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enero-febrero. año VI. No. 35. 2000 |
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BIOÉTICA |
EL ANCIANO EN LOS UMBRALES DEL NUEVO MILENIO UN DESAFÍO PARA LA IGLESIA
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El envejecimiento de la población. Situación mundial Desde hace algunas décadas en la mayor parte de los países desarrollados se ha venido experimentando un tránsito demográfico hacia el envejecimiento de la población debido, entre otros factores, a los grandes avances tecnológicos y científicos en el campo de la medicina, así como a la consolidación de una mentalidad antinatalista que ha provocado una disminución considerable del número de nacimientos. Como consecuencia de este fenómeno en los próximos 25 años la población de niños aumentará globalmente a un ritmo del 0.25% por año, mientras la de ancianos aumentará 10 veces más (2.6% por año). Todo esto acarrea importantes implicaciones en el orden económico, social, cultural, sanitario, psicológico y ético, entre otros. Pero este proceso que se inició hace ya cuatro décadas en los países del norte industrializado, hoy también, según fuentes fidedignas, comienza a afectar a los menos desarrollados, donde cómo es fácil suponer las consecuencias son más nefastas. Se espera que hacia el 2025 dos tercios de los ancianos del mundo –cerca de 850 millones– vivirán en América Latina y Asia. Si hacemos un somero análisis, en el cual tengamos presente que el número de mujeres ancianas es ampliamente superior al de ancianos en casi la totalidad de los países debido a su mayor tasa de sobrevivencia, y si a esto unimos que las tasas de viudez también son mayores en las ancianas con respecto a las del sexo opuesto y encima consideramos que en los países subdesarrollados las mujeres tienen más probabilidades de ser pobres, y menos de haber recibido algún tipo de educación o de haber tenido un empleo estable con derecho a pensionamiento, subsidio por edad o invalidez, y para cerrar nuestro análisis tomamos en cuenta los datos que indican que en las siguientes dos décadas las zonas rurales –siempre peor dotadas de infraestructura sanitaria y asistencia de todo tipo- serán desproporcionadamente pobladas por ancianos, obtendremos una imagen que nos anticipa el prototipo del pobre por excelencia de Asia y América Latina a fines del primer cuarto de la próxima centuria: una anciana campesina, viuda y analfabeta sin ningún tipo de seguridad social. El cuadro es verdaderamente desgarrador y no necesita comentarios.
Situación en Cuba Nuestro país también participa de este proceso de tránsito demográfico, debido a factores similares, entre los que se encuentran: el perfeccionamiento del sistema nacional de salud, con la extensión de la medicina preventiva, aparejado a la introducción de novedosas tecnologías y procederes en la atención secundaria y terciaria, así como a la elevación de la formación científica del personal médico y paramédico, lo cual se ha revertido en un aumento sostenido de la expectativa de vida. Otros factores, no menos importantes, responsables de la inversión de la pirámide poblacional en Cuba, lo constituyen por un lado la disminución vertiginosa de la tasa de fertilidad y natalidad en las últimas tres décadas, como consecuencia de la extensión de la anticoncepción y del elevado índice de abortos, y por otro lado, del continuo e intenso flujo migratorio externo, en el cual predominan ampliamente las personas jóvenes. Ello ha motivado que las cifras estadísticas que se vislumbran causen cierta alarma. Según investigaciones estadísticas hacia el año 2025 uno de cada cuatro cubanos tendrá más de 60 años, o sea el 25% de la población total y ya en el 2050 uno de cada cuatro se encontrará por encima de los 80 años, y por si estas fechas no pareciesen muy lejanas, tenemos que alrededor del ya cercano 2015 la población de más de 60 años será superior a la menor de 14 años. Las cifras no dejan lugar a dudas estamos frente a un hecho de importantes connotaciones, el cual es preciso enfrentar pues forma parte ineludible de nuestra realidad.
