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septiembre-octubre. año IV. No. 21. 1997 |
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OPINIÓN |
ROMANOS 13, 1-7 por P.Antonio Rodríguez Díaz |
Hace algunos días, un hermano pertenecientes a otra Iglesia cristiana conversaba conmigo y me presentaba una interpretación del pasaje neotestamentario que titula este artículo, ciertamente insostenible desde los puntos de vista bíblico y práctico. Las conclusiones que mi hermano cristiano sacaba de su interpretación herían la sincera práctica cristiana de estos veinte siglos y los más puros sentimientos de los revolucionarios de todos los tiempos. El referido pasaje como todos los de la Biblia-, no es posible leerlo sin tener en cuenta el contexto y las motivaciones que tuvo el autor al escribirlo, a fin de que no resulte atemporal; así como los otros textos bíblicos que hagan referencia a la misma temática. Romanos 13, 1-7 hace referencia a la obediencia que el cristiano debe tener a las autoridades estatales. Una lectura atemporal y sin referencias bíblicas de este tema nos podría llevar a una concepción conservadora y alérgica a todo cambio social por parte de los cristianos, lo cual podría tener repercusión injusta. Tal actitud es inaceptable porque toca las raíces más genuinas de la cosmovisión cristiana, la cual se inscribe en las coordenadas del cambio y de la conversión para establecer "el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz" (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey). Situados ya en la temática que abordaremos, vamos a estudiar el texto propuesto desde la misma carta a los Romanos y después, desde otros textos del Nuevo Testamento, que también tratan la misma temática.
I. San Pablo escribe la Carta a los Romanos entre los años 55-60. Hasta el momento de escribirse esta carta, no había ocurrido todavía ninguna persecución oficial contra el cristianismo en el Imperio Romano. Los cristianos como ciudadanos que peregrinan hacia otro mundo mejor que el presente (Flp. 3,20), y poseedores de una nueva libertad en Cristo (Gál.5,1), podrían sentirse inclinados a poner en tela de juicio sus relaciones con las autoridades del Estado, máxime cuando éstas se encuentran en manos de paganos, como era el caso de los cristianos de Roma. ¿Qué solución se da a esta situación? Pablo da una respuesta, la cual reúne varios elementos: 1ro. La comunidad cristiana de Roma ha de tener más en cuenta que otra, la existencia de las autoridades imperiales, sobre todo cuando, un tiempo antes, el emperador Claudio había expulsado a los judíos de Roma, debido a luchas internas dentro de la misma comunidad judía (Hch.18,2). Pablo conocía este hecho, y no quiere que las autoridades romanas piensen que los cristianos son unos revoltosos, perturbadores del orden, al equipararlos a aquellos judíos expulsados de la ciudad. 2do. "A lo largo de este pasaje se da por supuesto que las autoridades estatales se comportan con justicia y buscan el interés de la comunidad. No se tiene en cuenta la posibilidad de un gobierno tiránico o que no logra hacer frente a una situación en que se desprecian los justos derechos de los ciudadanos o de un grupo minoritario" ("Comentario Bíblico, San Jerónimo", Madrid, 1972, Tomo IV, p.191). Por lo tanto, cuando S. Pablo habla de la obediencia a las autoridades estatales, ésta no abarca al caso de que las mismas obren injustamente. Pablo insiste sólo en un aspecto de la cuestión: "el deber de los súbditos con las autoridades legítimas" (Ibíd.). Por eso en el versículo 4 se dice: "pues son agentes de Dios que actúan para [vuestro] bien". El moralista español Marciano Vidal al comentar este texto aporta que, tal vez, Pablo idealiza un poco a las autoridades constituidas (Cfr. "Moral de Actitudes", Madrid, 1995, Vol III, p. 565); porque una mirada histórica sugiere que aquellas dejaron mucho que desear referente al bien común. 3ro. En Rom. 13, 1-7; S. Pablo no trata de los deberes de las autoridades estatales para con los ciudadanos ni tampoco cuando éstas obran injustamente; sólo se limita al caso de que las mismas se comporten con justicia y busquen el bien de la comunidad. En ningún momento el autor de la Carta a los Romanos pide a los cristianos de Roma -y de todos los tiempos-, que asuman una actitud indolente, de silencio, y sumisa ante las autoridades estatales cuando obran injustamente. Esto, como decía al principio del artículo, va contra el espíritu del cristianismo, el alma revolucionaria y el bienestar de la humanidad; y, por lo tanto, no puede caber en la mente cristiana y humana de S. Pablo.
