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septiembre-octubre. año IV. No. 21. 1997 |
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EDUCACIÓN CÍVICA
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LIBERTAD Y RESPONSAILIDAD: Sentido, Fspacio y Fraternidad por Dagoberto Valdés Hernández |
La vida en la mentira: falta de sentido y de un proyecto para la vida
La duda de que es posible, necesario y honorable luchar por mayores grados de libertad y de responsabilidad del pueblo cubano es otra de las situaciones que se nos presentan y nos paralizan. Esta duda no es superficial o coyuntural, nace de la vaciedad de la existencia, de la falta de sentido ético, de dejarnos arrastrar por el ambiente donde vivimos, que nos coloca, como actores, en el escenario de una vida en la mentira. No se trata de las mentiras circunstanciales que se dicen o se hacen para salir de una situación, se trata de vivir la vida en falso. Se trata de representar lo que no somos, decir lo que no creemos, actuar diferente a como pensamos y defender aquello que no queremos. El Papa Juan Pablo II nos explica las consecuencias que derivan de esta situación: «Cuando esta tremenda progresión del engaño se extiende hasta convertirse en expresión de vida colectiva, se comete un pecado social que, apoderándose de los organismos y las estructuras, desencadena terribles fuerzas opresivas y ocultas. De este modo, surgen formas de discriminación organizada que mortifican y doblegan las conciencias, quitando la serenidad a todos y humillando la esperanza.» (Homilía Trápani, Italia.1993 cfr. Diccionario social y moral de Juan Pablo II Pág.519). Vivir en la mentira es vivir en un «mundo de apariencia, un mero ritual, un lenguaje cristalizado, falto de contacto semántico con la realidad y transformado en un sistema de signos rituales que sustituyen a la realidad por una pseudorrealidad.» (Václav Havel. «El poder de los sin poder» Pág.29) Este sistema de vida en la doble moral, en que las personas aceptan vivir en la mentira, no es sólo un ordenamiento que algunos impondrían a otros, sino «algo que penetra en toda la sociedad y que toda la sociedad contribuye a crear... El hecho de que el hombre se haya creado y, día a día, continúe creándose un sistema que tiene su fin en sí mismo, mediante el cual se priva él mismo de su propia identidad, no es una extravagancia incomprensible de la historia, una aberración irracional o el resultado de alguna voluntad diabólica superior... Esto sólo ha podido y puede suceder porque evidentemente se dan en el hombre moderno algunas inclinaciones a crear o por lo menos a soportar un sistema de este tipo; hay evidentemente en él algo a lo que este sistema se agarra, que este sistema refleja y en lo que encuentra una correspondencia; algo que paraliza en él todo intento de rebeldía por parte de su mejor yo. El hombre se ve obligado a vivir en la mentira, pero puede verse obligado a ello porque es capaz de vivir de este modo. Por tanto no sólo el sistema aliena al hombre, sino que a la vez el hombre alienado apoya a este sistema como su proyecto automático... hay en cada uno una pizca de complacencia en confundirse con la masa anónima, en dormirse cómodamente en el lecho de la vida inauténtica.» (ibidem pág.38) Esas tendencias han sido estudiadas por la doctrina social de la Iglesia y están claramente determinadas por la inclinación del hombre al pecado, a la mentira, a la vida egoísta sin entrega a los demás. Esa es una de las causas de la vida en la mentira y es -a mi modo de ver- la causa profunda de lo perdurable de un sistema de vida que se perpetúa precisamente en lo más concupiscente del hombre, que San Pablo llamaría los deseos de «la carne» en el sentido amplio de este enfoque, es decir, una vida dominada por motivaciones materialistas que no dejan al «hombre espiritual» liberarse de las ataduras de lo rastrero. Al analizar esta realidad, quizá la más profunda razón de nuestra falta de libertad, de libertades y de responsabilidad, admiramos la coherencia de las enseñanzas de la Iglesia en este campo a lo largo de los años: «En este contexto hay que recordar en particular la Encíclica Libertas Praestantissimum en la que se ponía de relieve la relación intrínseca de la libertad humana con la verdad, de manera que una libertad que rechazara vincularse con la verdad caería en el arbitrio y acabaría por someterse a las pasiones más viles y destruirse a sí misma. En efecto, de dónde derivan todos los males frente a los cuales quiere reaccionar la Rerum novarum, sino de una libertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad sobre el hombre?» (C.A.4) La falta de búsqueda de la verdad sobre