"El Señor
es mi luz y mi salvación
¿a qué he de temer?"
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré; habitar en la casa del Señor,
por los días de mi vida.
1.-Con esta plegaria de confianza y alegría podemos expresar,
con palabras milenarias, cuáles son los sentimientos y las certezas
que nos animan en ésta hora que la Providencia ha elegido para
esta Celebración Eucarística con la que se clausura la
Asamblea abierta 2000 de la CONCUR y se inaugura el Concilio de la Vida
Religiosa en Cuba como parte del mismo evento que la CLAR ha convocado
para toda América Latina y el Caribe.
Aún más providencial me parece ser que, precisamente,
en esta hora de gracia para la vida consagrada en Cuba y en el continente,
podamos celebrar este encuentro de fraternidad y transparencia entre
la Asamblea de la CONCUR y la Asamblea de todos los Obispos cubanos.
Comienzo por decirles que la palabra concilio, usada como es natural
en esta ocasión con un sentido análogo, me gusta y me
hace pensar en aquella otra extraordinaria Asamblea Eclesial que fue
entonces, en sentido estricto, el Concilio Vaticano II. En verdad, es
en el mismo espíritu y con el mismo talante del Concilio que
debe comenzar este proceso de reflexión, contemplación
y compromiso que les llevará, y por qué no, nos interpelará
también al resto de la Iglesia en Cuba, hacia un tiempo del Espíritu
para hacer un discernimiento, una opción y un camino de visitación,
vale decir, de servicio; que se encuentre precisamente con el camino
de incertidumbre, esperanza y pobrezas en que vive nuestro pueblo, sentido
y destinatario de nuestro servicio.
2.-Que ustedes hayan invitado a sus Obispos, a los pastores de este
pueblo, para compartir esta Eucaristía, es signo y proyecto del
carácter eclesial, de comunión y participación,
que debe caracterizar estos eventos del Espíritu. Los Obispos
venimos a compartir, no a impartir, venimos a celebrar, no a escrutar,
pudiéramos incluso participar en la corrección fraterna
de la única comunidad de los seguidores de Cristo, de la que
todos formamos parte con diversos ministerios, pero sobre todo deseamos
escuchar, sentirnos interpelados, fijar los ojos en sus vidas, en sus
sufrimientos compartidos con el resto del pueblo, sus proyectos y alegrías,
pero sobre todo, en su "fidelidad creativa"
Queremos aprender de ustedes, porque aunque los Obispos compartimos
las tristezas y angustias, las alegrías y esperanzas de nuestro
pueblo, del que somos y nos sentimos parte inseparable, en la familia
de los seguidores de Cristo, algunos miembros hacen de antena en la
primera línea del servicio y de rastreo de necesidades y de resonancia
de los anhelos espirituales y materiales del hombre y de la mujer de
nuestro tiempo. Ese servicio nos complementa como cristianos y como
Obispos y no sólo complementa nuestro ministerio y nuestra misión.
3.-En la Iglesia que vamos edificando en Cuba, como en el resto del
mundo, los religiosos y religiosas, si están verdaderamente metidos
en el cotidiano trabajar y sufrir del pueblo, prestan un servicio insustituible
de comunicación profética y sensibilización fraterna
para el resto de la comunidad cristiana. Que la fidelidad sea creativa,
a mi manera de ver, pudiera significar que el consagrado logre integrar
el "tiempo" de la obediencia liberadora al "tiempo"
de la castidad fecunda y a estos, agregue una disponibilidad en la pobreza,
libremente asumida, que siempre enriquece a cuantos la viven y la comparten.
Eso precisamente es "seguir actuando la salvación escrupulosamente"
como quiere y advierte San Pablo en su carta a los Filipenses.
Creo que en Cuba,
vivir esa fidelidad creativa, supone obedecer a la dinámica de
la encarnación, sin escapismos ni medias tintas, en las entrañas
de nuestro pueblo, y cuando digo pueblo me refiero a las personas concretas,
los sectores más excluidos, me refiero también a los que
no saben ni que son pobres, que es la mayor pobreza. Me refiero a los
que son discriminados, manipulados y difamados por causa de la justicia
y también a aquellos que confunden el bien con el mal y la seguridad
con el paternalismo. Me refiero a aquellos que viven sin poner sus pies
en la tierra y aquellos otros que no bajan de su nube alienante y cómoda.