Atención internacional La comunidad internacional no ha estado ajena a este proceso y desde hace varios años ha venido tomando conciencia sobre sus posibles repercusiones, el primer evento para su análisis lo constituyó la celebración de la Asamblea mundial sobre los problemas del envejecimiento de la población convocada por la ONU y que se efectuó en Viena en agosto de 1982 donde se elaboró un Plan internacional de acción que es aún hoy un importante punto de referencia al tratar el tema. Posteriores estudios en el seno de esta organización llevaron a la conformación de los Principios de las Naciones Unidas para los ancianos, los cuales son un total de dieciocho y se reparten en cinco grupos: independencia, participación, atención, realización personal y dignidad, así como a la decisión de establecer una Jornada mundial del anciano los día 1ro de octubre de cada año. Posteriormente se decidió declarar el año 1999 Año Internacional de los ancianos, con el tema: "Hacia sociedad para todas las edades". La preocupación y el compromiso de la Iglesia católica a favor de este sector que siempre se ha contado entre los más desfavorecidos e ignorados existe desde sus inicios mismos, ejerciendo una labor caritativo-asistencial, así mismo, desde hace muchos años ha considerado la problemática del envejecimiento como importante tema de su reflexión y acción pastoral como así lo atestiguan las numerosas referencias en su magisterio y la multitud de programas llevados a cabo en todo el mundo. Por lo cual ha asumido con agrado la convocación a colaborar en este proyecto internacional para la promoción de los derechos y la dignidad de la persona anciana. Como parte de este proceso el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud ha auspiciado las conferencias internacionales "Longevidad y calidad de vida" en el año 1988 y "La Iglesia y la persona anciana" celebrada en octubre del pasado año, las cuales han reunido a prestigiosas figuras en los campos de la teología, la sociología, economía, demografía, la medicina, psicología y las ciencias de la comunicación, entre otras ramas del saber, los cuales han reflexionado sobre este fenómeno desde varias perspectivas ayudando a su análisis y comprensión. En 1998, el Pontificio Consejo para los Laicos ha elaborado un importante documento titulado "La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y el mundo" el cual aborda la dimensión ética de la vejez, así como los problemas más frecuentes que entorpecen la inserción del anciano en la sociedad contemporánea analizando además el papel que debe jugar la Iglesia en este sentido. A nivel regional la Iglesia también ha centrado su atención y promovido la reflexión sobre esta temática. El CELAM, a través de su departamento de laicos, ha elaborado el programa "Familia, Iglesia, Estado y Sociedad al servicio del Adulto Mayor" y ha celebrado desde 1985 tres importantes talleres regionales sobre la temática, de los cuales se publicó una síntesis titulada "Rostros de Ancianos", más recientemente se publicó el documento de trabajo "Adultos Mayores en América Latina".
Problemáticas actuales Las problemáticas alrededor de esta etapa de la vida radican incluso en aspectos aparentemente elementales. Muchos conceptos alrededor de la vejez son muy controvertidos, debiéndose en buena medida a la gran calidad de prejuicios que la rodean, un claro ejemplo es la dificultad para establecer una terminología que la defina y que al mismo tiempo satisfaga tanto a especialistas como a los aludidos. Al consultar en el diccionario de sinónimos la palabra "anciano" aparecen 33 términos afines y al buscar "viejo" unos 23, casi todos despectivos y hasta ofensivos. Por otro lado, la denominación "adulto mayor" tampoco complace a todos por ser una especie de eufemismo, todavía más ambiguo es el término "personas de edad". Otras clasificaciones resultan bastante inexactas, como lo es la inclusión de los ancianos dentro de la "población inactiva", pues sabemos que un número no despreciable de ellos se mantienen económicamente activos hasta muy avanzada edad aunque esto no siempre ocurra dentro de la economía "formal". Es por ello que algunos autores prefieren una clasificación cronológica, evidentemente más práctica, la cual consiste en definir como