marzo-abril.año3.No.18.1997


POESÍA

ESTEBAN MENÉNDEZ

 

ESPECULACIÓN Y RÉQUIEM POR VLADIMIRO MAIAKOVSKI.

Dicen que usted fue de los primeros

en incorporarse al torbellino de la Revolución.

Que fue un tribuno, un látigo,

un disparo bolchevique

y que salió furioso, de acero

del cañón del Aurora,

anclado en la bahía de San Petersburgo,

esa ciudad hermosa como una muchacha

abandonada por su amante,

que hoy recobra su extraviado nombre,

al parecer, con alegría,

como si fuera el encuentro del amor.

Dicen que instó el saludo de los poetas

a la Revolución de la que fue bandera.

Pero como siempre ocurre,

ciertos gerifaltes se opusieron a su paso

que era llama,

a su voz de tenor que resonaba como un trueno,

a sus ojos sagaces y sus actos de cíclope.

Y así las cosas se fue alejando de todo aquello

que amó más que a sí mismo,

que era el centro o uno de los centros

normales de toda vida,

la que creyó, equivocadamente, encontrar

un escape a todos sus sueños.

Y se mantuvo firme,

sin irse al extranjero, con los rasgos más duros que antes,

y la bandera roja ondeando allá en su confundido corazón;

porque muchas fiestas, a más de entusiasmar,

embriagan y enajenan por su ruido,

como hacen hoy los sofisticados aparatos,

que agrandan los ojos de los jóvenes actuales,

cuyas pisadas, por mucho que se apresuren,

no podrán alcanzar la exigencia siquiera de modernos.

Quizás un día salió de un debate violento,

acaso con Lunacharski

y trataran de Esenin,

de los métodos de Stalin,

o de la salida al exterior de muchos escritores.

Y usted, en su trampa,

cansado ya el pie de "aprisionar

la garganta de su propia canción",

fue hasta su casa -hoy Museo Maiakovski-,

donde, junto con el gabán, colgó su máscara,

y después de meditar un rato disparó contra el poeta,

es decir, contra usted mismo.

Recuerdo ahora, y ahora es el momento,

que un amigo me mostró,

cuando pronunciábamos su nombre,

un viejo y amarillo periódico de Buenos Aires,

esa nación tan culta, que algunos de sus habitantes,

por ser tan cultos,

se piensan desterrados de Europa,

de la que se sienten parte por un poco de sangre

que aún no se ha purificado

en el perfecto alambique de Latinoamérica.

Ese periódico, digo, contenía una entrevista a Evgueni Evtushenko

cuando su arribo a ese país,

y en la que un periodista preguntaba

sobre su muerte y sus motivos.

Allí Evtushenko no habló

de que "la barca amorosa se ha estrellado

contra la vida cotidiana",

ni dijo siquiera algo de su amor por Lila Brik,

del cual no estoy seguro yo tampoco;

sencillamente revelaba que "no había resuelto su problema sexual",

y es algo serio.

El sexo aún, o tal vez más, para un poeta

puede ser la carencia de un puente

estrictamente necesario,

tan necesario como el vodka

después de una semana de nevada,

un puente que no pudo ocupar su perrita Skotik,

por mucho que ladrara meneando su cola de nieve.

No creí mucho al viajero irónico;

es difícil creer ciertas cosas ahora,

cuando tantas veces hay que hablar sin convicciones,

sólo para complacer,

-sin que haya nada de placer en ello-,

a gente de ojos apagados,

que residen en las esquinas mejores de la tarde,

esas donde aún no ha llegado el desastre

de la casa vacía,

espantosamente sola,

donde un patriarca se encuentra

con todo su otoño y su falsa tristeza que mira a la luna.

Realmente, Vladimiro, me pregunto:

¿merecía la pena de su muerte el sentir deseos

de un adolescente dulce como un durazno

y corazón de seta,

que alegrara su vida guiándola hasta una estepa rusa,

tranquila y necesaria,

ajena a los mítines, las reuniones

y a los incesantes carteles salidos de sus manos,

de forma que fueran comprensibles muchas cosas

a los obreros rusos que tanto amó?,

ignorando que, a pesar de todo,

siempre,

en cualquier época,

pasada o futura, revuelta o no,

pocas cosas serán nuevas sobre la tierra.

 Este texto pertenece al cuaderno inédito "Estar en su sitio solamente", Primer Premio en el concurso "José A. Baragaño", 1995, y Primera Mención, ese mismo año, en el concurso "Hnos. Loynaz".