Cuba está viviendo
otra revolución. Es una revolución pacífica que tiene como enseña la
reconciliación. Un momento clave en esta revolución fue el 25 de Enero de 1998 cuando Su
Santidad Juan Pablo II celebró la Eucaristía en la Plaza de la Revolución, en la Ciudad
de La Habana. Estuvieron presentes un millón de cubanos, entre ellos el Presidente Fidel
Castro, mientras que el pueblo de Cuba y el mundo entero seguían la ceremonia por
televisión.
Se ha llegado a este momento
histórico a través de diversos pasos, que incluyen: la supresión, en 1992, de una frase
de la Constitución Cubana que declaraba que Cuba era una nación atea; la concesión de
visas para más de 100 misioneros extranjeros; la publicación de un comunicado del
Cardenal Ortega en el que fue, por muchos años, periódico estatal de tirada diaria: la
concesión de mayor libertad de acción a Cáritas Cuba. Después de la visita del
Presidente Fidel Castro al Santo Padre fue extremadamente significativa la creación de un
grupo de trabajo formado por representantes del Gobierno Cubano y de la Iglesia Católica.
El acceso del Cardenal Ortega
a la Televisión Nacional, una vez antes de la visita del Papa a Cuba y otra después a la
radio nacional, es también algo altamente significativo. Recientemente han sido
concedidos más de 40 permisos a sacerdotes y religiosas extranjeros que quieren trabajar
para la Iglesia en el país. El año pasado el día de Navidad fue considerado un día de
fiesta. Nos alegramos ahora porque, cada año, este día seguirá siendo festivo. La
Navidad ha quedado institucionalizada.
Todo esto que hemos
considerado hasta ahora, la nueva y prometedora relación entre la Iglesia y el Gobierno
de Cuba, quiero que sea el marco desde el cual voy a exponer el tema de Iglesia y
Sociedad. Y lo hago en vísperas del 50 aniversario de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. El Cardenal Ortega ha escrito, en el último número del boletín
«Aquí la Iglesia», un mensaje pastoral acerca de este aniversario. Sus palabras proveen
un adecuado punto de partida para mis reflexiones:
«Mucho camino queda por
transitar para que la humanidad alcance el disfrute íntegro de todos sus derechos.
En primera línea de trabajo, para ponerlos en acción, deben estar los cristianos,
y el modo propio y personal de hacerlo es cumpliendo con los deberes evangélicos de justicia,
solidaridad y servicio en medio de la sociedad, sin dejar por eso de reclamar, por todos
los medios legales posibles, la puesta en práctica de todos los derechos de la
persona humana, tal y como lo exige la dignidad propia del hombre, creado por Dios
libre y responsable del mundo.
Que este aniversario suscite
la reflexión de hombres de Estado, partidos políticos, juristas, científicos y
del mayor número de pobladores de nuestro planeta, muy especialmente de los
jóvenes, de modo que se tomen decisiones y se ejecuten proyectos para que en el próximo
siglo y milenio el ser humano de cualquier condición, raza o religión, llegue a
vivir según la dignidad personal que Dios Creador le ha conferido».
Desde la perspectiva
católica, la sociedad alude a personas individuales y a las distintas organizaciones en
que estas personas se agrupan, entre las que ocupa un lugar preeminente la familia.
Sociedad es un concepto más amplio que estado o gobierno. El estado y el gobierno están
al servicio de la sociedad y deben rendir cuentas ante ella.
La Iglesia es una comunidad o
comunión de personas unidas por una profesión de fe común y una vida común vivida en
Cristo. La Iglesia Católica es una comunión de más de mil millones de creyentes
extendidos por todo el mundo, que viven su vida de fe en las distintas diócesis, cada una
dirigida por un obispo, que a su vez se dividen en grupos más pequeños de creyentes,
llamados parroquias. Dentro de la estructura de la Iglesia hay distintas organizaciones
institucionales por medio de las cuales la Iglesia lleva a cabo su misión.
La Iglesia, como el estado,
busca servir al bien común de la sociedad.
Históricamente y en el
presente pueden producirse tensiones entre Iglesia y estado. Existe por parte de la
Iglesia un reconocimiento y un respeto por la competencia y autoridad del estado. Hay
también un reclamo, por parte de la Iglesia, para que el estado reconozca el derecho de
la Iglesia a vivir su vida sin interferencias. Esto se apoya en el derecho, universalmente
reconocido, de la libertad religiosa.