tercera edad desde los 60 a los 74 años, cuarta edad desde los 75 a los 89 años, longevos los comprendidos entre los 90 y 99 años y por último centenarios a los mayores de 100 años. Por salud se define el equilibrio bio-psico-social de la persona humana, teniendo en cuenta que generalmente en el anciano se experimentan una serie de procesos biológicos propios del envejecimiento los cuales repercuten en las otras esferas y que hacen algo impreciso este concepto, la OMS ha formulado una definición particular de la salud en el anciano, la cual se basa en el equilibrio entre los siguientes elementos: -La relación con el medio social. -La relación con el medio familiar. -La relación consigo mismo. Elementos a los cuales el Dr. Luis Céspedes agrega, a nuestro parecer de forma muy atinada, la relación con la trascendencia, esto es, la relación con Dios en el caso de aquellos no pocos ancianos con creencias religiosas más o menos estructuradas. La ruptura del necesario equilibrio entre estos elementos es responsable del sin número de difíciles problemáticas que enfrenta el anciano en el mundo contemporáneo, entre las cuales se destacan; a nivel social: la marginación, las carencias económicas, problemas sanitarios y asistenciales; a nivel familiar: la soledad, la indiferencia afectiva, el maltrato y los conflictos intergeneracionales y a nivel de la persona: pérdida de la autoestima, y los estados depresivos que los pueden conducir incluso al suicidio. Todos ellos atentan contra un verdadero estado de salud integral el cual no podemos ver de forma simplista sólo como "la ausencia de enfermedad" o "el control de las existentes" para medir la calidad de nuestra gestión con índices tan ambiguos como el "promedio de vida". Así mismo, es importante señalar que los adultos mayores –debido a una serie de características propias- constituyen uno de los grupos que con mayor frecuencia son objeto de dilemas y debates en el terreno de la bioética en temas que van desde el principio de la autonomía y su pilar: el consentimiento informado, pasando por la eutanasia, el suicidio asistido, la distanasia y hasta en el terreno de la transplantología y los cuidados terminales. Una de las tristes realidades a la que nos enfrentamos es que la ciencia y la tecnología médica han efectuado procesos mucho más veloces que el desarrollo de la bioética, lo cual en ocasiones ha favorecido la aparición de un "vacío ético" el cual es ocupado por criterios socio- culturales prejuiciados o mercantilistas que determinan conductas y procederes lesivos de la dignidad de los seres humanos, de los cuales los ancianos no son víctimas ocasionales.
La Iglesia y los ancianos. El anciano y sus problemáticas en la Doctrina Social de la Iglesia Al analizar los documentos de la doctrina social de la Iglesia (D.S.I.), encontramos temprana referencia al tema que nos ocupa en la Rerum novarum, donde el Papa León XIII incluye a los ancianos entre los grupos sociales más necesitados de la acción caritativa de la Iglesia. Sin embargo en el resto de las encíclicas sociales desde Pío IX a Pío XII (1864-1956) no se hace alusión directa a la palabra "ancianos" y no es hasta 1971 con la carta apostólica Octogésima adveniens de Pablo VI que los ancianos son considerados entre los grupos cada vez más marginados de la sociedad en transformación. Cuando hace referencia a las víctimas de las mutaciones sociales, los que se han dado en llamar los nuevos pobres, el texto menciona de forma explícita a los ancianos y pide que la atención de la Iglesia se oriente hacia ellos "para conocerlos, ayudarlos, defender su puesto y su dignidad en una sociedad endurecida por la competencia y la atracción de éxito" (OA n.15). Ese mismo año el Tercer Sínodo de Obispos, en su documento De justicia in mundo propone una lista de personas que "a menudo la familia y la comunidad dejan de lado" la cual también los incluye. A partir de esas alusiones el tema es tratado reiteradamente, así, con el pontificado de Juan Pablo II, los ancianos son siempre mencionados entre las personas que tienen mayor necesidad de atención y amor. De una forma hasta ahora inédita en el magisterio, el Papa en numerosas ocasiones se dirige a ellos también para recordarles la misión que les corresponde en la Iglesia y la