INSTANTE DE
LA CONCEPCIÓN: EL ESPERMATOZOIDE PENETRA EL ÓVULO
DÍA
8 (SEMANA 1): SE PRODUCE LA IMPLANTACIÓN
DÍA
42 (SEMANA 6): SE COMPLETA EL ESQUELETO Y APARECEN LOS REFLEJOS.
YA ES POSIBLE REGISTRAR SUS ONDAS CEREBRALES EN UN ELECTROENCEFALOGRAMA
(10 SEMANAS)
SU FORMACIÓN ES COMPLETA
DÍAS
71-90 (SEMANAS 11Y 12): SE DESPIERTA CUANDO SU MADRE SE DESPIERTA.
DUERME CUANDO ELLA DUERME. ESTÁ TRANQUILO CUANDO ELLA ESTÁ
SERENA
CUMPLE 266
DÍAS (9 MESES): SALE DEL SENO MATERNO Y CONTINÚA
SU DESARROLLO
NOTAS
1 Cf Credo Niceno-constantinopolitano.
2 Cf Juan 1,14.
3 Lucas 1,35.
4 Cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
Dominus Iesus 12-15, 6 de agosto de 2000.
5 Cf Colosenses 1,15-16.
6 "Apprenez que l'homme passe infinitment l'homme",
BLAS PASCAL, Pensées.
7 ROMANO GUARDINI, Ética, lecciones en la Universidad
de Munich, c 11, 2, BAC, Madrid 1999, p 715.
8 Cf Génesis 1,28-30; 9,7.
9 JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Jubileo
de los enfermos y de los agentes sanitarios, Roma, 11 de
febrero de 2000.
10 Cf Mateo 26,39.
11 Cf Mateo 16,24; Marcos 8,34; Lucas 9,23.
12 SAN AGUSTÍN, Sermón sobre los pastores,
Sermón 46,10-11.
13 JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del
Jubileo de los enfermos y de los agentes sanitarios, Roma,
11 de febrero de 2000.
14 "Pues la predicación de la cruz es una necedad
para los que se pierden; mas para los que se salvan -para
nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré
la sabiduría de los sabios, e inutilizaré
la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde
el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció
Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo
mediante su propia sabiduría no conoció a
Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a
los creyentes mediante la necedad de la predicación.
Así, mientras los judíos piden señales
y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos
a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo
judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría
de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que
la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina,
más fuerte que la fuerza de los hombres" (1
Corintios 1,18-25).
15 1 Corintios 2,14.
16 Proverbios 3,12.
17 1 Corintios 11,30-32.
18 Miqueas 7,9.
19 Juan 5,14.
20 BASILIO IL GRANDE, Regole lunghe, 55,1-5.
21 Colosenses 1, 24.
22 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvifici Doloris
31, 11 de febrero de 1984.
23 Cf Salvifici Doloris 23.
24 Uno de los malhechores colgados le insultaba: "¿No
eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti
y a nosotros!" Pero el otro le respondió diciendo:
"¿Es que no temes a Dios, tú que sufres
la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos
lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste
nada malo ha hecho". Y decía: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino".
Jesús le dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso" (Lucas 23,39-43).
25 JUAN PABLO II, Homilía durante la clausura de
la XV Jornada Mundial de la Juventud, Tor Vergata, Roma,
20 de agosto de 2000, 5.
26 Cf Salvifici Doloris 27.
27 Cf Mateo 20,28; Marcos 10,45.
28 SANTA CATALINA DE SIENA, Il dialogo della Divina provvidenza,
13: ed. G. Cavallini (Roma 1995) p. 43.
29 Génesis 3,19.
30 Cf Lucas 10,30-34.
31 Cf 2 Reyes 20,7.
32 BASILIO IL GRANDE, Regole lunghe, 55,1-5
33 "La creación, en efecto, fue sometida a la
vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la
sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre
de la corrupción para participar en la gloriosa libertad
de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos
las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos
en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo"
(Carta de San Pablo a los Romanos 8,20-23).
34 Cf Lucas 1,38.
35 Cf Juan 19,25.
36 Cf Juan 19,28.
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1.
INTRODUCCIÓN
Eminentísimos
señores cardenales,
excelentísimos señores obispos...
