enero-febrero. año V. No. 29. 1999


TESTIMONIOS

UN AÑO DESPUÉS...


 

IGLESIA Y SOCIEDAD

 

por Card. Bernard Law,

ARZOBISPO DE BOSTON

 

Cuba está viviendo otra revolución. Es una revolución pacífica que tiene como enseña la reconciliación. Un momento clave en esta revolución fue el 25 de Enero de 1998 cuando Su Santidad Juan Pablo II celebró la Eucaristía en la Plaza de la Revolución, en la Ciudad de La Habana. Estuvieron presentes un millón de cubanos, entre ellos el Presidente Fidel Castro, mientras que el pueblo de Cuba y el mundo entero seguían la ceremonia por televisión.

Se ha llegado a este momento histórico a través de diversos pasos, que incluyen: la supresión, en 1992, de una frase de la Constitución Cubana que declaraba que Cuba era una nación atea; la concesión de visas para más de 100 misioneros extranjeros; la publicación de un comunicado del Cardenal Ortega en el que fue, por muchos años, periódico estatal de tirada diaria: la concesión de mayor libertad de acción a Cáritas Cuba. Después de la visita del Presidente Fidel Castro al Santo Padre fue extremadamente significativa la creación de un grupo de trabajo formado por representantes del Gobierno Cubano y de la Iglesia Católica.

El acceso del Cardenal Ortega a la Televisión Nacional, una vez antes de la visita del Papa a Cuba y otra después a la radio nacional, es también algo altamente significativo. Recientemente han sido concedidos más de 40 permisos a sacerdotes y religiosas extranjeros que quieren trabajar para la Iglesia en el país. El año pasado el día de Navidad fue considerado un día de fiesta. Nos alegramos ahora porque, cada año, este día seguirá siendo festivo. La Navidad ha quedado institucionalizada.

Todo esto que hemos considerado hasta ahora, la nueva y prometedora relación entre la Iglesia y el Gobierno de Cuba, quiero que sea el marco desde el cual voy a exponer el tema de Iglesia y Sociedad. Y lo hago en vísperas del 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Cardenal Ortega ha escrito, en el último número del boletín «Aquí la Iglesia», un mensaje pastoral acerca de este aniversario. Sus palabras proveen un adecuado punto de partida para mis reflexiones:

«Mucho camino queda por transitar para que la humanidad alcance el disfrute íntegro de todos sus derechos. En primera línea de trabajo, para ponerlos en acción, deben estar los cristianos, y el modo propio y personal de hacerlo es cumpliendo con los deberes evangélicos de justicia, solidaridad y servicio en medio de la sociedad, sin dejar por eso de reclamar, por todos los medios legales posibles, la puesta en práctica de todos los derechos de la persona humana, tal y como lo exige la dignidad propia del hombre, creado por Dios libre y responsable del mundo.

Que este aniversario suscite la reflexión de hombres de Estado, partidos políticos, juristas, científicos y del mayor número de pobladores de nuestro planeta, muy especialmente de los jóvenes, de modo que se tomen decisiones y se ejecuten proyectos para que en el próximo siglo y milenio el ser humano de cualquier condición, raza o religión, llegue a vivir según la dignidad personal que Dios Creador le ha conferido».

Desde la perspectiva católica, la sociedad alude a personas individuales y a las distintas organizaciones en que estas personas se agrupan, entre las que ocupa un lugar preeminente la familia. Sociedad es un concepto más amplio que estado o gobierno. El estado y el gobierno están al servicio de la sociedad y deben rendir cuentas ante ella.

La Iglesia es una comunidad o comunión de personas unidas por una profesión de fe común y una vida común vivida en Cristo. La Iglesia Católica es una comunión de más de mil millones de creyentes extendidos por todo el mundo, que viven su vida de fe en las distintas diócesis, cada una dirigida por un obispo, que a su vez se dividen en grupos más pequeños de creyentes, llamados parroquias. Dentro de la estructura de la Iglesia hay distintas organizaciones institucionales por medio de las cuales la Iglesia lleva a cabo su misión.

La Iglesia, como el estado, busca servir al bien común de la sociedad.

Históricamente y en el presente pueden producirse tensiones entre Iglesia y estado. Existe por parte de la Iglesia un reconocimiento y un respeto por la competencia y autoridad del estado. Hay también un reclamo, por parte de la Iglesia, para que el estado reconozca el derecho de la Iglesia a vivir su vida sin interferencias. Esto se apoya en el derecho, universalmente reconocido, de la libertad religiosa.

No voy a tratar el análisis de «Iglesia y Sociedad» desde un punto de vista filosófico o teológico. Estos análisis ya están disponibles. Voy a dirigirme a ustedes como obispo y pastor, desde mi propia experiencia y desde mi deseo, hecho oración, de que el nuevo camino de reconciliación entre la Iglesia y el Estado Cubano siga adelante hasta el punto de que la Iglesia pueda servir más libremente al bien común de la sociedad cubana.

 

Permítanme empezar con la Palabra de Dios. El Profeta Isaías, bajo la inspiración del Espíritu Santo, habló al pueblo judío de cómo Dios espera de nosotros una actitud de verdadera adoración. Escuchen las palabras de Isaías en el capítulo 58. Es Dios hablando por el Profeta:

¿No saben cuál es el ayuno que me agrada?

Romper las cadenas injustas,

desatar las amarras del yugo,

dejar libres a los oprimidos,

y romper toda clase de yugo.

Compartirás tu pan con el hambriento,

los pobres sin techo entrarán a tu casa,

vestirás al que veas desnudo

y no volverás la espalda al hermano.

(lsaías 58, 6-7)

 

Otra traducción termina esta cita así: «Y no volverás la espalda a tu propia carne.»

Este pasaje, que tiene tanta fuerza, subraya el hecho de que una persona verdaderamente religiosa tiene que preocuparse del bien de los demás, especialmente de aquellos que tienen mayor necesidad. El pasaje subraya también el hecho de la solidaridad humana. El libro del Génesis nos enseña que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. Por tanto hay algo sagrado en cada ser humano. La persona humana emerge de lo profundo de la Escritura y de la enseñanza de la Iglesia como un ser cuya importancia es esencial. El bien de la sociedad exige que los derechos de cada persona sean respetados.

San Juan, en su primera carta, clasifica firmemente este punto: El que dice: «yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve? (I Juan 4,20). Clara e inequívocamente el autor sagrado y la enseñanza de la Iglesia piden de los Católicos una postura de servicio a la sociedad, respondiendo a las necesidades de sus hermanos y hermanas.

En 1961, después de mi ordenación sacerdotal, trabajé en el Estado de Mississippi. En aquel tiempo Mississippi, por una ley estatal, era una sociedad con segregación racial. Escuelas, vecindarios, restaurantes, fuentes de agua, estaciones de tren y todos los aspectos de la vida sufrían una rígida segregación. Esto era, claramente, un desafío al espíritu de los documentos fundacionales de los Estados Unidos de América y, obviamente, un gran conflicto con las enseñanzas de la Iglesia Católica.

