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enero-febrero. año VII. No. 41. 2001

ÍNDICE

NUESTRA

HISTORIA

  

JUSTO FIGUEROA

UN LAICO

MISIONERO

por Belisario Carlos Pi Lago

 

     

 

Hay hombres que llegan a su final sin conocer cuál fue la verdadera vocación de su vida. A muchos se les imponen dogmas que aceptan como propios y nunca llegan a comprender. A otros, por último, un hecho fortuito los pone en el camino que los habrá de realizar plenamente en aquello para lo cual el Creador los designó. Éste parece haber sido el caso de Justo Figueroa Pérez. En muy poco se diferenciaba, por su aspecto, de un mendigo cualquiera. Sin embargo, algo, no fácil de explicar, hacía comprender de inmediato cuánto de venerable se escondía bajo aquellos harapos. Los chiquillos, tan propensos a la burla y al escarnio con los débiles, lo respetaban al punto de pararlo en plena calle para pedir su bendición. Por más de cuarenta años, su figura llegó a ser tan de La Palma como el mogote Palmé, el Chorrerón, o el campanario de ladrillos desnudos de la iglesia parroquial. Nació el l5 de noviembre de 1903. Su lugar de origen es un punto que queda aún por dilucidar, pues existen varias versiones. Se sabe, de manera fidedigna, que sus primeros años y su educación elemental tuvieron como sede la Casa de Beneficencia, donde fue confiado por sus padres, Eusebio y Sabina, presionados quizás por una insostenible situación económica. En la ya citada Casa de Beneficencia o Casa Cuna, parece hacer sido la hermana conocida por Sor Patiño quien estuvo de manera más directa a cargo del pequeño Justo.


Se conoce de varios viajes que éste hizo a la capital para interesarse por su segunda madre, ya en estado crítico por la vejez. No resulta fácil precisar con exactitud qué motivos lo trajeron precisamente a La Palma, pero sí se puede asegurar que el hecho sucedió en el año 1926. En esta época, La Palma era un pueblo pequeño, pobre y apartado, y sus vías de comunicación con las comarcas vecinas resultaban en extremo limitadas y se encontraban en pésimo estado, fundamentalmente en la temporada de lluvias. Es lógico suponer que se trataba de uno de los tantos pueblos que languidecían en el interior del país, como olvidados del resto del mundo. En lugares así, donde no son frecuentes los hechos capaces de romper la monotonía del paisaje diario, cuanto acontece fuera de lo común queda como una huella indeleble en el recuerdo de todos. La llegada de Justo debió ser uno de estos acontecimientos. Hombre entusiasta, dotado de facilidad de expresión y de una cultura autodidacta que aun hoy estaría por encima de la media de nuestros campos, emprendió una labor humanista y evangelizadora digna de los más grandes misioneros que ha conocido la historia del cristianismo. Según refería el propio Justo, en una ocasión, siendo todavía un adolescente, se encontraba en una estación de trenes de uno de esos pueblos del sur de La Habana, y, tal vez por matar el tedio de la espera, compró un folletico que relataba la vida de Jesucristo. Este pequeño libro haría cambiar por completo el curso de su vida. Al reencontrarse con el Maestro, cuyas enseñanzas había oído como parte rutinaria de su educación elemental, tomó una decisión: imitar y seguir a Nuestro Señor Jesucristo por el resto de sus días, y ésta habría de ser la razón de su existencia, hasta su muerte. En La Palma fundó unas quince ermitas, tanto en el pueblo como en los alrededores (El Sitio, Hoyo Bonito, La Lima, por mencionar algunas.) En éstas no sólo impartía el catecismo, sino que, con sus propios medios e iniciativa, enseñaba a leer y escribir a niños, jóvenes y adultos. Consta que existen decenas de hombres y mujeres cuyo único contacto con el mundo de las letras estuvo en lo que aprendieron con Justo.


Lo más meritorio de esta labor radica en haber sido realizada sin el más escueto vestigio de ambición personal; ni siquiera el reconocimiento de aquellos a quienes ayudaba constituía para él un motivo de preocupación. Tampoco buscaba celebridad. Cuanto hacía era para gloria de Dios. Hacer notoria su persona, le molestaba.
Justo Figueroa escribió obras de teatro para el público palmero, montadas en escena por él mismo. Los actores, personas del pueblo totalmente bisoñas en lo que al arte escénico se refiere. Él, con paciencia, los preparaba para el papel que debían asumir. Las representaciones tenían lugar, por lo general, en la Sociedad de Color. Desgraciadamente, el contenido de las mismas se ha perdido, y sólo quedan fragmentos dispersos en el recuerdo de algunos que fueron testigos o actores. Justo no se preocupó por dejar nada escrito. Tanto sus piezas teatrales como otros trabajos de su inspiración, no tenían para él un fin propiamente literario, sino más bien filantrópico. Con ello pretendía divulgar la cultura y la fe religiosa. Escribía en octosílabos de rima consonante, conociendo que esta forma es muy asequible para el cubano.


