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noviembre-diciembre. año III. No. 16. 1996 |
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OPINION |
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE ¿POR QUÉ SE ESCRIBE? por Esteban Menéndez |
Oyendo las voces de María Zambrano y de Emilia Delgado, incorporadas como... intertextualidades.
Escribir es -como diría María Zambrano- defender la soledad en que se vive, y más que defenderla es darle una razón de ser, de justificar el pertinaz silencio mantenido, ese de los labios apretados... incapaces, sofocando un bullir interior que sólo encuentra salida cuando se escribe. Afirmaba nuestro José de la Luz y Caballeros: "Más se piensa en un día de soledad que en cientos de sociedad". Escribir es un proceso de recibimiento a los recuerdos, a lo vivido, es convocar lo pasado, pasado que ocupa siempre todo lo escrito, aunque sólo sea un pasado de una corta vida, de unas pocas horas. Cuando se escribe se halla integridad a nuestro ser disperso; dispersión que se produce inevitablemente en el vivir, en el trato diario que nos arranca unas pocas palabras siquiera, palabras que provocan siempre nuestra dispersión en el tiempo, en todo acto ejecutado con pasión y entrega, que es como deben ejecutarse continuamente las cosas en la vida. Escribir puede resultar un acto paradójico de realización y frustración, más bien un juego de luces y de sombras, sombras digo, necesarias para el pensamiento, para su plasmación definitiva en las palabras del lenguaje escrito. Ese desequilibrio, o ese difícil equilibrio de fuerzas positivas y negativas de nuestro ser, es siempre producido porque al escribir debe haber tal grado de amor sin reservas que, cuando acabamos de hacerlo todas las fuerzas nos abandonan y entregan nuestro pensamiento al vacío, a la inercia, o al sueño recuperativo, para empezar de nuevo este complicado deseo de escribir. Es por eso que siempre que hemos escrito por largo tiempo y con pasión, sobreviene ese silencio, ese cansancio aterrador, del que parece que no se saldrá nunca, encargándose la vida y las muchas emociones y sorpresas que suscita de levantarnos nuevamente. Escribir es vaciarse en las cuartillas, es ir desembarazándonos de un peso que solamente se aligera cuando tenemos la certeza de haber dicho lo que era estrictamente necesario, que bien puede constituir el deber de quién escribe, ya que escribir sinceramente es un armisticio con nosotros mismos y un acto de amor destinado a aquellos para quienes escribimos, porque siempre se escribe por alguien o por algo. Nunca se escribe para uno. Pese a juicios contrarios, se escribe para los demás, por mucho que nos empeñemos en decir que se hace sólo por... escribir. Sin embargo, cuando se escribe sólo debe oírse nuestro impulso, nuestro criterio, lo que pensamos. Mientras más desnudos nos deja la palabra que ejercemos, mejor es lo escrito. Si después eso que escribimos encuentra recepción en los demás, o es la expresión de su sentir, entonces lo escrito es verdaderamente valedero. De esa única manera es posible llegar a ser "conciencia crítica", voz de los "sin voces", porque no pueden, no saben o no quieren hacerlo. Escribiendo se ejerce como nunca la libertad, los derechos que todo hombre tiene o debe tener. Al escribir no deben reconocerse fronteras o tabúes, para ello es necesario que cada palabra esté presidida por la honestidad, al menos, por nuestra honestidad, que de esa forma nos define y nos defiende. Escribir con censura, o lo que es peor, con autocensura, impuesta por el provecho propio o por el miedo, es un acto sin sentido, o si necesariamente debe tener alguno, sería con un sentido espurio, que puede ser llamado cobardía o falta de principios, de lealtad hacia quien escribimos; es en suma, no considerar a quien destinamos lo que se escribe con esfuerzo, ya que no es posible escribir bien sin libertad de expresión, y si así se hiciera, lo alcanzado será siempre una flecha en el aire detenida, pues como decía el apóstol "la palabra es para decir la verdad, no para encubrirla". Escribir, en resumen, es situarnos en un tiempo y espacio de nadie, sólo de nuestro yo, en íntima comunión consigo mismo, para después, si tenemos fortuna, hallar eco en los demás, razón de ser de quien escribe. Pinar del Río, Octubre y del 96.
