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enero-febrero. año V. No. 29. 1999 |
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PATRIMONIO |
UNA CERCANA HERMANA EN EL CARIBE
por Nelson Melero Lazo
De izq. a der: 1.Puerta del Reloj por la que accede a la Plaza de los coches. 2.Castillo de San Felipe de Barajas. 3.Vivienda cartagenera, con su típico balcón corrido de madera (tejadillo) 4.Vista de la entrada del canal de Bocachica.
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En el pasado mes de agosto fui invitado por la Facultad de
Arquitectura de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de la ciudad de Cartagena de Indias, a
participar como profesor del Curso de Especialización en Conservación y Restauración
del Patrimonio Arquitectónico que por primera vez se impartía en ese centro de
enseñanza superior.
Con anterioridad, en 1996, había conocido la hermosa ciudad de la costa caribeña colombiana -fundada en 1533 por Don Pedro de Heredia junto a la bahía-, en una breve visita de un fin de semana; la que me dejó gratamente impresionado por la belleza de su centro histórico y por las coincidencias y similitudes de su arquitectura y ambientes, que al observarlos y recorrerlos los sentía tan conocidos y familiares. Esta experiencia particular nos animó a compartir y comentar sobre este interesante conjunto; los aspectos comunes y puntos de contactos presentes en Cartagena y la arquitectura de otras ciudades cubanas y muy en particular con La Habana. La condición primera determinante en las características arquitectónicas, urbanísticas y sociales tan similares, está dada por la localización y la pertenencia nuestra al ámbito geográfico del Caribe. La definición del Caribe ha devenido siempre en asunto algo complejo, porque a lo largo de la historia, desde el descubrimiento de América en la última década del siglo XVI, su delimitación ha experimentado modificaciones y concepciones que le han hecho variar en el tiempo, en cuanto a su extensión y a los componentes insulares y de tierra firme que lo han conformado. En el crisol del Caribe han confluido culturas, tradiciones, costumbres, de diferentes naciones europeas, africanas, asiáticas, que conjuntamente con las autóctonas han logrado crear, en mi criterio, la unidad-variedad que caracteriza la expresión socio-cultural de este entorno geográfico. El origen hispánico y la permanencia de esta raíz tanto en Cuba como en Colombia, cosa que no ocurrió así en otras áreas caribeñas inicialmente españolas y que después pasaron a convertirse en territorios ocupados por otras potencias coloniales europeas; establecieron en nuestros dos países códigos sociales, culturales, arquitectónicos y urbanos que van a prevalecer en la producción material y espiritual de ambos pueblos, que devienen elementos unificadores perceptibles de este origen común. El carácter de enclave-encrucijada que desde un inicio adquirió esta área geográfica, mantenido a lo largo de la conquista, colonización y desarrollo del dominio español en todo el continente, va a condicionar la necesidad de convertir el área del Caribe en una plaza fortificada y protegida convenientemente. Este requerimiento defensivo se nos va a mostrar evidentemente en el primer contacto con Cartagena y La Habana. La primera, ciudad amurallada que conserva casi íntegramente todo su sistema de baluartes, fuertes y lienzos de murallas que rodean a la ciudad, tanto por tierra como por mar; que se completa con un sistema defensivo conformado por baterías, fortalezas, castillos, ubicados en puntos estratégicos alrededor de la ciudad y la bahía.