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septiembre-octubre. año IV. No. 21. 1997 |
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REFLEXIONES |
RECONCILIACIÓN Y PAZ (III SEMANA SOCIAL CATÓLICA) por P. René David Roset |
I. LA MISIÓN DE RECONCILIACIÓN Y PAZ
En su Exhortación Apostólica post-sinodal «Reconciliatio et paenitentia» Juan Pablo II, después de ver en un mundo en pedazos, con nostalgia de reconciliación, un signo de los tiempos que interpela la misión reconciliadora de la Iglesia, empieza por la Parábola del Hijo Pródigo, que puede llamarse quizás mejor, la Parábola del Padre Misericordioso y que revela que la reconciliación es un don de Dios, una iniciativa suya y que tanto el hermano pródigo como el hermano mayor que se queda en casa, necesitan ambos de una conversión para beneficiarse del amor del Padre y reconciliarse entre hermanos. La reconciliación con Dios y entre hermanos, son dos realidades íntimamente unidas. San Pablo, en 2ª Corintios expresa bien esa iniciativa reconciliadora de Dios:
"El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios la palabra de reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconcíliense con Dios!".
En Efesios, Pablo recalca el vínculo entre Reconciliación y Paz. "Mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, para crear en sí mismo de los dos un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la Cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros, tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu". Reconciliación y paz son un don de Dios, una iniciativa suya; y son la misión irrenunciable de la Iglesia. La Iglesia evangeliza para reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos en Cristo, traerles la paz de Cristo y realizar la gran Familia de Dios. Esa misión de la Iglesia, es amplia como la misión reconciliadora y pacificadora de Cristo que San Pablo expresa en el Prólogo de la Epístola a los Colosenses: "El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos". Por eso, en su Exhortación Apostólica "Reconciliatio et paenitentia", Juan Pablo II dice: "A toda la comunidad de los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia, le ha sido confiada la palabra de reconciliación, esto es, la tarea de hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo... En conexión íntima con la misión de Cristo, se puede, pues, condensar la misión, rica y compleja, de la Iglesia en la tarea, central para ella, de la reconciliación del hombre: con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado" (408). En su Discurso al pueblo reunido en la basílica de Santa María de los Angeles en Asís, el 12.3.1982, Juan Pablo II une bien la triple exigencia de justicia, de reconciliación y de paz: "Allí donde los derechos del hombre son pisoteados, bajo cualquier cielo, los cristianos no pueden adoptar las mismas armas de desprecio gratuito o de la violencia sanguinaria... Pero esto no significa ni conmiseración inútil ni cómplice asentimiento. El cristiano no puede aceptar nunca que la dignidad del hombre sea mutilada de una forma o de otra, y por ello siempre e incansablemente levantará su voz para sugerir y favorecer una reconciliación mutua que salvaguarda y promueve la paz y el bien de toda la sociedad y lo hará con sumo respeto por el hombre, un respeto que bien puede llamarse franciscano, y por tanto, evangélico". ¿Qué es la reconciliación? La reconciliación de parte de Dios es su voluntad salvífica de restablecer la comunión de los hombres con Él y que de antemano les ofrece su perdón. Pero Dios no se impone. Dios nos ama y desea que lo amemos; por eso respeta nuestra libertad. Así que, sólo si con su gracia recapacitamos, renunciamos al mal y acogemos su perdón, nos beneficiamos de Él y podemos celebrar el sacramento de la reconciliación. De nuestra parte, con los demás, conviene distinguir la virtud de reconciliación y el acto de reconciliación. La virtud de reconciliación es esa disposición permanente de antemano, y ese dinamismo de ofrecer nuestro perdón, nuestra reconciliación, quitando primero los obstáculos de nuestra parte. Pero sólo si los otros están en disposición de suprimir los obstáculos de su parte y aceptar la reconciliación, es cuando podrá darse el acto de reconciliación, la realización de la reconciliación. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año 1997, Juan Pablo II nota bien que verdad, justicia, reparación, son presupuestos del perdón y de la reconciliación.
