enero-febrero. año V. No. 23. 1998


 

 

PALABRA Y SENTIMIENTO EN LA UNIVERSIDAD

por Ernesto Ortiz

a Juan Carlos Carballo

 

Desde las primeras horas de la tarde se fue condensando el grupo de personas que -subiendo por «J» o bordeando los muros de la Universidad habanera- esperaban ver entrar al Santo Padre cuando se dirigiera al Aula Magna, donde sostendría un encuentro con el mundo de la Cultura. Trabajo le costaba a los encargados de la Seguridad mantener libre y con la apertura requerida el lugar por donde se supone entraría el Papamóvil. Y trabajoso fue, para los pinareños invitados, abrirse paso hasta allí, pues ya a las cuatro de la tarde la agitación era multitudinaria; y los demás que «cogimos la botella» nos quedamos afuera, añadidos a un colorido que iba del blancoamarillo vaticano rodeándonos en globos, sombrillas, pancartas, banderas hasta el azul en nuestra enseña, en ojos de periodista foráneo o en el cielo, cubriéndonos. Policromía a la que alegremente se ha acostumbrado el cubano en estos días y con la que se ha encontrado raigalmente identificado, sobre todo cuando -por primera vez en muchos años- ve en sus calles, fuera del ámbito estrictamente eclesial, el morado que resalta en el solideo de los obispos o el carmelita del hábito franciscano o el negro de las sotanas que visten los seminaristas -con su faja violeta-... Y mientras abrazo a más de un seminarista eufórico, pinareño, me pregunto si alguien -al verlos así vestidos, con sus banderas cubanas y sus crucifijos- intentará que aparten su amor a Cristo de su servicio a la patria; me pregunto si aquella señora que días atrás les permitió -sin pagar la entrada- visitar las salas del Museo de la Revolución, estaba cumpliendo una indicación de cortesía momentánea o comenzaba a sentir el respeto que estos jóvenes se merecen por la vida de consagración y entrega que han escogido. La mayoría de los reunidos aquí, esperando al Santo Padre, son jóvenes; y se me ocurre que es una confirmación a las palabras que Su Santidad les dirigió esta mañana, en la misa oficiada en la ciudad de Camagüey. «Queridos jóvenes, sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos», recuerda un altoparlante, «Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza». Y una muchacha con un megáfono pide «¡córranse para encima de la acera!» y concluye «Ahora vamos a cantar un Padrenuestro por la canonización de Varela». Padre nuestro que estás... y se elevan las voces. Ya está oscureciendo. Una monja con una gorrita de visera toca una guitarra y un grupo numeroso se le une. Otros cantan: Una luz en la oscuridad, un arroyo de agua viva... «¡Se oye, se siente, el Papa está presente!». Y se parodian ritmos y canciones: «Uno, dos y tres/ que Papa más chévere, /qué Papa más chévere/ nos vino a visitar», «Uno, dos y tres...». «¡Vamos a hacer una ola...!», y se agitan las banderas, las manos, los letreros... Una tela enorme saluda al Santo Padre en nombre de «los universitarios católicos...»; y me digo: hace algunos años atrás, cuando estudiaba Física en esta Real y Pontificia Universidad -fundada por bula del Papa Inocencio XIII-, tamaña combinación era impensable, ¿es que han cambiado los tiempos?, ¿es que ya se reconoce la rica diversidad de nuestra cultura, y se convive con una ideología diferente de la oficial? Ni remotamente sospechaba yo lo que ocurriría horas más tarde, frente al Alma Mater, y que nos colocó de pronto, fuertemente, dentro de un suceso tan importante como el del Aula Magna y ante el convencimiento de que estábamos viviendo un momento excepcional. Pero ahora cantábamos: «¡Qué viva Cristo,/ qué viva qué viva Cristo,/ qué viva el Rey!»... «¡Flo-o-res, Flo-o-res,/ ahí viene el Santo Padre cambiando corazones!»... Mientras se apagaba un canto, iba naciendo otro más allá, o convivían dos en un momento hasta que uno se hacía dominante; así, saltando, expandiéndose, contrayéndose, solapándose, las voces, la alegría. «Juan Pablo,/ no te vayas: /quédate conmigo aquí en La Habana». «Dios te salve María...». Y pequeños coros de fans saludando a alguno de los artistas que entraban. Llegan los primeros obispos. «¡Bo-za, Bo-za, Bo-za...!», palmadas. Periodistas al ataque. «-ñores, para encima de la acera, dejen libre l-». «-as mujeres y bendito el fruto de tu vientr-». «-e, se siente, el Papa está presente!». «¡Se ve, se siente...» Y la gente aumentó el ritmo y el peso de lo que decía, esperando que surgiera el Papamóvil en la dirección de los policías y los flashes. Los enfermos del Calixto García, en pijamas, algunos en sillas de ruedas, se acercan más; hay gente en la rama de los árboles; los muchachos cargan a las muchachas en los hombros; los camarógrafos acreditados sí pueden subirse en los muros de la Universidad; otros en puntilla de pies, alargan la vista. «¡Juan Pablo/ Segundo/ te quiere todo el mundo!», «¡Juan Pablo/...» Falsa alarma. Se encienden los faroles. De noche ya. ¡Ahora sí! Y una algarabía inmensa, una ola de emociones, gestos y palabras, se extiende delante del Papamóvil, siempre demasiado rápido. Pero algo pequeño, personal, queda: el «yo lo vi» cálido expresado de mil maneras. Y la gente, libre de los cordones que imponía el personal de la Seguridad, se derrama por toda la calle y baja hacia la escalinata. «¡Viva el Papa!». «¡¡Viva!!». «¡Cuba,/ en Dios/ está tu salvación!». «¡Cris-to vive!». «¡Cuba:/ en Dios/ está tu salvación». Y un grito que se impuso casi desde el inicio y hasta que el río humano llegó frente a la escalinata universitaria, donde se convirtió en remanso: «¡Cuba católica siempre fue!». Los periodistas haciendo zafra. Repetido rápido, alto: «¡Cuba católica siempre fue!», «¡¡Cuba católica siempre fue!!» Rápido. Más alto. «¡¡Cuba católica siempre fue!!», «¡¡¡Cubacatólicasiemprefue!!!»... Para la mayor emoción faltaba todavía un par de horas.

