enero-febrero. año V. No. 23. 1998


 

La Misa en Santiago de Cuba

 

Los cinco días que

ESTREMECIERON

a Cuba

por Enrique López Oliva

La Habana- Si el periodista estadounidense de ideas socialistas, John Reed escribió sobre la Revolución Bolchevique de 1917 el reportaje «Diez días que estremecieron al mundo», publicado en 1919, Su Santidad Juan Pablo Segundo acaba de escribir en Cuba «Los cinco días que estremecieron a Cuba», según algunos observadores.

Desde su arribo al Aeropuerto de la capital cubana «José Martí» el 21 de enero, el Sumo Pontífice lanzó un mensaje claro y directo al pueblo cubano:

«Ha llegado el feliz día, tan largamente esperado (...) Sé cuánto han esperado el momento de mi Visita, y saben cuánto lo he deseado yo (...) Acompaño con oración mis mejores votos para que esta tierra pueda ofrecer a todos una atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y paz duradera. Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba (...)»

El presidente Fidel Castro Ruz, significativamente vestido de civil, después de acoger al Pontífice con especial delicadeza, ayudándolo a avanzar, dijo:

«Santidad, pensamos igual que Usted en muchas importantes cuestiones del mundo de hoy y ello nos satisface grandemente; en otras, nuestras opiniones difieren, pero rendimos culto respetuoso a la convicción profunda con que Usted defiende sus ideas (...)»

Recordó que «fui estudiante de colegios católicos hasta que me gradué de bachiller» y afirmó que «el respeto hacia los creyentes y no creyentes es un principio básico» de la Revolución. «Si alguna vez han surgido dificultades, no ha sido nunca culpa de la Revolución».

Puntualizó, al finalizar las palabras de bienvenida: «No habrá ningún país mejor preparado para comprender su feliz idea, tal como nosotros la entendemos y tan parecida a la que nosotros predicamos, de que la distribución equitativa de las riquezas y la solidaridad entre los hombres y los pueblos deben ser globalizadas».

A partir de este momento, se inició un diálogo intenso y profundo entre Juan Pablo Segundo y Fidel Castro, la Santa Sede y Cuba, la Iglesia Católica de Cuba y el Partido Comunista de Cuba, los creyentes y los no creyentes... El mensaje papal llegó, por orientación expresa de Fidel Castro, a través de todos los medios de comunicación, a toda la población cubana.

Quienes esperaban una confrontación, salieron desilusionados.

Cuando viajaba en avión desde Roma hacia La Habana, el Papa dijo a los periodistas que deseaba que Castro le abriera su corazón y le dijera «su propia verdad como hombre». Todo indica que esto fue lo que ocurrió con Castro y el pueblo cubano, que se volcó masivamente a las calles y plazas para darle la bienvenida al Papa con alegría de fiesta.

Un gigantesco cuadro del «Sagrado Corazón de Jesús», de 29 metros y medio de alto, por 21 metros de ancho, cubrió toda la fachada de uno de los centros culturales principales del país: la Biblioteca Nacional. Era una reproducción clásica de una litografía que todas las familias católicas cubanas tenían en la sala de sus casas, al comienzo de la Revolución.

El altar, en forma de paloma blanca, fue todo un símbolo. Colocado en uno de los puntos más altos, a un costado de la histórica Plaza de la Revolución, la misma donde el 29 de noviembre de 1959, el líder cubano asistió a otra misa, la de clausura del Congreso Católico Nacional, y donde luego, en múltiples ocasiones, pronunciaría sus arengas revolucionarias.

El tema de la familia fue abordado en Santa Clara, provincia central de la isla, por el Papa: «Hoy las Familias en Cuba están también afectadas por los desafíos que sufren actualmente tantas familias en el mundo», se refirió a «las carencias materiales», a los salarios no suficientes, al poder adquisitivo limitado, a la separación forzosa de las familias dentro del país y la emigración, «que ha desgarrado a familias enteras y ha sembrado dolor en una parte de la población», a los problemas derivados de la separación de los hijos de sus familias por la «escuela en el campo», sistema educacional obligatorio a partir del décimo grado.

Al finalizar la tarde de su segundo día en Cuba, el Papa hizo una visita oficial al Palacio de la Revolución, donde Fidel Castro le presentó a dos hermanas y dos hermanos, así como a su hijo Fidelito, y sostuvo un diálogo a solas, de unos cuarenta minutos, con el mandatario cubano. El Jefe de la Iglesia Católica Universal y el líder máximo de la Revolución Cubana, abrieron con franqueza sus corazones y cada uno dijo al otro su verdad. Fue quizás una «confesión» mutua.