¿Qué es la paz? Santo Tomás define la paz: "la tranquilidad del orden", lo cual en lo social exige en particular la justicia en sus diversas dimensiones. La paz espiritual, la paz en Cristo, la paz pascual, es el perdón de los pecados, la muerte al egoísmo para vivir bajo la animación del Espíritu Santo, la plena comunión con el Padre y con los hermanos. Aquí la "tranquilidad del orden" es que nuestra voluntad coincida plenamente con la voluntad de Dios.
II. LAS CONDICIONES DE LA RECONCILIACIÓN Y DE LA PAZ
La iniciativa de la reconciliación A imitación de Dios, que tiene la iniciativa gratuita de la reconciliación, la Iglesia y cada cristiano deben tener la iniciativa, vivir la reconciliación como una virtud permanente en cuanto a capacidad y voluntad de perdonar y dinamismo para crear las condiciones que posibilitan la realización de la reconciliación. La "Metanoia" La Iglesia no es perfecta como Cristo. Para la Iglesia, crear las condiciones que posibilitan la reconciliación en acto, exige que empiece por quitar los obstáculos de su parte. Se necesita una conversión, una purificación del pecado de odio o de rencor que puede afectar a ciertos cristianos, de la falta de humildad que juzga a los adversarios a veces con desprecio, de la falta de caridad que hace juzgar más bien que querer salvar, contradiciendo así la misión de Cristo: "Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él". (Jn. 3, 17). Se necesita una metanoia, una conversión de la mente, de la mentalidad, ya que son los prejuicios, los falsos criterios culturales, raciales, políticos, etc., los que paralizan la voluntad salvífica y mantienen el muro de separación. El Documento de Puebla, en vistas a incrementar el diálogo ecuménico entre las religiones y con los no-creyentes con miras a la comunión, da como orientación: Fomentar una actitud más sencilla, humilde y autocrítica en la Iglesia y en los cristianos como condición para un diálogo religioso fecundo. (No. 1118) Tomar conciencia de la realidad y extensión del fenómeno de la no-creencia, con miras a la purificación de la fe de los creyentes, a la coherencia entre fe y vida y a la colaboración "en verdadera paz, para la edificación del mundo". (No. 1126) El Papa Pablo VI, en su mensaje para el Domingo Mundial de las Misiones del 29.6.1974, da un buen ejemplo de esa actitud humilde autocrítica; dice: "Esa fraternidad universal que nos hace miembros de una misma familia con Jesucristo, como hermano mayor bajo un mismo Padre que está en los cielos, exige una conversión, una apertura, un acercamiento a todo nuestros hermanos. Conversión, en primer lugar, que nos obliga a conocerles, ya que debemos amarles. En segundo lugar, a condividir con ellos los bienes de los cuales ellos carecen y que nosotros poseemos, tanto del orden material como moral y espiritual. No puede concebirse, en efecto, una familia donde unos miembros mueran de hambre y otros estén hartos; donde unos nunca han oído hablar de Jesucristo y otros estén rodeados de todos los medios de salvación que posee la Iglesia. Si formamos una sola familia con todos los hombres, el amor fraterno nos obliga también a reconciliarnos con nuestros hermanos de todas las razas, lugares, culturas y condiciones de vida. Tenemos en nuestro haber muchos pecados de omisión y de injusticia por los que hemos de pedir perdón a nuestros prójimos. La reconciliación con nuestros hermanos comprende la reparación de estas faltas de justicia y de caridad y constituye además el signo más seguro de nuestra reconciliación con Dios: Si nos amamos unos a otros, Dios habita en nosotros". (I. Jn. 4, 12) También el Papa Juan Pablo II en su encíclica "Ut unum sint" del 25.5.1995 tiene la humildad, con profundo espíritu ecuménico, de dejarse interpelar por la petición que se le dirige de parte de comunidades eclesiales no plenamente unidas a la Iglesia Católica, para encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar a lo eclesial de su misión, se abra a una situación nueva; el Papa solicita sobre esta cuestión un diálogo fraterno. El perdón Dios nos ofrece de