Fue un privilegio para mí servir a la iglesia en aquel momento cuando, claramente, la Iglesia se declaraba en contra del sistema y trabajaba, pacíficamente por cambiarlo. En aquel tiempo, La Iglesia Católica era solamente el dos por ciento de la población de Mississippi. Muchos católicos se habían sentido condicionados por las normas sociales vigentes en aquel momento. No obstante, la Iglesia expresó su postura y manifestó su deseo de cambio. La primera escuela con integración en Jackson, Mississippi, fue una escuela Católica. El primer acontecimiento que acogió una actitud de integración en un importante hotel de Mississippi, fue el Encuentro de la Organización de Jóvenes Católicos. La diócesis salió fiadora de las primeras viviendas financiadas por el Gobierno que imponían reglas no discriminatorias. Más importante, tal vez, fue la predicación de los obispos y de los sacerdotes pidiendo a las personas un cambio de corazón para que los derechos de negros y blancos fueran respetados por igual.

La enseñanza de la Iglesia no ha recibido siempre una respuesta acogedora. Los católicos están muy influenciados por la cultura dominante en la sociedad de la que ellos forman parte. La situación en Mississippi, en los primeros años de mi sacerdocio era semejante, respecto a este tema, a la que vivo hoy en Massachusetts de donde soy Arzobispo.Los católicos de Massachusetts están muy influenciados par la cultura dominante que llega a ellos a través del periódico, la televisión, la radio, el cine y algunas élites políticas y académicas. Esta cultura no refleja siempre la doctrina social de la Iglesia.

La enseñanza social católica es un recurso muy rico que puede servir de levadura en la sociedad. La enseñanza social católica transmite una visión de la persona, la familia y la solidaridad humana que conduce al bien común. La enseñanza de la Iglesia, incluyendo su doctrina social, es siempre un reto para los creyentes porque exige un cambio de corazón, una respuesta más comprometida. Cuando me refiero al servicio que la Iglesia ha prestado a la sociedad con su enseñanza social no estoy fijándome en un pasado en el que abundan los fracasos debido a que los católicos no hemos asimilado ni vivido dichas enseñanzas a plenitud; mejor me centraré en el futuro que sería más prometedor en Cuba, en mi país y en el mundo entero si la enseñanza social de la Iglesia se afianzara firmemente en los corazones humanos. Concentrémonos en tres puntos de esta doctrina social de la Iglesia:

- la primacía de la persona humana.

- el significado de la familia.

- las implicaciones de la solidaridad humana.

 

LA PRIMACÍA DE LA PERSONA HUMANA

Los pasajes de Isaías y Juan, que hemos comentado, hablan de la primacía de cada persona. El ministerio de Jesús, que se caracterizó siempre por una actitud extremadamente personal, subraya, una y otra vez, el valor de la persona humana. A la vez que ofrecía un mensaje para todos los pueblos de todos los tiempos, también se centraba en la persona humana concreta a la que curaba, enseñaba y consolaba. Tuvo compasión por la muchedumbre que le seguía, pero esa muchedumbre nunca le hizo sentir menos interés por la persona humana concreta.

El 23 de Octubre de este año, el Santo Padre Juan Pablo Il, se dirigió a los Obispos de los Estados Unidos que pertenecen a mi región al término de la visita que cada cinco años tenemos que hacer a Roma. Sus palabras en esta ocasión son dignas de ser repetidas en este contexto: «En ninguna parte es más evidente el contraste entre la visión del Evangelio y la cultura contemporánea que en el dramático conflicto entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte. No quiero terminar esta serie de reuniones sin agradecer otra vez, a los Obispos su liderazgo y abogacía en el apoyo de la vida humana, particularmente las vidas de los más vulnerables. La Iglesia en su país sale en defensa de la vida y de la dignidad humana de muchas formas diferentes. A través de incontables organizaciones y agencias, la Iglesia, con inmensa generosidad, provee servicios sociales para los más necesitados; trabaja activamente apoyando los esfuerzos por conseguir leyes más favorables para los emigrantes; está presente en el debate público sobre la pena de muerte... al mismo tiempo ustedes, sabiamente, subrayan la prioridad que debe darse al derecho fundamental a la vida de los aún no nacidos y la oposición a la eutanasia y al suicidio facilitado por el médico».

Hace sólo tres semanas los Obispos de los Estados Unidos hicieron una declaración titulada: «Vivir el Evangelio de la vida: Un reto para los Católicos Americanos». Evidentemente esto es una llamada de atención a los Católicos de los Estados Unidos para que eviten la influencia que la cultura de muerte tiene en nuestra sociedad. En esta declaración decíamos: «Como americanos, como católicos y como pastores de nuestro pueblo, nos dirigimos a nuestros compatriotas para pedirles que vuelvan a los principios fundamentales de nuestro país y, más especialmente, a que renueven nuestro respeto nacional por los derechos de los aún no nacidos, los débiles, los incapacitados y los enfermos terminales. La verdadera libertad se apoya en la inviolabilidad de cada persona como verdadero hijo de Dios.»

Es absolutamente esencial respetar el derecho a la vida de cada ser humano, para que los otros derechos de cualquiera de nosotros puedan estar asegurados. Cuando el derecho fundamental a la vida se pone en peligro, todo ser humano está en peligro. El bien de la humanidad exige respeto para todas y cada una de las personas humanas. Este es el principio fundamental de la enseñanza social de la Iglesia.

 

LA IMPORTANCIA DE LA FAMILIA

La base de la sociedad es la alianza de amor entre el hombre y la mujer, que es el matrimonio, y los hijos, que son el fruto de dicho matrimonio. Aquí, en la familia, está la base de cada sociedad. Ambos, Iglesia y Estado tienen que hacer todo lo que esté en sus manos para apoyar y fortalecer la familia. En mi propio país la revolución sexual, un creciente relativismo de valores en los medios de comunicación, un feminismo secularizado y un individualismo que raya en un desfasado egocentrismo han socavado, gravemente, el matrimonio y la familia.

El mejor servicio que la Iglesia puede dar a la sociedad es ofrecerle su ayuda para restaurar una indispensable valoración del papel del matrimonio y la familia. Para el bien de la sociedad, el matrimonio debería ser apoyado como una unión permanente. Los padres tienen la responsabilidad de formar a sus hijos y esta responsabilidad va unida a derechos concomitantes. Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos y por tanto tienen que tener los derechos apropiados para cumplir esta responsabilidad. El estado debe reconocer los derechos de los padres a escoger un sistema educativo que transmita los valores religiosos de la propia familia.

En mi estado de Massachusetts la constitución del estado tiene un lenguaje inspirado en aquellos que en el siglo pasado querían excluir a las escuelas Católicas de toda ayuda del gobierno. La ley en mi estado no respeta suficientemente los derechos de los padres en el tema de la educación de los hijos.

La terrible tragedia en muchas de las sociedades es el hecho del predominio de tantas familias con sólo padre o madre. Esto presenta un testimonio elocuente y doloroso de la importancia de la familia.

El estado tiene la gran responsabilidad de fortalecer el papel de la familia apoyando legalmente la institución del matrimonio, dándole beneficios como la reducción de impuestos u otras ayudas financieras; favoreciendo normas de emigración e inmigración que faciliten la reunificación de las familias; asegurándose de que los salarios familiares cubran las necesidades mínimas; en todo caso, el estado debe buscar formas de mejorar la vida familiar y no sólo la vida de cada persona.

La Iglesia ayuda con su enseñanza y con sus instituciones, tales como las escuelas y la catequesis parroquial, que sirven a la familia. Pastoralmente la Iglesia prepara a las parejas para el matrimonio y encarece a los matrimonios a enriquecerse, aprovechándose de los programas creados para ellos. Finalmente, la Iglesia tiene un papel definido como defensora del matrimonio y la familia en el debate de las leyes públicas.

