noviembre-diciembre.año IV.No.22.1997


TU ES PETRUS

EL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II

 

La repentina muerte del Papa Juan Pablo I, luego de 33 días de servicio al frente de la Iglesia Universal, elevó a la Cátedra de San Pedro al Cardenal Karol Wojtyla, Arzobispo de Cracovia en Polonia, en la tarde del 16 de Octubre de 1978.

Había comenzado uno de los pontificados más extraordinarios de los 2000 años de historia de la Iglesia. Juan Pablo II ha llevado el estilo misionero itinerante de un Papa a niveles insospechados en otras épocas.

Si hubiera que resumir sus casi 20 años como Supremo Pastor de la Iglesia podríamos decir que ha sido un papa que ha dado seguridad en las costumbres, firmeza en la doctrina y fuertes asideros en la disciplina eclesiástica, al interior de la Iglesia. La Barca de Pedro ha sido guiada en estos dos decenios con una mano que no tiembla sobre el timón.

Al mismo tiempo, y gracias a su inmensa capacidad de trabajo y su tenacidad sin precedentes, el Papa Juan Pablo II participa activamente en la redacción de sus homilías y discursos, recibe, trabaja, celebra la misa y en ocasiones cena con los obispos del mundo entero, que se acercan a los tres mil, cuando realizan cada cinco años su Visita ad Limina, que es una peregrinación a Roma para visitar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y para presentar al Santo Padre el trabajo de las Iglesias locales.

Este Papa ha fortalecido y agrandado la Curia Romana, estructuras para el gobierno universal de la Iglesia, creando nuevos organismos centrales para atender asuntos que él considera de suma importancia, por ejemplo: los Pontificios Consejos para la Familia, para la Cultura, para la defensa de la vida... entre otros.

Juan Pablo II ha convocado y presidido cerca de 10 Sínodos de Obispos en Roma, asambleas de prelados representativos de todos los países y continentes que se reúnen durante un mes para reflexionar y proponer al Santo Padre sus consideraciones sobre temas esenciales de la vida de la Iglesia y del mundo. Esas asambleas sinodales han tratado temas como el laicado, la vida religiosa, los seminarios, la aplicación del Concilio Vaticano II, y otros Sínodos están siendo dedicados a estudiar y enriquecer la vida de la Iglesia en cada continente; así se han celebrado Sínodos para Europa, Africa y América. Luego de cada Sínodo el Papa generalmente promulga una Exhortación donde recoge y sistematiza los aportes del Sínodo que él considere más necesarios y urgentes para toda la Iglesia.

Otra de las características de este Pontífice es que ha convocado de forma extraordinaria al Colegio de los Cardenales para analizar con este insigne senado asuntos de importancia vital para la Iglesia. Promulgó en 1983 el Nuevo Código de Derecho Canónico, Ley suprema de la Iglesia que luego de largos años de trabajo aplicaba los acuerdos del Concilio Vaticano II.

El pontificado del Papa Wojtyla tiene una marcada prioridad: los jóvenes. El Papa mismo ha creado las Jornadas Mundiales de la Juventud que comenzaron en Roma el Domingo de Ramos de 1984 y se han venido celebrando en distintos países como Argentina (1987), Roma (86 y 88), Santiago de Compostela, España (1989); En Polonia (1991), en Manila, Filipinas; en Denver. Estados Unidos; este año en París. Millones de jóvenes del mundo entero han podido encontrar al Papa y cantar, rezar, conversar con él a lo largo de estas jornadas que ya son una rica tradición en la Iglesia y se celebra ya en muchas diócesis con sus Obispos. Además de las 9 jornadas mundiales de la juventud ha convocado a dos jornadas mundiales de las familias, la última de las cuales se celebró en Río de Janeiro con más de millón y medio de participantes.

Desde hacía mucho tiempo la Iglesia no contaba con un texto oficial y universal para enseñar la doctrina cristiana. Este Papa creó una comisión y le encargó el difícil trabajo de redactar un resumen completo de la fe tal como se debe conservar y transmitir. De aquí nació el Catecismo de la Iglesia Católica presentado el 8 de diciembre de 1992 y que ahora tiene ya su redacción definitiva.

Juan Pablo II ha fortalecido la tradición católica proponiendo como ejemplos universales del testimonio de la fe vivida y anunciada a muchos cristianos que a lo largo de los siglos han manifestado de manera heroica su compromiso cristiano: los santos. El Papa ha roto todos los records, también en este aspecto: ha beatificado (primer paso) a más de 745 personas y ha proclamado santos (canonizado) a más de 279 hombres, mujeres, niños, laicos, sacerdotes, religiosas, obispos, médicos, obreros, militares, amas de casa, jóvenes, ancianos... de todas las lenguas, latitudes y culturas. Es el coro de testigos que proclaman la santidad de Cristo y la universalidad de su Evangelio.

