noviembre-diciembre.año IV.No.22.1997


CORRESPONDENCIA

CARTAS AL ARTISTA

por Humberto J. Bomnín Javier.

Juanito:

Hay una expresión que dice:

" Las palabras vuelan, lo escrito permanece"

Disfruté y aún disfruto de tu obra, gracias a que de ella parece como si se desprendiese o fluyera una atmósfera espiritual que se percibe con solo acercarse y mirar.

Los detalles perfectamente logrados que más me impresionaron: las sombras, la mano, la boca, el gesto, la postura, la luz interior y la mirada.

Hay algo que interpreto como el símbolo de la creación (dicotomía relacionante Dios-Creador/hombre-artista) junto a un hálito no explicitado, especie de aureola que envuelve misteriosamente lo externo e interno de la creación; síntesis y armonía fundidos en color, tono e intención, junto a la presencia explayada de cada línea que expresan suavemente, en silencio, la vida y su fuerza hacia un optimismo claro, diáfano, sencillo, seguro, lleno de fe, donde respira en confianza, la caridad: expresión suprema del amor cristiano.

Soy un profano en calificaciones tecnicistas, sin embargo, aseguro que la obra me hizo respirar el texto del poema -la oración de San Francisco de Asís, antes de haberlo leído.

Aprecio la correspondencia afinada y bien lograda, entre pintura, texto y límites de la composición, límites que quedan como revoloteando en su expansión, rondando el espacio de forma perdurable, para quedar prendidos del espíritu más allá de su presencia física e imprégnanse en el recuerdo del espectador, al menos eso sentí y siento.

Si tuviera que resumir literalmente mi impresión, diría: "Es una creación que evoca la presencia humana y divina, logra la armonía duradera que regala la paz y energía que sólo es capaz de generar el arte hecho de amor."

Muchas gracias, que nunca te falte la inspiración, pero sobre todo, que no te falte el amor. El artista está. Esté siempre Dios con el hombre.

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Estimado J.S.B.

Todos admiran esas manos, pero, ¿qué tienen de admirar esas manos? La perfección anatómica, casi seguro.

Todos admiran esos ojos, pero, ¿qué tienen de bello, de raro, esos ojos laicos? Que son perfectos como ojos humanos, con un brillo en ellos que solo se ofrecía en ojos vivos. Quizá lo que admira la gente, la que conoce y la que no conoce de pintura, es eso precisamente, que tu pincel es capaz de poner luz de vida en los ojos de un icono.

Lo que yo admiro es otra cosa. Admiro esa mezcla de angustia, resignación y esperanza de un rostro en el que te han querido ver o ver a tu hijo, y en el que tal vez, queriéndolo tú o no, hayas puesto rasgos familiares, pero que no es el rostro especifico de alguien porque es un rostro sin tiempo, el rostro del hombre. Un rostro que no solo tiene luz de desvelo, de mirada lanzada al futuro infinito y siempre incierto, sino, también, resplandor de pasión en la expresión toda, y del dolor conjunto del Hombre y de los hombres. Esa luz traída a los ojos de tu fraile no es del cuadro, es de la historia. No es luz ni mirada, es el lenguaje inefable de inefables sentimientos.

Lo que yo admiro en esas manos que se me ocurren inflamadas es la paz con que, contradictoriamente con el rostro, cubren, como en gesto de resguardo y entrega simultáneos, el corazón la una, y no recuerdo qué, la otra.

Yo no sé si ese cuadro, ese monje, formará parte de una obra trascendental, si te trascenderá o no. Yo no me siento calificado para la profecía artística; pero sí se que se trata de una genuina obra de arte, eso me lo dice el alma.

22 de octubre de 1996.

J. A. Q.

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Holguín, septiembre 19, 1997.

Sr. Dagoberto Valdés Hernández

Señor:

Hace sólo dos días una amiga santiaguera puso en mis manos en calidad de préstamo, una Revista publicada por Ediciones Vitral, dedicada a homenajear a Dulce María. Fue aquí donde supe de Ud.

Tener esta revista en mis manos fue conocer del amor de los pinareños hacia Dulce María; que para orgullo de Uds., aparte de contar con esta obligada referencia cuentan con el Centro Hermanos Loynaz.

Y lo que más admiro de la publicación es el "alma" que adivino tras cada página. Será por aquello de que "sólo con sangre y espíritu es la palabra digna de nacer".

