Y EL PUEBLO LO HIZO SUYO... |
Cuando minutos después de las 3.00 PM del miércoles 21 de enero de
1998 un avión verde y blanco de ALITALIA sobrevolaba a baja altura la ciudad de Pinar del
Río, comenzaba el recibimiento popular a Su Santidad Juan Pablo II quien, a su vez,
efectuaba su viaje pastoral número 81 y se convertía en el primer Papa en pisar tierra
cubana.
Asumido internacionalmente como el hecho noticioso más significativo en esas fecha, la visita adquiría rasgos excepcionales que superaban el tan llevado y traído encuentro de Su Santidad con el presidente cubano Fidel Castro, para abarcar desde la enorme cantidad de órganos de prensa interesados en la Isla, hasta los comentarios populares acerca de la llegada del Papa el único día con sol y sin nubes que tuvo esa semana. En esa variedad de aproximaciones al hecho llamó la atención la magnitud de fiesta de pueblo que adquirió no solo la visita sino, cada una de las misas abiertas oficiadas por el Sumo Pontífice a las que se agrega el sobrevuelo a baja altura por solicitud escrita de sus habitantes- de tierras pinareñas, región cubana poco visitada por personalidades internacionales de tal relevancia. Más que las interrogantes sobre lo que pudiera pasar en Cuba después de esos días, o lo que se dijo o se quiso decir en las homilías, lo que realmente atrae el interés, al ser lo genuinamente humano del suceso, es esa proyección popular en cada una de las comparecencias de la máxima autoridad de la Iglesia Católica. Incorporado sin lugar a dudas a la formación de la nacionalidad cubana, el catolicismo, con sus modelos éticos, no ha sido ni puede ser ajeno al proceder cubano, independientemente de la forma y profundidad con que se asuma tal modelo, pues ya eso es una actitud meramente personal y por tanto lastrada por tantas debilidades humanas. De igual forma, la tan ambiciosa "llave del Golfo" ha sido objeto de atención y visita señalada de numerosas personalidades políticas y sociales internacionales de las más variadas ideologías, que, principalmente después de los primeros 70, acudieron a estas costas con relativa frecuencia y fueron recibidas con movilizaciones populares organizadas por el Gobierno. Es por ello que la masiva bienvenida y participación en las misas no debe ser vista ni como la aceptación de una consigna ni como gesto de curiosidad. Aunque distanciado por más de 35 años de una proyección más activa en la vida social cubana, el catolicismo no ha sido tan ajeno a la cotidianidad como para motivar a millones de hombres y mujeres a concurrir ante un anciano de blancas vestiduras en medio de las complicaciones, dificultades y tensiones que se enfrentan a diario. No practicar el catolicismo no implica, entre cubanos, desconocerlo. Por otro lado, asumirlo como un gesto de disciplinada cortesía ante una personalidad histórica y política- cuyo homenaje ha sido establecido por el Estado, falla también en el análisis, pues esos compromisos los ha cumplido ya el cubano cortés y disciplinado- pero sin tan manifiesto interés, iniciativa, euforia, autonomía movilizativa y participación territorial. A lo largo de estos años la llegada a Cuba de dirigentes y personalidades internacionales además del gesto amistoso y digno- ha traído consigo compromisos de integración ideológica o económica a los que la alta política y el desempeño de sus cargos no es ajena; esas visitas eran honradas por el pueblo pero la atención de las mismas era cuestión gubernamental: los locales y ciudades visitados dependían de un programa que el Estado confeccionaba para mostrar lo mejor del quehacer nacional ya fuera según el caso- en aras de nuevas inversiones, ya fuera como confirmación ideológica. Mas, cuando en enero de 1998 Su Santidad Juan Pablo II llegó aquí el valor de su visita tuvo otro significado, aunque arribara correspondiendo a una invitación oficial del Gobierno cursada hacía más de un año en la Cumbre de la Alimentación en Roma. Quien llegó a Cuba el 21 de enero además de haber sido saludado por la Guardia de Honor como Jefe del Estado Vaticano, es en la profunda percepción del pueblo EL PAPA: la máxima figura de la Iglesia Católica, es decir un hombre de fe, y la fe -con sus pro y con sus contra- está por encima de protocolos y dimensiones estatales, porque está dentro del ser humano tanto para aceptarla como para negarla. Indudablemente