Cuando
el fecundo poeta matancero José Jacinto Milanés,
expresó en una de sus inolvidables obras:
Yo no sé como hay cabeza
desinteresada y fría
que no ame al rayar el día
la hermosa naturaleza
se refería sin duda alguna a ese matinal momento en el
que el rostro del horizonte se sonroja con la llegada de las primeras
luces del alba, que cual áureas espadas esgrimidas por
certeras manos, cercenan con destreza las últimas penumbras
de la noche.
Así,
en incesante cotidianidad reaparece cada día sobre nuestros
mares, montañas y llanos ese inefable fenómeno conocido
como alborada, para exponerse con todo su esplendor en la sublime
galería de nuestra naturaleza.
Son precisamente
esos los horarios predilectos del artista plástico Ramón
Díaz Triana, para, pincel en mano, tratar de trasladar
al lienzo los versos ocultos en la perspectiva y colorido de la
hermosa campiña pinareña.
Alguien
dijo una vez que la poesía era pintura hablada y la pintura
era poesía muda. Esto Díaz Triana lo conoce muy
bien porque, en el fondo, él también es un poeta
en su concepción más alta.
Su multifacético espíritu creador no se limita solamente
a recorrer con ojos escudriñadores los campos de Vueltabajo
para plasmar en cada cuadro suyo ese fragmento de la realidad,
sino que dotó a sus manos de arte y paciencia para moldear,
utilizando palustre, cincel y martillo, complejas figuras escultóricas.
Invitado
a una de sus ya cuantiosas exposiciones, me detuve ante una de
sus obras admirado por lo que consideraba una perfecta armonía
entre reproducción y paisaje. Confieso mi desconocimiento
sobre este tema pero aquella pintura me llamó poderosamente
la atención y al preguntarle a que zona de la provincia
pertenecía, me respondió que a ninguna. Todo no
era más que un producto de su imaginación. Esto
sólo es posible cuando el arte forma parte de nuestra propia
naturaleza.
Díaz Triana mostró desde la infancia su vocación
por las Artes Plásticas y convertido en discípulo
predilecto de Clemente Carreño, otro maestro del pincel,
heredó de éste la decisión y perseverancia
que debe poseer todo el que aspira a la universalidad de su obra.
El Mogote
de Guachinango, Laguna de Piedra, El Framboyán, La Tormenta
y El Aguacate, forman parte de una exposición personal
realizada con éxito en la Casa Alejandro de Humboldt del
5 al 30 del pasado octubre del 2000.