No voy a tratar el análisis
de «Iglesia y Sociedad» desde un punto de vista filosófico o teológico. Estos
análisis ya están disponibles. Voy a dirigirme a ustedes como obispo y pastor, desde mi
propia experiencia y desde mi deseo, hecho oración, de que el nuevo camino de
reconciliación entre la Iglesia y el Estado Cubano siga adelante hasta el punto de que la
Iglesia pueda servir más libremente al bien común de la sociedad cubana.
Permítanme empezar con la
Palabra de Dios. El Profeta Isaías, bajo la inspiración del Espíritu Santo, habló al
pueblo judío de cómo Dios espera de nosotros una actitud de verdadera adoración.
Escuchen las palabras de Isaías en el capítulo 58. Es Dios hablando por el Profeta:
¿No saben
cuál es el ayuno que me agrada?
Romper las
cadenas injustas,
desatar las
amarras del yugo,
dejar libres a
los oprimidos,
y romper toda
clase de yugo.
Compartirás tu
pan con el hambriento,
los pobres sin
techo entrarán a tu casa,
vestirás al
que veas desnudo
y no volverás
la espalda al hermano.
(lsaías 58,
6-7)
Otra traducción termina esta
cita así: «Y no volverás la espalda a tu propia carne.»
Este pasaje, que tiene tanta
fuerza, subraya el hecho de que una persona verdaderamente religiosa tiene que preocuparse
del bien de los demás, especialmente de aquellos que tienen mayor necesidad. El pasaje
subraya también el hecho de la solidaridad humana. El libro del Génesis nos enseña que
todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. Por tanto hay algo sagrado en
cada ser humano. La persona humana emerge de lo profundo de la Escritura y de la
enseñanza de la Iglesia como un ser cuya importancia es esencial. El bien de la sociedad
exige que los derechos de cada persona sean respetados.
San Juan, en su primera
carta, clasifica firmemente este punto: El que dice: «yo amo a Dios», y odia a su
hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su
hermano a quien ve? (I Juan 4,20). Clara e inequívocamente el autor sagrado y la
enseñanza de la Iglesia piden de los Católicos una postura de servicio a la sociedad,
respondiendo a las necesidades de sus hermanos y hermanas.
En 1961, después de mi
ordenación sacerdotal, trabajé en el Estado de Mississippi. En aquel tiempo Mississippi,
por una ley estatal, era una sociedad con segregación racial. Escuelas, vecindarios,
restaurantes, fuentes de agua, estaciones de tren y todos los aspectos de la vida sufrían
una rígida segregación. Esto era, claramente, un desafío al espíritu de los documentos
fundacionales de los Estados Unidos de América y, obviamente, un gran conflicto con las
enseñanzas de la Iglesia Católica.
Fue un privilegio para mí
servir a la iglesia en aquel momento cuando, claramente, la Iglesia se declaraba en contra
del sistema y trabajaba, pacíficamente por cambiarlo. En aquel tiempo, La Iglesia
Católica era solamente el dos por ciento de la población de Mississippi. Muchos
católicos se habían sentido condicionados por las normas sociales vigentes en aquel
momento. No obstante, la Iglesia expresó su postura y manifestó su deseo de cambio. La
primera escuela con integración en Jackson, Mississippi, fue una escuela Católica. El
primer acontecimiento que acogió una actitud de integración en un importante hotel de
Mississippi, fue el Encuentro de la Organización de Jóvenes Católicos. La diócesis
salió fiadora de las primeras viviendas financiadas por el Gobierno que imponían reglas
no discriminatorias. Más importante, tal vez, fue la predicación de los obispos y de los
sacerdotes pidiendo a las personas un cambio de corazón para que los derechos de negros y
blancos fueran respetados por igual.
La enseñanza de la Iglesia
no ha recibido siempre una respuesta acogedora. Los católicos están muy influenciados
por la cultura dominante en la sociedad de la que ellos forman parte. La situación en
Mississippi, en los primeros años de mi sacerdocio era semejante, respecto a este tema, a
la que vivo hoy en Massachusetts de donde soy Arzobispo.Los católicos de Massachusetts
están muy influenciados par la cultura dominante que llega a ellos a través del
periódico, la televisión, la radio, el cine y algunas élites políticas y académicas.
Esta cultura no refleja siempre la doctrina social de la Iglesia.
La enseñanza social
católica es un recurso muy rico que puede servir de levadura en la sociedad. La
enseñanza social católica transmite una visión de la persona, la familia y la
solidaridad humana que conduce al bien común. La enseñanza de la Iglesia, incluyendo su
doctrina social, es siempre un reto para los creyentes porque exige un cambio de corazón,
una respuesta más comprometida. Cuando me refiero al servicio que la Iglesia ha prestado
a la sociedad con su enseñanza social no estoy fijándome en un pasado en el que abundan
los fracasos debido a que los católicos no hemos asimilado ni vivido dichas enseñanzas a
plenitud; mejor me centraré en el futuro que sería más prometedor en Cuba, en mi país
y en el mundo entero si la enseñanza social de la Iglesia se afianzara firmemente en los
corazones humanos. Concentrémonos en tres puntos de esta doctrina social de la Iglesia:
- la primacía de la persona
humana.