 

IMPLICACIONES DE LA SOLIDARIDAD HUMANA

El 5 de Noviembre de este año, poco después que cesaron las lluvias en Honduras, volé a Tegucigalpa para ofrecer mi solidaridad al Arzobispo Oscar Rodríguez, a la Iglesia y al pueblo de la nación tan duramente castigada por el huracán Mitch. Al día siguiente fui a Nicaragua. Estas visitas, a las que fui acompañado por colegas que iban representando a los servicios de salud y ayuda social de la Arquidiócesis de Boston, fueron una manifestación de la solidaridad humana que nos hace a todos hermanos y hermanas. El pueblo de la Arquidiócesis de Boston, generosamente, ha donado más de un millón de dólares en metálico y más de ciento diez toneladas de medicinas, comida y ropa para ayudar a los damnificados del huracán.

El gobierno de Cuba, motivado por la concientización de la solidaridad humana, canceló los 50 millones de deuda externa a Nicaragua. Éste mismo sentido de solidaridad ha promovido el envío de equipos médicos a Honduras, Guatemala y Nicaragua.

Su Santidad Juan Pablo Il habla específicamente acerca de la solidaridad en la encíclica: «Solicitudo Rei Socialis». publicada el 30 de diciembre de 1987. En esta carta afirma: «El ejercicio de solidaridad en cada sociedad es válido cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas, sobrepasando todo tipo de imperialismo y determinación para salvar su propia hegemonía; las naciones más fuertes y poderosas deben tomar una postura de responsabilidad moral frente a otras naciones para que pueda ser restablecido un verdadero sistema internacional apoyado en los principios de igualdad de todos los pueblos y en la necesidad de respeto de sus legítimas diferencias. La solidaridad nos ayuda a ver al otro -ya sea persona, pueblo o nación- no sólo como un instrumento, con una capacidad de trabajo y una fuerza física para ser explotada a bajo costo y luego rechazada cuando ya no es útil, sino como a nuestros ‘vecinos’ y ‘ayudadores’ (Génesis 2, 18-20) que pueden compartir, al mismo nivel que nosotros, en el banquete de la vida, al que todos estamos invitados por Dios». (Solicitudo Rei Socialis No. 39).

Para la Iglesia esta concientización de solidaridad humana se intensifica a través del amor redentor de Dios, manifestado en la muerte y resurrección de Jesús. Hay un pasaje en el Evangelio de San Mateo que ilustra este punto de una forma especialmente bella. En este pasaje Jesús instruye a sus seguidores sobre el juicio final en el cual todos seremos juzgados.

Escuchen las palabras de Jesús: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en su trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas a su presencia y, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así también lo hará él. Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que están a la derecha: «¡Vengan, los benditos de mi Padre! Tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber. Pasé como forastero y me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.»

Entonces los buenos preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; sediento y te dimos de beber, o forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver?» El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo.»

La verdad que transforma la solidaridad en la Iglesia es que Jesús se ha asociado con nosotros, especialmente con los más débiles y vulnerables, de tal modo que todo lo que hagamos por ellos lo hacemos por Él. El mismo texto evangélico al que hemos hecho referencia dice que cuando rehusamos ayudar al hambriento y al sediento, al extranjero o al desnudo, al enfermo, al encarcelado, rehusamos ayudar a Cristo.

El conocimiento que la Iglesia tiene de sí misma, juntamente con su singular antropología, la impulsa a llevar adelante la causa de la solidaridad humana en cada sociedad.

Cuando el Papa Juan Pablo II terminó su segunda visita pastoral a los Estados Unidos el 17 de noviembre de 1987, lanzó un reto a mi país en su discurso de despedida:

«Tu mayor belleza y tu mayor bendición se encuentran en la persona humana: en cada hombre, mujer y niño, en cada emigrante, en cada ciudadano, hijo e hija de este país.

Por esta razón, América, tu más profunda identidad y tu más auténtico carácter como nación se revelan en tu actitud hacia la persona humana. La última prueba de tu grandeza está en la forma como te comportas con el ser humano, especialmente con los más débiles y los más indefensos.

La mejor tradición de tu tierra es el respeto por todos aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Si tu quieres igualdad y justicia para todos y verdadera libertad y duradera paz, entonces, América, defiende la vida.

Todas las grandes causas que son tuyas hoy tendrán sentido en tanto en cuanto garantices el derecho a la vida y protejas a la persona humana.

Alimenta al pobre y acoge al refugiado. Refuerza la contextura social de tu nación. Promete el verdadero progreso a la mujer. Asegura los derechos de las minorías. Trabaja por el desarme, mientras garantizas las legítimas defensas.

Todo esto lo conseguirás sólo si el respeto por la vida y la protección de la vida, está defendido, para todos, por la ley, y si se garantiza esto para todo ser humano desde su nacimiento hasta su muerte natural.

Toda persona humana, -no importa en que grado sea vulnerable o indefenso, joven o anciano, sano, indeficiente o enfermo, eficaz o productivo para la sociedad- es un ser de inestimable valor, creado por Dios a su imagen y semejanza.»

Con estas elocuentes palabras, el Santo Padre dijo la verdad de su corazón. Todo lo que dijo estaba basado en la rica enseñanza de la Iglesia y nos invitó a construir una cultura de vida y una civilización de amor.

Esta es la labor de la Iglesia en todos los lugares y en todos los tiempos. Y esta es la labor de la Iglesia en esta bellísima Isla, Cuba. Aquí la Iglesia busca ayudar a construir en esta sociedad una cultura de vida y una civilización de amor. Lo que está ocurriendo aquí hoy es parte de un diálogo indispensable entre Iglesia y Sociedad.

Ninguna nación puede mirar simplemente al pasado. Los problemas del presente son suficientes para inspirar un esfuerzo renovador para construir un futuro mejor. Hoy el mundo se encuentra necesitado de un nuevo orden económico que esté más claramente dirigido hacia el bien común de la sociedad, un orden económico que sea más humano. Cuba puede tener un papel relevante en la creación de un orden económico que refleje respeto por cada persona humana, respeto por el papel fundamental de la familia y respeto por las exigencias de la solidaridad humana, particularmente con los más débiles en la sociedad, un orden económico que podría servir como un ejemplo positivo para todo el mundo. La Iglesia, con todos los hombres y mujeres de buena voluntad quiere colaborar en la edificación de este futuro mejor.

La Iglesia no está separada de la sociedad. La Iglesia se encuentra en todas partes, en cada hombre y mujer que es parte de ella. En nuestros peores momentos los cristianos adquirimos las características negativas que desgarran el tejido de cualquier sociedad. En nuestros mejores momentos, somos un valioso recurso para cualquier sociedad. En nuestros mejores momentos, los católicos somos levadura para una cultura de vida y una civilización de amor. En mi nación, como en Cuba, los fieles católicos somos ciudadanos leales.

En tanto que la Iglesia y el gobierno de Cuba continúan desarrollando una nueva relación, mi esperanza y mi oración es que ayudemos a crear en la sociedad de Cuba una cultura de vida, una civilización de amor y de solidaridad, algo que el mundo necesita urgentemente.

