marzo-abril.año3.No.18.1997


ECOLOGÍA

LOS COSTOS ECONOMICOS DE LA DEGRADACION ECOLOGICA.

por José Hernández Padrón Cortés

 

Son muchas las personas que ya han entendido, al menos intuitivamente, que la continua degradación ecológica puede llegar a cobrar un alto precio económico. Desgraciadamente, en el mundo, se sigue sin modelos económicos que incorporen la degradación y destrucción de los ecosistemas terrestres. Tan sólo desde fecha muy reciente se ha podido empezar a juntar los pedazos de información que suministran diversos estudios independientes y que dan una idea aproximada de los efectos económicos del deterioro ecológico a escala mundial.

Entre los estudios más relevantes se encuentran los realizados sobre los efectos de la contaminación del aire y de la lluvia ácida en los bosques europeos, de la degradación de la tierra en la producción agrícola y ganadera en las regiones áridas del planeta, del calentamiento global sobre la economía y los efectos de la contaminación sobre la salud.

Estos informes y otros datos muestran que la multiplicación por cinco de la economía mundial desde 1950 y el aumento demográfico desde 2 600 a 5 500 millones de personas, han empezado a desbordar la capacidad de carga de la base biológica y la capacidad de los ecosistemas para absorbe residuos sin resultar dañados.

Son muchos los países en que la demanda de productos agrícolas, forestales y de pasturas, así como de productos pesqueros, supera el rendimiento sostenible de los ecosistemas que los proporcionan. Cuando esto ocurre, se inicia la disminución del recurso y se consume capital natural.

Se ha llegado a un extremo en el que lo normal es la sobreexplotación de las pasturas, de las tierras agrícolas, de los recursos forestales y de las zonas de pesca. No hay un sólo país que, de una forma u otra, no acumule el equivalente ecológico de un déficit financiero.

Quizás el déficit ecológico más visible es la deforestación, resultado de la tala de árboles y de las tareas de despejar el bosque por encima del crecimiento natural y la repoblación de árboles. Cada año este desequilibrio le cuesta al mundo unos 17 millones de hectáreas solamente de bosque tropical. La eliminación del bosque tropical no es más que la conversión de un ecosistema muy productivo en yermo a cambio de un crédito económico a corto plazo.

No sólo el hacha y la sierra mecánica amenazan los bosques, también lo hacen las emisiones de las chimeneas de los centrales térmicos y los tubos de escape de los automóviles. En Europa, la contaminación del aire y la lluvia ácida están afectando y destruyendo sus tradicionalmente bien gestionados bosques. Algunos científicos plantean que están afectadas las masas boscosas de todos y cada uno de los países del continente, desde Portugal y Noruega, al oeste, hasta la parte europea de la antigua URSS en el este.

Un estudio estima que las pérdidas derivadas del deterioro de los bosques europeos ascienden a 30 400 millones de dólares al año, aproximadamente la misma cantidad que factura anualmente la industria alemana del acero.

Otras pérdidas derivadas de la muerte de los bosques, entre las que hay que incluir los costos de las cada vez más frecuentes inundaciones, las pérdidas de suelo y la saturación de ríos, alcanzan los 16 900 millones de dólares al año. Si se incluyeran los efectos dañinos de los óxidos de nitrógeno, las pérdidas serían todavía mucho mayores.

Resulta alarmante que, según las estimaciones de los científicos, la adopción de las tecnologías más efectivas para el control de la contaminación dejaría todavía la mitad de la deposición de óxidos de nitrógeno y una cuarta parte de las de azufre, lo que seguirá amenazando, a largo plazo, la viabilidad de los bosques europeos.

La degradación de la tierra también cobra un alto precio económico en las zonas secas que cubren un 41% de la superficie total de la tierra. Al principio los costos se manifiestan en forma de una menor productividad de la tierra. Pero si el proceso sigue su curso sin ser frenado, finalmente convierte la tierra en yermo, destruyendo suelo y vegetación.

Con datos de 1990, en una evaluación de Naciones Unidas sobre las regiones secas del planeta, se calculaba que la degradación de las superficies agrícolas de regadío, de zonas que dependen de la lluvia y de las pasturas, le cuesta actualmente al mundo más de 42 000 millones de dólares anuales en pérdidas de productos agrícolas y ganadero, una suma que se aproxima al valor de la cosecha cerealera de los Estados Unidos.

Estas pérdidas se refieren tan sólo a las tierras secas. El deterioro de las regiones húmedas del mundo, entre las que se incluyen el Corn Belt (cinturón del maíz) de Estados Unidos y la mayoría de las regiones europeas de agricultura avanzada, genera también importantes pérdidas, aunque nadie las ha calculado.