Fotos. Ernesto Ortiz

Júbilo en la escalinata universitaria

Fotos: Ernesto Ortiz

 

La cultura cubana es cristiana desde que la Cruz de parra1 y el estandarte de los Reyes Católicos, se clavaran en una de sus playas; no se puede desgajar del cristianismo sin que sus hijos se debiliten. Ese natio latino del que procede esa palabra tan cara a la modernidad: nación, muestra lo que todo origen tiene de profético. Y siendo cultus, o sea: culto, palabra que emparenta el homenaje religioso con la persona «que tiene cultura», la relación se hace evidente. Pero no es sólo una cuestión etimológica sino de encarnación: la historia de nuestra Patria es pródiga en hechos que modulaban una forma del ser nacional encajado en la cristiandad, en el catolicismo en particular.

Aunque el punto de partida es básico, son muy importantes aquellos por donde se pasa, los sucesos -aleatorios o premeditados- que implican el crecimiento de un modo del ser reconocible como propio. Episodios que pueden imponer ideologías, importar religiones o moldear costumbres, que pueden robustecer imperios o desmadejar pueblos. Pero las naciones tienen su propia sabiduría: los afluentes de diversas culturas que alimentan un criollismo cubano, desde la africana -que un análisis serio mostraría menos exageradamente su influencia- hasta la eslava -injerto del que estamos demasiado cerca para saber en qué medida prenderá-, se han acomodado en el gran río -que diría Heráclito- de una cultura básicamente católica. Lo que no asombraría si recordamos el Katholikos griego, que significa -precisamente- Universal.

Si Cuba quiere hoy, ante los desafíos políticos en que está inmersa, mantener su identidad como nación, debe reencontrar las aguas esenciales de su cultura.

No por gusto todos los imperialismos, todas las conquistas han intentado represar y finalmente secar esta savia nutricia.