II. Al contextualizar Rom 13, 1-7, con otros pasajes del Nuevo Testamento, nos encontramos que 1 Ped. 2,13-16; Tit. 3,1-38 y 1 Tim 2,1-3 se hallan en la misma orientación de Rom 13,1-7. Por otra parte en 1 Cor. 6, 1 s.s., el mismo S. Pablo pide a los cristianos de Corinto, que no lleven sus diferencias ante los tribunales del estado. El teólogo protestante Oscar Cullmann en su libro "El Estado en el Nuevo Testamento", p.79, hace un sereno comentario respecto al pensamiento político de S. Pablo: "El Estado no es en sí algo divino. Pero recibe una cierta dignidad por estar todavía dentro del orden querido por Dios. Por consiguiente, también para Pablo es válido: al cristiano le viene impuesta por el Evangelio una actitud crítica ante el Estado; pero tiene que dar al estado lo que sea necesario para su existencia. Ha de admitir el Estado como institución. Pablo no habla directamente de la pretensión de totalidad del Estado, que pide para sí lo que es de Dios. Pero no cabe duda que no hubiera permitido a los cristianos obedecer al Estado, si éste pide lo que es de Dios. Todo lo que sabemos de su vida lo demuestra". Por otra parte, el libro del Apocalipsis, escrito en una situación política diferente a la que se encontraban los cristianos de Roma, cuando Pablo escribe su carta, va a mostrarnos una visión distinta, pero a su vez complementaria, de la enseñada en Rom. 13, 1-7. El Apocalipsis fue escrito en la última década del siglo I, en tiempos del emperador Domiciano (81-96 d.C.), quien preside un estado totalitario. El comentario introductorio de la Biblia de Estudio (versión "Dios habla hoy"), 1994, p.1875, nos sitúa en el tiempo y espacio de la redacción del último libro del Nuevo Testamento: "Muchas de las alusiones que hay en el libro sólo se entienden si se tiene en cuenta el rechazo total, e incluso el horror que causaba entre judíos y cristianos la creciente divinización del emperador romano, más extendida en las provincias de oriente que en la misma Roma. Al emperador se le daban títulos divinos, se le levantaban templos, se le ofrecían sacrificios". Lógicamente, los cristianos no pueden obedecer a ese estado, que hacía leyes contrarias a sus conciencias y a los valores de la dignidad humana. Un estado así resultaba incómodo a los súbditos cristianos, quienes descubrieron la irracionalidad de sus leyes y de sus actuaciones. La injusticia del imperio de Domiciano es evidente, por eso no se podían obedecer sus leyes. Es más, su obediencia implicaba ir contra la fe cristiana (y la dignidad humana, diríamos hoy). Por eso, los cristianos no obedecieron esas leyes estatales, y esto ocasionó la persecución por parte del estado. Décadas antes, los apóstoles se habían enfrentado a las autoridades judías (Hch. 4,5-22; 5 17-40). Pedro contesta que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Para el autor del Apocalipsis hay algo claro: el estado que ordena leyes irracionales e injustas no tiene su origen en Dios (el estado "idealizado" por Pablo en Rom 13, 1-7, sí tenía para éste su origen en Dios, según las razones que ya explicamos anteriormente). Al autor del Capítulo 13 del Apocalipsis le cuesta trabajo creer que un estado que se diviniza a sí mismo, que abusa de su poder de forma ofensiva contra Dios, que sus gobernantes sobrepasan sus límites de competencia y pisotean el honor de Dios (hoy añadiríamos, también el honor del hombre) tiene su origen en Dios. Por eso, para el autor de este libro el estado tiene su origen en Satanás. Finalmente, hay otro texto que debemos comentar con relación al tema de la obediencia a las autoridades del estado, que la lectura de Rom.13, 1-7 nos sugería. Éste es el de la cuestión acerca del tributo al César (Mc.12,13-17 par). Antes, tenemos que remontarnos al tiempo de Jesús para comprender cómo existían diferentes posiciones con relación al impuesto que debía pagarse al emperador