,
Fernando Castiella y Pedro Cortina, de Internacional Público;
y José Yangüas Messia, de Internacional Privado.
Entre los segundos -lo que me pareció al principio más
problemático-, mis contactos con Julián Besteiro (en
Lógica); el Prof. Pérez Bueno, con "sus garantías
jurídicas de la vida"; Luis Recasens Siches, en Filosofía
del Derecho; Fernando de los Ríos, en un cursillo especial,
e, incluso, Luis Jiménez de Asúa, en Derecho Penal.
Escribo "incluso", pues con él viví una
experiencia muy singular y para mí reconfortante. Realizado
el examen escrito en su asignatura, dejé en blanco una pregunta
y, con toda razón, me suspendió provisionalmente,
pero me brindó la posibilidad de someterme a un examen oral
ante un tribunal, por él presidido, con dos de sus colaboradores.
Confieso que puse mi mayor empeño durante unos días
y a lo largo de una hora, más o menos, al concluir la prueba,
sobre las más complejas cuestiones, Don Luis noblemente (sabiendo
que yo era el Secretario General de la Confederación de Estudiantes
Católicos) me felicitó efusivamente y me dijo que
le hubiera gustado concederme el "sobresaliente", pero
que no podía hacerlo por las reglas que tenían establecidas
para esas pruebas complementarias, y me concedió un "notable",
que de verdad le agradecí.
Ciertamente no tendría justificación anotar este incidente,
si no fuera porque unos tres años después, en octubre
de 1936, cuando mis dos hermanos y yo, estábamos presos en
la llamada Cárcel Modelo, bajo el riesgo de fusilamiento
en Paracuellos, acudió a verme el Prof. Luis Rufilanchas,
Ayudante de Jiménez Asúa y me ofreció realizar
gestiones para nuestra liberación. Estoy convencido de que
esa intervención suya y otra de Julián Besteiro, a
ruego de mi madre, contribuyeron a que el entonces Ministro de la
Gobernación, Don Ángel Galarza, cuando efectivamente
mis hermanos y yo íbamos a ser sacrificados en los primeros
días de Noviembre, nos hizo salir de la prisión con
Agentes de Seguridad de su confianza, quienes nos llevaron ante
él y personalmente nos dio un salvoconducto, merced al cual
pudimos acceder a la Legación de Panamá, en busca
de asilo y luego de extradición.
Mi teorema ulterior -años después- sobre la conexión
entre Derecho y diálogo, tiene, sin duda, conexión
con lo que aprendí (¡todavía menor de edad!),
en aquella espléndida y plural Facultad de Derecho.
2- En la Facultad de Filosofía
y Letras, de la Misma Universidad (1934-1936)
Por si esa
experiencia en Derecho fuera poca, la verdad es que mi vocación
de profundizar en los problemas del ser humano en sí mismo,
y en el entramado social, me impulsó (fallecido mi padre,
en junio de 1934, y alcanzada mi mayoría de edad), a matricularme
en la Facultad de Filosofía y Letras, ya radicada en el campus
de la Ciudad Universitaria y todavía preservada de la lucha
fratricida. Con su Decano, el muy ilustre Catedrático de
Ética, Prof. Don Manuel García Morente, ensayé
-sin duda prematura e inexpertamente-, en mi condición entonces
de Presidente de la Federación de Estudiantes Católicos,
en esa Facultad, un diálogo de mediación, para lograr
que se frenasen, desde el Decanato, los enfren-tamientos -a veces,
al borde de la agresión física-, entre los estudiantes
católicos y los de la F.U.E.; pero mi inexperta petición
irritó, dentro de los límites académicos, al
gran maestro, quien me orientó a una asunción de responsabilidad
colectiva. (¡Qué figuras tan distintas, ambas explicables,
la del Decano de 1934 y la de Don Manuel, sacerdote ejemplar y sembrador
de valores de concordia y de paz tras las crueldades de la "guerra
civil"!).
De algún modo, como compensación, llevo dentro mis
diálogos -no con Don José Ortega y Gasset, pues en
aquel curso de 1934-1935 no me correspondía acudir a su Cátedra,
aunque sí adentrarme en la lectura de sus valiosísimas
publicaciones-, sino con Xavier Zubiri, todavía, con traje
sacerdotal, pero ya en trance -canónicamente correcto- de
cambiar de estado. De él recibí un mensaje de vivificante
amplitud espiritual, pronto reflejada en las áureas páginas
de su Naturaleza, Historia y Dios. Todavía ese año
y, más aún, el siguiente, por un largo viaje suyo
a Alemania, si mi memoria no me falla, en busca de nuevas dimensiones
científicas y filosóficas para su reflexión
personal, nuestro diálogo, quedó en los apuntes y
en la lectura de aquel libro, pero fue la raíz de muy directas
y hondas conversaciones, varios años después, antes
y después del ofrecimiento que le hice, como Ministro de
Educación Nacional, de que aceptara la reintegración
a su cátedra (como lo hice con su esposa Carmen Castro),
y aunque por razones que siempre respeté, ese ofrecimiento
no prosperó, se mantuvo entre nosotros una amistad entrañable.
