noviembre-diciembre. año III. No. 16. 1996


EDUCACIÓN

CÍVICA

 

SOCIEDAD CIVIL: NUEVO NOMBRE DE UN SOCIALISMO CON ROSTRO HUMANO

por Dagoberto Valdés Hernández

 

«Cuiden los gobemantes de no entorpecer las asociaciones familiares, sociales o culturales, los cuerpos e instituciones intermedías, y de no privarlos de su legítima y constructiva acción que más bien debe promover, con libertad y de manera ordenada...

 

Los ciudadanos, por su parte, individual y colectivamente, eviten atribuír a la autoridad política todo poder excesivo y no pidan al Estado, de manera inoportuna, ventajas o favores excesivos, con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, las familias y las agrupaciones sociales.» (Constitución Gaudium et Spes, Concilio Vaticano II, no.75)

 

Esta cita del Concilio Vaticano II es uno de los principios fundamentales para el desarrollo de la sociedad civil.

Esto demuestra que la reconstrucción de la sociedad civil no es sólo responsabilidad de los ciudadanos -como algunos dicen, poniéndose en contra del estado- sino que es una responsabilidad compartida por la autoridad pública y cada persona.

Precisamente una de las causas por las que no se desarrolla sanamente la sociedad civil es que los propios ciudadanos descargamos sobre el estado toda la responsabilidad. Esperar todo del Estado «como el maná del cielo» es otorgar un poder excesivo y hacer dejación de unos derechos que deben ser inalienables. Queda entonces sólo «agradecer» como dádivas del Estado lo que es derecho de justicia para el ciudadano.

Hace unos días conversaba con una persona amiga que me decía que era imposible hablar de socialismo en el mundo luego de la caída de este sistema en Europa del Este y de la antigua Unión Soviética. Pienso que es una ingenuidad pensar que el fracaso de un sistema en un momento de la historia es la desaparición total de las mejores ideas y de las aspiraciones más justas de la humanidad.

Desde Caín y Abel existe en el mundo la tensión entre el egoísmo y la entrega generosa. Hoy día, en el mundo de finales del siglo y del milenio, sigue vigente la disyuntiva entre unas relaciones humanas basadas en la justicia y el amor y otras relaciones humanas basadas en la injusticia y el egoísmo.

Hay quienes piensan que el mundo es como un barco que se hunde y la consigna es «sálvese el que pueda». Es la cultura del individualismo. Esta manera de pensar y de vivir postula que cada persona debe luchar individualmente para «resolver» sus problemas y, si acaso, los de su familia. No conciben ningún tipo de solidaridad organizada hacia los más necesitados. Sólo la filantropía individual. Ni ningún tipo de asociación que disminuya o le haga compartir sus ganancias e intereses personales. Nuestro pueblo les llama, genialmente, «casa-solas».

Esto que ocurre a nivel personal se estructura en un sistema social y político y en un modelo económico que tienen como fundamento el individualismo. Es decir cada cual tiene la libertad absoluta de «buscarse la vida» sin importarle casi nada la situación de los demás o ignorando los derechos que otros no pueden ejercer porque no tienen los recursos o la capacidad necesarios. A este sistema se le llama liberalismo. Precisamente porque sitúa como valor supremo la libertad. Libertad de comprar, libertad de vender, libertad de expresarse, libertad de invertir, libertad de iniciativa. Libertad del capital. Libertad sin límites. Propiedad privada sin límites. Competencia sin límites.

Algunos le llaman a este sistema capitalismo salva e o neoliberalismo sin regulación ética.

Otros piensan que el mundo es como una antigua y gran oficina en la que los jefes deben organizarlo todo. Chequeario todo. Suministrarlo todo y exigirlo todo. Es la cultura de la burocracia estatal. Esta manera de pensar y de vivir postula que el Estado debe ser dueño de todo, o de casi todo, que debe controlarlo todo y conceder a cada ciudadano lo que el estado considere que le corresponde. Es el otro extremo del individualismo. Es la cultura del colectivismo estatal. Nuestro pueblo caracteriza este tipo de relaciones humana con el refrán: «donde va Vicente, va la gente»..

Cuando esto se organiza a nivel de toda la sociedad y del sistema económico y político surge el totalitarismo de estado. En el que cada ciudadano queda totalmente dependiente del Estado sin ninguna o muy poca iniciativa personal o asociada. A este modelo de convivencia social algunos le llamaron en el mundo «socialismo» o «socialismo real».

Comparto la idea de que en estas circunstancias es muy difícil hablar de socialismo cuando hay un triunfo coyuntural y un tanto espectacular del capitalismo.

Pero no debemos dejarnos vencer por lo difícil de la coyuntura ni por las cantos de sirena de un lado ni de otro.

