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julio-agosto. año VII. No. 38. 2000 |
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JUBILEO |
USTEDES SON LA DULCE ESPERANZA DE LA IGLESIA
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Queridos jóvenes: Queridos hermanos y hermanas: Disfrutando aún lo que llamamos la Octava de Pascua; con el gozo del canto del Aleluya que proclama nuestra firmeza de fe en la Resurrección del Señor, en su triunfo sobre la muerte, en su victoria sobre el mal y el pecado, celebramos hoy el jubileo de los jóvenes. ¡Uds. son la dulce esperanza de la Iglesia! La celebración de la Semana Santa comienza con el Hosanna del Domingo de Ramos y llega a su momento culminante con el grito de ¡Crucifícalo! del viernes Santo. Pero no se trata de un contrasentido; es más bien el centro del misterio que la liturgia quiere proclamar; Jesús se entregó voluntariamente a su pasión, no se vio obligado por fuerzas superiores a Él. Él mismo, escrutando la voluntad del Padre, comprendió que había llegado su hora y la aceptó con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús llevó nuestros pecados a la Cruz; fue triturado por nuestras culpas. El proceso y la pasión de Jesús continúan en el mundo actual, y los renueva cada persona que, cayendo en el pecado, prolonga el grito: No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo! - Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos en Jesús como en un espejo los sufrimientos de la humanidad, así como nuestras situaciones personales. Cristo, aunque no tenía pecado, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, el mal, el pecado, el odio, el sufrimiento y por último, la muerte. En Cristo, Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios ama a todos, perdona a todos y da sentido último a la existencia humana. - El Hosanna y el Crucifícalo se convierten así en la medida de un modo de concebir la vida, la fe y el testimonio cristiano; no debemos desalentarnos por las derrotas, ni exaltarnos por las victorias, porque como sucedió con Cristo, la única victoria es la fidelidad a la misión recibida del Padre: Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre que está sobre todo nombre. - La resurrección de Cristo constituye el acontecimiento más trascendente de la historia humana. Y ese acontecimiento ha dado a todos una nueva esperanza: esperar, ahora, ya no significa aguardar que suceda algo. Significa estar seguros de que algo ha sucedido, puesto que el Señor ha resucitado y vive para siempre. Con el triunfo del Señor el pueblo que caminaba en la noche, en el oscuro país de la muerte, ha sido colmado de alegría e iluminado con una luz intensa como dice el profeta Isaías. - El Evangelio según San Marcos, en su detallada narración de la resurrección del Maestro, nos dice que la primera en pronunciar las palabras que proclamaban la Resurrección fue la Magdalena, la pecadora arrepentida, que llena de alegría corrió a anunciarlo a los apóstoles, que no la creyeron. Poco a poco irían estos discípulos venciendo su negación. El Maestro los confortaba con sus apariciones y los llenaba de la nueva luz que era el Espíritu Santo, para de esa forma convertirlos en testigos fieles del misterio del Cristo resucitado. - Uds. queridos jóvenes, comparten el honor y la alegría de ser creyentes, que es necesario para ser católicos, y de esa forma entender y atender la invitación a ser testigos valientes de Cristo Resucitado en la familia, en el centro de estudio, en el lugar de trabajo y en la sociedad. En efecto, no sería posible conservar la identidad cristiana de un pueblo, si en los ámbitos más importantes de su vida faltara un testimonio coherente y valiente, capaz de superar los peligros siempre presentes de la convivencia, del temor, del hedonismo, y del secularismo. - En el centro del camino de renovación espiritual y civil, que el jubileo propone a los hombres de nuestro tiempo, está el encuentro con Cristo. Él es la Puerta Santa que nos introduce en la vida nueva del Reino del Padre, mediante la luz de su palabra y la ayuda eficaz de su gracia. - La Palabra de Dios, que la Iglesia proclama y presenta a nuestra meditación y reflexión, nos guía en nuestro camino diario, ofreciéndonos los criterios para juzgar, según la verdad, los acontecimientos sociales y las acciones personales, y abriendo a nuestro compromiso perspectivas siempre nuevas de santidad y autenticidad. - El Jubileo nos exhorta a escuchar con atención y disponibilidad la palabra divina, creciendo en la fidelidad a Cristo y a su inmutable mensaje