Y diálogos también, más o menos directos, en
aquel ámbito excepcional, con maestros de la calidad de José
Gaos, Gallegos Rocafull, Minguijón y Gil Fagoaga, y García-Hugues
y Millares Carló, ambos en lenguas clásicas, por no
citar más que aquellos que regentaban las cátedras
a las que me tocó asistir.
Infelizmente, esa experiencia quedó abruptamente rota por
la irrupción del Movimiento Nacional y la "guerra civil",
el 18 de Julio de 1936. Pero lo vivido en aquella verdaderamente
excepcional Facultad de Filosofía y Letras me llevó
a completar mi teorema de que el Derecho es diálogo, pero,
además, diálogo para la libertad, la justicia y la
solidaridad, en suma, para la plenitud de la dignidad de la persona
humana.
3- De nuevo y coyunturalmente, en
la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense (1939-1943)
Concluida
la "guerra civil" (incivil, más bien), hube de
afrontar el reto de asumir, simultáneamente, aunque ese no
era mi deseo, la actuación profesional como Abogado (sucediendo
así a mi inolvidable padre, y necesaria para atender al sostenimiento
de una familia ya numerosa), y mi incorporación a la Universidad,
para seguir los cursos del Doctorado, presentar la tesis reglamentaria
y concurrir después a las primeras oposiciones que se convocaron
para cátedras de Filosofía del Derecho, que era mi
vocación prevalente.
Reanudada así mi actividad universitaria, persistí
en ese empeño con la mejor voluntad posible, durante unos
tres años, en la órbita de la Cátedra de Derecho
Natural y Filosofía del Derecho, regentada generosamente
por el Prof. Mariano Puigdollers, actuando como ayudante y luego
como auxiliar suyo hasta que celebradas las oposiciones para cubrir
vacantes de esas disciplinas en Sevilla y en Murcia, opté
por la primera de ellas, ya que, por razones obvias de vinculación
afectiva a Andalucía, me atrajo decisivamente esa oportunidad.
Durante esos tres años junto al Prof. Puigdollers, asimilé
de sus valiosos conocimientos, principalmente sobre la Historia
de la Filosofía y del Derecho, en la tradición helénica,
romana y cristiana, y su comprensión y estímulo para
sus alumnos y sus colaboradores, sin discriminación alguna.
Con él dialogué sobre el valor permanente de esa tradición
y, al mismo tiempo, sobre el cambio de las circunstancias en España
y en el mundo. Acepté así su clásica concepción
innaturalista sobre el fundamento y el desarrollo de las normas
jurídicas y de la Justicia, pero sin que ello me encerrara
en un rigorismo neo-escolástico y me impidiera mantener abiertas
las ventanas a las tendencias modernas y contemporáneas,
armonizables con aquellos valores esenciales. Ese espíritu
se reflejó, de alguna medida, en mi tesis doctoral, luego
desarrollada, sobre la Concepción institucional del Derecho;
mi opúsculo para las oposiciones Derecho y vida humana, y
mi Introducción a la Filosofía jurídica (aunque
ésta menos satisfactoria -lo confieso- para mis criterios
actuales).
Justo es dejar constancia de que esa conjugación de los últimos
fundamentos del Derecho y la Justicia, con la concreta aplicación
y la vigencia efectiva (la coactividad) de las normas del Derecho
positivo, la fui percibiendo cada vez más clara, merced al
diálogo con maestros en Ciencia jurídico-positiva
de la talla de Joaquín Díaz-Cañavate, en Derecho
Mercantil; Mariano Aguilar Navarro y Antonio Luna, Yangüas
Messía, en Derecho Internacional; Jaime Guasp, en Derecho
Procesal; y Carlos Ollero, en Derecho Político, por no citar
más que algunos de los que más me impresionaron, no
sólo por su saber, sino también, y primordialmente,
por su compresión y su sensibilidad, cada uno con sus creencias
y su estilo.
4- En la Universidad Hispalense (1943-1946)
Con ese bagaje
en la mente y en el corazón, me incorporé a la Facultad
de Derecho de la Universidad de Sevilla, haciéndome cargo
de la cátedra de Derecho Natural y Filosofía del Derecho.