- el significado de la
familia.
- las implicaciones de la
solidaridad humana.
LA PRIMACÍA DE LA PERSONA HUMANA
Los pasajes de Isaías y
Juan, que hemos comentado, hablan de la primacía de cada persona. El ministerio de
Jesús, que se caracterizó siempre por una actitud extremadamente personal, subraya, una
y otra vez, el valor de la persona humana. A la vez que ofrecía un mensaje para todos los
pueblos de todos los tiempos, también se centraba en la persona humana concreta a la que
curaba, enseñaba y consolaba. Tuvo compasión por la muchedumbre que le seguía, pero esa
muchedumbre nunca le hizo sentir menos interés por la persona humana concreta.
El 23 de Octubre de este
año, el Santo Padre Juan Pablo Il, se dirigió a los Obispos de los Estados Unidos que
pertenecen a mi región al término de la visita que cada cinco años tenemos que hacer a
Roma. Sus palabras en esta ocasión son dignas de ser repetidas en este contexto: «En
ninguna parte es más evidente el contraste entre la visión del Evangelio y la cultura
contemporánea que en el dramático conflicto entre la cultura de la vida y la cultura
de la muerte. No quiero terminar esta serie de reuniones sin agradecer otra vez, a
los Obispos su liderazgo y abogacía en el apoyo de la vida humana, particularmente
las vidas de los más vulnerables. La Iglesia en su país sale en defensa de la
vida y de la dignidad humana de muchas formas diferentes. A través de incontables
organizaciones y agencias, la Iglesia, con inmensa generosidad, provee servicios
sociales para los más necesitados; trabaja activamente apoyando los esfuerzos por conseguir
leyes más favorables para los emigrantes; está presente en el debate público sobre la
pena de muerte... al mismo tiempo ustedes, sabiamente, subrayan la prioridad que
debe darse al derecho fundamental a la vida de los aún no nacidos y la oposición
a la eutanasia y al suicidio facilitado por el médico».
Hace sólo tres semanas los
Obispos de los Estados Unidos hicieron una declaración titulada: «Vivir el Evangelio
de la vida: Un reto para los Católicos Americanos». Evidentemente esto es una
llamada de atención a los Católicos de los Estados Unidos para que eviten la influencia
que la cultura de muerte tiene en nuestra sociedad. En esta declaración decíamos: «Como
americanos, como católicos y como pastores de nuestro pueblo, nos dirigimos a nuestros
compatriotas para pedirles que vuelvan a los principios fundamentales de nuestro país y,
más especialmente, a que renueven nuestro respeto nacional por los derechos de los aún
no nacidos, los débiles, los incapacitados y los enfermos terminales. La verdadera
libertad se apoya en la inviolabilidad de cada persona como verdadero hijo de Dios.»
Es absolutamente esencial
respetar el derecho a la vida de cada ser humano, para que los otros derechos de
cualquiera de nosotros puedan estar asegurados. Cuando el derecho fundamental a la vida se
pone en peligro, todo ser humano está en peligro. El bien de la humanidad exige respeto
para todas y cada una de las personas humanas. Este es el principio fundamental de la
enseñanza social de la Iglesia.
LA IMPORTANCIA DE LA FAMILIA
La base de la sociedad es
la alianza de amor entre el hombre y la mujer, que es el matrimonio, y los hijos, que son
el fruto de dicho matrimonio. Aquí, en la familia, está la base de cada sociedad. Ambos,
Iglesia y Estado tienen que hacer todo lo que esté en sus manos para apoyar y fortalecer
la familia. En mi propio país la revolución sexual, un creciente relativismo de valores
en los medios de comunicación, un feminismo secularizado y un individualismo que raya en
un desfasado egocentrismo han socavado, gravemente, el matrimonio y la familia.
El mejor servicio que la
Iglesia puede dar a la sociedad es ofrecerle su ayuda para restaurar una indispensable
valoración del papel del matrimonio y la familia. Para el bien de la sociedad, el
matrimonio debería ser apoyado como una unión permanente. Los padres tienen la
responsabilidad de formar a sus hijos y esta responsabilidad va unida a derechos
concomitantes. Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos y
por tanto tienen que tener los derechos apropiados para cumplir esta responsabilidad. El
estado debe reconocer los derechos de los padres a escoger un sistema educativo que
transmita los valores religiosos de la propia familia.