antemano su perdón, del que podemos beneficiarnos si lo acogemos. Asimismo los cristianos debemos siempre perdonar y estar en disposición de ofrecer nuestro perdón para fomentar la reconciliación. Perdonar es dar completamente el perdón; si es así, se recibe la paz de Dios, como bien lo expresa el lema del mensaje pontificio para el Día de la Paz: "Da tu perdón y recibe la paz". Ya se recibe la paz y uno llega a ser artífice de paz, de reconciliación. Les remito a ese mensaje del Santo Padre por todo lo que dice de la reconciliación y de la relación entre reconciliación y paz. Permítanme citar el teólogo chileno Segundo Galilea que dice en su libro: "Aspectos críticos en la espiritualidad actual" (Bogotá 1995): En situaciones conflictivas y abiertamente injustas, como es la latinoamericana, la reconciliación supone el trabajo por la justicia y la presión moral profética por obtenerla. Pero eso no es todo. La reconciliación supone también el perdón... al llegar a un acuerdo o al restablecerse la justicia objetiva, pueden permanecer siempre el odio, el deseo de venganza y el revanchismo. El perdón cristiano es la única actitud capaz de superar esta situación, y de alcanzar una reconciliación no sólo jurídica y formal sino fraternal. Esta reconciliación es la única estable, al estar vivificada por el amor y por la cruz. La diferencia entre una sociedad justa y una sociedad que además es fraternal, es el amor reconciliador". El amor Si como dice Pablo VI, formamos una sola familia con todos los hombres, el amor cristiano de amar como Cristo nos ama debe llevarnos a la reconciliación con todos los hombres, nuestros hermanos. Ese amor debe animar en nosotros un espíritu evangélico, un espíritu salvífico, que se siente responsable de salvar, más bien que juzgar y criticar, un espíritu ecuménico que sabe ver lo positivo y lo que une antes que lo que discrepa, y busca lo que un gran ecumenista, el P. Couturier, llamaba el "superproblema", es decir, la verdad que está por encima de las opiniones opuestas, que sin embargo quieren defenderla, y que por tanto es un terreno común para el diálogo. El amor cristiano debe también hacernos pasar de un sufrimiento negativo que hace criticar y desolidariza (como el del hijo mayor de la parábola del Pródigo que no quiere recibir a su hermano) a un sufrimiento redentor, salvífico, que une los sufrimientos inevitables de la ruptura, mientras dura, a la Cruz del Señor Jesús, para que la reconciliación pueda realizarse. Ese amor mantendrá en nosotros un espíritu de paz, a imitación de San Francisco, siempre dispuesto a desear Paz y Bien, hasta en su visita al Sultán cuando otros pensaban más bien en una cruzada. Ese amor nos ayudará a nunca perder la sencillez de la paloma aún cuando se necesita ser prudentes como la serpiente. Ese otro gran ecumenista, el Patriarca Atenágoras, decía: "Es preciso hacer la guerra más dura, la que es la guerra contra sí mismo. Hace falta llegar a desarmarse... Cuando uno ya no tiene más nada, ya no tiene miedo... Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al Dios Hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él borra el pasado malo y nos da un tiempo nuevo donde todo es posible". El amor cristiano hace esperar lo aparentemente imposible, no permite tratar a las personas como si fueran piedras aún cuando su ideología sea monolítica, como notaba Juan XXIII en la "Pacem in terris" al distinguir a las personas de sus ideologías, y sabemos como decía San Juan Bautista, que Dios puede de piedras dar hijos a Abraham. (Mt. 3, 9) Ese amor nos lleva a la solidaridad. Para salvarnos, reconciliarnos y traernos la paz, Cristo tuvo que encarnarse, y encarnarse de manera salvífica, redentora. Sin dejar de ser Dios se hizo lo que no era, hombre, uno de nosotros, al mismo tiempo que trasciende toda la serie humana por su Persona divina. Se solidarizó con toda la humanidad que viene a rescatar, y de manera concreta, con un pequeño pueblo, Israel, con una familia, la Santa Familia, con una localidad, Nazaret, con el trabajo manual, con el idioma arameo, de su