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: ¿RELIGIÓN O CULTURA? por Sor Ligia Palacio Jaramillo
Lo primero que entro a esclarecer son los términos Religión y Cultura, antes de abordar el mundo maravilloso de esta mujer de la que por suerte de Dios me toca hablar en esta hora. La palabra Religión viene del latín «religare» que significa relación. Dicho de otro modo, mediante el ejercicio de la religión el hombre establece una relación con el trascendente, llámenlo ustedes como lo quieran llamar. Yo lo llamo Dios y además Padre y amigo, Señor único de la historia. La palabra cultura tiene una amplia gama de acepciones, pero yo me quedaré con algunas que nos aportan los documentos de la Iglesia. Puebla dice en el No. 386: «con la palabra cultura se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios». Agrega también que «es el estilo de vida común» que caracteriza a los diversos pueblos, por ello se habla de pluralidad de culturas. En el No. 387, dice el mismo documento: «la cultura... abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma conciencia colectiva». La cultura comprende asimismo las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y se configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes. Santo Domingo en la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano dedica la tercera parte de su documento a la cultura cristiana y hace un enfoque tremendamente actual de la cultura moderna y postmoderna. Me permito ahora presentárselo a ustedes. Con relación a la modernidad, nuestra cultura que es occidental está marcada por:
.la absolutización de la razón. .las conquistas científicas tecnológicas, ,el dominio de la naturaleza. .la centralidad del hombre, .la democratización de la sociedad, .las conquistas sociales, .la presencia del Estado en la vida social y económica, .el industrialismo: con la contaminación del ambiente, .la deshumanización, etc., etc. La cultura de la postmodernidad es presentada con unos rasgos también muy específicos:
.retomo de lo sagrado. .tendencias hedonistas, individualismo. .valoración de lo afectivo. .valoración de la naturaleza. .desarrollo de una alta tecnología: microeléctríca, biogenética, etc. .se ha perdido el sentido de la moral, sobre todo en la política, en la economía, en la administración de justicia. .se da cada presencia de la Iglesia en el arte, la filosofía, la T.V. .las relaciones con la naturaleza son de explotación irracional. .las relaciones con las personas están, en muchos casos, en función de intereses personales. .las relaciones consigo mismo son de valoración egoísta de su propia autonomía y derechos. En una palabra, los males de la cultura moderna y postmoderna se podrían escenificar en tres palabras: el mal, la muerte, la falta de amor. Necesitamos intensificar el diálogo entre: -fe y ciencia -fe y expresiones culturales -fe e instituciones Con este preámbulo creo que queda una idea clara de que no podemos enfrentar la religión y la cultura; ella, ambas, son las expresiones de los pueblos, son los canales a través de los cuales los pueblos expresan su sentir y sus esperanzas. Todo lo que la Iglesia haga por la cultura está perfectamente entendible, es su derecho, porque la iglesia es experta en humanidad, según expresión de Juan Pablo Il. Además, dijo el mismo Papa, el camino de la Iglesia es el hombre. Y por tanto lo que le compete al hombre, todo lo que lo afecta, es competencia de la Iglesia. No queda mal este preludio para abordar en el marco de este II Salón de Arte Religioso Contemporáneo, la figura singular de Sor Juana Inés de la Cruz, nacida el 12 de noviembre de 1651 (otros dicen 1648), a quién la posteridad llamaria la Décima Musa de México. Esta mujer que se hace monja en este siglo XVII, destaca de modo sobresaliente dentro del proceso de desarrollo de la historia literaria de México a causa de sus tribulaciones espirituales y de sus obras poéticas mesuradamente teñidas de fervor religioso. Se hace monja Gerónima y se consagra en el aislamiento del claustro a los estudios exclusivamente eruditos y a la poesía. La lírica, en particular la amorosa, el drama y la prosa polémico-filosófica son los principales territodos de su actividad literaria. De mística en el sentido peyorativo de la palabra, o de algo que se le parezca, ni rastro. Su fama literaria se incremento con los siglos. Aunque su país la llama la «décima musa», la ciencia literaria