romano, pues la nación judía había perdido su independencia, era una colonia romana y, por consiguiente, había que pagar un tributo al César. Los zelotes (grupo oposicionista antiromano) y los fariseos (secta religiosa) se negaban a pagar impuestos. Los partidarios del rey Herodes apoyaban el pago de impuestos a los ocupantes romanos. Jesús decide que se debe pagar el impuesto; pero añade una frase que destaca sobre todo lo demás: "y dad a Dios lo que es de Dios". En esta frase se encuentra la clave de la comprensión del pasaje evangélico, por lo que se pueden deducir las siguientes conclusiones: 1. Frente a los zelotes y fariseos, Jesús no confiere al César (estado) la aureola de una autoridad por "la gracia de Dios". Si no, no podría contraponer, como lo hizo, César y Dios. Hubiese bastado decir, por ejemplo, "Dad al César", pues ya Dios estaba implícito. 2. Para Jesús el estado (aún el pagano) tiene su valor y su sentido. Si no, no hubiese mandado pagar el tributo. Las ordenaciones del estado sirven para el bien común. 3. Frente a los herodianos del estado romano, Jesús limita la autoridad del estado ("y dad a Dios lo que es de Dios"). Para Jesús la autoridad del estado no es ilimitada ni absoluta, pues coloca la obediencia a Dios sobre la obediencia al estado. El estado no puede atentar contra los derechos de Dios y del hombre, ya que tienen los dos grupos de derechos la misma jerarquía, porque el hombre ha sido hecho a "imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26-27). Es más los derechos del hombre están incluidos en los derechos de Dios, porque los derechos del hombre son derechos de Dios. 4. Jesús no acentúa la limitación y caducidad del estado, ni se burla de ella. Pero da a entender su dependencia de la voluntad y el poder de Dios (Cfr: R. Schnackenburg, "El testimonio moral del Nuevo Testamento", Madrid, 1965, p.98).
El pensamiento de Jesús acerca del estado, que hemos comentado, ilumina la actitud de Jesús ante Herodes, el gobernador romano de Galilea. Jesús emite un juicio político sobre Herodes como gobernante, con lo cual demuestra su libertad ante cualquier realidad política. Jesús llamó zorro a Herodes. Entre los judíos el zorro era símbolo de astucia como también de lo débil e insignificante. (Lc. 13, 31-33). En resumen, para Jesús el estado es una realidad dentro de la vida actual; pero no una realidad absoluta, totalitaria, por lo que se sitúa dentro del orden de los medios y no de los fines. Es un medio necesario, que tiene como finalidad el bien de la comunidad de personas, a quienes debe servir eficazmente. El cristiano debe dar al estado lo que necesita para su realización, pero debe oponerse a él cuando exige aquello que es contrario a Dios y a la dignidad humana. Los cristianos deben cumplir ante el estado una función vigilante y crítica, no para destruir la estructura estatal (medio necesario), sino para que ésta pueda servir mejor a la comunidad humana, que es su finalidad. Ello implica el deber de prevenir al estado cuando éste transgrede sus límites y se torna totalitario y absoluto. Así mismo, Jesús no da enseñanzas concretas acerca de la organización del estado (Ej. licitud de la guerra, licitud del servicio militar; etc.). Le toca a la comunidad cristiana aplicar la enseñanza ética de Jesús. Muchas veces, sin embargo, la Iglesia, a lo largo de su historia, ha tenido actitudes equivocadas ante el estado, cuando la Iglesia ha pretendido colocarse en el lugar del estado o cuando ha aceptado al estado sin críticas y sin planteamientos de problemas en todo lo que hace. No es necesario que el estado sea cristiano, sino que sepa hasta dónde llegan sus límites. "Por su parte, el estado ha de esforzarse en entender la actitud de sus súbditos cristianos tanto como pueda. A este respecto, la cruz de Jesús debe ser para él señal de aviso" (Cullmann O., "El estado en el Nuevo testamento", p.106).
