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enero-febrero. año VI. No. 35. 2000 |
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LECTURAS |
DULCE MARÍA
Y EL FIN DEL SIGLO XX
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En las todavía inéditas Crónicas de Ayer, de Dulce María Loynaz, ésta se pregunta: "¿Cómo será ver el cambio de un siglo?". No encontraba la respuesta inmediata, porque al igual que yo lo veía como uno de los grandes misterios que nos tiene reservada la vida. Una tarde andábamos por estos rumbos, cuando ella, entornando los ojos "de mariposa", como los llamara Juan Ramón Jiménez, me confesó: -Siempre he pensado que lo único que me indemnizaría de una vida demasiado larga, podía ser ver un cambio de siglo, que en mi caso sería nada menos que hasta un cambio de milenio. Pero nacida como quedé, muy pronto para alcanzar el año 2000 y muy tarde para haber visto la primera aurora de este siglo, me quedaré sin una cosa y sin la otra, y no me queda más refugio que la imaginación. Mujer práctica, muy lejos de la "torre de marfil", de mente y pisada firme, casi nada de lo que ocurría en el mundo le era ajeno, padecía calladamente los convulsos acontecimientos que escuchaba por la radio o las noticias que le leían, entonces, como autodefensa, acudía a la imaginación, creando situaciones, universos que superaban la realidad y hasta la obra escrita. Como la imaginación del futuro es más difícil que la del pasado, ella solía preguntar a las personas que al terminar el siglo XIX, estaban en uso de razón, qué fue lo que sintieron sus contemporáneos, lo que sintieron las amistades de sus padres, en un instante tan trascendental, en unos días que debieron ser emocionantes, culminantes para toda la humanidad. Y retornando a la realidad, sin duda más prosaica que su imaginación, repetía un poco asombrada: -Qué cosa tan curiosa, jamás mi pregunta tuvo una cumplida respuesta. La gente no precisa o no se acuerda, no se fijó o no le importó el acontecimiento... Por lo menos es el fruto de mis investigaciones, o de mi mala suerte de preguntar... Con la curiosidad propia de Eva o de Bárbara, Dulce María se sumergió con mi ayuda en el piélago de su colección de El Fígaro, intentando un sondeo de emociones, segura de que ninguna ocasión mejor que rebuscar las crónicas antiguas como pretexto de un paralelo entre las recepciones de Año Nuevo según se han festejado ayer y hoy. Buscamos durante tres días, febrilmente, estornudando de continuo al contacto olfático con el polvillo que desprendían las amarillentas páginas de aquella revista que iluminó toda una época de la sociedad y la cultura habanera. A la poetisa se le derrumbaba su curiosidad ante la glacial indiferencia; ni un artículo, ni una ilustración, ni un leve comentario al Año Nuevo, al siglo Nuevo que se les colaba por las puertas. Venciendo alergias, continuamente revisando El Fígaro, descubriendo que en la portada del número dedicado a diciembre de 1900 había un dibujo de Emilio Heredia con el título Crisantemos; en la primera página un artículo de Manuel Márquez Sterling sobre José Martí (¿sería el pionero en estudiarlo?), y unos versos de Juan de Dios Peza; en la segunda, un repaso de la temporada de ópera con los retratos de la soprano Tina Farelli, y del joven maestro Arturo Bovi, que años después tuvieron honda significación en la preparación musical de Rita Montaner. Por entonces ya existían entre ellos veleidades amorosas. Otras páginas con retratos de personalidades de la cultura, acuse de libros y folletos recibidos de algunos pueblos de América, Florilegios de Benavides Ponde y... nada, ni una línea, ni una mención de aquella cosa maravillosa de haber traspuesto el umbral de un siglo. Tratando de serle más útil le propuse que buscara en la crónica social, donde el brillo de un nombre: Enrique Fontanills daría fe de algún acontecimiento, por lo menos un baile, una fiesta que se celebraría como era uso. Dulce María me dio la razón. Retornamos a las páginas de la revista, buscamos la crónica social, pero para perplejidad y descontento Enrique Fontanills se encontraba enfermo y lo sustituía alguien que firmaba Rafael, que no poseía el encanto del maestro de maestros, pero daba el dato buscado; ese Rafael, con timidez lacónica, nombra ¡al fin! la centuria estrenada, fiel a su misión de cronista que se debe, como manda su nombre, a Cronar, al Tiempo. Él será pues quien cuente qué sucedió el Día de San Silvestre, el último del siglo XIX. Dice, o mejor, pregunta: "¿Cómo esperaron el siglo XX los habitantes de La Habana? –En las Iglesias. La Merced, Belén, Monserrate, Guadalupe, San Agustín, San Felipe, absolutamente todas las iglesias estuvieron llenas. Y esto hasta el extremo de no permitirse en muchas de ellas la entrada por exceso de concurrencia desde antes de las doce de la noche..." El cronista al volver la vista hacia la noche del 31 de diciembre de 1900, encuentra los salones cerrados y sin que se escuche la nota de un vals que venga a turbar el suave murmullo de las oraciones silabeadas en los templos habaneros. Y Dulce María me dijo como en salmodia: –Que fuese en recinto sagrado donde los habaneros quisieron reunirse para recibir al que después de todo no era más que un desconocido, era medida edificante al par que prudente. Yo veo en este acuerdo tácito una actitud defensiva: algo olfateaban ellos que les inducía al recogimiento y a la meditación. Tal vez la intuición de la Segunda Guerra Mundial, tal vez la bomba atómica o el temor a los ómnibus urbanos o sueltos por las carreteras... No sé precisar, pero sin duda un presentimiento de lo convulso que sería el siglo XX. Para mí, fue una jornada sorpresiva y sorprendente que mucho agradecí a la ilustre amiga, que lamentablemente no pudo contemplar el cambio de siglo, aunque quedará en sus anales como figura representativa.
Sin proponérmelo o buscando un tema inédito para ofrecer, he llegado al final de esta crónica con que digo adiós a un siglo –o a un milenio– saludando, con fe en los hombres, el que vendrá, con muchas interrogantes. Con este trabajo ya tienen los investigadores de hoy y los del porvenir materia para comparar. Dulce María me preguntó: "¿Habrá cronistas para entonces?". Tal vez –digo yo– se llamen así; quizás hayan cambiado el nombre clásico por otro más a tono con los nuevos rumbos. Pero de algo sí estoy seguro, mientras exista una noticia hermosa o triste, un acontecimiento que remueva el orbe, habrá un ser humano para recogerla. Diciembre de 1999. |
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