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noviembre-diciembre.año IV.No.22.1997 |
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PATRIMONIO CULTURAL |
LOS CENTROS HISTÓRICOS: MEDIDAS PARA SU CONSERVACIÓN. por Nelson Melero Lazo. |
Con este artículo completamos la tríada que sobre el tema relativo
al patrimonio cultural hemos querido abordar de manera muy general exponiendo en ellos
algunos criterios básicos para su interpretación. En este último nos proponemos un
acercamiento a los centros históricos y su tratamiento para la recuperación y
rehabilitación. Haciendo un poco de historia resulta necesario remitirnos al surgimiento
de las ciudades, las cuales aparecieron en nuestro planeta hace aproximadamente cinco mil
quinientos años, aunque el auge y desarrollo de la población humana concentrada no se
produce de manera significativa hasta hace poco más de cien años después de la
revolución industrial.
De modo excepcional existen ejemplos notables de ciudades que alcanzaron a convertirse en grandes centros urbanos de las importantes civilizaciones preclasistas en Egipto y Mesopotamia, o las urbes de las sociedad clásicas: Atenas y Roma. Los asentamientos urbanos constituyen la expresión material de comunidades o grupos humanos en los diferentes estadíos socioeconómicos por los cuales ha atravesado la sociedad. Estos conjuntos urbanos se clasifican de manera general en ciudades preindustriales y dentro de ellas se encuentran incluidas las formaciones clásicas, medievales, renacentistas, barrocas y neoclásicas. Un particular interés adquiere el período renacentista para nuestra realidad americana ya que es en esta etapa en la que se producen los grandes descubrimientos geográficos del continente americano y la colonización de África. No debemos olvidar que en nuestras tierras, antes del descubrimiento, las culturas prehispánicas habían desarrollado importantes centros urbanos como fueron las ciudades de los imperios aztecas y maya en Mesoamérica o las de las culturas preincaicas e incas en la América del Sur. Tenochitlan, Tlaxcala o el Cuzco, por sólo mencionar algunas de las más conocidas, impresionaron grandemente a los conquistadores españoles en sus primeros contactos con estas ciudades, por su organización urbana, las soluciones de su infraestructura de servicios y las técnicas constructivas y decorativas de la arquitectura en ellas realizadas. Las fundaciones ibéricas más antiguas en nuestro continente se producen precisamente en este período renacentista, y sus antecedentes en las metrópolis se caracterizan por la asimilación de la economía autónoma del medioevo dentro de un concepto nacionalista. La nación aparece como la formación de comunidad humana que corresponde al modo capitalista de producción, el cual contribuye decisivamente a la liquidación de las viejas estructuras feudales. Sobre el trazado irregular y continuo de la ciudad medieval, se impone la trama regular reticulada que responde al carácter de la ciudad planeada. A partir de las vivencias ciudadanas que poseían estos colonizadores, fueron fundadas en nuestro continente ciudades que en sus orígenes tuvieron tanto trazados irregulares, como radiales o en forma de retícula, por lo que podemos encontrarnos con variadas soluciones que son coincidentes sin embargo, en un mismo período de tiempo. Estas primitivas estructuras urbanas han quedado formando parte de muchas grandes ciudades modernas; así como otros muchos antiguos asentamientos que por determinadas condiciones económicas, políticas, sociales o naturales, permanecieron enquistados o sin evolucionar y hoy es posible hallarlos en el interior de muchos de nuestros países latinoamericanos. Todos estos conjuntos cuya escala territorial puede variar, forman parte del patrimonio cultural de estos pueblos y de toda la humanidad. Como ya habíamos esclarecido anteriormente, dentro de los bienes culturales materiales se encuentra incluida la arquitectura y por extensión los conjuntos urbanos. Estos constituyen un documento vivo de la evolución y el desarrollo de un determinado grupo social, de sus costumbres y formas de vida a través de un período de tiempo cuya duración puede ser muy variable. En centro histórico posee un carácter dinámico y es contenedor de las funciones sociales de un colectivo humano. Es una muestra estratificada de los cambios, tanto estilísticos como funcionales, que el hombre ha ido infringiendo a lo largo del tiempo a las estructuras