![]() |
septiembre-octubre. año IV. No. 21. 1997 |
![]() |
LECTURAS |
MEMORIA DE CLEVA SOLÍS por Virgilio López Lemus |
Estuvo entre nosotros, en la vida, un ser excepcional. ¿Nos dimos cuenta? ¿Supimos percatarnos y reconocer su alto valor humano y la espléndida dimensión de su obra literaria, cuánto nos enriquecía su presencia, cuánto nos iluminaba? ¿Quién fue esta mujer, poetisa y pintora, con la rara capacidad de las amistades múltiples, entrañables? Cleva Solís era la hermana-amiga predilecta de Samuel Feijóo, a quien cuidó en los años duros hasta su muerte; cara en la amistad de José Lezama Lima; muy querida y altamente apreciada por Dulce María Loynaz, quien la nombró Comisaria de sus exposiciones en Madrid, en la ocasión de recibir la Loynaz el premio Cervantes; de la mayor intimidad de los esposos Cintio Vitier-Fina García-Marruz, los cuales la trataban como hermana; muy estimada por Eliseo Diego, Eugenio Florit, Octavio Smith, Sidroc Ramos, Roberto Friol, López-Nussa... Brillante por ella misma. Cleva era mujer de una sencillez de trato admirable, de poesía honda y reflexiva ante la belleza, con una obra pictórica en la que se conjugan la sabiduría y la ingenuidad. Había nacido en Cienfuegos un 14 de agosto de 1918 (aunque ella siempre ofreció como año de nacimiento a 1926). A lo largo de su vida le entregó a la cultura cubana cuatro poemarios esenciales: Vigilias (1956), Las mágicas distancias y A nadie espera el tiempo (ambos de 1961), titulados con versos de Feijóo, y Los sabios días (1985). En este último aparecen al menos dos de sus mejores textos antológicos: "El jazz" y una suite sobre los parques habaneros, que pueden ser considerados también entre lo más imperecedero que el Grupo de Orígenes entrega a la poesía cubana... No ha sido bien apreciada, sin embargo, su obra poética, tal vez porque Cleva se desplazaba entre figuras mayúsculas, entre las que podría ella parecer, si no minúscula, al menos reducida. En el contexto general de la poesía cubana, podrá apreciarse que existen pocas poetisas que alcancen en verdad la calidad, hondura y despliegue lírico de esta mujer reconcentrada, más bien tímida, que vivió en función de las obras de sus amigos y de los poetas en sentido general, sin darle ella misma relieve a la suya, sin buscar promoción o patrocinios del Poder Cultural, sin llamar la atención demasiado no ya sobre ella sino sobre esa obra que ahora nos deja en franca virginidad para el estudio crítico. Debe ser considerada como la oncena integrante del Grupo de Orígenes, o, como dicen los Vitier: la otra poetisa de Orígenes(*), a pesar de la gran presencia de Feijóo sobre su poesía y sobre su obra pictórica, presencia creativa, porque Cleva no es ni un epígono feijoseano, ni un remedo femenino de su maestro. Por otra parte, en cuanto a lo femenino, léase con cuidado, porque su poesía no lo es al modo "tradicional", delicada, tenue, hogareña, erótica o ligada a otros temas tenidos por "propios" de su sexo; más bien se advierte reciedumbre conceptual, hondura sin abandonar la delicadeza lírica, percepción metafísica, a veces incluso parapsicológica y seguramente de trasfondo cristiano; Cleva Solís era una origenista por razones de contenido y de estilos poéticos, porque sus temas resaltaban la implicitez de lo cubano de la misma manera en que ello era peculiar en la mayoría de los miembros del famoso Grupo, y también porque su escritura, armada de cierto grado de barroquismo, danzaba entre los influjos de Lezama y de Feijóo, y a veces de Fina García Marruz, en cuestiones de léxico y de estructuras de las frases. Por supuesto, esta evocación no es el espacio para indagar críticamente en esa obra poética (a la que no dejaría de señalársele lunares estilísticos: a veces, feos usos de las preposiciones, o errores de corte