Me gustaría saber si fue esta una edición venal, y de serlo cómo podría adquirirla. Por favor, le ruego me aclare esto porque la persona que en Santiago de Cuba me la mostró no pudo explicarme. Confío en que Ud. sepa valorar el significado que tiene para mí. La "Carta a San Martín" es conmovedora y la iconografía un testimonio invaluable.

Acá en Holguín, no somos pocos los que la admiramos; un periodista amigo mío, desde hace algunos meses está publicando una serie de reseñas sobre cada uno de sus libros. Su objetivo es que los menos versados conozcan lo que hizo. Noble empeño que tiene mi apoyo.

Antes publicó "La Edad de la Memoria", crónica que resultó Premio de la Ciudad 1997; y "La última Fuga"; aparecida una semana después de la muerte de Dulce María. Todos estos trabajos aparecen en este envío.

Por el mismo motivo, el consejo editorial de "Ámbito", suplemento cultural del semanario ¡Ahora!, devenido Revista de Artes y letras, dedicará el número correspondiente a diciembre de este año a la memoria de la escritora.

Yo he querido enviarle un poema del que no estoy completamente seguro pueda llamársele así. De cualquier modo he querido pecar de soberbia a no hacerlo. Lo escribí el día de la muerte de Dulce María y como estos –mis versos- "serían versos sin rigor de talla, /cuajados sólo para darle/ caminos a la pena..." pienso que ella sabría perdonarlos y más que perdonarlos, comprenderlos.

"Abril; un cometa pasa..."

a D.M.L.

Abril; un cometa pasa...

y tú que sabías que aquel

no era el guijarro amado

sino más bien la Estrella.

Y no la estrella que hincó

a la muchacha coja o la estrella

que hizo nido en las manos

de Margarita Montero, sino la Estrella

que nunca caería en tu jardín,

por lo que nunca pedirías

que pusiéramos las manos...

 

Pasa abril y una Estrella

pasa... y tú que alcanzaste

a discernir la Estrella de la estrella

y la Estrella del guijarro

te vas tras su huella

por aquel camino

que yo no conozco:

El mismo que le trazó la

Estrella de Belén a los Reyes

/ Magos...

Cordialmente,

Luis Yuseff Reyes Leyva.

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Amigo Luis Y. Reyes:

 

Recibimos tu atenta carta hace sólo unos días y nos unimos al homenaje que haremos de un extremo a otro de la Isla a esa mujer raigal que «puso el alma de raíz». Esperamos más colaboraciones de esa creativa provincia por donde   entró a Cuba la Virgen de la Caridad.

El Director.

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Estimado J.S.B.

Todos admiran esas manos, pero, ¿qué tienen de admirar esas manos? La perfección anatómica, casi seguro.

Todos admiran esos ojos, pero, ¿qué tienen de bello, de raro, esos ojos laicos? Que son perfectos como ojos humanos, con un brillo en ellos que solo se ofrecía en ojos vivos. Quizá lo que admira la gente, la que conoce y la que no conoce de pintura, es eso precisamente, que tu pincel es capaz de poner luz de vida en los ojos de un icono.

Lo que yo admiro es otra cosa. Admiro esa mezcla de angustia, resignación y esperanza de un rostro en el que te han querido ver o ver a tu hijo, y en el que tal vez, queriéndolo tú o no, hayas puesto rasgos familiares, pero que no es el rostro especifico de alguien porque es un rostro sin tiempo, el rostro del hombre. Un rostro que no solo tiene luz de desvelo, de mirada lanzada al futuro infinito y siempre incierto, sino, también, resplandor de pasión en la expresión toda, y del dolor conjunto del Hombre y de los hombres. Esa luz traída a los ojos de tu fraile no es del cuadro, es de la historia. No es luz ni mirada, es el lenguaje inefable de inefables sentimientos.

Lo que yo admiro en esas manos que se me ocurren inflamadas es la paz con que, contradictoriamente con el rostro, cubren, como en gesto de resguardo y entrega simultáneos, el corazón la una, y no recuerdo qué, la otra.

Yo no sé si ese cuadro, ese monje, formará parte de una obra trascendental, si te trascenderá o no. Yo no me siento calificado para la profecía artística; pero sí se que se trata de una genuina obra de arte, eso me lo dice el alma.

22 de octubre de 1996.

 J. A. Q.