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julio-agosto. año VII. No. 38. 2000

ÍNDICE

HECHOS Y

OPINIONES

  

 

ENCUENTRO

INESPERADO

 

por P. Claudio Ojea

     

 

El conmovedor hecho que a continuación se narra es rigurosamente cierto. Se lo narraron a un testigo presencial, que hoy (1988) todavía vive, al Párroco del pueblo.

Por delicadeza los nombres son supuestos, el lugar exacto y las fechas aproximadas.

A principios de mil novecientos muchos jovencitos españoles solían emigrar especialmente a las naciones de América Latina, donde se habla el castellano.

Los movía, entre otras razones, escapar del servicio militar y el afán de mejorar económicamente.

Muchos iban a Cuba, la última en independizarse, en la cual solían tener familiares o conocidos, hacia la cual el pasaje era barato y el ingreso fácil.

Allá por el año 1915 uno de tantos: hijo único de la viuda campesina Francisca, Juan Antonio Pérez Fernández, contando sólo dieciséis años en sus costillas, con el pasaje pelado, sin otro capital que su juventud y el afán de abrirse paso en la vida, salió de Canarias para La Habana.

Y comenzaron las angustias, las necesidades y los trabajos de todo inmigrante en sus primeros años; tantas eran éstas que se fue olvidando de la madre lejana y no encontraba tiempo para escribirle unas letras.

Pasaron cinco, diez, doce años y Francisca la madre cariñosa llena de angustia, sin saber de su hijo único, que parecía haber muerto.

El hombre moderno, con la técnica, ha logrado pesar y medir lo que parecía imposible: ni la técnica actual ni la de los años futuros podrá nunca pesar y medir el amor de una madre.

Francisca no podía vivir con aquella angustiosa incertidumbre. El recuerdo del hijo perdido no la dejaba tranquila ni de día ni de noche. La tranquilidad del hogar, el techo asegurado, el pedazo de tierra heredado de sus padres con el trabajo del cual sostenía todo lo que la rodeaba, no tenía valor ni gusto para ella que ignoraba la suerte del fruto de sus entrañas. Había un solo camino duro, difícil, inseguro y expuesto al fracaso: salir en su búsqueda y aquella indoblegable madre isleña lo tomó sin vacilar: vendió cuanto tenía y sacó pasaje para la Habana.

A los pocos días desembarcaba en la capital cubana, solita, sin otro recurso humano que su amor materno; pero esto le bastaba y sobraba.. Con vestimenta isleña, pañuelo campesino a la cabeza, tosco bastón para apoyarse y ligero bulto con las cosas imprescindibles, inició al siguiente día de su llegada aquel singular peregrinaje; confiaba firmemente en su buen Dios porque la movía, no el interés del dinero, sino encontrar el otro pedazo de su corazón sin el cual no podía vivir.

La gente sencilla y de trabajo suele tener más sentido práctico que los intelectuales y profesionales universitarios; Francisca, para no cansar su mente, no gastar saliva por gusto e ir enseguida al grano, compuso una especie de disco (casete): "YO SOY DE ISLAS CANARIAS. Mi hijo único Juan Antonio Pérez Fernández, hace años vino para acá. Como no he sabido nada de él, vine a ver si lo encuentro".

En cada casa de familia por donde pasaba, en cada comercio donde entraba, a cada grupo que encontraba y a cada persona que le preguntaba, le repetía el mismo estribillo: "Yo soy de Islas Canarias, etc,."

Difícil describir el duro y largo Vía-Crucis de aquella incansable madre. Algunos la tomaban por loca, no faltó quienes gratuitamente la tuviesen por borracha, y hasta algún ignorante y duro de corazón se burlase de ella.

También sufrió las inclemencias del tiempo en una zona tropical: calor sofocante, aguaceros imprevistos y tempestades temibles. Unido a todo lo anterior la falta de sosiego y la intranquilidad que conlleva no tener un hogar y de caminar continuamente por caminos no conocidos y entre gente tampoco conocida. Por supuesto que no todo eran espinas: recibió muchísimas veces de consuelo, ayuda y comprensión de tanta gente buena esparcidas por los campos cubanos, y encontró hospitalidad sincera y solícita de algunas almas humanas o cristianas que en medio de su pobreza, tienen siempre abiertas las manos, el corazón y las puertas de su casa para el que estiman más necesitado; estos estímulos providenciales la mantuvieron en aquel singular peregrinaje durante el cual los días se convirtieron en semanas, estas en meses, hasta llegar a años. ¿Cuántos? Sinceramente, con exactitud, no lo sé.

Por fin llegó un día, un dichoso y feliz día: entró en el pueblo de San Cristóbal (Pinar del Río) viniendo de Candelaria a la derecha, en la calle principal, Maceo, haciendo esquina con el entonces llamado callejón de Ortiz, estaba situada una "bodega" o tienda de víveres y en ella entró Francisca, cansada y sudorosa del camino. Como era costumbre en aquel entonces, enseguida el dependiente, solícito, le preguntó: -Desea algo, señora?

-No, gracias. "Yo soy de Islas Canarias. Mi hijo único Juan Antonio Pérez Fernández hace años vino para acá; como no he sabido de él, vine a ver si lo encuentro.

En la trastienda, una pequeña mesa de cedro con dos tuburetes hacía las veces de oficina; con el dueño estaba el viajante de un almacén de víveres capitalino haciéndole la factura de venta; con gran sorpresa del dueño, el viajante tira el lápiz y sale a la bodega.

- Señora ¿cómo dijo qué se llama su hijo?

- Juan Antonio Pérez Fernández.

 

Aquel hombre todavía joven, voló el mostrador y se abrazó a la anciana. La madre había encontrado al hijo. Durante varios minutos permanecieron abrazados en silencio, mientras se fundían las lágrimas de la fuente casi seca de aquella madre fuerte con las lágrimas de arrepentimiento y gozo del hijo encontrado.

Aquel hombre se arrebató de alegría, recogió todos los papeles, los metió como quiera en su cartera y le dijo al dueño: es mi madre que me ha encontrado, la llevo enseguida para mi casa para que conozca a mi mujer y a mis hijos, sus nietos. La montó en su máquina y salieron para La Habana.

Después, el testigo presencial no supo nada más, ni yo pude saber más.

Sobre esta conmovedora historia se podría escribir mucho y bajo distintos aspectos. Voy a hacerte por mi parte, lector, una breve reflexión que quisiera grabaras en tu mente y la comunicaras en su oportunidad a otros: ¿Cuántos sufrimientos se evitarían a los seres queridos ausentes? "Y cuánta alegría y felicidad se le proporcionarían con una noticia a su debido tiempo».

 


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