tiempo, pasando por uno de tantos y sin embargo planteando un punto de interrogación por todo su ser y su actuar. (Mt. 13, 53-56; 16, 13-15) El verbo reconciliar, en griego "katallasso", significa intercambiar. Dios se hizo lo que no era, hombre, para que nosotros lleguemos a ser lo que no éramos, hijos de Dios. La Iglesia tiene siempre que preguntarse si está suficientemente encarnada en una cultura y en una sociedad, y eso de manera redentora, sin perder su identidad, siendo al contrario, más Iglesia salvífica. Como también San Pablo se hizo "con los que están sin ley como quien está sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo", haciéndose "todo a todos para salvar a toda costa a algunos" (I Cor. 9, 21, 23). ¿Hasta dónde la Iglesia debe hacerse lo que son los que necesitan reconciliación?, ¿hasta dónde va la solidaridad, no sólo espiritual que debe ser universal y permanente, sino también cultural y social?. Interrogante que queda por encontrar una respuesta adecuada en cada país en que la Iglesia de Cristo está presente. El amor cristiano debe insertar en nosotros una mística de reconciliación sin la cual es difícil no perder el ánimo ante las dificultades o lentitudes del proceso de reconciliación. Por "mística" entiendo una exigencia evangélica, aquí la de reconciliación, que se apodera de la mente y del corazón y nos hace sufrir de que todavía esa exigencia evangélica no sea realidad, o plena realidad, e impulsará la oración y los pasos para que sea un día realidad. El amor, en fin, es necesario a la comprensión de las personas y de los problemas. ¡Cómo no recordar en Cuba las sabias palabras de José Martí, que conocemos quizás más que practicamos! "Por el amor se ve, con el amor se ve, el amor es quien ve. Espíritu sin amor no puede ver". Saint-Exupery en su ameno y precioso cuentecito "El Pequeño Príncipe" da la misma nota: "Adios, dijo el zorro; tiene aquí mi secreto, es muy sencillo: no se ve bien sino con el corazón". Mucho antes San Agustín decía: "No se entra en la Verdad sino por la caridad". La sinceridad La sinceridad es imprescindible para salvaguardar la confianza, sin la cual no hay paz en las familias; tampoco hay paz en una sociedad represiva que hace al hombre doble, impide saber quién es quién y tener confianza en la palabra del otro. Sin sinceridad tampoco hay paz entre las naciones, ni desarme eficaz. La sinceridad es imprescindible para el diálogo entre esposos y entre padres e hijos, imprescindible para el diálogo nacional, y para el diálogo pacífico y constructivo, solidario entre las naciones. La sinceridad es indispensable para la reconciliación y la paz. En su mensaje Juan Pablo II dice: "Donde se siembre la mentira y la falsedad, florecen la sospecha y las divisiones. También la corrupción y la manipulación política o ideológica son esencialmente contrarias a la verdad, atacan los fundamentos mismos de la convivencia civil y socavan las posibilidades de relaciones sociales pacíficas". La tolerancia La palabra "tolerancia" es susceptible de varios sentidos. La tomamos aquí en su sentido corriente de respeto a la libertad ajena en materia de religión, opiniones filosóficas, políticas. Tiene también el sentido vecino de actitud que consiste en admitir en los demás una manera de pensar y de actuar diferente de la que uno mismo adopta. La tolerancia es necesaria siempre a la coexistencia pacífica interpersonal, social y entre naciones. Es necesaria como camino a la reconciliación o a la realización misma de la reconciliación, cuando la discrepancia no versa sobre cosas tan importantes que aplazan todavía la realización. En efecto, la tolerancia no es indiferentismo ni pasividad; es respeto a la libertad de la persona que piensa y actúa de manera distinta a la propia. Pero con el deseo de hacer lo posible para que esa persona descubra más la verdad y actúe más correctamente. La tolerancia es una cuestión de humildad para no pensar tener el monopolio de la verdad y de su comprensión, una cuestión de respeto a la libertad legítima de la persona o de una nación y una cuestión de realismo