septiembre-octubre. año IV. No. 21. 1997 |
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EDITORIAL |
LA CAUSA DE DIOS ES LA CAUSA DEL HOMBRE
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Desde hace muchos siglos hay un polémico asunto que aún mantiene toda su vigencia: la relación entre lo humano y lo divino, entre Dios y el hombre, entre lo religioso y lo profano, entre la Iglesia y la cultura, en fin, entre la fe y la vida. Hubo épocas en que se confundieron, otras en que se combatieron, otras en que se separaron y otros tiempos en que entraron en fecunda comunión. Hoy día cada persona y cada nación tienen su propia apreciación sobre este asunto que parece muy abstracto, bastante teórico, pero que, sin embargo, define muchas actitudes y compromisos en la vida. A la forma de relacionarse el hombre con lo trascendente, el ser humano con Dios, se le llama religión, que viene de la palabra "religar", es decir, establecer ligaduras, estrechar vínculos, hacer y rehacer relaciones. Hay muchas formas de establecer estas relaciones, lo que equivale a decir muchas formas de vivir la religión. Por eso muchos se hacen la pregunta: ¿Qué es lo religioso? ¿Hasta dónde puede llegar la religión en la vida de un hombre o en la sociedad? ¿Existe de verdad una separación insalvable entre lo humano y lo divino? ¿Son irreconciliables lo religioso y lo profano? ¿No hay relación entre el "reino de este mundo" y el "reino de los cielos"? Veamos algunas apreciaciones: Algunas personas ven a Dios como en la mitología griega, sentado en su trono en lo alto del Olimpo, sin interesarse por la vida de los hombres, y en todo caso interviniendo sin mucho calor a través de semidioses en asuntos terrenos. Es un Dios lejano y desentendido de la vida de los hombres. En esa "religión" sólo se busca subir hasta Dios o, cuando menos, no hacer nada que irrite su divina tranquilidad. Hay otros que creen que Dios es un gran castigador y un insomne vigilante que se entretiene en perseguir al hombre para cobrarle todas sus maldades e injusticias, todos sus pecados y limitaciones. Es un Dios implacable, enemigo del hombre, su eterno rival, que cela los triunfos humanos y no desea que el hombre sea feliz. En esa "religión" el hombre sólo busca huir de Dios, salvarse de su castigo o usarlo como verdugo de sus miserias cotidianas. Muchos creen en un Dios más cercano a la fe cristiana pero reducen la religión al culto que le debemos a Dios, a las promesas y oraciones, a los mandamientos de no robar, no matar y no cometer acciones impuras. Es una religión para pedir y para servir de contén y reformatorio de las pasiones humanas. Es una creencia que da paz lejos de la realidad y recetas para la moral individualista sin ningún compromiso interpersonal y social. Sirve para expresar la religiosidad de modo intimista y considera a la fe como un asunto de la vida privada. Sin embargo, la verdadera religión fundada por Jesucristo tiene su cimiento en un acontecimiento radicalmente nuevo en la historia de las religiones: la encarnación, es decir, ya no es el hombre quien sube al Olimpo de los dioses sino que Dios baja a la tierra y se hace hombre en las entrañas de una mujer de pueblo; ni son los creyentes los que sacrifican a su Dios, sino que Dios envía a su Hijo, Jesucristo, que siendo Dios, se sacrificó por todos los hombres. En la persona de Jesús se une lo humano y lo divino, lo religioso y lo profano, la fe y la vida cotidiana de los hombres. Tan es así que no podemos separar en la vida de Cristo, aquello que es "religioso" de su vida de carpintero de Nazaret, ni de sus pescas en el lago de Galilea, ni de sus diálogos con una mujer pecadora junto al pozo, o de sus conversaciones con Pilato el Gobernador romano... ¿Se puede separar en la vida de Cristo lo religioso de lo civil o todo lo que él hizo y dijo lo llenaba del Espíritu de Dios? En el cristianismo, que es nuestra religión, una cena de despedida se convierte en misa, la culminación de la nueva forma de adorar a Dios, una visita a unos amigos de Betania se convierte en retiro espiritual y en reflexión sobre la vida contemplativa de María y la labor indispensable de Marta. Un trabajo en el campo para recoger espigas de trigo y comérselas porque tenían hambre, es