APOCALIPSIS NOW Y CONVERSIÓN por Joaquín Badajoz
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Soy de los que piensan que el viaje de Su Santidad Juan Pablo II a
Cuba no concluyó ese significativo domingo 25 de enero, día en que se conmemora la
conversión de Saulo, ni comenzó con su arribó a La Habana. Algo de esa sensación de
espera y añoranza que distinguió el sobrevuelo a la diócesis de Pinar del Río, le
precedió y permanece en el corazón de los cubanos.
Los que esperaban el apocalipsis como un estado de caos y confusión, ni conocen al Papa, ni han entrado iluminadamente en ese libro magnífico de San Juan, que la tradición anglosajona ha seguido interpretando como libro de las revelaciones de San Juan (Revelations of Saint John). En ese sentido, su misión fue apocalíptica, reveladora de la palabra y los misterios de Dios. Para un pueblo irreverentemente religioso como el nuestro, condición esta muy anterior a la declaración de La Habana Socialista pero indiscutiblemente exacerbada con el ateísmo militante, el contacto personal con el sucesor de Pedro, el bondadoso anciano sobre cuyos hombros, cuyo espíritu, descansa la relación inmediata con lo trascendente, un hombre cuya cercanía inspira "afecto", reedita de manera especial el encuentro con Cristo de aquellos humildes incrédulos de hace apenas tres mil años. "Tú eres el sucesor de Pedro, el hombre enviado para el perdón y la reconciliación", me pareció -empeñado en las hermenéuticas simples- entender de los gritos del pueblo o los gestos deferentes de los hombres de estado. Si casi por un azar inexplicable participé en el encuentro con el mundo de la cultura, y por una necesidad explicable, entre la multitud conglomerada en la Plaza, fui de los que asistí convencido de que conversión y revelación habían comenzado mucho antes y que la visita del Santo Padre solo confirmaba que quien espera en Cristo recibirá. Cuba esperó al Papa como aquellos pastores de Galilea esperaron al Mesías, sin saber que la conversión de sus corazones, la libertad que comienza en el reconocimiento interior es el primer acto de la fe; y el Santo Padre llegó como el divino niño, y aquí la hermenéutica sigue siendo simple; el anciano venerable que supera achaques, fuerte en el espíritu, mezclando sin poses dolor y vigor, para, con palabras del beato José María Escribá de Balaguer, que solo Cristo se luzca. Otro hombre, con otra historia personal, no hubiese podido repetir "Hoy vengo a compartir con ustedes mi convicción profunda de que el mensaje del evangelio conduce al amor, a la entrega, al sacrificio y al perdón". Santo inter pares, Juan Pablo II, dotado de una humana y casi sublimada capacidad de perdón, que en uno de sus lamentables accidentes, se patentizó cuando preguntando por el responsable de aquel atentado que casi le provoca la muerte, inquirió "Cómo se encuentra el hermano que me ha herido", es más allá de su condición mística y trascendente. Un mensajero y testigo excepcional de la reconciliación y el perdón, ese que debe estar siempre en el futuro de Cuba para que "este pueblo que como todo hombre y nación busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar el futuro con esperanza" y puede entender sondeando en los signos misteriosos de los tiempos que "El espíritu sopla donde quiere, quiere soplar en Cuba". |
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