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noviembre-diciembre. año VI. No. 34. 1999 |
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ECLESIALES |
¡NO TENGÁIS MIEDO! CRISTO CONOCE LO QUE HAY DENTRO DEL HOMBRE...
Discurso del Santo Padre al Embajador de Cuba ante la Santa Sede, Sr. Isidro Gómez Santos, en ocasión de la presentación de sus Cartas Credenciales |
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Señor
Embajador: 1.
Me es muy grato darle la bienvenida y recibir en este solemne acto
las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y
Plenipotenciario de la República de Cuba ante la Santa Sede. Le agradezco
las amables palabras que me ha dirigido, así como las expresiones de
cordial saludo que me ha transmitido de parte del Dr. Fidel Castro,
Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba,
al cual le ruego transmita mis mejores deseos de paz y
bienestar, junto con mis votos por el progreso material y
espiritual de la querida Nación cubana. 2.
En sus palabras se ha referido Usted a la atención que, de manera
sistemática, está prestando su Gobierno en el campo de la salud y de la
educación, alcanzando cotas dignas de encomio. Asimismo, pone también de
relieve el espíritu hospitalario del pueblo cubano y su constante anhelo
de libertad, aspectos éstos que conforman la identidad de una Nación y
que es necesario promover decididamente. A este respecto, es una tarea
irrenunciable difundir dichos valores y preservar también a los
ciudadanos de toda forma de corrupción y de ciertas plagas sociales, que
implican especialmente a los jóvenes, pues todo ello pone en peligro la
paz social y la estabilidad. Para
una sociedad como la cubana, que se distingue por haber alcanzado un
considerable nivel de instrucción, es importante un clima de distensión
y confianza, en el cual sean salvaguardados los derechos fundamentales de
la persona humana, sea creyente o no, y se den unas condiciones donde los
hombres puedan actuar “según
su propio criterio y hagan uso de una libertad responsable, no movidos por
coacción, sino guiados por la conciencia del
deber” (CONC. ECUM. VAT.II, Declaración Dignitatis Humanae, 1).
Este clima es también fundamental para poder conquistar la propia
credibilidad ante la escena internacional. 3.
Además, la pobreza material y moral puede tener como causas, entre
otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades
fundamentales, la des-personalización y el desaliento de los individuos
(cf. Discurso de despedida, aeropuerto de La Habana, 4). Sin embargo, para
poder caminar juntos, en solidaridad justa y respetuosa, es necesaria,
como ya dije nada más pisar el suelo cubano, la apertura efectiva y
generosa del mundo a Cuba y de Cuba al mundo, ya que ella está llamada a
tener un papel importante en el camino hacia un mundo más humano, más
solidario y respetuoso de la dignidad de la persona humana. Por eso deseo
de corazón que su querida Nación pueda continuar en la búsqueda y
construcción de la justicia, de la paz, en el marco de un respetuoso e
incansable diálogo. Por
otra parte, somos conscientes de vivir en una época de continuos
intercambios mundiales en los que ninguna nación puede vivir sola. Y Cuba
no debe verse privada de los vínculos con otros pueblos, pues son
indispensables para un sano desarrollo económico, social y cultural. En
este sentido, es de esperar que Cuba encuentre en la comunidad
internacional el apoyo y la ayuda financiera para afrontar de manera
adecuada las necesidades de la hora presente. Este camino será más fácil
si, a su vez, Cuba va promoviendo nuevos espacios de libertad y
participación para sus habitantes, llamados todos a colaborar en la
construcción de la sociedad. 4.
Señor Embajador, durante mi visita realizada al inicio de 1998 a
su Patria, esa hermosa Isla conocida como “La Perla del Caribe” y
“Puerta del Golfo”, pude palpar el espíritu de laboriosidad e
iniciativa que distingue al pueblo cubano. Y la Iglesia en Cuba, aunque
pobre en medios y escasa en personal, vive también este mismo espíritu y
desea ofrecer su aportación específica para un robustecimiento moral y
social cada vez mayor. Ella quiere ser, ante todo, mensajera de amor,
justicia, de reconciliación y de paz, ofreciendo a todos el mensaje de
Jesús, la Buena Nueva, en un ambiente de genuina libertad religiosa (cf.