 Conferencia dictada en el Aula F. Bartolomé de las Casas, San Juan de Letrán / 9 de diciembre de 1998.

 


PREMIOS en fotografía y artículo

Concurso I Aniv. de la Visita del Papa a Cuba

 

Fotografía del P. Gaiga

LA HABANA,

YO TAMBIÉN ESTABA

 

por P, Joaquín Gaiga

                       

 

Si no llevara en mi corazón la amargura y la preocupación por la salud del amigo sacerdote con el cual tuvimos un accidente en estos días tan esperados y por eso ahora tan angustiosos, podría gozar mucho más el espectáculo de esta fila de guaguas que se extiende hasta donde llega la vista en la fresca madrugada. Trátase en su mayoría de viejas guaguas de toque descostrado, algún cristal roto y varios otros achaques.

Un vientecito reconfortante hace oscilar levemente las esbeltas palmeras esparcidas entre el verdor de los campos y preanuncia una jornada de temperartura agradable en la capital.

Buena parte de la gente estibada en las guaguas, algunas de las cuales resultan donadas por asociaciones extranjeras en ayuda a Cuba, puesta a dura prueba por el «bloqueo», viene del extremo occidental de la isla: Las Martinas, Sandino, Mantua y Guane. Antes de recorrer los 150 Kilómetros de autopista, tuvieron que recorrer otros cien de carreteras punteadas de huecos y otras insidias. Y para reunir a toda esta gente en los alrededores de las iglesias parroquiales, fue necesario antes, recogerla en las aldeas del vasto territorio con desvencijados camiones o rudimentales carretas arrastradas por tractores.

Así que no pocos no durmieron prácticamente una sola hora en la noche. La larga fila de automotores procede entre frecuentes paradas y moderaciones de la marcha. Próximos a la capital se encuentran y convergen hacia el centro con los que llegan de la provincia al este de La Habana y el espectáculo es tan grandioso hasta llamarme a la memoria y empujarme a parafrasear las palabras del profeta: «¡Levanta tus ojos, Habana, y mira a esta muchedumbre que viene de Pinar, viene de Matanzas, viene de tus verdes campos para proclamar la alabanza del señor!» (Is. 60, 1-6).

Sobre todo los muchachos y los jóvenes han alegrado con cantos el viaje, que finalmente se acerca a su meta. Bajados de las guaguas, son ellos todavía los más frenéticos en el apurarse hacia la plaza de la Revolución.

Una sutil capa de nubes protege del sol caliente que, en los días anteriores, hizo sudar también al Papa que ahora vamos alegres a encontrar.

Las calles y las grandes avenidas parecen un converger de ríos desbordantes y multicolores que moderan la carretera al desembocar en la grande explanada que finalmente también nosotros alcanzamos.

A pesar de la credencial que me asegura un sitio junto a los demás sacerdotes, al pie del grande altar realizado para el Papa, logro encontrarlo después de una hora de búsqueda afanosa entre un mar de gente. Tomo asiento, y mi pensamiento confronta lo extraordinario de las muchedumbres vistas en los días antecedentes por televisión acudir a los encuentros del Papa, con lo extraordinario que ahora puedo mirar en directo y que está en la gente que va llenando la plaza y los alrededores; en su entusiasmo y en su alegría, pese a los sacrificios que le ha costado llegar aquí. Está en los cantos de gozo y de fiesta cristiana que se levantan al cielo. Está en la gigantesca y afable imagen del Sagrado Corazón que cuelga de la pared de la monumental biblioteca José Martí. Está en otro grande letrero que recuerda el lema del último mensaje del Papa en ocasión de la jornada mundial de la paz y hacia el cual parece fijar su estática mirada también el Che desde la fachada de otro palacio en frente. Está en fin, en el poderoso coro de más de 400 voces escogidas entre los feligreses de las parroquias habaneras que cantan divinamente acompañadas nada más que por la orquesta sinfónica de la capital.

Pero lo increíble empieza cuando finalmente aparece la figura fatigada, pero volitiva del Papa, que sube a duras penas hacia el altar, asiéndose con una mano a la pasarela y bendiciendo con la otra.

Cuando finalmente lo alcanza, como la cumbre de un difícil Calvario, se acerca a la Venerada imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre y, con gesto conmovedor y expresivo, parece suplicarle: «¡Te encomiendo, María, este pueblo! Bendícelo. Ilumínalo. ¡Condúcelo hacia Dios!».

Poco después comienza la gran celebración escandida por los cantos bien ejecutados por el majestuoso coro.

Al momento de la homilía, el Papa se sienta, visiblemente incapaz de quedarse largo tiempo de pie. ¡Oh! cuanto están lejos los tiempos en los cuales era valiente escalador y esquiador en su montañas polacas de Zacopane.

Al empezar su discurso la voz titubea un poco pero, gradualmente, se hace siempre más ágil, más clara y escandida por aplausos frecuentes. Tanto más fragorosos cuanto más revelan su capacidad de dar voz a los que no tienen voz, de interpretar los más profundos anhelos de la parte quizá más sufrida de este pueblo. Ha venido y fue esperado sobre todo, como mensajero de la verdad, y todo lo que, en su discurso, desenmascara el error y la mentira, hace vibrar al pueblo arrancándole repetidos: «¡Viva el Papa!» y además: «Juan Pablo, amigo, Cuba está contigo!» A los que el Papa, con actitud simpática responde: «¡Cuba, amigo, el Papa está contigo!» Una de las verdades que el Papa va suministrando desde el primer día de su visita, y que a los cubanos agrada con asombro, tanto parecía desconocida, se refiere al sentido cristiano que impregnaba la doctrina y vida de sus próceres más ilustres como Félix Varela, José Martí, Céspedes, Agramonte, Maceo, etc.

Ha venido y fue esperado como mensajero de la esperanza y todo lo que, en sus palabras y en sus gestos, enciende esta llama, hace delirar a la muchedumbre, sobre todo cuando esta esperanza se configura como conquista de una verdadera, profunda e interior libertad que no prescinde de la responsabilidad. Y, a lo largo de la plaza resuena frecuente el grito: «¡Libertad! ¡Libertad!», seguido por otro más imperioso y más elocuente que parece proyectar en adelante la masa como ola poderosa e inarrestable: «El Papa, libre, nos quiere a nosotros libres!» Eso pasa al señalar de parte del Papa las consecuencias negativas del empobrecimiento y reducción del proyecto de Dios sobre el hombre: «Imagen y semejanza suya» que operan las ideologías imperantes al momento (liberalismo capitalista de una parte y colectivismo marxista de la otra). Así que -hace comprender el Papa- atentado a la libertad y dignidad del hombre y grave injusticia, es el crear una división creciente entre ricos siempre más ricos y pobres siempre más pobres, pero lo es también mortificar su dimensión religiosa y trascendente, impedir de alguna manera su adecuado desarrollo.

Pero es el mismo Papa a moderar el calor y la pasión de la muchedumbre con su estilo de maestro en humanidad, enseñando con su sosiego que la Verdad, la Libertad y todos los valores auténticos se abren camino no con la aspereza polémica y la bulla propagandística sino con la bondad persuasiva y el testimonio sufrido. También los espíritus más encendidos se aplacan ante sus felices salidas, como la siguiente: «En verdad no me disgustan los aplausos porque me permiten descansar un poco... Sin embargo: déjenme concluir esta página.»

