PETICIÓN
DE LOS JEFES DE ESTADO Y POLÍTICOS PARA EL NOMBRAMIENTO
DE TOMÁS MORO COMO PATRONO DE POLÍTICOS
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CIUDAD
DEL VATICANO, 26 OCT 2000 (VIS).-Sigue el texto de la petición
presentada al Santo Padre el 25 de septiembre durante un encuentro
privado con el senador y ex presidente de la República
Italiana Francesco Cossiga y con el senador Hilarión Cardozo,
de Venezuela, pidiéndole que nombre a santo Tomás
Moro patrono de los líderes de gobierno y de los políticos.
La petición está firmada por varios centenares de
jefes de Estado, jefes de gobierno y ministros de numerosos países,
partidos políticos y diferentes personalidades religiosas.
"Beatísimo
Padre:
"La figura del mártir Santo Tomás Moro suscita
desde hace siglos la sincera veneración del pueblo cristiano.
Además, el mundo de la cultura y el de la política
profundizan en los múltiples aspectos de su vida y de su
obra con estudios cada vez más prolijos y con un interés
creciente tanto en el ámbito de los saberes teóricos
como en el de los prácticos. La bibliografía especializada
aumenta constantemente y presenta características muy significativas:
en primer lugar une a autores de diferentes iglesias y comunidades
cristianas (Sir Thomas More figura en el calendario litúrgico
de la Iglesia Anglicana de Inglaterra como "martyr"),
así como de variadas confesiones religiosas, y no faltan
entre ellos los agnósticos, dato que testimonia un interés
verdaderamente universal.
Además, del estudio de esa bibliografía se desprende
una admiración que, más allá de la contribución
de Santo Tomás Moro en los distintos sectores en que actuó
Como humanista, como apologeta, como juez y legislador, como diplomático
o como estadista, se concentra en su figura humana: si la santidad
es siempre de por sí, plenitud también de lo humano,
en el caso de Santo Tomás Moro este hecho es especialmente
tangible.
"Ya el predecesor de Su Santidad en el solio de Pedro, el
Papa Pío XI, en la Bula de Canonización, lo propuso
como modelo de probada integridad de costumbres para todos los
cristianos y lo definió 'laicorum hominum decus et ornamentum'.
Y la creciente atracción que precisamente entre los laicos,
ejerce esta extraordinaria fígura, nos habla de una presencia
que con el paso del tiempo se hace cada vez más viva, más
incisiva, más permanentemente actual.
"Santo Tomás Moro aparece como el modelo ejemplar
de esa unidad de vida en la que Su Santidad ha cifrado la expresión
específica de la santidad para los laicos: 'La unidad de
vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos en
efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria.
Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los
fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana
como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento
de su voluntad, así como también de servicio a los
demás hombres' (Exhort. apost. Christifideles laici, n.
17). En Santo Tomás Moro no hubo señal alguna de
esa fractura entre fe y cultura, entre principios y vida cotidiana,
que el Concilio Vaticano II lamenta "como uno de los más
graves errores de nuestra época" (Const. past. Gaudium
et spes, n. 43).
"En la actividad humanística en la que cultivó
desde el inglés hasta el latín y el griego, así
como desde la filosofía, sobre todo política, hasta
la teología unió el estudio y la piedad, la cultura
y la ascética, la sed de verdad y la búsqueda de
la virtud a través de una lucha interior dura pero alegre.
Como abogado y juez encaminó la interpretación y
la formulación de las leyes (es justamente considerado
uno de los fundadores de la ciencia de la common law inglesa)
a la tutela de una verdadera justicia social y a la construcción
de la paz entre los individuos y las naciones. Más preocupado
por eliminar la violencia en sus causas que por reprimirla, no
separó la promoción apasionada pero prudente del
bien común, de la práctica constante de la caridad:
sus conciudadanos, en efecto lo denominaron "patrono de los
pobres". La dedicación benévola e incondicionada
a la justicia en el respeto de la libertad y de la persona humana
fue el norte de su conducta como magistrado. Sirviendo a cada
hombre, Santo Tomás Moro era consciente de servir a su
Rey es decir, al Estado, pero quería, sobre todo, servir
a Dios.
"Esta tensión hacia Dios permeaba toda su conducta.
Su familia, a la que se afanó por procurar una instrucción
de elevado nivel moral, fue llamada por sus contemporáneos
"academia cristiana". En su faceta de hombre público
demostró ser enemigo absoluto de los favoritismos y de
los privilegios del poder: profesó un ejemplar desprendimiento
de los honores y los cargos y, a la vez, vivió con sencillez
y humildad su condición de altísimo servidor del
Rey.
"Fiel hasta las últimas consecuencias a sus deberes
civiles, se expuso a riesgos extremos por servir a su propio País.