Allí percibí una más transparente pluralidad
ideológica de docentes e, incluso, de escolares, tal vez
por la mayor distancia de los órganos del Poder central,
y por haber producido una mella menos profunda la dura e injusta
depuración de profesores, practicada por el nuevo Régimen,
al comienzo de su instauración y en los años inmediatamente
siguientes.
Lo cierto es que allí encontré a personas tan valiosas
y de tan nítido talante liberal como Ramón Carande,
en Economía y Hacienda; Juan Manzano, en Historia del Derecho;
Pelmaeker, en Derecho Romano; Villavicencio, en Civil; y Manuel
Jiménez Fernández, en Derecho Canónico, todos
ellos amparados de algún modo, por el ecuánime Decano
y catedrático de Derecho del Trabajo, Carlos García
Oviedo. El diálogo con ellos me resultó fundamental
para superar el trauma que me habían producido las experiencias
sufridas en la Cárcel Modelo y otros lugares previos de detención,
y, luego, en los campos bélicos.
Recuerdo, en especial, el contacto con Jiménez Fernández,
a quien no había conocido en directo hasta ese momento, pero
a quien admiré durante la 2da. República, por su leal
aceptación de aquel régimen, sin mengua de su inequívoco
talante democrático y cristiano, y su esfuerzo, aunque resultase
fallido, en pro de la reforma social agraria y la convivencia pacífica.
Sobre ello dialogamos, en creciente clima de amistad, hasta que
habiéndome llegado el generoso requerimiento de mi fraternal
amigo Alberto Martón-Artajo, recién nombrado (1945)
Ministro de Asuntos Exteriores, para que aceptase ser el primer
Director del Instituto de Cultura Hispánica (sobre los restos
del certeramente disuelto Consejo de la Hispanidad), caí
en la tentación de aceptar (pasando, en comisión de
servicio, a la nueva Facultad de Ciencias Políticas, en Madrid),
a lo que siguió, poco tiempo después (1948), mi nombramiento
por el Jefe del Estado como Embajador de España cerca de
la Santa Sede. Esas decisiones irritaron lógicamente a Jiménez
Fernández, quien en rotunda carta, me reprochó (y
también al Ministro) ese paso que estimó gravemente
erróneo por significar apoyo al régimen autocrático
y de reprobables consecuencias. Confieso que no acerté a
darle entonces una respuesta explicativa y tuvieron que transcurrir
más de diez años (1957 ó 1958), hasta que se
produjo nuestra reconciliación, cuando nos reencontramos
en la Universidad de Salamanca, tras mi abrupta salida del Régimen
político imperante. Esa penosa experiencia de un diálogo
roto, por unilateral -aunque legítima- decisión de
uno de los interlocutores, me fue acompañando a lo largo
de un decenio y, a la postre, me resultó saludable.
En conjunto, las vivencias de la maravillosa capital de Andalucía,
me confirmaron que el Derecho, al garantizar el diálogo en
libertad, es cauce para la superación de las discordancias
y vía para la paz.
5- En la universidad de Salamanca
(1956-1960)
Tras el azaroso,
y a veces doliente itinerario político, al margen de la Universidad,
primero como Embajador ante la Santa Sede (que me facilitó
diálogos inolvidables desde 1948 a 1951 en la cumbre de la
Iglesia, objeto de otro capítulo); y luego, como Ministro
de Educación Nacional, desde 1951, donde quebraron varios,
no todos los diálogos que suscité (lo que me obliga
a cumplir en plenitud mi compromiso con Francisco Tomás y
Valiente, también en otro capítulo), se produjo la
abrupta ruptura de mi quehacer en aquel sistema político,
y me facilitó el retorno al ámbito universitario,
del que nunca debí salir.
Más de una vez, al tiempo que perdonaba a mis adversarios
y pedía perdón por mis errores y otros tropiezos,
he confesado que los cuatro años largos (¡y tan cortos!),
en la Universidad Salmanticense, la de Francisco de Vitoria, Fray
Luis de León y Miguel de Unamuno (con quien tuve la suerte
de dialogar en vivo unos minutos en 1934), fueron decisivos para
mi profundo cambio, no de mis creencias religiosas básicas,
pero sí de la manera de vivirlas, como también en
mi enfoque de la Filosofía del Derecho, para enrai-zarla
en el terreno sustancial de los derechos humanos fundamentales y
de la organización democrática de los poderes públicos,
participación activa de todos los ciudadanos, respeto a propios
y a extraños, y conjugación de la libertad, la igualdad
y la solidaridad de todos los concurrentes en la vida colectiva.
