noviembre-diciembre. año III. No. 16. 1996


EDITORIAL

NAVIDAD:

CELEBRACIÓN PÚBLICA

 

 

"Había en la región de Belén unos pastores que velaban su rebaño en la vigilia de la noche.

Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su Gloria, y

quedaron sobrecogidos de temor. El ángel les dijo: No temáis, os anuncio una buena

noticia que es una gran alegría para todo el pueblo:

Hoy, en la Ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor"

(Lucas 2,8-11).

 

Dentro de aproximadamente cuatro años celebraremos el segundo milenio del nacimiento de Jesucristo.

Cada Navidad nos trae el mismo anuncio que el ángel hiciera a los pastores en los campos de Belén hace casi veinte siglos: buena noticia, alegría para todo el pueblo, ha nacido el Salvador.

Nosotros, en la vigilia de la noche, en esta isla del caribe, escuchamos esta Buena Noticia hace más de 500 años. Desde entonces entre temores y sombras, luces y alegrías, nuestro pueblo celebró la Navidad a su modo, según su cultura, al ritmo de los avatares de nuestra historia.

Unas veces fue en medio de la esclavitud de razas, cuando el 6 de Enero Día de los Reyes, los africanos podían celebrar las tradiciones de su tierras y salir a las calles con su tambor, su nostalgia y su alegría. La Fiesta de Reyes, que era la fiesta de los cabildos en la noche de la esclavitud, fue una epifanía de la gloria del pueblo africano en medio la cultura dominante. En los pueblos orientales, sobre todo, y también en todo el mundo, la Fiesta de Reyes ha sido siempre fiesta de universalidad. Otras veces la alegría de las fiestas navideñas se vio convertida en Pascuas sangrientas, por la injusticia hecha violencia en las calles engalanadas para la celebración popular. La repulsa del crimen se hizo más patente precisamente porque ni siquiera se respetaba la tregua que imponía, sin más acuerdo, la certeza de la tradición de que aquellos días eran sagrados en la conciencia del pueblo.

Otras veces la Navidad se podía celebrar sin mucha abundancia de "cosas" pero con mucho entusiasmo de pueblo sencillo que ha sabido siempre que lo importante de la alegría es tener cosas en el corazón y compartir lo poco que se tiene sobre la mesa, pero con la satisfacción de poder expresar, sin escondrijos ni temores, la celebración hogareña, tierna y serena, de la Nochebuena y la Misa del Gallo, que era el núcleo de una fiesta que había ocupado durante siglos un lugar destacado en la cultura de la nación cubana.

Durante los 70 años del socialismo en la desaparecida Unión Soviética y también en los demás países de la Europa del Este, se siguieron celebrando, de algún modo, las fiestas públicas de Navidad, Año Nuevo y Epifanía de Reyes.

Incluso en aquellos países de otras culturas, en los que predominan otras religiones, las pequeñas comunidades cristianas logran expresar públicamente las celebraciones navideñas en los medios de comunicación social, en los establecimientos públicos, y aún en las instituciones cívicas. Porque las minorías religiosas y culturales también tienen su espacio en las naciones pluralistas. Las naciones no son patrimonio de la mayoría, si no de todos las que la conforman.

Pero Cuba no es de este caso. Cuba es un país caribeño y latinoamericano, cuya tradición, cultura y religión es, sin dudas, de matriz cristiana y católica. No se trata en Cuba de los derechos de la minoría, ni siquiera de la libertad religiosa de una Iglesia: se trata de la cultura de una nación, de sus tradiciones más sagradas, de su propia identidad.

Entonces, ¿por qué no se pueden celebrar en Cuba, públicamente, las fiestas de Navidad y Día de Reyes?

Por supuesto que razones para celebrar las Pascuas de Navidad no faltan, ni deseos del pueblo que se expresa invariablemente en la nostalgia de lo que eran estas celebraciones. Nunca ha faltado el deseo de celebrar, nunca ha faltado el carácter festivo del cubano, nunca, ni en los años más terribles.

Han sido disposiciones del Estado, primero por un año difícil en que había que entregar todo el esfuerzo extraordinario para alcanzar una zafra azucarera de 10 millones de toneladas. Pasó ese año y el de la próxima zafra y la disposición se quedó vigente.

Han pasado más de dos décadas desde aquella disposición extraordinaria. Y nunca más se pudo ni mencionar públicamente por los medios de comunicación, en los establecimientos estatales, que eran todos, la tradicional felicitación de Navidad

¿Qué será de un pueblo que no puede celebrar abiertamente sus tradiciones y que tiene que expresar su propia identidad solamente en el ámbito privado o familiar por disposición estatal?