motivo para predicar sobre la primacía de las personas sobre el sábado y el viejo culto y en una invitación a mirar los campos maduros para la siempre nueva evangelización. Nada más lejos del espíritu de la Iglesia fundada por Cristo que la separación entre la fe y la vida, entre la religión y los asuntos temporales. Una alta enseñanza de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano Segundo, ha declarado solemnemente esta "unión íntima entre la Iglesia y la familia humana" cuando en el conocido y nunca totalmente asumido Proemio de la Constitución pastoral Gaudium et Spes dice: "Los gozos y la esperanza, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres y toda clase de afligidos, son también los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón." (G.S.1) Muchos hombres de buena voluntad pretenden, por desconocimiento, identificar lo religioso con las prácticas rituales, con las oraciones, con las ceremonias dentro o fuera del templo, con las procesiones o con las obras de caridad de la Iglesia que ayudan a resolver problemas materiales o humanitarios. Todo esto forma parte de la obra religiosa de la Iglesia pero no agota, ni mucho menos su misión religiosa. Muchas personas, incluso que se dicen católicas, entienden y ven con alegría que la Iglesia haga donaciones de medicinas sin que esto les lleve a sospechar que la Iglesia desearía convertirse una empresa farmacéutica, pero no entienden por qué la Iglesia debe dar educación ética y cívica, sin convertirse en un ministerio de educación. Esta visión reductiva de la misión de la Iglesia ve muy bien que ella pueda hacer misas y procesiones en calles y plazas, y esto es muy bueno, pero no comprende por qué ella tiene que brindar espacios para la reflexión económica y política desde la perspectiva de la doctrina social católica, sin que por ello vaya a convertirse en un partido político. Vitral saluda como un signo de esperanza que puedan celebrarse misas en lugares públicos y que pudieran salir las procesiones con imágenes religiosas por nuestras calles, pero comprende que esto es sólo una parte de lo que debemos esperar y una señal de algo más importante y profundo: que los creyentes, y todos los cubanos, puedan sacar fuera la procesión que llevan dentro de sí: sus opiniones, concepciones filosóficas diversas, iniciativas económicas públicas y privadas, opciones y programas políticos de diferentes enfoques, creencias religiosas de variado espectro, sus diferentes proyectos de humanismo, sus creaciones artísticas y literarias sin trabas ni temores, y todo lo que debe salir del espíritu y las manos de los cubanos que quieren contribuir al bien superior de la nación. Si la fe se separa de la vida cotidiana o sólo se entiende como libertad religiosa la posibilidad de practicar el culto sin restricciones, entonces no se ha entendido bien la esencia de la religión cristiana. Esa esencia ha sido resumida de forma preclara por San Ireneo, uno de los padres de la Iglesia, cuando dijo: "La gloria de Dios es el hombre viviente" y, muchos siglos después, siguiendo la tradición, el Papa Juan Pablo II lo ha expresado así: "El hombre es el primer camino de la Iglesia", en su Encíclica inaugural "Redemptor hominis". Comprendiendo este misterio de la encarnación de Dios en la historia y en la persona humana podremos entender esa íntima relación -esa religión- que quiere hacer llegar su mensaje, su visión del hombre y de la sociedad, de la economía y de la política, de la ecología y de la cultura, a todos los rincones geográficos del mundo y a todos los rincones de la vida de la gente, de los ambientes, de las naciones. Si hacemos esta síntesis entre fe y vida, entre lo religioso y lo cívico, entre lo divino y lo profano, no debemos tampoco caer en el panteísmo o en la confusión de creer, como hemos escuchado, que todo lo que se haga, sin tener en cuenta su orientación moral o su sentido humanista, todo lo que se enseña y se vive, es religioso. Ni el extremo de separar absolutamente lo religioso de lo humano, ni el extremo de confundirlo todo perdiendo la identidad y lo específico del mensaje cristiano. No todo lo que se dice o se hace está inspirado en la doctrina social de la Iglesia, ni esa doctrina puede reducirse a una teoría