noviembre-diciembre.año IV.No.22.1997


HECHOS Y OPINIONES

AUNQUE QUIERA OLVIDARTE...EL PASEO DEL MALECÓN

por Rosario González

 En realidad, la plenitud de acaecimientos

condicionan la medida de un alma en lo

íntimo, se cuenta de otro modo más por el

curso de las horas que por el frío calendario.

S. Sweig.

 A   Anita Alonso.

Motivo de regocijo pero aún más de sorpresa, ha sido que después de escribir las crónicas sobre el Kiosko de "La Colosal" y las noches dominicales de retreta del "Parque de Independencia", muchos jóvenes se han acercado a mí, ansiosos de saber algo de la vida de los de mi época (tengo 74 años). Parece que la curiosidad, autora de tantos aciertos y desastres, como la de Eva por gustar el sabor de la manzana prohibida, o la del Gran Almirante por descubrir nuevas tierras, aún viva, provoca tales interrogantes.

Pero lo que más me llenó de júbilo fue la carta a "Vitral" de la jovencita Marisol Capote Areces (7mo ESBU "Ignacio Agramonte" de Consolación del Sur), donde lamenta no se comentó nada en la celebración del III Año de la Revista, sobre el maravilloso suplemento infantil "Un Murmullo en las Violetas" de Néstor Montes de Oca (yo pensé hacerlo, pero por otros motivos distintos a tu timidez, no lo hice Marisol).

Ella fue a dicha actividad acompañada por su papá... Y de paso, aclara... sinceramente no comprendí mucho, excepto lo planteado por la Sra. Rosario, que habló con el corazón... ¡Ay pequeña! ¡Gracias! ¡Tienes algo tan sencillo y hermoso como comprender cuando se habla con el corazón! ¡Tú también lo haces...! ¡Alégrate de ello, aunque a veces te dé más penas que alegrías! Isaías, profeta que aparece en el "Antiguo Testamento" recordaba a los suyos que el Señor se quejaba cuando el hombre sólo piensa con la cabeza pues en el corazón está lo esencial, lo profundo.

Para mí el lenguaje del corazón es mas fácil de entender, sobre todo al cubano que es cordial, afectivo, sentimental, poco rencoroso. Y con él escribo cosas sencillas, como esta crónica del pasado.

Voy a hablar sobre el "Malecón Pinareño" y sus noches de retreta (Malecón sin agua). Si dijera voy a escribir sobre el Paseo "Estrada Palma" -su nombre oficial-, muchos ceños fruncidos habría, pues por ese nombre, aún muchos de los de mi juventud, no lo conocían. Fue el malecón con una senda donde pasear, árboles, bancos, noches de retreta, glorieta... Ahora sin nada de eso sigue siendo ¡el Malecón!

Lo primero que choca al recién llegado es el nombre ¡que por algo se llama así! Efectivamente. Me explicó William Denies, que hace muchos años con motivo de las crecidas del río Guamá, se construyó un muro para que las aguas no invadieran dicha zona. Desapareció el agua y el muro, pero quedó el nombre ¡Malecón!.

Cuando lo conocí era un sencillo paseo que se extendía desde la esquina de Martí y Coloma (hoy Rafael Ferro) hasta la Ave. Cabada. Al pasar esta ancha vía había un corto maleconcito que por razones de estar separado del primer tramo, permanecía solitario y ajeno a nuestros paseos.

Ni mármol en el piso o los bancos, ni fieros leones como en el paseo del Prado habanero, daban lucimiento a nuestro humilde Malecón. Sólo igual que él arbolado a todo lo largo, estaba bordeado por álamos (higuillos) que daban sombra de día y refrescaban el ambiente de noche, aparte de los sorpresivos regalos de los gorriones que allí hacían sus nidos. Bancos, situados a intervalos en toda su extensión se unían a los árboles para brindar agradable descanso, bajo el verdeante follaje, sitio para charlas, lecturas del diario, etc. a los asiduos al lugar. No se veían allí bulliciosas reuniones de jóvenes estudiantes pues alejado del Instituto de Segunda Enseñanza (bachillerato) y Escuela Normal de Maestros, no era lugar apropiado para tales encuentros, como en el Parque de Independencia.

