![]() |
noviembre-diciembre. año VI. No. 34. 1999 |
![]() |
PEDAGOGÍA |
BALADA PARA AMALINA
por Jorge Núñez |
|
Varias
veces comencé a escribir, y tuve que dejarlo. No siempre es fácil
escribir sobre alguien cuando se descubre que, aunque su vida ha
transcurrido en el casi anonimato, se levanta ante los ojos una formidable
estatura, y la solidez de una columna de mármol. Blanca, sólida, pura,
pero a diferencia de éste, es capaz de latir, sentir, vibrar, amar. Después
de varios años de ausencia en su país, ocurre un milagro: toco la puerta
de su vieja casa, y me abre ella misma. Resulta increíble que se conserva
casi como la misma imagen que dejó marcada en mi infancia. Mi primera
maestra , la maestra querida de prescolar. Nacen en mi sensaciones
similares a las que viví cuando leí por vez primera el libro Corazón.
No ha cambiado mucho, alta, gruesa, muy blanco el cabello. La
sonrisa suave. Amable. Llueven
los recuerdos. Veo con claridad la pequeña aulita de la Josué País. El
piano, al fondo, con muchas teclas unidas, encima los pomos con peces, una
estrella de mar. En la pared, un arcoíris de papel. Las mesas, con
plastilina, juguetes, figuras geométricas de colores. Las ventanas
abiertas al frescor de la mañana. En
una esquina, una piedra de madera para colgar las jabitas con la merienda.
Todos sus niños intranquilos, y ella siempre serena, amable, con ese
hablar tan pausado. No recuerdo nunca haberla visto molesta, ni gritando.
Inspiraba un respeto tremendo. Yo
le temía más a una mirada serena de ella, que a mi mamá con un cinto en
la mano. Cuando me iban a recoger, siempre decía: “Él es bueno, pero
muy conversador”. Ahora,
al cabo de los años, está de nuevo ante mí. Su memoria sigue siendo
formidable. Se acuerda muy bien de los alumnos de mi año, y hasta de mi
familia. Cuando me habla de la violencia que ve todos los días en la
televisión, de las cosas de ese país que nunca va a
ser suyo, me doy cuenta que realmente en Florida usted respira,
come y habla, pero su vida está aquí, junto a las palmas. Me
dice incluso que considera a los alumnos de aquí mucho mejor preparados,
que los niños allá saben mucha computación, pero muy poca historia. Se
percibe cómo continúa aún despierta su vocación de maestra, cuando
comparte conmigo los planes que tiene de dar clases de ortografía y
caligrafía. Mientras habla, disfruto esa
dicción exquisita, pero también palpo el dolor, la nostalgia. Le
regalo una postal de Navidad –pues era el tiempo- con un pequeño poema
y se emociona tanto que llora, y llama a la familia, plena de un orgullo y
una alegría casi infantil que me conmueve y contagia. Existen
muchas cosas de su vida que desconocía. Desconocía de sus dolores de
artritis, que nunca le impidieron llegar bien temprano a la escuela. A
pesar de la enfermedad nunca dejó esperando a sus niños. Tampoco sabía
que en su casa siempre tenía un sinsonte de “repuesto”, por si le
sucedía algo al del aula, y si no había sinsonte, un gorrión resolvía
igual, también tenía un pecesito de “repuesto”. Más
aún, no sabía que es católica, y que nunca renegó de su fe. Vivió su
martirio, y sufrió mucho por ello, pero siempre le decía a sus hijos:
“A Jesucristo nunca se le niega”. Su fe era tan grande, que cuando su
hija temía por el embarazo, se arrodillaba a rezar junto con ella frente
al antiguo cuadro de “Jesús en los olivos” que todavía se conserva
en su casa. Mantuvo muy alta su fe aún en los momentos más difíciles para los cristianos cubanos
por el enfrentamiento ideológico. Y no siempre es fácil descubrir en esa
anciana de hablar pausado, que es capaz de llorar de emoción ante sus
antiguos alumnos, ese temple formidable que no le dejó escapar ni una
queja cuando un médico le haría dolorosas curas en una operación. Es
tan formidable su espíritu, que tranquilizó sonriendo a su hija que
lloraba, cuando ésta se enteró por teléfono que iban a operarla de algo
que podía representar un peligro para su salud. Ama
usted mucho a su Patria y la sirvió alfabetizando y dando clases en Pons,
Sumidero y lugares lejanos de su Pinar querido. Es
usted tan cubana, tan digna hija de su país, y lo ama tanto que cuando el
avión en que venía se acercaba a nuestras costas, se le escapó de lo
hondo una exclamación: ¡Ay Cuba, Cuba! Estas
palmas la siguen acompañando al igual que los mogotes de Viñales, y su
Virgen querida. Todo eso está escrito en su piel de una forma que ya nada
podría borrarlo. Maestra
querida, me alegró mucho saber del homenaje muy merecido que le hicieron
en su querida escuelita, el día del maestro. Hermoso gesto, pues fueron
capaces de reconocer su grandeza como educadora, aunque ya no viva en
Cuba. Su virtud se impone, y dejó una huella formidable, y muy necesaria,
en esa etapa tan temprana de la vida. Nuestra patria no necesita clases de
formación de valores. Necesita de los valores mismos encarnados y
vividos. Todos necesitamos de personas como usted, que realzan los valores
más elevados del espíritu humano. Esta es muy poca flor para el jardín
que sabemos que se merece. Sólo aspiro a agradecer profundamente su
labor, aparentemente anónima, y también a otras muchas personas de
estatura indudable que han marcado mi vida. Sólo aspiro a que sonrían
muchas personas al leer este artículo, y que se enorgullezcan de usted
todos los que, como yo, tuvieron la dicha de ser sus niños. Muchas Gracias. |
![]() |