Tanto al interior de nuestras familias y de nuestra sociedad, como al
interior de nuestra propia Iglesia, las invitaciones a vivir en una
encarnación "pasada por agua", pudiera ser una de las
tentaciones más características de esta hora. Aporten
las religiosas y religiosos este servicio de inculturación del
Evangelio, primicia y condición para todo compromiso cristiano.
4.-Ustedes saben bien, que esta dinámica de encarnación
tiene como signo distintivo y como mayor timbre de gloria la vivencia
de la Cruz de Cristo. La proclamación del Evangelio de hoy, en
el que el mismo Jesús nos enseña lo que cuesta seguirlo
con fidelidad y fecundidad, es todo un programa de vida para nosotros.
El Santo Padre, cuyo magisterio en Cuba debemos reflexionar en cada
evento como éste, decía a los jóvenes: "la
felicidad se alcanza desde el sacrificio". Hoy me permito recordar
esta certeza que solo puede nacer de la fe comprometida y adulta.
Si un religioso pasa por la encarnación y el servicio sin sentir
cerca la Cruz, debe preguntarse si su vida consagrada ha perdido el
significado y el anuncio profético que le son inseparables. En
"una vida religiosa que por su fidelidad al Evangelio sea más
significativa para la Iglesia y el mundo de hoy", como dice la
convocatoria para el Concilio "por el camino de Emaús",
no podremos sentir "que arde nuestro corazón" al partir
el pan, si seguimos caminando como si fuéramos los únicos
en Jerusalén que no nos hubiéramos enterado de lo que
le pasó a Jesús en el Calvario.
Otra limitación en este camino de santidad es la que viene cuando
sentimos de cerca la Cruz y nos arde el corazón mientras Jesús
nos explica las Escrituras, y solo lo reconocemos "al partir el
pan" sacramental, pero no tenemos ojos para verlo al partir y compartir
el amargo pan cotidiano de nuestro pueblo, o la vida sencilla y alegre
de los que, como hostias vivas, ven fraccionada su valiosa existencia
por la injusticia y la opresión y no conocen el camino de Emaús.
5.-Tengo la certeza de que el camino de liberación de los cubanos,
del que nos hablaba el Santo Padre en la Homilía de la Plaza
José Martí, pasa por el entronque del testimonio pascual
de las religiosas y los religiosos que viven y sirven en Cuba, como
por el de todos los laicos y laicas que han echado aquí su suerte
con los pobres de la tierra. Miremos a América Latina y el Caribe,
o si desean al África olvidada, y hagámonos una pregunta
con sinceridad y transparencia: ¿qué significa la Cruz
que viven los consagrados y consagradas en medio de esos pueblos? La
respuesta casi coincide con esa larga, interminable lista de los mártires
de este siglo que el Santo Padre ha honrado nada menos que en el Coliseo
romano durante este Año Santo Jubilar.
Y ahora, con la misma honestidad y docilidad al Espíritu, podríamos
preguntarnos: ¿Qué significa la Cruz para las religiosas
y religiosos que viven en Cuba hoy? ¿Cuál es nuestro mayor
temor? ¿De qué nos cuidamos más? ¿Cuáles
son las estrategias de nuestras respectivas comunidades religiosas?
¿Qué priorizamos de verdad, nuestra propia seguridad,
el número de consagrados de nuestra familia, el futuro de la
congregación viviendo "para sí mismos"? ¿Estaríamos
dispuestos a perder algo o toda la seguridad por comprometernos de verdad
con el que sufre la injusticia y vive en la pobreza de ni siquiera saber
que es víctima de ella?
¿Estaríamos
dispuestos a asegurar el futuro de nuestra congregación no tanto
"viviendo para ella" sino entregando la vida "por la
redención de nuestro pueblo"?