la visita implica, más allá de la dimensión pastoral, en estos tiempos de distingos y concesiones, un gesto de identificación pues es a los que se estima amigos o a los que se considera positivamente a quienes se visita; aún cuando asumiéramos que la totalidad de la población cubana fuera católica lo cual no es así- esa cantidad representaría un escaso 1% del total de católicos del mundo, proporción que no justificaría que un anciano enfermo emprendiera tan largo y activo viaje, más aún que los creyentes de la Isla han estado siempre conscientes que es más importante la salud y la figura del Papa, que el reconocimiento que a su profesión de fe, pudiera representar la visita de Su Santidad. De igual modo, no siendo El Vaticano un estado inversionista ni bancario, la búsqueda de un interés económico quedaba descartada en las motivaciones. Un tercer factor: el respaldo moral que pudiera representar la visita de la máxima figura de la Iglesia Católica a Cuba en medio de las difíciles condiciones que hoy atraviesa y el bloqueo a que está sometido el país, aunque no es descartable en modo alguno, no precisa por sí solo el viaje, pues una oportuna declaración del Papa en cualquier lugar del mundo, es suficiente para ser acogida por todos los órganos de prensa al llevar tras sí el histórico peso de su personalidad y el compromiso de millones de personas con esa fe. Todas esas valoraciones más o menos explícitas, más o menos intuitivas las hicieron los cubanos cuando supieron que serían honrados con la presencia de Su Santidad Juan Pablo II. El comportamiento popular durante esos días estuvo motivado por otras condiciones cuyo análisis implicaría una extensión mayor que estas líneas, sin embargo, en el cúmulo de razones resulta significativo valorar algunas. Formadas las nuevas generaciones y las no tan nuevas- en la ideología marxista que estipula en uno de sus juicios que la religión es el opio de los pueblos, la visita a un país que todavía se proclama socialista de una autoridad religiosa de la magnitud del Papa, a quien, además, criterios simplistas le atribuyen la condición de artífice del derrumbe del socialismo en Europa, dejaba entrever para algunos la posibilidad de un match donde dos campeones movieran sobre el tablero un ajedrez ideológico que si no implicaba la supremacía para alguno al menos dejaría en la galería el espectáculo de unas tablas alcanzadas con argumentos que el Papa, desde su significación y como invitado extranjero, podía emplear. Los que así pensaban, desconocedores del proceder internacional y de los valores humanistas de la Santa Sede, aunque no eran mayoría resultaron acicate de la atención con que todos escucharon las homilías y por tanto, sin proponérselo, ayudaron a que el mensaje se grabara mejor en el interior de cada uno. Pero la inmensa mayoría del pueblo acudió a estas actividades por una razón más contundente. Amante por siempre de la independencia no solo la política y económica sino también la de pensamiento y voluntad: la individual- el cubano vio en esta ocasión la posibilidad de actuar en este caso desde su fe, no necesariamente religiosa sino desde la que implica la íntima identificación con una idea, esa que desde pequeño aprendió a conocer en las palabras de un prócer mayor, que han sido la norma de tantos y que están implícitas en el quehacer del Sumo Pontífice: "tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti" (1) º azúcar, tabaco o níquel; si no venía a establecer una cooperación que atendiera hoteles para turistas extranjeros, entonces era hora de liberarse de moldes y orientaciones para recibirlo, y atenderlo desde el interior de un pueblo que cotidianamente sigue luchando por la vida, soñando con un mundo mejor, aunque no sea tan fácil dormir; acogerlo como se recibe un amigo: sin consignas ni pancartas, abriendo las puertas y como se dice aquí "tirando la casa por la ventana", en fin, como una catarsis de voluntad personal. El Papa vino a Cuba para conversar de la Familia, los Jóvenes, el Dolor y la Patria, vino a Cuba en profesión de fe, de fe en Dios a través del hombre, porque vino en busca de lo mejor de Cuba: SU PUEBLO. Y el pueblo lo hizo suyo.
(1) Martí, José: "Dedicatoria" en Ismaelillo p.17. Obras Completas T XVI, Edit. Ciencias Sociales. La Habana. 1975. |
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