Cuando la homilía y después la entera celebración se acaban en un mar de aplausos, lo increíble para esta Iglesia, hace años encerrada en la privacidad de sus templos pobres y deteriorados, se reproduce de otra forma.

La orden había sido taxativa: «¡Ningún letrero, ninguna escrita...!» Sin embargo los «¡Viva el Papa!», los carteles con imágenes de María, del Sagrado Corazón, del propio Papa, de los Santos protectores de los pueblos o fundadores de las congregaciones religiosas que trabajan en Cuba, que hoy han salido del escondimiento de las iglesias o de los pasillos y rincones sombrosos, pueden pasear a la cabeza de las alegres comitivas gozando el aire libre de La Habana. Un clima de fiesta y recíproca gran tolerancia parece haber contaminado a todos, pero los más contentos y casi vueltos niños encantados y juguetones me parecen algunos obispos y hasta cardenales. Capta mi atención sobre todo uno de ellos que va sacando fotos curiosas con su pequeña pero sofisticada camarita. Ahora le pide de pararse delante de su objetivo a un papá con su niñita en las espaldas agitando las banderitas cubana y vaticana. Poco después me asombro junto al P. Oscarito al verlo retraer a tres bonitas multicolores muchachas que llevan las insignias del servicio de orden organizado por la iglesia cubana.

Y el contento general en esto parece encontrar su razón: por lo menos por 5 días, en el cielo de Cuba, otra luz, además de la de su sol perennemente centelleante y caliente, ha brillado. La luz de la verdad. Aquella Verdad que hace casi 2000 años disipó las tinieblas de este mundo. Pero tiene que continuar esta tarea porque jamás el mundo logra liberarse definitivamente de las tinieblas del error. Una verdad entonces que siempre necesita quien la anuncie y dé testimonio de ella con el sacrificio y, si necesita, con el sacrificio de la vida misma.

Quien después esperaba algún milagro de este Papa: por lo menos uno en estos días lo pudo tocar con la mano, y es que la pantalla televisiva cubana, por años temerosa con respecto a las manifestaciones religiosas pareció de improviso transformarse en objetivo apuntado dentro una catedral. Y la gente, que no pudo acudir a las plazas sobre las cuales parecía aletear El Espíritu Santo, no se aburrió, sino que no se perdió ni una palabra, ni un gesto del Papa, con la misma pasión con que no se pierde un detalle de las telenovelas.

Pero, quizá, la escena más emblemática de estos días cubanos del Papa es la que logro fijar también con mi cámara fotográfica junto a la de algunas decenas de reporteros del exterior. Trátase de la imagen de un joven seminarista envuelto en su clerical sotana, erguido sobre un pilar en el umbral de la catedral, agitando una vistosa bandera cubana.

¡Sí! por lo menos por 5 días -parece decir aquella imagen- la Iglesia Católica ha conquistado a Cuba, ha recuperado no sólo el respeto y la admiración, sino también la simpatía y el cariño de muchos cubanos y de muchos en el mundo. Donde después su pastor, el Papa, ha sido más humano y capaz de cautivar la simpatía ha sido en sus frases improvisadas, en sus sorprendentes salidas. Pero donde ha logrado también ser poeta, ha sido en sus últimas espontáneas palabras que tengo la suerte de escuchar, de vuelta de La Habana, en el atardecer de esta inolvidable jornada. Palabras que; evocando la bíblica invocación «que los cielos destilen rocío y que las nubes envíen al justo», expresan el deseo del Papa que también la lluvia que acompaña su despedida, después de días tan soleados, sea un signo bueno, de un nuevo adviento de la historia cubana...

En el momento en que escribo estas notas, cuando está alta la noche, las incógnitas siguen pendientes acerca del futuro de Cuba por cuyo bien, sobre todo espiritual, hace un año y más que también yo estoy trabajando y sufriendo.

Lo que es cierto y alentador es que el Papa anciano y fatigado, el Papa para quien subir la escalera del avión, como la que conducía al altar hoy en la mañana, parece más difícil que escalar sus queridas y osadas montañas polacas de joven, se fue, hace pocas horas, dejando en la conciencia de muchos cubanos la convicción de que los tiempos de Dios son largos y sus designios tal vez indescifrables, pero la Verdad de Dios en estos días ha sido valientemente proclamada y testimoniada. Ojalá pueda siempre más ser proclamada y testimoniada y así hacer siempre más libres y contentos los corazones, y fomentar la paz entre nosotros, orientando hacia un progreso de todo hombre y de todo el hombre. 

 


 

LA VISITA DEL PAPA A CUBA:

UN GRAN MOTIVO

PARA DAR GRACIAS A DIOS

 

por José Luis Fernández

y Ana Bibiana Cordero Pinelo

                         

 

Durante muchos años nuestro pueblo esperaba ansiosamente la visita de Su Santidad el Papa Juan Pablo II, eran diversos los motivos que obstaculizaban la misma; muchos ya habían perdido la esperanza, pero el 21 de enero de 1998 se hacía realidad el gran sueño. Al caer la tarde el Papa se encontraba entre nosotros como peregrino del amor, la verdad y la esperanza. Su llegada a nuestra isla se producía en el momento más oportuno, demostrando de esta forma, que nuestra nación se encuentra también en los planes de Dios Señor de la Historia y de nuestro destino, pues cuando al parecer no existía espacio para las alegrías y los buenos sentimientos, Cuba, de repente, con la llegada de Su Santidad, se convertía en la capital mundial del amor, llegando la alegría y la esperanza a los más recónditos lugares.

Las primeras actividades de la apretada agenda que habría de vencer el sucesor de Pedro en nuestra tierra, se iniciaban en el mismo instante en que se producía su recibimiento oficial en el Aeropuerto Internacional «José Martí» de ciudad de La Habana, pues el Papa, en sus palabras en dicha ceremonia de bienvenida, ya transmitía mensajes e ideas muy serias, de las cuales nuestra nación se encontraba sedienta hacía muchos años.

Todos conocemos las vicisitudes por las que en los últimos tiempos ha tenido que atravesar nuestro pueblo, unos pensaban que con el advenimiento del Santo Padre, de forma mágica, todos nuestros problemas quedarían resueltos, y no pocos buscaban la fórmula para la solución fuera de nuestras fronteras. Sin embargo, a lo largo de la Historia, aquellos que han sido capaces de buscar soluciones propias para sus más íntimos problemas, han sido los capaces de vivir el verdadero Don de la felicidad y la realización.

El Papa, en los primeros pasos de su evangelización entre nosotros, nos inducía a esta idea cuando decía: «Quiera Dios que esta visita que hoy comienza sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo para alcanzar esas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del espíritu Santo, ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia Historia».

Durante los cinco días que duró la visita pastoral a nuestro país, el Papa se dirigió de forma precisa a los diferentes grupos que componen nuestra sociedad, sin distinción de edad, sexo, raza ni ideología, pues su único objetivo era llevar a todos el mensaje de Dios, para que de esta forma todo el pueblo cubano conozca a Jesucristo y lo ame, enfatizando en varias ocasiones, como ha hecho desde el inicio de su pontificado, decía: «No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo», dejen que Él entre en sus vidas, sus familias y la sociedad, para que así todos sean renovados, pues este mensaje ha sido repetido siempre por nuestra Iglesia Universal, para que el hombre, siguiendo fielmente a Jesucristo encuentre el sentido pleno de su vida, se ponga al servicio de sus semejantes, transforme las relaciones familiares, laborales y sociales, lo cual redundará siempre en el beneficio de la paz y la sociedad.