El exceso de demanda amenaza también de manera directa la productividad de las zonas pesqueras oceánicas. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que evalúa regularmente las reservas pesqueras, señala que 4 de cada 17 zonas pesqueras del mundo están sobreexplotadas. También documenta que la mayoría de los reservas marinas pesqueras tradicionales han alcanzado su máxima explotación. Los stocks Atlánticos de atún de aleta azul, tan fuertemente esquilmados, por ejemplo, han caído en un alarmante 94%. Esta especie tardará años en recuperarse, incluso si se detuviera su pesca.

La disminución de los stocks pesqueros afecta a la economía de muchos países.

Las zonas pesqueras de las aguas continentales también padecen distorsiones ecológicas tales como desviación de cauces, acidificación y contaminación.

Por otra parte, la creciente concentración atmosférica de gases invernaderos es, potencialmente, la alteración, desde el punto de vista económico, más perjudicial y costosa de las que ha puesto en marcha nuestra moderna sociedad. Un economista estadounidense asegura que el calor y la sequía costarán a los agricultores norteños 18 000 millones de dólares de su producción, si se duplica la emisión de gases invernadero. No todos los países resultarán igualmente afectados por este concepto. Algunos isleños, como la República de las Maldivas en el Océano Índico, se tornarían inhabitables, otros se inundarían, lo que obligaría a millones de personas a desplazarse.

Es lógico pensar que la subida del nivel del mar en un mundo de temperaturas ascendentes, sería no sólo económicamente costosa, sino, también, políticamente perturbadora.

Cada comunidad paga un precio por la contaminación de su medio ambiente. La contaminación del agua, del aire y del suelo por productos tóxicos y radiactivos, junto con el aumento de la radiación ultravioleta, están minando la salud humana y disparando los costos de la sanidad.

Un estudio de la calidad del aire realizado conjuntamente por la Organización Mundial de Salud (OMS) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) da cuenta de que 625 millones de personas están expuestas a niveles no saludables de dióxido de sulfato procedente de la quema de combustibles fósiles. Más de mil millones de personas, una quinta parte de la población mundial, se halla potencialmente expuesta a niveles de contaminantes del aire dañinos para la salud.

Otro problema ecológico que hará aumentar los futuros costos de la salud, es la disminución del ozono estratosférico. Los epidemiólogos creen que tal disminución podría significar, tan sólo en Estado Unidos, 200 000 casos más de muertes por cáncer de piel durante las próximas cinco décadas. A escala mundial, esto se traduce en millones de muertes.

También aumentarían, dramáticamente, el número de personas con cataratas y la incidencia de enfermedades infecciosas a causa del debilitamiento de los sistemas inmunológicos. El costo económico de esta sería muy difícil de estimar.

De una forma u otra la sociedad tendrá que pagar, ya sea en forma de facturas de descontaminación o en forma de crecientes costos en la salud pública.

Además de los residuos tóxicos, los peligrosos residuos nucleares son también una amenaza para la salud humana. Los gobiernos de los países con centrales nucleares han fracasado en la determinación de un sistema seguro para guardar sus residuos. Nadie ha conseguido todavía ponerle un precio a las tareas de guardar en lugar seguro los residuos nucleares y de desmantelar las centrales nucleares que los generan. Serán las generaciones futuras las que tendrán que hacer frente a los problemas de salud derivados de los residuos nucleares, como parte de la herencia atómica que les dejemos.

Varias potencias militares se enfrentan también al peligro que suponen los residuos radiactivos generados en las instalaciones de la fabricación de armas nucleares, que hasta el momento han ido a parar a las zonas circundantes.

Una vez más, la cuestión no es si la sociedad va a pagar o no la factura de los residuos nucleares, sino, de si va a hacerlo en forma de descontaminación o de aumento de los costos sanitarios en las comunidades afectadas.

Los déficit y las deudas ecológicas en que el mundo ha incurrido en las últimas décadas son enormes; empequeñecen muchas veces la deuda estrictamente económica de los países.

Las deudas ecológicas, especialmente aquellas que suponen daños o pérdidas irreversibles de capital natural, quizás, sólo pueden ser reembolsadas mediante la privación y la enfermedad de las generaciones futuras, si no actuamos a tiempo.

 

Nota. Las cifras y datos han sido tomadas del informe del Worldwatch Institute sobre la situación en el mundo en cuanto a desarrollo y medio ambiente, del año 1993.