En los últimos años parecía como que la fuerza de la identidad cultural, y de los sentimientos religiosos que forman parte de ella, comenzaron a expresarse públicamente con mucha discreción pero con un gran sentimiento de desahogo, de desinhibición.

Comenzaron los "arbolitos de Navidad". Convertidos a veces en árbol de "fin de año". ¿Por qué negar también su nombre y su identidad? Decir que un árbol que fue "pagano" y luego adoptado por la tradición cristiana como símbolo de la luz de un "recién nacido", adornado por siglos, coronado por la estrella de los Reyes Magos, a cuyos pies se extendía la creatividad popular con el inseparable "nacimiento" cuyas figuras humanas, la Virgen, San José y el Niño, pastores y reyes, iban acompañadas por ovejas y bueyes, palmeras y mulas, salidos de la chispa criolla y de la iniciativa familiar; decir en un país de cultura occidental que este árbol es para manifestar públicamente otras fiestas y no las fiestas de Navidad es por lo menos un triste plagio de mal gusto y poca creatividad, y es, sobre todo, un signo del estropicio cultural que intenta borrar la memoria religiosa y las fiestas populares de todo un pueblo.

Pronto, junto a los arbolitos, aparecieron algunas figuras navideñas o símbolos inconfundibles del carácter religioso de estas fiestas: campanas, velas, la estrella, los camellos y los reyes. También en algunos actos públicos y hasta por la televisión, algunos animadores dejaron que saliera a la luz el deseo expresado tantas veces en la vigilia de la larga noche de décadas de silencio, y los cubanos y nuestras abuelas y nuestros hijos saltaron de asombro y verdadera alegría cuando sonó incólume el fraterno y sano deseo de ¡Feliz Navidad!

Estos gestos, estas señales luego de tantos años, han sido de gran alegría para todo el pueblo. Claro que el asunto no se restringe a los gestos y señales. La realidad es más profunda que una simple felicitación navideña. La realidad es que no se puede borrar la memoria cultural de un pueblo, no se puede falsear la identidad con disfraces foráneos, no se puede soterrar la tradición de una nación bajo pretextos ideológicos o económicos.

La mayor prueba de que las fiestas navideñas son parte indeleble de nuestra cultura cubana, es que después de más de dos décadas de intentos para borrar estos sentimientos religiosos y estas tradiciones festivas, surgen hoy con la fuerza renovada de lo que se represa, con el interés creciente de lo prohibido, con la energía de lo verdadero, esa parcela vedada de nuestra identidad nacional que, mientras estuvo soterrada, desarrolló la vitalidad de la semilla y empujó la tierra para alcanzar la luz, mientras hundía en la oscuridad y el silencio durante veinte años sus fuertes raíces.

Cuando se tala un árbol sano, el tiempo nos lo devuelve con nuevo vigor y mejores frutos.

"VITRAL" desea que el cubanísimo árbol de Navidad talado hace más de dos décadas pueda retoñar este año, trayendo mejores frutos que los verdes pinos de antaño. Mucho de oropel, otro tanto de superficialidad y algo de nieve, trineos y Santa Claus foráneos, debe quedar en el humus de lo talado. Mucho de fiesta familiar de Nochebuena, de regalos de paz y sana alegría, otro tanto de autentica religiosidad y algo de genuino folclor debe retoñar con mayor vigor.

Pues, ¿quién puede poner cotos a la cultura y religión de un pueblo? ¿Quién tiene poder para talar y evitar el brote o para fecundar y madurar los frutos de la identidad y la espiritualidad de una nación?

 Lo que nos toca es surcar la tierra de nuestra nacionalidad, abonar la siembra de nuestra cultura, cultivar el árbol de nuestra espiritualidad y esperar a que los tiempos de la cosecha nos traigan la Buena Noticia que será una gran alegría para todo el pueblo: poder celebrar públicamente la Navidad y el Día de los Reyes Magos porque se habrá hecho realidad en nuestro pueblo aquella profecía que Isaías anunció 700 años antes del nacimiento de Jesucristo:

 

"El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran luz

los que habitaban en tierras de sombras de muerte,

una luz les brilló.

Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo

y se gozan ante ti como gozan los que recogen la cosecha,

como se alegran los que reparten los frutos de victoria.

El yugo que soportaban, la vara sobre sus espaldas,

el látigo del capataz, tú los quebraste como el día de Madián.

Los zapatos que hacía retumbar la tierra

y los mantos manchados de sangre

van a ser devorados por el fuego.

Porque un niño nos ha nacido

un hijo se nos ha dado

que tiene sobre sus hombros la soberanía

y lleva como nombre:

Maravilloso Consejero

Dios fuerte, Padre para siempre,

Príncipe de la Paz" (Isaías 9,1-7)

 

Pinar del Río, 1 de noviembre de 1996