sociedad. La D.S.I. hace continua referencia a la pobreza de la persona anciana la cual tiene hoy en dos niveles; el primero de los cuales es económico pero la otra pobreza es quizás peor, pues consiste en la exclusión social de quienes "no tienen voz" para defender sus derechos. En la sociedad moderna tienen "voz", ante todo, quienes forman parte de la sociedad productiva, los demás representan un peso y, por lo tanto, resultan marginados y excluidos económica y socialmente o incluso hasta en el seno de la familia misma. Así mismo nos previene sobre los avances del materialismo práctico cada vez más arraigado en nuestras sociedades según el cual "los valores del ser son sustituidos por los del tener" y donde como consecuencia "la llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas de la existencia" y en donde "el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal es «censurado», rechazado como inútil, más aun, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bie- nestar futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido" (E.V n23). Por ello asistimos a la proclamación de presuntas "soluciones humanitarias" como la eutanasia y el suicidio asistido, totalmente incompatibles con la ética cristiana. Tanto la Constitución apostólica Gaudium et spes del Concilio Vaticano II (n.52) como la Exhortación apostólica Familiaris consotio (n 21, 27 y 43) y la encíclica Evangelium vitae (n.94) estas últimas de Juan Pablo II, señalan a la familia como espacio primario para la integración y el reconocimiento de la dignidad del anciano, resaltando la importancia de una armoniosa relación intergeneracional que facilite un clima de intercambio recíproco y comunicación, de forma tal que el adulto mayor pueda encontrar acogida y solidaridad pero al mismo tiempo no se le considere sólo como objeto pasivo de atención, cercanía y servicio sino como sujeto activo y responsable que debe "ofrecer una valiosa aportación... gracias al rico patrimonio de experiencias adquirido a lo largo de los años..." constituyéndose en ", testigo transmisor de sabiduría de esperanza y caridad" (EV n. 94). De esta forma se debe estimular en todo momento a los miembros de la tercera edad para que pongan sus fuerzas y carismas al servicio del bien común ofreciendo el don gratuito de sí mismos. Solicitudo rei sociali (n. 40); Christifideles laici (n. 48). Con respecto a los deberes del Estado, desde la Encíclica Rerum novarum (n. 44) luego en la Centesimus annus y muy recientemente en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in América (n.63) la D.S.I. reclama la obligación de los estados de asegurar la inserción de todos los ciudadanos en la sociedad y particularmente el de ocuparse de los ancianos. Para lo cual algo básico sería el que todos los Estados considerasen inalienables los derechos de las personas incluso en aquella fase de la vida no directamente productiva, actuando en consecuencia en los campos legislativos-jurídicos, educativo y asistencial entre otros, lo cual resulta verdaderamente difícil en un mundo donde los Estados nacionales restringen cada vez más sus áreas de influencia desligándose de actividades que tradicionalmente le habían sido propias, para dar vía libre al obrar de las fuerzas ciegas del mercado. De igual forma la doctrina social advierte sobre el otro extremo, el de caer en un "asistencialismo" indiscriminado que conduce al siempre dañino y mutilante paternalismo, abogando por la aplicación del principio de la subsidiaridad, puesto que el anciano debe de recibir asistencia en caso de necesidad pero también debe ser colocado en la capacidad de participar protagónicamente en la construcción del bien común, tomando parte activa de la vida de la sociedad. Siguiendo también el principio de la subsidiaridad la D.S.I. llama al fomento de instituciones intermedias que desde la sociedad civil, sirvan de ayuda a la familia y al Estado en la esfera asistencial y promocional, así como en otros casos bajo el principio de la solidaridad, se constituyan en organizaciones formadas por los propios adultos mayores que insertándolos en los ámbitos civil, cultural, religioso y político los haga capaces de influir en la sociedad haciendo valer sus derechos y trabajando unidos por el bien común (Centesimus annus n. 44).