gramatical que desvían la atención siquiera sea un poco de la belleza expresiva que logra la poetisa...). En cuanto a la pintura, no quedarán dudas de que se integra a lo que Feijóo llamó "Grupo Signos" o "Grupo de Las Villas", nucleado por él mismo, en el que sobresalen pintores de la talla de Aida Ida Morales, Benjamín Duarte, Pedro Oses, Adalberto Suárez, Chago Armada, Walpole, Alberto Anido, entre otros varios, como la propia hija del poeta Adamelia Feijóo. Cleva Solís tenía entre sus orgullos haber expuesto con todos esos magníficos pintores y dibujantes en la gran exposición colectiva que se organizó en Lausana, Suiza, en 1983, inédita en Cuba. Su última exposición personal fue la de Espacio Aglutinador, La Habana, 1995. El Gran Teatro de La Habana la había invitado para exponer su obra en este año en la galería Imago; ojalá que, ya póstumamente, ello sea posible. La obra de Cleva comenzó siendo bastante ingenua, naïf, demasiado próxima a la enseñanza de Feijóo, y luego creció gracias al dominio del dibujo, a su barroquismo dominado que, gradualmente, se inclinó a cierta sencillez y elegancia; nunca fue una maestra del color, lograba tonos tal vez oscuros o de poca armonía, mientras que su dibujo era mucho más espléndido y expresivo, capaz de ligarse muy bien con el real colorido de su poesía. Como ocurre con otros poetas-pintores, en la obra de Cleva Solís se aprecia correspondencia entre los dos oficios, siendo la pintura lírica y la poesía plena de colorido. El paisaje o los detalles cubanos tienen en verso o pincel galas de belleza, recreación verdaderamente artística. En sus más de treinta años de trabajo en la Biblioteca Nacional José Martí, la poetisa y pintora rindió otros provechosos servicios a la cultura cubana, como investigadora, bibliógrafa y sagaz asesora. Esa labor forma parte del diapasón creativo de esta inquieta mujer, a la que Fina García-Marruz llamó una vez elfo, ser mágico al servicio del bien y de la belleza. Si Feijóo decía que él tuvo en vida sólo cinco lectores reales no sé si aún tiene muchos más-, es posible que Cleva haya pasado por el mundo con menos todavía; el rigor vital, el día-a-día puede que nos ciegue ante la presencia de seres extraordinarios que transcurren ante nuestros ojos con la sencillez de la cotidianeidad; Cleva fue uno de ellos. El tiempo la rescatará, como rescató de su silencio a Luisa Pérez de Zambrana, muerta en 1922, cuando ya casi nadie se acordaba de ella o la tenían como figura solo de su siglo; luego nos dimos cuenta que no era mujer del XIX, sino de toda la tradición de la cultura cubana. Esto ocurrirá con Cleva Solís, estoy seguro. No puede ser que su valía se disuelva; su contribución a la nobleza de la vida reclama la nobleza del recuerdo. El mío, mi recuerdo, precisa también ser un poco anecdótico. Cuando la conocí, muy al principio de la década de 1980 si no ese mismo año, llevaba ya casi veinte sin publicar libro alguno, escribiendo en silencio, no mucho, porque no era prolífica y tampoco obligaba a la escritura con disciplina férrea; fui a su casa con Samuel Feijóo, más bien a visitar a Feijóo, quien me citó al apartamento de "la calle de los poetas" (como llamaba yo a la calle E, en El vedado, en la que coincidían Eliseo Diego, Cleva, Dulce María Loynaz, Alejo Carpentier y creo que Tallet) para tratar sobre algunos asuntos de trabajo. Nos entendimos y simpatizamos Cleva y yo ese mismo día y repetí las visitas con o sin Feijóo, aunque casi siempre nos veíamos allí cuando él venía de Cienfuegos. Una tarde ella y yo nos pusimos de acuerdo y me fui con Cleva a visitar a Dulce María Loynaz; ya ellas eran muy amigas y me consta del alto aprecio, cariño y deferencia que sentía la Loynaz por su vecina y colega; enseguida tuve la suerte de tener el favor amistoso de Dulce