enero-febrero. año VI. No. 35. 2000


EDUCACIÓN

CÍVICA 

 

  

 

PALABRA EMPEÑADA:

COMPROMISO

 CUMPLIDO

   

por Dagoberto Valdés

  

    

¡Te doy mi palabra! –decían antes los más viejos. Era una resolución de seguridad. Era una señal de formalidad. Era ponerle "el cuño" a lo que se prometía.

Hoy día esta frase no se dice mucho. Y lo que suponía también escasea.

A fuerza de parecer arcaico quisiera tratar en esta oportunidad sobre esa parte de la educación cívica que es el compromiso, lo que otros llaman formalidad, aquello que se resume en una expresión llena de sentido: ¡palabra!

En efecto, toda persona, por su misma naturaleza social, debe responder a ciertas expectativas y adquirir los compromisos que esto supone.

El compromiso personal es la promesa responsable y consciente que nos hacemos a nosotros mismos sin coacción alguna y con entera libertad. Asumimos este compromiso contando con nuestras propias fuerzas, con nuestras capacidades y carismas, con nuestra seguridad en nosotros mismos, con nuestra autoestima.

Cuando se asume con seriedad un compromiso como este queda en juego la confianza en sí mismas de las personas que lo adquieren y debe ser fruto de un discernimiento lúcido y de un cálculo realista de las propias posibilidades y de las condicionantes que nos rodean.

Muchas veces el camino de la informalidad está empedrado de buenas intenciones, pero de escaso conocimiento de uno mismo y de falta de entrenamiento para "cumplir" en el sentido recto de esta palabra. Se argumentan eventualidades y limitaciones como justificación para incumplir el compromiso cuando esas mismas condicionantes deberían de haberse tenido en cuenta antes de asumir el compromiso.

No quiere decir esto que no puedan surgir imprevistos y que a pesar de tomar todas las previsiones, uno no pueda fallar en alguno de sus compromisos personales. Nadie es perfecto, nadie puede asumir todos los compromisos con absoluta seguridad. Pero las excepciones solamente servirán para confirmar la regla: a palabra empeñada, compromiso cumplido.

Este estilo de vivir y de relacionarse va creando un carácter, una manera de apreciarse, una forma de trabajar.

El compromiso colectivo, de un grupo o comunidad, no es el compromiso impersonal y sin rostro de un "todos" sin nombres, surge de la articulación cooperada y solidaria de los compromisos personales. En esto reside el trabajo en equipo: no es un sálvese el que pueda, cada uno cumple con "lo suyo" y se desentiende de lo de los demás; ni es tampoco suplantar los compromisos de los otros sin respetar la palabra empeñada y la capacidad de cada uno para enfrentar la parte de la obra que asumió personalmente.

 

Para que el trabajo en equipo pueda conjugar las características personales con los compromisos grupales es necesario favorecer un clima donde el respeto a la persona y el avance de la obra común se complementen y enriquezcan mutuamente. Entre otros podemos citar:

- la transparencia: es decir, que cada uno pueda ser, expresarse y trabajar sin tapujos ni caretas. Que exista un ambiente de comunicación interpersonal y grupal que permita que nada "quede por dentro" más que lo estrictamente privado e inviolable. La comunicación evita suposiciones, suspicacias, malentendidos y el "yo creía o yo pensaba que tú...". La transparencia puede convertir las intenciones en objetivos compartidos y las suposiciones en conocimiento más profundo de los que comparten la vida en el trabajo grupal. La transparencia es la mejor forma de sanar el ambiente de un grupo.

- La cooperación: es decir, obrar de manera solidaria y articulada, alcanzar el equilibrio entre la ayuda a los demás y el respeto a su propia responsabilidad. Los excesos en este sentido pueden provocar la intromisión en áreas que no me corresponden o el individualismo con el que sólo me interesa "cumplir lo mío" y cada cuál con su carga. Sin cooperación no hay obra seria que avance. Ceder de lo mío y ayudar a cargar con lo de los demás sin sustituirlo en su compromiso personal son dos actitudes de la cooperación auténtica.

