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enero-febrero. año VI. No. 35. 2000 |
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RELIGIÓN |
QUÉ ES LA M I S A
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Nos encontramos en el Año Jubilar, después de habernos preparado durante un trienio para su celebración. Juan Pablo II ha querido que la meditación de los católicos se centre a lo largo del año 2000 en la Santísima Trinidad y en la Eucaristía. El segundo de estos dos grandes misterios de la fe cristiana me mueve a escribir este artículo, acerca de lo que ha constituido a través de estos dos milenios el acto más importante de reunión y celebración cultual de los cristianos. Para empezar, es preciso aclarar que las palabras misa y eucaristía son sinónimos. Lógicamente, la primera, es la más utilizada, aunque la mayoría de las personas la repiten sin conocer su significado semántico. Ésta es la prueba más palmaria de que el término misa ha sido incorporado como tal a los diferentes idiomas, sabiéndose lo que expresa, aún cuando se ignore su origen semántico. Así pues, la palabra Misa proviene del latín missa, y ésta, a su vez, de missio, missionis, palabras de la misma lengua, que significan acto de enviar y despedida. Así pues, el uso de la palabra missa para designar la celebración cultual eucarística, halla su origen en el hecho de que las últimas palabras pronunciadas en latín por el Sacerdote en esta celebración ("ite missa est"), significaban que los participantes eran enviados a la vida para anunciar lo que habían celebrado. De esta forma, la celebración de la misa implica un envío del cristiano a la misión en el mundo. La Misa o Eucaristía encuentra su origen en el mismo Jesús. El Nuevo Testamento nos ofrece cuatro relatos de la institución de la Eucaristía por Jesús en la víspera de su muerte en la Cruz. Ellos son: Primera Carta de San Pablo a los Corintios 11, 23-25 –es el texto que primero se escribió–, y los textos evangélicos de San Marcos 11, 22-26; San Mateo 26, 26-30 y San Lucas 22, 15-20. Jesús escogió el tiempo de la Pascua para dar a sus discípulos su Cuerpo y su sangre: Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que la comamos" ...fueron... y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios"... Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros" )Lc 22, 7-20; cf Mt 26, 17-29; Mc 14, 12-25; 1 Co 11, 23-26). Además existe un quinto texto, que si bien no nos relata la institución de la Eucaristía por Jesús, nos ofrece un largo discurso en el cual el Señor se proclama el pan de Vida, pero que en los versículos 51 al 59 se refiere concretamente a la Eucaristía, en cuanto es el sacramento más denso de la presencia de Jesús resucitado en medio de su Iglesia. La lectura que la Iglesia hizo de estos textos del Nuevo testamento desde el primer momento, condujeron a la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Varias iglesias cristianas que forman el mundo evangélico o protestante, nacido a partir de la Reforma de Martín Lutero en 1517 no creen en la presencia real de Jesucristo en las especies eucarísticas del pan y del vino. Para unos será una presencia consustancial (Cristo unido al pan y el vino), y para otros será una presencia meramente simbólica. Nosotros los católicos explicamos la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía utilizando el término transubstanciación. Esto significa que en la Misa, por la acción del Espíritu Santo, la substancia del pan se transforma en la substancia de la sangre de Cristo, de manera que, aunque se conserven los accidentes (características físicas y químicas) del pan y del vino –éstas son el sabor, el color, la forma, etc., de pan y de vino–, no es pan lo que come la persona ni tampoco vino lo que bebe; sino el cuerpo y la sangre de Cristo bajo los accidentes del pan y del vino. La liturgia de la Iglesia desde hace muchos siglos llamó a esta realidad que acabó de explicar misterio de fe. La grandeza y profundidad de cuanto hemos visto, nos lleva a comprender el por qué la Iglesia Católica desde sus orígenes ha considerado a la Misa o Eucaristía como su celebración central y más importante. Al explicar de modo sintético cómo se celebra la Misa, se dice que ésta está compuesta de dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia propiamente de la Eucaristía. En la