María, pero siempre nos pareció que Cleva era nuestra "intermediaria" y "fiadora" amistosa. Luego supe que también fue Cleva quien unió en amistad a Lezama Lima con Feijóo, y que esta mujer era, además de Cleva, clave de amistad. Jamás la escuché quejarse de que la subvaloraban o de que no la tuviesen en cuenta, pero defendía incluso vehementemente el alto valor literario y humano de sus amigos, a los que demostraba una lealtad tal, que sólo podía motivar reciprocidad. Por muchos años la visité; a ella dediqué el primer ejemplar de mi libro sobre Feijóo: Samuel o la abeja, la recuerdo asistiendo calladamente a mi defensa del doctorado sobre la obra de su gran amigo; recibí en un fin de año una preciosa postal confeccionada, pintada por ella misma; escribí un artículo sobre su poesía para mi libro Palabras del trasfondo ("Carta a Cleva", en el que, por cierto, la ubicaba por su supuesta fecha de nacimiento entre los poetas de la "Generación del Cincuenta", no sin mucho esfuerzo porque no "cuadraba" ni estilística ni siempre temáticamente entre los coloquialistas, dato que pone en solfa el esquemático tratamiento generacional sobre obras que no siempre lo resisten). Nos encantaba ser deferentes el uno con el otro y en mi caso aprecio mucho siempre las deferencias, tanto como suelen herirme las indiferencias; otros escritores de renombre nunca tuvieron al menos conmigo las finezas de respuesta, de desdoblamiento y reciprocidad que es signo de las almas nobles; pero me consta que Cleva tenía alma noble poco dada a la soberbia o al resentimiento. Si me quejaba con ella de creerme no bien atendido por alguno de sus amigos, Cleva tenía la bondad de restar importancia al asunto y decir alguna palabra de elogio para ambos, para la persona aludida y para mi demasiado susceptible queja. Ese era su procedimiento con todos, sembrando armonía, limando las discordias, pero observando con claridad de qué lado estaba la justicia. Junto a su obra hermosa, así quiero recordarla siempre. Triste 1997 para la memoria de la poesía cubana: fallecieron en medio año Dulce María Loynaz, Gastón Baquero y Ángel Escobar Varela; Cleva Solís también tenía fecha fijada con la inmensidad. A Cleva valdría recordarla, además de con cariño, mediante el fragmento final de su poema "La Belleza": "No se aniquila, está vergonzosa de ser hermosa. De pronto cae, y su danza ciega y honda, sigue. En la oscuridad su carruaje es un destino que entra a los más difíciles lugares. Sigue en la fantasía de su trabajo, de una sabiduría apocalíptica, y su metafísica lúcida, llena de festejos, deshiela los abismos crispados de cada día". (**)
(*) «La otra poetisa de Orígenes». Ponencia enviada al coloquio sobre «Las vanguardias tardías en la poesía hispanoamericana», celebrado en la Universidad Complutence, y publicada como separata, bajo el crédito del Departamento de Literatura Latinoamericana de la Universidad Complutence, Madrid, 1993. Reeditado en Vivarium, revista del Arzobispado de La Habana, La Habana, No. XV, mayo de 1997, p. 16-27. Agradezco referencias a C. Vitier y a Adamelia Feijóo. Por esta vía y por comentarios de la propia Cleva Solís, he conocido de los merecidos elogios del poeta nicaragüense José Coronel Urtecho al poema «El jazz»; no he tenido ocasión aún de leer un responso lírico de Cleva, por la muerte de Samuel Feijóo, que no debería permanecer inédito por mucho tiempo.
(**) El 7 de agosto de 1997, falleció en La Habana Cleva Luisa Solís Castiñeira; en la mañana del día siguiente, ofició la despedida cristiana Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, y Cintio Vitier dijo unas bellas palabras ante su sepulcro, el panteón familiar de los Solís; Cleva dejó detrás suyo un libro de poemas inédito, dentro del cual sobresale una oda por la muerte de Samuel Feijóo.
|