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enero-febrero. año V. No. 29. 1999 |
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EDUCACIÓN CÍVICA |
LA VISITA DEL PAPA A CUBA: EXPERIENCIAS Y ESPERANZAS
por Dagoberto Valdés
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Un año es poco para cambiar todo lo que necesita renovación en Cuba
y es suficiente para valorar las experiencias vividas con motivo de la Visita de Su
Santidad el Papa Juan Pablo II a Cuba.
El primer fruto de este año es la experiencia misma de libertad que pudimos vivir todos los cubanos al tener la oportunidad de expresar, sin miedo, nuestra fe y lo que el Papa llamó al llegar al aeropuerto de La Habana nuestras "aspiraciones y legítimos deseos" (no. 2) Cuando un pueblo goza, en la plaza pública, de esa libertad de conciencia, aunque fuere por un momento, esto constituye una experiencia de libertad irreversible. Nada será igual después que entra un haz de luz en el ámbito cerrado de las conciencias y también en otros espacios hasta ese momento inaccesibles. Otra experiencia de la Visita del Papa, un año después, es que no podemos alimentar falsas y desmesuradas expectativas. Los falsos mesianismos, incluso los religiosos, siempre dejan un sabor de frustración a los que ponen su confianza en las soluciones venidas de arriba o de fuera. En este sentido el Papa fue muy claro: "Quiera Dios que esta visita que hoy comienza sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo para alcanzar estas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del Espíritu Santo. Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional" (Disc. Aeropuerto. no. 2) Esta es, en mi opinión, la frase clave para entender los propósitos y las legítimas esperanzas con relación a la visita del Papa a Cuba. Nada habrá que esperar, ni en este primer año, ni en los venideros, ni de la visita de un Papa, ni de la de otros ilustres visitantes, si no es fruto del protagonismo de los cubanos. La frustración crece en la misma medida que ponemos sobre otros nuestra propia responsabilidad. Confundir la cercanía, el apoyo y la animación de quienes se abren a Cuba con la solución de nuestros problemas es, por lo menos, una ingenuidad. Está claro para mí que no tendremos una visita de tan alto nivel moral y espiritual como la del Papa, ni tampoco nadie que pueda venir de fuera pero estar ya muy metido en el corazón de este pueblo por medio de su Iglesia. Por tanto, esta visita ha puesto muy alto el listón moral y espiritual de los cubanos. Nos toca ahora responder a esos desafíos con esa "riqueza que son los valores espirituales que les han distinguido y que están llamados a transmitir a las generaciones futuras para el bien y el progreso de la Patria" como dijo también el Papa en su mensaje al sobrevolar Pinar del Río. Otra experiencia de este primer año es que, cuando el mundo se abre a una nación y se acerca a sus vivencias, no viene a resolver nuestros problemas sino a vencer el aislamiento. Esto se convierte en otro reto para el propio país que es acompañado: el mundo se ha abierto a Cuba, esto requiere corresponder a esos gestos con una mayor apertura de Cuba a los propios cubanos y al mundo. Supone abrir nuestros propios espacios de participación y responsabilidad, sin la injerencia de fuera ni los prejuicios de dentro, desde la interdependencia con todas las naciones y la búsqueda de consensos entre los hijos de una misma tierra, "para que este pueblo, que como todo hombre y nación busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar al futuro con esperanza." (Disc. Del Papa en el Aeropuerto. No.5) Algunos signos y gestos de normalización formal de las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, como han reconocido los Obispos en su última Asamblea plenaria, deben ser acogidos con satisfacción y, al mismo tiempo, no deben distraernos de lo que es responsabilidad de todos los cubanos: nuestro propio protagonismo en el mejoramiento humano, material y espiritual de nuestro pueblo. En este sentido, incluso si las relaciones formales del Estado con las Iglesias llegaran a normalizarse totalmente sin tener en cuenta las "legítimas aspiraciones" de todo el pueblo, la misma Iglesia seguiría animando a su pueblo para que continúe en la búsqueda incesante de la verdad y de mayores grados de libertad. Así lo manifestó Juan Pablo II cuando dijo en Santiago de Cuba: "Todo lo que la Iglesia reclama para sí lo pone al servicio del hombre y de la sociedad...Defendiendo su propia libertad, la Iglesia defiende la de cada persona, la de las familias, la de las diversas organizaciones sociales, realidades vivas, que tienen derecho a un ámbito propio de autonomía y soberanía." (no. 4) Este es uno de los retos y esperanzas que ha dejado el Papa en su visita a Cuba. Dijo también que para que esto se logre es necesario que "las naciones, especialmente aquellas que comparten el mismo patrimonio cristiano y la misma lengua, trabajen eficazmente por extender los beneficios de la unidad y la concordia, por aunar esfuerzos y superar obstáculos para que el pueblo cubano, protagonista de su propia historia, mantenga relaciones internacionales que favorezcan el bien común. De este modo se contribuirá a superar la angustia causada por la pobreza, material y moral, cuyas causas pueden ser, entre otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización y el desaliento de los individuos, y las medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País, injustas y éticamente inaceptables." (Discurso de despedida. No. 4) Esa angustia, tiene varias causas y no sólo una, ellas fueron mencionadas por el Papa, entre otras. Nos toca a nosotros superar con el trabajo de todos los cubanos esas causas que son raíz y origen de nuestros desalientos. Esas causas deben centrar nuestra atención. Ir a las causas es otra de las enseñanzas de la visita del Papa a Cuba. A las causas y no sólo a los signos y los gestos. A las causas, vengan de donde vengan. La solución de esas causas pasa por las señales que van indicando la dirección del camino, pero no basta con señales, es necesario ir a las esencias del proyecto y del destino. Otro de los frutos de la visita papal es una mayor cercanía de los cubanos desde dondequiera que vivan. Fue simbólico que, por primera vez en cuatro décadas, pudiéramos cantar, rezar, llorar y sacar fuera nuestros sueños, todos juntos, en las plazas de Cuba. Vinieron cubanos de todos los rincones del mundo y desde todas las situaciones, nada quedó fuera: la emigración y el exilio, la diáspora y el reencuentro, los que vinieron con reservas y los que vinieron sabiendo que por encima de todo somos cubanos. Fue todo un símbolo durante los cinco días del Papa pero no ha quedado ahí, nuestros familiares y amigos, nuestros hermanos en la fe y nuestros hermanos de nacionalidad y esperanzas, están hoy más cerca de Cuba y de nuestros problemas y saben que es desde aquí, desde la Patria que se trabaja por la Nación, aunque la Nación esté también fuera y la Patria cuente con ella, esté donde esté, por derecho de maternidad y deber de fraternidad. Esa cercanía y comunicación entre tantas riberas es irreversible y nutre una auténtica responsabilidad compartida. A un año de la visita del Papa a Cuba quedan: el acontecimiento de fe; la experiencia de libertad; la cercanía y el comienzo del reencuentro de todos los componentes de la nacionalidad; la evidencia de la diversidad aunque no estemos totalmente de acuerdo en todo; la conciencia de que hay que pasar de los signos a las raíces; un proyecto de libertad y justicia social delineado por el magisterio del Pontífice en pleno corazón de La Habana; y la certeza de que el único remedio para la frustración es el protagonismo, sin exclusión, de todos los cubanos. Verdaderamente, para un año, no me parece poco. |
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