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noviembre-diciembre. año VI. No. 34. 1999 |
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GALERÍA |
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MANDALAS: SONDA PLÁSTICA
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EL
ESCENARIO A
las cinco de la tarde del día 10 de Septiembre de 1999, la antigua sede
de la colonial Sociedad Filarmónica de La Habana, ahora Centro de
Desarrollo de las Artes Visuales, se atestó de público: la institución
cumplía 10 años de creada. Desde
una hora antes, un pequeño grupo de adelantados esperaba en el atrio
interior del edificio: una fuente; unas sillas de hierro y una humedad
secular … plantas … Afuera, la plaza vieja, a pesar del bullicio de
los chiquillos y del atavío tropical de los turistas en retirada, parecía
encerrar unas anacrónicas quietud y elegancia, decimonónicas. De
pronto, un pequeño discurso. Una bienvenida y una invitación. Comenzó
el ascenso, el ajetreo; retumbaron las escaleras de madera y se colmaron
los salones y pasillos de los tres pisos. Los pinareños subimos
directamente al tercero: allí exhibía Juan Carlos.
EL
AUTOR Y SU OBRA Campesino
de Ovas que vivió sin los beneficios de la electricidad hasta los diez años
y que hasta esa misma edad, por razones de salud, no disfrutó, sin
restricciones, de la libertad para los juegos de un niño normal, sobre
todo para los que implican riesgos físicos, Juan Carlos Rodríguez
(Septiembre 10 de 1968), el día de su cumpleaños, obsequió a los
amantes de las artes plásticas su lograda instalación «SONDEAR EL
UNIVERSO». Antes,
había exhibido en veinte exposiciones, dos de ellas personales. Sus
anteriores propuestas aparecieron en las series tituladas «Muerte y
Resurrección» y «Tentaciones del Arlequín». La primera, de contenido
místico, la elaboró en oleo sobre cartulina; la segunda, en la que
introduce el tema social sin abandonar el anterior, la realizó en tempera
sobre cartulina y oleo sobre lienzo. En ambas aflora con fuerza la disputa
sicológica interior que preocupa (¿martiriza?) al pintor. La
niñez del artista parece tener relación con los temas de su obra, sobre
todo con el recurrente asunto sicológico. En sus primeros años, y quizás
debido a las limitaciones a su libertad apuntadas, el pequeño parece
haber tenido tiempo y soledad suficientes para favorecer el soliloquio y
la ensoñación fantasiosa o reflexiva; para sembrar las primeras dudas,
alimentar los primeros miedos y preguntarse acerca del sexo y de la
muerte; para crearse símbolos y para codificar secretos. Así, hizo
guerreros de caracoles y plumas, y quiso saber, es casi seguro, el por qué
de la espiral en la concha. Obviamente, no era tiempo para las respuestas. Leyó.
Preguntó a Priestly acerca del hombre y el tiempo; a Mircea Elíades
sobre el chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis; y a Jung, sobre
todo a éste, que si no le dió respuestas le ofreció caminos, métodos y
decodificadores para la interpretación sicológica. Preguntó a budistas
y taoistas, a Mondrian y a Kandinsky … y creyó encontrar algunas
respuestas ... ¿o simples pistas?. Las
dudas, las lecturas y los sueños escogieron el pincel para corporeizarse
y se hicieron arte surrealista y expresionista. ¿cómo expresar, de otra
manera, las desgarraduras y dicotomía del yo, los sueños, el miedo y la
duda?. Así fue como habló Juan Carlos, con un lenguaje plástico
elocuente, de muertes y resurrecciones, de sexo, de contradicciones y
equilibrios. Sobre este «humus» crecieron las Mandalas. INSTALACIONES La
instalación es el medio de expresión actual del pintor para sus
inquietudes. Una instalación es una composición espacial artístico-lógica
de objetos que aislados tienen otra significación (banal, utilitaria,
decorativa); en ella, los objetos se coordinan, no se agrupan; se extraen
de su ubicación azarosa (¿necesaria?) en el espacio y se reubican
conscientemente en un nuevo ambiente, organizados con arreglo a una
premeditación meticulosa. Las nuevas relaciones entre los objetos
reubicados (en este caso piedras, barcos, lápices) engendran un sentido
nuevo para el espacio y para cada objeto, creándose así una micro-atmósfera
de relaciones que cristalizan en mensaje. El
conjunto instalado se percibe como cualidad inédita que puede tener
mezcladas la lógica, la mística y el arte en diferentes proporciones,
pudiendo impresionar más al pensamiento o a los sentidos. Así, el
mensaje del artista (su verdad), se expresa en un espacio de relaciones
entre cosas devenido espacio artístico por obra de la magia que produce
la sinergia del binomio sentimiento-pensamiento. Si
los vínculos entre las cosas relacionadas son captados por alguien más
que por el artista y sus correligionarios, la instalación tendrá un
mensaje viable; si no, será simplemente decorativa. Si el universo
interior del artista se objetiva en la obra con poder sinestésico, esta
puede resultar un éxito.
MANDALAS
Las
Mandalas son figuras geométricas cargadas de misticismo, inspiración,
religión e historia; son, para el iniciado o el inspirado, un topos y un
camino: es el lugar ideal para la reflexión y concentración profundas, y
es la vía para acceder a estados de éxtasis, clarividencia y genuina paz
del alma: son instrumentos de comunión con lo trascendente a la manera de
algunas religiones orientales y son, además, el objeto que preside y que
casi colma el espacio en las instalaciones del ovareño. Juan
Carlos Rodríguez es un místico-pintor que ha elegido las construcciones
mandálicas como objeto artístico central de las instalaciones que crea.
