El
Año Santo 2000 está para concluir. Durante
todo este tiempo de gracia se ha hecho patente el vivo deseo del Santo
Padre Juan Pablo II de que, el 2000 aniversario del nacimiento de Cristo,
estuviera señalado por un progreso notable en el camino de la
unidad de los cristianos.
Hagamos un poco de historia reciente.
Recordemos, ante todo, que el Concilio Vaticano II entre sus documentos
tiene un decreto que recoge la doctrina de los Padres Conciliares sobre
el ecumenismo y que se llama Unitatis Redintegratio
Treinta años después de la clausura del Vaticano II, el
año 1995 fue particularmente interesante en este camino de la
unidad. En efecto, el 2 de mayo el Papa Juan Pablo II escribe la Carta
Apostólica Orientale Lumen, sobre la riqueza espiritual de los
cristianos de oriente y el día 30 de ese mismo mes ve la luz
la Encíclica Ut unum sint, que es la única en toda la
Historia de la Iglesia que se ocupa del problema ecuménico. Y
si queremos seguir acumulando hechos significativos, podríamos
añadir el fallecimiento del teólogo dominico francés
Yves Congar, nombrado Cardenal de la Iglesia por S.S. Juan Pablo II
en el consistorio de noviembre de 1994. Su muerte ocurrió el
22 de junio de 1995. Este ilustre hijo de Santo Domingo de Guzmán
fue pionero de la obra ecuménica desde la década de los
años treinta.
A estas alturas podemos preguntarnos: ¿Qué es el ecumenismo?
Respondemos a esta pregunta, diciendo que es el esfuerzo realizado desde
la Iglesia católica y coincidiendo con los esfuerzos de otras
confesiones cristianas por restablecer la unidad querida por Cristo
para sus discípulos y expresada en el Sermón de la Última
Cena (Jn. 14-17).
"Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos
es uno de los principales propósitos del Concilio Vaticano II.
Porque una sola es la Iglesia fundada por Cristo Señor; muchas
son, sin embargo, las Comuniones cristianas que a sí mismas se
presentan ante los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo;
todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten
de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo estuviera
dividido (Cfr. 1 Cor. 1,13). Esta división contradice abiertamente
a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña
a la causa santísima de la predicación del Evangelio a
todos los hombres.
Pero el Señor de los siglos, que sabia y prudentemente continúa
el propósito de su gracia sobre nosotros pecadores, ha empezado
a infundir con mayor abundancia en los cristianos desunidos entre sí
el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchos hombres han
sido movidos por esta gracia y también entre nuestros hermanos
separados ha surgido un movimiento cada día más amplio,
por la gracia del Espíritu Santo, para restablecer la unidad
de todos los cristianos. Participan en este movimiento de la unidad,
llamado Ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan
a Jesús Señor y Salvador; y no sólo cada uno individualmente,
sino también congregados en asambleas, en las que oyeron el Evangelio
y a las que cada uno llama Iglesia suya y de Dios. Sin embargo, casi
todos, aunque de manera distinta, aspiran a una Iglesia de Dios única
y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo,
a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se
salve para gloria de Dios." (Con. Vat. II Decr. U.R #1).
Debemos aclarar que "ecumenismo" es un término elaborado
muy específicamente en el ámbito cristiano y en pleno
siglo XX. No debe confundirse, por tanto, con el diálogo interreligioso
sostenido con las otras religiones monoteístas como el judaísmo
y el islamismo. Para este diálogo existe el Pontificio Consejo
para el Diálogo Interreligioso. Para el diálogo con los
hermanos cristianos existe el Pontificio Consejo para la Unidad de los
Cristianos, presidido por el Cardenal Edward Cassidy. Precisamente el
pasado 5 de agosto tuvo lugar en la Basílica de San Juan de Letrán
de Roma, una vigilia de oración preparatoria a la fiesta de la
Transfiguración del Señor, a la que se invitó a
todos los cristianos de diversas confesiones, por iniciativa del patriarca
de Constantinopla Bartolomé I. Esta celebración no hacía
otra cosa que continuar en el espíritu ecuménico que ha
marcado desde sus inicios este Año Santo 2000 que está
para concluir.
En efecto, recordemos que la Puerta Santa de la Basílica de San
Pablo extra muros en Roma, no se abrió como de costumbre junto
con las Puertas santas de las otras tres Basílicas Mayores (San
Pedro, San Juan de Letrán y Santa María La Mayor), sino
que su apertura tuvo lugar el 18 de enero, cuando comienza la Semana
de Oración por La Unidad de los Cristianos y con la participación
de cristianos de otraas denominaciones. Para ser más exactos,
al comienzo de la ceremonia se encontraban de rodillas frente a la Puerta
Santa, S.S. Juan Pablo II, Su Eminencia Athanasios, Metropolita de Heliópolis
y Theira del Patriarcado Ecuménico y Su Gracia George Carey,
Arzobispo de Canterbury, Presidente de la Comunión Anglicana.