para tener en cuenta el pluralismo de la sociedad o del mundo, para saber esperar los tiempos oportunos y no utilizar los medios que estarían en contradicción con el fin que se busca. La tolerancia tiene a veces el sentido de soportar lo que en realidad no se puede admitir, en particular las injusticias, mientras no se puede sanar el mal social. Aquí se necesita más todavía no confundir tolerancia y pasividad. La justicia es una exigencia de la paz social y de la paz entre pueblos; pero la lucha contra las injusticias debe utilizar en lo posible métodos no violentos, homogéneos al fin de la paz que se quiere asegurar: El diálogo político es más humano que la lucha armada y la guerra. Cuando la tolerancia está a cargo del Estado para con los ciudadanos, puede plantear problemas delicados por la responsabilidad de un Estado para el bien común, y más si no hay una noción correcta del bien común ni una antropología correcta. Fácilmente, en nombre del bien común, de la paz, de la seguridad, un Estado puede caer en la intolerancia con pretexto de que la tolerancia tiene sus límites. Si en la Revolución francesa, una Charlotte Corday, que murió en la guillotina, pudo decir: "Libertad, libertad cuántos crímenes se cometen en tu nombre", se podría decir también, pensando por ejemplo, en la ideología de la seguridad nacional, ¡cuántos crímenes se han cometido en América Latina en nombre de dicha seguridad! Es donde el diálogo político entre gobernantes y gobernados es muy necesario, al mismo tiempo que una reflexión para una mejor concepción del hombre y del bien común.
III. LAS MEDIACIONES DE LA RECONCILIACIÓN EN PRO DE LA PAZ
La oración La reconciliación y la paz son una obra más divina que humana, aún cuando es una gran responsabilidad nuestra. Dios no actúa de manera impositiva, dominadora, respeta la libertad humana, es más paciente que nosotros al mismo tiempo que más exigente que nosotros de nuestra conversión. La reconciliación y la paz requieren nuestra oración perseverante y solidaria, pidiendo por nuestra propia metanoia y reconciliación con nosotros mismos, por el esfuerzo de nuestra Iglesia por ser más evangélica, por no ser signo de contradicción faltando a las exigencias evangélicas y por estar siempre dispuesta a tomar la iniciativa de los pasos que encaminan a la reconciliación; pedir por la unidad de los cristianos, por los dirigentes de los pueblos, por los grupos o pueblos que están en pugna; pedir por la reconciliación de los hombres con Dios y entre ellos. El Padre Nuestro, en que pedimos el perdón de Dios a nosotros como perdonamos a los que nos ofenden, es por excelencia una oración promotora de reconciliación y de paz, si somos sinceros al rezar y contamos con la ayuda de su gracia. Además de la oración se debe notar también, y de manera particular, los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. La Eucaristía nos obliga a examinar si estamos en comunión con todos, so pena de no poder participar sin antes ir a reconciliarnos (Mt. 5, 24). La Penitencia, o mejor dicho el sacramento de la Reconciliación, del perdón de Dios, nos reconcilia con nosotros mismos al reconciliarnos con Dios y con los hermanos; y reconciliados, tenemos la misión de ser artífices de reconciliación en el mundo. El diálogo Los filósofos personalistas suelen distinguir tres niveles de relaciones interpersonales: La comunicación Es un primer nivel, y un primer paso en el camino de la reconciliación para personas o estados que no se hablaban. Si la comunicación es sincera, es ya una toma en serio de la persona misma que habla al mismo tiempo que de sus palabras. La ayuda mutua Es un segundo nivel más profundo. Es no sólo creer en la palabra de otra persona sino también esperar algo de ella. Es un paso en el camino de la solidaridad y posibilita la continuación del diálogo. Mientras el marxismo-leninismo no esperaba nada de la Iglesia y la tentación de los cristianos era de "devolver la pelota", no había diálogo posible. Para un diálogo constructivo hace falta la confianza, fruto de la sinceridad; pero mientras había de parte