Para ello me resultó necesario no sólo revisar en
hondura mis conocimientos y mis experiencias vitales, sino, también,
intensificar el diálogo con los alumnos, ya de una generación
que no participó directamente en la contienda bélica,
aunque la sufrieron en sus familias, y que nos interpelaban a todos
los contendientes por no haber sabido evitar el choque sangriento,
al tiempo que nos exigían la apertura de caminos hacia una
España más libre y más justa. Entre esos alumnos,
valiosos en su conjunto, me impresionaron especialmente Elías
Díaz y Jesús Díez Orallo, ambos con Matrícula
de Honor, bien ganada, y que pronto pasaron a ser ayudantes en mi
Cátedra, como elogios y agradecimientos también me
merecieron, y perduran, Fernando Ledesma, Fernando Díez Moreno,
Manuel Campos Almendro, Pedro Murga y otros muchos que colaboraron
desinteresada y eficazmente en nuestras tareas y con quienes dialogué
en el ámbito de la Cátedra y en aquel hogar inolvidable
que fue el Colegio Mayor Fray Luis de León, regido con tanta
destreza, vigor y humanidad por el Catedrático de Historia
del Derecho, y pronto amigo entrañable, Ignacio de la Concha.
Sería injusto no evocar el encuentro, de arranque problemático,
con Raúl Morodo, alumno predilecto de Enrique Tierno Galván,
y gradualmente transformado en amable dialogante, hasta culminar
en generosa amistad, que felizmente subsiste.
Si ese fue el clima de diálogo en contacto con los alumnos,
mucho me confortó, también el de los colegas en la
docencia, por encima de diferencias ideológicas, cada vez
más perceptibles, pese a los obstáculos del Régimen
político. No olvidaré nunca el diálogo con
Catedráticos, Profesores adjuntos y ayudantes, tan distintos
y tan apreciables como el Rector, Antonio Tovar, en la cúspide;
Esteban Madruga, Decano de la Facultad de Derecho; Francisco Hernández
Tejero, en Derecho Romano; Ignacio de la Concha, en Historia del
Derecho; Lamberto Echevarría, en Derecho Canónico;
Pablo Lucas Verdú, en Político; José Beltrán
de Heredia, en Civil; José Antonio García Trevijano,
en Administrativo; José Antón Oneca, en Penal; Aurelio
Menéndez, en Mercantil; Enrique Tierno Galván, en
Político. Casi todos se nos fueron para siempre, pero quedan
vivos en mi memoria. Debo, especialmente, una mención entrañable
a Enrique Tierno Galván, porque merced al esfuerzo de comprensión
recíproca y de diálogo sin veladuras, sobre el duro
pasado, el difícil presente y el incitante futuro, logramos
pasar de una patente animadversión, por no decir hostilidad,
a una estimulante cooperación; él, desde su marxismo
doctrinal, nunca tergiversado, y su agnosticismo religioso, pero
con delicado respeto al creyente, y yo desde mi fe cristiana y mi
ya firme voluntad de acción democrática, hasta lograr
una sincera sintonía en nuestras perspectivas, y, más
aún, una cordial amistad, que no se quebró y que perdura
más allá de su fallecimiento, ya en plena situación
democrática. Me importa dar este testimonio, frente a ciertas
interpretaciones post-mortem, injustas y rechazables, y agradecerle
su gesto, casi póstumo, de que -como signo de nuestra reconciliación.-
me pidiera que fuese yo, y no alguno de sus muy valiosos colaboradores,
dentro de su partido político, quien presentara, en acto
público, su incitante libro Cabos sueltos.
Por si fuera poco, también en aquel ámbito reconfortante
de Salamanca se produjo mi reconciliación con Manuel Jiménez
Fernández, con motivo de su conferencia sobre Fray Bartolomé
de las Casas, en el Aula Magna de la Facultad, suscitadora de lógica
expectación y no pocos recelos "oficiales", por
sus contactos operativos, dentro y fuera de España, con las
demás fuerzas políticas y sindicales de carácter
democrático. Lo cierto es que tuvo un resonante éxito
y aquella noche, el admirable amigo común, Ignacio de la
Concha, nos invitó a una cena, en intimidad los tres y, tras
un diálogo clarificador, sellamos con un fuerte abrazo la
reconciliación y el compromiso de un avance conjunto hacia
el futuro, Infelizmente, pocos años después, en 1969,
al fallecer Don Manuel, ya próxima la llegada de la Primavera
democrática, sus albaceas políticos, me sedujeron
para que aceptase sucederle en la Presidencia de Izquierda Democrática,
que integrada en el Equipo de la Democracia Cristiana, naufragó,
como es notorio, en las principales elecciones, ya constituyentes,
de junio de 1977.