el hombre, la falta de fidelidad a la causa de la persona humana en toda su dimensión y no sólo en sus aspectos económicos y sociales, a costa de la despersonalización del hombre cubano, son algunas de las características de una escala de valores impuesta a toda la sociedad que por historia, cultura, y religión tenía otro perfil humanístico. Esta ruptura violenta con las concepciones humanística de la cultura cubana, junto con la importación de un modelo de «hombre nuevo» foráneo no sólo en lo geográfico sino en lo ético, hizo que la libertad conquistada y defendida «se destruyera a sí misma» y se estableciera un desorden moral muy difícil de enmendar sin querer superar esas mismas premisas, motivaciones del modelo de humanismo. La encíclica Evangelium Vitae dice: «Separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre la sólida base racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del poder público causante de la muerte.» (E.V.96)
Faltan espacios de pluralismo y participación
Otra de las causas de la falta de libertad y responsabilidad en Cuba es que son pocos aún los espacios donde en un clima de sano pluralismo y respeto a la diversidad de opinión política, creencia religiosa y concepciones de la vida, pueda ejercerse una auténtica participación en la libertad que da cabida a la iniciativa personal, a la creación independiente del Estado, al entrenamiento que todo ciudadano necesita para acceder a mayores grados de libertad y responsabilidad. La masificación ha dejado sólo y anónimo al ciudadano de hoy. En efecto, «el hombre experimenta una nueva soledad, no ya de cara a la naturaleza hostil que le ha costado siglos dominar, sino en medio de una muchedumbre anónima que le rodea y dentro de la cual se siente extraño.» (O.A.10) Los espacios de participación están cada vez más controlados y manipulados por el partido único. Cada día los ciudadanos de espíritu libre y creatividad crecientes -sobre todo artistas, intelectuales, trabajadores por cuenta propia, animadores de comunidades locales, miembros de instituciones culturales y sociales, trabajadores de las Iglesias que intentan cooperar en estos espacios-, se abren a la participación cívica y cultural, de promoción humana y formación de virtudes y valores humanos, pero cada vez con mayor frecuencia se encuentran con que luego de recibir una calurosa acogida por los responsables directos de estas instituciones y espacios y de encontrar en los participantes un disfrute inefable de estas experiencias de comunión social y participación compartida, pasados unos días de aceptación y alegría, los mismos funcionarios locales que habían promovido, invitado o aceptado esta experiencia de participación sin segregaciones, plantean a aquellos creadores, animadores eclesiales o trabajadores por cuenta propia que han recibido la orientación del Partido de que no pueden permitir ese tipo de participación. Estas experiencias nos hacen comprender que, de parte de los ciudadanos sencillos y de los responsables locales, hay cada vez menos miedo a compartir estos espacios de libertad y participación y que cada vez es más patente y explícita la intervención directa del Partido y otros organismos de control que no sólo dejan desconcertados a los responsables de base sino que crea una incoherencia radical entre lo que se dice y lo que se hace, entre la normalización que se declara y el trabajo de recio control y participación frenada y segregada que deja como nuevos excluidos no sólo a los miembros de la iglesia sino a los propios creadores y animadores culturales que desean pasar de la anemia espiritual y la monotonía existencial a la participación libre, consciente y pluralista. No es posible pedir creatividad y responsabilidad a los animadores sociales y culturales de la base sin dejarles el espacio necesario de libertad. Porque continuamente se dan pasos hacia delante en este camino que son frenados en un regreso imposible en su totalidad, pues cuando un grupo humano ha conocido los espacios de la fraternidad y la libertad, sólo regresa externamente por miedo a la coacción o a la soledad o por cansancio, pero jamás acepta en su interior que la cerrazón sea mejor que el espacio de luz que ha experimentado. El camino hacia mayores niveles de libertad y responsabilidad pasa por la apertura de espacios de convivencia y creación cada vez más desinhibidos y cada vez menos discriminativos. Pero el desaliento y la desconfianza se siembran cuando se segrega a unos y se frena a otros con el agravante de que los que reciben la orientación no pueden decir explícitamente cual es la causa del «frenazo». Esto fomenta la doble moral y el síndrome del misterio, aquellos