En este año
jubilar, la Iglesia entera celebra los dos mil años desde
la Encarnación del Verbo de Dios. Es un momento históricamente
muy significativo en el que nuestra mente y nuestro corazón
buscan penetrar el misterio de la encarnación del Verbo,
una verdad de fe que todavía nos parece difícil de
aceptar con nuestra pobre inteligencia humana. Goethe, el polifacético
ilustrado alemán, reconocía que "la suprema dicha
del ser racional consiste en investigar todo lo investigable y venerar
silenciosamente lo ininvestigable". En el misterio de la Encarnación
de Cristo se unen los dos elementos, lo investigable y lo ininvestigable,
la ciencia y el misterio.
2. LA MEDICINA A LA LUZ DEL MISTERIO
DE LA ENCARNACIÓN
Tenemos que
hacer violencia a nuestra mente para descubrir en el misterio del
desarrollo de un embrión humano al Verbo de Dios que se hace
hombre. Apenas hoy, 2000 años después del nacimiento
de Cristo, estamos en condiciones de describir todas las etapas
del proceso del desarrollo del embrión, pero seguimos echando
mano de la fe para comprender que el Dios que da la vida, el Creador,
el Señor de todas las cosas, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, el Verbo de la misma naturaleza del Padre1, estuvo presente
en todas y cada una de las fases del desarrollo embrionario. Ese
y sólo ese es el significado profundo de la frase evangélica:
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"2.
Hace dos mil años, un óvulo fue fecundado prodigiosamente
por la acción sobrenatural de Dios. ¡Qué hermosa
expresión: "El Espíritu Santo vendrá sobre
ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios"3!. Así, de esa maravillosa unión,
resultó un zigoto con una dotación cromosómica
propia. Pero en ese zigoto estaba el Verbo de Dios. En ese zigoto
se encontraba la salvación de los hombres.
Unos siete días después, se produjo el adosamiento
del blastocito en la mucosa del endometrio y Dios se redujo a la
nada que es un embrión humano. Pero ese embrión era
el Hijo de Dios y en Él estaba la salvación de los
hombres.
Ese huevo alecítico se fue desarrollando paulatinamente y,
a medida que progresaba la segmentación del huevo, iniciaron
su diferenciación y crecimiento los esbozos de tejidos, órganos
y aparatos embrionarios. Y ese huevo alecítico era el Hijo
de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, y en Él estaba
la salvación de los hombres, de todos los hombres, de cada
ser humano4.
Y, todavía en el primer mes del embarazo, cuando el feto
medía ya de 0,8 a 1,5 centímetros, el corazón
de Dios comenzó a latir con la fuerza del corazón
de María, y comenzó a utilizar el cordón umbilical
para alimentarse de su Madre, la Virgen Inmaculada. El Verbo de
Dios era absolutamente dependiente de un ser humano, pero poseía
una total autonomía genética. Todavía tendrían
que trascurrir nueve meses en los que el Verbo de Dios flotó
en el líquido amniótico, dentro de la placenta que
le protegía del frío y del calor y le daba alimento
y oxígeno, antes de nacer en Belén y ver el primer
rostro humano, seguramente el de su Madre, con unos ojos recién
abiertos.
Así fue como Jesucristo, llegó a ser el primogénito
de toda criatura5, el nuevo Adán de la nueva creación.
El Hijo de Dios redimió la creación desde la obra
más maravillosa de ella, el ser humano. La redención
del hombre comenzó desde un estado embrionario. Por eso,
el médico católico debe pasar por esta lente para
comprender su misión: el Hijo de Dios fue un zigoto, un embrión
y un feto, antes de juguetear por las calles de Nazaret, predicar
en las orillas del mar de Galilea, o morir crucificado en las afueras
de Jerusalén. El Hijo de Dios asumió completamente
y, sin rebajas, la vocación de ser hombre.
