La Iglesia es misionera: cuando aparece ante el mundo como verdadero Cuerpo de
Cristo y como Sacramento de Salvación. Es propio del cuerpo hacer presente y visible a la
persona. Por tanto la Iglesia tiene que organizarse y vivir de tal manera que la gente al
ver a la Iglesia, vea a Cristo. Es propio del Sacramento ser signo visible de la realidad
invisible. Por consiguiente la Iglesia ha de funcionar de tal manera que a la gente se le
meta por los ojos el proyecto de Jesús, la vida nueva que ha aportado Jesús al mundo.
La Iglesia tiene que convencer por su coherencia evangélica, expresada en el
amor-servicio; por estar centrada en el Reino de Dios, no tanto en la institución.
Una Iglesia es misionera: cuando todos sus miembros están al servicio del Reino.
La Iglesia no es para sí misma, sino para hacer presente el Reino.
El Reino se hace presente, en primer lugar, por el testimonio, por la vivencia de
los valores evangélicos. Creemos en el Señor resucitado, en su mensaje, en su
salvación, en la medida que lo experimentamos en nuestra vida. De la fe experimentada
nace la palabra, nace el anuncio verdadero. Esto es lo que a Jesús le daba autoridad
moral en su misión; esto es lo que hacía que creyeran en él; esto es lo que produce la
conversión en los sencillos y limpios del corazón.
Una Iglesia que pone el énfasis en la multiplicación de los discursos, en las
normas, en la doctrina, en la proliferación de reuniones, se parece más a una
institución civil que al reino de Dios.
La Iglesia es misionera: cuando ama y defiende la dignidad de las personas;
cuando devuelve al pobre su rostro perdido; cuando sabe abrir espacios para el diálogo,
la participación, la confrontación. Cuando los laicos se sientan protagonistas activos y
no personas pasivas a la espera de que le digan cómo lo tiene que hacer..., cómo lo
tiene que pensar...
La Iglesia es misionera: cuando se preocupa más en buscar la oveja extraviada,
que en atender esmeradamente a las 99 que no se han perdido... Justamente lo contrario de
lo que generalmente pasa... la Iglesia dedica más tiempo, más energías en cuidar el
pequeño redil, que en buscar a los alejados. Es común en la Iglesia ver a los Obispos,
los Sacerdotes, las Monjas y los cristianos "comprometidos" rodeados siempre de
personas "buenas", honestas y piadosas... ¡Qué dificultades encuentran para su
prestigio personal, su credibilidad, aquellos y aquellas que queriendo ser fieles a las
actitudes de Jesús, buscan cómo relacionarse con los aparentemente no tan
"buenos"!
La Iglesia es misionera: cuando trabaja por la liberación integral de la
persona; cuando pone al servicio de esta liberación-salvación lo mejor de ella: la fe,
el amor, la justicia y la verdad.
La Iglesia es misionera: cuando ella y sus miembros han tomado conciencia de que
la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera del ámbito de la Iglesia,
en la humanidad entera, en cada hombre y mujer, en cada grupo humano que vive los valores
evangélicos, que sepa escudriñar la acción del Espíritu y abrirse a ella. (Jn. 3,8)
"La Iglesia es sacramento de salvación para toda la humanidad y su acción no se
limita a los que acepten su mensaje" (R.M.20). El don de la fe recibido no es sólo
para ella, le exige también dar respuesta al mandato de Jesús: "Vayan por todo el
mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación" (Mc. 16,15).
"La necesidad de que todos los cristianos compartan la tarea misionera, no
es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino un deber-derecho basado en la dignidad
bautismal" (R.M.).
Esta necesidad se vuelve urgente en nuestra sociedad cubana. La Iglesia y el
cristiano cubano tienen que ver en su pueblo el primer y prioritario lugar de misión.
Tienen que verlo como el lugar histórico donde se realiza el proyecto del Reino. Es un
lugar histórico marcado por el pecado y por la gracia. Nuestro pueblo es parte del mundo
donde crece junto el trigo y la cizaña. La misión de la Iglesia es saber distinguir
entre los dos.