Dignitatis humanae, 13). Para que ello sea factible, se ha de favorecer aún
más un diálogo constructivo y continuo, del cual Vuestra Excelencia
tiene ya larga experiencia por las tareas que le ha tocado desempeñar en
los últimos años, lo cual permitirá a la Iglesia alcanzar plenamente el
rol que le corresponde, sin privilegios ni favoritismos, pero sí
disponiendo de los medios indispensables para su labor cotidiana, de modo
que los cristianos puedan gozar, como los demás ciudadanos, del
“derecho civil de que no se les impida vivir según su conciencia” (Ibid). Además,
sé que la situación económica que atraviesa el País está siendo
afrontada con denuedo. En diversas ocasiones ya me he referido a
situaciones similares que, a escala mundial, presentan muchos problemas e
impiden a tantos países alcanzar deseables cotas de bienestar. A este
propósito, deseo reafirmar lo que expuse en la Carta apostólica Tertio
millennio adveniente, con la esperanza de que se favorezca el conveniente
desarrollo para todos (cf. N. 51). 5.
La Iglesia en Cuba espera, pues, una apertura aún más generosa a
la solidaridad manifestada por la Iglesia Universal –a través de un
intercambio enriquecedor de personal y de medios-, con verdadero sentido
de colaboración y en el respeto de lo que es peculiar de
la cultura cubana, dentro de la cultura latinoamericana, con su
alma cristiana que la impulsa a una vocación universal (cf. Homilía en
la Plaza de la Revolución, 7: Exhortación apostólica postsinodal
Ecclesia in America, 14). En
sus palabras Vuestra Excelencia se ha referido también a las relaciones
Iglesia-Estado en Cuba, las cuales deben mantenerse en el mutuo respeto y
cordialidad. Respeto para no interferir en lo que es propio de cada
institución, pero, por parte de la Iglesia, orientado a colaborar por
alcanzar un mayor bienestar para la comunidad nacional. Por esto, a través
del diálogo constructivo, es posible la promoción de valores
fundamentales para el ordenamiento y desarrollo de la sociedad. A este
propósito, aunque la misión de la Iglesia es de orden espiritual y no
político, el fomentar unas relaciones más fluidas entre la Iglesia y el
Estado contribuirá ciertamente a la armonía, progreso y bien de
todos, sin distinción alguna. A
este respecto, es fundamental tener un recto concepto de las relaciones
entre la comunidad política y la Iglesia, y distinguir claramente entre
las acciones que los fieles, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título
personal como ciudadanos, de acuerdo con su conciencia cristiana, y las
acciones que realizan en nombre de la Iglesia en comunión con sus propios
Pastores. “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia
no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a
sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter
trascendente de la persona humana” (Ecclesia in America, 27). Por
su parte, esta Sede Apostólica no dejará de elevar su voz en defensa de
la equidad y de la pacífica convivencia entre las naciones y los pueblos,
en la salvaguarda de su autonomía, para que el pueblo cubano, como toda
persona o nación que busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que
anhela la concordia y la paz, pueda mirar al futuro con
esperanza (Discurso de llegada a Cuba, aeropuerto de La Habana, 5). 6.
Este acto de hoy, que tiene lugar a escasos días de la apertura
del Gran Jubileo en el que celebraremos los 2000 años del nacimiento de
Jesús en Belén, me invita a recordar las palabras que, con todas mis
fuerzas, proclamé al inicio de mi Pontificado: “¡No temáis! ¡Abrid,
más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su
potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y
los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y
del desarrollo ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del
hombre ¡Sólo Él lo conoce!” (22-10-78). Y hoy, casi al final de este
siglo y del milenio, siento el deber de añadir: ¡Que nadie, ninguna
institución, ninguna ideología, ponga obstáculos para que todo hombre
pueda abrirse a Cristo! Éste es mi mayor deseo para todos los ciudadanos
de la querida Cuba. A ella regreso con el pensamiento, recordando los
inolvidables días de mi visita pastoral, durante la cual tuve oportunidad
de experimentar el calor humano del admirable pueblo cubano. 7. En el momento en que Usted inicia la alta función para la que ha sido designado, deseo formularle mis votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede Apostólica. Al pedirle que tenga a bien transmitir estos sentimientos al señor Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de esa República, demás Autoridades y al noble pueblo cubano, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y su distinguida familia, a sus colaboradores y a toda la Nación, a la que recuerdo siempre con particular afecto. |
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