enero-febrero. año V. No. 29. 1999


RELIGIÓN

   EL PADRE

NUESTRO

 

           por P. Manuel H. de Céspedes

 

              

El año anterior al dos mil aniversario del nacimiento de Jesucristo, la Iglesia lo dedica a contemplar sosegadamente, a meditar, a orar sobre la persona de Dios Padre. Contemplar, meditar, orar sobre la persona del Padre para vivir más nítidamente en relación con Él como hijos de Él.

Jesucristo es quien nos ha revelado que Dios es Padre. Jesucristo es quien conoce al Padre y nos lo ha dado a conocer (cfr. Mt 11,27). Cuando Jesucristo se dirigía al Padre y cuando hablaba de Él utilizaba la palabra Abba que significa papito. ¿Qué mejor nombre darle a Dios sino el mismo utilizado por el Hijo que nos ha entregado su vida para que nosotros seamos sus hijos? Llamar así a Dios no es una ocurrencia del hombre, es cosa del propio Dios: «Ustedes...recibieron el Espíritu que los hace hijos adoptivos, y que los mueve a exclamar: Abba, Padre» (Rm 8, 15).

Así pues, cuando Jesucristo oraba trataba a Dios como lo que es, su «papito». La oración de Jesucristo impresionaba mucho a sus discípulos de tal forma que éstos, al verlo orar, le pidieron que les enseñara a hacerlo (cfr Lc 11,1). Accediendo a esta petición, Jesucristo les enseñó (y nos enseñó) lo que se ha llamado la oración de los hijos de Dios (los hijos de Abba) que encontramos en Mt 6, 9-13 y Lc 11, 2-4 que se conoce con el nombre de Padre Nuestro:

Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación;

y líbranos del mal.

Amén.

El Padre Nuestro es oración que los cristianos rezamos diariamente. Y es también modelo de oración y modelo de actitud de la persona que ora cristianamente. Orar así es orar como Jesucristo lo hizo. Jesucristo oraba como vivía, es decir, no había en él separación entre la orientación de su vida y la orientación de su oración. Su vida no tenía como centro al propio Jesucristo. Su vida tenía como centro al Padre y a los hombres. Por eso su oración tenía ese mismo centro. Jesucristo vivía (y, por lo tanto, oraba) todo y en todo por y para el Padre, y todo y en todo por y para los hombres. Esa fue su manera de ser Hijo del Padre.

En los días finales de diciembre de 1998 me encontré con una mujer que oraba y lloraba ante el nacimiento en una parroquia. Al verme se me acercó y espontáneamente me explicó el motivo de su oración y de sus lágrimas. Quizá es mejor decir de sus lágrimas orantes. Su hija esperaba con gran deseo a su primer hijo y el médico decía que había que hacerle la «interrupción» porque la criatura «venía» con una mal formación. Compadecí e intenté consolar a aquella mujer y me indigné con aquel médico que tiene una profesión para cultivar y defender la vida y no duda en eliminarla. Sí, eliminar una vida, porque el médico sabe muy bien que en el vientre de esa joven madre hay una vida que nadie tiene derecho a eliminar. ¿Quién asesinaría a un niño retrasado mental o con una mal formación? ¿Por qué, entonces, asesinarlo en el vientre de la madre? Le dije a aquella mujer que orara mucho ante la imagen del Niño Jesús, pero que no se quedara sólo en eso, sino que también luchara por defender la vida de su nieto. Hay que agradecer a Dios que el adelanto de la ciencia permita hoy que la familia conozca con antelación al parto el estado de la criatura que va a nacer y se prepare para acogerla. El adelanto de la ciencia debe estar al servicio de la vida y no al servicio de la eliminación de la vida. Si sólo los «normales» tienen derecho a la vida, ¿estamos lejos del nacismo? El Padre del Niño Jesús ante cuya imagen oraba la entristecida mujer es también el Padre de su nieto por nacer, es el autor de esa vida que necesita más que otras del calor de su familia. Por la fe en ese Padre y por amor a ese Padre la abuela debía ayudar a su hija a prepararse a recibir a ese niño que tiene derecho a vivir y debía ayudar a ese médico (por el bien de él mismo y por el bien de Cuba) a ser ciertamente defensor de vidas y no de estadísticas. ¿Acaso no ama Ud. a ese nieto aunque esté mal formado? El rostro de aquella mujer fue cambiando. Sus lágrimas cesaron (al menos por el momento) y me dijo: «Gracias, me ha alentado mucho». Ambos permanecimos un rato más ante la imagen del Niño Jesús, María y José. Después ella se retiró.

Hay que orar mucho con el Padre Nuestro y al estilo del Padre Nuestro. Así iremos «teniendo los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). Así muchos más cubanos viviremos como hijos del Padre que es Padre nuestro, que es Abba de todos los cubanos también.