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enero-febrero. año VI. No. 35. 2000 |
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JUSTICIA Y PAZ |
CON LA GUERRA LA HUMANIDAD ES LA QUE PIERDE
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Comentario al Mensaje de Juan Pablo II con motivo a la Jornada Mundial de la Paz del año 2000
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Paz en la tierra a los hombres que Dios ama. Cf. Lc 2,14
El Papa Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de la Paz el 8 de diciembre de 1967, para promover la oración, la reflexión y la proyección de la Iglesia hacia el tema de la Paz en el mundo actual. El mensaje de Paz del Papa, cuando se abren las puertas del Jubileo que celebra el nacimiento de Jesucristo hace 2000 años, comienza con el que los ángeles anunciaron a los pastores el día de la Primera Navidad (cf Lc 2,14). En efecto "Dios ama a todos los hombres y mujeres de la tierra y les concede la esperanza de un tiempo nuevo, un tiempo de Paz" (cf. Mensaje que comentamos, párrafo 1). Aunque muchas veces sea difícil y desalentador el camino hacia la paz, el Papa sostiene que el hombre no debe nunca renunciar a dicha paz, pues su fundamento se encuentra enraizado en el corazón de cada ser humano, que aunque esté marcado por el pecado, el odio y la violencia, está llamado a formar una sola familia junto con el resto de la humanidad(cf. p.2). Luego de referirse a la dura experiencia de un siglo en el que la humanidad fue duramente probada por la guerra, El Papa deja claro que con la guerra la humanidad es la que pierde, ya que muchas veces las guerras son inútiles, pues quedan lejos de resolver las situaciones que las originaron, siendo al mismo tiempo causa de otras guerras aun peores. "En la raíz de tanto sufrimiento hay una lógica de violencia, alimentada por el deseo de dominar y de explotar a los demás, por ideologías de poder o de totalitarismo utópico, por nacionalismos exacerbados o antiguos odios tribales. A veces, a la violencia brutal y sistemática, orientada al sometimiento e incluso al exterminio total de regiones y pueblos enteros, ha sido necesario oponer una resistencia armada". (cf. p3) El Pontífice reconoce asimismo que "frente al escenario de la guerra el honor de la humanidad ha sido salvado por los hombres y mujeres que han hablado y trabajado en nombre de la paz", recordando los progresos en el reconocimiento, la declaración y la aplicación de los derechos fundamentales del hombre, la derrota de los totalitarismos, el final del colonialismo, en el desarrollo de la democracia y la creación de múltiples organismos internacionales. Recuerda también la eficacia del testimonio de los hombres y mujeres que han optado por la no-violencia, así como los avances de la ciencia y la técnica puestos al servicio de la humanidad.(cf. p.4) Ante la interrogante sobre si el próximo milenio estará o no marcado por la paz, el Obispo de Roma propone, en lugar de una premonición futurista, un criterio de juicio: "habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia."(cf. p 5) Para ello, advierte, pueden aprovecharse las ventajas del proceso globalizador que se vive. Más adelante Juan Pablo II afirma que la cuestión de la paz atañe a toda la humanidad, cuyo bien común es un valor supremo, por encima de los grandes intereses económicos, y de los conceptos absolutos de nación o estado. En ese sentido, afirma que quien viola los derechos humanos comete un crimen contra la humanidad misma, por tanto dichos crímenes no pueden ser considerados como asuntos internos de ninguna nación en particular(cf. p. 7). El Papa denuncia también que el crimen de la guerra cobra víctimas que en su mayoría son civiles. La seguridad creciente de los ejércitos contrasta con la inseguridad también creciente de la población civil, afirmó. En el mensaje se reconoce el derecho y el deber de la ayuda humanitaria, sobre todo a la población civil, ayuda esta que se presta muchas veces de modo desinteresado y heroico por múltiples organizaciones internacionales incluyendo comunidades religiosas. Seguidamente se trata el peliagudo tema de la ingerencia en los conflictos. "Evidentemente, cuando la población civil corre peligro de sucumbir ante el ataque de un agresor injusto y los esfuerzos políticos y los instrumentos de defensa no violenta no han valido para nada, es legítimo, e incluso obligatorio, emprender iniciativas concretas para desarmar al agresor. Pero éstas han de estar circunscritas en el tiempo y deben ser concretas en sus objetivos, de modo que estén dirigidas desde el total respeto al derecho internacional, garantizadas por una autoridad reconocida a nivel supranacional y en ningún caso dejadas a la mera lógica de las armas" (cf. p11). Por eso, el Papa reclama un mayor y mejor uso de la Carta de las Naciones Unidas, haciendo más eficaz y humano el funcionamiento de esta organización la cual, afirma, debe superar privilegios y discriminaciones. "Es necesaria e improrrogable una renovación del derecho internacional y de las instituciones internacionales que tenga su punto de partida en la supremacía del bien de la humanidad y de la persona humana sobre todas las otras cosas y sea éste el criterio fundamental de la organización"(cf. p12). Sin embargo, afirma, más allá de la perspectiva jurídica es fundamental el compromiso de cada hombre y mujer con la