Todo lo dicho con anterioridad, debe servir para dar una idea de la inmensa labor social que esta personalidad extraordinaria, vestida de harapos y languideciendo de hambre y calamidades personales, desplegó en la comunidad, siempre con un desinterés por su propia persona que rayaba en la indolencia. Era muy parco en sus costumbres. No comía más que vegetales. Si recibía una pieza de ropa para su uso propio, ésta tenía que estar en pésimas condiciones. No aceptaba limosnas, salvo que las mismas tuvieran como fin el de ayudar a otros.
En cierta oportunidad, se hizo cargo de una viuda llamada Celia y de su hija. Para la manuntención de ambas, se dedicó a hacer carbón. Esto pudiera parecer un hecho trivial, si existiera la más mínima sospecha de que entre Justo y Celia hubiera existido una relación carnal. Tal cosa queda fuera de la imaginación de todos. No cabe la más remota duda sobre el voto de castidad que este mártir se autoimpuso, y la austeridad con que lo cumplió. Ni los calumniadores más irresponsables se atrevieron jamás a insinuar algo que pusiera en evidencia este aspecto de su vida. Puede que no hayan faltado quienes se refirieran a tales cosas empleando un tono de burla, pero nunca de escepticismo. Cuando un hombre cree de corazón en lo que predica, y demuestra que no es un farsante, termina siempre ganando el respeto y la consideración de cuantos le tratan.


El Dr. Ramón Grau San Martín visitó La Palma, su pueblo natal, siendo Presidente de la República. Una de las personas invitadas a hablar, desde la improvisada tribuna, fue Justo Figueroa. Sus palabras fueron de paz y reconciliación, como todo lo que emanaba de su interior. Para él, la libertad, la justicia y la dignidad del hombre, no eran patrimonio de ningún partido (en esto coincidía con Martí), sino dones de Dios, que los hombres, sea cual fuere su credo o asociación política, están obligados a respetar y proteger.


Cuando Justo entendía que había cometido un pecado, se imponía castigos que podían llegar hasta el maltrato físico; dejaba de comer y se azotaba para purgar su falta. Sin embargo, no confesaba. Era un católico militante y convencido, pero nunca estuvo dispuesto a cumplir con este sacramento. Algunos dicen que ello se debía a ciertas discrepancias entre él y el cura párroco José de Mokoroa, de origen vasco, aunque lo cierto es que frente a otros sacerdotes tampoco lo hizo.


En las restantes esferas de actividad de la parroquia, su labor era constante e incansable. Fue fundador y primer organizador de la Asociación de Caballeros Católicos de La Palma, así como un fuerte pilar de la correspondiente Asociación de Damas Católicas. Guiaba rosarios en los portales de las casas, visitaba enfermos y cada una de sus ermitas constituía un centro de permanente actividad. En las mismas se organizaban comidas con lo que cada uno de los participantes podía aportar.


En los primeros años de la década de los sesenta resultó detenido y conducido a la Seguridad del Estado; su constante y versátil actividad se hizo sospechosa a las autoridades. A los pocos días fue puesto en libertad, tras comprobarse que entre la vida de este hombre y las cuestiones políticas no cabía la más mínima relación. En el alma de Justo no había espacio para nada que pudiera traer división entre los hombres. Después de este incidente, su esfera de trabajo se fue reduciendo cada vez más.


Ya entrado en años, y posiblemente presionado por las nuevas circunstancias, decayó su atención a la mayoría de las ermitas. Algunas fueron destruidas de inmediato por vecinos de estos lugares; otras, construcciones rústicas y débiles, no resistieron la erosión del tiempo. En sus últimos años se le vio asistir a la iglesia bautista, alternando con la católica. A aquellos que le preguntaban cómo era posible que él hiciera dejación de su fe, les contestaba que él estaba dondequiera que se hablara de Dios. Algunos años más tarde, Juan Pablo II haría realidad este camino de tolerancia y convivencia.


Justo Figueroa Pérez, conocido en La Palma como Justo el Santero, murió el 3 de febrero de 1977. Pocos años antes de su muerte, aceptó ser llevado a un asilo, aunque expresó como última voluntad ser enterrado en La Palma. Sus restos descansan en el Panteón de la Asociación de Caballeros Católicos, organización para la cual tanto él luchara y de la que fue uno de sus fundadores y primeros pilares.


El epíteto de El Santero encierra literalmente una connotación despectiva, razón por la cual él nunca lo aceptó. No obstante, así se le recuerda en la memoria popular.


Es sabido que el cubano, quizás por parentesco histórico con el pueblo andaluz, es propenso a mostrar en todos sus actos una aparente falta de seriedad que nunca llega a afectar los verdaderos sentimientos internos. Se puede asegurar, entonces, que pocos hombres han gozado en vida, o después de muertos, de un reconocimiento y un respeto más unánimes que Justo Figueroa Pérez.


Su proceso de canonización no llegó a materializarse, por razones que ignora quien escribe estas líneas. Pero, para la conciencia de cada uno de nosotros, Justo fue un santo que transitó por La Palma, y a La Palma pertenece.


La Palma, 23 de diciembre del 2000.

Nota del autor: Este artículo es sólo un acercamiento preliminar a la figura de Justo Figueroa Pérez. Muchas cosas quedan aún por esclarecer, y por decir, con respecto a él, y en su momento, serán dadas a conocer.

 


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