Consiguió ser un perfecto servidor del Estado porque luchó
por ser un perfecto cristiano. 'Dad, pues, al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios' (Mt 22, 21):
Santo Tomás Moro comprendió que estas palabras de
Cristo, que por una parte afirman la relativa autonomía
de lo temporal en relación con lo espiritual, por otra
en cuanto pronunciadas por Dios mismo obligan a la conciencia
del cristiano a proyectar sobre la esfera civil los valores del
Evangelio, rechazando todo compromiso y llegando, si es preciso,
hasta el heroísmo del martirio, de un martirio que él
personalmente afrontó con profunda humildad.
"Su Martirio, dentro de los límites de la prudencia
con que debe ser examinada la historia imperfecta de los hombres,
es la prueba suprema de esta unidad de valores fruto de la asidua
búsqueda de la verdad y de una no menos tenaz lucha interior
a la que Santo Tomás Moro supo condicionar toda su existencia.
Su extraordinario buen humor, su perenne serenidad, la atenta
consideración de las posturas contrarias a la suya y el
sincero perdón de quienes lo condenaban muestran cómo
su coherencia se compaginaba con un profundo respeto de la libertad
de los demás.
"Precisamente la actualidad de esta convergencia de responsabilidad
política y coherencia moral, de esta armonía entre
lo sobrenatural y lo humano, de esta unidad de vida sin residuos,
ha movido a numerosas personalidades públicas de varios
países del mundo a expresar su adhesión al Comité
para la proclamación de Sir Thomas More, Santo y Mártir,
como Patrono de los gobernantes. Entre los firmantes de la presente
instancia hay católicos y no católicos: son hombres
de Estado que ejercen su actividad en circunstancias políticas
y culturales muy heterogéneas, pero que comparten una misma
sensibilidad ante el ejemplo moreano, un ejemplo fecundo que,
por encima del mero arte de gobernar, comprende las virtudes indispensables
del buen gobierno.
"La política nunca fue para él una profesión
interesada, sino un servicio con frecuencia arduo al que se había
preparado concienzudamente no sólo con el estudio de la
historia, las leyes y la cultura de su propio País, sino,
sobre todo, por medio de un paciente examen de la naturaleza humana,
con su grandeza y sus debilidades, y de las condiciones siempre
perfectibles de la vida social. En la política encontró
su cauce un asiduo esfuerzo personal de comprensión. Gracias
a ese esfuerzo pudo mostrar la justa jerarquía de fines
que, en virtud del primado de la Verdad sobre el poder y del Bien
sobre la utilidad, todo gobierno debe perseguir. Orientó
siempre su actuación en la perspectiva de los fines últimos,
esos fines que ningún cambio histórico podrá
nunca anular.
"Ahí reside la fuerza que lo sostuvo cuando hubo de
afrontar el martirio. Fue un mártir de la libertad en el
sentido más moderno del término, porque se opuso
a la pretensión del poder de dominar sobre las conciencias,
tentación perenne trágicamente atestiguada por la
historia del siglo XX de sistemas políticos que no reconocen
nada por encima de ellos. Fiel a las instituciones de su pueblo
Ecclesia anglicana libera sit, rezaba la Magna Carta y atento
a las lecciones de la historia, que le mostraban que el primado
de Pedro constituye una garantía de libertad para las Iglesias
particulares, Santo Tomás Moro dio la vida por defender
una Iglesia libre del dominio del Estado. A la vez estaba defendiendo
también la libertad y el primado de la conciencia del ciudadano
frente al poder civil.
"Fue mártir de la libertad porque fue mártir
de la primacía de la conciencia, una primacía que,
sólidamente enraizada en la búsqueda de la verdad,
nos hace plenamente responsables de nuestras decisiones y, por
tanto, libres de todo vínculo que no sea el propio del
ser creado, esto es, el vínculo que nos une a Dios. Su
Santidad nos ha recordado que la conciencia moral rectamente entendida
es "testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran
la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma"
(Enc. Veritatis splendor, n. 58). Nos parece que esa es la lección
fundamental de Santo Tomás Moro a los hombres de Gobierno:
la lección de la huida del éxito y el consenso fáciles,
cuando ponen en entredicho la fidelidad a los principios irrenunciables,
de los que dependen la dignidad del hombre y la justicia del orden
civil. Y nos parece una lección altamente inspiradora para
todos los que, en el umbral del nuevo Milenio, se sienten llamados
a conjurar las insidias disimuladas pero recurrentes de nuevas
tiranías.
"Por eso, seguros de actuar por el bien de la sociedad futura
y confiando en que nuestra súplica encontrará benévola
acogida en Su Santidad, pedimos que Sir Tomás Moro, Santo
y Mártir, fiel servidor del Rey, pero sobre todo de Dios,
sea proclamado 'Patrono de los Hombres de Gobierno'".