Con estas estructuras equilibradas y armoniosas hace arte, pero no un arte
ilustrativo, descriptivo y no consubstanciado con los contenidos que
expresa o sugiere: es un arte comprometido con, y en función de servicio
a, las convicciones filosóficas y religiosas que profesa y que habitan,
como luz e invitación y solución, en las cálidas geometrías que
propone para «sondear el universo» desde la aparente pequeñez del
individuo. Para
crear sus instalaciones, el artista usa, sobre todo, tierra oscura y barro
cocido y triturado. Sobre estos materiales, que conforman el cuerpo de los
dibujos, coloca piedras, retratos, barcos, animales, huellas y todo lo que
a su juicio de conocedor e iniciado, constituya un símbolo coherente con
los contenidos y adecuado a la forma. A veces estos objetos, de lectura fácil
e inmediata para el conocedor e ininteligibles para el profano, son tan
numerosos y el significado de muchos de ellos tan diverso que alguien,
parafraseando a Marcuse en su crítica a Max Weber, pudiera decir que en
estas mandalas hay una orgía de símbolos. Por ejemplo: la jicotea puede
simbolizar a Buda, a Cristo y al artista; las herraduras al caballo y éste
a Cristo. Los
colores utilizados, que son una componente de gran significación en la
belleza de las mandalas de Juan Carlos, se apartan, algunos de ellos, del
simbolismo general de las obras. Estas tienen un sentido de orden, de
equilibrio, de reflexión tranquila y de paz… de pureza. El naranja
intenso del barro cocido, como el rojo, se asocia generalmente a la pasión,
a la excitación de los sentidos y a los impulsos irreflexivos. Junto al
negro, el naranja representa engaño y conspiración; apareado al blanco
significa provocación sensual. El negro en solitario es dolor y muerte, y
el amarillo acción pero también ira y arrogancia. Sólo el blanco del círculo
central está en sintonía con los contenidos de unidad y pureza de la
obra. Quizás
alguien, guiado por la significación que el consenso ha atribuido a los
colores, perciba la ausencia del verde y del azul en la instalación, los
que comúnmente se asocian, el primero, al equilibrio, la serenidad y el
juicio; y el segundo, a la infinitud, la inteligencia y las emociones
profundas. No obstante, la instalación es bella, aunque la paz que
provoca el conjunto es la de la contemplación agradable y no la de la
reflexión profunda.
Tentaciones
del Artista es una bella
mandala que alfombra más de 900 centímetros cuadrados del salón del
tercer piso del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Dos barcos de
hierro parecen dispuestos para el combate. Los sueños de alguien han
emprendido un viaje en naves contendientes. Una parece enfilar la proa al
centro; la otra quizás esté forzada por un destino centrífugo. Una, por
remos, lleva pinceles; la otra es impulsada por lápices. La primera
transporta un caracol; la segunda un huevo. Quizás, escribir y pintar,
sean las más fuertes tentaciones intelectuales del artista, y sean
tentaciones contradictorias que intenta resolver en el dominio mandálico.
Tal vez sean la semilla (huevo) de los ansiados desarrollos vitales que
aspira a conducir al equilibrio dialéctico (espiral en el caracol). Puede
ser que este último, en la semiótica particular del creador constituya,
además, una reminiscencia infantil, un combatiente ingenuo creado por la
fantasía del niño solitario que comandaba simultáneamente a dos ejércitos
enemigos que lidiaban bajo la fresca sombra de mangos protectores. En
el centro, la jicotea-dios o la jicotea-artista, no tiene la fuerza
atractiva del contorno. Los tableros con fotos retienen un momento la
atención. Pero el foco subyugador de la obra es el conjunto, es la
compleja belleza otorgada, sobre todo, por las formas y el color. Los demás
objetos-símbolos son grandes deudores, en lo que a interés del público
se refiere, de esa belleza. En
Anunciación, la otra obra exhibida, vinculada a la instalación por una
atmósfera esotérica, los elementos sobresalientes son la vieja máquina
de escribir pendiente del techo, apoyada en un triángulo de madera que
recuerda una cruz. Estos objetos penden sobre el centro mismo de la obra,
sobre el círculo de la perfección. Huellas humanas se alejan del centro
y pronto son sustituidas por huellas de un animal doméstico (herraduras).
¿Se animaliza al hombre en la medida que se aleja de sus orígenes? ¿Es
el hombre un animal domesticado; por quién? El lector, frente a la obra,
se hará sus propias preguntas e intentará contestarlas. Vale la pena.
FINAL Un
día que hablaba con el hombre sencillo y amable que es el pintor, me dijo
creer firmemente en su fuerza carismática para atraer prosélitos a través
de las instalaciones de mandalas: «yo tengo la potencia», me dijo; y
agregó: «me creo (siento) un medium». ¿Un puente entre los estados de
exelcitud y pureza, y lo cotidiano y efímero de la existencia?. «Sí»,
me respondió. Al
despedirnos, advertí un relámpago en sus ojos claros, uno de esos
brillos fugaces que, seguramente, alguien advirtió alguna vez allá, en
La Mancha, en los de Don Alonso Quijano. |
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