Elementos para una pastoral de los ancianos A pesar de la claridad del magisterio social, la presencia de los ancianos en muchas de nuestras comunidades y parroquias no siempre es favorecida, pues como bien ha dicho el P. Francisco Álvarez "... la comunidad cristiana no es enteramente inmune a la gerontofobia que caracteriza a la sociedad occidental y que se traduce en prejuicios, estereotipos y discriminaciones... se tiende a calificar a la ancianidad como la estación patológica de la vida, el tiempo sobrante, inútil e improductivo de la existencia", esto trae como consecuencia marginación y falta de acogida hacia el adulto mayor en el seno de las comunidades cristianas donde a pesar de todo lo que actualmente se hace en el seño de la Pastoral de la salud e instituciones como Cáritas, con frecuencia no se encuentra organizada una verdadera pastoral de y para los ancianos. La situación actual interpela a la Iglesia a la búsqueda de nuevos métodos y medios que se correspondan mejor con las expectativas y necesidades de diversa índole de los adultos mayores, y al mismo tiempo los estimule a que den su propia aportación a la misión de la Iglesia. Teniendo en cuenta lo anterior nos atrevemos a proponer –de forma muy esquemática y sin pretender en modo alguno agotar tan basto tema– una serie de elementos que consideramos necesario tener en cuenta al estructurar una pastoral de y para los ancianos. Los hemos dividido para su mejor comprensión en tres niveles y a su vez en "campos" de acción pastoral.
I. Acciones de la Iglesia para con la persona anciana concreta. a) Evangelización del anciano que les muestre a Jesús, verbo encarnado, fuente de la Vida. b) Atención espiritual y sacramental que fomente una espiritualidad propia de la persona anciana y les revele su dimensión trascendente. c) Acción caritativo-asistencial que se rija por los principios de la solidaridad y la subsidiaridad. d) Integración. -Estimular la acción del anciano como transmisor de la fe y agente evangelizador de su entorno. -Impulsar su activa participación en eventos litúrgicos, retiros, peregrinaciones, grupos de oración, y movimientos laicales. -Propiciar el compromiso de los adultos mayores con su participación en el voluntariado.
II. Acciones de la Iglesia para con la Iglesia misma. a) Favorecer desde la catequesis, las homilías, celebraciones, publicaciones y demás medios a su alcance un cambio de mentalidad en los cristianos con respecto a la vejez. b) Formar sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos, conscientes y capaces que se comprometan a trabajar a favor del anciano, tanto en el tradicional terreno asistencial como en el ámbito promocional. c) Concretar a nivel de cada comunidad y parroquia la Pastoral del adulto mayor, integrándola al resto de las pastorales e instituciones eclesiales en una pastoral de conjunto.
III. Acciones de la Iglesia con respecto a la sociedad en conjunto (Familia, Estado y organizaciones intermedias). a) promover por todos los medios e instancias el valor y la dignidad del anciano desde una perspectiva ética cristiana y en general humanista, educando para la solidaridad y el amor, favoreciendo un cambio de mentalidad con respecto a la vejez que despoje a esta fase de la vida de prejuicios y falsos conceptos, disipando temores y visiones catastróficas pues, como alguien ha dicho, "no estamos llamados a ser testigos del drama del envejecimiento de la población mundial sino a vivir el gozo de la senectud". b) Colaborar estrechamente con las familias, así como con todas aquellas instituciones sociales, políticas y religiosas que tengan entre sus objetivos la promoción del anciano. c) Favorecer la integración social del anciano, aunque no se trata tanto de "integrar al anciano", como de transformar a la sociedad para que le de cabida y participación. d) Fomentar el estudio serio e interdisciplinario de la problemática del envejecimiento y sus múltiples implicaciones médicas, económicas, religiosas y socioculturales sin perder de vista en ningún momento su horizonte ético y filosófico.
Conclusiones Como sabiamente ha dicho Bert Kruger Smith "todos hemos sido niños, todos podemos recordar incluso a través de recuerdos vagos, la propia infancia, pero nadie ha sido anciano excepto el que ahora lo es". Pidámosle al Señor, pues, que en lo adelante tengamos el don y la capacidad de comprender, acoger, amar y promover a las personas ancianas aun antes de serlo nosotros mismos. Para que llegado el tiempo cumplamos la promesa del salmista y "en la vejez aun demos frutos" (Sal 92.15). |
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