que la Iglesia cubana ya denunciaba en el año 1986 como «la simulación, la suspicacia y la desconfianza en las relaciones humanas» (ENEC, 748), y que estoy seguro nadie desea en Cuba, sabiendo las funestas consecuencias de estas deformaciones sociales. El país, la nación, necesitan de estos espacios para no sucumbir en la parálisis; y un lesionado no ha aprendido a caminar mientras se le esté agarrando fuertemente de los dos brazos y mucho menos reteniéndolo cuando ha alcanzado el valor y la seguridad de dar los primeros pasos solo. Con estos «cuidados» sin dudas cada persona e institución están siempre controlados y «atendidos» pero el Estado tendrá que cargar toda la vida con el peso de ciudadanos paralíticos y el fardo de organismos sociales embarrancados en una inutilidad dependiente. Puedo comprender que es función del Estado cuidar del orden social al mismo tiempo que fomentar la participación creadora. Lo que no alcanzo todavía a entender cómo el mismo Estado puede estar convencido que sin la participación de los ciudadanos no es posible levantar el desarrollo del país y al mismo tiempo esté frenando esta participación y cerrando estos espacios en nombre del orden y el control pero a costa de la propia credibilidad y del desarrollo futuro de la nación. Lo principal para crecer en disciplina social no es la vigilancia de todos sobre todos, sino la educación para la libertad y la apertura a espacios de participación, sin los cuales los buenos ciudadanos se ven impelidos a vivir en el desorden de la falta de responsabilidad y en la necesidad de escapar de la excesiva vigilancia. Esto lo sabemos muy bien los padres de familia. Nuestros hijos no serán más disciplinados por el aumento de vigilancia y autoritarismo sino por la educación y la progresiva libertad que le facilitemos. Si el asunto está en no perder el orden y la disciplina social, también los cristianos sabemos que es necesaria la autoridad y rechazamos el caos y la anarquía como extremos de una libertad sin los límites de la solidaridad y el bien común. Pero si se llega al extremo de frenar toda apertura a los espacios pluralistas, la disciplina social sin participación consciente de los ciudadanos y sin espacios de participación libre, se convierte en fuente de intolerancia, que amarga la vida cotidiana y fomenta la tentación de la huida: unas veces al exterior del país, cuando se puede; otras veces la huida es al mundo subterráneo de la ilegalidad forzosa, la especulación y la gestión informal que no siempre son expresión de criminalidad sino escape del excesivo legalismo y el acceso obligado al único espacio que ha dejado el orden establecido. Con estos métodos autoritarios sólo se logra desclasar y excluir a los que con buena voluntad no aceptan quedarse encerrados en la armadura contra el desorden; la tercera huida es «hacia dentro» de sí mismo, el regreso hacia un individualismo cansado o de una neutralidad exterior y aparente. Es el exilio interno del que hablara el II ENEC y que es común a creyentes y no creyentes que, hastiados de la vida social se refugian en un intimismo, cerrado en una «torre de marfil», o en un espiritualismo pietista, que desgraciadamente adormece cada vez más a los creyentes haciéndole honor a la apreciación del marxismo-leninismo sobre el carácter alienante de la religión, que deja de ser «corazón de un mundo sin corazón» como dijo Marx, para convertirse en «opio» del pueblo. En «Praxis cristiana» de Rincón Orduña y colaboradores se dice claramente: «la crítica marxista contra la religión ha tenido muchas veces una base objetiva. Al cristiano se le ha achacado una especie de retirada hacia la intimidad, una búsqueda de consuelo y esperanza ante la tragedia de tantas situaciones injustas, que dificultó la lucha y el esfuerzo por cambiarlas. Y es que en la medida que el hombre se afirma inocente, no es posible el compromiso con una realidad que se considera por completo ajena e independiente al propio quehacer. La neutralidad no existe mientras vivamos en un mundo como este.» (Ob.cit.pág.431) Esta es también una reflexión para los cristianos cubanos de hoy, quizá entrampados en las facilidades para el culto, más tolerado, por ser alienante si va separado del profetismo y la caridad. Sobre todo si va separado de la política, «aquella forma eminente de la caridad» de la que han hablado muchos Pontífices. Para darnos cuenta de la mutilación que sufre la libertad cuando no hay espacios para la promoción humana y el servicio caritativo y cuando no hay auténticos espacio de anuncio y denuncia proféticos en el necesario clima de diálogo, seria bueno recordar aquella frase de Péguy que expresa: cuando en estas