Y, de repente, le besó. Estaba el
Papa en la Plaza de la Revolución -¡ahora sí que nunca mejor dicho!-, en el corazón
mismo de La Habana, que es como decir el corazón de Cuba. Entregaba el libro de los
evangelios a los cristianos que se la han jugado durante años, para que se la sigan
jugando, comprometidamente: padres de familias, chicas jóvenes, religiosos... y, de
repente, se acercó a Juan Pablo II una señora mayor, con el pelo todo blanco, con su
toquillita de encaje colonial sobre los hombros, delgada, como un manojo de sarmientos;
recibió los santos evangelios, los besó y, en un impulso irreprimible, puso su mano
derecha sobre el hombro del Papa y le besó la mejilla, con una ternura inefable. Era
-todo el mundo pudo verlo- el beso de Cuba al Papa: el beso de hoy, de la esperanza, pero
también el beso de la Cuba sufrida (...). Hay cosas que sólo se pueden decir con un
beso. Juan Pablo II lo percibió, y acarició a Cuba en la mejilla de la anciana señora . (TOMADO DE "ALFA Y OMEGA")
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