3. MEDICINA Y CREACIÓN
La ciencia
en el siglo XX ha cumplido grandes adelantos. Ha logrado individuar
prácticamente todo el código genético humano,
ha roto el misterio del origen de la vida y ha penetrado profundamente
en el proceso de la concepción. Sin embargo, tiene todavía
una asignatura pendiente: el estudio del hombre en cuanto hombre,
en toda su hondura. No el hombre como biología, ni el hombre
como psicología, sino la esencia humana, el hombre en su
profundidad: sus ideales, sus miedos más inconfesables, sus
motivaciones, sus preguntas y sus respuestas, sus convicciones,
su afectividad, su capacidad de superación, sus decepciones,
su amor y su dolor. Se puede decir que la ciencia se queda a las
puertas del espíritu humano como ante un campo extraño
en el que es imposible penetrar. Pero hay una persuasión
en el científico que se acerca con honradez al estudio del
hombre: no todo termina en la genética, ni en la psicología,
ni en la psiquiatría. Hay un espíritu que supera biología,
física, química y matemáticas, que llama la
atención, el mismo espíritu que hace posible toda
investigación.
El hombre es una unidad psicosomática, soma y psijé.
Desde el estado embrionario encierra un misterio y una dignidad
especial, la del ser espiritual. Y la medicina no se puede olvidar
de esto. Hoy, cuando vemos a seres humanos vivos usados como material
de laboratorio o desechados en la forma de embriones congelados,
cuando vemos a enfermos terminales aislados en salas equipadas con
los últimos adelantos de la técnica, pero abandonados
del afecto y la cercanía de los suyos, viene a la mente una
pregunta: ¿no se está olvidando la ciencia de lo más
profundo del hombre y no está simplemente despreciando aquello
que se escapa de su campo de estudio?
El misterio del hombre es el misterio de un ser que es ciudadano
de dos mundos. ¿Animal? sí. ¿Biológico?
sí. Pero dotado de un espíritu inasible, insondable.
Hijo de Dios, hermano de Jesucristo. Un ser que es social por naturaleza
y que necesita de la presencia humana de los suyos para no sentirse
extraño en su medio ambiente. Criatura imperfecta que sufre
el dolor, pero criatura redimida por Cristo. Las Unidades de Cuidados
Intensivos donde tantos pacientes se debaten entre la vida y la
muerte, han sido ocupadas por la técnica, y sea bienvenida,
dejando fuera la presencia confortadora de la familia o el solícito
apoyo espiritual del sacerdote. La técnica parece haber vencido
sobre las consideraciones espirituales del ser humano, cuando realmente
es necesaria la complementariedad: ¿técnica? sí;
pero sin olvidar esa dimensión íntima del espíritu
humano que se sigue escapando de las manos de la ciencia médica:
"Sabed que el ser humano sobrepasa infinitamente al ser humano"6.
¡Qué trágico ha de ser para un pediatra ver
que de sus manos expertas, se escapa la vida del hijo!.
Frecuentemente da la impresión de que en el enfermo no se
ve a una persona humana, sino a un individuo biológico; algo
muy explicable dada la tecnificación del tratamiento médico,
pero algo que no responde a la naturaleza humana del enfermo, persona
que sufre, porque "el enfermo quiere sentir que la enfermedad
es comprendida como un acontecimiento vital, y la sanación
como un acto que ayuda a la vida, no como la mera reparación
del defecto de una máquina. Pero a su vez, esto resulta imposible
sin una determinada actitud ética, es decir, sin el profundo
respeto a la vida y sin la correspondiente simpatía hacia
ella. Acentuar todo esto no es sentimentalismo, antes al contrario,
pertenece a la esencia de la actitud sanitaria"7.
El hombre debe ejercer el dominio de la creación que Dios
le ha encomendado8, pero el dominio de la creación comienza
por el dominio de sí mismo. El médico es seguramente
alguien que vive con más claridad esta lucha por dominar
la creación en la esfera de la vida y ponerla al servicio
del hombre. Desde la investigación o las curas, él
está luchando por captar en su profundidad los comportamientos
de la naturaleza y orientarlos hacia el bien del ser humano, hacia
la conservación de la vida. Pero no debe olvidar que esto
lo debe hacer a partir de sí mismo, de las moléculas
de su propio ser, desde sus propios dolores y ansiedades, desde
sus temores y sus deseos de amar y ser amado, desde su vida y, sobre
todo, desde su espíritu. El médico ve en sí
mismo al hombre que atiende, experimenta en sí mismo lo que
experimentan sus enfermos, y de ahí debe nacer una compasión
y una cercanía humana muy especial con el que sufre, con
el que recurre a él.