En todo caso, lo cierto es que a la Universidad de Salamanca, fecunda
Alma Mater, a sus alumnos y a sus profesores, les debo muy honda
gratitud, por la maravillosa aventura que me hicieron vivir. De
ella nacieron, pocos años después (1963), Cuadernos
para el diálogo e, incluso, el concierto de criterios y voluntades,
que contribuyó, a través de Coordinación Democrática
y del diálogo con determinados dirigentes de las Cortes Orgánicas
del Movimiento Nacional a la instauración de un nuevo régimen
político en nuestra conturbada España.
6- Etapa universitaria final, de
nuevo, en la Complutense (1960-1983)
Aunque lo
sensato, por muchas razones, hubiese sido permanecer en Salamanca
hasta la jubilación, leyendo y dialogando, para sosiego del
espíritu y, tal vez, mejor servicio a la Ciencia y a la Filosofía
del Derecho, la realidad es que otras razones, no menos poderosas,
me llevaron a presentarme a nueva oposición al quedar vacante
en Madrid, una cátedra de mi disciplina.
La obtuve, por generosidad de mis posibles contrincantes, que se
abstuvieron de concurrir, y por la equidad de un cualificado Tribunal,
a quien, de nuevo, rindo agradecimiento.
Ya en esa nueva fase de mi vida universitaria se me brindó
la oportunidad, por parte de profesores y alumnos, de comprobar
la evolución de la sociedad civil de España, pues
sin que hubieran cambiado genuinamente las estructuras institucionales
del régimen político, ni el cercenamiento de libertades
básicas, la realidad es que se iba sintiendo, entre sobresaltos,
un aire distinto. En el estamento docente seguían activos
muchos de etapas anteriores, algunos de ellos reacios al cambio,
pero otra parte de ellos abiertos a la realidad, como Mariano Aguilar
Navarro, en Derecho Internacional; Juan Antonio Arias Bonet, en
Civil; Manuel Broseta, en Mercantil; Íñigo Cavero
y Torcuato Fernández.Miranda, en Político; y José
Mª Gil Robles Gil-Delgado y Fernando Carrillo Falla, en Administrativo,
y, sobre todo, Joaquín Garrigues Díaz-Cañavate,
en Mercantil; Antonio Hernández Gil, en Civil; Manuel Jiménez
de Parga, en Político; Salvador Lissarrague, en Filosofía
del Derecho; Pablo Lucas Verdú, en Político; Juan
Antonio Ortega Díaz-Ambrona, en Derecho Natural y Filosofía
del Derecho; Juan del Rosal, en Penal; Luis Sánchez-Agesta,
en Político; Ramón Tamames, en Económico; Alfonso
Viada, en Procesal; y Manuel Alonso García, en Derecho del
Trabajo; por no citar más que aquellos con quienes principalmente
hablé.
Sin embargo, mi mayor estímulo para proseguir en el empeño
de Cuadernos para el Diálogo, recién fundado (en 1963),
con el espíritu de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II,
y los contactos con las fuerzas democráticas, de varios signos,
para superar el desgarro de la "guerra civil" y de sus
consecuencias, lograr la reconciliación y labrar juntos la
apertura de una vida de paz hacia el horizonte, lo recibí
de un admirable sector de alumnos (en las sucesivas promociones
de 1960 a 1975), que, más allá de sus creencias y
de sus incipientes (filiaciones políticas) desde carlistas,
cristiano-demócratas y monárquicos-liberales, (hasta
socialistas, e, incluso, comunistas) compartían aquel vivo
anhelo y aquella ilusionada esperanza.
Permítaseme citar sólo a los que tuve más cerca,
aunque sus ideologías fueran muy diversas, a Gregorio Peces-Barba.
Leopoldo Torres, Virgilio Zapatero, Liborio Hierro, Manuel de la
Rocha, Tomás de la Quadra Salcedo, Alfonso Ruiz Miguel, Eusebio
Fernández, Francisco Laporta, Francisco Javier Ansuá-tegui,
Antonio Martín Serrano, Carlos Ollero Jr. Jacobo Etxeberría-Torre,
Javier Rupérez, Oscar Alzaga, Agustín de Asís...,
y varios más. Muchos de ellos han sido luego relevantes protagonistas
en el proceso de la transición democrática, nueva
savia para antiguos partidos políticos renacientes; miembros
destacados de las Cortes que elaboraron la Constitución,
punto culminante de la fundamental empresa histórica, o Magistrados,
Jueces, y Fiscales muy notorios.
No cito todos los nombres, porque felizmente casi todos viven y
varios de ellos concurren a este acto, pero en mi memoria cordial
están todos y a todos declaro que los diálogos que
tuvimos en el ámbito universitario y después, siguen
siendo lo mejor de mi ya larga vida.
