noviembre-diciembre.año IV.No.22.1997


EDITORIAL

 

NAVIDAD: UNA ALEGRÍA

PARA TODO EL PUEBLO

 

La Navidad vuelve a marcar el ritmo de vida de toda la humanidad.

Celebramos el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo hombre en el seno de la Virgen María para entrar de forma plena y definitiva en la historia humana para salvar a cada hombre y mujer concretos y para salvar la historia y la cultura humanas.

Con el nacimiento de Jesucristo muchas cosas comenzaron a cambiar radicalmente:

cambió la ley del "ojo por ojo y diente por diente" por la de devolver bien por el mal recibido,

cambió el rencor por el perdón,

cambió las desigualdades por la justicia y la igualdad de todos ante Dios y ante los hombres,

cambió la ley opresora por la libertad de los hijos de Dios,

cambió el odio por el amor,

cambió la muerte por la vida,

cambió la vida sin sentido por un proyecto de vida cuya razón de ser es vivir-para-los-demás,

cambió el dolor inútil por el sufrimiento que se ofrece para salvar a otros,

cambió el desaliento de los hombres por la esperanza basada en la cruz asumida y resucitada,

cambió la forma de relacionarse los hombres al comprender que todos somos hermanos,

cambió la forma de relacionarse con Dios:

En efecto, Jesucristo nos enseñó a mirar a Dios no como a un Juez implacable sino como a un Padre cariñoso.

Nos enseñó que al Dios verdadero no se le puede encerrar en un templo, en una religión, en una ideología, en una cultura, en unas leyes externas ni aún en normas religiosas. Llegaba con su encarnación el tiempo en que a Dios se le adore en espíritu y en verdad. Cambió el calendario, como señal externa de que la vida de los hombres había entrado en una nueva era: la Era Cristiana, "Nuestra Era". Y desde entonces la vida comenzó a contarse a partir del año cero. Un nuevo punto de partida. Un renacer. Un mundo que paraba para cambiar y crecer en humanidad. Por eso, a pesar de que la vida sobre la tierra tiene millones de años, la contamos a partir de ese momento, el del nacimiento de Jesucristo, conteo que -camino al Tercer milenio de la Era cristiana- se aproxima al Año del Señor de 1998.

Ningún otro nacimiento, de ningún otro ser sobre la tierra, se ha celebrado con mayor cariño, perseverancia y esplendor, precisamente porque no se trata del nacimiento de un hombre como otro cualquiera sino del Hijo de Dios hecho hombre para cambiar la vida de este mundo y salvarla, dignificarla, darle plenitud y felicidad.

Por eso la Navidad es siempre una gran alegría para todo el pueblo, para todos los pueblos. Porque en el estado actual de la civilización humana la sensibilidad y la conciencia de los hombres y de las naciones ha llegado a un punto de su desarrollo en el cual ninguna nación se atreve a negar los valores fundamentales del cristianismo. Aún las naciones de otro credo y religión respetan y se alegran de los aportes de Jesucristo a la humanidad.

Cuba es un país de raíz cristiana, por eso desde que llegó el mensaje de Cristo a nuestras tierras hace más de 500 años celebramos con gozo la Navidad. ¿Quién no hace memoria de las Nochebuenas cubanas, con su cena familiar, con su lechón asado y sus dulces en almíbar o con lo que hubiera, pues lo importante era reunir a toda la familia y cenar juntos para esperar en esa noche-buena el nacimiento de Jesús. Esta costumbre debe recuperarse pues si encontramos formas de celebrar otras fechas que vinieron después en el intento de borrar esa memoria cristiana, cómo no vamos a encontrar con qué celebrar la Nochebuena ahora que hemos comprendido que habíamos dado la espalda al Dios verdadero para seguir falsas esperanzas que no lograron llenar de amor nuestro corazón ni darle un sentido profundo a nuestras vidas que se han cansado ya de tantos falsos dioses y de tanto agobio cotidiano en espera de una nueva era que nunca llegó.