4. LA MEDICINA A LA LUZ DEL MISTERIO
DEL DOLOR
Esta reflexión
nos introduce en un misterio más al que se enfrenta la medicina
en este fin de siglo: el misterio del dolor. El hombre de este siglo
XX está enemistado con el dolor. Lo quiere erradicar a toda
costa de su vida, pero ha comenzado a darse cuenta de que es imposible.
El hedonismo nos ha llevado a buscar la salud perfecta, la eterna
juventud, la plenitud de fuerzas prolongada el mayor tiempo posible.
Y en medio de ese proyecto, la aparición de la enfermedad,
del dolor, de la desolación, se convierte en algo amargo,
inaceptable. ¿Dónde queda esa pretensión de
perfección cuando el ser humano se encuentra ante enfermedades
todavía incurables, como el SIDA? ¿Dónde queda
la técnica cuando no tenemos a mano la píldora del
remedio inmediato? ¿Dónde se sitúa la ciencia
ante la ineludible realidad de la muerte? ¿Por qué
el genio humano no ha podido todavía arrojar de su vida el
lastre de la cruz?
La vida humana está llena de cruces que no nos podemos sacudir,
miles de cruces que nos tocan de lejos o de cerca. Hay muchos dolores
humanos que no encuentran remedio médico. Ante este problema,
¿qué actitud se puede tomar? ¿la del masoquista
que se complace en el dolor? No, la del ser humano redimido por
Cristo que ve en el dolor un camino de amor, la de Cristo ante la
cruz. "El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del
hombre en la tierra. Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad,
porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también
saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra
puerta"9.
Jesús no era un masoquista, pero amó el dolor que
rechazaba10. Ahí está la base de la aceptación
del dolor. Ahí está su enseñanza: "El
que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame"11. Para ir en pos de Cristo
hay que negarse a sí mismo y tomar esta cruz. "Los cristianos
tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar
los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice:
Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará
el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él.
Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él
a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas,
a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz.
Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has
sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo"12.
"Desde hace dos mil años, desde el día de la
pasión, la cruz brilla como suprema manifestación
del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su
vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se
transforma en fuente de esperanza y salvación"13. El
signo de los discípulos de Cristo es esta aceptación
generosa del sufrimiento, algo absurdo para el hombre de hoy y de
siempre, una necedad14, quizás porque, como dice San Pablo,
"el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu
de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues
sólo espiritualmente pueden ser juzgadas"15. Y volvemos
a la realidad del espíritu del hombre, algo que supera el
alcance de la ciencia.
San Basilio señalaba que: "A menudo, sin embargo, las
enfermedades son castigos por los pecados, enviadas para nuestra
conversión. El Señor, está escrito, castiga
al que ama16. Y más aún: "Por eso hay entre vosotros
muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos. Si nos
juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados.
Mas, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para
que no seamos condenados con el mundo"17. Por ello, si nos
encontramos en condiciones similares, habiendo reconocido nuestras
culpas y abandonado el uso de la medicina, debemos soportar en silencio
esas penas, de acuerdo a aquél que dice: "La cólera
de Yahveh soportaré, ya que he pecado contra él"18;
y debemos también enmendarnos, hasta comer los dignos frutos
de la penitencia, recordando de nuevo al Señor que dice:
"Mira, estás curado; no peques más, para que
no te suceda algo peor"19"20. La enfermedad es, también,
entonces, camino de conversión.
Su Santidad Juan Pablo II es un maestro del significado del dolor,
que nos ha enseñado a encontrar el sentido de este misterio
que atenaza al hombre. Él es un Papa muy cercano al sufrimiento
humano. Se identifica fácilmente con el dolor de los enfermos,
comparte la desgracia ajena, se interesa por todo aquello en lo
que el hombre aparece agredido física o espiritualmente.
Todavía recuerdo, por ejemplo, el momento en que en una visita
apostólica a Brasil, un niño de las favelas rompió
el cordón de seguridad y se acercó al Santo Padre
para pedirle una limosna. El Papa se quitó su anillo y se
lo dio. Detrás de este gesto se descubre el corazón
de un hombre compasivo cercano al dolor ajeno.
