enero-febrero. año V. No. 23. 1998  


 

 

El Papa en Cuba: UNA VIVENCIA DESDE LA DIÁSPORA

por  María Cristina Herrera

 

 

Quiero, otra vez, compartir entrañablemente con los lectores de VITRAL y con todos mis hermanos pinareños y cubanos la emocionante experiencia de esos 5 días juanpaulinos en la vida de todos mis compatriotas dentro y fuera de la Patria. Desbordando la tristeza de no estar allí..., quiero que sientan conmigo un poco de lo que el ver las imágenes, escuchar las palabras y los cantos, y seguir las liturgias y los encuentros pontificios con el pueblo cubano, sacó de lo más profundo de mi corazón y de mi cabeza... Todavía no he tenido el tiempo para sedimentar la riqueza de estas vivencias cubanas y cristianas a la vez que tan eclesiales... Pero me urge a escribir para la edición por salir sobre esta maravillosa visita del Papa Viajero.

Cada día que pasa voy entendiendo mejor por qué Juan Pablo II tenía que visitar a Cuba en 1998 y no antes ni tampoco después... Este es un año henchido de historia patria... El centenario del fin de nuestra Guerra de Independencia se corona con la presencia de este hombre y pastor de dimensiones universales y no sólo porque es el Vicario de Jesucristo en la tierra, sino por la magnitud de su obra de amor y reconciliación a lo largo de su pontificado. Mirando y oyendo los reportajes televisados de su recorrido por nuestra Isla y su gente, salía del tubo de pantalla una energía única... Este hombre de apariencia física frágil transmitía una fuerza vital, mental y espiritual enorme... ¡Nunca pensé que un polaco fuera tan simpático y pícaro...!

Aparte de sus mensajes concretos y contundentes pidiendo la apertura mutua entre Cuba y el mundo..., la visita de Juan Pablo II a nuestro país ha conseguido un cambio en la química cubana adentro y afuera de las fronteras nacionales. ¿Cómo podemos explicar esto? Es harto conocido que desde la desaparición del bloque soviético se vive en Cuba una crisis de proporciones todavía no mesurables en su impacto integral. Juan Pablo II le abrió a la población creyente o no una ventana de luz y esperanza... Hizo un llamado personal a cada cubano –allá y acá- para decidirse a tomar las riendas del destino propio... No hay cambio que no comience con el cambio en uno mismo... Nadie puede mantener a otros obligados en contra de su conciencia por tiempo indefinido: llega el momento en que la gente emprende el camino que le señalan sus sueños y su búsqueda de ese mañana posible y prometedor. Aquí en «la otra Cuba...» también sentimos esa bocanada de aire fresco que trajo el Papa desde Roma... Muchos hablan de cooperar más y mejor con los que viven y esperan en la Isla. El encuentro de los cubanos en las plazas de Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba y La Habana; los encuentros de amigos y familiares en las casas y en los paladares...; el encuentro visual y auditivo de los que aprovechamos la magia del satélite que nos hizo «...estar allí...desde aquí...»; todo esto y más ha revolucionado sensiblemente la visión que hasta ahora se ha tenido de la Iglesia y del proceso complejo y punzante que vive el pueblo en Cuba.

Desde afuera tal vez algo que golpeó de manera positiva fue no tan sólo la sorprendente capacidad de convocatoria de esa Iglesia tan pobre de recursos y sin acceso efectivo a los medios de comunicación hasta casi la llegada del Pontífice, sino aún más el trabajo de organización de un evento como este: se tocó la puerta de todos los ciudadanos en cada ciudad, pueblo, villa y comunidad rural invitando a ir a ver y a oír al Papa. Esa Iglesia pequeña y pobre se agigantó en su labor misionera con un pueblo que por tantos años apenas había oído la Palabra... Soy de los que piensan que muchos compatriotas fueron a ver al Papa al margen de motivaciones meramente religiosas: me impactó el no ver carteles ni telas portadoras de mensajes matizados por diversos intereses personales o de grupo. Se sintió que la gente fue a ver a este hombre encorvado y tembloroso... porque anticipaban que Él les iba a decir algo bueno y refrescante para mitigar al agobio del diario bregar por la vida que, a ratos en Cuba, se hace bien difícil...

Juan Pablo II habló claro sin agresividad... Invitó a todos a asomarse al mundo de la verdad y la esperanza. Siempre mezcló los mensajes exigentes con la sonrisa y el buen humor: se le vio y sintió especialmente vibrante y jocoso con los jóvenes y ante el palmear rítmico de los estribillos dirigidos a su persona y coreados con su nombre. Este viejito de caminar lento y trabajoso le imprimió su sello y su velocidad mítica a sus audiencias plenas de atención, alegría y emoción. El Papa se fue en una nota literaria casi mística al hablar de la lluvia y sus símbolos regeneradores y del soplo vitalizador del viento... Esto cautivó la fantasía de los cubanos de a pie... y de tantos que nos esforzamos en tomarle el pulso al espíritu nacional.

El efecto multiplicador bueno de este viaje de Juan Pablo II a nuestra tierra apenas ha comenzado... ¡Amén... Aleluya!