En su medianía, irrumpiendo la calle "Nueva" (que comienza en la actual terminal de Ómnibus y termina en la Calle Máximo Gómez frente al Obispado), se erguía una glorieta. Esta había sufrido varios cambios en su estructura (¡Caramba! ¡Parece que estas humildes construcciones han sido el centro preferido de reformas en los planes urbanísticos pinareños!). En esa época de mi llegada a Pinar (14 años) ya no tenía techo –como en años anteriores-, estaba a un pequeño nivel más alto que el paseo y una baranda baja la rodeaba, excepto en los accesos al propio paseo, a la que se llegaba por breves escalones.

Los jueves era el día de la retreta (como en el parque el domingo). ¡Ay!, repito: la mudanza de las cosas nos hacen percibir el paso de los tiempos.

¡Y cuántos años han pasado, cuán distinto es ese espacio de la ciudad!

Yo a veces me pregunto ¿qué movía nuestra vida que nos entregaba aquellas horas de rebosante alegría, "de pasarla bien", las noches de retreta? Y ahora me percato que fue la sencillez en las costumbres (y hasta en el vestir), la armonía entre los amigos, la lealtad, el sano compartir sin pensar las muchachas ser "sexy" y para ello mostrar sin recato todos nuestros atributos femeninos, ni maquillaje a lo E. Rubistein, ni poses a (la en aquella época, mujer fatal), la Dietrich (hoy sería a la Madonna), sin esnobismos ridículos, nos permitía tal inigualable regalo: nada centelleaba seductoramente en nosotras ¿Y los muchachos? No hacían gala de su ropa sino de su actitud masculina, alegre desenfado, amistad, desinterés en el trato con nosotras, cortesía no exenta de bromas, y respeto que a veces rayaba en timidez. ¡Y no éramos perfectos! Teníamos defectos como todo ser humano, sobre todo en esos años en que se está vulnerable a lo que nos rodea. Y al descubrirlo doy gracias a Dios por haber disfrutado de esa entrega sana a la vida, real e ilusoria (¿quién no sueña a los 15?), pero que nos llenaba de belleza más por dentro que por fuera.

La Banda de Música Municipal (no sé su filiación), los jueves. "Al punto" de las 8.00pm, desfilaba por la calle y se instalaba en la glorieta, con sus vistosos uniformes. Y empezaba la fiesta (¡Sí, fiesta de juventud, de amistad, de amor, de ameno compartir!). Las muchachas dábamos vueltas al paseo, o nos sentábamos en los bancos, encantados de sabernos admiradas por los jóvenes que de pie, en las orillas, nos saludaban, nos veían o se nos unían al paseo, bien para conversar amigablemente, o como dije en la crónica del Parque: "flechados por Cupido" (¡me encanta esa frase, tan inocente como las cigüeñas cargadas de bebés...!)

Los bancos no alcanzaban para sentarnos si así lo preferíamos (y en determinados casos ¡Sí que lo preferíamos!) y Leonardo Rodríguez –para buscarse unos kilos honradamente- llevaba unas sillas de tijera que alquilaba a cinco centavos, muchos chiquillos las ocupaban sin pagar, en su ausencia, hasta que salían de estampida al verlo llegar. Los muy interesados en sentarse con una muchacha, alquilaban claro dos sillas a Leonardo, y créanlo o no, los jóvenes de esta época, para muchos (y no de pobre posición económica), gastarse diez centavos todos los jueves y domingos era un lujo.

La banda ejecutaba, amén del Himno Nacional, como es natural, unas quince o veinte piezas (no creo necesaria la fidelidad del dato), dirigidas durante años por el maestro Francisco "Paco" Valdés...