Sobre esto supongo que esté hablando Juan Pablo II en el Aula Magna de la Universidad. Un Papa que por poco no lo es para ser artista, y cuya obra escrita -pastoral o poética- no es nada despreciable. Un Papa que sufrió la Kulturkampf que impusieron los alemanes en los territorios ocupados. Un alto funcionario nazi alegaba: «porque las voces de la política polaca son, sobre todo, el clero, la nobleza, los maestros y otros intelectuales... hay que apartarlos inmediatamente después de hacerse cargo del país para que les resulte imposible influir en las masas». No extraña entonces que en la cruzada contra la nación polaca fueran deportados a campos de concentración miles de sacerdotes, monjes y monjas, fueran cerradas muchas iglesias, fuera prohibida la celebración de la mayoría de las festividades católicas y que se rezara públicamente a la Virgen Negra de Czestochowa... Mientras, en una especie de resistencia cultural, un grupo clandestino de teatro -Teatro Rapsódico- en el que actuaba el futuro Pontífice -entonces joven de veinticortos años, con un creciente misticismo, que había escrito ya notables poemas y algunos dramas bíblicos, que leía en griego y alemán, hablaba con soltura el latín, y estaba a punto de lograr su primer doctorado- representaba obras patrióticas tradicionales, obras de importantes dramaturgos románticos, religiosos y mesiánicos -que exaltaban proféticamente el papel de su nación en la cimentación espiritual del cristianismo-. Tales esfuerzos por mantener el espíritu polaco tenían para Karol Wojtyla una importancia mayor que la resistencia armada. En la biografía del Papa Juan Pablo II, escrita por Tad Szulc, se consigna que «los polacos habían aprendido eso durante la partición del país en el siglo XIX, cuando tanto los alemanes como los rusos trataron de destruir la cultura y la lengua nacionales, y aplicarían los mismos métodos bajo el gobierno comunista que siguió a la segunda guerra mundial...».

Así pues, este Sucesor de Pedro el pescador no es para nada ajeno al ambiente al cual ahora se dirige. Ambiente que ha enriquecido el espíritu general de justicia social y los derechos de todos a participar de la cultura y la educación, que la Revolución del 59 ha fomentado. Pero desgraciadamente, durante muchos años de este proceso, la demasiada ideologización y la centralización partidista de casi todos los mecanismos generadores o distribuidores de cultura -y la persona humana no escapó de eso: acallada durante quinquenios y decenios «grises»- ha empobrecido la dinámica cultural cubana, semiclandestina a veces y víctima de las dificultades en que se debate la Nación.

Se ha intentado omitir así la veta católica en la gema patria por un ateísmo que presentaba a la religión como opio del pueblo2 mientras que los cultos sincréticos –también marginados en una época- se folclorizaban como la religión afrocubana –recordando que es más cubana que afro, pero omitiendo que las principales Reglas de Santería obligan al bautizo católico-. La Iglesia en Cuba ha trazado una curva histórica que se aproxima cada vez más al corazón del pueblo. Es fácil percatarse de eso en los días que corren, cuando tantos cubanos han sacado fuera «la procesión que llevaban por dentro», y cuando más de uno se ha percatado de que esto –la manifestación pública y colectiva del júbilo religioso- completa el alma nacional. O (re)conocen el poco comentado catolicismo o cristiana religiosidad de muchos de nuestros próceres, desde mambises hasta mártires del 26 de julio, y ruegan por este espíritu esencial de la patria, que se le conceda vivir en paz con otros pareceres, por la intercesión de tu Siervo, el «primero que nos enseñó a pensar», al que Martí –proféticamente- llamó santo, al padre de la Cultura cubana.

