enero-febrero. año V. No. 23. 1998


 

 

ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA CULTURA

Palabras del Dr. Juan Vela Valdés, Rector de la Universidad de a Habana

 

 

 

Ha sido un verdadero privilegio para la Universidad de La Habana, la selección del lugar donde hoy se realiza el encuentro de Su Santidad Juan Pablo II con el mundo de la cultura cubana

Y es que la Universidad de La Habana ha sido testigo, escenario y protagonista excepcional durante casi tres siglos, de acontecimientos trascendentales para la historia, la cultura y la educación en Cuba

Porque cuando en 1910 se edificó, en lo más alto de la colina universitaria, el Aula Magna, era éste el único centro de educación superior del país y de un modo u otro, simbolizaba la tradición científico, docente, cultural y patriótica. Por esas mismas razones, un año después, se colocaron en este recinto los restos del Presbiterio Félix Varela y Morales, que representaba y representa el punto de referencia obligado cuando se piensa en el origen de una reflexión propia y en las bases éticas y morales de nuestro pensamiento y de nuestra historia. Hoy son numerosos los centros de educación superior que a lo largo y ancho del país representan el lugar cimero del sistema educacional cubano.

Por la diversidad de fuentes culturales de todos los continentes que la conforman y por la multiplicidad étnica de que se nutre, la cultura cubana es hija del mundo. Lo universal se halla en sus propias raíces humanistas, cuyos atisbos se encuentran ya en la obra de Fray Bartolomé de las Casas. Durante dos siglos, esa cultura adquirió perfiles propios y en el encuentro de los siglos XVIII y XIX, alcanzó expresiones intelectuales autóctonas, vinculadas a un proyecto de desarrollo académico, económico-social, cultural y científico que transfería, al mundo de la sensibilidad y de las ideas, la búsqueda de un desarrollo múltiple en el que se integraban la experiencia universal y nuestra propia realidad. En la segunda mitad del siglo XIX, el modelo de la emancipación cubana, de profunda raíz humanista, cuya expresión más auténtica era el anhelo de alcanzar la justicia social, asegura su verdadera dimensión.

La cultura cubana, en ese sentido amplio, devino conjunto de aspiraciones y realizaciones del grupo humano que la creó y la asumió. En su más genuina expresión, en la cultura, la educación y la ciencia, se gestaba un ideario cubano, abierto y flexible, articulado al proyecto de independencia y al establecimiento de una república con todos y para el bien de todos.

Como se sabe, la intervención de una potencia extranjera frustró la República, soñada independiente, justa y soberana. Pero en los espacios logrados, los cubanos honestos que no renunciaron a la soberanía, enriquecieron las ideas originales y convirtieron a la República dependiente y neocolonial en el crisol donde se continuó forjando la voluntad colectiva de luchar por alcanzar la verdadera y definitiva liberación.

La Revolución cubana fue y es el acontecimiento histórico que resume, articula y pone en práctica un corpus de ideas que tiene como objetivo la plena y auténtica libertad e igualdad de individuo y de la sociedad. Constituyó, en verdad, la integración de los sectores y grupos sociales hasta entonces marginados, al ofrecer dignidad plena a todos. La Revolución hizo realidad el sueño de justicia social de los forjadores de nuestra identidad nacional y de varias generaciones de cubanos de nivel medio; que lucharon incansablemente por obtenerla.

El pueblo accedió a la educación y a la cultura; se eliminó el analfabetismo; se estableció la enseñanza gratuita; se amplió la red de escuelas; se favoreció la formación de jóvenes profesores; se crearon centenares de nuevos centros de nivel medio; se instauró el sistema de becas universitarias; se modernizaron las estrategias educativas al combinarse armónicamente la docencia, la investigación, el trabajo y la práctica social; y por su profundo contenido humano, se concedió particular importancia a la educación especial.

Todo ello permitió crear una base cultural y educativa, capaz de desarrollar una sociedad en la que sus individuos podían disfrutar de una enriquecedora vida espiritual.

El pueblo cubano se convirtió así en un pueblo culto e instruido.

Por otra parte, el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías, que tenía en Cuba importantes antecedentes individuales en hombres como Felipe Poey, Tomás Romay y Carlos J. Finlay, convirtió esa tradición en un movimiento masivo que estimuló la creación de centros, grupos y programas de desarrollo.

El hacer asequible la salud a todos, desde la asistencia primaria hasta las más modernas y complejas técnicas, ha permitido desarrollar un sistema nacional de salud que ha salvado innumerables vidas y que exhibe indicadores de calidad y esperanza de vida que son orgullo de la nación.

Es así que el desarrollo de la educación, la ciencia y la tecnología configuraron un pueblo con una particular comprensión y sensibilidad hacia los problemas de su país y de la humanidad. Esos hombres son hoy creadores de una cultura cuyas fronteras se hacen más amplias en la medida en que se hacen también más rigurosas, profundas y humanas. Una cultura imbricada no sólo entre sus diversas manifestaciones, sino también entre sus creadores y los que disfrutan la creación.

Miles de escritores y artistas dan nuevos vuelos al pensamiento y a la imaginación. Nuestra cultura es la unión de Cuba con el mundo. Es también la unión en Cuba y en el extranjero de lo genuinamente cubano. En las cuatro décadas finales de este siglo, este quehacer se extendió y democratizó hasta alcanzar dimensiones insospechadas.

Un principio esencial define los últimos 40 años de creación en la sociedad cubana. La idea de la solidaridad humana, base de una ética nueva; la idea de la equidad, de preferir el bien común al bien individual; la búsqueda de una verdadera y auténtica integración de todos los componentes nacionales que trata de eliminar los prejuicios de cualquier tipo; la idea de un decidido apoyo a «los pobres de la tierra», como fundamento de la permanente recuperación de la memoria histórica del país. Una obra tan hermosa, sin embargo, se ha tenido y se tiene que desarrollar, en las más difíciles condiciones. Se sabe que las crecientes presiones económicas y políticas de la única superpotencia obstruyen cruelmente hasta el simple arribo a nuestro país de la más necesaria de las medicinas.

La praxis social cubana es profundamente martiana porque se fundamenta en la idea de nuestro Apóstol de que «Patria es Humanidad», de que la cultura es el diálogo de un pueblo consigo mismo y con el mundo, de que para ser libres hay que ser cultos, pero también para ser libres hay que ser iguales de hecho y de derecho.

Somos herederos de una intensa y fructífera tradición cultural cuyo componente más significativo ha sido la defensa de la identidad nacional, el empeño de fundar una Cuba cubana y, a la vez, una Cuba universal.

Esa es la patria que los intelectuales cubanos -profesores, investigadores, escritores, artistas, junto a todo el pueblo- ayudamos a construir. Con inteligencia, con talento, con altruismo, con esfuerzo y con dedicación. Una patria libre, una patria culta, una patria justa, una patria solidaria, una patria humana.

 

Y porque usted, Su Santidad, es, a no dudarlo, un hombre consagrado a la defensa de sus convicciones, un hombre extraordinariamente lúcido y culto, un hombre de excepcionales cualidades humanas, la Universidad de La Habana, sus profesores y estudiantes, y las personalidades de la cultura, el arte y la ciencia, que hoy se encuentran aquí, nos sentimos honrados con su presencia.

Su santidad, Juan Pablo II, distinguido público, sean mis palabras un modo de acogerles en nuestra Alma Mater y expresar la mayor gratitud por la asistencia a este hermoso encuentro. Estamos seguros de que el día de hoy quedará profunda y definitivamente inscrito en la historia académica, científica y cultural de la Universidad de La Habana y de nuestro país.