Supongo tuvo otros directores pero no lo recuerdo. Había variedad de piezas: valses conocidos: "El Bello Danubio Azul", "Sobre las Olas", "Estrellita" de Ponce, música de Prats, Matamoros, Sindo, Oberturas operáticas, sin faltar un pasodoble y terminar con un sabroso son o danzón de moda, que aplaudíamos a rabiar, más por prolongar la noche de paseo (¡Ay juventud!) con un "Bis" que por premiar su bella -y verdaderamente buena- ejecución.

Leí de Antón Arrufat en "Revolución y Cultura" (Oct 87) un delicioso artículo sobre la Glorieta del Parque de Manzanillo, que él dice quieren los manzanilleros con "cariño familiar" y copio por su similitud con ciertas opiniones en que me apoyo para estas crónicas: "La historia de ciertos objetos podrían servir para conocer la de un pueblo (...) de igual forma que escribimos la biografía de alguien importante estaremos adiestrados para contar la vida de la humanidad".

Es posible que esta lectura, subyacente en mi memoria junto a la nostalgia (ya saben que terca, siempre me acompaña), me impulsó a ello. Tradiciones pueden ser buenas fuerzas para el presente, memorias del pasado siempre tienen que aportar algo al presente, al modo de Arrufat.

¿Quién ha dicho que el espíritu de épocas lejanas sólo debe acercarse a nosotros en lo político, económico, social, en desastres naturales, en el devenir histórico, religiosos, etc.

¡Si así fuera el inmenso Don Emilio Roig, no hubiera escrito aquellas crónicas preciosas sobre La Habana y los habaneros...!

¡La consagración del recuerdo!, nos dice A. Reyes, la música conocida y el oído que la presiente nos hace que la disfrutemos dos veces. Pero ¡Ay! ¡Aquí ese trozo urbano de nuestra ciudad sólo lo consagramos en el recuerdo! ¡No podemos regustarlo con la vista, porque ya no existe!

No sé en qué momento, por motivos necesarios, -ese es el progreso- para un mejor tráfico en sus calles laterales, quizá por deterioro del paseo por las raíces de los árboles, se eliminó el paseo, no vi su destrucción pero sí el resultado que para mí fue motivo de verdadero dolor. El parque de Independencia, aún modificado, modernizado, su glorieta, está ahí; el kiosco, transformado, en la esquina del hoy "Salón de Exposición de Bienes Culturales" está ahí sustituyendo al setentón de "La Colosal", pero del antiguo Malecón, ni rastro.

Ni paseo, ni árboles, ni bancos, ni glorieta. En su lugar, más amplias calles laterales, y una estrecha franja en medio de ellas, sembrada de césped y con regularidad toques de color dados por pequeñas plantas de marpacíficos.

Hace tiempo observé, llena de alegría (pero con cautela con que ese hermoso plan persistiera) le sembraron preciosos rosales, allí rosas criollas, rojo sangriento, la que conozco por rosa "Menocal", de un rosa nacarado que se desvanece en su centro como el interior de una caracola, rosas té, de un amarillo muy suave y pétalos, como la anterior, pocas y grandes.

Pero ¡Ay! ¡Llegó el Carnaval! Y como en aquella zona, en esos años se construían quioscos, áreas de venta de dulces, etc., y bailes, al terminar el carnaval (signo hoy de cerveza y ron desde la mañana hasta la hora del desfile de comparsas y carrozas) se acabaron, como es natural, los rosales; parecía que había pasado por allí una plaga de langostas o las hordas de Atila (se dice que por donde él pasaba se secaba hasta la yerba) .

El pobrucho "maleconcito" de antes (¡menos mal!), brinda un paso sombreado por preciosos pinos criollos, pero, ni un banco para breve descanso tras un andar largo (o de una cola) que tanto se agradece por estos climas.

