noviembre-diciembre. año VI. No. 34. 1999


REFLEXIONES 

 

 

 

LO PRIMERO ES

P   E   N   S   A   R

 

por Mons. José Siro Gzlez. Bacallao

  

  

Algunos autores han dicho que la famosa frase de Don José de la Luz y Caballero acerca del Padre Varela fue: «El Padre Varela es el hombre que nos enseñó que lo primero es pensar: otros autores, creo que la mayoría han escrito que la frase es: «Varela fue el primero que nos enseñó a pensar».

Medardo Vitier, el destacado Varelista, en su prólogo a la «MISCELÁNEA FILOSÓFICA», de Félix Varela Morales, de la Editorial de la Universidad de La Habana (año de 1944) nos dice textualmente: «D. Manuel Sanguily, a quien debemos el más penetrante estudio sobre Luz Caballero, no entendió la frase de éste en que considera a Varela como «el primero que nos enseñó a pensar»; la cree hiperbólica; no ve su intención. Debemos creer que D. Manuel leyó las obras del P. Varela. En ese caso, parece extraño que no percibiera la exactitud del juicio de Luz. Poque en efecto, quien recorra, aún sin mucho detenimiento, los textos que escribió el autor de esta Miscelánea Filosófica que hoy reedita la Universidad, se percatará de que en gran parte, la enseñanza de aquel sapiente y sencillo sacerdote consistió en puntos de método, actitud muy propia de quienes se proponen alguna reforma. Y «eso era enseñar a pensar». No se caracteriza Varela, como Luz, por el vuelo de las concepciones, sino por una doctrina rectora, que evite los errores del entendimiento. Cualquiera de las obras citadas contiene capítulos en que la cautela lleva al autor a un cúmulo de reflexiones y advertencias de carácter lógico. Quiere guiar el razonamiento. Muestra el método y señala los frecuentes tropiezos del intelecto. Y todo ello es «enseñar a pensar» y pensar bien «que tanto le preocupó siempre al insigne padre de la cultura cubana». (Hasta aquí la cita).

Como dijera el Papa Juan Pablo II en la Universidad de La Habana en ocasión de su visita a Cuba: «El Padre Varela enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia».

 

DIFICULTADES PARA PENSAR BIEN

Varias pueden ser las dificultades y las formas que nos hagan imposible el difícil arte de pensar: Considero que unas pueden ser de orden exterior. Si el consabido estrés de la época en que vive el hombre actual, le ata los sentidos a fenómenos exteriores como son las noticias que divulgan los Mass media; los anuncios múltiples que en forma de lluvia inundan la existencia humana y otros muchos elementos externos que obnubilan y dispersan el entendimiento, entonces la persona humana se ve imposibilitada de pensar y rehuye el ejercicio del pensamiento porque tiene otros intereses que le satisfacen más y que distraen más su existencia, envuelta muchas veces en múltiples ocupaciones de sobrevivencia o de entretenimiento.

Otras de las dificultades más comunes y corrientes de nuestro tiempo que impiden al ser humano ejercitar su pensamiento de forma lógica es la corriente de medias verdades y mentiras en que se ve envuelto su cotidiano vivir. ‘Me niego a pensar, no quiero reflexionar porque tengo la cabeza cargada de cosas que me confunden´, dice la gente.

Hay un tercer elemento que nace del interior del hombre y que lo alimentan influencias externas, que impiden o hacen al hombre reticente a pensar y es el temor: Qué terrible y sutil es el miedo que hace imposible el natural ejercicio de pensar para el cual la persona fue creada por Quien es fuente de todo pensamiento y Sabiduría eterna.

Ante estas tristes realidades que nos aquejan a todos, a los que piensan bien, a los que se niegan a pensar, a los que no les interesa pensar y a los que temen pensar, estamos obligados todos a enseñar a pensar.

 

EN QUÉ CONSISTE PENSAR BIEN

El pensar bien consiste, o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Es oportuno recordar que es la verdad la que nos hace libres. Y para que la verdad tenga como fruto la libertad, ha de cultivarse no sólo con rigor teórico, sino también con la paciencia exigida por el respeto al otro. La verdad necesita verse acompañada de una adecuada argumentación, que no aspire tanto a vencer como a convencer, logrando un convencimiento compartido de la ignorancia, de cuya amenaza nadie queda excluido. Cuando conocemos las cosas como son en sí, alcanzamos la verdad, de otra suerte, caemos en error y somos víctimas de la ignorancia.