El ecumenismo, ese movimiento eclesial que busca restaurar la unidad en la fe que se ha perdido entre los cristianos y el encuentro de todos los que creen en Dios, ha sido uno de los desvelos y acciones más audaces del Papa. Su acercamiento a la religión hebrea con la que tenemos tantos antecesores comunes en la fe tuvo su punto culminante en la visita de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma; era la primera vez en la bimilenaria historia de la Iglesia que un Papa entraba para hablar y rezar en una sinagoga judía. Así también Juan Pablo II ha sido el primer Pontífice que entró en una Iglesia protestante, para rezar y predicar junto a cristianos no católicos desde que ocurrió la separación del Cisma del Occidente en 1520.

El mundo islámico es un reto que llevó a Juan Pablo II a tender la mano a esa religión en el caso de la guerra del Golfo, de sus viajes al Africa y otros países de cultura musulmana. Con la Iglesia Ortodoxa y la Comunión Anglicana, sobresalen sus encuentros con el Patriarca de Constantinopla y con el Primado de Canterbury y su aliento al trabajo de las comisiones teológicas mixtas creadas para buscar el acercamiento.

Pero el hecho sin precedentes en cuanto al ecumenismo han sido los dos Encuentros Interreligiosas de Asís (1986 y 1993.). Estas fueron Jornadas mundiales por la Paz a las que Juan Pablo II invitó a todos los líderes religiosos del mundo. Asistieron a la primera cita ecuménica en la Ciudad de San Francisco: 71 dirigentes de religiones no cristianas, 54 líderes de iglesias cristianas y 25 representantes del episcopado mundial. Ese día el Papa dio al mundo y a su propia Iglesia un signo del espíritu universal que lo anima. En 52 países del mundo entero se detuvieron las armas y las guerrillas y contrapartes respondieron con una tregua de paz a la invitación del Papa para que durante los días del encuentro cesaran en el mundo los enfrentamientos armados como gesto de buena voluntad.

El Papa Juan Pablo II es el Vicario de Cristo que más ha viajado desde la fundación de la Iglesia ya que ha realizado 124 viajes a las distintas provincias-diócesis de Italia. Ha visitado, celebrado la misa y compartido con su consejo Parroquial y otros grupos, a 600 parroquias de Roma, diócesis de donde es Obispo y que ha atendido de modo como nunca antes se había realizado en cercanía y atención pastoral.

Hay un viejo refrán que dice que el Papa es el párroco del mundo entero pero sólo Juan Pablo II lo ha cumplido al pie de la letra atendiendo con insospechado sacrificio y entrega a más de 115 países de los cinco continentes, visitando alguno de ellos varias veces, en sus ochenta viajes apostólicos alrededor del planeta, desde Alaska hasta la Patagonia, desde todos los países de América, menos Cuba, hasta Japón, Filipinas, y las Islas del lejano oriente. Desde Inglaterra y los países nórdicos y bálticos hasta Sudáfrica y la India. Quedan en el corazón del Papa varios anhelos y destinos: China, Rusia, Viet Nam, Jerusalem, Cuba. Esta última, Dios mediante, será el viaje número 81 de su Santidad como pastor de todas las Iglesias.

Juan Pablo II ha nombrado a 2 880 de los casi 4 000 obispos que tiene la Iglesia Católica, y hareado a 115 nuevos cardenales entre los que se cuenta el segundo purpurado en la historia de Cuba.El Sumo Pontífice de la Iglesia Católica es un políglota que domina, conversa y escribe en las principales lenguas del mundo. Conoce perfectamente el español porque lo estudió para realizar su tesis de doctorÐrado en la obra de San Juan de la Cruz, místico y poeta español.

Otro record, esta vez más triste es que ha sido el Papa que más veces ha entrado al salón de operaciones desde que el trece de mayo de 1981 sufrió un atentado a balazos por un terrorista turco. Ha tenido que operarse seis veces, la última de ellas de una apendicitis crónica. Estos problemas de salud no han minado la energía espiritual y la convocatoria de Juan Pablo II. Su portavoz, el Dr. Joaquín Navarro Valls, en su reciente reunión con los directores de publicaciones católicas de Cuba nos dijo: "Conozco hombres muy fuertes que van por el mundo arrastrando su alma, pero Juan Pablo es de esos otros hombres cuya alma fuerte y joven arrastra por el mundo un cuerpo cansado que es capaz de trabajar y convocar multitudes con un carisma personal inigualable".