del gobierno pasos dialécticos, de sí y no, de ciertos favores y depresiones en contra, no había la confianza necesaria. Al contrario, pasos positivos, continuos, sí permiten la confianza capaz de ponernos en caminos para una reconciliación. Debemos saludar como esperanzadora la toma en serio del papel positivo de la religión en un artículo del periódico Granma del 21 de agosto de 1996, donde se dice: "El incremento de las prácticas religiosas, en el que se aprecia actualmente una tendencia a la estabilidad, no constituye un problema para la Revolución, siempre que corresponda a la profesión honesta de cualquier fe religiosa, cuyos principios, no sólo formalmente sostenidos, sino consecuentemente observados en el comportamiento personal y social, promuevan el amor al prójimo, el desinterés, la protección al más débil o desvalido, la unidad de la familia, la justicia social, las virtudes morales y ciudadanas, el amor y el sacrificio por la patria. Los que no actúen así, niegan no sólo a su pueblo sino a su fe". En estos pasos, que podemos esperar serán continuos, saludamos sobre todo como muy positiva la visita "histórica" del Presidente Fidel Castro al Santo Padre con invitación a que venga a Cuba.
La comunión Es el tercer nivel, el más profundo de las relaciones interpersonales. Supone que de ambas partes haya amor fraterno. Pero de parte de los cristianos debería siempre haber amor fraterno, aún en los dos primeros niveles de relaciones. El filósofo Jacques Maritain, con razón dice: "¿Qué es lo primero que quieren los hombres? ¿Qué es lo que más ansían?. Tienen necesidad de ser amados, de ser reconocidos, de ser tratados como seres humanos, de sentir respetados todos los valores que el hombre encierra en sí mismo. Para esto no basta con decirles: los amo, no basta tampoco con beneficiarlos... Es necesario existir con ellos, en el sentido más profundo de la expresión". Sabemos como el Documento de Puebla habla de un diálogo de comunión: "Frente a la responsabilidad de la Evangelización, la Iglesia Católica se abre a un diálogo de comunión, buscando áreas de participación para el anuncio universal de la salvación". (No. 1097) Por supuesto, sería muy útil que haya estructuras, organismos que faciliten el diálogo, aseguren su continuidad, no sólo para realizar la reconciliación y la paz, sino también para mantenerlas.
Las manifestaciones de solidaridad Las manifestaciones de solidaridad, en forma de simpatía en los acontecimientos dolorosos del Pueblo, o en otras ocasiones nacionales, las obras en común, por ejemplo, colaboración entre Cáritas y organismos del Gobierno, son como un diálogo en acción más que en palabra que puede preparar o apoyar el diálogo propiamente dicho.
El trabajo El trabajo es un gran factor de solidaridad. Los seglares hacen presente la Iglesia en el mundo del trabajo según su vocación y misión propia; tal o cual religiosa o sacerdote y más los diáconos, que siguen ejerciendo su profesión en la sociedad, pueden ser partícipes de reconciliación y de paz, haciendo caer prejuicios y revelando mejor el verdadero rostro de Cristo y de su Iglesia.
La cultura La Cultura es normalmente un factor de unificación, con el riesgo de uniformización si las personas faltan de personalidad o de criterio para distinguir lo negativo y lo positivo. Por eso la Iglesia asume la cultura, pero con la misión de purificarla y evangelizarla, según el proceso recíproco de inculturación.
La patria La Patria es un terreno grande de solidaridad que va más allá de las fronteras de un país, aún cuando hay el riesgo de que los descendientes de los emigrados se sientan poco a poco más solidarios de la Patria de adopción. Pero estos pueden ser factores de unión solidaria entre los que están dentro y los que están fuera del país, y entre su patria de origen y la patria de adopción. El amor a la Patria es una virtud cívica, y podemos decir cristiana, que no tiene que ver con la ideología falsa del nacionalismo exacerbado, racista o expansionista. El amor a la Patria es perfectamente compatible con la solidaridad con los demás pueblos.