-oOo-
II.
DIÁLOGO CON ÉSTA, MI NUEVA UNIVERSIDAD, EN PERSPECTIVA
DEL INMEDIATO FUTURO
1- Cumplido,
aunque insuficientemente todavía, mi compromiso con mi mujer
y con Francisco Tomás y Valiente, de ir entregando capítulo
tras capítulo los Diálogos de una vida, no puedo desaprovechar
la oportunidad de proponer a ésta, mi nueva y ya querida
nueva Universidad, una misión que estimo fundamental, la
de investigar a fondo el fenómeno que se ha dado en llamar
genéricamente Globalización y con prevalencia Globalización
de la Economóa, con todas sus consecuencias para los derechos
humanos fundamentales y las exigencias, de la justicia y de la solidaridad
humana. Algo similar hice, sólo que desde un ángulo
más reducido, en la Universidad Carlos III, cuando saldada
una parte de mi deuda con tan esencial institución a lo largo
de mi vida, expuse mi profunda inquietud -fruto en gran parte, de
tres experiencias primordiales, la de Defensor del Pueblo, la de
Presidente de la Comisión Internacional de Juristas (de Ginebra),
y la actual UNICEF-, sobre la grave insuficiencia de genuina universalidad
y coactividad efectiva de la mayoría de las normas jurídicas
protectoras de los derechos humanos fundamentales. Tras un sucinto
resumen de las carencias de ese orden, palpadas en la Defensoría
del Pueblo, dentro de nuestra Nación, y confirmadas, en vivo
y no meramente a través de estadísticas, en visitas
al terreno, sobre todo, en Ibero-américa y en Africa, concluí
insistiendo en la urgente e indispensable constitución de
un Tribunal Penal Internacional, de carácter permanente e
independiente, superando la experiencia, en gran parte valiosa,
pero incompleta, de los Tribunales ad hoc, como los ya actuantes
para enjuiciar -y sancionar- los tremendos quebrantos de derechos
humanos fundamentales, durante los conflictos de Ruanda y la antigua
Yugoslavia.
Felizmente, el decisivo esfuerzo de la Conferencia Diplomática
de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas, celebrada en Roma,
como es sabido, durante los meses de junio y julio de 1998, culminó
en la aprobación el día 17 de Julio, por amplia mayoría
(120 votos a favor, 7 en contra, y 21 abstenciones) del Estatuto
de esa Corte (o Tribunal) Penal Internacional, con amplias facultades,
aunque no sin ciertos cercenamientos, para que fuera posible, ese
paso fundamental, ciertamente histórico. Felicitación
merecen quienes lo hicieron viable, y, concretamente, la Delegación
española, encabezada y tenaz e inteli-gentamente impulsada
por el Embajador Juan Antonio Yáñez, con la activa
participación de ilustres representantes de los organismos
más directamente afectados. Abierto sigue el nada sencillo
camino de las ratificaciones, lento en exceso y que cada vez urge
más acelerar, hasta conseguir la presentación del
sexagésimo instrumento de ratificación, en Naciones
Unidas, antes del 31 de diciembre del año en curso, para
que entre en vigor. Hagamos votos para que el Estado español
dé ese paso con urgencia, pues será símbolo
de un espíritu democrático en plenitud.
2. Estimulados
por ese antecedente, quienes ya integramos esta juvenil Alma Mater,
sea cual sea la fecha de nuestra incorporación a ella y de
nuestro DNI, debemos asumir el reto de contribuir a un análisis
en hondura del referido fenómeno de la Globalización
y, sobre todo, de sus efectos para la promoción de los derechos
humanos fundamentales y su tutela efectiva.
Es patente que si por Globalización se entendiera la universalización
del alcance de las normas jurídicas forjadas a lo largo del
siglo que ahora concluye, por las Naciones Unidas, desde la Declaración
Universal de 1948 hasta la Convención de los derechos del
niño (de las niñas y niños del mundo) de 1989,
pasando por los Pactos Internacionales de 1966, y la espléndida
serie de Declaraciones y Convenios, sobre sectores específicos
de la población mundial, nada habría que objetar a
tal empeño, pues entrañaría el definitivo cumplimiento
del proceso, tan certeramente definido por el eminente Prof. Norberto
Bobrio, preclaro maestro de muchos de nosotros.
3. En contraste
con esa esperanza, surge y crece una muy legítima inquietud,
ante el imperialista esfuerzo por conseguir la Globalización
de la Economía, calificada de Nueva, pero nutrida de los
factores intelectuales y operativos del más radical liberalismo
paleo-capitalista, por más que se disfrace de neo-liberalismo.