sin asideros en la práctica cotidiana. Pero la doctrina social de la Iglesia, y todo el Evangelio, pueden y deben penetrar todos los ambientes, no para confundirse con ellos y dejarse arrastrar por sus seducciones o deformaciones, sino para potenciar todo lo bueno -semillas del Verbo- presente en esos ambientes; para denunciar y ayudar a redimir todo lo que vaya contra la vida del hombre, sus derechos y su trascendencia y para anunciar con la palabra, las obras y la vida ese Reino de justicia, de amor, de verdad y de paz que Jesucristo vino a inaugurar en el corazón de cada hombre y de cada nación. Está ya muy próxima la visita del Papa a Cuba. Él viene como mensajero de la verdad y de la esperanza. Él viene para recordarnos que la gloria de Dios es que el hombre viva. Él viene a predicarnos el Evangelio de Jesucristo, que es una religión que cuando se ha alejado, o la han intentado alejar, de la vida cotidiana de la gente y de los problemas fundamentales de la sociedad no sólo se ha convertido en una práctica religiosa alienante, llamada con razón "opio de los pueblos", sino que al estar ausente del devenir diario no ha podido dar su aporte específico, y entonces el hombre y la sociedad se han visto empobrecidos en su dignidad, vocación trascendente y niveles de humanidad. A los que preguntan por qué la Iglesia se mete en política en su sentido amplio le contestamos: es por el hombre. A los que preguntan por qué una revista católica trata temas que no son "religiosos", los invitamos a reflexionar sobre las referencias doctrinales que hemos incluido en este Editorial y que no tienen ningún margen de sospecha en cuanto a sus autores y autoridad. Una mujer sin par, Santa Catalina de Siena, laica católica de su tiempo, que pudo servir a la Iglesia y a la vida social y política de su tiempo, cuyo compromiso temporal deberíamos estudiar detenidamente los laicos cubanos, se inspiraba precisamente en esta convicción de que la Iglesia no debe ser detenida por nadie en su camino hacia el hombre y la sociedad donde este vive, por la sencilla y trascendental razón de que el hombre "es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma"(G.S. 24,3); así pudo entender por qué la Iglesia, desde el Papa hasta el último laico, no sólo tienen derecho a participar en la vida pública para mejorarla sino que esto constituye un deber intrínseco a la vocación y a la misión cristiana. Estas son las intenciones primeras y segundas, la razón, de la presencia de los laicos y de toda la Iglesia en los ambientes de la sociedad, esta es la motivación que muchos buscan en razones espurias para explicarse el compromiso de muchos laicos en las cosas de este mundo cuando desearían mejor que se ocuparan solamente de las cosas del más allá. Así lo expresaba esa intrépida mujer en un atrevido diálogo con el mismo Dios: "¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno."(Diálogo 4,13). Otro grande de la predicación del Evangelio, San Juan Crisóstomo, desde otra latitud y otra cultura coincide, por supuesto, con esta esencia raigal del cristianismo: "¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta Él y se sentara a su derecha."( in Gen. Sermo 2,1) Y si Dios no perdonó a su Hijo sino que lo entregó a la muerte y a la resurrección por los hombres, no nos dejará a los discípulos de su Hijo pasar por un camino diferente al de Jesús. Y si Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre suba... ¿podremos darnos los cristianos el lujo de dejar de hacer lo que esté en nuestras manos? Una de las mejores formas de prepararnos para la ansiada visita del Santo Padre es seguir trabajando para que la Iglesia pueda alcanzar todos los espacios donde se desarrolla el "hombre viviente" y pueda dar su aporte al crecimiento de ese hombre, a su dignificación y felicidad. Si la Iglesia católica dejara de cumplir cada vez más plenamente esta grave responsabilidad en favor de la nación cubana no sólo pecaría de omisión, pues esa es su misión, sino que muchos cubanos le preguntarían luego qué estaba haciendo mientras la historia transcurría. Pinar del Río, 8 de Septiembre de 1997 Solemnidad de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre Patrona de Cuba .
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