noviembre-diciembre. año III. No. 16. 1996


VALORES

UN EJEMPLO DE RECONCILIACIÓN NECESARIA HOY EN DÍA

por Violeta Gener Gutiérrez

"Todo reino dividido en dos bandos está perdido,

y toda ciudad o familia dividida se viene abajo".

(Mt. 12-25).

Por eso, y por muchas otras razones, en el Llamamiento a la Reconciliación y la Paz, de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, se nos dice que: «la noción de diálogo es resumida por el Segundo Encuentro Nacional Eclesial, con una connotación particular, en el término reconciliación, que es más que convocar al diálogo, pues quienes responden a este llamado deben superar no solo prejuicios o simples distanciamientos, sino heridas, algunas muy profundas, que marcan de diversos modos nuestra historia nacional y la vida personal y familiar de muchos hermanos nuestros».

Mi trabajo pretende dirigir nuestra atención hacia un acercamiento, una reconciliación que derivó no sólo en aceptación pasiva e impuesta ante una realidad dada, sino en algo más profundo, en comprensión, tal vez no pública y notoria, pero si sincera, callada, solidaria, íntima; me refiero a la reconciliación, fíjense bien, reconciliación, es decir, restablecer la armonía o la concordancia entre personas o cosas, volver a trabar amistad con uno o varios; me refiero a lo ocurrido entre un padre y su único hijo varón, hijo que tendrá siempre una importancia capital no sólo en nuestra historia patria, sino en la latinoamericana, un hijo que en su entrega y su quehacer casi evangélico nos muestra el camino a seguir. Y en este tema tan interesante, peliagudo, polémico, necesario difícil que nos ocupa, también tiene muchísimo que indicarnos, hablo de las relaciones entre un padre llamado Mariano Martí y su hijo, español el primero, cubano, muy cubano el segundo.

Como ya se nos ha dicho que el hombre es «él y sus circunstancias", es necesario recordarles alqunos hechos que rodean esta bella historia de desunión espiritual primero y sólida trabazón amorosa plena y sincera después: la familia era numerosa y pobre, además de sus padres, compartían el hogar 5 hermanos. Don Mariano, hombre humilde y de poca instrucción es el prototipo del español que, sin padrinos poderosos y con muchos deseos de trabajar y luchar, sufrió en su propia persona la lastimosa situación económica en la cual se desarrollaba la existencia del país y de sus habitantes menos favorecidos por la fortuna, su esperanza para atenuar un tanto las imperiosas necesidades del diario vivir era que su único varón creciera y ayudara a la manutención del hogar, ya que en aquella época salir a ganar el pan no era ocupación mayoritaria de las mujeres. El destino del hijo del valenciano parecía ser el de miles de jóvenes criollos; sin embargo, la ayuda de un maestro que quería a Cuba libre de España, marcó un rumbo diferente para su inteligente alumno: Mendive logró que don Mariano consintiese en que pagara los estudios de bachillerato del muchacho, ante el cual se abrió un mundo de conocimientos e intereses.

Así las cosas, vemos como la situación política del país se iba caldeando poco a poco. El 10 de Octubre de 1868 Cuba inicia su lucha por la independencia, las tensiones se agudizan en la Habana; así, como consecuencia de los disturbios ocurridos en el teatro Villanueva (22-1-1869), el generoso Mendive es confinado en el Castillo de El Príncipe; su joven alumno acompaña diariamente a su familia a la fortaleza. La pobreza apremia, confronta problemas con el estudio, tiene que trabajar en el bufete de un amiga de Mendive; el ambiente político, económico y social se hace más asfixiante aún, el padre ve con temor y preocupación las inclinaciones independentistas del muchacho, presiona, quiere imponer sus ideas, su condición de hijo de españoles a quien se sentía muy cubano; no hay entendimiento, tal vez, entre otras cosas, porque la extrema juventud del hijo no encuentra la mejor manera de hacer comprender al padre, acerrimo español castigado por las durezas de la vida, las que, a su vez, han acentuado la intolerancia de su carácter. Es entonces cuando, en carta a su amado maestro, fechada en el 1869, con escasos dieciséis años escribe: «Trabajo ahora de 6 de la mañana a 8 de la noche y gano cuatro onzas y media que entrego a mi padre. Este me hace sufrir cada dia más y me ha llegado a lastimar tanto que confieso a usted con toda la franqueza ruda que usted me conoce que sólo la esperanza de volver a verlo me ha impedido matarme. La carta de usted de ayer me ha salvado. Algún día verá usted mi diario y en él, que no era un arrebato de chiquillo, sino una resolución pesada y medida»1.

Muchos de ustedes sonreirán ante la explosión de dolor y rebeldía de quien a tan temprana edad hablaba de «resolución pesada y medida»; sin embargo, debemos considerar que el adolescente se sentía herido, lastimando, quizás hostigado por su padre. No ha llegado hasta nosotros lo que pensaba y sentía don Mariano en aquellos momentos relatados por el hijo. Pero hay algo incuestionable y es que, si no un abismo, una marcada línea divisoria existía entre ambos.

Sabido es que en ese mismo año 1869, el jovencito cae preso, es condenado a 6 años de prisión que debía cumplir en las horribles canteras de cal en San Lázaro; donde ingresa el 4 de abril de 1870 a sus recién diecisiete años. Allí es visitado a hurtadillas diariamente por su padre, quien sufre en carne propia los maltratos inferidos al hijo; dejemos que sea este quien nos cuente: «Mi padre había gemido ya junto a mi reja, mi madre y mis hermanas elevaban al cielo su oración empapada en lágrimas por mi vida», y prosigue: " Y que día tan amargo

aquel en logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe, me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin estrechando febrilmente la pierna triturada, rompió a llorar. Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba allá para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! ¡Y yo todavía no se odiar!»2.