educación para la paz, el desarrollo de los métodos no violentos, y el esfuerzo por resolver los conflictos en la mesa de negociaciones. El Sumo Pontífice aborda también el tema de la solidaridad como fundamento de la Paz, la cual, aclara, no está garantizada con la mera ausencia de guerra, pues en muchas aparentes situaciones de paz se esconden conflictos que estallan tarde o temprano. Asimismo recuerda que la paz tiene un punto de apoyo en la aplicación del principio del destino universal de los bienes, "principio que no hace ilegítima la propiedad privada, sino que orienta su concepción y gestión desde su imprescindible función social, para el bien común y especialmente de los miembros más débiles de la sociedad"(cf. p.13). Denuncia también el Pontífice el escándalo que representa la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres en el mundo, afirmando también que está condenado al fracaso cualquier proyecto que divorcie los dos derechos indivisibles e interdependientes, de la paz y del desarrollo integral y solidario (Idem). No basta, afirma, la solidaridad meramente asistencial, los pobres necesitan oportunidades para cambiar por sí mismos su estatus de vida. Es el momento, exhorta también, de emprender una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y sus fines. Para que los modelos de desarrollo contribuyan realmente al empeño por la paz, el Papa invita a "armonizar mejor las legítimas exigencias de la eficacia económica con las de participación política y justicia social, sin recaer en los errores ideológicos cometidos en el siglo XX" (cf. p. 17). Se impone, afirma también, la necesidad de cultivar valores morales universales, pues el empeño por la paz no puede realizarlo ninguna nación por sí sola, ya que las necesarias vías que han de encontrarse para el diálogo común y comprensible por todas los pueblos de la tierra, debe basarse en la ley moral universal. El Papa invita a su vez a la Iglesia a ser signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo, reconociendo a Cristo como don de paz, que vino a redimir a la humanidad del pecado y la violencia(cf. p.19-20). Luego Juan Pablo II reconoce como motivo de esperanza los múltiples proyectos e iniciativas de paz que se desarrollan a pesar de las dificultades. La paz, afirma, es un edificio en continua construcción en la cual participan: los padres que viven y dan testimonio de la paz en sus familias, los educadores que saben transmitir los auténticos valores del patrimonio universal de la humanidad, los trabajadores comprometidos con la lucha por la dignidad del trabajo, los gobernantes cuya acción política se basa en la justicia y la paz, los miembros de Organizaciones No Gubernamentales comprometidos en la solución de conflictos, y los creyentes que promueven argumentos para la paz y el amor a través del diálogo ecuménico e interreligioso(cf. p.21). Las últimas palabras de este bello mensaje se dirigen a los jóvenes, que son el futuro de la humanidad, especialmente a aquellos marcados por la dura experiencia de la guerra, a los cuales exhorta a ser promotores de la paz: "¡Qué vosotros, jóvenes del 2000, podáis descubrir y hacer descubrir rostros de hermanos y rostros de amigos!"(cf. p22) El Papa termina el mensaje dirigiéndose con filial devoción a la Madre de Jesús, invocándola como Reina de la Paz, para que interceda y ayude al género humano a ser una sola familia en la solidaridad y la paz.(cf. p.22) La aplicación de la rica enseñanza que el Pontífice que fue nuestro huésped nos regala en este mensaje, ayudaría al mundo y a Cuba a transitar el camino hacia la Paz. En nuestro país ciertamente no hay guerra, pero varios conflictos laten en lo profundo de nuestra sociedad, cuya solución urge emprender, como requisito indispensable de la reconciliación que necesitamos para acceder a mayores grados de desarrollo humano integral. Estos conflictos son generados en el interior de muchas personas obligadas a vivir la doble moral; en las relaciones sociales debido a las profundas diferencias sociales que persisten y crecen; en las familias debido a que frecuentemente encuentran condiciones hostiles para su sano desarrollo y a que cada miembro de éstas no asume la cuota de responsabilidad que le corresponde; en el interior de las estructuras económicas y políticas debido a que no se transforman en el sentido de poner al hombre como su centro y fin; en la Iglesia debido a la falta de pluralismo.... La lista de conflictos y causas es mayor aún, y valdría la pena analizarla con detenimiento para buscar alternativas realizables, inmediata y gradualmente por todos los miembros de esta nación. Los cubanos somos hombres de paz. Lo demuestra nuestra historia, en la que se ve que hemos hecho la guerra para conseguir la independencia sólo porque no quedó otra alternativa, aunque haya dolorosas experiencias de participación en guerras foráneas que confío estén superadas, y cuyas lecciones espero hayamos aprendido. Por ese mismo carácter pacífico de este pueblo de matriz cristiana, confío plenamente en que los conflictos latentes entre nosotros salgan a flote sólo por la vía del diálogo y en la mesa de negociaciones. Cuba tiene un enorme potencial de solidaridad el cual nos conducirá, estoy seguro, hacia una nueva realidad de justicia, paz y desarrollo en este milenio que comienza. |
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