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julio-agosto. año VII. No. 38. 2000

ÍNDICE

EDUCACIÓN

CÍVICA

  

 

EL DEBATE PÚBLICO

 

por Dagoberto Valdés

     

 

Uno de los deberes cívicos que más beneficio aporta al desarrollo y bienestar de una nación es la participación de sus ciudadanos en el debate público.

En efecto, la historia y la experiencia nos indican que, generalmente, un país es más próspero y más feliz cuanto más espacios de participación tienen sus hijos para poder contribuir no sólo con sus ideas y opiniones, sino también con sus críticas, proyectos y acciones concretas.

Pero uno de los factores que puede limitar tal aporte es el desconocimiento de éste que, más que un derecho, es un deber irremplazable. La formación cívica incluye el entrenamiento y la metodología para capacitar a cada persona e institución con los instrumentos y los medios para poder tomar parte en la dinámica social que tienen el diálogo pacífico y la concertación de ideas y acciones que las ciencias sociales llaman "debate público".

En la misma homilía de Santiago, dedicada a la Virgen de la Caridad y a la Patria, el Santo Padre agregaba a la cita que encabeza nuestro trabajo:

"El bien de una nación debe ser fomentado y procurado por los propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales. De este modo cada persona, gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil y de la adecuada libertad de asociación, podrá colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común."(No. 4b)

Para que este deseo se haga realidad, deben existir ciertas condiciones indispensables a las que podíamos llamar "el decálogo" o "los diez mandamientos" del debate público:

 

1. Que sea debate y sea público: Esto quiere decir que se establezca un diálogo, no un ataque; un intercambio de posiciones diversas, no una guerra ideológica, política o religiosa. Cuando se habla de debate no se habla de combate sino de cuestiona-mientos civilizados sostenidos en buena lid.

Su carácter público se refiere, en primer lugar, a sus protagonistas y en segundo lugar a su escenario. Para que sea debate público el actor real y potencial debe ser el pueblo. Es decir, cada ciudadano que consciente, libre y responsablemente, desee ser sujeto y partícipe de ese diálogo cívico. Cuando se excluyen personas o grupos de personas por razón de su raza, de su sexo, de sus ideas políticas, de su religión o condición social y económica, el carácter público del debate se ve restringido hasta poder convertirse en un monólogo y no en un ejercicio democrático.

El debate es público, además, por su escenario, es decir, cuando se realiza en lugares físicos y virtuales a los que tenga acceso todo el que lo desee, tanto como participante o como observador.

2. Respetuoso de la persona: El debate cívico y político, tanto como el cultural o económico, debe tener como norma y principio cimero el respeto por la persona humana. Concretamente, el respeto por las personas que participan en él. Esto no significa que no se contradigan las ideas, ni se confronte el pensamiento, ni que se denuncien las acciones concretas, ni que se esté en desacuerdo parcial o completo con las ideas, proyectos y actos de los demás. Todo esto es lícito criticarlo, oponerse, denunciarlo, mientras no se ataque a las personas que las proponen o ejecutan. Se descalifica, de por sí, el debate público que va más allá de la confrontación de ideas y pasa al ataque personal. Las ideas y los argumentos tienen suficiente fuerza en sí mismos para aprobar, rebatir, rectificar o descalificar otras ideas en igualdad de condiciones.

3. Pacífico: El debate público al que nos referimos destierra totalmente la violencia. Cualquier tipo de violencia. El mundo de hoy sufre todavía de mil formas de violencia física, verbal, sicológica y no solo bélica, también a través de medidas económicas coercitivas desde centros hegemónicos, (que es otra forma de violencia sin armas) los secuestros, las ejecuciones extrajudiciales o injustas, la pena de muerte, (como rezago de un pasado que debe ser superado) y otras muchas formas de fuerza que no solo impiden un auténtico debate civilizado, sino que privan de la misma vida, o paralizan por el miedo, a los que pudieran participar en él si la paz fuera no sólo ausencia de guerra sino clima propicio, actitud cotidiana, condición suprema de la vida ciudadana. La tranquilidad y el sosiego preparan a la sociedad para participar en el diálogo cívico sin exabruptos ni excesivas tensiones.

4. Gradual: Es decir, paso a paso, sin violentar los ritmos y sin parálisis de cansancios. Dosificando los asuntos a debatir y ordenándolos según su necesidad y urgencia. La gradualidad en el debate público es lo contrario de la precipitación y también del inmovilismo. Ser gradual es moverse en lo esencial y mantener la serenidad a pesar de las tensiones propias de un debate de ideas y de una lid de propuestas muy diversas o diametralmente opuestas. Es darle tiempo a los demás para que elaboren sus aportes y digieran lo que le proponemos, y es darse tiempo a sí mismo para hacer lo mismo.