Ese es el Pontífice que ha sabido colocar a la persona humana, su dignidad y sus derechos, en el centro de su mensaje, porque Cristo se hizo hombre para salvarla. Ese es el Papa que esperamos para que sea entre nosotros ese Mensajero de la Verdad y la Esperanza que predique en Cuba lo que ha predicado a lo largo y ancho de este mundo, con voz firma, paso seguro y fidelidad incansable: "No tengan miedo" .

Estas fueron sus primeras palabras al asumir hace 20 años la Sede de San Pedro y serán las mismas que anuncie en Cuba: "Abran las puertas a Cristo. No tengan miedo".

Bienvenido Juan Pablo II: Cuba no te defraudará.

"DÉMONOS FRATERNALMENTE LA PAZ"

  MENSAJE COCC.

A los católicos y a todos los cubanos de buena voluntad:

Muy próxima ya la visita a nuestra patria de Su Santidad el Papa Juan Pablo II que tendrá lugar, Dios mediante, del 21 al 25 de enero de 1998, a los obispos cubanos nos ha parecido necesario, al concluir nuestra Asamblea Plenaria, compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el significado y el extraordinario alcance de esta ansiada visita.

Indiscutiblemente, la visita de Juan Pablo II a Cuba, en el vigésimo año de su pontificado, se va convirtiendo en lo que ya muchos empiezan a llamar, dentro y fuera del país, el acontecimiento más importante que nuestra nación vivirá en estos últimos años y uno de los más significativos de su historia. Las expectativas crecen a medida que se acerca la fecha de la llegada a nuestra tierra del Papa misionero. Por este motivo los ojos del mundo están puestos en esta isla del Caribe y lo estarán con mayor atención aún durante los cinco días de esta visita. Junto a la expectación que suscita este acontecimiento, aumentan también las conjeturas sobre el mismo. ¡Cuántos cubanos y extranjeros emiten diversas versiones referentes al significado de la presencia del Papa en este país que tiene características políticas, económicas y sociales bien marcadas y que lo distinguen del resto del continente americano y del mundo! ¿Qué dirá el Papa en Cuba?. Esta pregunta y otras por el estilo las escuchamos a diario en todas partes.

Desde que se anunció esta visita quedó fijado el contenido central de la misma: Juan Pablo II vendrá como mensajero de la Verdad y la Esperanza. Todo cuanto él nos enseñe durante esos históricos días que estará con nosotros es preciso encuadrarlo dentro de esa afirmación; si no, quizás equivoquemos el motivo de la visita del Sumo Pontífice a Cuba, la cual es de carácter eminentemente religioso.

Juan Pablo II llegará a Cuba en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. La situación política, social y económica en los años finales del siglo XX, tal como lo hemos analizado en nuestro magisterio episcopal de los últimos años, incide en las características de la visita papal y en el quehacer futuro de la Iglesia Católica en Cuba. Justamente, para mirar con confianza hacia el futuro, los cubanos nos aprestamos a recibir al que viene como Mensajero de la Esperanza.

La esperanza cristiana no está reservada exclusivamente al más allá. Comienza a construirse aquí, en esta vida y en este mundo y encuentra su plenitud cuando se hagan realidad las dos últimas verdades que profesamos en el Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Estas dos verdades se hallan enraizadas en la causa que las produce: la segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos no nos encontramos desorientados, pues tenemos una esperanza cierta hacia donde dirigimos toda nuestra vida: "el encuentro animoso con Cristo, que viene, para ser colocados ese día a su derecha y merecer poseer el Reino eterno" (Primer Domingo de Adviento).

Sin embargo, por esperar "unos cielos nuevos y una tierra nueva" (Apoc. 21,1) los cristianos sabemos que la esperanza es necesario comenzar a construirla en este mundo. Por ello se hacen más apremiantes las palabras de Juan Pablo II cuando inició su pontificado: "Abran las puertas de par en par a Jesucristo". Para vivir la esperanza cristiana es necesario abrir las puertas de nuestros corazones a Jesucristo en nuestras familias y en todo los ambientes donde desarrollamos nuestra existencia. Abrir las puertas a Cristo no es un simple sentimiento subjetivo sin ningún compromiso con las realidades terrenas. El "abrir las puertas" significa conversión, es decir, transformación de la vida, y ésta debe ser personal y comunitaria. Cuando la conversión se vive exclusivamente de modo individual es incompleta; se halla mutilada. La esperanza cristiana y la apertura de todas las puertas a Cristo están indisolublemente unidas.