urbanas. La ciudad antigua se ha mantenido ocupada por siglos y sus habitantes la han ido transformando para adaptarla y modificarla a las condiciones de vida imperantes en cada época. En la actualidad muchos centros históricos que anteriormente concentraban en sus territorios funciones políticas, administrativas, comerciales, etc., han ido perdiendo estas actividades, que se han trasladado a otras áreas de la ciudad; produciendo una pérdida notable de su actividad económica. Todo intento de revalorización y recuperación de un centro histórico debe ir acompañado de un estudio previo de esta entidad como conjunto, no sólo de dicha zona en sí, sino además de su articulación y relaciones con el resto de la ciudad. La ciudad histórica no puede ser concebida como una "zona museo" estática, contemplativa, carente del dinamismo que le imprime el ser humano que la vive con la realización de sus actividades cotidianas. El deterioro físico y ambiental que generalmente presentan estas áreas y la pérdida de funciones deben ser superados mediante un plan de restauración, revitalización y mantenimiento sistemático, que contemple la inserción de actividades que permitan devolverle al centro histórico el nivel y la jerarquía perdidas, posibilitando la satisfacción de las necesidades de la población de acuerdo con los requerimientos actuales de vida. El centro histórico debe integrarse de forma armónica, coherente y planificada a la estructura general de la ciudad. El centro histórico, como legado cultural que ha llegado a nuestros días, debe ser protegido para su conservación y salvaguarda. En esta tarea social debemos participar todos, no basta sólo con establecer los mecanismos legales y jurídicos pertinentes y crear grupos de técnicos y especialistas encargados de elaborar y ejecutar los plantes directores y los proyectos de restauración y rehabilitación. Es necesario lograr como primer paso un reconocimiento colectivo de los valores del centro histórico, que permita despertar en la conciencia social ciudadana el interés por el cuidado de estos bienes. La labor divulgativa de los valores históricos, culturales y sociales es una tarea fundamental, para alcanzar este empeño, en cuyo cuidado, conservación y protección, la ciudadanía ocupa el principal papel. El tratamiento del centro histórico como conjunto es una premisa primordial en el trabajo de conservación. De la misma manera que se protegen individualmente a las edificaciones, es importante en grado sumo la protección del conjunto con sus calles, plazas, bancos, farolas, escultura, ambientes urbanos y naturales. En un centro histórico, no todos los edificios que lo conforman poseen iguales valores, pero constituyen dentro de ese núcleo elementos complementarios que contribuyen a la conformación de la imagen del conglomerado urbano, por lo que deben estar incluidos dentro de las medidas generales de protección y conservación que se establezcan para toda la zona. Como plantea el Arquitecto Carlos Cesari en su artículo "Consideraciones sobre el Problema de la Conservación Integral": "El testimonio de la sociedad no son solamente las obras más altas, como los monumentos o las obras de arte, también los mismos objetos de uso cotidiano o bien los elementos que aisladamente no trasmiten mensajes relevantes pero que en el conjunto contribuyen a su cualificación. Este es el caso del patrimonio menor arquitectónico de la ciudad. Los monumentos en efecto raramente delinean las características de una ciudad como lo hace el conjunto que la contiene". ¿Qué debemos proteger? ¿Cómo protegerlo? Estas interrogantes constituyen el punto de partida del trabajo. Al darle respuesta estaremos definiendo uno de los aspectos más importantes y conflictivos a determinar: los límites del centro histórico. La delimitación del centro histórico constituye una tarea compleja y difícil cuya determinación puede conllevar a decisiones fatales en los trabajos futuros de conservación y restauración. Retomando el artículo antes mencionado del arquitecto Cesari, este plantea al respecto: "es absurdo restringir el centro histórico a la ciudad amurallada estableciendo que son las murallas, las que determinan un área dentro y una fuera no válida. Así es ridículo limitar el valor de la historia a la sola cosa antigua, o bien limitar la validez de una ciudad al centro sin considerar el entorno, también un producto de la historia y que ha sido siempre lo más sujeto a alteraciones". Un