Legítimas voces de alarma se han hecho oír, por parte
de científicos nada reaccionarios y de distintas creencias,
además de tumultos multitudinarios (en Seattle, en Washington
y en otros foros), que legítimamente, en lo sustancial, claman
contra la imposición de un "modelo", de organización
económica, del "libre mercado", en todas las regiones
del mundo, sin que ello pueda representar simultáneamente
la instauración de un auténtico Orden Socio-Económico
Internacional, basado en valores de justicia y de solidaridad, sin
discriminaciones ni marginaciones ó exclusiones.
No tengo competencia científica para entrar en detalles y
proponer remedios, pero estimo que esta Universidad, ésta
y todas ellas, tienen la misión -como diría nuestro
maestro Ortega- no sólo de formar profesionales competentes
en las diversas disciplinas, sino también de contribuir a
la construcción de una sociedad realmente, más libre,
más igualitaria, más justa, más humana .
4. Lo están
reclamando pensadores tan ilustres como el Premio Nobel de Economía
1998, Prof. Amartya Sen, quien a la luz de su lema Nulla economia
sine Ethica, viene insistiendo reiteradamente en que cualquier desarrollo
verdadero exige un proceso de expansión, real y en plenitud,
de todas las libertades y derechos humanos, sin exclusión
precisamente de los más pobres.
Y opiniones más matizadas, pero concurrentes en el fondo,
han expresado, incluso, dirigentes de Organismos internacionales,
competentes en esa materia, como Enrique Iglesias (Presidente del
Banco Inter-Americano para el desarrollo, el IDB), y Michel Camdessus,
hasta hace poco Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
(IMF)
Con análogo espíritu, el Movimiento Internacional
Pax Romana para asuntos intelectuales y culturales (ICMICA), que
decenios atrás tuve el honor de presidir, ha venido celebrando,
desde 1997 a 1999, importantes Coloquios en Asís, en Tanzania
y recientemente en Washington, sobre ese magno problema y sus efectos
de toda índole.
En sustancia, se reconoce que esa Globalización de la Economía,
tiene aspectos positivos en lo que concierne a la creación
de redes mundiales de comunicación y de transporte, que facilitan
la transmisión de datos, técnicas y recursos materiales,
a escala universal, a niveles locales, lo que, teóricamente,
contribuiría a unificar la familia humana y erradicar la
pobreza. Pero, la realidad muestra el aspecto negativo de que ese
fenómeno de globalización económica, está
impulsando la aceleración de las desigualdades entre las
Naciones y entre las diversas clases sociales, tanto en los países
pobres como, también, en los ricos. Un dato lacerante fue
el expresado en el Informe de desarrollo humano de las Naciones
Unidas (el Human Development Report, 1999), sobre el escándalo
de que los ingresos de sólo tres países, de las más
ricos del mundo, sobrepasan el Producto Interior Bruto de 48 países
menos desarrollados.
Así lo han corroborado, las otras Agencias humanitarias de
Naciones Unidas, (principalmente, la UNESCO, para todo cuanto concierne
a la Educación y a la Cultura; la OIT, para los derechos
de los trabajadores, y el Fondo para la infancia y la juventud,
UNICEF, para el conjunto de los derechos fundamentales de los menores,
a la luz de la Convención de 1989; y, concordantemente los
Sínodos episcopales de África, Asia, Oceanía,
América y Europa, celebrados durante los últimos años.
En el fondo, ya habían marcado análogas exigencias
las Conferencias Internacionales de los años precedentes:
la dedicada a los problemas del medio ambiente y desarrollo en Río
de Janeiro, en 1992; la consagrada al conjunto de los derechos humanos,
en Viena, 1993; la cumbre Mundial para el Desarrollo Social, en
Copenhague, 1995; la IVª Conferencia Mundial sobre la situación
de las mujeres, en Beijing, 1995, y, muy recientemente, el Foro
Mundial de la Educación, organizado por Naciones Unidas y
celebrado en Dakar, a fines de Abril del año en curso: En
suma, lo que se propugna, más allá de la Globalización
de una nueva Economía, es la Globalización de la justicia
social y de la solidaridad entre todas las Naciones y todas las
clases sociales, difícil y duro reto, pero necesariamente
afrontable.
5. Permítaseme,
en consecuencia, que por razones obvias, dedique mi última
reflexión a la Globalización de los derechos de las
mujeres y de las niñas y niños, y jóvenes,
de todos los países del mundo.