Viendo a Juan Pablo II se puede afirmar aquella frase de San Pablo:
"Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo,
en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia"21. Precisamente,
con este pensamiento comienza el Papa su carta apostólica
Salvifici Doloris. En ella recoge sus profundas reflexiones sobre
el sentido del sufrimiento humano unido a la cruz de Jesucristo.
El sufrimiento, según el profundo pensamiento del Papa Juan
Pablo II, es "verdaderamente sobrenatural y a la vez humano.
Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención
del mundo, y es también profundamente humano, porque en él,
el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su
propia dignidad y su propia misión"22. El dolor es el
momento profundo en que el ser humano se encuentra consigo mismo.
Los que han trabajado en la pastoral de la salud saben la verdad
tan dramática que se encuentra detrás de esta afirmación.
El dolor es un momento en que el hombre se presenta cara a cara
ante sí mismo, sin tapujos, sin atenuaciones, sin falseamientos.
El Papa ha dicho también que el dolor es una prueba23, una
prueba que evidencia el amor, que hace presente el amor de Dios
en el mundo. El sufrimiento humano es muchas veces una expresión
de amor. El dolor por el ser querido que ya no está junto
a nosotros es un modo nuevo de expresarle nuestro amor. El mismo
amor que antes se evidenciaba en caricias o abrazos, ahora se hace
dolor por la ausencia.
Amor y dolor forman un binomio que va estrechamente unido en nuestra
fe cristiana. Amor y dolor son realidades que se implican, que viven
estrechamente unidas en la imaginería cristiana que llena
nuestras iglesias, nuestro templos, y en lo más profundo
del corazón de los cristianos. Amor hecho dolor y dolor siempre
vivido en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo. El dolor sin
amor sólo engendra amargura y desesperación, rebeldía
y desesperanza. El amor sin dolor es frágil, superficial,
incompleto, antojadizo. La cultura en la que vivimos inmersos promete
la felicidad en esta vida y se presenta como al alcance de la mano,
algo fácil de construir sin demasiado esfuerzo, pero los
seres humanos sabemos por experiencia que la felicidad en el amor
requiere de la donación personal sacrificada. El dolor puede
ser un camino hacia el amor y al amor auténtico y completo
sólo se llega por el dolor de la abnegación personal
de sí mismo en favor del otro.
El dolor es también un camino de esperanza gracias a la Resurrección
de Jesucristo. Eso es lo que refleja el rostro de la Piedad de Miguel
Ángel: hay un dolor por su Hijo muerto y, al mismo tiempo,
una serena esperanza confiada en que no todo acaba ahí. Hay
un después. El dolor no es el fin de la existencia humana,
sino un paso, una Pascua hacia la salvación. El dolor es
salvífico.
El dolor vivido con sentido de eternidad es un signo de esperanza
para el mundo de hoy. Igual que el "Buen Ladrón"
del Evangelio se conmueve y se convierte al contemplar el sufrimiento
de Jesucristo24, así, la respuesta cristiana ante el sufrimiento
humano es seguramente uno de los más grandes signos de credibilidad
del Evangelio. Aceptar el dolor y servir al que sufre son los grandes
mensajes del cristianismo actual a un mundo insolidario que muchas
veces desprecia al que sufre. El dolor vivido en el sacrificio por
el otro es el signo del discípulo de Cristo: "Celebrar
la Eucaristía comiendo su carne y bebiendo su sangre significa
aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa
estar dispuestos a sacrificarse por los demás, como hizo
Él"25. El Papa Juan Pablo II ve su sufrimiento como
un servicio a la Iglesia. Sufrir es servir, dice en la Carta Apostólica
Salvifici Doloris26. Es completar el sacrificio de Jesucristo en
favor de la Iglesia. El Papa ve su sufrimiento como un modo de vivir
su identidad de "Siervo de los siervos de Dios". Un hombre
que tiene como vocación el no vivir para sí mismo,
sino para los demás.
5. LA MEDICINA A LA LUZ DEL MISTERIO
DEL AMOR
Este último
pensamiento nos introduce en la clave de bóveda de la profesión
médica, de hoy y de siempre: el amor por el hombre. La medicina
no es una ciencia teórica que simplemente enuncia leyes y
teorías siguiendo el método empírico-teórico.