IDEOLOGÍA DE LA UNIDAD MARTIANA Una Propuesta de REconciliación y Paz III Semana Social Católica por Omar Guzmán Miranda
La reconciliación y la paz no son valores abstractos de los hombres, sino que tienen una connotación y contenido concretos para ellos. Su existencia se enarbola como una norma regulativa de las relaciones sociales mediante la cual éstas se afinan y encuentran una orientación espiritual positiva. Ellas le aportan al ser humano una mayor espiritualidad, puesto que plantean el establecimiento necesario de formas de interacción en el ámbito de la comunidad que les arraiga y une con sus semejantes. No sólo dan la tranquilidad y ecuanimidad para que los humanos se unan en la búsqueda del progreso, sino también para emprender acciones en conjunto que los libre de los centros de poder que pretenden someterlos o de una conciencia de dominado que les impide encontrar su propia identidad, su autoconciencia. La pérdida de la vida en comunidad es la parte que le sugiere a los hombres vivir en la ofensa y la enemistad. El hombre que ama a la comunidad, ama la paz y está dispuesto a reconciliarse, a buscar los puntos comunes que hagan posible la comprensión mutua y la vida pacífica y próspera con los demás. Para el insigne pensador cubano José Martí, los que en verdad quieren solucionar el problema cubano por los siglos de los siglos, deben estar dispuestos a unirse en aras de la patria; deben buscar el cumplimiento de un objetivo común a todos: fortalecer la soberanía del país sin la presión ni el menoscabo de ningún centro de poder, sin la primacía de un cubano sobre el otro. Para la unidad es preciso que el odio le abra paso al amor, y que las ofensas sean sustituidas por el perdón. Por el bien de la patria cubana, por la vida armoniosa del pueblo, es preciso que el amor y el perdón inunden nuestras almas para que la reconciliación y la paz sanen las heridas pasadas. Quien desde el presente no mire hacia un futuro de unidad no puede considerarse un verdadero martiano, porque para Martí el único bien que podía representarnos mirar hacia atrás era recoger experiencias sobre la base de los errores y descalabros a que siempre llevaron a los cubanos la división y las intrigas. El apóstol nos presenta una ideología de la unidad revolucionaria que sobre la base de la reconciliación y la paz persigue el afianzamiento de la soberanía nacional y las relaciones de mutuo respeto con cualquier centro de poder.
1. La labor pública y la labor oculta de la ideología martiana de la unidad. Cuando oímos decir que Martí quería cosas tan bellas, quisiéramos leer inmediatamente un libro con su proyecto ideológico; pero, desgraciadamente, él no nos pudo legar una obra que explicitara sus diferentes posiciones. Incluso no se preocupó para dárselas a los hombres de su tiempo que él tanto quería y necesitaba unir. Nos preguntamos, por qué a un hombre que pensaba tan bien en tantas cosas no se le ocurrió escribir esa obra. La respuesta más espontánea a esta pregunta, es que el maestro fue más bien un hombre práctico que a través de su quehacer político fue aplicando consecuentemente sus ideas reconciliadoras y pacifistas para alcanzar la unidad nacional. Sin embargo, nos cuesta trabajo creer en esta sola respuesta que no parece ser incierta frente al tremendamente hombre teórico que fue Martí. La respuesta más precisa la encontramos en la esencia de la ideología martiana de la unidad escondida en un aparente olvido. La razón de que Martí no escribiera esa obra tanto para sus contemporáneos como para nosotros, no estriba en una falta de intención (muchas alusiones martianas hablan de manera tácita sobre ese deseo), ni en la ausencia de un pensamiento coherentemente sistematizado. La mejor demostración de la existencia de éste, radica en que hoy - en la distancia y con la posibilidad de abarcar su obra como un todo homogéneo -, encontramos que los escritos del apóstol plantean una táctica y estrategia bien definidas hacia un objetivo: Una observación minuciosa de la obra martiana nos puede ayudar a verificar esta afirmación de que Martí no cometió un desliz. El Maestro se enfrentaba a la solución de problemas prácticos en la misma medida en que, revolucionariamente, iba conformando su ideario. En esa labor tuvo que hacer muchas cosas en silencio, "porque - como nos confesara en su carta testamento a Manuel Mercado antes de caer en combate por la patria - hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin". (1) No debe pensarse que esa labor oculta era sólo frente a los Estados Unidos, evitando que ellos identificaran el carácter antiimperialista del Partido Revolucionario Cubano, sino también para granjearse su respeto y mantener buenas relaciones de vecindad con un amigo tan poderoso. También ella estaba dirigida a no llamar viles en público a los que, como los anexionistas, se