enero-febrero. año V. No. 23. 1998  


 

Cristo en la Biblioteca Nacional

 

El reto de la ÉPOCA

que nos ha tocado vivir

por María del Carmen Gort

 

La visita del Santo Padre Juan Pablo II a Cuba por fin se había hecho realidad. El momento tan esperado y para el cual la Iglesia y el pueblo cubanos se habían preparado, había llegado.

Su visita a nuestro país tuvo como objetivos principales, el confirmarnos en la fe, iluminar nuestra vida y la de la Iglesia con los principios de la Doctrina Social, también vino a transmitirnos su esperanza en Cristo.

Durante los días de su visita, el Papa se encontró con creyentes y no creyentes, convocó a todo el pueblo cubano y también se reunió con personas de sectores específicos: como el mundo de la cultura y del dolor.

En sus discursos, trató como temas principales: el de la familia, sus fundamentos, problemas que la afectan, y exhortó a las familias para que se conviertan en la principal transmisora de valores humanos y cristianos, en espacio de acogida y encuentro, diálogo franco y fecundo, espacio de participación donde se ejercitan los derechos y deberes para vivirlos luego en la sociedad civil; el de los jóvenes con sus valores y contravalores, los exhortó a que se comprometieran en la transformación de la realidad y les dijo: «hagan cuanto esté en sus manos para construir un futuro cada vez más digno y más libre», el Papa pone su confianza en los jóvenes: «la Iglesia confía en ustedes y cuenta con ustedes»: el amor a la Patria, a la tierra en la que hemos nacido y en la cual Dios nos ha puesto para que demos fruto; respeto, amor y acción de gracias por toda nuestra historia con sus luces y sombras, amor a todos los cubanos creyentes o no. «Procuremos vivir en la fe, nos dice, pues sin fe desaparece la virtud, los valores morales se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aún el servicio a la nación puede dejar de ser alentado por las motivaciones más profundas» (Homilía en la Misa de la Plaza «Antonio Maceo», Santiago de Cuba, 24 de enero de 1998). El otro tema tratado en sus homilías fue la promoción de la dignidad del hombre como objetivo fundamental de la labor evangelizadora de la Iglesia, los atributos de la persona humana y los requerimientos sociales para que esta pueda desarrollarse plenamente.

Así como todos los encuentros a los que nos convocó el Papa se convirtieron en un signo de unidad entre todos los cubanos sin distinción de credo, opción política, razas y culturas; el encuentro con los sacerdotes, religiosas, seminaristas y laicos se convirtió en un signo de unidad entre todos los miembros de la Iglesia.

En este encuentro, el Sucesor de Pedro resaltó con fuerza el valor de la unidad entre todos los que estamos comprometidos en la misión evangelizadora de la Iglesia. Unidad que en mi opinión se enriquece con la diversidad de carismas, que encuentran un espacio eficaz en los diversos equipos y movimientos apostólicos. Unidad que no limita, sino que favorece la realización de los diferentes proyectos sociales que buscan cómo prestar un servicio concreto a los más pobres, material y espiritualmente de nuestro pueblo.

Otra de las ideas, que podemos encontrar en los diferentes discursos fue la necesidad de volver a nuestras raíces y en ellas encontraremos el testimonio de tantas personas que en sus vidas han dado muestras de su fe, perseverado en su misión y todo lo han consagrado a la causa del Evangelio. Ejemplo de ellos tenemos al P. Varela, al P. Olallo y a tantos otros de quienes no se ha escrito historia alguna, pero que sí han dejado huella en la vida del pueblo cubano. Nosotros hoy debemos recoger la savia de la historia, viviendo el presente, no debemos «eludir el reto de la época en la que nos ha tocado vivir». A los laicos, el Papa nos pide que seamos apóstoles infatigables en el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha encomendado. Ser discípulos de Jesús hoy, es estar dispuestos a cambiar nuestros estilos de vida y formas de pensar, para que estén acorde con los valores evangélicos, dedicar todos nuestros esfuerzos por la promoción de la dignidad del hombre, ser más reflexivos y creativos, ser audaces y valientes para afrontar y vencer cada día los múltiples obstáculos que se nos presenten en el desempeño de la misión de construir aquí y ahora el Reino de Dios.

El grupo de laicos allí reunidos, representaban a tantos otros que viven en el seno de nuestras comunidades; y en las manos de todos, ha dejado la tarea de «mantener la llama de la fe en el seno de sus familias», sembrar en los niños y jóvenes los valores humanos, animar para que se ejerciten plenamente y luego den frutos en la convivencia en la sociedad civil. Sólo así podemos ir transformando desde dentro la sociedad cubana.

Claro que para ir logrando estos frutos los laicos cubanos debemos mantener una constante preocupación por nuestra formación que debe ser: bíblica, catequista, ética y cívica, para todos los hombres y que involucre a toda la persona. Una formación que ayude a «reconstruir el propio carácter y el alma social sobre la base de una educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad» (Mensaje a los jóvenes, Camagüey, 23 enero 1998). Sin una formación continua, profunda, diversa y comprometida no podremos afrontar los retos que hoy nos exigen la Iglesia y la sociedad.

Otro de los elementos importantes para la reflexión y acción de los laicos cubanos comprometidos con su realidad es el referido a la animación cristiana de los ambientes sociales. «A un laico no debe bastarle la simple presencia en los diferentes sectores en los cuales se desarrolla su vida o el testimonio callado en los mismos, sino que debemos procurar acceder cada día a nuevos espacios de participación social, no debemos contentarnos con aquellos en los cuales ya se realiza una labor apostólica: la familia, la comunidad eclesial, el barrio, la cultura, la esfera asistencia, o con otros en los cuales se empieza a notar el aporte específicamente laical, la educación, el trabajo, los medios de comunicación social, la salud, entre otros; se hace necesaria la presencia y el aporte fecundo de los laicos en el mundo de la economía, la política, las artes, la ciencia, las relaciones internacionales, y tantos otros, pues «nada humano es ajeno a la Iglesia», «la causa de Dios es la causa del hombre». El Papa nos recuerda que los fieles laicos debemos vivir nuestra vocación «con valentía y perseverancia, estando presentes en todos los sectores de la vida social, dando testimonio de la verdad sobre Cristo, y sobre el hombre, buscando, en unión con las personas de buena voluntad, soluciones a los diversos problemas morales, sociales, políticos, económicos, culturales y espirituales que debe afrontar la sociedad; participando con eficacia y humildad en los esfuerzos para superar las situaciones a veces criticas que conciernen a todos, a fin de que la Nación alcance condiciones de vida cada vez más humanas» (Encuentro con la COCC, 25 de enero de 1998). La fuente de la cual se nutre el compromiso con la Iglesia y con la sociedad debe ser una espiritualidad cristiana eminentemente laical, la reflexión sobre los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y la aplicación concreta de estas enseñanzas en los diferentes ambientes sociales.

El cumplimiento de esta misión no es solo por fidelidad a Aquel que nos ha escogido y ha enviado, sino también por fidelidad a este pueblo cubano donde estamos insertados y que tiene sus ojos puestos en nosotros, sus esperanzas son nuestras esperanzas.

Seamos verdaderos profetas en medio de nuestro pueblo, no defraudemos al Señor, a Cuba y a nosotros mismos.

Creo que la presencia de Juan Pablo II en medio de nosotros, su fortaleza de espíritu, su infatigable perseverancia, sus especiales muestras de cercanía, cariño y confianza deben ser el motor que impulse la reflexión y la acción del laicado cubano de cara al Tercer Milenio del Cristianismo.

Eso espero en el Señor.