A principios de diciembre, durante el III Encuentro sobre la vida y la obra de Dulce María Loynaz, en Pinar del Río, se agradeció públicamente la colaboración de la Comisión Católica para la Cultura y la Revista Vitral en la realización de ese evento. En una provincia donde los laicos católicos han seguido tempranamente la síntesis esencial entre fe y cultura que proclamó el ENEC, y desde hace varios años activan y apoyan la creación artística, revalorizan lo cultural a partir de su inserción en los estratos de la sociedad civil, editan una Revista sociocultural y otras obras no periódicas de interés para creadores e investigadores, y donde los organismos y las estructuras oficiales encargados de «dirigir y administrar» lo cultural parecen ignorar todo esto –a pesar del encuentro dialogal entre autoridades nacionales y provinciales con el Consejo de Redacción de la Revista, y mientras se estudia ya como fenómeno sociológico-, tal reconocimiento puede suponerse como un acto aislado de valentía. Pero es mejor interpretar que se comienza a descubrir que la cultura es de todos, que la hacemos con el aporte de todos para que no muera debilitada por inmovilismos burocráticos o filtros ideologizantes, que es buena una competencia sana que estimula el desarrollo y la colaboración y no la política de enemistarse con lo distinto. Los que tratan con el asunto cultural deben pensar en esto, fundamentalmente ante el fenómeno -que va generalizándose en la isla- de las publicaciones católicas, los artistas independientes y todos los que intentan legitimar un espacio de creación interactivo y autónomo. Pero el asunto se complica cuando no limitamos lo cultural al hecho artístico sino al del pensamiento todo y los actos humanos, a la totalidad de la vida de un pueblo, sus rasgos y valores. La persona humana para ser «culta», para co-participar responsablemente, tomando y dando al basamento de la nación, debe ser libre, contar con los espacios y los medios para expresarse y asimilar expresiones de afuera. Y el desafío no acaba aquí: ¿cuál ha de ser el fin de una cultura determinada? La Iglesia ha propuesto los caminos de la «civilización del amor», como le llamara Pablo VI, y ha colocado a la dignidad y trascendencia de la persona humana en su centro.

 

Fotos: Ernesto Ortiz "¡El Santo Padre se ha marchado ya...!"

 

Debe faltar poco para que concluya el encuentro, y en todo este tiempo, frente a la escalinata, no cesa el canto. «...a ti clamamos, Virgen Mambisa, que seamos hermanos!». La noche ha visto marcharse a algunos, pero la mayoría permanece, esperando que el Santo Padre salga, que les dé la bendición. «¡Juan Pablo/ Segundo:/ asómate un segundo!», se improvisa. «¡Juan Pablo...!». Unos seminaristas bailan una conga, con la bandera al frente. Una señora mayor se escandaliza: «deje que la vida entre al Seminario», le responden. «¡...asómate un segundo!». «¡Lo sé,/ lo he visto,/ con el Papa viene Cristo!». «¡Uno, dos y tres,/ qué Papa más chévere,/ qué Papa más chévere...!» Los que bailan hacen una fila a la que se añaden otros; y va por toda la calle, al ritmo del un dos tres, doblándose, adentrándose en la muchedumbre, rompiéndose, formándose dos círculos danzantes, uniéndose después en un río alegre. Aquellos ante una cámara agitan las banderas, cantan, lanzan vivas o globos. Un cordón alineado en los primeros escalones de la escalinata impide pasar más allá. Las diversas comunidades que están aquí improvisaba cada una su corito. Algunos de los que forman el cordón son muy jóvenes, están vestidos de civil, muy modestamente, y me da la impresión que son un grupo de trabajadores –algún Contingente quizás- que han apostado allí. Detuvieron a la marea de personas que se abalanzaron cuando se corrió la noticia de que Juan Pablo saldría a saludarlos. «¡Cuba/ herida/ resucita a la vida!», «¡Juan Pablo/ amigo/ el pueblo está contigo!». Ya era muy de noche y a la corriente esperanzadora que adelantaba la noticia se le enfrentaba la que decía: ya el Papa se ha marchado. Y los jovenes pedían que el Santo Padre se asomara. Una hilera de personas en traje comenzó a formarse a la altura del Alma Mater, algunos policías, algunos paisanos con walkie-talkie. «¡Cuba/ herida/ resucita a la vida!». «¡Cuba/ herida...!». «¡¡Por favor, el Papa acaba de marcharse!!», tronó un megáfono allá arriba, «¡por favor, retírense!». Y le respondió un multitudinario «¡Joven/ no temas:/ con Cristo no hay quien pueda!». «¡Joven/ no temas...!», que se repetía cada vez más alto, cada vez más rápido, «...con Cristo no hay quien pueda!!», «¡¡Joven», y con esa celeridad vi piernas corriendo, como en esa imagen del Acorazado Potemkin pero era hacia arriba, hacia el Alma Mater, entre clamores y «no hay quien», «¡Retírense!, ¡el Pa-», «pueda!! ¡¡Joven», «-pa se ha marchado!». No sé de dónde salió tanta gente, se veía la escalinata repleta, y más abajo, hasta la calle. «¡Cris-to! ¡Cris-to!...». Comenzaron a corear, ahogando los megáfonos. «¡Cris-to! ¡¡Cris-to!!». Se habían detenido ante la estatua que hacía el gesto de acogerlos, ante la hilera de policías y funcionarios, que mostraba un creciente nerviosismo. «¡Por favor: retírense ya!». Estaba claro que el Santo Padre se había marchado, pero no cesaba el «¡Cris-to!, ¡¡Cris-to...!!». Sentí miedo de lo que pudiera ocurrir. Alguien agarró a un seminarista y le dijo: Padre, no permita que tomen la Universidad. «No se preocupe. Déjenlos expresarse, hace años que no pueden hacerlo, sólo tienen sentimientos y palabras». Era impresionante el ¡Cris-to!, ¡Cris-to! afiebrado, los puños apoyando la pausa, que rebotaba en los viejos muros de este edificio histórico. Le pasaron el megáfono a un sacerdote, «¡Hermanos: el Santo Padre se ha marchado ya», que gritó, «lo que importa es esta manifestación», que fue imponiéndose a la exaltación, «demostremos que los jóvenes católicos son organizados: rezemos un Padre Nuestro», y la multitud pidió ¡ben-di-ción! ¡ben-di-ción!, «los bendeciré, y nos marchamos en paz». Y toda la potencia de aquellos ánimos crecientes se disipó en un amplísimo y unido PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO, SANTIFICADO SEA TU... «...nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» Y los jóvenes católicos, por esa noche protagonistas de su propia fe y de su propia edad, también dueños reales de su centro de estudios, bajaron la escalinata entonando las notas del himno nacional.