Personalmente, considero que la triste experiencia unió espiritualmente para siempre a padre e hijo. La vivencia carcelaria selló para toda la vida la identificación entre el padre español, rudo, escaso en letras y conocimientos, y el hijo cubano, zalamero, inteligente, conocedor. Parece ser que era necesario el intenso dolor para que ambos se reconociesen, para que se produjera la reconciliación honda y sólida, íntima y espiritual entre Mariano y José Martí. Y es preciso que reflexionemos sobre la actuación de don Mariano, pues considero fue quien más cedió, fue capaz de pasar por sobre todo lo que hasta esos momentos había dado sentido a su existencia de peninsular aplatanado, a su estrecho código ideológico de valores. El valenciano no abandonó a su hijo, tocó a todas las puertas, imploró, insistió, al fin logró que un español noble intercediera por su muchacho y tramitara el traslado a Isla de Pinos y el posterior indulto, por cierto, allí, en la casa familiar de quienes le tendieron la mano y lo cuidaron como un miembro más, en apenas dos meses, el joven Martí leyó un libro que sin duda alguna marcó su actitud ante la vida, me refiero a la Biblia. Me atrevo a especular que en particular una cita del evangelio le tocó muy hondo, pues su actitud para con Trujillo, Gómez y Maceo, por citar sólo a los más conocidos, lo demuestra así. Es aquella en la que el evangelista Mateo (5, 23-25) nos hace llegar estas palabras de Jesús: «Si vas, pues a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve a presentar tu ofrenda. Muéstrate conciliador con tu adversario».

Si se me permite una ligera digresión, recordaré a ustedes que en su vida, sobre todo en su vida pública y política, hizo muy suyo el mandato de Jesús, pues bien asimiló que «el que se irrita contra su hermano será reo de juicio»3 . Me atrevo nuevamente a pensar que de juicio doble: el de Dios y el de la sociedad en la cual se desarrolla el hombre. Martí presentó ante el altar de la familia y de la patria su mejor ofrenda: la ausencia de odio y rencor, el deseo de armonizar, en fin la reconciliación, por la cual luchó no sólo entre los cubanos; su acción se extendió hacia todos, incluyendo hasta los opresores, a quienes desgraciadamente, infructuosamente también, tendió un lugar en su corazón «franco, fiero, fiel sin saña».

La estancia en el presidio, su paso por Isla de Pinos, la larga temporada en España, los faros en Nueva York, son etapas importantísimas, junto a su vivencias americanas, que aceleran la definitiva madurez del apóstol. Lugar destacado en ese proceso ocupó la estrecha relación con su familia en general, y con su padre en particular. El hijo fue, pordecirlo de algún modo, revalorizando la figura del padre, el vínculo consanguíneo fue sellado por el espiritual. De allí que nuestro Héroe Nacional en Carta a su hermana Amelia, fechada en el 1880, escriba: "Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre". Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No reparen en detalles hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una mgnifíca figura. Endúlcenle la vida. Sonrian de sus vejeces. El nunca ha sido viejo para amar". Martí bien sabía que la raíz de toda familia y de toda sociedad es el amor entre sus miembros.

El hijo que fue José Martí no puede menos que angustiarse ante el estado de salud de su padre, allá en la lejana Cuba. En enero de 1887 escribe a su amigo, el mexicano Manuel Mercado: "Desde el primero de año a acá esta es la primera carta que escribo. No sé cómo salir de mi tristeza. Papá está ya tan malo que esperan que viva poco. Y que no he tenido tiempo de pagarle mi deuda, vivo. No puede usted imaginar cómo he aprendido en la vida a venerar y amar al noble anciano a quien no amé bastante mientras no supe entenderlo. Cuanto tengo de bueno, trae su raíz de él. Me agobia ver que muere sin que yo pueda servirlo y honrarlo...". En febrero del mismo año, en

apenas dos líneas, le comunica al mexicano: "No extrañe, hermano mío, lo descompuesto de mi carta de hoy, ni que le escriba. Recibí hace dos días la noticia de la muerte de mi padre".

Son conocidas aquellas palabras en las que el Maestro define al amor, como delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. Todas estas cualidades son imprescindibles, necesarias para la armonía hogareña, para la armonía social. La reconciliación entre los Martí transitó por esos senderos, por ellos debe ir toda sincera reconciliación entre la familia y la sociedad cubana de hoy.

Desde niños, conocemos tres cuartetas muy representativas del alma martiana estas a pesar de su sencillez, debían movernos a profunda reflexión en torno a los caminos de la reconciliación:

 

Si quieres que de este mundo

 

lleve una memoria grata,

 

llevaré, padre profundo,

tu cabellera de plata.

Cultvio una rosa blanca,

en julio como en enero,

para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni oruga cultivo:

cultívo una rosa blanca.

Reconciliación que nosotros, cubanos cristianos, debemos tratar de lograr, inspirados en este pensamiento martiano: "La mano de Jesús quebró,en la tierra las ortigas de la mala voluntad."4.

Bibliografía:

l. Carta de Martí a Rafael María de Mendive, fechada en 1869. Tomo 20. Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana 1965.

2. Martí., José: El presidio político en Cuba, publicado en España en 1871. Tomo 1, Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana 1965.

3. Sagrada Biblia (versión Nacar y Colunga). Madrid 1972- pág. 1233) (Mateo 5. 22)

4. Martí. José: Obras Completas. Tomo 22, pág. 98. Editorial Nacional de Cuba 1965.