- La autonomía: es decir, la autogestión, todo lo contrario de esperar orientaciones para cada cosa, cumplir los planes y lo que está mandado, sin tomar decisiones propias y responsables. La iniciativa personal es el otro nombre de la autogestión adulta de los problemas. En este estilo de trabajo es necesario invertir la dinámica interna: pasar de las ordenes e iniciativas que vienen desde arriba o que toman los jefes y que ejecutamos con fidelidad, a la propuesta de proyectos, soluciones e iniciativas desde abajo o desde cualquier lugar del grupo de trabajo para que sean consideradas y decididas en equipo o por quien tenga la máxima responsabilidad.

- La creatividad: para todo lo anterior es necesario despertar el genio que cada persona lleva dentro, muchas veces dormido por falta de espacios de participación y por dependencias infantiles que no liberan la inventiva. Un equipo avanzará más cuanto más creatividad desarrolle cada uno de sus miembros. Y el primer paso para despertar la creatividad es dedicarle tiempo a pensar en el problema o la situación planteada. Si nos detenemos y ponemos la cabeza en lo que queremos hacer, saldrán las alternativas, apuntémoslas todas, aún las que pudieran parecer más inusitadas o descabelladas para nosotros. En el equipo pueden ser detonadores de otras mejores o pueden parecer más lógicas por otros. En un clima de cooperación ninguna iniciativa será baldía: proponla con transparencia y sin miedo. Es preferible equivocarse a no aportar por miedo a equivocarse.

- El derecho a equivocarse: por último en un equipo comprometido con una obra debe haber siempre espacio para el error humano. Sin esta tolerancia se hace irrespirable el entorno e inhumano el trato. El miedo paraliza la creatividad, entorpece la cooperación, empaña la transparencia. Eso sí, para que haya espacio para el error debe haber una actitud de reconocimiento y aceptación del error. Cuando alguien acepta sinceramente que se ha equivocado desmantela inmediatamente las actitudes violentas y defensivas del otro. Leí una vez esculpido en las paredes del Aula Magna de la Universidad de La Habana algo así en latín: lo grave verdaderamente no es caer en el error sino perseverar en él.

Como se ve es todo una escuela, un estilo, que necesita entrenamiento para superar mucho tiempo de haber vivido otra manera de trabajar y de comprometerse. Ser formal no es cumplir con el formalismo, sino cumplir con la palabra que uno libremente ha empeñado. Sin libertad de decisión no hay compromiso verdadero. Sin responsabilidad personal ese compromiso se convierte en palabra vacía. Sin confianza en sí mismo nunca sabremos si podemos cumplir con lo que hemos asumido: creer en uno mismo es el primer peldaño para poder hacer las cosas por uno mismo.

Por último, sin capacidad de sacrificio –no sólo espíritu de sacrificio– no será posible dar respuestas satisfactorias a nuestros compromisos. Compromiso para hacer lo mismo ya es permanecer en pie como persona, pero el compromiso debe ser, también, para dar pasos, pequeños pero seguros, hacia delante y hacia arriba en la carrera de la vida por ser más personas, más humanos, más plenos, más felices. "La felicidad surge desde el sacrificio", nos recordaba el Papa en su visita a Cuba.

Cuba, su Iglesia, cada obra cultural, social, familiar, necesitan de esa palabra empeñada, de ese compromiso serio y consecuente hasta el sacrificio. Sobre todo para que cada cubano pueda ser una persona adulta y responsable. Y también para que las obras, los proyectos y la nación puedan avanzar contando con la seriedad y la seguridad del compromiso de sus hijos.

Todos hemos sentido alguna vez esta necesidad de seriedad, formalidad y perseverante compromiso.

¡Palabra que sí!