septiembre-octubre.año2.No.9.1995


JUSTICIA

Y PAZ

SOMOS IGUALES ANTE LA LEY

por Sor Ligia Palacio Jaramillo

 

Artículo 7: " TODOS SON IGUALES ANTE LA LEY Y TIENEN, SIN DISTINCIÓN, DERECHO A IGUAL PROTECCIÓN DE LA LEY. TODOS TIENEN DERECHO A IGUAL PROTECCIÓN CONTRA TODA DIFERENCIACIÓN QUE INFRINJA ESTA DECLARACIÓN Y CONTRA TODA PROVOCACIÓN A TAL DISCRIMINACIÓN".

(Declaración Universal de los Derechos Humanos).

Me gusta siempre, comenzar por la fundamentación bíblica, esto para que no quepa duda de que la Palabra de Dios sale siempre en defensa del hombre. Dios, desde toda la eternidad, tomó partido por el hombre, por sus derechos, por su dignidad, por el reconocimiento cabal de su ser de hombre. Si tal hace Dios, ¿qué debemos hacer nosotros? ¡No podemos permanecer impasibles! "El camino de la Iglesia es el hombre" (Juan Pablo Il).

Fiel siempre a las inspiraciones del Maestro, la Iglesia defiende la altísima dignidad humana y en sus documentos no cesa de hacer llamados apremiantes para que los hombres de toda raza y condición busquen siempre el camino, del respeto, del reconocimiento y de la guarda de estos derechos inalienables. Es por ello, que también apelo a la voz autorizada de la Iglesia, que en su Magisterio de ya casi dos mil años, es la más autorizada voz para hablar en favor del hombre.

Después de este preámbulo, cito algunos textos que apoyan este artículo siete de la Declaración Univesal de los derechos humanos: "No juzguen únicamente según las apariencias; juzguen con rectitud" (jn.7,24).

'La práctica de la justicia y del derecho agrada al Señor más que los sacrificios" (Prov. 21,3).

"En particular, no puede haber auténtica realización de los derechos humanos donde la norma de la ley no prevalece... El hecho de que un individuo pueda apelar contra un gobierno, debe con absoluta seguridad, ser visto como un desarrollo positivo de la norma de la ley" (Juan Pablo II, 1988).

"Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad... todo lo demás... resulta insatisfactorio y a la larga, despreciable" (Juan Pablo II, Solicito No. 32).

El hombre tiene derecho a ser tratado en igualdad entre todos los hombres. ¿Se aplica este principio aquí o hay discriminaciones?

No se pueden crear, mantener, ni defender, privilegios frente a la ley.

Por consiguiente, tampoco podemos permitir el abuso de autoridad.

No podemos permitimos el silencio, la indiferencia, ni la insensibilidad ante los abusos del poder y de la ley.

Si sucediera que los jueces se dejaran influir en sus decisiones por regalos, dinero u opiniones de otras personas; en ese caso la justicia no sería imparcial.

LOS CIUDADANOS TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE DEFENDER LA JUSTICIA.

Cierto es que muy pocas veces (por no decir ninguna) un ciudadano puede decidir en un juicio, pero sí podemos y debemos denunciar públicamente aquellos casos que conozcamos de injusticia en la aplicación de las leyes. Es nuestra obligación como personas, pues defendemos derechos de alguien a quien se le usurparon y a la vez cumplimos como ciudadanos responsables. Aquí valga la pena decirlo: ¡¡¡Sí SE PUEDE!!! Es más, se debe. Es un deber, ¡¡¡un imperativo de conciencia!!!.

Lo único que hay que hacer es VENCER EL MIEDO Y NO DEJARSE IMPONER LA LEY DEL SILENCIO.

Jesús, aquel Nazareno sorprendente, nos da la medida, nos indica el cómo, nos lanza por los caminos insospechados de la verdad. La verdad les hará libres, nos dice en el Evangelio de Juan. A quién, sino a Él, acudir cuando nos sentimos en el límite del cansancio, en el límite del 'no saber'.

Digamos con el poeta:

El Iímite es la última orilla

donde nos duele la vida,

y delante se extiende el "no saber"

como lienzo nocturno

donde Tu escribes la mañana.

Sentarse de espaldas a la vida

y mirar ese vacío,

parece una pasión inútil,

una apuesta fracasada.

Pero es un gesto

de certeza vigilante.

Yo sé que entre la bruma del "no saber"

Tú llegas a la hora exacta

de tu reloj que no es movido

por la tiranía del deseo.

Y cuando Tú apareces

gratuito y libre

desde el futuro inédito

que no alcanza mi mano,

yo sé que me buscas y me encuentras.

Es sólo un instante atravesado de infinito,

fantasma, tal vez, primero,

familiar y abrazo al fin,

que ni me esquiva ni me absorbe.

Cuando Tú te vas,

me queda un pedazo de futuro iluminado.

No queda preso el cuerpo

con el anzuelo de la nostalgia.

Al volver de nuevo el rostro

hacia las rutinas cotidianas,

se reconoce el reflejo de este encuentro

en los más oscuros laberintos,

en las intimidades descerrajadas,

en los ojos que rezuman terror y noche,

en las gentes que rugen por la calle

con siglos de injusticia

en la garganta.

Te has hecho mendigo

envuelto en los harapos

de toda indigencia humana.

Y te vas haciendo carne

En nuestra historia

con pasos de niño vacilante.

Hasta que aparezca todo "no saber"

henchido de infinito,

atravesado de miradas,

y derretido en un abrazo

sin espaldas ni distancias.

(Benjamín González Buelta, S.J.)