europea y americana la designa unánimemente como «la cima del parnaso Mexicano». Su personalidad y su obra tanto más fascinan cuanto más insondables son. Una ingeniosa investigadora norteamericana dirá: «Después de más dedos siglos, Juana Inés continúa siendo aún un misterio impenetrable» (Dorothy Schons, lo dijo en 1927). Hoy se puede afirmar que Sor Juana Inés no solo constituye un enigma todavía no resuelto, sino un apretado haz de enigmas. Nada ha causado mayor asombro entre sus biógrafos, que el irrefrenable afán de instruirse experimentado por ella, su deseo de saber, su aptitud para el estudio, que la lleva a los tres años a arreglárselas para aprender a leer y escribir, como quien dice, en un santiamén y a espaldas de su madre; su inclinación a ser y permanecer inteligente, que la hace revivir en su espíritu de niña ciertas prácticas arcaicas del modo de pensar tabú, su precoz manía por la lectura, que la impulsa a devorarse la biblioteca hogareña de su abuelo y a realizar así confusas lecturas; la continuación de estos desordenados ejercicios en la celda del convento, la infinita variedad, elevación y capacidad de penetración de que estaba dotada, su curiosidad científica y su afán de investigación, que en impotente lucha osaba incluso encararse con los enigmas del cosmos, y finalmente su propia aseveración de que ella jamás se dio al estudio y a la adquisición de conocimientos buscando un fin productivo, como por ejemplo: enseñar a otros, o por el gusto de escribir libros, sino que siempre tuvo una intención receptiva cuyo objetivo era la adquisición de conocimientos para sí misma. Los biógrafos de Juana han pasado de la sorpresa al asombro, no han dejado de expresar con admiración todos estos extremos, de modo que casi unánimemente han creído descubrir en la monja un curioso dechado de genialidad femenina, en su clase tan extraordinario como notable. Queda en pie la verdad fundamental: resulta inexplicable que lo que ha sido mirado como un prodigio siga siendo un fenómeno no aclarado aun de modo satisfactorio. También nos parece que con la simple y resignada admiración no se puede ni con mucho, explicar todavía y en forma apropiada la vida espiritual de una Juana Inés, porque antes bien esta mujer plena de misterio plantea enseguida la imperiosa exigencia de que lleguemos a comprenderla y por lo tanto a justificarla. Otro punto clave de la controversia sobre Sor Juana Inés de la Cruz lo representa su poesía mundana y amorosa, con apasionados versos. ¿Amó o no amó Juana Inés? Existen mil y una conjeturas al respecto. Uno de sus primeros biógrafos, el Padre Calleja, después de muchísimas vueltas y revueltas y de profusas palabras edificantes obtiene únicamente este magro resultado: que la joven doncella, accediendo a la incitación de un saber más cierto y no pudiendo encontrar ninguna paz en medio de las agitaciones y pasiones del mundo, jamás exigió nada a su Corazón ni se puso a pensar sobre cosas como el amor o el matrimonio. Más en contradicción con semejante aserto se presenta ya este simple hecho: Juana compuso una serie de poesías amorosas a las cuales en modo alguno se las puede interpretar como religiosas o espirituales. Serán las poesías amorosas que Juana Inés ha cultivado simplemente versos galantes de coquetería, bien por causa de las costumbres imperantes, bien porque ella misma experimentase con ello un Placer juguetón, y sin que tomase parte en el juego una sola chispa de verdad ni un sentimiento auténtico; o por el contrario estas poesías amorosas no son sino el infalible, el indeleble e intramundano testimonio de un profundo y doloroso recuerdo, de un trauma afectivo, por decirlo así. De todas maneras, si Juana Inés ha tenido o no la experiencia de un amor mundano, hasta ahora lo mismo podría ser decididamente afirmado que negado. Muchos se preguntarán de esta figura enigmática: ¿Por qué buscó los claustros conventuales esta mujer?, ¿Por qué guardó tan ricos tesoros de intelectualidad bajo unos hábitos monjiles? Estas y otras preguntas que se harán muchos, no pueden ser contestadas desde nuestra simple curiosidad. Los caminos de Dios son inescrutables, e irrastreables sus huellas. No empobrezcamos esta figura eminente con cuestiones tan pueriles como esas. Otros en su afán de dar respuestas han llegado a afirmar que su personalidad era psiconeurótica y tratan de explicar desde la ciencia de comportamiento este fenómeno