El mar se nutre de la lluvia, del agua, del deshielo de los montes, que bajan a ríos, a engrosarla. Cambian las sales y otros productos que se le adicionan en su correr, pero no los ríos que las originan. Desgraciadamente hoy en día, por incontenible contaminación de hidrocarburos, deshechos tóxicos, etc., etc., (la visión de la bahía de La Habana dada por el competente Dr. Jorge Ramón Cuevas, que tantos buenos ratos nos regala en su programa de T.V. "Entorno", es catastrófica). Pero los ríos que la alimentan son los mismos. Y así veo yo a los jóvenes de hoy.

En ellos viven los mismos sueños que en los de antes: triunfar, enamorarse, prepararse para su vida laboral, etc., pero las "adiciones" a ese milagro que es ser joven han variado y a veces, el resultado es bien triste, aclaro, no generalizo (observen el subrayado, por favor).

Nunca antes un joven ha tenido tantas oportunidades de estudiar como ahora; con la facilidad de llegar a carreras profesionales que antes requerían gran tenacidad para lograrlo, pues los planes educacionales así están estructurados, pero –llegó la palabrita- veamos:

Los jóvenes han perdido, ante todo, el significado de ser útiles a los demás, a su familia, a la sociedad. Se alcanza determinado nivel profesional porque es más lucrativo. Se quiere elevar ese nivel de los estudiantes, pero se pierde la moral ética, el respeto a su profesión, lo que es motivo de preocupación del gobierno que hace reuniones, estudios sociológicos, etc. al respecto... Se aleja a los muchachos de la familia y luego se les critica no la respeten.

¿Hay un proyecto de vida en sus corazones? Si... Vestir bien a base de cualquier sacrificio de sus padres o de pérdida vergonzosa de su dignidad –ya entran tanto las muchachas como los muchachos en ese falso mundo de felicidad- el aceptar callados las injusticias o mejor dicho, lo mal hecho por aquello de "yo no cojo lucha". No buscan el amor que es entrega total de cuerpo y alma, como dice S.Pablo (1ra Carta a los Corintios, Capítulo 13, versículo del 4 al 7: "El amor es paciente, servicial y sin envidias. No quiere aparentar , ni se hace el importante, no actúa con bajeza, ni busca su propio interés. No se deja llevar por la ira sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo espera, todo soporta").

¿Está esto presente en sus corazones, en sus actos? Y lo digo por igual para los que dicen siguen a Cristo como a los que dicen "queremos ser como el Ché". Ahora no hay días, meses para dos jóvenes conocerse (enamorarse), comprenderse, hacer planes de su futuro hogar, hijos, cuidado a sus mayores y como culminación, el matrimonio. Se pasa de un simple encuentro, unas noches de cine, o discoteca, un día de playa, a la entrega carnal, a "hacer el amor"(¿Amor?) a veces con increíble anuencia de los padres y desastrosas consecuencias: matrimonios apresurados, embarazos no deseados, abortos, divorcios, madres solteras, secuelas psicológicas, traumas familiares.

También ¿qué les rodea?. Divorcio de los padres, nuevos papás y nuevos hermanos, padres casi ausentes del hogar, becas que dan instrucción pero no educación (ahora es educación formal) en una eterna controversia entre a quién compete la misma, a los padres o a los maestros... El hogar es el centro indiscutible, primario de la sociedad pero ¿qué tiempo permanece la familia unida? Las telenovelas son las únicas que hacen ese milagro, aunque sea por una hora. A veces ni hogar puede llamarse a donde viven algunas horas "de pase" los jóvenes becados, con su familia.

Ahora llegó el jineterismo (¡Ay Señor! y que nombre), como dice el Profesor Calviño: "Ya a esas muchachas se les considera como el Robin Hood moderno: tomar de los ricos para dar a los pobres" ¡Y hasta son admiradas por el barrio! Y con el visto bueno de su familia, a quien le resuelve los problemas económicos agudizados en este "período especial".

Y son los mismo ríos los que vierten sus aguas al mar, pero hay que pensar seriamente en la de adiciones que, cada día, las hacen más sucias, más turbias.