A este acto inaugural podemos añadir el celebrado en el coliseo
de Roma el pasado 7 de mayo, y que consistió en la conmemoración
de todos los mártires cristianos del siglo XX.
Han sido numerosos los esfuerzos de una y otra parte que se han llevado
a cabo para procurar la tan deseada unión de los cristianos.
Si nos remontamos al año 1740 aproximadamente, nos encontramos
en Escocia con un movimiento pentecostal con relaciones en Norte América
cuyo mensaje revitalizador incluye oraciones por y con todas las Iglesias.
En 1820, el Rev. James Haldane Setewart publica "Sugerencias para
la Unión General de los cristianos para la efusión del
Espíritu". En 1840, el Rev. Ignacio Spencer, un converso
al Catolicismo Romano, una "Unión de Oración para
la Unidad". En 1867, la Primera Conferencia de Lambeth de los Obispos
Anglicanos enfatiza la oración por la unidad en el Preámbulo
de sus Resoluciones. En 1894, el Papa León XIII promueve la práctica
de un Octavario de Oración por la Unidad en el contexto de Pentecostés.
En 1908, el Rev. Paul Wattson inicia la costumbre anual del Octavario
de Oración por la Unidad de los cristianos del 18 al 25 de enero.
En 1926, el movimiento Fe y Orden de las Iglesias evangélicas
publica unas "Sugerencias para una Octava de Oración por
la Unidad Cristiana". En 1935 el sacerdote católico Paul
Couturier de Francia, aboga por la Semana Universal de Oración
por la Unidad Cristiana, sobre la base de oración por "la
unidad que Cristo quiere, por los medios que Él quiere".
En 1958, Unidad Cristiano de Lyon, Francia y la Comisión Fe y
Orden del Consejo Mundial de iglesias, comienzan la preparación
en común del material para la Semana de Oración por la
Unidad. En 1964, el decreto sobre ecumenismo Unitatis Redintegratio
del Concilio Vaticano II destaca que la oración es el alma del
Movimiento Ecuménico y promueve la práctica de la Semana
de oración. Desde 1966 el entonces llamado secretariado y hoy
Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos y la Comisión
Fe y Orden del Consejo Mundial de iglesias comienzan a preparar, de
común acuerdo, el material para la Semana de la Unidad.
A pesar de las conversaciones, reuniones y acuerdos, como el muy recientemente
firmado entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Luterana
Reformada en Augsburg, Alemania, el 31 de octubre de 1999 (Declaración
Conjunta sobre la Justificación). Sin embargo, queda un camino
por recorrer, que a veces se allana y a veces se hace más arduo.
Así, en el terreno doctrinal quedan por clarificar varios puntos
señalados oportunamente por el Papa en la encíclica Ut
unum sint (#79):
1.- Relaciones entre la Sagrada Escritura, suprema autoridad en materia
de fe y la Tradición por la cual recibimos a través del
tiempo e interpretamos la Palabra de Dios.
2.- Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo,
ofrenda de alabanza al Padre, memorial sacrificial y presencia real
de Cristo, efusión santificadora del Espíritu Santo.
3.- El Orden, como sacramento, bajo el triple ministerio del Episcopado,
Presbiterado y Diaconado. Para el Episcopado y el Presbiterado, sacerdocio
ministerial de Cristo Cabeza, cualitativamente distinto del sacerdocio
real que los fieles cristianos todos recibimos en el bautismo.
4.- El Magisterio de La Iglesia, confiado al Papa y a los Obispos en
comunión con él, entendido como responsabilidad y autoridad
en nombre de Cristo para la enseñanza y salvaguarda de la fe.
5.- La Virgen María, Madre de Dios e Imagen de la Iglesia. Madre
de todos los cristianos que intercede por todos ante su Hijo.
¿Cómo avanzar hacia la unidad? Con sinceridad, transparencia
y honestidad, sin falsos compromisos románticos ni rivalidades
estériles y sobre todo con una gran fidelidad a Jesucristo y
al Evangelio y sin compromisos temporales que empañen el fin
del mismo Evangelio: la Buena Noticia de Salvación para todos
los hombres. Cristo el Hijo de Dios hecho hombre, muerto en la cruz
y resucitado. A quien proclamamos vivo y glorioso aquí y ahora,
sin mezclarlo con opciones económicas, sociales o políticas
que, lamentablemente, algunos confunden con el Reino de Dios, el cual
no existe plenamente en la tierra y del cual la verdadera Iglesia de
Cristo es signo, pero tampoco se confunde con él. Sólo
así podremos trabajar fructíferamente por la tan necesaria
y deseada unidad de los cristianos, tanto en nuestra Patria, como en
el mundo entero.
Quiera Dios que esto se convierta en una fecunda y verdadera realidad
en el Tercer Milenio que estamos por comenzar. Que así sea.
Dic. - 2000