singular que es Sor Juana Inés de la Cruz; reducirla a esos parámetros lo considero un desatino, no podemos encuadrar los patrones universales con exactitud milimétrica en cada persona. Recordemos que cada ser humano es un misterio inexpugnable y quien en su osadía pretenda quebratarlo no pasa sino por necio y por insensato. Cito ahora el salmo 138 (139), donde se clarifica cómo ese misterio que es el hombre sólo puede ser penetrado cabalmente por Aquel que es su Creador, por Dios. «Señor tú me examinas y me conoces, sabes cuando me siento o me levanto, desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú adviertes si camino o si descanso, todas mis sendas te son conocidas, no está aún la palabra en mi lengua, y tú Señor, ya la conoces. Por todas partes me rodeas, y tus manos me protegen. Es un conocimiento misterioso que me supera, una altura que no puedo alcanzar... » Los hombres hacen aproximaciones, presentan hipótesis, se asoman con asombro a ese mundo maravilloso y sólo pueden contemplar con hondura y fascinación aquello que se sugiere pero que en definitiva no podemos definir cómo es. Otros han pretendido acusarla de masculinidad por su sed de cultura que tuvo que disfrazar bajo atuendos de hombre, porque todos sabemos la discriminación que se hacía entonces en tal sentido con la mujer. Parece que Sor Juana Inés hubiese leído el Vaticano II cuando dice en el No. 29 de Gaudium et Spes: «En verdad es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre». Cuánto hubiese agradecido Sor Juana Inés estas palabras alentadoras hace más o menos 300 años, pero ella se adelantó en su proceder en forma profética a esta determinación y no se le ha perdonado su osadía. Ella hoy ha de reírse en forma burlona y picaresca de todos aquellos que pretenden horadar su mundo íntimo tratando de justificar o enjuiciar sus pretensiones. Nosotros aquí estamos para conversar en torno a esta figura femenina y en este marco del II Salón de Arte Religioso Contemporáneo, vamos a hablar de ella no tanto desde el punto de vista de sus obras, eso lo dejamos a sus especialistas, hablemos de ella como mujer, como consagrada, como ejemplo para las generaciones presentes que caen en un letargo provocado por el entorno asfixiante. Dejemos que esta figura femenina nos sacuda y nos lance a aportar lo mejor de nosotros en la construcción de una patria nueva. Vuelvo a retomar el Concilio Vaticano II cuando en I No.53 de G.S. dice: «Es propio de la persona humana el no llegar a un nivel verdadero y plenamente humano si no es mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales. Siempre, pues, que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente». Y en el No.62, la misma Constitución G.S. dice: «También la literatura y el arte son, a su modo, de gran importancia para la vida de la Iglesia. En efecto, se proponen expresar la naturaleza propia del hombre, sus problemas y sus experiencias en el intento de conocerse mejor a sí mismo y al mundo y de superarse; se esfuerzan por descubrir la situación del hombre en la historia y en el universo, por presentar claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y sus recursos, y por bosquejar un mejor porvenir a la humanidad. Así tiene el poder de elevar la vida humana en las múltiples formas que esta reviste según los tiempos y las regiones». Termino recordando que cuando a Sor Juana Inés pretendieron condenarla precisamente por lo que era, dejó escapar estos versos: «Firma Pilatos la que juzga ajena sentencia, y es la suya: ¡Oh caso fuerte! ¿Quién creería que firmando ajena muerte, el mismo juez con ella se condena? La ambición, de sí tanto enajena, que, con el vil temor, ciego no advierte que carga sobre sí la injusta suerte, quien al justo sentencia a injusta pena. ¡Jueces del mundo, detened la mano! Aún no firméis! Mirad si son violencias las que os pueden mover, de odio inhumano. ¡Examinad primero las conciencias! ¡Mirad!, no haga el juez Recto y Soberano que en la ajena, firméis vuestras sentencias. Abro ahora para ustedes el espacio para compartir sus preocupaciones y para que nos respondamos: ¿,Podemos confrontar o mejor enfrentar Religión y Cultura? diciembre 12 de 1995. Pinar del Río (Conferencia pronunciada en la Casa de las Hijas de la Caridad Santa Luisa de Marillac, Pinar del Río. En la velada en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz).
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