liturgia de la Palabra, que es la primera parte, se proclaman las lecturas de la Biblia. Así, pues, la Palabra de Dios es la que nos convoca a la Misa y, de igual forma, es la que nos prepara espiritualmente para la recepción del Cuerpo y Sangre de Cristo en la segunda parte de la Misa. No hay Misa sin lectura de la Biblia. No se puede celebrar, por tanto, la liturgia Eucarística si no se proclama la Sagrada Escritura. La liturgia de la Eucaristía comienza con la presencia del pan, el vino y el agua. A este momento de la Misa se le da el nombre de Ofertorio. El vino y unas gotas de agua se echan en una copa llamada cáliz. Las gotas de agua recuerdan una costumbre judía, anterior a Jesucristo, por la que en las cenas el vino se mezclaba con un poco de agua. Esta acción pasó así a la liturgia cristiana de la Eucaristía. Más adelante, viene la parte central de la Misa llamada consagración, la cual se reconoce porque los participantes se ponen de rodillas. El celebrante (sacerdote u obispo), extiende sus manos sobre el pan y el vino, e invoca la acción del Espíritu Santo para que transforme ese pan y ese vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Después de este gesto, el celebrante pronuncia las mismas palabras que Jesús dijo en la última cena o primera misa, como ya expliqué al principio de este artículo. En este momento ocurre la transubstanciación. Después, la Misa continúa: el celebrante hace varias peticiones por la Iglesia, el Papa, el obispo del lugar, los fieles allí reunidos, el mundo entero y los difuntos. Toda esta parte de la Misa que les he descrito recibe el nombre de plegaria eucarística. Concluida ésta, todos rezan la oración que Jesús entregó a sus discípulos: el Padre Nuestro, al que sigue el saludo de la paz, como un signo de fraternidad y la comunión entre sí de todos los presentes, a la vez que expresa la oración por la paz y la unidad de la Iglesia. La liturgia de la Palabra de Dios y la liturgia Eucarística preparan al fiel cristiano al momento más sublime de la Misa, cuando éste recibe el sacramento de la Eucaristía o Comunión. El término comunión proviene de la unión de dos palabras: común y unión. Así pues, comunión expresa la común unión que se establece entre Cristo, presente real y verdaderamente en la Eucaristía, y el fiel cristiano que la recibe. Es el momento de mayor unión con Cristo. Esta unión es la más intensa y más íntima que existe entre una persona y Dios. Hay otras formas de comunión con Dios, por ejemplo, la lectura de la Biblia, la oración, algún acontecimiento de la vida, etc., pero si el cristiano al recibir la Eucaristía, guarda las disposiciones necesarias para ello y se acerca del modo más ferviente, no cabe dudas que está haciendo el mayor acto de comunión con Dios. Para un fiel cristiano, recibir la comunión constituye el acto más importante que realiza en el día. De la espiritualidad de la Comunión hablaré próximamente. Ahora no quiero terminar este artículo sobre la Misa, sin referirme a las formas irrespetuosas que últimamente se observan en las celebraciones de nuestras misas. Cada vez más se pierde el silencio, y el recogimiento piadoso que éste produce en nuestros templos, durante la celebración de la Misa. Algo semejante sucede con el modo como muchas personas se acercan a recibir la comunión, no sólo en el vestuario indecoroso; sino también en la disposición espiritual. A veces tengo la impresión de que muchas personas, fundamentalmente las que se han incorporado a lo largo de la década del noventa a la Iglesia, se acerca a recibir la Eucaristía sin estar conscientes de la grandeza y profundidad del acto que van a realizar. Dan la impresión de que no saben distinguir entre la fila de la comunión y una cola cualquiera. Modos mecánicos e irreverentes hacia la riqueza mayor que posee la Iglesia, que es la Eucaristía, se observan en muchos de estos nuevos hermanos. Tal vez la causa de todo ello radique en una deficiente catequesis impartida por nosotros, que no hemos sabido transmitirles la riqueza de la piedad católica en torno a este sacramento tan admirable. Ésta es una de las razones del presente artículo, de naturaleza netamente catequética, y de los siguientes, a fin de mostrarles a los lectores de "VITRAL", la identidad cristiana y católica de la Eucaristía. |
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