marzo-abril.año3.No.18.1997


CINE

KIESLOWSKI IN MEMORIAM

por Mercedes Santos

 

 

En marzo de 1996, con solo 55 años, la cinematografía perdía a uno de sus más relevantes directores: el polaco Krzysztof Kierlowski, nacido en Varsovia, en 1941, y realizador de una notable producción en cortos y largometrajes, graduado en la célebre escuela de Lodz, en 1969.

Cuando su nombre hizo explosión, a partir de sus documentales, en los Festivales de Cracovia, Lille y Lyón, él declaró sus afinidades electivas: el neorrealismo italiano, el británico, aquella jornada de jóvenes iracundos, la escuela checa de los terribles sesenta y el cine norteamericano de la segunda mitad de los años treinta. Tal era su estética, aguda, incisiva, irónica y algo nihilista, desde su raigal angustia existencial.

Recientemente, en Cuba, y gracias a la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y a la escuela Internacional de Cine, TV y Video de San Antonio de los Baños, el público cubano pudo acceder, por medio del video, en la Cinemateca de Cuba, a una muestra que llevó el genérico título de Casi todo Kieslowski, presentando algunas de sus más singulares producciones -los célebres Decálogos y el filme Tres colores: Azul, Blanco y Rojo (en verdad tres filmes, que conforman por su espíritu una sola y enfática oratoria cinematográfica), y también durante la celebración del Cuarto Taller Nacional de Crítica Cinematográfica en la ciudad de Camagüey, a donde llegó la noticia de su muerte, que dejó consternados a todos los cinéfilos.

En 1973, con su primer largometraje, Pasos subterráneos, presentó sus cartas en la ficción para alcanzar resonancia internacional con su filme, el cuarto, El aficionado (Amator, 1979), premiado en los Festivales de Moscú, Gdansk y Chicago.

Después vendría el éxito de Cannes, con el Fénix al mejor filme europeo con su película No matarás, en 1988, y de ese mismo año No amarás, esta laureada en San Sebastián.

Paralelamente a ambas producciones realizaría una serie de diez películas cortas para la televisión tituladas, genéricamente, Decálogo, e inspiradas en los Diez Mandamientos, muchos de los cuales pudieron ser vistos por los espectadores que asistieron a la sala de vídeo Charlot, de la Cinemateca de Cuba, como el Uno (Amarás a Dios sobre todas las cosas); el Tres (Santificarás las fiestas); el Cinco (No matarás, ritornello en creación poética); el Siete (No hurtarás) y el Nueve (No desearás la mujer de tu prójimo).

En cada uno de estos cortos que no superan los 58 minutos, como mayor extensión, o los 53, en la pieza de mayor síntesis, el cineasta se vale de la parábola para hablar a sus contemporáneos de temas que tienen, por su esencia, atemporalidad y que más allá del tiempo se inscriben en la lógica historia del existir humano, aunque tales términos parezcan paradójicos.

Porque la obra de Kieslowski, profundamente metafísica, como en algunos de los más notables realizadores polacos de los 60, se adentra en la compleja y contradictoria lectura del ser humano, protagonista de toda su filmografía, aunque a veces por la metáfora parezca una abstracción.

Es desde ese lirismo, desde esa mirada profunda subjetiva, que el director polaco habla al universo y su voz resulta cósmica.

Si con sus Decálogos obtuvo el premio de la FIPRESCI en Venecia, ganaría una nominación al Oscar con Rojo, de su trilogía; y serían Azul, Blanco y Rojo, las tres como un continuum, las que lo situarían en el lugar que le corresponde: el de un poeta de la imagen fílmica, en un pensador que habla por cuerpos, en la factura tropológica del discurso cinematográfico, para adentrarse en los problemas del individuo y en la esfera de sus conflictos íntimos, de su eticidad. Ese lugar es el suyo, en esta centuria del séptimo arte.

Y nosotros pudimos conocerlo, gracias a esta muestra.