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BIOGRAFÍA
DE SANTO TOMAS MORO
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Ciudad
del Vaticano, 31 oct 2000 (VIS).- La biografía de Santo
Tomás Moro que ofrecemos a continuación, se ha publicado
con motivo del Motu Propio del Santo Padre por el que declara
a Santo Tomás Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.
Tomás
Moro nació en el corazón de Londres el 7 de febrero
de 1478 y fue decapitado, también en la capital inglesa,
el 6 de julio de 1535.
Terminados sus estudios en Oxford y en los Inns of Court de Londres,
se dedicó con éxito a la abogacía y se convirtió
sucesivamente en miembro del Parlamento y en juez de reconocido
prestigio. Desempeñó varios cargos al servicio de
su país, pero no permitió nunca que la actividad
pública lo alejase de la atención de su familia
y de su compromiso como intelectual de primer orden en el panorama
del humanismo europeo. A los 41 años comenzó a trabajar
al servicio directo del Rey.
Sus responsabilidades aumentaron con el paso del tiempo, hasta
que, a los 52 años, fue nombrado Lord Canciller del Reino.
El 16 de mayo de 1532 dimitió de su carga para no secundar
los designios de Enrique VIII, que estaba manipulando al Parlamento
y a la Asamblea del Clero con el objeto de asumir el control de
la Iglesia en Inglaterra. Posteriormente fue encarcelado por negarse
a firmar el juramento de adhesión al acta que sancionaba
la supremacía del Rey en el orden espiritual, y finalmente,
tras quince meses de reclusión, fue procesado y ajusticiado.
La coherencia cristiana que Tomás Moro vivió hasta
el martirio explica que su fama haya ido consolidándose
incesantamente a lo largo de los siglos. Ya mientras vivía
fue persona muy conocida por sus méritos intelectuales
y por la modernidad de muchos de sus planteamientos. Por ejemplo,
quiso que sus hijas recibieran la misma educación que su
hijo, algo verdaderamente revolucionario para las costumbres de
la época. Su actividad como escritor especialmente sus
traducciones de Luciano a partir de los textos griegos, sus poesías
y su ya clásica Utopía le reportó así
mismo un prestigio inigualable. Utopía, su obra más
conocida construida según el modelo de La República
de Platón, constituye, para el filósofo político
y el estudioso de la naturaleza humana, uno de los textos más
estimulantes que se han escrito nunca. Como en La República,
también en Utopía hay contradicciones internas que
el autor ha ido repartiendo a lo largo del texto con el objeto
de provocar al lector y ayudarle así a profundizar en los
valores éticos perennes que dan sentido a la vida personal
y social.
Tomás Moro fue canonizado por la Iglesia católica
en 1935, desde 1980 su nombre figura también en el martirologio
anglicano. Es reconocido universalmente, por encima de fronteras
nacionales y de confesiones religiosas, como símbolo de
integridad y como testigo heroico de la primacía de la
conciencia. "Muero como buen siervo del Rey, pero sobre todo
como siervo de Dios", fueron sus últimas palabras.
Gran ideal para todos los que dedican su vida a servir al bien
común.
Hoy 31 de octubre de 2000, el Papa Juan Pablo II lo ha proclamado
Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.

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CARTA
APOSTÓLICA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN
FORMA DE "MOTU PROPRIO" PARA LA PROCLAMACIÓN
DE SANTO TOMÁS MORO COMO PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE
LOS POLÍTICOS
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JUAN PABLO II,
SUMO PONTÍFICE, PARA PERPETUA MEMORIA
1. De la vida
y del martirio de santo Tomás Moro basta un mensaje que, a través
de los siglos, habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable
dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el concilio Vaticano
II, "es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre,
en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más
íntimo de ella" ((Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre
y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia
orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio,
dado hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la
verdad sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo
imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia,
especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos
de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración
para una política que tenga como fin supremo el servicio a la
persona humana.
Recientemente, algunos jefes de Estado y de Gobierno, numerosos exponentes
políticos, algunas Conferencias episcopales y obispos de forma
individual, me han dirigido peticiones a favor de la proclamación
de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los
políticos. Entre los firmantes de esta petición hay personalidades
de diversa orientación política, cultural y religiosa,
como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento
y la conducta de este insigne hombre de gobierno,
2. Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política
en su país. Nació en Londres en 1478 en el seno de una
familia respetable; entró desde joven al servicio del arzobispo
de Canterbury Juan Morton, canciller del Reino. Prosiguió después
los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también
por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura
clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones
de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura
renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam.
Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través
de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad
con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante
un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales
centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose llamado al
matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó
en 1505 con Juan Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió
en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia
Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y
un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación
religiosa, moral e intelectual de sus hijos, Su casa acogía yernos,
nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca
de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia le permitía,
además, largo tiempo para la oración en común y
la lectio divina, así como para sanas formas de recreo hogareño.
Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial,
y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente
por sus parientes más íntimos.
3. En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para
el Parlamento. Enrique III le renovó el mandato en 1510 y lo
nombró también representante de la Corona en la capital,
abriéndose así una brillante carrera en la administración
pública. En la década sucesiva, el rey lo envió
en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales
en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro
del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante,
vice tesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir,
presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, su agudeza
de ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición
extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica
del país, el rey lo nombró canciller del Reino. Tomás,
primer laico en ocupar este cargo, afrontó un período
extremadamente difícil, esforzándose por servir al rey
y al país. Fiel a sus principios, trató de promover la
justicia e impedir el influjo nocivo de quienes buscaban sus propios
intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo
dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el
control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión.
Se retiró de la vida pública, aceptando sufrir con su
familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron
falsos amigos.
Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su
propia conciencia, el rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de
Londres, donde fue sometido a diversas formas de presión psicológica.
Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar
el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la
aceptación de una situación política y eclesiástica
que preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso
al que fue sometido, pronunció una apasionada apología
de sus convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto
del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y
la libertad de la Iglesia ente el Estado. Condenado por el tribunal,
fue decapitado.
Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación
con respecto a la Iglesia. En 1850 fue restablecida en Inglaterra la
jerarquía católica. Así fue posible iniciar las
causas de canonización de numerosos mártires. Tomás
Moro, junto con otros 53 martires, entre ellos el obispo Juan Fisher,
fue beatificado por el Papa León XIII en 1886. Con el mismo obispo,
fue canonizado por Pío XI en 1935, con ocasión del IV
centenario de su martirio.
4. Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo
Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos.
Entre ellas, la necesidad que siente el mundo político y administrativo
de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad en un
momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos
y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos económicos
muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales.
Por otra parte, las conquistas científicas en el sector de las
biotecnologías agudizan la exigencia de defender la vida humana
en todas sus expresiones, mientras las promesas de una nueva sociedad,
propuestas con buenos resultados a una opinión pública
desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en
favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los
marginados.
En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás
Moro, que se distinguió por su constante fidelidad a las autoridades
y a las instituciones legítimas, precisamente porque en ellas
quería servir, no al poder, sino al ideal supremo de la justicia.
Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio
de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el Estadista
inglés puso su actividad pública al servicio de la persona,
especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias
sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia
y la defendió con gran empeño; promovió la educación
integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y riquezas,
la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza
humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad
de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior
que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad,
que brilló en el martirio, se forjó a través de
toda una vida de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo.
Refiriéndome a semejantes ejemplos de perfecta armonía
entre la fe y las obras, en la exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici escribí que "la unidad
dee vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en
efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria.
Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles
laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión
de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así
como también de servicio a los demás hombres" (n.
17).
Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el
elemento que mejor define la personalidad del gran Estadista inglés,
que vivió su intensa vida pública con sencilla humildad,
caracterizada por el célebre "buen humor", incluso
ante la muerte.
Este es el horizonte a donde lo llevó su pasión por la
verdad. El hombre no se puede separar de Dios, ni la política
de la moral. Esta es la luz que iluminó su conciencia. Como dije
en otra ocasión, "el hombre es criatura de Dios, y por esto
los derechos humanos tienen su origen en él, se basan en el designio
de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención.
Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos
del hombre son también son también derechos de Dios"
(Discurso del 7 de abril de 1998, n. 3).
Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde
el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede
decir que vivió de modo singular el valor de una conciencia moral
que es "testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran
la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma" (Veritatis
splendor, 58). Aunque, por lo que se refiere a su acción contra
los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo.
El concilio ecuménico Vaticano II, en la constitución
Gaudium et spes, señala cómo en el mundo contemporáneo
está creciendo "la conciencia de la excelsa dignidad que
corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas
las cosas, y sus derechos y deberes son universales e inviolables"
(n. 26). La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad
una verdad fundamental de la ética política. En efecto,
la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injerencias
del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía
de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político.
En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo
con la naturaleza del hombre.
5. Confío, por tanto, en que la elevación de la eximia
figura de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y
de los políticos contribuya al bien de la sociedad. Esta es,
además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu
del gran jubileo, que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo
complacido las peticiones recibidas, constituyo y declaro patrono de
los gobernantes y de los políticos a santo Tomás Moro,
concediendo que le sean otorgados todos los honores y privilegios litúrgicos
que corresponden, según derecho, a los patronos de categorías
de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy
y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo
tercero de mi pontificado.
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