La imagen lleva más hondo el mensaje que la sola palabra. Por TV hay una promoción sobre el "Parque Lenin" que parece copia de una excursión de mi época: la familia reunida comiendo, sobre la hierba (así lo hacíamos nosotros entre pinares con su característico olor. El suave rumor de sus hojas, en cualquier lugar de la Carretera a Luis Lazo); niños jugando, parejas de enamorados tomados de la mano o parejas con sus hijos... En cambio, qué tristeza la imagen de una preciosa muchacha, al parecer casi adolescente, que dudo –y perdonen la duda-, esté casada exponiendo con tono sereno: "al principio, nos era molesto, pero ahora lo disfrutamos más"(con otras palabras) ¡Y estamos viéndolos impávidos, maniatados, como la chica habla de sus relaciones sexuales evitando hijos o enfermedades por transmisión sexual!, no necesito aclarar que dichas relaciones extramatrimoniales, son ya, desgraciadamente, algo, muy normal en esta época, de ahí la duda ante la imagen.

La chispa que le dio al hombre la conciencia de su necesaria libertad también le dio la conciencia de que esta le llega sólo con el fruto de su lucha por poseerla... La sangre de los jóvenes que acudían a tropel a las aulas donde exponía su palabra el P. Félix Varela, el primero que vio los problemas de Cuba con ojos cubanos, que se derramó en la manigua redentora hasta llegar a alcanzarla, es la misma de los jóvenes de mi generación, la misma de los jóvenes de hoy. Son las aguas límpidas del mismo río. Cambian las costumbres, pero no los sentimientos, las amistades, el amor sincero, la lealtad, la esperanza, la solidaridad, el respeto a los mayores, la admiración por las grandes figuras de la historia, la ciencia, las artes, la admiración por lo hermoso que nos brinda la naturaleza, el respeto a las leyes. ¡No pueden, no deben cambiar!

Esto no tiene cabida en un código de ética de familia.

En relación con esto y en forma abreviada, he aquí algo de la declaración de la Comisión Diocesana "Justicia y Paz" de Cienfuegos: "¿Están los jóvenes con su actuar ante la sociedad acorde con su forma de sentir y pensar? ¿Están simulando aceptar aun lo que no les gusta por no buscarse problemas y porque sus amigos hacen igual? Dichosos los que deciden armonizar lo que piensan con lo que hacen"

¿Son los que ahora bailan con los Van Van, distintos a los que bailábamos con A. M. Romeu en los salones de la Colonia Española o el Club Juvenil Rafael Morales, con la Casino de la Playa, Hnos Palacio, R. Lluis, que tuvimos el privilegio de oír (y allí verlo) ese grande de nuestros cantantes Miguelito Valdés? ¡No! Somos los mismos, sólo han cambiado sus actitudes ante la vida.

He planteado estas cosas, en esta simple crónica del pasado y los pacientes y padecientes lectores se preguntarán ¿Por qué?

Es que ver ese tesoro maravilloso de ser joven, perdido en cosas banales que destruyen su propia dignidad, duele, y habló quizás demasiado, con el corazón. No es la mojigatería de dudosos censores; no es un muro de lamentaciones. Es un decir: somos los mismos, los del mismo río... lo que cambia son las aguas como ya he repetido varias veces (como la nostalgia que se vuelve latiguillo literario en mis precarias palabras). Por eso la extensión de la crónica.

Al pasar hoy por el Malecón, me imagino vernos paseando allí los jueves de retreta. Doy gracias a Dios porque muchas parejas que allí iniciaron sus relaciones sólo las ha apartado la muerte, no el divorcio. Me imagino charlando con amigos entrañables, unos cercanos, otros lejanos (desgraciadamente), otros que ya tomaron el camino eterno. Me imagino, aunque la pupila no lo recree, el malecón de mis años juveniles. Sólo el reconocimiento de algo que representó para nosotros una gran pérdida es lo que le da su verdadero valor y lo hace imperecedero, y aún así ante el nuevo paseo me digo: ¡aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible...!