La nueva era ya había llegado con Cristo, a quien celebramos como único Salvador, como único Mesías, como único capaz de dar sentido y felicidad al corazón humano. Lo que pasó fue que los hombres, haciendo uso de la libertad que Dios nos ha dado, abandonamos el camino que se abrió en Belén y nos intrincamos en otros trillos que ahora vamos entendiendo que no conducen a ningún lado. No por gusto hay en nuestro refranero popular aquel proverbio que dice: "no dejes nunca camino por vereda".

El arbolito de Navidad, el nacimiento con las figuras de María y José inclinados sobre un pesebre para acunar al niño Jesús, rodeados de la vaca y el mulo y en ocasiones de pastores y ovejas, no eran simples imágenes y signos que se pudieran borrar con una orientación ideológica o una justificación política. La memoria cultural de los pueblos no se borra tan fácil sobre todo cuando la alternativa que se les brinda no alcanza a satisfacer la sed espiritual de los pueblos ni su desarrollo moral y material.

Los cubanos debemos aprender la lección: si un pueblo abandona sus mejores tradiciones, su memoria cultural, su historia y costumbres, si un pueblo abandona su religión, la declara "problema ideológico", la esconde, la disimula, o la intenta sustituir con otras ideas que no llegan a la médula de los huesos, ni al espíritu insatisfecho de los que buscan la trascendencia y la felicidad, la belleza y la verdad. Cuando los pueblos abandonan o esconden al Dios verdadero, al principio creen que tienen a dios cogido por las barbas, creen que se han liberado de prejuicios y "representaciones fantásticas de la realidad" como fueron llamada las creencias religiosas en Cuba y otros países, creen que se han liberado de ataduras morales y prácticas supersticiosas... pero poco a poco, cuando el zapato va apretando, cuando nacen las nuevas generaciones que nunca tuvieron ni arbolito, ni nacimiento, ni Fiesta de Reyes Magos, ni cena familiar, ni asidero espiritual, ni proyecto moral, ni sentido trascendente de esta vida, entonces comenzamos a preguntarnos ¿Qué ha sucedido que los niños no tienen fantasías y viven sin ilusiones? ¿Qué ha sucedido que muchas familias están destruidas y los vecinos se ponen las manos en la cabeza cuando una pareja va a tener más de uno o dos hijos?

¿Qué ha pasado que en muchas de nuestras escuelas no existe el ambiente educativo de otros tiempos cuando la figura del maestro cubano, con o sin escuela, con o sin pupitres, con o sin zapatos para sus alumnos, alcanzaba sembrar virtudes en el alma de los niños y jóvenes aún cuando cada cuál luego cogiera su camino o su vereda? ¿Qué ha pasado que casi todo el mundo reconoce, incluso la radio, la prensa y la televisión, que hay una pérdida de valores éticos en nuestra sociedad? ¿Qué ha pasado que con frecuencia la fidelidad tanto en la vida conyugal como en la lealtad política o en la relaciones de amistad se convierten en excepciones que confirman la regla de que no abundan los asideros morales?

Los cubanos debemos aprender la lección: cuando un pueblo abandona su espiritualidad, su mística, su religión y su Dios, se empobrece, se amarga, se desintegra moralmente y se seca.

Y los pueblos alimentan su espiritualidad y viven su mística y su religión a través de las celebraciones religiosas. La religión no es para esconderla dentro del escaparate, ni para encerrarla en los templos, ni para reducirla a sentimientos privados y ocultos, ni para reducirla a algo que se tolera individualmente pero se le trata como una amenaza, o un problema, o un extraño en la vida pública. Cuando alguna de estas cosas ocurren la gente sencilla comienza a sospechar que los asuntos religiosos pueden traer problemas, que es mejor creer para sí, que la religión se lleva por dentro para que no me molesten.

La religión es para celebrarla en el sagrario del corazón y poder sacar fuera la procesión que llevamos por dentro. Por eso la Iglesia reclama las celebraciones públicas de la fe cristiana, como es la Navidad; por eso la Iglesia no puede a veces explicar convincentemente por qué no pueden salir las procesiones por nuestras calles y los obreros de un centro de trabajo no pueden adornar un arbolito de Navidad y poner unas figuras religiosas en su nacimiento. Como si las figuras religiosas fueran a hacer daño a la conciencia de la gente o al ornato público. Pobre de un pueblo que no pueda poner signos religiosos en sus centros de trabajo, en sus hospitales y escuelas cuando los mismos trabajadores, estudiantes y enfermos desean fervientemente tenerlos a la vista y sobre su corazón. Pobre de la nación que haya intentado borrar sus fiestas religiosas e intente llenar el vacío espiritual con falsos dioses.