Tal realidad nos conduce al sujeto de la esperanza: el hombre. Este es el único ser de la creación capaz de esperar. Por el hecho de que la esperanza comienza a construirse en este mundo puede comprenderse fácilmente lo enunciado por Juan Pablo II en su primera encíclica "Redemptor hominis" (1979): "el camino de la Iglesia es el hombre". Así pues, el hombre se convierte en la preocupación constante de la misión de la Iglesia. Si la Iglesia no tuviese en cuenta esta verdad fundamental perdería la razón de su existencia, que es la de ser Sacramento Universal de Salvación para los hombres.

Junto a la verdad sobre Jesucristo y sobre ella misma, la Iglesia debe anunciar la verdad sobre el hombre, la cual no se reduce a un conjunto de nociones antropológicas y teológicas acerca del mismo, sino que, además, es una acción clara y sostenida por "la promoción de todos los hombres y de todo el hombre" (Populorum Progressio, 14). Por consiguiente, en el hombre, como misión de la Iglesia, se articula el doble mensaje de Juan Pablo II para Cuba: la verdad y la esperanza. El Papa viene a anunciar, al cubano de hoy, la verdad sobre Jesucristo y sobre el mismo hombre, a fin de que éste pueda tener esperanza.

La bimilenaria Iglesia de Jesucristo es "experta en humanidad". Ella, en cualquier lugar donde realiza su labor, por la misma índole de su misión, conoce el corazón del hombre. Nuestra Iglesia está a punto de concluir la misión preparatoria a la visita del Papa que se está llevando a cabo en las diez diócesis de Cuba. La Virgen de la Caridad ha convocado a sus hijos para escuchar las Palabras de Jesucristo. Estos acuden gustosamente al llamado de la Madre. Una vez más, como ha sucedido desde la visita a su prima Isabel, María Santísima, que es la primera cristiana, se ha convertido en la primera misionera de la Iglesia.

De mil maneras y por innumerables personas, la misión de la Iglesia ha sido acogida en nuestro pueblo, que profesa en su mayoría, y de diversos modos, su fe en Dios y su devoción a la Virgen de la Caridad. Múltiples obras e iniciativas en las distintas diócesis, parroquias y barrios nos han hablado en estos días del aprecio que el pueblo cubano siente por la persona del Papa. Asimismo, hemos comprobado cómo la Iglesia tiene una credibilidad y capacidad de convocatoria que la mantiene en el corazón del pueblo, del cual forma parte entrañable. Esto le permite servir mejor y a mayor número de hijos, lo cual reclama la necesidad de nuevos espacios y nuevos medios para realizar su misión.

Varias lecciones debemos sacar de la reciente misión. La primera de ellas es que la Iglesia en Cuba está llamada a animar la esperanza del pueblo ante el futuro. El desaliento que muestran muchas personas se convierte en una profunda llamada a la evangelización. El hombre que se esfuerza en vivir el Evangelio encuentra motivos, desde su fe en Jesucristo, para enfrentar la vida con esperanza. Pero la esperanza no es un mensaje ilusorio que adormece al hombre sin ofrecerle razones palpables para alcanzarla. La esperanza debe contar con elementos objetivos que encuentran su mejor expresión en la promoción humana. La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano coloca como primer elemento de la promoción humana el desarrollo y la salvaguarda de los derechos del hombre (Sto.Domingo n. 164-168). Si no se trabaja en esta perspectiva no se puede hablar al hombre correctamente de esperanza. Como muy bien indicó el II ENEC (1996), el fin de la evangelización es la promoción integral de la persona humana.

En efecto, el hombre es una unidad de cuerpo y alma. A través de su cuerpo se relaciona con el mundo que lo rodea, y de modo especial con los demás hombres. Esto evidencia la dimensión social del ser humano (G.S. 34.39). Todo el hombre, alma y cuerpo, en su dimensión social está llamado a la promoción humana. De ahí que sea erróneo pensar en una evangelización solamente espiritual, pues no abarcaría la realidad completa del ser humano.