de salvación. El Jubileo llama e invita apremiantemente a todos los jóvenes a encontrarse con el único Señor y Redentor del hombre, Jesús de Nazareth, crucificado y resucitado. El nos llama a superar las dificultades y pesimismos y a buscar con decisión y valor las metas que vayan más allá de la fragilidad y el desarraigo. - Elevemos a Dios nuestra oración con renovado fervor para que, durante este año de misericordia, conceda a todos los jóvenes la gracia de secundar con generosidad la acción del Espíritu Santo, a fin de que se presenten a la humanidad en la profunda sinfonía de la caridad, preludio de la perfecta unidad de la fe. - Tengamos muy presente, queridos jóvenes, que Cristo acude en ayuda del hombre con su palabra y también con la gracia de los sacramentos, comenzando por el bautismo, con el que se renace "de agua y de Espíritu". Él alimenta esta nueva vida sobre todo con el don de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía, banquete divino, en el que, como dice el Apóstol, sólo se puede participar si se forma un solo Cuerpo. - En la Eucaristía, Cristo alimenta y fortalece al creyente para que pueda vivir según el Evangelio. Al acercarse a la mesa Eucarística el discípulo del Señor aprende a realizar opciones conscientes y responsables para vivir dignamente en presencia de Dios, Padre bueno y misericordioso, que lee en lo más íntimo de la conciencia y juzga con verdad el comportamiento de cada uno. El fiel, alimentándose del Pan del cielo, aprende a considerar al otro como prójimo y hermano al que debe respetar y acoger, y se compromete en la construcción paciente y activa de la comunidad, valor que hay que perseguir a pesar de los límites y las desilusiones. - Queridos jóvenes, salgan al encuentro de Cristo que alegra la juventud de Uds. Vayan al encuentro del Cristo glorioso que nos anuncia una paz que anima y fortalece, una paz que nada ni nadie les puede arrancar. Que seamos capaces de compartir esa paz con otros jóvenes que vacilantes y confundidos, o ignorantes y temerosos, buscan el gozo de una paz que no es la de Cristo, sino la que ofrece el mundo, que es una paz falsa, quebradiza e irresponsable. - Que el consejo de Jesús resucitado: "No teman, soy yo", nos anime a buscar siempre con valor, esa misma verdad que vence al mundo que es Cristo vencedor de la muerte y el pecado. - En plena celebración del Año Santo Jubilar ésta es la hora de los jóvenes. Recuerden lo que les decía el Santo Padre en Camagüey: "La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que Uds. son capaces y están llamados a ser y hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde Uds. puedan ser los protagonistas de su historia". - Uds. forman parte muy querida de esa Iglesia que como dijimos los obispos en el Mensaje con ocasión del Jubileo del Año 2000: "En razón de su misión no puede afiliarse a ninguna opción política, pero debe sin embargo animar a todos los ciudadanos, independientemente de su credo u opción social, a dar su aporte cívico de modo que, en el concierto de las diversas opiniones y contribuciones éticamente aceptables, seamos capaces de crear un ambiente de mayor libertad y pluralismo con la certeza de que Dios los ama intensamente y permanece fiel a sus promesas. Ayudar a crear este clima de nuevos valores, de una espiritualidad profunda y de compromiso social, no está en contradicción ni con la misión de la Iglesia ni con el carácter laico del Estado, sino que más bien, está en coherencia con la búsqueda del Reino de Dios y su justicia con lo que se irá configurando una nueva sociedad". (Mensaje de los Obispos No. 58). - Queridos muchachos y muchachas, el mundo contemporáneo les abre nuevos senderos, y les llama a ser portadores de fe y alegría, a ser testigos del Cristo resucitado y glorioso, como expresa sin dudas la presencia de Uds. en este Santo templo Jubilar. El Señor Jesús resucitado está con Uds. y les acompaña. Todos los años la Iglesia entra con emoción, durante la Semana Santa en el misterio pascual, conmemorando la muerte y la resurrección del Señor. - Precisamente en virtud del misterio pascual que la engendra, puede proclamar ante el mundo, con la palabra y las obras de sus hijos: "Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Filpp 2-11). Sí ¡Jesucristo es el Señor! No lo pongan en dudas. Es el Señor del tiempo y de la historia, el Redentor y el Salvador del hombre. Nos dice hoy una vez más. ¡No teman, soy Yo! ¡Así sea!
Jubilo de los Jóvenes. Santa Iglesia Catedral. Abril 29 del año 2000.
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