Conociendo que hay Dios, conocemos una verdad, porque realmente Dios existe; conociendo que la variedad de las estaciones depende del sol, conocemos una verdad, porque en efecto es así; conociendo que el respeto a los padres, la obediencia a las leyes, la fidelidad con los amigos son virtudes, conocemos la verdad; así como caeríamos en error, pensando que la perfidia, la ingratitud, la injusticia, la lujuria son causas buenas y laudables.

Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir, la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza o con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? Un sencillo campesino, un modesto obrero, que conocen bien los objetos de su profesión, piensan y hablan mejor sobre ellas que un presuntuoso filósofo que con encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere dar lecciones sobre lo que no entiende.

A veces conocemos la verdad, pero de un modo confuso; la realidad no se presenta a nuestros ojos tal como es, sino con alguna falta, añadidura o cambio. Si vemos a cierta distancia y en la semiclaridad de la mañana un vehículo que transita y no sabemos distinguir de qué tipo es, de qué marca, si es un camión o un auto, el conocimiento es imperfecto, porque nos falta distinguir elementos y factores que nos permitan dar un juicio exacto. Si tomamos una  cosa por otra, como por ejemplo, si creemos que es un camello lo que en realidad es un ómnibus, mudamos lo que hay, pues hacemos de ella una cosa diferente.

Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece a un espejo en el cual vemos retratados con toda fidelidad los objetos como son en sí; cuando caemos en error, se asemeja a uno de aquellos espejos de ilusión que nos presentan lo que realmente no existe; pero cuando conocemos la verdad a medias, podría compararse a un espejo mal azogado, o colocado en tal disposición que si bien nos muestra objetos reales, sin embargo nos los ofrece demudados, alterando los tamaños y figuras.

El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Algunos hombres tienen el talento de ver mucho en todo, pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay.

Otros adolecen del defecto contrario: ven bien pero poco; el objeto no se les ofrece sino por un lado; si éste desaparece, ya no ven nada.

Y los hay que no quieren mirar los objetos, por temor de ver lo que no quieren ver, o por obstinación de creer que no hay más de lo que ellos dicen ver.

Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; lo mira por todos lados, en todas sus relaciones con todo lo que le rodea. La conversación y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precisión y exactitud. Estos pensadores, al igual que el Padre Varela, ilustran, convencen, dejan plenamente satisfechos a los que los escuchan. En cada una de sus palabras encontramos una idea y esta idea corresponde a la realidad de las cosas. Son como guías prácticos llevando en la mano una antorcha que resplandece con viva luz.

Un maestro con esta capacidad de pensar y enseñar, nos convence de que el arte de pensar bien no interesa solamente a los filósofos, sino también a las gentes más sencillas. El entendimiento es un don precioso que nos ha otorgado el Creador, es la luz que nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones; y claro es que uno de los primeros cuidados que debe ocupar al hombre es tener bien preparada esa luz. Si ella falta nos quedamos a obscuras y andamos a tientas; y por este motivo es necesario no dejarla que se apague.

No debemos tener el entendimiento en inacción, con peligro de que se ponga obtuso y estúpido; y por otra parte, cuando nos proponemos ejercitarlo y avivarlo, conviene que su luz sea buena para que nos ilumine y no nos deslumbre, bien dirigida para que no nos extravíe.

En los umbrales del III milenio, nos disponemos a celebrar el dos mil aniversario del nacimiento del Divino Maestro, aquel de quien San Juan, en el prólogo de su Evangelio, nos dice «Que en Él estaba la vida y esta vida era la luz para los hombres. Esta luz brilla en la oscuridad, y la oscuridad no ha podido apagarla».

Pido al Señor que esta divina luz nos ilumine el camino para distinguir la realidad de las cosas y no vivir en la confusión, y mucho menos en el error o el engaño, propio de este siglo, mal llamado de las luces.