En mi estado de Massachusetts
la constitución del estado tiene un lenguaje inspirado en aquellos que en el siglo pasado
querían excluir a las escuelas Católicas de toda ayuda del gobierno. La ley en mi estado
no respeta suficientemente los derechos de los padres en el tema de la educación de los
hijos.
La terrible tragedia en
muchas de las sociedades es el hecho del predominio de tantas familias con sólo padre o
madre. Esto presenta un testimonio elocuente y doloroso de la importancia de la familia.
El estado tiene la gran
responsabilidad de fortalecer el papel de la familia apoyando legalmente la institución
del matrimonio, dándole beneficios como la reducción de impuestos u otras ayudas
financieras; favoreciendo normas de emigración e inmigración que faciliten la
reunificación de las familias; asegurándose de que los salarios familiares cubran las
necesidades mínimas; en todo caso, el estado debe buscar formas de mejorar la vida
familiar y no sólo la vida de cada persona.
La Iglesia ayuda con su
enseñanza y con sus instituciones, tales como las escuelas y la catequesis parroquial,
que sirven a la familia. Pastoralmente la Iglesia prepara a las parejas para el matrimonio
y encarece a los matrimonios a enriquecerse, aprovechándose de los programas creados para
ellos. Finalmente, la Iglesia tiene un papel definido como defensora del matrimonio y la
familia en el debate de las leyes públicas.
IMPLICACIONES DE LA SOLIDARIDAD HUMANA
El 5 de Noviembre de este
año, poco después que cesaron las lluvias en Honduras, volé a Tegucigalpa para ofrecer
mi solidaridad al Arzobispo Oscar Rodríguez, a la Iglesia y al pueblo de la nación tan
duramente castigada por el huracán Mitch. Al día siguiente fui a Nicaragua. Estas
visitas, a las que fui acompañado por colegas que iban representando a los servicios de
salud y ayuda social de la Arquidiócesis de Boston, fueron una manifestación de la
solidaridad humana que nos hace a todos hermanos y hermanas. El pueblo de la
Arquidiócesis de Boston, generosamente, ha donado más de un millón de dólares en
metálico y más de ciento diez toneladas de medicinas, comida y ropa para ayudar a los
damnificados del huracán.
El gobierno de Cuba, motivado
por la concientización de la solidaridad humana, canceló los 50 millones de deuda
externa a Nicaragua. Éste mismo sentido de solidaridad ha promovido el envío de equipos
médicos a Honduras, Guatemala y Nicaragua.
Su Santidad Juan Pablo Il
habla específicamente acerca de la solidaridad en la encíclica: «Solicitudo Rei Socialis».
publicada el 30 de diciembre de 1987. En esta carta afirma: «El ejercicio de
solidaridad en cada sociedad es válido cuando sus miembros se reconocen unos a otros como
personas, sobrepasando todo tipo de imperialismo y determinación para salvar su propia
hegemonía; las naciones más fuertes y poderosas deben tomar una postura de
responsabilidad moral frente a otras naciones para que pueda ser restablecido un
verdadero sistema internacional apoyado en los principios de igualdad de todos los
pueblos y en la necesidad de respeto de sus legítimas diferencias. La solidaridad
nos ayuda a ver al otro -ya sea persona, pueblo o nación- no sólo como un
instrumento, con una capacidad de trabajo y una fuerza física para ser explotada a bajo
costo y luego rechazada cuando ya no es útil, sino como a nuestros vecinos y
ayudadores (Génesis 2, 18-20) que pueden compartir, al mismo nivel que
nosotros, en el banquete de la vida, al que todos estamos invitados por Dios».
(Solicitudo Rei Socialis No. 39).
Para la Iglesia esta
concientización de solidaridad humana se intensifica a través del amor redentor de Dios,
manifestado en la muerte y resurrección de Jesús. Hay un pasaje en el Evangelio de San
Mateo que ilustra este punto de una forma especialmente bella. En este pasaje Jesús
instruye a sus seguidores sobre el juicio final en el cual todos seremos juzgados.
Escuchen las palabras de
Jesús: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus
ángeles, se sentará en su trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas
a su presencia y, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así
también lo hará él. Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los
machos cabríos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los
que están a la derecha: «¡Vengan, los benditos de mi Padre! Tomen posesión del reino
que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre
y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber. Pasé como forastero y me
recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve en la cárcel y me fueron a
ver.»
Entonces los buenos
preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer;
sediento y te dimos de beber, o forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver?» El Rey
responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de estos más
pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo.»