En Cuba: Nuestra Señora de la Caridad La devoción a la Virgen de la Caridad es un inestimable factor de unión entre todos los cubanos, estén o no estén en Cuba. Desde que los Mambises pidieron su protección, es Patrona de Cuba, es la Madre de todos los cubanos, de todos los hijos de la Madre Patria.
IV. DIVERSAS DIMENSIONES DE LA RECONCILIACIÓN
La reconciliación consigo mismo La reconciliación de la persona consigo misma se beneficia de la reconciliación con los demás, pero también es una condición de la reconciliación con ellos. Para ser reconciliador es preciso estar reconciliado consigo. El hombre dividido entre el bien y el mal no puede ser uno mismo. La voluntad está hecha para el bien, como la inteligencia está hecha para la verdad. Si uno quiere el mal, trata de persuadir de que es un bien, se miente a sí mismo, se divide más. Por otra parte, si la persona no se acepta, no acepta su sexualidad, su situación familiar, social, etc., se amarga, busca falsa compensación en la crítica a los demás; no tiene paz y no es artífice de paz. Es la reconciliación con Dios que reconciliará la persona consigo misma, que le dará paz y realismo espiritual y la capacitará para trabajar por la reconciliación de los demás. La reconciliación de los cubanos en Cuba Para un análisis concreto de lo que dificulta la reconciliación en Cuba y las orientaciones espirituales y pastorales apropiadas, les refiero a la iluminadora reflexión de Mons. Adolfo Rodríguez sobre el libro de Jonás, y en particular "la encarnación del libro de Jonás en nuestro hoy". Les refiero también al Editorial "Convivencia y tolerancia" del No. de Sept.-Oct. del 1995 de la Revista Vitral. La Patria debe ser vínculo de unión entre los cubanos aún cuando hay discrepancias entre ellos por el problema político. Pero es sobre todo nuestra fe cristiana que nos obliga a sentirnos responsables de la salvación de los once y medio millones de cubanos, y para salvar hace falta, en la continuidad de la encarnación redentora de Jesús, ser solidarios de todos. Esa es la Cruz del Señor y la nuestra; esa Cruz que extiende sus brazos a los que apoyan el sistema actual y a los que aspiran a una mejor sociedad. Ser solidario no es aprobar todo o apoyar todo, es desear y buscar el verdadero bien de los unos y de los otros, en particular buscar la unidad y la paz, y que todos puedan sentirse amados por Dios a través de nosotros, encontrar el verdadero rostro del Señor y la luz de su Evangelio, ser un día miembros de la Familia de Dios. En la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi", el Papa Pablo VI habla del testimonio de la vida y de los interrogantes provocados por este testimonio "que comporta presencia, participación, solidaridad, y que es un elemento esencial, en general el primero absolutamente, en la evangelización". (No. 21) Una pregunta que nos podemos hacer en el diálogo que seguirá a esta exposición, sería: a saber, si ¿todos los cubanos nos perciben como presentes, solidarios, deseosos de su verdadero bien, amados por nosotros?. Otra pregunta podría ser: Si ¿ante los errores del capitalismo y de su derivado el neo-liberalismo, y los errores del socialismo llamado "científico", es deseable y posible, para bien de los países del Tercer Mundo, y para la unidad y reconciliación de los de los cubanos (que, en la sencillez de la vida, la atención sanitaria gratuita y la posibilidad para todos de estudiar, han encontrado valores que deberían salvarse), piensan que Cuba, por su latinoamericanidad y su herencia de Martí, el "apóstol" de una sociedad libre, fraterna, sin discriminación, podría ser un laboratorio para elaborar en la paz y el diálogo constructivo una forma de convivencia social y política que asocie mejor los valores de igualdad y de libertad, para una fraternidad más real, una prosperidad razonable y un respeto solidario de los demás países del mundo y en particular del vecino país de Estados Unidos?. Si en la reconciliación Dios tiene siempre la iniciativa, y si la Iglesia debe tener también la iniciativa, buscando primero su propia fidelidad al Evangelio, podemos al menos preguntar a los que difícilmente todavía nos aceptan: ¿Qué esperan de nosotros?, dejándonos interpelar en la medida en que su respuesta es compatible con nuestro ser y misión de cristianos. Esa elaboración que podría hacerse bajo la dirección del actual gobierno, no toca a la Iglesia como autoridad apostólica, pero sí compete a los seglares cristianos, por su responsabilidad personal, apoyar tal búsqueda.