El pueblo cubano vivió grandes emociones durante esos días, pues en pocas ocasiones nuestra Santísima madre, la Virgen de la Caridad del Cobre, sintió el orgullo de ver la reconciliación y el amor de sus hijos cubanos marchando todos juntos, guiados por un mismo faro: la fe y el amor a Dios, a quien sentimos más cerca que nunca, teniendo a Juan Pablo II entre nosotros.

«He vivido unas densas y emotivas jornadas con el pueblo de Dios que peregrina en las bellas tierras de Cuba, lo cual ha dejado en mí profundas huellas», expresaba el Santo Padre al iniciar el discurso de despedida, pues la visita estaba por concluir, entre todos los cubanos existía una mezcla de los más nobles sentimientos, amor, alegría, tristeza y esperanza, pues quien había llegado para hacernos vivir los momentos más emocionantes y felices de nuestras vidas, estaba a punto de partir, pero quedaba entre nosotros ese Dios que nunca nos abandona, a pesar de las situaciones vividas. Juan Pablo II, en pocos días nos mostró el verdadero rostro de Cristo, plantó la semilla del amor y pidió al Espíritu Santo que nos iluminara y nos colmara con sus dones para que todos los cubanos fuéramos verdaderos agricultores, y en poco tiempo pudiéramos hacer nacer esa simiente y convertirla en un bello árbol que trajera grandes frutos para nuestra nación, lo cual llevaría a un futuro mejor.

Hoy, cuando nos encontramos en la víspera del Primer Aniversario de la visita pastoral de Su Santidad el Papa Juan Pablo II a Cuba, nos sentamos a meditar y vemos que ya tenemos algunos frutos por recoger, a pesar de que la cosecha no está concluida, pues hasta los menos optimistas son también del criterio que nuestra Iglesia Cubana ha ido ganando paulatinamente un importante papel en nuestra sociedad, para de esta forma poder continuar llevando, desde posiciones más ventajosas, la palabra de Dios a todo nuestro pueblo, y así continuar ganando en valores humanos y éticos, que deben ser el centro de las relaciones interpersonales, tanto a nivel de la familia, con la aspiración de un modelo de familia como la de Nazaret, como a nivel de nación, para construir un pueblo digno y justo como el pueblo de Dios. 

 


 

QUIEN TIENE FE

NO PIERDE LA ESPERANZA

 

por José Luis Jiménez Garrote

 

 

La visita pastoral del Papa Juan Pablo II a Cuba ha sido sin dudas, uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra historia reciente. Nadie lo hubiese imaginado unos años atrás; sería en ese entonces como hablar de ficción, mas se preparó el pueblo, se prepararon los corazones y se hizo realidad el sueño que parecía imposible. Pero si nos asombra ese hecho, qué dejaríamos entonces para el contenido de las homilías de Su Santidad. Indiscutiblemente ellas son el reflejo de una exquisita preparación y de una profunda reflexión acerca de nuestras realidades.

Nunca antes se había tocado la médula de nuestros problemas como lo hizo el Papa con tanta realidad, lucidez, profundidad y exactitud. Quienes han leído las homilías con detenimiento saben a lo que hago referencia. Pero si bien esto resulta trascendente, también lo es el camino en que nos sitúa el sucesor de Pedro; camino que nos orienta y ayuda a encontrar soluciones y que va iluminado por ese don gratuito que Dios nos regala y que es la fe.

Si resulta grande el acontecimiento, inmensa es la estela que dejó, quien no lo ve es miope o peor, ciego. Muchas de las cosas que han sucedido y que continúan sucediendo, bien tengan un carácter externo o interno son reflejo de esa visita; por grande que fuera nuestra imaginación se ha visto superada por los hechos. Pero si bien somos capaces de reconocer todo lo trascendente de este regalo divino, no podemos considerar que todo está hecho y que lo que nos queda llegará por la Providencia. Debemos ser «protagonistas de nuestra propia historia» y encontrar esos hiatos que nos quedan por llenar.

Durante muchos años hemos estado viviendo un nuevo «Éxodo» como lo vivió en su tiempo el pueblo de Dios, aunque salvando las diferencias de las épocas. Tal vez es más adecuado decir una nueva diáspora. Pero ese éxodo o diáspora no es sólo exterior, sino que también es interior y esta última viaja más lejos, porque nos hace huir de nosotros mismos, de aquellas cosas con las que en ocasiones tropezamos casi a diario, cosas que nos desagradan, que nos producen infelicidad y hasta nos hacen sentir atados al no poderlas enfrentar, porque nos acostumbramos al inmovilismo y al temor. Estamos en medio de ese callejón en el cual queremos cambiar pero tenemos miedo al cambio, y al final somos el reflejo de ese pueblo de Dios que le reclamaba a Moisés cuando se encontraba en medio del desierto, por haberlo sacado de Egipto donde eran esclavos.

Las palabras de Su Santidad nos dejaron un claro mensaje; «no tengamos miedo de abrir nuestros corazones a Jesucristo» que es quien nos da la fe para no perder nunca la esperanza. Confiemos en el báculo del Santo Padre que nos guíe en el camino, como lo hizo el bastón con que Moisés realizó prodigios mientras guiaba a su pueblo.

 


 

EL REGALO ESPERADO

 

por Alejandro Martín Pérez

 

 

Si tuviese que enumerar los regalos que del Señor he recibido en mi corta vida (29 años), de seguro que por largo rato estuviésemos hablando nosotros sobre este tema. Pero sólo quiero contarte uno. Para mí el más especial.

Nunca en mi vida había estudiado música, nunca había tenido entre mis manos un canto escrito en pentagrama, ni mucho menos con arreglos a cuatro voces. Sí me gustó siempre cantar y participo en el coro de mi comunidad.

Fue a mediados de junio de 1997 en que nos convocaron por comunidades para integrar el gran coro Diocesano que animaría la misa que celebraría el Santo Padre en la Plaza de la Revolución el 25 de enero.

Aprendí entonces que había 4 cuerdas; que cantaría como Bajo, y que por delante tendríamos un gran esfuerzo por realizar. Me encontraba operado desde el 20 de junio y gracias a Dios con un certificado médico por 3 meses. En agosto empezaron los ensayos.

El primer día conocimos que en total seríamos cuatrocientas y pico de personas; que las partituras de los cantos nos las entregarían semanas después, así como un cassette donde con la música tendría lo que debía cantar como Bajo (así fue también para las demás cuerdas).

En mi caso, para remediar mi dificultad a la hora de enfrentarme a la partitura de cada canto, corrí a «la Shoppin» y me compré dos pilas pequeñas, le pedí a mi vecina una grabadora chiquita y anduve todos esos meses trabajando y oyendo el cassette, el cual me lo aprendí mejor que si fuera una canción de Luís Miguel. Hoy por hoy todavía no comprendo el 80% de los «dibujitos» y símbolos de la partitura. Pero sí lo que tengo que cantar.