Es algo más, es una ciencia puesta al servicio del hombre
en lo más valioso que tiene, en la vida, porque es la base
de los demás dones. La medicina es una ciencia que se hace
servicio y el servicio es la palabra más exacta para definir
la actitud de Cristo hacia el hombre durante su vida entre nosotros:
servir y dar su vida en rescate por muchos27. El médico,
la enfermera, el agente sanitario, también es alguien que
sirve y da su vida por muchos hombres. Desde sus estudios, el médico,
la enfermera, el agente sanitario, ponen su vida al servicio de
los demás en el sacrificio de sí mismos. ¡Cuántos
desvelos por el enfermo, cuántas horas de entrega, cuántas
privaciones, cuántos sacrificios hechos por amor en la atención
al prójimo que sufre!.
La medicina es amor que pone remedio al dolor. Es misericordia,
acercamiento amoroso al enfermo, que es visto como prójimo
que sufre. Es técnica que estudia para remediar el dolor.
Es ciencia que se aproxima al ser humano, pecador, pero hijo amadísimo
de Dios. La medicina es una disciplina que descubre en el hombre
su elevada dignidad y se dirige a Dios como referencia última
de esa dignidad que sobrepasa los límites de su conocimiento:
"¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de
que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente,
nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste
a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella.
Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu
Bien eterno"28. El enfermo no es sólo el objeto de estudio
de la medicina, sino el prójimo al que se sirve con la entrega
generosa de la propia vida y con la admiración de quien sabe
que se encuentra ante un ser que encierra una dignidad y un misterio:
la dignidad de hijo de Dios y el misterio de la inhabitación
trinitaria.
En este sentido, la ciencia médica es un don de Dios que
permite al hombre redimir uno de los efectos más visibles
que el pecado ha dejado en su naturaleza: la enfermedad. San Basilio
lo explicaba con un lenguaje que nos resulta muy elocuente en su
sencillez:
"En efecto, cuando nuestro cuerpo yace enfermo, abatido por
las enfermedades o por molestias de diversa naturaleza, ya sea por
causas externas, o internas, por causa de los alimentos ingeridos
y sufre ora por el exceso, ora por la carencia, entonces Dios, moderador
de nuestra existencia nos ha concedido el don de la ciencia médica,
gracias a la cual se redimensiona lo superfluo y se acrecienta lo
que se encuentra en proporciones muy reducidas. De hecho, del mismo
modo que, si nos encontrásemos en el Paraíso, no tendríamos
de ningún modo necesidad ni de conocer ni de practicar la
agricultura, de la misma manera, si fuésemos inmunes a las
enfermedades, como antes de la caída, no haría falta
la ayuda de ninguna medicina para curarnos. Sin embargo, después
de haber sido expulsados de aquel lugar y después de haber
oído: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan"29,
habiendo gastado muchos esfuerzos para cultivar la tierra, hemos
inventado el arte de la agricultura para mitigar los dañinos
efectos de la maldición divina, mientras Dios mismo favorecía
en nosotros la inteligencia y el conocimiento de aquel arte. Pues
bien, del mismo modo, dado que nos ha sido ordenado volver a la
misma tierra de la cual habíamos sido formados y estamos
ligados a nuestra dolorosa carne, destinada a la muerte a causa
del pecado y sujeta por ello a las enfermedades, se nos ha ofrecido
también la ayuda de la medicina, para que en ciertas ocasiones
y en cierta medida, los enfermos pudieran curarse.
Así, no es casual que hayan germinado en la tierra las plantas
destinadas a curar cada enfermedad; es más, han sido suscitadas
por la voluntad del Creador, para que atenuasen nuestros males.
Precisamente, por este motivo, aquella eficacia curativa natural
escondida en las raíces, en las flores, en las hojas, en
los frutos, en los jugos así como todo aquello que los metales
o el mar tienen de terapéutico, en nada se diferencia de
los elementos análogos descubiertos en los alimentos o en
las bebidas. (...) Los cristianos deben preocuparse de servirse
de la medicina, cuando sea necesario, en tal modo que no atribuyan
a ella todas las causas de su buena o mala salud, sino de usar los
medios que ella nos ofrece para dar gloria a Dios...