buen ejemplo de esto es el caso específico de La Habana; el área delimitada como centro histórico por el trazado antiguo de las murallas es sólo una parte de la ciudad colonial cuya extensión total es casi tres veces el área de la zona intramuros, y con valores arquitectónicos y urbanísticos muy similares en todo el conjunto. En el proceso de determinación de los límites del centro histórico puede correrse el riesgo de caer en extremos peligrosos por igual, la protección limitada que puede conllevar a la pérdida de elementos importantes fuera de la zona protegida o por el contrario la protección total o absoluta que puede en la práctica significar la no eficaz protección. Si tuviéramos que pecar, en este caso preferiríamos hacerlo por exceso. La determinación de una "zona de protección" en torno al centro histórico es un elemento muy útil a nuestro favor. Es una zona de transición y de articulación, que con condiciones de control y preservación, propicia la identificación y clarificación del área protegida. Generalmente en ella encontraremos valores tan importantes como los existentes en el propio centro histórico. Como instrumentos para la ejecución del trabajo de conservación se encuentran el inventario, la catalogación y la categorización. La etapa de inventario y catalogación permitirá determinar cada uno de los inmuebles existentes en el área urbana y su localización, reuniendo los datos necesarios de cada edificio, plaza, calle, fuente, escultura, tarja, farola y cualquier otro elemento del mobiliario urbano. Esta información permitirá disponer de los elementos necesarios para la valoración de cada elemento que conforma el centro histórico, pudiendo establecerse grupos o categorías. Deberá controlarse y reglamentarse convenientemente todo lo concerniente a modificaciones o transformaciones en las estructuras existentes, lo que no puede significar una condena al congelamiento o estaticidad del área histórica, que debe ser capaz de asimilar los cambios que impone la dinámica de la vida, quedando muy claro que deben ser respetadas al máximo las estructuras básicas originales que definen las tipologías arquitectónicas, teniendo en cuenta además el respeto a la superposición de elementos que cada época ha dejado positivamente como testimonio histórico de su evolución. En los trabajos de conservación hay que ser muy cuidadoso en cuanto a las intervenciones escenográficas de fachadas, que se convierten en falsos telones que ocultan serias afectaciones interiores de las edificaciones. Sólo la planificación sistemática de los programas de mantenimiento puede garantizar la preservación adecuada de las estructuras urbanas y arquitectónicas. Es totalmente válida la inserción de la arquitectura nueva, siempre que ésta posea la calidad de diseño y terminación acorde con la del medio urbano altamente cualificado del cual va a participar, expresando clara y honestamente su época de construcción. Las reconstrucciones estilísticas de edificios o partes que se han perdido es sólo recomendable en aquellos ejemplos únicos y de los cuales se posea toda la documentación necesaria que permita acometer este trabajo con seriedad. La trama vial del centro histórico debe ser protegida de la misma forma que se protegen los edificios aislados, las plazas y los conjuntos. La circulación vehicular de los medios modernos de transporte constituye un importante elemento de disturbio dentro de los centros históricos y contribuyen al deterioro de las vías, las redes técnicas y las construcciones. El auge actual del automóvil ha generado problemas complejos que deberán enfrentarse y resolverse en los estudios que sobre el centro histórico se realicen. Los nuevos enfoques para la valoración de la problemática de los centros históricos establecen la realización de estudios de factibilidades para la rehabilitación integral urbana, que permiten conocer la naturaleza, magnitud, importancia y prioridades de los problemas que afectan a la ciudad, así como el conjunto de acciones requeridas para cada tipo de problema, con la propuesta de ejecución y el financiamiento requerido por los proyectos, así como las posibles vías de obtención. Los centros históricos han sido y son entes vivos y como tal deberán continuar proyectándose hacia el futuro. La vida, las costumbres, las tradiciones forman parte también de esa identidad que los caracteriza y que con nuestro aporte común, el de todos, tenemos el deber de preservar. |