Es sintomático, que la Cumbre Iberoamericana de Jefes de
Estado y de Gobierno de todas las Naciones integradas en esa ya
histórica organización -las de cultura hispánica,
cultura lusitana y culturas indígenas de América central
y meridional-, ya oficialmente convocada para tener lugar en Panamá,
en el mes de noviembre del año en curso, haya elegido como
uno de sus temas centrales, precisamente, el de la situación
de la infancia y la juventud, en esa vasta y densa región
del mundo, incluidas Portugal y España.
Innecesario es insistir en la importancia que ese acontecimiento
debe tener, no sólo para el Gobierno, sino también
para las Universidades de nuestro país, con conciencia de
que el futuro de Iberoamérica, fundamental para España
y, también para Europa, está inexorablemente ligado
al desarrollo, plenamente humano de la infancia y la juventud de
sus respectivos pueblos.
Por si fuera poco, se perfila también en el horizonte (noviembre
del 2001), la celebración de otra cumbre, no regional sino
mundial, ésta de Jefes de Estado y de Gobierno, para analizar
esa misma realidad, hacer balance de los progresos y de los fracasos
detectados desde la análoga Cumbre Mundial de 1990, con su
solemne Declaración de principios y su sugestivo Plan de
Acción, sólo parcialmente cumplido; y adoptar, en
consonancia, decisiones imperativas, de la máxima efectividad
posible.
Con clara conciencia de que no se puede perder ese tren -tren de
la Globalización de la justicia y de la solidaridad mundial-,
el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) acaba
de dedicar la Reunión Mundial de sus Comités Nacionales,
en Ankara (10 a 12 de Abril del 2000), al análisis de la
situación presente de todos los países del mundo,
y a diseñar una Movilización Global en favor de la
infancia (The Global Movement for Children), trazando las líneas
maestras de ese magno empeño, tanto en los aspectos tecnológicos
de la Comunicación Global, cuanto en las dimensiones financieras,
y los programas primordiales en materia de salud y de educación
para todos. La documentación elaborada y debatida en esas
dos intensas jornadas que gustosamente se harán llegar al
Instituto UAM-CEU de "Necesidades y Derechos de la Infancia
y la Adolescencia" (de esta Universidad) puede servir de arranque,
para un Informe en que especialistas de las diversas materias, profundicen
hasta la raíz de los problemas que la Globalización
genere en cuanto concierne a todos los derechos fundamentales, no
sólo los de carácter civil y político -las
libertades-, sino también, y muy sustancialmente, a los de
índole económica, social y cultural, lato sensu, de
la infancia y la juventud.
Nos anima a ello el excelente resultado que ha tenido el Informe
elaborado por el Instituto, sobre la violencia en los centros escolares,
realizado por encargo del Defensor del Pueblo y del Comité
Español del UNICEF, para su presentación a Las Cortes,
que lo habían solicitado. Si, según el viejo refrán,
"para una muestra basta un botón", late en esa
experiencia una valiosa expectativa de lo que puede ser la propugnada
investigación del Instituto sobre el reto de la Globalización.
-oOo-
Satis est!. Gracias, de nuevo, respetado y querido Sr. Rector; gracias
al Claustro, gracias a todos los presentes, por cuanto les debo.
Más y mejor hubiera deseado corresponder al honor que me
hacen, y contribuir a lo que esta Universidad, en conjunto y en
sus Facultades e Institutos, viene realizando, día a día,
con tangible fruto. Pero doy lo que me queda en este tramo final;
profunda inquietud por los quebrantos que sufren en el mundo millones
de seres humanos, cuyos derechos fundamentales son quebrantados
sin reacción suficiente de los poderes públicos, ni
de las respectivas sociedades civiles, ni de la Comunidad Internacional,
y al mismo tiempo, inagotable esperanza de que la Globalización
de la justicia y de la solidaridad, contribuya a forzar un mundo
más justo y en paz.
Déjeseme concluir (¡es impenitente debilidad mía!)
con el clamor de dos profetas, tan distantes y tan distintos, y
sin embargo, tan hondamente concordantes:
Uno, del Antiguo Testamento, Isaías (capítulo 65),
cuando anuncia: "Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una
tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá
pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua
por lo que voy a crear, mirad, voy a transformar a Jerusalén
en alegría y a su población en gozo. ya no habrá
allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus
años, pues será joven el que muera a los cien años".
Otro, del irreductible Don Miguel de Unamuno, profeta también
de un mundo más humano, en su Salmo de libertad universal:
"¡Liberta-los,
Señor. Mira, Señor, que mi alma jamás ha de
ser libre mientras quede algo esclavo en el mundo que hiciste!"
¡Globalicemos,
colegas y amigos, esa esperanza!
Joaquín Ruiz-Giménez Cortés
Mayo de 2000
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