![]() |
enero-febrero. año V. No. 29. 1999 |
![]() |
EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE SU VISITA |
MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II |
Al celebrarse un año de mi inolvidable visita a Cuba, deseo volver a dirigirme a Ustedes, miembros vivos de la Iglesia en esa Nación que tantas muestras de fidelidad a Jesucristo ha dado a lo largo de su rica y fecunda historia. Durante los días de mi permanencia ahí pude experimentar el calor de su afecto y el entusiasmo de su acogida. Les estoy muy agradecido «por haberme abierto las puertas de sus casas. Yo los llevo a todos en mi corazón y cada día rezo por Ustedes», como expresé en mi encuentro con los jóvenes en Camagüey. Considerando los caminos que se presentan en la nueva etapa que se ha abierto después de mi viaje, quiero animarlos a todos a seguir dejándose guiar por la fuerza que nos viene de lo Alto, respondiendo a los nuevos desafíos desde la fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, así como al compromiso profético y de servicio al pueblo. Les corresponde ahora a Ustedes, Pastores y fieles de la Iglesia en Cuba, ser protagonistas de la continuidad y aplicación práctica de todo el magisterio que la Providencia del Padre me inspiró al visitarlos. No tengan miedo de los riesgos que pueden acompañar la opción de seguir al Señor con renovado fervor y audacia. Ustedes conocen bien la misteriosa fecundidad de la cruz, en la que el Señor, Vida y Esperanza nuestra, nos fortalece a todos y nos acompaña con su presencia siempre renovadora. Recuerdo vivamente aquella memorable celebración eucarística en La Habana, en la cual participó activamente un número tan grande de fieles; durante la misma un viento soplaba en la Plaza José Martí y partiendo de ello les dije: «Ese viento es muy significativo, porque simboliza al Espíritu Santo, y el Espíritu sopla donde quiere y quiere soplar en Cuba». ¡Permanezcan siempre atentos a las mociones de ese inefable soplo de Vida!; así estarán siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida la razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3.15). Tengo la firme confianza de que todos los cubanos, depositarios de las riquezas de amor y virtudes que configuran su identidad cultural, tal como las expuso el Siervo de Dios Padre Félix Varela, sellada desde hace más de cinco siglos con el signo de la fe cristiana, puedan realizar «sus aspiraciones y legítimos deseos». Que el mensaje que dejé en su tierra sirva «para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo para alcanzar esas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del Espíritu Santo. Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y social» (Discurso en el aeropuerto de La Habana, 22.1.98, 2). Asumir esta responsabilidad debe significar hoy para la Iglesia en Cuba poder profesar la fe en ámbitos públicos reconocidos; ejercer la caridad de forma personal y social; educar las conciencias para la libertad y el servicio de todos los hombres y estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad. En ella los derechos fundamentales de esa persona humana y la justicia social encontrarán por igual, sin menoscabo de unos en detrimento de otros, el necesario reconocimiento y una efectiva promoción institucional. Al saludarlos a todos con afecto, y recordando también la lluvia que me despidió en La Habana a mi regreso a Roma, renuevo «mis votos para que esta lluvia sea un signo bueno de un nuevo Adviento en su historia, de modo que para el consuelo y la paz de todo el pueblo cubano los cielos destilen el rocío de la caridad y las nubes lluevan su justicia». Que la Virgen María, en su entrañable advocación de la Caridad de El Cobre, acompañe siempre el peregrinar de la Iglesia que vive en Cuba una nueva etapa de su historia. Desde lo profundo de mi corazón invoco su materna intercesión, y al mismo tiempo imploro del Altísimo toda clase de bienes para Ustedes y, con gran afecto les imparto una especial Bendición Apostólica. Vaticano, 22 de enero de 1999. |
![]() |