comportaban como tales. Martí le escribe a Néstor Ponce de León que él no podría llamar vil a un cubano, porque éste podía ser captado para la lucha común. Sin embargo, Martí no dejaba de entender, según le comunicaba a Máximo Gómez por carta, que los anexionistas lo único que trataban de salvar era su conciencia y riqueza por lo que "favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos" (2) La ideología de la unidad martiana consta de una labor pública y de otra oculta. Ambas por diferentes caminos perseguían el mismo fin: la victoria de la solución revolucionaria del problema cubano sobre la base de la unidad de los diferentes grupos sociales de Cuba frente a unos centros de poder que la respetaran, admitieran su soberanía y amistad. La labor pública, Martí la emprendió fundamentalmente en discursos y artículos periodísticos para comunicar una conciencia de masa, patriótica, religiosa y ético-moral de los valores y virtudes que tienden a cohesionar a todos los cubanos en la comunidad que constituye la patria, la cual no tiene propietario material pero sí espiritual cuando se entregan a su causa. No era una labor basada en la hipocresía o la doble moral, sino en la posibilidad real de reconciliación que tienen todos los hombres que piensan diferente. Martí entiende que cada cubano tiene algo bueno que brindarle a su patria, y si ese sentimiento o conciencia se logra despertar o estimular, podrían evitarse ofensas que tan sólo levantarían intrigas y odios que le pesarían luego a la unidad del pueblo. Además, éste era el camino más directo hacia una paz duradera, porque no partía de las manchas de los hombres, sino de sus luces. Sólo por eso, Martí fue muy cuidadoso a la hora de hablar de los cubanos que descaradamente y del modo, a veces muy directo, le hacían el juego a los centros de poder. Martí creía que los anexionistas han de quedar desnudos con sus verdaderos ideales anti-cubanos; y sus declaraciones aparentemente patrióticas, debían servir para neutralizarlos en caso de que no pudieran ser captados. En el fondo, a Martí le preocupaba ante todo captar un alma en la soledad de su equivocación, diciéndole por qué estaba equivocado, al mismo tiempo que le tendía su mano reconciliadora. Martí creyó en el cubano, pero había que quitar los nubarrones para que la transparencia de pensamiento en cuanto a causas no dejara duda de la verdad y buena intención de cada quien.
Martí, evidentemente, regalaba así, en público, una rosa blanca para el cruel que le arrancaba el corazón con que vivía; pero con este gesto no sólo perdonaba a su enemigo sino que le daba la oportunidad de retractarse de una actitud antipatriótica. Los discursos y escritos revolucionarios de Martí son un canto abierto a la paz y a la reconciliación de los que quieran forjar bajo el mismo cielo una patria soberana "con todos y para el bien de todos". (3) Esta labor pública de Martí tenía su correlato en el Partido que él fundaba "con el desahogo de la opinión libre" (4). Así son -apuntaba él- "los partidos políticos que han de durar; los partidos que arrancan de la conciencia pública; los partidos que vienen a ser el molde visible del alma de un pueblo, y su brazo y su voz ... Ganar un alma en la sombra que se purga y se vence, un alma que peca y se avergüenza, es más grato, y más útil al país, que caracolear y levantar el polvo". (5) Por otra parte, la labor pública de Martí frente a los centros de poder aconseja la prudencia y el respeto. En el periódico Patria, él proclama que: "... aún el adversario hallará en nosotros más bálsamo que acero". (6); y en otro lugar de ese mismo medio propagandístico afirma: Al mismo tiempo, es preciso dar la impresión de que luchando contra un centro de poder se mantiene el respeto al otro para evitar su ira, la cual será inconveniente para la revolución. Al respecto Martí afirmó: "El respeto de este país (de los Estados Unidos O.G.) - aconsejaba Martí-, nos es indispensable, y posible, y lo perderíamos justamente con alardes innecesarios. Al público, lo legal. Que no nos tomen prueba escrita de estar allegando armas contra España" (8). En general el mensaje de Martí al mundo es de respeto y de amistad, independientemente de cuál parte de éste se trate. El dice: "Nada piden los cubanos al mundo, sino el conocimiento y respeto de sus sacrificios y dan al universo su sangre". (9) En este contexto, Martí manda un mensaje público de trato respetuoso y tolerancia mutua entre Cuba y Estados Unidos para que éstos capten nuestra vocación de reconciliación y paz, pero sin cejar en nuestros principios. Semejante actitud puede despertar idénticos valores de tal manera que en caso de un prolongado uso debe conducir al acuerdo entre ambos contrarios. La actitud de Martí respecto a los Estados Unidos es dual: en primer lugar de reconocimiento de los intereses