Menciono a Pilar. Ella fue quien dirigió al pequeño grupo en que me encontraba. Excelente en su labor, estudia música, integrante de la Schola Cantorum Coralina. Nuestro pequeño grupo estaría formado aproximadamente por 30 personas de 4 comunidades distintas. Había jóvenes estudiantes de secundaria (por cierto que el de menor edad del coro -14 años- estaba en nuestro grupo), de pre, trabajadores de distintos centros y hasta jubilados. Recuerdo a la de mayor edad (setenta y pico), no faltó a ningún ensayo, siempre llegaba con su lento caminar acompañada del pomo de agua. No creí nunca que ella llegara al final debido al esfuerzo y cantidad de trabajo por realizar. ¡Pero llegó! Salió en casi todas las tomas de cámara que realizara la televisión al coro. Aleluya.

Una vez por semana ensayaba el grupo nuestro y los fines de semanas nos uníamos todas las cuatrocientas y pico de voces en el ensayo general donde Alina Orraca, Directora de la Schola Cantorum Coralina, tenía su encuentro semanal valorando el resultado del trabajo que se iba realizando.

Después vinieron las presentaciones en las distintas misas de la capital cuando la peregrinación de la Virgen. A la primera, que fue en el asilo de San Rafael, en Marianao, salí de mi casa en bicicleta y por el camino recogí a otra hermana. Llegué todo empapado de sudor, así también pasó con otros que venían desde muy lejos, pero que la alegría ya cotidiana de cada encuentro no permitía que nos centráramos en otra cosa que no fuese alabar y dar gracias a Dios con nuestro canto.

Los quince días antes de la misa los tomé como licencia en el trabajo. Los últimos ensayos fueron en el Teatro Nacional (jueves 22) y en la Plaza (viernes 23) con la orquesta Sinfónica Nacional a las 8:30 a.m. Terminábamos pasado el mediodía. Escuché las misas de Santa Clara y Camagüey en un Radio pequeño que llevó un colega. Katia, una amiga mía, las grababa en video y por las noches podía verlas en su casa.

La noche del 24 para el 25, no dormí, planché (a mi que no me gusta hacerlo) tres veces la toga azul que nos dieron. A las 4:30 AM caminaba hacia el antiguo edificio de la JUCEPLAN, a un costado de la Plaza; allí nos pasaron a un teatro donde nos dieron una merienda, la cual me comí al momento pues tenia mucha hambre.

A las 6:00 A.M., después de pasar los controles, me encontraba sentado en el banco correspondiente.

Allí supe que desde la noche anterior la Plaza estaba llena y recordé cuando de niño, vestido de miliciano, mis padres me traían a este lugar. De adolescente, declarándome «Ateo-convencido» también la visité. Hoy, gracias a Dios, siendo lo que soy, me dí el gusto (esa mañana) de gritar VIVAS a mi madrecita de la Caridad, vivas a mi Señor Jesús, y a mi Pastor el Papa Juan Pablo II.

A las 7:00 A.M. empezamos a cantar, o mejor dicho aún, empezamos con nuestra oración.

En la homilía pude bajarme de mi puesto y acercarme para ver mejor al Santo Padre; otros pudieron hasta fotografiarle.

Los días posteriores a la visita me preguntaban muchas cosas. Hoy, todavía me preguntan y con gusto les relato esta experiencia.

Te aseguro, hermano mío, que es uno de los regalos más lindos que por intercesión de mi madrecita de la Caridad del Cobre, el Señor Jesús me ha dado.

 


...Y SE CAYERON LAS CADENAS

DE LAS MANOS

 

por Pedro Antonio Hernández

 

Te he puesto como luz de los pueblos y llevarás mi salvación

hasta los extremos del mundo. / Hechos 13:47

 

Casi a las puertas tenemos ya 1999 y con éste, el Primer Aniversario de la visita a Cuba de su Santidad el Papa Juan Pablo II. Acontecimiento de entera relevancia, que marcó pautas en todos los sectores de la vida de los cubanos.

El enviado de Cristo, el sucesor del Apóstol Pedro y seguidor de las peregrinaciones del Apóstol Pablo, en su afán incansable de llevar la buena nueva a todos los necesitados, bendijo Nuestra Tierra con su visita, y sus palabras llenas de Amor, esperanza y verdad fueron grabándose en los corazones de los cubanos.

Los hechos hablaron por sí solos, creyentes y no creyentes, católicos y no católicos, todos una gran multitud, salió a su encuentro y sobre ella fue derramado el Espíritu Santo.

Cuán importante era para nuestra familia, para nuestros jóvenes y para nuestra Patria escuchar el mensaje de Amor y Reconciliación, que el Vicario de Cristo nos traía. También en el rincón más olvidado, donde se encuentran los marginados, los presos, su mensaje nos llegó y Dios estuvo presente entre nosotros.

A pesar de las muchas dificultades, las objeciones de algunos por desviar la atención a tan importante acontecimiento, nada pudo impedir que en esta semana ocurriesen Milagros dentro de la prisión, por vez primera vimos como, a través de la televisión, la palabra de Cristo, esta vez en la presencia viva del Santo Padre, llegaba hasta nosotros y fundidos todos en fuerte abrazo de hermanos llorábamos de alegría y emoción. De repente se produjo un temblor tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel, todas las puertas se abrieron de golpe y a los presos se le soltaron las cadenas... (hechos 16:25), sentimos eso, pues en aquellos momentos éramos realmente libres, la verdad nos hizo libres.

Cuánto necesitábamos y aún hoy cuánto necesitamos de esa verdad, de ese Amor Cristiano que ofreció Jesús al ser crucificado y que el Papa trajo a nuestra Isla con su visita.

El amado Padre nos dijo adiós, este pueblo lloró su despedida con el mismo Amor que cantó y alabó su venida.

Sus palabras, su espíritu renovador y de esperanza quedaron regados y bendecidos por toda Cuba.

Nuestra Iglesia es ahora la encargada de continuar una obra que ya había comenzado con anterioridad a su visita y proseguir su programa de acción de llamado a la Unión, la Reconciliación y el Amor Cristiano.

El Santo Padre encendió la luz, nos toca a todos velar porque su llama no se apague. La verdad de Cristo está tocando a nuestras puertas, no sintamos miedo y abramos nuestra casa y nuestros corazones de par en par.

Ese sería el mejor recuerdo y la mejor celebración por el Aniversario Primero de su Visita, abrirle sin miedo nuestros corazones a Cristo.

Recordando sus palabras en la Homilía celebrada en la Plaza de la Revolución José Martí. Un Estado Moderno (Laico) debe permitir a cada ciudadano y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresada en los ámbitos de la vida pública, y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas.

Con fe, con perseverancia, con humildad, con nuestra verdad que es la de Cristo, busquemos y solicitemos esos espacios que tanto necesitamos hoy todos los Cubanos Unidos por la Santísima Trinidad y Nuestra Madre y Patrona de Cuba la Caridad del Cobre.

 

PARA SU SANTIDAD EL PAPA

 

¡Ya llegó!

Cabalgando cual jinete apocalíptico

sobre corcel dorado.

 

Se desmonta ante nosotros

con luz arrolladora

cegándonos con su resplandor.

 

Viene vestido con Manto Transparente

y corona de esmeraldas

su largo velo de esperanzas

va regando toda nuestra Tierra,

a su andar

nacen flores de primavera.

 

Todos se inclinan a su paso

enormes filas se abren a su lado,

rodillas en Tierra,

la cabeza en alto,

 

Damos vivas ¡Abran paso!

 

¡Bienvenido a nuestra Patria

su excelencia la verdad!