 


1. Conservada en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, primera villa fundada en Cuba, y que la vox populi quiere traída por Colón. El último trozo de esta cruz, tan mutilada por los relicarios, fue llevado a la Universidad de Harvard para hacerle la prueba del Carbono 14, que dio la razón a la Tradición.

2. No olvidemos que Marx centraba su análisis en una Iglesia no precisamente católica y en un momento histórico específico, y que en la misma obra (Cfr. en la Introducción a la «Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho, de Hegel») aceptaba, en la línea anterior, que la religión es el corazón de un mundo sin corazón y el espíritu de una situación carente de espíritu.


 

PINAREÑOS EN EL AULA MAGNA

El Obispo de Pinar del Río, Mons. José Siro, y la Comisión Católica para la Cultura invitaron gustosamente a un grupo representativo de los quehaceres y las instituciones culturales, laicas y eclesiales, de la provincia, al Encuentro del Santo Padre con el mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 23 de enero de 1998.

Los participantes por la Diócesis-Provincia de Pinar del Río fueron: Pedro Pablo Oliva Rodríguez, pintor; Juan Ramón de La Portilla Negrín, Director del Centro Hnos. Loynaz, miembro de la UNEAC, ensayista y narrador; Ramón Jorge Fernández Cala, Director del Fondo de Bienes Culturales y Profesor universitario; Nery Carillo Alonso, Presidenta de la Filial del Centro de Estudios Martianos y Profesora universitaria; Juan Alberto Suárez Blanco, pintor y Responsable de la Escuela-Taller de Restauración de Arte Religioso; Rina de los Dolores Malo Rendón, Profesora de Historia, Fundadora del Liceo Femenino de Pinar del Río, Vicepresidenta de la Comisión Católica para la Cultura (CCC); Feliscindo Carmelo González González, Profesor, miembro de la CCC; Yenia María González Velázquez, Diseñadora de la Revista Vitral, Instructora de Artes Plásticas; Ricardo José Fors Carbonel, Ingeniero agrónomo, miembro de la CCC; Joaquín Jesús Díaz Ortega, Vicepresidente de la Asociación Hnos. Saíz, Poeta, miembro del Consejo de Redacción de la Revista Vitral; P. Manuel H. de Céspedes, Asesor de la CCC y de la Revista Vitral; y Dagoberto Valdés Hernández, Responsable de la Comisión Diocesana de Cultura y Director de la Revista Vitral.

¡Que las vivencias compartidas en este encuentro sean un signo de ese diálogo cultural fecundo al que Su Santidad propone continuidad!