Hay en la conciencia y los deseos de mucha gente en el mundo, y también en nuestro País, la aspiración de un estilo de relaciones humanas que no se basen fundamentalmente en el individualismo sino en la solidaridad. Unas relaciones humanas que no se basen en las relaciones de paternalismo y dependencia estatal sino en las madu-rez cívica y la iniciativa ciudadana personal y asociada.

Hay muchas personas que creen que el trabajo es más importante que el capital, que la solidaridad tiene que atemperar la competencia sin eliminarla. Que la ética tiene que regular la economía y que la justicia social debe regular al mercado.

Estas personas creen que el hombre es un ser social. Que la persona llega a mayor plenitud asociándose. Que el mundo no es «sálvese quien pueda» sino salvémonos juntos, mientras podamos.

Yo soy de los que cree que debemos alcanzar una sociedad más humana, más justa y más fraterna y eso no se logra con una cultura del individualismo, ni con el capitalismo feroz y deshumanizante. Tampoco se logra con un tipo de socialismo paternalista, con una cultura colectivista despersonalizante.

Entonces me atrevo a decir, en un mundo en que aún estamos aturdidos por las caídas de los muros y la espera de la caída de otros muros, que debemos ocuparnos más en inventar cómo construir una ciudad donde quepamos todos; una comunidad donde se respeten los derechos de cada persona; y una familia humana donde la solidaridad no nos haga más dependientes, ni el individualismo feroz nos deshumanice.

Un sistema social que equilibre la iniciativa económica individual con la economía social de mercado.

Una organización de la sociedad donde se equilibre los derechos humanos inalienables de cada persona con la justicia social y los derechos económicos, sociales y culturales.

Una comunidad humana donde el proceso de socialización no llegue a despersonalizar. Ni el proceso de crecimiento personal llegue al extremo de levantar muros de individualismo que son siempre más difíciles de derribar que los otros muros.

Ese proceso de socialización consiste en entretejer la vida de las personas en organizaciones intermedias, instituciones no gubernamentales, asociaciones independientes del Estado, grupos informales, cooperativas comerciales, agrícolas y profesionales, agrupaciones musicales, iglesias, logias, sindicatos y movimientos.

Así entiendo que se podría dar un nuevo rostro al socialismo. O mejor inventar un nuevo socialismo sin reducciones antropológicas. De rostro humano porque no pierde ni la libertad de la conciencia, ni la libertad de la acción, pero esta libertad encuentra coto y cauce en la solidaridad y la asociación que salvaguardan los derechos de los demas.

¿Por qué no llamar socialismo con rostro humano a la reconstrucción del tejido social sobre bases éticas, antropológicas, en las que la dignidad de la persona humana es el valor fundamental?

¿Por qué considerar contrario a este tipo de socialismo personalista los proyectos que postulan la reconstrucción de la sociedad civil que es edificar desde abajo y de forma capilar la red autónoma y eficaz de la organización popular?

En el mundo entero los constructores de la nueva sociedad han experimentado que las «piedras vivas» de esa nueva convivencia humana son las organizaciones intermedias de la sociedad civil.

El camino hacia una «humanidad socializada» no puede ser otro que la de reconstruir la sociedad civil donde el hombre encuentre la plenitud de su humanidad y la sociedad encuentre la riqueza y la iniciativa creadora de la subjetividad del hombre.

¿Encontraremos el sano equilibrio, nosotros que estamos acostumbrados a los «bandazos»?

Temo que por mantenernos en un extremo, vayamos sin parar directamente al otro extremo.

Cuba tiene, ante sí misma, un privilegio y un desafío:

El privilegio de haber experimentado, no sin dolor, los dos sistemas sociales y conocer a fondo que es el individualismo deshumanizado del capitalismo y el colectivismo despersonalizante del socialismo real. Nadie nos puede venir a hacer cuentos ni historias. Todos los cubanos lo hemos vivido. Eso nos dará mayor objetividad y serenidad ante los cantos de sirena de cualquier lado.

El desafío de inventar un nuevo rostro a nuestra convivencia social que nunca más vuelva a ninguno de los dos viejos modelos vividos y sufridos, sino que utilice todo nuestro potencial humano, la infinita capacidad de recuperación del cubano y su inconmovible buen talante para levantar sobre el Caribe una pequeña familia que no sólo alcance rostro humano, sino que pueda tender la mano franca, el brazo fraterno y la voluntad reconciliadora hacia todos los que al norte y al sur, al este y al oeste han participado de las zozobras huracanadas y las fiestas tropicales de esta Isla a la que le han dado vocación de perla, llave, faro y caimán.

Respondamos a ese desafío, pero con los pies bien puestos en esta tierra, «la más hermosa», y los ojos bien abiertos para alcanzar a ver «los signos de estos tiempos» y las perspectivas del mundo que nos ha tocado vivir.

Pinar del Río,

20 de Noviembre de 1996.