(fig. 2 y 4) Cartagena nos permite imaginarnos a La Habana con su muralla conservada y nos hace verlas semejantes, sobre todo cuando reconocemos en sus fortalezas una misma escuela de constructores que estudiaron, concibieron y diseñaron para ambas ciudades soluciones defensivas. Nombres como Juan de Tejada, Bautista Antonelli, Cristóbal de Roda, Juan de Herrera y Sotomayor y otros ingenieros militares que trabajaron para la corona española, aparecen en la historia constructiva de ambas ciudades. Si Cartagena cuenta con su gigante militar emblemático, el castillo de San Felipe de Barajas (s. XVII-XVIII), en La Habana nos remitimos a la fortaleza San Carlos de la Cabaña (1763-1774), una de las mayores de América. (fig. 2) En ambos casos el acceso a la bahía se encuentra protegido por fortificaciones a ambos lados de la boca, en Cartagena la flanquean las fortalezas de San Fernando y San José, en La Habana los castillos de San Salvador de la Punta y de Los Tres Reyes del Morro. (fig. 4) Otro aspecto hermanador entre ambas ciudades lo constituye la función de ciudad-albergue para acoger las flotas mercantes españolas que desde el siglo XVI y hasta el siglo XVIII, realizaban su travesía una vez al año, protegidas por navíos de guerra. Durante los siglos XVII y XVIII, Cartegena y La Habana sufrieron reiterados ataques y asedios franceses e ingleses, que las obligaron a reconstruir, reformar y ampliar sus sistemas defensivos. En particular el siglo XVIII vio escenificarse dos acciones bélicas muy importantes de la armada inglesa en el Caribe, que tuvieron como protagonistas a ambas ciudades. Primero fue Cartagena, asediada en 1741 por el Almirante Sir Edward Verson, que después de cuatro meses no pudo apoderarse de la ciudad. Veintiún años después en el mismo contexto del Caribe, vuelve a presentarse nuevamente una gran escuadra inglesa, esta vez frente a La Habana, al mando de Sir August Keppel, Conde de Albermarle, que después de un mes de cerco es ocupada finalmente por espacio de casi un año. Otro de los aspectos comunes entre Cartagena y La Habana, es el de mostrar ambas un centro histórico conservado dentro del crecimiento lógico experimentado por dichas ciudades. En ambos casos, estos poseen un elevado nivel de integridad y conservación de sus altos valores arquitectónicos y urbanísticos, con muy poca presencia de inserciones agresivas, inarmónicas o incoherentes. En el caso de Cartagena, la ciudad amurallada se encuentra dividida en tres barrios: Centro, San Diego y Getsemaní. En la zona del Centro se ha ejecutado un fuerte trabajo de restauración del patrimonio arquitectónico en ella contenido. Los valores y la significación cultural de estos conjuntos dentro del área latinoamericana, así como del trabajo de protección y rescate realizados en ellos, ha determinado que los mismos hayan sido incluidos en el Listado Mundial de la UNESCO; La Habana en 1982 y Cartagena de Indias en 1984. Al caminar por el Centro de Cartagena experimenté una especial sensación, fue como realizar un viaje en el tiempo que me permitió llegar al siglo XVIII y encontrarme con La Habana que debió ser igual en aquel momento, de la cual sólo nos quedan las referencias testimoniales de los grabados de época, en los que pueden apreciarse los grandes balcones de madera con sus pilares que sostienen las cubiertas de tejas, llamados en Cuba tejadillos, de los cuales están llenas las calles cartageneras. (No. 7) En las primeras décadas del siglo XIX, Colombia va a encontrarse enfrascada en las luchas por la independencia y afortunadamente la arquitectura de Cartagena no sufrió los cambios impuestos por los gustos e influencias del neoclasicismo en boga en esos momentos, que en el caso de La Habana transformó totalmente las estructuras arquitectónicas preexistentes, suprimiéndole todos los elementos de madera, con influencias del barroco colonial, por barandas y rejas metálicas, así como otros motivos decorativos de ascendencia clásica. Sin embargo, se mantienen presentes en la arquitectura de otros centros históricos de ciudades como Trinidad, Sancti Spiritus, Camagüey y, muy particularmente en Santiago de Cuba, la ciudad cubana caribeña por excelencia, en la que sus balconajes son muy similares a los de Cartagena de Indias. Al pasear por Cartagena de Indias, sentarse en sus plazas, escuchar su música que puede llamarse cumbia o ballenato pero tanto tiene de son, bomba, merengue o calipso, al conversar con sus habitantes en los que puede apreciarse ese mestizaje que caracteriza a nuestra área geográfica, con un calor humano que se funde con lo sofocante del clima; cuyo acento tanto nos recuerda la entonación de nuestra región oriental, hace que no nos sintamos extraños, seguimos estando en casa.
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