Se había cumplido, al más alto nivel, uno de los requerimientos que meses antes había planteado el cardenal cubano Jaime Ortega y Alamino, para un diálogo entre la Iglesia y el Estado: que «tenga las características de una revisión reflexiva de la situación entre personas capaces de tomar decisiones para el futuro...».

Ya, a principios de diciembre, el Comité Permanente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, se había reunido con Fidel Castro y otros dirigentes revolucionarios, para ultimar los detalles de la visita papal.

El propio Castro en un momento, durante la visita a Palacio del Pontífice, le preguntó al cardenal cubano sobre la misa realizada esa misma mañana en Santa Clara.

En Camagüey, el Papa, en un «Mensaje a la Juventud», manifestó:

«No hay verdadero compromiso con la Patria, sin el cumplimiento de los propios deberes y obligaciones en la familia, en la Universidad, en la fábrica, o en el campo, en el mundo de la cultura y el deporte, en los diversos ambientes donde la Nación se hace realidad (...)».

«La Iglesia en su Nación –subrayó el Pontífice- tiene la voluntad de estar al servicio no sólo de los católicos sino de todos los cubanos»

De especial significación fue la visita del Papa a la Universidad de La Habana, que acaba de cumplir 270 años de fundada por los padres dominicos. Acompañado por Fidel Castro, el Papa entró en la histórica Aula Magna, donde en un rincón, sobre una columna de mármol, en una urna, reposan las cenizas del presbítero cubano Félix Varela, precursor de la independencia de Cuba y uno de los fundadores de la nacionalidad cubana. Frente a sus restos, el Papa formuló una oración. Actualmente está en Roma el proceso de beatificación de Varela.

El Pontífice pronunció en la Universidad, uno de sus discursos más profundos, ante una representación amplia del mundo de la cultura. Quienes tuvieron oportunidad de estar presentes en el acto, gracias a una invitación de nuestro cardenal Jaime Ortega, nunca olvidaremos este momento.

Para los cubanos presentes, fue especial emoción escuchar al papa referirse a los distintos ambientes culturales de Cuba, el detenerse en Varela, a quien calificó de «la mejor síntesis» que podemos encontrar entre «fe cristiana y cultura cubana», quien enseñó a los cubanos «el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia» y quien fue «el primero que habló de independencia».

Con gran atención desde Fidel Castro, sentado en primera fila, con la mirada fija en el Pontífice, todos los presentes (dirigentes del PCC, de Centros culturales, escritores, poetas, músicos, pintores, profesores...) en medio de un respetuoso silencio y profunda concentración escucharon al Papa:

«En Cuba se puede hablar de un diálogo cultural fecundo, que es garantía de un crecimiento más armonioso y de un incremento de iniciativas y de creatividad de la sociedad civil. En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura –católicos y no católicos, creyentes y no creyentes- son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse, a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica, que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad».

«La Iglesia y las instituciones culturales de la Nación deben encontrarse en el diálogo y cooperar así al desarrollo de la cultura cubana. Ambas tienen un camino y una finalidad común: servir al hombre, cultivar todas las dimensiones de su espíritu y fecundar, desde dentro, todas sus relaciones comunitarias y sociales» y exhortó a la Iglesia en Cuba a emprender una «Pastoral para la cultura», en «diálogo permanente con personas e instituciones del ámbito cultural».

El Ingeniero Dagoberto Valdés, director del Centro Católico de Formación Cívica y Religiosa de la diócesis de Pinar del Río, la más occidental de la isla, y de la revista «Vitral», comentó «ha sido un discurso profundamente humanista» y «una síntesis actualizada del Mensaje de Varela».

En Santiago de Cuba, cuna de la Revolución Cubana, Juan Pablo Segundo, en una misa en la Plaza principal «Antonio Maceo», coronó personalmente a la imagen de «Nuestra Señora de la Caridad del Cobre», como «Patrona y Reina de Cuba».

Esta imagen fue coronada el 20 de diciembre de 1936, por el entonces Arzobispo de Santiago de Cuba, fray Valentín Zubizarreta, por delegación de la Sede Apostólica. El 24 de enero lo hizo directamente el Papa.

«Desde su Santuario, no lejos de aquí –subrayó el Pontífice-, la Reina y Madre de todos los cubanos -sin distinción de razas, opciones políticas o ideológicas- guía y sostiene, como en el pasado, los pasos de sus hijos hacia la Patria celeste y los alienta a vivir de tal modo que en la sociedad reinen siempre los auténticos valores (...)»