5. Transparente: La legitimidad de un diálogo cívico es la capacidad que tengan sus participantes para mantener la debida transparencia de las ideas y los actos. De esto depende la credibilidad y la sinceridad que le dan valor al ejercicio ciudadano de someter a debate todo lo que concierna al bien común. La transparencia es un signo de lealtad y franqueza y sólo se logra en un clima de confianza y rectitud. De las intenciones nadie puede juzgar, pero las buenas intenciones pueden mostrarse a través de la transparencia que se ponga en cada polémica pública.

6. Con libertad de expresión: Este es un derecho y un deber que garantiza que el miedo a ser condenado o reprimido por las opiniones y propuestas propias no nos paralice en el debate público. Expresar lo que uno siente lo libera a uno mismo de un gran peso: el peso de saber que lo que uno piensa que es verdad no puede expresarlo y debe callarse porque le perjudica. Al mismo tiempo expresar libre y responsablemente lo que uno cree y piensa es una muestra tal de confianza en los demás y en las instituciones sociales que debería ser considerado como un mérito social digno de estímulo y reconocimiento y no de ataques y perjuicios. Dichosa la nación cuyos ciudadanos no disimulen sino confíen tanto en los espacios de participación que expresar sus criterios y actuar según le dicta su propia conciencia no sea un problema sino una virtud.

7. Con acceso a los MCS: En el mundo de hoy es tal la influencia de los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión, etc) que prácticamente resulta imposible un verdadero debate público sin tener, en igualdad de oportunidades y tiempo, acceso a esos espacios para que las ideas y las propuestas puedan llegar, y además puedan ser evaluadas, criticadas, modificadas, apoyadas o rechazadas por todos los que se interesen. No se trata de convertir estos medios en nuevos ídolos de la sociedad, ni creer en todo lo que por ellos se dice o se proyecta, nada está libre de error. Se trata de usarlos en su justa medida y al servicio de la persona humana y de la comunicación entre los ciudadanos e instituciones, sin distinción, ni exclusión.

8. Sobre asuntos esenciales: Aunque todos los temas de interés público pueden ser debatidos por los ciudadanos, dado el hecho real de que esto, con frecuencia, resulta imposible por razones de tiempo y espacio, entonces un debate cívico debe centrarse en aquellos temas o cuestiones que afectan medularmente la vida de la sociedad. Una adecuada jerarquización de asuntos de interés común que incidan directamente en las decisiones y el destino de los pueblos, es la garantía de que el debate público no se pierda en temas accesorios o demasiado circunstanciales.

9. Para el bien común: El bien común no es la suma de los intereses de cada uno de los ciudadanos, ni es el bien de la mayoría olvidando las minorías, ni es el bien de algunos contra otros. El bien común es, según el Papa Juan XXIII, "todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección." (Mater et Magistra no. 65). Todo debate público debe buscar y tratar de alcanzar esas condiciones sociales al servicio de cada persona para que se desarrolle y se perfeccione como ciudadano.

10. Realista y eficaz: Lo que significa que hay que debatir sobre la base de la verdad, de la realidad. Ser realista no es ser pesimista, sino buscar lo posible con los pies bien puestos en la tierra. Y tratar progresivamente que, a través del mismo debate público, lo imposible se vaya haciendo posibilidad. Sin desesperar del otro y con mucha perseverancia. La eficacia de un auténtico debate cívico se mide por los resultados que se van logrando, por los pasos de avance en la búsqueda del bien común que son verificables, medibles, evaluables periódicamente. Un pequeño paso creíble y realista puede contribuir a crear ese clima de credibilidad y confianza que hace progresar toda obra buena.

 

Todas estas características que conforman el debate público, no lo libran de la conflictividad y las tensiones propias de toda polémica sobre temas importantes y decisivos en nuestra vida personal y social. Pero ya sabemos que esa conflictividad, diríamos connatural, de la búsqueda de concertaciones y consensos a partir de posiciones muy diversas, no nos deben ni asustar ni paralizar. No debemos disimularla como si no hubiera necesidad de diálogo porque no hay problemas encontrados. Tampoco debemos azuzarla, ni echar más leña al fuego de las polémicas que debemos mantener siempre en un tono y un cariz civilizado y respetuoso.

Y cuando esto no sea posible y, como seres humanos que somos todos, nos equivoquemos y vayamos más allá de lo adecuado en ese debate público, pues siempre queda la posibilidad, aún más humana, de rectificar los errores, aún cuando sigamos pensando que tenemos la razón y la sigamos presentando igual en su esencia pero mejorada en la forma y la manera de defenderla, de confrontarla, de debatirla, de completarla, y de perfeccionarla con la cuota de verdad y de razón que siempre, invariablemente, queda aún en el corazón de aquellos que nos parecen radicalmente equivocados.

Ejercitarnos en este estilo de debate público, desde la base, no solamente nos ayuda como personas y como ciudadanos sino que puede contribuir a que el futuro de Cuba, avance por los caminos de la unidad forjada en la diversidad, de la reconciliación y la soberanía nacional y de la paz necesaria para el desarrollo.

 


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