Ni la condición de estado laico, ni la condición de país con una cultura "ecuménica" son justificaciones válidas para desconocer las fiestas de Navidad y Día de Reyes. O puede ser así porque un estado laico no debe privilegiar ninguna religión, ni profesarla oficialmente, pero no tiene derecho a prohibir que los trabajadores que lo deseen, como sucedió en años recientes, adornen sus centros de trabajo con arbolitos y nacimientos. Ni puede prohibir las procesiones religiosas y decidir dónde se reunen los cristianos considerando estas reuniones religiosas como oportunidades para el desorden público.

No se debía argumentar que somos un país ecuménico para desconocer las fiestas cristianas, porque precisamente la raíz de nuestra cultura, la matriz de nuestra nacionalidad y el punto común de todas las confesiones religiosas presentes en nuestro país, aún aquellas expresiones de sincretismo religioso de origen africano -consideradas hoy erróneamente como la "religión mayoritaria" de Cuba-, aún estas tienen en su acervo la celebración de la Epifanía de Reyes, única fecha que en tiempos de la esclavitud podían salir a la calle con sus cabildos y tambores a celebrar sus propias creencias ya que en esa fecha la Iglesia celebraba la manifestación del Niño Jesús a toda nación, lengua y cultura representados en los tres Reyes del Oriente. Si fuéramos a considerar, esta dimensión ecuménica debería ser la razón fundamental para celebrar públicamente en Cuba la Navidad y los Reyes.

Por eso la Navidad debe celebrarse públicamente en Cuba como se hizo durante más de cuatro siglos y medio hasta que en 1969 fue suspendida por el Gobierno. El 6 de enero, Día de Epifanía, Día de los Reyes Magos, debe celebrarse públicamente en Cuba como se hizo durante más de cuatrocientos setenta años hasta que se creó el Día de los niños cerca de las fiestas de Julio. La memoria cultural de los pueblos, su espiritualidad y su religión no pueden ser sustituidas de un día para otro sin que se cause un gran daño espiritual a la nación.

Por todo esto la Navidad ha sido siempre "una Buena Noticia" , una "gran alegría para todo el pueblo" como anunciaron desde hace casi dos mil años los ángeles a los pastores que estaban en su centro de trabajo en los campos de Belén.

Vitral desea a todo el pueblo cubano, aún a aquellos que no entienden todavía estas cosas, una Feliz Navidad, un próspero año Nuevo, verdaderamente distinto al que terminamos.

Vitral desea a todos un regreso a nuestras fiestas tradicionales y públicas de la Navidad, exhortando a cada familia, a cada creyente a celebrarlo de la mejor forma, de la forma más sencilla y pública que pueda, porque la Navidad es en fin de cuentas fiesta de hermanos donde todos estamos invitados a compartir, no la confrontación sino la cena, no la amargura sino el cariño del hogar, no la violencia siempre repelida sino la paz verdadera entre todos los hermanos de un mismo pueblo.

Si aún no nos hemos puesto de acuerdo en esto, no importa pues lo más importante no es pensar igual sino expresarnos con toda confianza y franqueza. Por eso nos dirigimos a todos los cubanos, creyentes y ateos, cristianos o no, para desearles a todos, a los simples ciudadanos y a los que ocupan responsabilidades en el gobierno de la Nación, que tengan un Feliz Año Nuevo 1998 en el que celebraremos el primer centenario del fin de la dominación española en nuestra querida tierra.

Deseamos un Feliz año 1998 que se inicia con la esperada visita del Santo Padre Juan Pablo II. Que esa visita pastoral no sea objeto de manipulación ni de confrontación por parte de nadie.

Vitral desea que sea un ocasión de unidad, reconciliación, convivencia fraterna y proclamación de la Verdad y de la Esperanza que ilumine y prepare un nuevo año para todos los cubanos sin excepción.

Pinar del Río, 8 de diciembre de 1997.