De todas formas, y ciertamente no por el hecho de que algunos utilicen
neciamente la medicina, tenemos que renunciar a su utilidad. En
efecto, no porque ciertos intemperantes, practicando el arte de
la cocina o de la repostería o de la moda, abusan en la concepción
de cosas voluptuosas, sobrepasando los límites de la necesidad;
por esto todas las artes deben ser rechazadas por nosotros...
Se nos da el beneficio de la buena salud, ya sea por medio del vino
mezclado con aceite30, como en el caso de aquél que se encontró
con los ladrones, ya sea por medio de los higos, como en Ezequías31"32.
El médico y el agente sanitario colaboran en la lucha contra
los efectos del pecado, última causa de la enfermedad. Los
médicos saben lo que significa ese rescate de nuestro cuerpo33
del que habla San Pablo. Su lucha contra el mal biológico
es un signo del amor de Dios que sigue reconquistando la creación
por medio del hombre. El agente sanitario usa los dones de Dios
para servir a sus hermanos. Si el hombre, todo hombre, puede colaborar
con Dios en su acción salvífica; por la medicina,
lucha contra el desorden que ha dejado el pecado en el mundo. Médicos
y agentes sanitarios, sean signos de este amor de Dios hacia el
hombre. Sean hombres y mujeres que ponen su vida al servicio del
hombre combatiendo el mal y venciéndolo con el bien. Sean
instrumentos de la misericordia de Dios, sean presencia del amor
redentor de Cristo que acoge y cura. No dejen que su vocación
se pierda en un pragmatismo frío y distante que no ve más
allá de unas técnicas y unas leyes naturales. El médico,
el agente sanitario, puede ser un signo del amor de Dios entre los
hombres, sus hermanos, el que pone su corazón en medio de
las miserias humanas. Eso es la misericordia, la debilidad de Dios
y nuestra fortaleza.
6. CONCLUSIÓN
En dos mil
años, el ser humano ha aprendido muchas cosas. Ha establecido
una relación más profunda con la realidad que lo rodea.
Se puede decir que ahora conoce con mayor exactitud el mundo creado,
desde el macrocosmos hasta el microcosmos. Ha descubierto las leyes
que rigen la vida y las causas de la enfermedad, lejos ya de las
antiguas conjeturas sin base científica. En los últimos
siglos ha dado pasos de gigante en la penetración de los
grandes procesos de la vida humana. Precisamente por eso, ahora
que conocemos más al hombre, ahora que la medicina ha penetrado
mejor el secreto de la transmisión de la vida, ahora que
avanzamos en la técnica y en la ciencia médica, avancemos
también en el mayor respeto de este maravilloso don de Dios.
De nada valdría todo el esfuerzo científico si este
no se tradujese en un servicio más completo hacia cada ser
humano en el respeto de su integridad y en la piadosa consideración
de la riqueza espiritual que se nos manifiesta en sus obras y, sin
embargo, se nos escapa de nuestros instrumentos de estudio. Respetemos
al hombre, amemos al hombre, protejamos su misterio, su espiritualidad.
Cerremos estas ideas refiriéndonos a María Santísima,
la Madre que dio su sí generoso para la Encarnación
del Verbo34, y que acompañó en el Calvario a Cristo
herido35, cubierto de llagas, maltratado, con la sed de los moribundos36.
La realidad del Calvario es la que se vive en muchas urgencias.
María acompaña al herido sangrante y amoratado en
una escena que puede llevar consuelo a las salas de urgencias. Está
él, y desde su cruz de herido terminal, mira a su Madre de
la que recibe consuelo. Por eso, los cristianos, cuando nos sentimos
agobiados por el dolor, hemos aprendido de Cristo a buscar refugio
en los brazos de María, como el niño que se encuentra
ante algún peligro y corre al seno de su madre para desahogarse
en llanto. Que Ella, consoladora de los afligidos, auxilio de los
enfermos, nos acompañe en este congreso y nos ayude a investigar
todo lo investigable y a venerar silenciosa y humildemente lo ininvestigable.
Muchas gracias.
Roma, 16
de noviembre del 2000
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