enero-febrero. año V. No. 23. 1998  


 

 

El mundo de la Cultura:

CONVERTIR LA MEMORIA EN PROYECTO

por Dagoberto Valdés

 

 

El corazón de la visita del papa a Cuba ha sido el encuentro con el mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de la habana, junto a los restos del padre Varela.

Lentamente, en medio de un silencio latente, en cuya atmósfera resuena el eco de un Gloria latino entonado por el Coro Exaudi, camina Juan Pablo II hasta el pie del monumento que sobre alta columna de mármol guarda la memoria del padre de la cultura cubana. El latido se hace oración y homenaje.

Al levantar la cabeza el santo Padre encuentra la más plural asamblea que se ha podido reunir en Cuba en los últimos cuarenta años. Desde el balcón, en segunda planta, sigo la penetrante mirada del Sucesor de Pedro que recorre la diversidad. El presidente cubano y sus ministros; los artistas y escritores de las más variadas formas de creer y sentir; cardenales y obispos de la Curia Romana y de la Iglesia cubana; ateos, protestantes, católicos y comunistas; rockeros y corales de gregoriano junto a dramaturgos y pensadores; directores de instituciones estatales de la cultura y editores de publicaciones católicas; periodistas y maestros de la danza; monjas y pintores de cubanía acendrada.

No sabía si era el arca de Noé o la multiplicidad de razas y lenguas de Pentecostés. Lo que sí recuerdo a un poeta campesino que dijo a un Obispo: sólo el Papa puede hacer esto.

Y yo creo que sólo el Papa lo puede hacer cuando el arca haya sido construida en la oscuridad de la noche y las lenguas hayan sido balbucidas en el silencio del testimonio elocuente, mucho tiempo antes de una teofanía como esta. La Iglesia y el mundo de la cultura no se encontraban por primera vez en esta Isla. Es una historia de encuentros y lejanías, de raíces y cáscaras, de fidelidades y mudanzas que ya ha superado los quinientos años.

Este encuentro es culminación y umbral. Culminación de un proceso de intercambio y mutuo enriquecimiento, de articulación y fermento. El Papa lo dijo: «En Cuba se puede hablar de un diálogo cultural fecundo... las iniciativas que ya existen en este sentido deben encontrar apoyo y continuidad en una pastoral para la cultura...»

Pero no se trata de una continuidad a nivel de lo que ya existe. El Papa en este encuentro ha abierto umbrales para una nueva civilización: «...los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse... La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad».

Culminado un sendero, y puestos de conjunto en el umbral de una nueva etapa, creo que toca a cuantos trabajamos en este ambiente seguir desbrozando inercias y prejuicios, al mismo tiempo que asentamos nuevos caminos de diálogo y creación que, con el vigor de nuestra raíces varelianas y martianas, nos conduzcan a la síntesis, mestiza y fecundante de «una civilización de la justicia y la solidaridad, de la libertad y la verdad, una civilización del amor y la paz».

Así lo expresó el papa y así lo deseamos muchos cubanos que estábamos en el solemne recinto y los que, afuera, rodeaban de renacida vitalidad la bicentenaria Alma Mater y tomaban la escalinata con la ternura y la pasión desbordante de sus sentimientos y de sus ideas. Eran jóvenes en su mayoría que, venidos de cualquier lugar y convocados por un anciano desbordante de carisma y valor, se sentían capaces de mucho amor y asumían el reto lanzado apenas al llegar por el Vicario de Cristo. «Que esta visita... sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo ...ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional».

El mensaje del papa al mundo de la cultura cubana me ha conmovido por esos dos ejes profundamente articulados: su humanismo pletórico de mística y utopía, tan alto como la palma real; y su aliento trascendente tan arraigado a esta tierra como un viejo roble que afianza sus amplias ramas en el humus de la más auténtica cubanía.

La antropología de matriz cristiana que el papa delineó desde su cátedra en la Universidad de La Habana es la misma que inspiró la fundación de nuestra nacionalidad desde los claustros del Seminario San Carlos en el luminoso siglo XIX cubano. Jalonada de signos y gestos esta alocución pontificia recordaba la antorcha que está en el escudo de la Universidad, que fuera de la orden de Predicadores fundada por Santo Domingo, y el Papa decía «no es sólo memoria, sino también proyecto».

Esto es lo que he sentido como cubano y cristiano frente a los vehementes restos de un hombre traslucido de virtud que había nacido más de doscientos años antes en una estrecha calle de La Habana, en una Isla verde que emergía como nación en el Caribe, y que es honrado por el 264 Sucesor de aquel pescador de Galilea, que ha venido desde Roma para inclinarse ante «la fuerza de lo pequeño y la eficacia de las semillas de la verdad».

He aquí el reto: convertir la memoria en proyecto. El encuentro en diálogo. La cultura en civilización. La diversidad en síntesis. La verdad en libertad y el umbral en camino.

El Papa nos ha acompañado hasta el dintel de una nueva etapa, pero no seamos ingenuos, ni permanezcamos en la inercia de la emoción. Él lo dijo tres veces en Cuba: los cubanos somos y debemos ser los protagonistas de la síntesis, los proyectos y el camino.

Desde el seno de nuestra cultura late el desafío. El que tenga oídos para oír que oiga.