 

II

Y la verdad se posesiona de nuestro Reino

Y la verdad se funde en nuestros cuerpos

Y la verdad fluye por nuestras venas

Y la verdad hace ver a los ciegos

Y la verdad hace oir a los sordos

Y la verdad se oye en cada esquina

Y la verdad combate el silencio

Y la verdad nos hace ser más libres

Y la verdad nos hace nacer de nuevo

Y la verdad vence a la mentira.

 


 

Un seminarista y la bandera (visita del Papa)UNA CUBA PARA

TODOS LOS CUBANOS

 

por Jorge Adalberto Núñez Hernández

«Lloré sólo una vez, cuando me

dijeron que tenía que irme de Cuba»

 

Se conocieron, y desde el primer momento hubo cruces de miradas. Pocos días después él la invitó a salir, aunque sabía que no debía. Ella aceptó la invitación, de forma igualmente irreflexiva. Pero... en estos casos creo que todo se perdona. Se quisieron mucho, aún sabiendo que no podían.

La relación estaba marcada desde un comienzo con el estigma de lo efímero, una flor que del amanecer sólo consiguió ver algunos destellos. Después vinieron las indecisiones, las miradas calladas y tristes, las despedidas. Vinieron también los arranques de pasión en él y el silencio sufrido de ella, que todo lo perdonaba y comprendía. A ella le faltaban semanas para abandonar el país.

Esto es más que una historia triste, a lo Romeo y Julieta. Aquí en esta historia que pudo ser real o no, late una herida todavía abierta y que con su silencio es un grito a la reflexión de tantos jóvenes, que vivimos a veces de manera ajena a muchos dramas que son una realidad en hogares y familias de nuestra Cuba.

El padre de ella es un preso político. Tuvo que pagar caro por sus ideas y actos, al igual que su familia. Más doloroso todavía es que él, y muchos otros después de la condena no encuentren todavía un lugar para vivir a plenitud en un país que tiene suficiente aire, suelo y palmas para acoger amorosamente a todos sus hijos, porque todos nos alimentamos de la misma savia. Porque, cuando nacemos, nadie nos pregunta cómo pensamos, sino se alegran todos del llanto de un niño que suena armónico con el concierto de voces de toda una nación. Porque nacemos desnudos, de ropas y de ideas, y valemos porque somos así, cubanos, y todos heredamos una historia, una cultura y una forma de ser que nos marca como un crisma para toda la vida.

Cuba, antes de abrirse al mundo con sus playas bellísimas, con sus posibilidades de inversión y con mil garantías de cualquier tipo, debe abrirse primero a sus propios hijos, por encima de criterios políticos, ideologías, religiones o cualquier otra categoría o grupo en que se vean involucrados. Abrirse significa que por encima de cualquier cosa, tengamos todos un espacio para vivir digna y respetuosamente.

Y es que debemos reconciliarnos entre nosotros mismos para poder ofrecer una patria mejor a otras naciones amigas. Y una nación libre, noble y justa, debe serlo ante todo por reconocer su unidad, que no viene de ideología alguna, sino de su historia, de sus raíces, regadas con la virtud, el sudor y la sangre de miles de hombres que muchas veces no predicaron más ideología que el deseo de un país libre y para todos los cubanos.

La primera ley de nuestra constitución, tal y como quiso nuestro Martí, es el culto a la dignidad plena del hombre. Pero considero que tal culto no puede ser practicado en tanto no se respete el santuario de la conciencia, la espiritualidad, la libre determinación de la persona, que debe siempre convertirse en fin en sí misma, y no como un pavimento sobre el cual deben sostenerse, a toda costa, constituciones y proyectos soñados, por muy loables que sean sus objetivos, porque el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. No puede haber culto a la dignidad plena del hombre, mientras callemos nuestras verdades, por no encontrar un espacio para expresarlas con plena libertad. Tampoco mientras se excluya de proyectos sociales o sociedades completas a quienes se les ocurre que bien pudiera ser de otra manera y pretendan lograr sus objetivos no con terrorismos, campañas de repudio o bloqueo (de cualquier tipo), sino con la transparencia de un diálogo fecundo y libre, basado siempre en el respeto de la persona humana.

Juan Pablo II, en su visita apostólica a nuestra patria, nos exhortaba «... el bien de una nación debe ser fomentado y procurado por sus propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales. De este modo, cada persona, gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil, y de la adecuada libertad de asociación, podrá colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común». Y nosotros le aplaudíamos y aclamábamos en nuestras calles y plazas.

Los laicos, como parte viva de esta Iglesia -hacedora de puntos de reconciliación- debemos encontrar un camino a través del compromiso, con la constancia, madurez y entrega que exige nuestra vocación cristiana, de tal modo que sembremos en nuestros ambientes esa semilla de diálogo, tolerancia y apertura que tanto necesita nuestra Cuba. Existen muchos muros que derribar, y puentes que levantar, para edificar así una patria donde todos tengan un lugar, y se sientan protagonistas y partícipes, de tal manera que no se repitan historias, aparentemente triviales, pero dolorosas, como la que dio inicio a esta reflexión.

En estos momentos, ella hace sus equipajes en la soledad de su tristeza. Él se pregunta, qué puedo hacer para que en Cuba haya espacio para todos.

 


 

UN VERDADERO

PROFETA DE ESPERANZA

 

por Giraldo Setién

 

Parecía increíble que el Papa visitara Cuba, algo así como una maravillosa historia de fantasía contada a niños, pero que fue muy real, y que todos los cubanos tuvimos la dicha de vivir: experimentamos en tierra cubana la presencia del Santo Padre. Más increíble aún es la huella que Juan Pablo II dejó en el corazón de cada cubano y próximo a celebrar el primer aniversario del sonado viaje apostólico, soy capaz de atestiguar la inolvidable experiencia que personalmente viví aquel 24 de enero en la Plaza Antonio Maceo, desde el Coro, lugar en que me encontraba en la celebración eucarística.

Gritos de viva, aplausos conmovedores, lágrimas salidas del corazón y palabras estremecedoras, nos hicieron vibrar en un día inolvidable en que Jesús, una vez más, se dio a todos nosotros y sentíamos la fuerza espiritual de un hombre gastado físicamente, pero que lleno de Dios y guiado por el Espíritu Santo es un verdadero profeta que denunció nuestra realidad, nos anunció a Jesucristo como única verdad y nos transmitió la esperanza del mañana mejor, que tanto anhela nuestro pueblo.

 


 

 

EL PAPA PLANTÓ DOS ÁRBOLES

COMO MEMORIA DE SU VISITA

 

por Dagoberto Valdés

 

El Santo Padre bendijo, durante su visita a Cuba, dos árboles que fueron sembrados en los Jardines de la Nunciatura Apostólica en La Habana.

Un roble de Pinar del Río, símbolo de la fortaleza de nuestra fe y una palma real de La Habana, signo de la dignidad y libertad de nuestra Patria, crecen hoy como memoria de aquella otra siembra que hizo Juan Pablo II en el corazón de cada cubano y en las entrañas sufrientes de la Nación.

El programa para crecer en humanidad quedó resumido en la tercera señal, una tarja de mármol, que guarda el flanco derecho de la Casa del Papa en Cuba.

A un año del plantío, nos toca cultivar esos dos pilares del presente y el futuro de Cuba.