Exhortó a impulsar la Evangelización y la Misión «para que puedan desarrollarse y servir no sólo a los católicos, sino a todo el pueblo cubano», a los laicos católicos les dijo que «tienen el deber y el derecho de participar en el debate público en igualdad de oportunidades y en actitud de diálogo y reconciliación (...) El bien de una nación debe ser fomentado y procurado por sus propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales (...)»

Subrayó que «la Iglesia, inmersa en la sociedad, no busca ninguna forma de poder político para desarrollar su misión, sino que quiere ser germen fecundo de Bien Común al hacerse presente en las estructuras sociales (...)»

Un cierto desasosiego en algunos medios oficiales, produjo las vibrantes palabras del Arzobispo primado de Santiago de Cuba, Pedro «Perucho» Meurice Estiú, quien para algunos «habló muy fuerte». Sus palabras sorprendieron a muchos que veían la transmisión por televisión o que estaban en la Plaza oriental. El hermano menor de Fidel, Raúl Castro, Jefe del Ejército, asistió a misa vestido de civil.

Con una franqueza, hace tiempo no vista en los medios de difusión nacionales, el Arzobispo de Santiago se refirió a la necesidad de «aprender a desmitificar los falsos mesianismos», a la desarticulación de «los espacios de asociación y participación en la sociedad civil» y al anhelo de «reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad».

Un vaticanista, que viajó en el avión papal, nos comentó sobre estas palabras, y otros señalamientos del Papa, «la Iglesia fue dura en su crítica, pero no quiere una ruptura».

El último día, fue un día de extraordinaria «gracia». Amaneció nublado, por lo que la muchedumbre que, desde las primeras horas de la madrugada, se congregó en la Plaza de la Revolución, pudo disfrutar de una agradable temperatura, de la cual se hizo eco el Pontífice.

Despertado por «las Mañanitas Cubanas», en la Nunciatura Apostólica, donde se hospedó durante su estancia en Cuba, Su Santidad comenzó el día con un encuentro ecuménico con 45 representantes de más de veinte denominaciones e iglesias evangélicas y protestantes, y de la Comunidad Hebrea en Cuba.

El Papa insistió en este encuentro, que «ninguna contingencia histórica, ni condicionamiento ideológico o cultural deberían entorpecer» las relaciones ecuménicas. Exhortó «a proseguir el diálogo con espíritu de respeto» y «a colaborar de mutuo acuerdo en proyectos comunes que ayuden a la población a progresar en paz y crecer en valores esenciales del Evangelio». «Todos estamos llamados a mantener un cotidiano diálogo de la caridad, que fructificará en el diálogo de la verdad, ofreciendo a la sociedad cubana la imagen auténtica de Cristo.

En la Plaza de la Revolución, el Pontífice agradeció «la presencia de las autoridades civiles que han querido estar hoy aquí y les quedo reconocido por la cooperación prestada». En primera fila, como había anunciado, estaba el presidente Fidel Castro, vestido de civil, quien en el momento de la paz, estrechó las manos de los Obispos y varios sacerdotes.

Nunca antes, el Pontífice fue tan fuerte en su crítica al capitalismo neo-liberal y alertó sobre los daños que causan «las fuerzas ciegas del mercado», que gravan «a los países menos favorecidos con cargas insoportables», y a «los centros de poder» que imponen condicionamientos para la ayuda económica: «programas económicos insostenibles».

El mayor desafío que existe hoy para muchos sistemas políticos y económicos, dijo, es «el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad».

Puntualizó: «Como saben, Cuba tiene un alma cristiana y eso la ha llevado a tener una evocación universal. Llamada a vencer el aislamiento, ha de abrirse al mundo y el mundo debe abrirse a Cuba (...) Esta es la hora de emprender nuevos caminos (...)».

Las palabras del Pontífice provocaron una gran reacción en todos los presentes, lo que llevó al Pontífice a decir: «Sois un auditorio muy activo».

Antes de abandonar la Plaza de la Revolución, se vio al presidente Castro estrechar las manos del Pontífice y decirle unas palabras, momentos antes de subir en su «Papa-móvil».

En el Palacio del Arzobispado, un vetusto edificio colonial, situado en la Habana Vieja, el Papa dijo a los Obispos cubanos que «los cultos sincréticos» de origen africano, muy fuertes en Cuba y que se asocian histórica y culturalmente con el catolicismo, son «merecedores de respeto».

