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marzo-abril.año3.No.18.1997 |
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HECHOS Y OPINIONES |
AUSENCIA NO QUIERE DECIR OLVIDO (EL KIOSKO DE "LA COLASAL") por Rosario González Alvarez |
Cada vez que pasaba por aquella esquina hacía lento el paso para observar (como Balzac) el bullicioso grupo que allí a diario se daba cita y donde no se veía ninguna figura femenina, salvo las de paso o de compra. Allí el hombre robusto, faz sonriente, voz y gesto contenido con suavidad grata que no hiere el oído, el de figura quijotesca, de igual talante, hablador y bullanguero, jóvenes, viejos, muchachos broncíneos, quizás con "monos atléticos", discutiendo el error, la buena jugada, la equivocada dirección del team de pelota pinareño y que en temporada beisbolera se convertía en "la esquina caliente". A veces llegaba un joven (y por qué no, un cuarentón) con esmerado atuendo: camisa sin arrugas (lo de "bien planchada" pertenece al tiempo anterior al "poliéster"), pelo cuidadosamente peinado, voz calmada; y a la hora (o menos) de amistosa pero acalorada discusión se veía un hombre como recién salido de una cola para tomar un ómnibus, batiendo las manos, agitando los brazos, el pelo sobre la frente, camisa en bandolera, quizás como centro de un corro apoyando o rechazando sus opiniones casi siempre deportivas. Allí, como en ningún otro sitio, la pasión por nuestro deporte nacional se hacía gesto, habla, discurso, arenga. Y allí también otros temas, el chiste, el cuento "subido de color" o "de Pepito", el comentario sobre sucesos locales, nacionales o internacionales (porque allí sí había gente "que sabía bien" de todo...) y, en estos años, la llegada de un producto a la placita, "La Estocada" (léase carnicería) o la bodega, con su nombre "de antes" pues los actuales números que la identifican en sus paredes son por pocos recordados, el último hit de los Van Van o Michael Jackson, etc., etc. Algunos se mantenían ajenos a la charla, en silencio, supongo que por disfrutar, como yo, del espectáculo o por innata timidez. ¡Ya la reconocieron..! ¡Estoy hablando del "Kiosco de La Colosal" y de su esquina, tan típico aquí como "La Bodeguita del Medio" de la Habana o la acera del Louvre en la Habana Colonial. Miraba yo entonces el viejo kiosco desaliñado, pequeño, incómodo, despintado, fuera de serie, pero rodeado de vida, reto para sus adictos ante el sol cálido y abrazador de la mañana veraniega o el cortante frío de nuestro corto (gracias a Dios) invierno. Yo lo pensaba eterno, pero ¡Ay!, está hoy totalmente eliminado, sin rastro del mismo, sin piedra ni lodo que denote su antigua presencia en nuestro paisaje urbano. ¡Sí, había desaparecido la esquina donde generaciones de pinareños acudieron a buscar la prensa y a echar una parrafada! Antes con todo tipo de revistas, desde "Bohemia" hasta "El Correo de la UNESCO", hoy con estrepitosa "cola" (donde ya está la mujer en busca del "periódico" que tantos usos tiene en el hogar amén de su lectura), con sus disputados turnos y "colados", impasibles ante la repulsa del que "yo estoy aquí desde esta mañana" y todo por comprar Guerrillero, etc. Faltaba la prensa y las revistas pero no mermaban un ápice los asiduos a la charla refrescante: como humildísimo émulo del "café de la Paix" parisino que acoge lo mismo a un chofer que "se toma" un descanso que a una figura destacada del cine, la alta sociedad etc. Veíamos allí músicos, peloteros, boxeadores, obreros, médicos, periodistas, jubilados, jóvenes estudiantes, abogados, oficinistas, hombres de negocios, maestros y por qué no, vagos y algunos reconocidos aficionados al trago, que añadían un minuto jocoso a la reunión, etc., etc. Allí el alegre anuncio de los nacimientos, las penalidades de los sin trabajo, enredos del "Donjuan" y la nota "de buena tinta" de un marido engañado. Allí la tristeza de la muerte de conocidos, con su círculo de penas y conjuros, como "la cámara de la muerte con los que parlotean y los que enmudecen". Allí encuentros gratos y ausencias dolorosas. Allí algún viajero "haciendo tiempo" para tomar el próximo ómnibus y quizás encontrar una cara conocida. ¡Un mundo en una esquina! Punto clarísimo de referencia a todo peatón o viajero desconocedor de la ciudad. Allí la crítica mordaz o el comentario halagüeño, las miradas golosas ante el paso de una bella mujer con su tropical contoneo al andar o la mirada benévola y sabia del conocedor de aquello de "aprended niñas de mí, lo que va de ayer a hoy, ayer maravilla fui, hoy sombra de mí no soy". Nunca tuve noticias de riñas sangrientas, o como encajar en determinado campo doctrinal a alguien con agrias palabras, ni de piropo soez o chabacano. Quizás el "ángel de la jiribilla" con sus angélicas alas cubría y daba sensatez a sus protegidos. "Ángel nuestro de la jiribilla de Topacio de diciembre, de verde de hoja en su amanecer lloviznado, gris tibio del aliento del buey, azul de casa pinareña, olorosa a columnas de hojas de tabaco" según Lezama Lima. Pequeño espacio urbano, por sencillo no valorado en