enero-febrero. año V. No. 23. 1998  


 

HABEMUS PAPAM, PINAR

por Ernesto Ortiz

 

 

Un escalón, otro escalón, otro: una vuelta. Subimos la angosta y derruida escalera-caracol de la Iglesia de La Caridad. Campanadas. Otra vuelta. Un escalón -¡apúrense!-: otra vuelta: oscuro. Campanadas. Una vuelta más y estamos a cielo abierto. Banderas, pañuelos, amigos, una cámara, espejos, alegría, expectativa... Campanadas. Un cielo sereno, sin una sola nube, espera al Santo Padre. Tres y cuarto. Personas que suben. Campanadas. El piso tiembla. Desde niños con sus padres hasta ancianos muy ancianos -¿cuánto habrán esperado, cuánto habrán rezado por un momento como este?-. Hay gozo. Campanadas. Son más de las tres y cuarto. ¿Por dónde vendrá? Oye, tú que has ido ¿en qué dirección queda Roma? Desde aquí se ven personas allá lejos... ¿Viste como está de repleta la azotea de ETECSA? Destellos. ¿Y qué edificio es aquel? Debe entrar por allí. Quita el espejito, que NO VEO... La campana calla. Un diálogo de reflejos de un lado a otro de la ciudad, de una a otra altura. Un pájaro... Mira aquello: parece un faro; ¿no es en La Catedral? Tres y media. Ay Dios, ya debería... Qué cielo límpido; y eso que dijo meteorología que... Ay Señor, ¿y si no viene..?

Desde que el Obispo de Pinar del Río, Monseñor José Siro, animó la feliz iniciativa de sus diocesanos -un poco desanimados ante la noticia de que el Papa no los visitaría-, se añadieron miles de firmas a la petición del sobrevuelo: si los pies del Mensajero no podían pisar la más occidental región de esta isla, al menos podía cruzar su cielo. ¡Pero es tan complicado todo ese asunto de cambiar los corredores de vuelo! Además, por qué tendría que desviarse el Santo Padre, tan ocupado en esta visita...

¡Allí está, ahí viene! Campanadas. ¿Dónde? Allí coño. Campanadas. Gritos. Saltos. Colores. Pañuelos. ¡Los espejos, que sepa que estamos aquí! Campanadas. Bandera cubana. Cristo. ¡Viró el avión, viró: viene hacia aquí! Campanadas. No puede ser, no puede ser: tan cerca. Santo. Santo. Santo. Alegría, destellos, campanadas, ondeos, saltos, palabrotas... Y en la calle: pañuelos, pañoletas, ¡corre!, y los autos paran... ¡Tremendo piloto! ¡Santo Padre, te queremos! Un avión inmenso... Las tiendas se vaciaron -¡está girando!-, y los vendedores de dólares y los jineteros -¡coño un Boeing!- y las estudiantes y -¿¡qué pasa?!- los policías y los vendedores de pizza y los maestros... Y la ciudad supo que el Sucesor de Pedro, el Santo Padre había gentilmente accedido al deseo de sus hijos... Y en los techos, la gente se abraza, se arrodilla, reza, no contiene las lágrimas... Gracias Dios mío...

Dicen que un hombre vio el avión en San Luis. Y una persona, días antes, se había burlado: «total, el avión ese ni se va a ver...». En Consolación del Sur, una pequeña se echó a llorar porque no pudo ver al «viejito bueno». En Mantua, el equipo de pelota de Pinar del Río perdía dos carreras a cuatro contra el de Cienfuegos, en el noveno inning, y a esa hora ¡batearon tres jonrones consecutivos! Se dirá que es la manera fabular en que una niña entiende la bondad o un pueblo identifica dos de sus pasiones... «Dios está con nosotros», dijo un amigo mientras bajábamos a duras penas, por la enroscada escalera, apresurados para ver por la tele la ceremonia de recibimiento y escuchar las palabras de Su Santidad. El avión había desaparecido en un azul regocijado, retomando el rumbo hacia el aeropuerto José Martí.  

 

    El Santo Padre besa tierra de Cuba traída de cada Diócesis. De Pinar del Río se llevó tierra de tabaco de una vega de La Conchita