La verdad que transforma la
solidaridad en la Iglesia es que Jesús se ha asociado con nosotros, especialmente con los
más débiles y vulnerables, de tal modo que todo lo que hagamos por ellos lo hacemos por
Él. El mismo texto evangélico al que hemos hecho referencia dice que cuando rehusamos
ayudar al hambriento y al sediento, al extranjero o al desnudo, al enfermo, al
encarcelado, rehusamos ayudar a Cristo.
El conocimiento que la
Iglesia tiene de sí misma, juntamente con su singular antropología, la impulsa a llevar
adelante la causa de la solidaridad humana en cada sociedad.
Cuando el Papa Juan Pablo II
terminó su segunda visita pastoral a los Estados Unidos el 17 de noviembre de 1987,
lanzó un reto a mi país en su discurso de despedida:
«Tu mayor belleza y tu
mayor bendición se encuentran en la persona humana: en cada hombre, mujer y niño,
en cada emigrante, en cada ciudadano, hijo e hija de este país.
Por esta razón, América, tu
más profunda identidad y tu más auténtico carácter como nación se revelan en
tu actitud hacia la persona humana. La última prueba de tu grandeza está en la forma
como te comportas con el ser humano, especialmente con los más débiles y los más indefensos.
La mejor tradición de tu
tierra es el respeto por todos aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Si
tu quieres igualdad y justicia para todos y verdadera libertad y duradera paz, entonces,
América, defiende la vida.
Todas las grandes causas que
son tuyas hoy tendrán sentido en tanto en cuanto garantices el derecho a la vida y
protejas a la persona humana.
Alimenta al pobre y acoge al
refugiado. Refuerza la contextura social de tu nación. Promete el verdadero
progreso a la mujer. Asegura los derechos de las minorías. Trabaja por el desarme,
mientras garantizas las legítimas defensas.
Todo esto lo conseguirás
sólo si el respeto por la vida y la protección de la vida, está defendido, para
todos, por la ley, y si se garantiza esto para todo ser humano desde su nacimiento hasta
su muerte natural.
Toda persona humana, -no
importa en que grado sea vulnerable o indefenso, joven o anciano, sano,
indeficiente o enfermo, eficaz o productivo para la sociedad- es un ser de inestimable
valor, creado por Dios a su imagen y semejanza.»
Con estas elocuentes
palabras, el Santo Padre dijo la verdad de su corazón. Todo lo que dijo estaba basado en
la rica enseñanza de la Iglesia y nos invitó a construir una cultura de vida y una
civilización de amor.
Esta es la labor de la
Iglesia en todos los lugares y en todos los tiempos. Y esta es la labor de la Iglesia en
esta bellísima Isla, Cuba. Aquí la Iglesia busca ayudar a construir en esta sociedad una
cultura de vida y una civilización de amor. Lo que está ocurriendo aquí hoy es parte de
un diálogo indispensable entre Iglesia y Sociedad.
Ninguna nación puede mirar
simplemente al pasado. Los problemas del presente son suficientes para inspirar un
esfuerzo renovador para construir un futuro mejor. Hoy el mundo se encuentra necesitado de
un nuevo orden económico que esté más claramente dirigido hacia el bien común de la
sociedad, un orden económico que sea más humano. Cuba puede tener un papel relevante en
la creación de un orden económico que refleje respeto por cada persona humana, respeto
por el papel fundamental de la familia y respeto por las exigencias de la solidaridad
humana, particularmente con los más débiles en la sociedad, un orden económico que
podría servir como un ejemplo positivo para todo el mundo. La Iglesia, con todos los
hombres y mujeres de buena voluntad quiere colaborar en la edificación de este futuro
mejor.
La Iglesia no está separada
de la sociedad. La Iglesia se encuentra en todas partes, en cada hombre y mujer que es
parte de ella. En nuestros peores momentos los cristianos adquirimos las características
negativas que desgarran el tejido de cualquier sociedad. En nuestros mejores momentos,
somos un valioso recurso para cualquier sociedad. En nuestros mejores momentos, los
católicos somos levadura para una cultura de vida y una civilización de amor. En mi
nación, como en Cuba, los fieles católicos somos ciudadanos leales.
En tanto que la Iglesia y el
gobierno de Cuba continúan desarrollando una nueva relación, mi esperanza y mi oración
es que ayudemos a crear en la sociedad de Cuba una cultura de vida, una civilización de
amor y de solidaridad, algo que el mundo necesita urgentemente.
Conferencia dictada en el Aula F. Bartolomé de las Casas, San Juan
de Letrán / 9 de diciembre de 1998.
|