Por consiguiente, la evangelización incluye la promoción humana y la construcción de las realidades de este mundo. La Iglesia está llamada a preocuparse por ese orden en nuestra patria. Es parte de su misión. La vida personal, familiar, matrimonial, laboral, científica, técnica, económica, artística, deportiva y política constituyen el orden temporal. Estas realidades no se rigen por leyes ciegas y exclusivamente autónomas que se desarrollan al margen de la ética. Como realidades humanas que son, tienen por sujeto y objeto al hombre y, por ende, necesitan de la orientación ética. Si se prescinde de ésta, el hombre puede resultar disminuido, manipulado e, incluso, deshumanizado. La ética proporciona a las diferentes realidades temporales la jerarquía de valores en la cual el hombre es siempre fin y nunca medio (cf. Mc. 2,27).

En nuestro país se habla con frecuencia de recuperar los valores éticos del cubano, de ir a nuestras raíces. Nos alegra que esta constatación esté en las mentes de muchos, sin embargo, no basta con decirlo, urge la ejecución de vías reales para lograrlo. La Iglesia, desde la ética cristiana, está dispuesta a contribuir en esta obra promocional del cubano, porque sabe que cuando evangeliza trabaja por la defensa de toda vida humana, la libertad, la igualdad, la justicia social y demás derechos humanos. De este modo promueve los valores éticos que facilitan el mejoramiento del hombre. El Siervo de Dios Padre Félix Varela nos recordará que "no hay patria sin virtud" .

Sin embargo, la evangelización no se reduce a la promoción humana y al desarrollo del orden temporal, ya que la vocación del hombre es también sobrenatural. Somos diferentes al resto de las criaturas porque nos relacionamos con Dios. En la tierra, el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma (C.A.11). La vocación sobrenatural del hombre no es un añadido a su ser, y en esta esfera desempeña la Iglesia la misión que le es más propia. Para cumplir esta misión en Cuba es necesario que la Iglesia cuente con los medios y espacios indispensables que le permitan predicar abiertamente a Jesucristo. Esta es una dimensión esencial de la libertad religiosa.

No debe confundirse libertad de culto con libertad religiosa. Esta implica el reconocimiento de la acción de la Iglesia en la sociedad y no limitada al libre ejercicio del culto. Junto a la actividad cultual, la Iglesia en Cuba tiene una misión profética y caritativa. Al respecto el Documento Final del ENEC nos dice: "La fe cristiana, que no es una ideología en sí misma, puede vivirse en cualquier sistema político o proceso histórico sin identificarse necesaria y totalmente con ninguno de ellos. La Iglesia no puede renunciar a dar su colaboración para mejorar los diferentes proyectos sociales que vayan encaminados al bien común, como tampoco a ejercer su misión crítico-profética frente a las realidades históricas concretas" (n. 419).

En los actuales momentos que vive la nación, la Iglesia percibe de manera especial su vocación a la fraternidad, a fin de promover la reconciliación entre todos los hijos de la nación cubana. Para eso siempre convocará, sin distinción alguna, a todos los cubanos.

Queridos hermanos, hemos compartido con ustedes algunas de nuestras reflexiones ante la cercanía de la visita del Papa Juan Pablo II. Sabemos que todos se preguntan por los frutos de esta visita. Estamos convencidos de que la visita del Santo Padre será como el paso de Jesucristo por la historia de nuestra Iglesia y de nuestra Patria. Este será el primero y más fundamental de todos los frutos. Pero estos podrán cosecharse con plenitud en la medida que la Iglesia pueda cada vez más:

1. Predicar abiertamente a Jesucristo.

2. Animar la esperanza del pueblo ante el futuro.

3. Ayudar a la recuperación de los valores éticos personales, familiares y sociales.

4. Ver reconocido su papel positivo en la sociedad con su triple misión cultual, profética y de servicio promocional.

5. promover la reconciliación entre todos los cubanos.

Estos elementos podrán ser captados por el pueblo cubano como semillas de esperanza en el futuro, al tiempo que los descubra como realidades palpables en la misión de la Iglesia Católica en Cuba. Esto se alcanzará en la medida que la Iglesia pueda contar con un espacio de mayor libertad para su misión, y de esta forma aportar su contribución al progreso y beneficio del pueblo cubano, que es uno de sus mayores deseos.

La Navidad nos trae este año el regalo de la visita del Papa. Nuestro pueblo ha puesto en esa visita muchas de sus esperanzas. ¡Qué Dios, por los ruegos de la Virgen de la Caridad del Cobre, a quien Juan Pablo II coronará como Reina y Madre de Cuba, nos lo conceda! Pidamos para que la visita del Santo Padre sea el inicio de lo que es una de las mayores esperanzas: que todos los cubanos podamos darnos fraternalmente la paz.

LOS OBISPOS CATÓLICOS DE CUBA

La Habana, 1ro de noviembre de 1997.

Solemnidad de Todos los Santos.