La reconciliación de todos los cubanos Es decir, la reconciliación de los cubanos de Cuba y los cubanos que están en otros países. También tendremos que vivir la Cruz que extiende sus brazos a los cubanos del exterior, que comprenden nuestra situación y a los que la rechazaban. El ser cubano, la preocupación por Cuba, es un elemento importante de unión pero haría falta la paz, la serenidad, la ecuanimidad que da la vivencia de la Cruz para estar presentes de manera salvífica, reconciliadora, con los unos y los otros, ayudándoles a comprender que la mejor ayuda es hacer confianza a los cubanos de Cuba y contentarse con una ayuda espiritual y material.
La reconciliación entre todas las naciones El respeto de la libertad de una nación, de la no injerencia legítima, y de la solidaridad entre los pueblos y las naciones, son condiciones permanentes de la paz. Pero para una reconciliación entre las naciones, hará falta un nuevo orden económico mundial. En la elaboración de ese nuevo orden, por la fe cristiana que nos dice que los pobres deben tener la prioridad de la atención caritativa y por la experiencia del desequilibrio actual, donde la competición de los países capitalistas lleva a la automatización y al desempleo de muchos trabajadores y crea una diferencia más y más grande entre los ricos y los mucho más numerosos pobres, se puede pensar que un nuevo orden económico debería poner a los países pobres en el centro de sus preocupaciones y no al margen, dándoles sólo migajas; y que sólo elevando el nivel de vida de los países pobres, dándoles un poder de compra, habrá más trabajo en los mismos países desarrollados, sin despilfarro o lujos innecesarios, y reduciendo la desigualdad en estos mismos países. Si, como lo decía Pablo VI en el texto citado al principio, formamos una sola familia con todos los hombres, los cristianos debemos ser los primeros en buscar en la vida social, económica, formas de convivencia solidaria que nos permitirán decir con sinceridad que amamos al prójimo como a nosotros mismos; y Juan Pablo II en una visita a la Favella Vidigal en Brasil, decía, aludiendo a II Cor. 8, 13, que se debe tender a la igualdad social. Se necesita para eso una mejor evangelización no sólo de los no cristianos sino de los mismos cristianos. Por supuesto, ante la tarea ingente de la reconciliación de los pueblos y de la paz, y para no ser "pelagianos", debemos contar primero, y permanentemente, con la oración. La reconciliación y la paz son don de Dios y responsabilidad de nosotros, cristianos, y de todos los hombres. La reconciliación con Dios es fundamento y culmen de toda reconciliación. Por eso la reconciliación necesita la evangelización. Como bien dice Mons. Adolfo Rodríguez en su reflexión sobre el libro de Jonás: "Somos hijos de Adán; pero Adán era hijo de Dios" (Lc. 3, 38). Y cuando Adán se olvidó de esto, empezó a discutir y a pelear con Eva, y sus hijos se fueron a las manos. Es necesario recordar que todos, hijos de Adán, somos hijos del mismo Dios y que Dios perdona, Dios une, Dios reconcilia, Dios ama. Este es el anuncio y la misión de la Iglesia, que si ella no cumple, nadie la puede cumplir por ella; nadie como ella puede proclamar una palabra de San Pablo que hay que valorar mucho y que es muy necesaria en este mundo: "Lo pido en nombre de Jesucristo: ¡déjense reconciliar!". (2 Cor. 5, 20)
El Cobre, mayo de 1997
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