imperialistas y anexadores que allí se agolpan en relación con Cuba y, en segundo lugar, de la dedicación de ese pueblo para labrar sus riquezas, lo cual puede crear las bases de un clima de buenas relaciones amistosas y comerciales. Martí conoce los males y los bienes que de allí pueden venir. No duda de la prepotencia que algunos norteamericanos pueden albergar, pero tampoco duda de la amistad que allí puede fomentarse. Por eso, en un clima de tolerancia, reconciliación y paz, aprueba la gentileza del periódico NEW YORK HERALD de apoyar la Revolución en sus páginas, y ve en esto un sano pretexto de paz para aclarar la posición de dignidad de Cuba y de admisión sincera de la amistad de los Estados Unidos. (10) Martí fue muy realista a la hora de valorar a quien Cuba, una vez libre y soberana, tendría de vecino, y lo insta para que sea consecuente para con otro pueblo con el ideal de la libertad y democracia que siempre sustentó. Una lucha frontal con ese enemigo tan poderoso no podía ser mejor que una amistad con un vecino grandioso. Para la mejor variante, Martí sugiere templar el carácter del cubano. Él alerta: "... no es en estos instantes, como los partidos políticos suelen ser, mera agrupación, más o menos numerosa, de hombres que aspiran al triunfo de determinado modo de gobierno, sino reunión espontánea, y de más alta naturaleza, de los que aspiran de brazo de la muerte, a levantar con el cariño y la justicia un pueblo, a allegar fuerzas bastantes para hacer menos cruento y más seguro el sacrificio de sangre y de bienestar transitorio indispensables para asegurar el bienestar futuro, a crear una nación ancha y generosa, fundada en el trabajo y la equidad, donde se pudiese alzar una república estable que, por no traer en el corazón a sus hijos expulsos, o viviese ocupada en reparar, como otras repúblicas, los daños de un combate interno que puede atajarse en la raíz". (17) En su labor oculta, Martí deja sentado que el hombre realista que está por la interacción respetuosa y amistosa de Cuba con los centros de poder, no es un ingenuo que ignora la naturaleza expansionista del imperialismo y que alentados por ellos muchos cubanos levantarán contradicciones internas divisionistas. Por eso, a veces, da la apariencia como que Martí se ocupa de la unidad de los cubanos en sí misma; pero, en silencio, está claro que la unidad nacional es la fuerza de Cuba ante el empuje de los centros de poder, que son los únicos interesados en vernos divididos para poder vencernos.
2. El problema cubano. La exposición de la ideología martiana en dos planos que se corresponden con su labor pública y su labor oculta, obedece a la necesidad de lograr vías efectivas para resolver el problema cubano, el cual supone la solución tanto de contradicciones entre Cuba y los centros de poder como contradicciones internas. La reconciliación constituye en sí un proceso mediante el cuál esas contradicciones, deben ser resueltas en función de los intereses de Cuba como país soberano que tiene su más firme baluarte en la cohesión de los diferentes sectores de su pueblo. La reconciliación plantea la solución de un problema concreto: la solución del problema cubano. No es descabellado, pues, hablar de las contradicciones que dan origen al mismo, porque esto daría una mejor base para entender la ideología martiana de la unidad. José Martí, refiriéndose a España como centro de poder, lo cual es aplicable a cualquier otro, expresó: "A un plan obedece nuestro enemigo: el de enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan contra plan. Sin plan de resistencia no se puede vencer un plan de ataque. El que arremete unido, con cuatro siglos de soberbia y experiencia atrás, ha de encontrar unido al que le quiera resistir. Es la hora de allegar todos los recursos, de poner todos los recursos en común. Aflojar la obra general con una obra parcial, eso si fuera un crimen. (12) Para comprender la profundidad reconciliadora de esta larga cita, es preciso recordar que Martí comprendió que todos los fracasos emancipadores de Cuba estuvieron dados en la división de Cuba en diferentes grupos políticos. Esta división fomentó, sin quererlo, la base social interna para que unos centros de poder pudieran frenar nuestras aspiraciones y otros se aprovecharan de nuestras debilidades. Frente a España las fuerzas vivas del país se frustraban y frente a Estados Unidos se entregaban. El país perdía el plan de unidad, y se perdía a sí mismo. Entonces, los centros de poder consideraban que tenían las fuerzas para continuar dominándonos o para establecer otra forma de dominación, mientras que nosotros moríamos en nuestras hostilidades e incomprensiones internas. Para recompensar el martirio, se acudía a la solución del aldeano vanidoso que - al decir de Martí - cree que: "... el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia; o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engulléndose mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar". (13) Hablamos de la actitud que se debe tener frente a los centros de poder, no para despreciarlos, sino para de esta manera contribuir a que nos respeten, estimen y ayuden en caso de llegarse a establecer relaciones amistosas, que es como debe ser. En otro sentido, nos permitirá entender en qué consiste realmente el problema de la independencia. Veamos esto con más detalle. Martí entiende que las entonces recién independizadas repúblicas de España, no adquirieron una independencia real, puesto que las transformaciones estructurales no fueron acompañadas de cambios en la conciencia. La existencia anterior a la emancipación, y que representaba al ser colonizado, no fue cambiada por otra que encarnara - en verdad - la necesidad de crear acorde con un espíritu tan nuevo como el ser que se quería implantar; de tal manera que - como él decía - "... la colonia continuó viviendo en la república" (14). Y lógicamente, con la independencia no hubo cambio de conciencia, porque ella continuó existiendo como un remanente de la conciencia de colonizado, es decir, como conciencia de dominado que justificaba la dependencia económica, política y cultural de los centros de poder. Al respecto, Martí exclamó:
Traduzcamos esto al plan de la unidad martiana: si no se logra la conciencia de la unidad que conduzca realmente a los cambios estructurales del pueblo cubano, la dominación de los centros de poder, se hará patente de una u otra forma. Si logramos eliminar la conciencia de dominado de cada uno por separado y de todos a la vez, apareceremos ante los centros de poder unidos en un único plan de acción: el bien de la patria, que no es otro que su soberanía estrechamente vinculada a su prosperidad. Por ende, para que ellos (los centros de poder) no encuentren apoyo o base social y humana en Cuba hay que eliminar las conciencias distorsionadas. De ahí, que su política hacia Cuba no podrá ser de relaciones de dominación, sino de amistad si es que pretenden establecer intercambios comerciales y espirituales con nuestra tierra. Si ganamos conciencia de unidad, adquirimos una nueva condición espiritual que no es de aldeano, sino de país libre y soberano que nos permite dar pasos concretos hacia la unidad real. Si todos poseemos esa conciencia de unidad, podremos enarbolar el lema de la unidad que, al decir Martí, es: "con todos y para el bien de todos". (16) La esencia de esta consigna martiana altamente reconciliadora encarna, en primer lugar, el deseo de que todos los cubanos veamos que los centros de poder serán siempre nuestro contrario, que en esa condición, de una u otra manera perjudicaría a todos. En segundo lugar, sienta que todos saldremos favorecidos si concientizamos esa realidad. En tercer lugar, se llegaría a una nueva visión de esos centros de poder consistentes en que la unidad real y efectiva es la única manera de cambiar a un enemigo que nos desprecia por un amigo que nos estime o, cuando menos, que nos respete. En cuarto lugar, se plantea así el problema de una paz estable en el contexto de las relaciones con los centros de poder. La paz frente a ellos depende de los mismos cubanos, los cuales para ello deben aprender a vivir en paz ganando conciencia de unidad. La reconciliación con los centros de poder, pasa a través de la unidad concreta de todos los grupos sociales de Cuba y, de hecho, la lucha contra éstos en aras de la patria libre y soberana le da espíritu y estructura a la reconciliación nacional. La consigna "con todos y para el bien de todos", se enarbola precisamente frente a los centros de poder, pero para labrar una soberanía próspera que dignifique en todo momento a la patria y sus hijos. Por eso, cuando Martí analizaba a los diferentes grupos políticos existentes entonces en Cuba (el anexionismo, el anarquismo y el autonomismo) los veía como una solución reaccionaria al problema cubano, porque con el triunfo de ellos se le abría paso al dominio de los centros de poder en la Isla. La anexión y la dependencia brotaban como soluciones que respondían a los intereses de los centros de poder en Cuba, y que ellas constituían por lo tanto la base política interna de intereses ajenos a la patria libre y soberana. Para Martí, la solución revolucionaria debía unir a todos los cubanos independientemente de sus credos políticos para darle una solución al problema cubano, lo cual constituía en sí, indiscutiblemente, una solución política: la solución del Partido Revolucionario Cubano que - según proclamó Martí:
Refiriéndose al nexo entre unidad nacional y solución al problema cubano sobre una base revolucionaria en el sentido arriba destacado, Martí considera, hablándole a Maceo: "... a mis ojos no está el problema cubano en la solución política, sino en lo social, y como ésta no puede lograrse sino con aquel perdón mutuo de una y otra raza, y aquella prudencia siempre digna y siempre generosa de que su altivo y noble corazón está animado. Para mí es un criminal el que promueva en Cuba odios, o se aproveche de los que existen". (18) No se debe prestar atención solamente a la solución de problemas sociales como los raciales, sino también al equilibrio de clases, la eliminación de la pobreza, la discriminación de la mujer, etc. Para Martí, como él expresa: "... las condiciones de la felicidad deben estar sinceramente abiertas, y con igualdad rigurosa, a todo el mundo". (19) Para resolver los problemas sociales es que, según dice Martí: "... surge a la vida política el hombre cubano verdadero... con hábitos de tolerancia y convivencia que exceden, o por lo menos igualan, las fuentes de la discordia...". (20) Martí frente a la solución reaccionaria al problema cubano, que como ya dijimos, responde a los intereses de los centros de poder, enarbola la solución revolucionaria de la unidad nacional; y toda su labor política fue encaminada a que ella triunfara. Según la ideología martiana de la unidad es factible fomentar y alcanzar la misma por las siguientes razones: 1. Existe una conciencia de masa y un espíritu del país que tiende al apoyo a la solución revolucionaria a partir de la unidad de todos los elementos de la nación. La cuestión radica en que como cada grupo político y social declara creer en la unidad, su declaración puede ser utilizada en la campaña propagandística de la revolución para que participe en esa unidad de manera más efectiva. 2. Existe una conciencia patriótica contra la cual es muy difícil ir o manifestarse, pero todo cubano tiende a sentirse poseedor de la misma. Por lo tanto, ella debe ser incentivada hasta sus últimas consecuencias para que sobre su base todo grupo de cubanos sea verdaderamente patriótico y sea incapaz de manifestar algún ideal anexionista o dependiente de los centros de poder. 3. Existe una conciencia moral que es revolucionariamente patriótica y está en función de un fin político. 4. Existe una conciencia religiosa que tiene fronteras extraclasistas que unen a los hombres en nombre de Cristo. 5. Existe un consenso entre todos los cubanos en cuanto a que se deben interpretar y sistematizar los intereses y necesidades del pueblo, el cual no quiere dominación extranjera, sino relaciones de buena vecindad. 6. Ningún grupo político considera que apoya las soluciones reaccionarias. Por eso su imposibilidad pública ante el pueblo de manifestarse abiertamente en lo que es, le hace vulnerable frente a la solución revolucionaria. Martí señaló que cuando los otros partidos comprueban su ineficacia, acuden a la solución revolucionaria. Después de un trabajo sostenido por parte de cada grupo por hacer que los otros sean consecuentes con estos principios, se caerá en la cuenta de que todos luchan por un mismo objetivo común: la soberanía y la unidad nacional. En el proceso de reconciliación se irá ganando conciencia de la unidad, se darán pasos firmes para lograr comprensión mutua, las soluciones reaccionarias al problema cubano quedarán en el olvido porque fueron pasajeras y no respondían a los intereses y necesidades de Cuba. El proceso de reconciliación ayuda a forjar la unidad real, tan necesaria para una patria soberana, próspera y respetada, donde todos sus hijos vivan en paz. otros partidos comprueban su ineficacia, acuden a la solución revolucionaria. Después de un trabajo sostenido por parte de cada grupo por hacer que los otros sean consecuentes con estos principios, se caerá en la cuenta de que todos luchan por un mismo objetivo común: la soberanía y la unidad nacional. En el proceso de reconciliación se irá ganando conciencia de la unidad, se darán pasos firmes para lograr comprensión mutua, las soluciones reaccionarias al problema cubano quedarán en el olvido porque fueron pasajeras y no respondían a los intereses y necesidades de Cuba. El proceso de reconciliación ayuda a forjar la unidad real, tan necesaria para una patria soberana, próspera y respetada, donde todos sus hijos vivan en paz. Aparato crítico 1. Martí, José. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. T. 4, p. 168. (en lo adelante las citas de Martí serán de esta edición y las presentaremos con las siglas J.M., seguidas del tomo y número de página). 2. J.M., T.1, p. 169 3. J.M., T.4, p. 4. J.M., T.2, p. 5. J.M., T.2, p. 35 6. J.M., T.1. p. 322 7. J.M., T.2. p. 27 8. J.M., T.2. p. 84 9. J.M., T.4. p. 153 10. J.M., T.4. p. 151-160 11. J.M., T.2. p. 77 12. J.M., T.2. p. 15 13. J.M., T.6. p. 15 14. J.M., T.6. p. 15. J.M., T.6. p. 16. J.M., T.4. p. 17. J.M., T.2. p. 21 18. J.M., T.1. p. 152 19. J.M., T.1. p. 254 J.M., T.4. p. 154
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