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enero-febrero. año VI. No. 35. 2000 |
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POESÍA |
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Paraísos artificiales o donde digo que la literatura no lo es todo Para Lalo Aguado.
Me aterran el hachís, la cocaína, el humo del café con sueño adjunto, el párrafo, la coma y luego el punto, Lorca, Borges y Proust, la disciplina de esconder levemente el lado flaco en la máscara burda y necesaria de una suerte o pandilla literaria, que nombra lo anormal, paradisíaco.
Pues temo que estas páginas filosas me pongan vieja sin haber vivido la suave infinitud de las esposas y así, del libro al librium, sin libido, enajenarme con decir tres cosas que a fin de cuentas borrará el olvido.
31-12-1999
Soneto de todos los que se van Para Lourdes.
Partir la ola con la gruesa quilla que se mete en el agua, haciendo arco, y si no digo avión ni escalerilla, es porque luces bien dentro de un barco; puestos los ojos en la hechura triste o en el vaivén del magullado piso, tú, con la suma de los que quisiste, le preguntas a Dios si alguien te quiso.
Salir de viaje, que la suerte invita, tratando siempre de asumir conforme las cosas que te da y las que te quita. Romper, con amargura, lo uniforme y abrirte paso allá, cosmopolita, dejándonos, aquí, un sitio enorme.
Ponerse a escribir del toreo Se dirá que falta la negritud del toro, su respiración, la arena donde zanjar –con el casco de la pata– el mejor punto de apoyo. Que no soy el macho, gorrito en mano, ni la hembra que suspira, tetona, desde la grada; le pasan por debajo chiquillos, por encima arcángeles, lleva en la boca el gusto a sangre que ha de verterse y mira zigzaguear la tela, el paño –ya sea en isla o continente–- para envolver su criatura cívica, la región peluda del ensarte. Dirán que faltan datos, pero si triunfara –hijo de Beba y Juan– qué suerte.
Contar lo que es ir al cine y sentarse detrás de un hombre calvo
Los cisnes aparecen en el agua y como es tarde el sol les viste las plumas de dorado. Cualquiera, desde otro sitio, percibe lo para mí perdido en la calva blanca y húmeda del abuelo que quiere verlos porque en ellos no hay oscuridad. Somos dignos de mirar a estos seres: uno se pavonea, otro hunde el pico en la cabeza del viejo. –Yo he querido ser ave tan sólo para tener un pico, cisne para sumergirme en la piel de alguien. Escucho los estertores de quienes contemplan sin visos la pantalla, con los ojos puestos en la absoluta emoción, mientras asisto a la resaca de un hombre que envejece y no me cambio de lugar pues me ilusiona esta armonía de belleza y decrepitud.
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