La Iglesia es aquella parte del mundo que acoge, anuncia, proclama y quiere vivir
el proyecto del Reino.
En cuanto está presente en el mundo, está marcada también por el pecado del
mundo y necesita de las mediaciones históricas. En cuanto mediadora tiene una doble
fidelidad: fidelidad al Reino, fidelidad al mundo. (R.M.)
Por eso, la Iglesia misionera, el cristiano misionero, necesitan continuo
discernimiento sobre sus formas de vida, sus actitudes, su pobreza, su solidaridad, su
pedagogía pastoral.
El pueblo no sólo necesita servicios pastorales y sociales, necesita luz, la LUZ
liberadora y salvadora de Cristo que le revele su dignidad humana-cristiana, el sentido de
su vida y de sus aspiraciones. Hay que ser lámpara que ilumina y no "chismosa"
que ensucia y casi no da luz.
Se me ocurre una analogía: La Iglesia en el mundo es como los sentidos en el
cuerpo: tiene que tener "ojos" limpios y llenos de fe para mirar y ver
la realidad y el paso de Dios por ella; oídos atentos para escuchar la voz
de Dios y el grito de los hermanos que piden libertad, amor y justicia; es la que olfatea
con sensibilidad el buen o mal olor de las situaciones políticas, de las
ambigüedades políticas, y religiosas; es la que sabe saborear y gustar el
mensaje de la palabra de Dios y las cosas buenas, los pequeños logros que se van dando;
es, finalmente, la que toca y palpa de cerca la realidad la realidad de las
personas, las familias, las comunidades, la realidad de ella misma y de la sociedad.
Sólo después de ver, oír, gustar, oler y palpar, puede hablar con
verdad, puede orientar y animar, puede denunciar proféticamente el mal; pero sobre todo
puede anunciar la Buena Nueva de la liberación-salvación que Dios en la persona de
Jesucristo nacido en un pesebre y muerto en una cruz nos alcanzó.
Hermanos: la misión que se nos ha encomendado, es una misión humana-divina,
dada en gratuidad: "Ustedes no me escogieron a mí. Soy yo quien les escogí, y les
he puesto para que den fruto y ese fruto permanezca"(Jn. 15,16).
Tengamos como sostén y base en nuestra acción misionera que:
El primer misionero fue Dios Padre, enviando a su Hijo; así Dios entra en la
historia humana.
El protagonista de toda acción misionera es el Espíritu Santo "La
presencia activa del Espíritu no afecta únicamente a los individuos, sino también a la
sociedad, a la historia y a los pueblos..."(R.M.28)
-. Jesucristo es el gran realizador de la misión del Padre. Al encarnarse en
nuestra naturaleza, fue el gran testigo y anunciador del PADRE y del Reino. Cristo con sus
actitudes reveló y proclamó la bondad y la misericordia de Dios, el verdadero sentido de
la vida, la salvación.
-. María con su SÍ al Señor, se convierte en la gran misionera de la voluntad
salvífica de Dios. "En la historia de la salvación se abre un amplio espacio,
dentro del cual la Virgen María sigue precediendo al Pueblo de Dios" (R.M.6).
-. También tenemos que apoyarnos en el testimonio de los Doce elegidos por
Jesús. Primeros agentes de la Misión Universal donde posteriormente destacará el
apóstol Pablo, el incansable misionero. En la figura de Pablo podemos reafirmar una vez
más que la tarea misionera es una cuestión de fe y de amor. Pablo más que recibir una
orden en Damasco, vive una experiencia. La fe y la comunión con Cristo la recibe en
Damasco, allí fue su experiencia fundante (Flp 3,8). De esta experiencia Pablo se vuelve
la propiedad de Cristo, vive de Él y para Él. Pablo percibe que el cristiano es el
hombre nuevo. Él entendió que el que estaba en la Cruz es el Salvador. Y esto lo anuncia
a tiempo y a destiempo, a judíos y a gentiles (Gál. 1,15-16)!
Ni Pablo ni ningún cristiano puede hablar de su identificación con Cristo y
olvidarse de su misión, de su tarea apostólica.