circunstancias la gente se cree con las manos limpias, es por una razón todavía más dolorosa: es que se ha quedado sencillamente sin manos. Sin manos se quedan los cubanos cuando no encuentran espacios para la libertad y la responsabilidad en un estilo de participación no frenada y pluralista. Sin manos para servir se queda la Iglesia en Cuba cuando se intenta frenar su presencia y misión en todos los niveles de la sociedad y se aspira a que cumpla la tarea de «madre autoritaria y moralizadora» que apoyaría al paternalismo de Estado y que debería mantener bajo «especial atención» a sus hijos y ayudar a encauzar a los descarriados de la sociedad con este estilo y métodos ya hace tiempo superados. Sin manos para servir se quedan, en particular, los laicos cuando no se les reconoce como interlocutores adultos, sino que se les intenta colocar en la dinámica de un paternalismo eclesial. Cuando no podemos participar en un diálogo cívico que auspicie un cambio gradual y esencial de la sociedad cubana. Así lo expresaba Mons. Tauran, Secretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, en su visita a la Diócesis de Pinar del Río: «Ser católico no es solamente ir a misa, que es muy importante, también lo es encarnar los ideales cristianos en la universidad, lugares de trabajo, en la escuela y en todos los lugares donde se lleva hoy la vida de la gente... Los cristianos tienen el deber de participar en el diálogo público.» (Homilías. Revista Vitral vol.16, págs.86 y 93)
El regreso al individualismo y a la cultura del «tener».
Después de largas décadas de esfuerzos por socializar y «hacer conciencia»; de intentar que la «era» pariera un hombre nuevo sin dimensión trascendente: la «nueva era» -el new age- nos trata de imponer el fin de la historia y un mundo «liberado» no sólo de las ideologías sino de la ética y la razón. Así son los bandazos provocados por los extremos y las utopías totalizadoras, la señora razón se colocó en la cumbre de los humanismos y empujó sin recato a los sentimientos y a la fe. Doscientos años después, el péndulo regresa desaforadamente al intimismo sentimentalista, a los fundamentalismos fideístas y al individualismo sin compromisos con una ética social. Cuba no está fuera de este movimiento pendular que cada vez nos empuja al otro extremo, aquí agravado por la falta de información, de libertad de expresión y cultura de la diversidad. En el II ENEC se nos propone desarrollar uno de los proyectos que conduciría a la Iglesia en Cuba hacia el Tercer Milenio del cristianismo que es «Ante una sociedad materialista que camina hacia el individualismo y que tiende a imponer los principios de la economía sobre la ética: un proyecto de humanidad solidaria que reconcilie a las personas entre sí en el seno de nuestro pueblo.» (Memoria.pág.34) El Papa Juan Pablo II afirma en este sentido: «queda demostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica... el sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural.» (C.A.36). Ante la adveniente cultura del «tener más» que pudiera mutilar la libertad y la responsabilidad de «ser más», ya dañada por el fracaso antropológico del socialismo, la Iglesia no cede a la tentación de la queja y el desaliento sino que anima la esperanza de los cubanos uniendo su voz y su labor a la de Pablo VI cuando exhorta: «construir la ciudad, lugar de existencia de los hombres y de sus extensas comunidades, crear nuevos modos de proximidad y de relaciones, percibir una aplicación original de la justicia social, tomar a cargo este futuro colectivo que se anuncia difícil, es tarea en la cual deben participar los cristianos. A estos hombres amontonados en una promiscuidad urbana que se hace intolerable, hay que darles un mensaje de esperanza por medio de la fraternidad vivida y de la justicia concreta. Los cristianos, conscientes de esta responsabilidad nueva, no deben perder el ánimo en la inmensidad amorfa de la ciudad.» (O.A.12)
Falta una educación para la libertad y la responsabilidad.
La sociedad civil se convierte en masa amorfa y se deja arrebatar los espacios de participación al ceder bajo los controles e intimidaciones de la autoridad porque precisamente desconoce estos derechos, ignora los auténticos vínculos entre ella y el estado y no sabe distinguir entre las funciones de un partido político, un sindicato y el gobierno. Otra de las causas de que la libertad y responsabilidad en Cuba no sean mayores es la falta de una debida educación para la libertad.
(Tomado de la ponencia "Libertad y Responsabilidad en Cuba" presentada en la III Semana Social Católica, Santiago de Cuba.22-25 de Mayo de 1997)
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