toda su dimensión social, que ha demostrado, en unidades de tiempos distintos, lo intelectual con la garra popular, la razón sin antagonismo con el sentimiento y lo más hermoso del ser humano: el respeto al sentir ajeno, la diversidad de opiniones (en nueva arca de Noé), el diálogo, la tolerancia, muestra diaria del sello de nuestra ciudad: la Hospitalaria. Su ausencia me produjo una mágica necesidad de verlo de nuevo. Me bastó su ausencia para arder en esa necesidad. ¡Qué sentirán los que fueron actores en ese teatro de nuestra vida pinareña! ¡El kiosco ha desaparecido y no tenemos la fuerza de los brasileños que protestan por la anunciada destrucción del Stadium Maracaná! Ausencia quizá sólo perceptible para los que peinamos canas y añoramos sus tertulias, como añoramos el paseo de los jueves por el Malecón o los domingos al Parque de la Independencia (también modernizado...), solitarios hoy. Sé que las necesidades evolucionan, pero no me acostumbro a mirar un establecimiento y tener que hacerlo con detenimiento, pues no sé (quizás sea la miopía o los años) si es un "Rápido" donde se expende coca cola o una "tienda" de ropa, calzado y artículos del hogar. ¡Todas tienen igual línea arquitectónica para mi! Ahora vive Pinar del Río -como toda Cuba- un momento urbanístico acorde con su nueva faz de marcos de aluminio, cristales panorámicos. Han desaparecido las vidrieras, lugar de "pasar un rato" pueblerino, ¡vamos a ver las vidrieras, era como decir vamos al cine o a un café o restaurante! En las vidrieras con maniquíes (¿dónde están?), y agradables arreglos, exponíanse los artículos en venta, para todos los gustos y todo tipo de bolsillos. Nuevos estilos arquitectónicos las han eliminado por inútiles, apremiados por solicitaciones más urgentes de espacio (o ¿seguridad?) y dar paso a limpísimas y olorosas "tiendas", con el OPEN sobre los susodichos cristales y la venta por dólares ("fulas", ¡ya tienen nombres criollos!) pero no acorde con la vieja y típica imagen pueblerina de la calle Real cubana, poniendo en juego la imaginación y buen gusto de sus autores: ambiente veraniego, invernal, carnavalesco, de principio de curso, bodas, bebés, etc., etc. Para satisfacer las necesidades actuales de un mundualismo capitalista, perdemos dicha imagen. No tenemos ni los puentes de Matanzas o de Praga, los canales de Venecia, el paseo donde se enseñorea el Gallo de Morón... Teníamos "la calle Real" con sus "tiendas": ferreterías (hasta un caballo airoso en tamaño natural, en vidriera de una talabartería), boticas, teatro, barbería, peletería, cafés y bares, locales de dentistas y humildes "retazeras" de "polacos", librerías y hoteles. Pero es el precio del progreso, de lo "moderno"; ¡Ay!, hemos perdido (o estamos perdiendo) ese tipicismo cubano; apertrechados tras el aluminio y los cristales. Vamos cambiando, aunque duela, la imagen de un pueblo que se dice ciudad y no es la que un turista (creo) espera ver; distinta de sus cromados y luces de neón. Se juega con el espacio más para hacerlo útil (o léase lucrativo) que para hacerlo hermoso, ¡y sencillamente cubano..! "El kiosco de la Colosal" ha desaparecido como símbolo del progreso, la esquina está vacía, limpísima, brillante el enlosado y claros los cristales del bello local allí construido, con hermosísimas lámparas. Pero ha desaparecido el último lugar de sabrosas charlas, sucesor humilde de las peñas de la antigua barbería de "Apen" Cabrera, de Lluis, el portal del Ricardo, el G. Provincial y de "casas particulares " como la del Dr. Barrial o el Dr. J. Lacalle, y la más nutrida, la de "El Morro". Y recordamos, por su estilo colonial (con su puerta cochera por el costado, en la calle Rosario, y escalera de madera), al almacén de víveres "La India", que por su deterioro tuvo que ser casi totalmente demolido, actualmente en detenida (y al parecer lejana) reconstrucción, que ha sido (lo que de él queda) sucesivamente letrina pública, basurero, lugar de citas amorosas (lo de amor va porque hay que darle algún nombre), parqueo de bicicletas, salón de baile para el "Círculo del Danzón" y hace pocos días, inaudito "local de ensayo" (como salido de un filme de Luis Buñuel o Saura) de nuestra orquesta de concierto. Espero no desaparezca como la glorieta del "malecón" pinareño, que después fue seguida por el propio paseo, todo ¡claro! por imperativos de mejor circulación de vehículos en sus calles. O la transformación de la antigua (y casi señorial) glorieta del Parque de la Independencia, que fue "modernizada" con esbeltas líneas, pero perdiendo su encanto pueblerino. Quizás lo que amamos, en realidad, con añorado afecto en el perdido paisaje de la ciudad, es lo que hubiera podido salvarse para construirle un marco de belleza a su porvenir. Ya no existe el "Kiosco", ha desaparecido y por consiguiente los asiduos pinareños al lugar. ¡Que desolada la esquina! Pero perdura en nuestros corazones... Antes fue el "Kiosco de Lara", luego, estatal, pero fue, es y será siempre ¡la esquina del "Kiosco de La Colosal"!
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