A los cubanos que viven fuera de la isla les envió un claro mensaje: «Deben colaborar también, con serenidad y espíritu constructivo y respetuoso, al progreso de la Nación, evitando confrontaciones inútiles y fomentando un clima de positivo diálogo y recíproco entendimiento».

Ya en Santiago de Cuba, Juan Pablo Segundo había enviado «mi saludo a los hijos de Cuba que en cualquier parte del mundo veneran a la Virgen de la Caridad, junto con todos sus hermanos que viven en esta hermosa tierra, los pongo bajo su protección (...)».

El Papa manifestó a los Obispos que esperaba «un acceso progresivo a los medios modernos para llevar a cabo su misión evangelizadora y educadora. Un estado laico no debe temer, sino más bien apreciar, el aporte moral y formativo de la Iglesia».

«Es normal –dijo- que la Iglesia tenga acceso a los medios de comunicación social: radio, prensa y televisión» y exhortó a consolidar y enriquecer las publicaciones católicas, que actualmente pasan de doce en toda la isla, agrupadas en la «Unión de Prensa Católica», pero de reducidas tiradas, por falta de recursos.

El día se había ido nublando y amenazaba un fuerte aguacero. Llegó el momento de la despedida. El Papa agradeció la presencia en el Aeropuerto de Castro y otras autoridades, insistió en que «todos los cubanos están llamado a contribuir al Bien Común, en un clima de respeto mutuo y con profundo sentido de la solidaridad».

«En nuestros días –puntualizó- ninguna nación puede vivir sola. Por eso, el pueblo cubano no puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, que son necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, especialmente cuando el aislamiento provocado repercute de manera indiscriminada en la población, acrecentando las dificultades de los más débiles en aspectos básicos como la alimentación, la sanidad o la educación.

«Todos pueden y deben dar pasos concretos para un cambio en este sentido».

Censuró el «embargo económico» de los Estados Unidos contra Cuba y su política de tratar de aislar a Cuba del resto del mundo, calificó «las medidas económicas restrictivas impuestas desde afuera del país», de «injustas y éticamente inaceptables».

En un momento, dejó a un lado el discurso preparado, y dijo: «Pudiéramos pensar que la Naturaleza llora porque se va el Papa, pero esa no es una buena exégesis. La correcta es pensar que esta lluvia ligera es una señal de Adviento, ayudará a germinar la semilla de algo nuevo».

El presidente Castro, se le vio visiblemente emocionado, daba la impresión de querer decirle al Papa «quédese en Cuba. Usted nos ha hecho mucho bien a todos nosotros».

Castro dijo: «Creo que hemos dado un buen ejemplo al mundo. Usted, visitando lo que algunos dieron en llamar el último bastión del comunismo; nosotros, recibiendo al Jefe religioso a quien quisieron atribuir la responsabilidad de haber destruido el socialismo en Europa. No faltaron los que presagiaron acontecimientos apocalípticos (...)».

«Cuántas veces –dijo- escucho o leo las calumnias contra mi patria y mi pueblo, urdidas por aquellos que no adoran otro Dios que el oro, recuerdo siempre a los cristianos de la antigua Roma, tan atrozmente calumniados (...) Ser cristiano, ser judío o ser comunista, no le daba el derecho a nadie a exterminarlos (...)».

Castro afirmó que «Cuba no conoce el miedo; desprecia la mentira; escucha con respeto; cree en sus ideas; defiende inconmovible sus principios y no tiene nada que ocultar al mundo».

«Me conmueve el esfuerzo que Su Santidad realiza por un mundo más justo (...) Por el honor de su visita, por todas sus expresiones de afecto a los cubanos, por todas sus palabras; aún aquellas con las cuales pueda estar en desacuerdo, en nombre de todo el pueblo de Cuba, Santidad, le doy las gracias».

El Papa subió al avión, y saludó al pueblo cubano. Desde la ventanilla de su asiento se le veía bendecir al pueblo. Mientras el avión se desplazaba por la pista, se vio a Fidel Castro acercarse a los Obispos cubanos y sostener un diálogo de unos quince a veinte minutos, con Mons. Carlos Manuel de Céspedes.

El antiguo Vicario General de la Arquidiócesis de La Habana, había declarado a la prensa, un momento antes: «La Iglesia es partidaria de una transformación pacífica, moderada, que pase y deba pasar por Fidel Castro. Una hipótesis diferente, sería incierta, peligrosa, cruenta o traumática para la sociedad cubana».

«Para Castro, la iniciativa de la Iglesia, representa una oportunidad única, una fuerza última por promover una transformación significativa. Mas, por ahora, el camino del cambio es lento y el cambio es casi imperceptible...»