En el fondo,
subyace una pregunta más seria y profunda: ¿Qué
creemos que asegura el futuro, vocaciones sin compromiso en un mundo
interno casi artificial o vocaciones que nacen o se proponen a los jóvenes
cubanos como riesgo, audacia apostólica y camino pascual de liberación
y entrega?
De las respuestas
que demos a estas interpelaciones depende, en buena medida, el futuro
de la vida consagrada en Cuba, en toda América y en el mundo,
"como signo profético y escatológico para la Iglesia
y para el mundo de hoy" como dice una de las justificaciones de
la convocatoria al proceso que viviremos en este Concilio de la Vida
Religiosa. (2,7)
No basta con
"saber", con gustar la sabiduría; es necesario sentir
"con los mismos sentimientos que tuvo Cristo"; es necesario
compadecer con su misma misericordia; es necesario redimir con su misma
Cruz, es necesario anunciar proféticamente con su misma vida
hecha "vida nuestra". De modo que de la sabiduría nace
la comunión y de ella el compromiso y la entrega que son, en
sí mismos, un grito profético que ofrece la voz y el testimonio
a cuantos no tienen voz ni vida plena y verdadera. El profetismo es
inherente a la vida religiosa como a toda vida cristiana.
6.-Ustedes irreprochables
y límpidos, hijos de Dios sin tacha, brillan como lumbrares del
mundo, mostrando una razón para vivir, señalando una ruta
pascual de libertad y solidaridad, como signo de lo nuevo que está
naciendo.
En efecto, toda
ruta pascual de libertad y solidaridad es signo de lo "nuevo"
que está naciendo. Como dijimos los Obispos en nuestro Mensaje
Jubilar "todo tránsito comienza con algo que está
muriendo y termina con algo que está naciendo. En el tránsito
se tiene la impresión de vivir entre dos espacios y entre dos
tiempos, entre un pasado que trata de sobrevivir y un futuro que comienza
a afirmarse, pero que todavía no está aquí.
Es como un movimiento
de éxodo... en las etapas de la transición se vive como
"peregrino", sin evidencias o con certezas difíciles...
se tiene que pasar por un umbral, por una puerta que se abre hacia un
mundo nuevo. Este es el significado de la Puerta Santa....caminar hacia
delante, sin un mapa, sin un camino ya trazado de antemano, en búsqueda
de uno nuevo posible" (no.4-7)
Ustedes, religiosas y religiosos son y deben ser también "puertas
santas" que inviten a muchos cubanos a pasar el umbral del miedo
para entrar en el camino de la liberación integral. Ustedes son
y pueden ser, puerta abierta para lo nuevo que va naciendo: ¿Tenemos
ojos para ver lo nuevo? ¿Tenemos coraje para acompañarlo?
¿Tenemos fortaleza para promoverlo?.
7.-Que esta Eucaristía
que celebramos en comunión eclesial y participación fraterna
sea alimento para este camino hacia lo nuevo que nace en Cuba. Que sea
el pan de los fuertes para que podamos tender la mano al que sufre y
el hombro al que lucha por la justicia y la paz.
Que este camino
conciliar de refundación y esperanza no los saque del mundo,
ni los ensimisme en ustedes mismos, sino que sea como Betania, como
Emaús, como el Cenáculo, del que, con María y los
apóstoles, salgamos a anunciarles a los hombres y mujeres de
Cuba que lo nuevo posible ya está aquí entre nosotros
y es también nuestra responsabilidad, compartida con todos los
cubanos porque la Iglesia debe "estimular las iniciativas que puedan
configurar una nueva sociedad". (Mensaje
del Papa a los Obispos cubanos en el primer aniversario de su visita)
Hace unos días
fallecía un anciano Sacerdote, con 64 años de amor y entrega
a Dios y a los hombres de este pueblo y cuando conducíamos su
cadáver al campo santo, alguien de entre la multitud exclamó:
" Ese hombre no está muerto, ese hombre está vivo".
Profunda teología pascual.
No tengamos miedo,
pues sabemos que la última palabra será de la Vida.
Habana 8 de noviembre
2000