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septiembre-octubre.año2.No.9.1995 |
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REFLEXIÓN |
MARTÍ: PARTIDO, ESTADO Y OTRAS PRECISIONES por Modesto Arocha |
"Siempre es desgracia para la libertad que la libertad sea un partido" José Martí, carta a Manuel Mercado 11 de febrero de 1877.
No hace mucho, durante una conversación amistosa, surgió el siempre apasionante tema de las concepciones políticas de Martí. Sugería un amigo que la fundación del Partido Revolucionario Cubano como organización única para promover y desatar la guerra por la independencia constituía el antecedente histórico inmediato del Partido Bolchevique y de los partidos de la II Internacional. Aquella conversación me hizo pensar tanto que acabé releyendo algunos textos martianos que trajeron estas reflexiones. Antes y ahora me parece que las opiniones de mi amigo no tomaban en cuenta Ias circunstancias de la época ni lo que se proponía Martí, ni mucho menos la esencia misma de su pensamiento, donde las nociones de libertad y justicia, núcleo del ideario liberal, ocupan un lugar decisivo en su pensamiento político, cuya otra vertiente era la idea de la revolución para obtener la independencia. El Partido Revolucionario Cubano no era un partido de clase, ni un partido que exigiera la obediencia a una determinada concepción del mundo, ni que aspirara a ejercer el monopolio del poder una vez conseguido el fin primordial para el que se creó: "lograr con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad la independencia de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico (bases del Partido Revolucionario Cubano: Para ello necesitaba unir los esfuerzos de todo el que deseara ver a Cuba libre y soberana, al margen de cualesquiera que fueran sus ideas sociales. En este sentido, más que un partido único era un partido unificador, portador de lo múltiple, de "todos". EI Partido tampoco se proponía, una vez alcanzada la independencia, edificar una sociedad concebida de antemallo por algún pensador. Más que establecer cómo habría de ser la futura sociedad cubana, los documentos programáticos decían cómo NO debía ser. Martí rechazaba la idea de que alguna institución política acaparara el poder. Antes bien, señala en las bases del PRC: "El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la isla como su presa y dominio". Y comienza de esta forma un artículo donde esclarece el sentido y propósitos del PRC con esa misma idea: "Y lo primero que se ha de decir es que los cubanos independientes y los puertoriqueños que se les hermanan abominarían de la palabra partido si significase mero bando o secta, o reducto donde unos criollos se defendiesen de otros". (El Partido Revolucionario Cubano, periódico Patria, 3 de abril de 1892). Dictaban estas prevenciones las experiencias de las repúblicas latinoamericanas luego de su independencia, el caudillismo, las rencillas de grupos que a la postre hicieron fracasar el empeño independentista de los Diez Años y una vez más, las muy arraigadas ideas políticas de Martí. Un sólo partido político únicamente tendría cabida para guiar un estado excluyente, y Martí rehusó siempre la idea de un partido que creyera encarnar los intereses de toda la sociedad, tanto como de un estado fuerte que todo lo abarcara. En la concepción martiana de la república "con todos y para el bien de todos", aquélla donde "la libertad, para ser viable tiene que ser sincera y plena" y que moriría si "no abre los brazos a todos y adelanta con todos " (Nuestra América, 30 de enero de 1891), ese "todos" noción a la que Martí recurre una y otra vez- es un "todos" internamente diferenciado, cuyos componentes por necesidad perciben la realidad social de distinta manera, actúan según los intereses que les son propios y proponen variadas soluciones a los problemas. Para hacerlo, deben agruparse en instituciones políticas y de otro tipo que mediarían entonces entre los individuos y el poder, conformando así la sociedad civil. Sólo entonces la república podría serio "para el bien de todos". El "bien de todos" supone asimismo, la alternancia en el poder de las variadas agrupaciones políticas, pues, como generaliza Martí luego, de la ascensión al poder de los republicanos en los Estados Unidos, "Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerles" (Carta al Director de "La Nación" 19 de enero de 1883). Martí, en 1884 sobre Herbert Spencell, hace suyos los temores que a éste le infunde un estado todo poderoso y dominante de funcionarios constituidos en casta, debilitador de la "nación individual". En un estado semejante el hombre que quiere ahora que el estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pudiese el Estado asignarle puesto que a éste sobre quien caerían todos los deberes, se darían naturalmente todas las Facultades necesarias para recabar los medios de cumplir aquéllos. De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios ". Curiosamente, de ese mismo año de 1884 data la famosa carta de Martí a Máximo Gómez, donde le hace saber su "determinación de no contribuir en un ápice por el amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que seria más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo". Y como colofón, una terrible acusación que Martí meditó durante dos días: "Un pueblo no funda, General, como se manda un campamento" (Carta a Máximo Gómez, 20 de octubre de 1884). Podemos imaginar el dolor con que Martí se desentendió de los preparativos de Gómez y Maceo para organizar una nueva guerra apresurada sin el concurso de todas las voluntades independentistas. Tan grande debía ser el desgarramiento como el valor personal que se requería para enfrentarse de manera tan tajante a uno de los grandes entre los grandes de la Guerra del 68. Pero se trataba de un problema de principios para Martí, expresado en la interrogante que le formula a Gómez en esa misma carta: "¿Qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana?". Pero Martí, pese a ser sumamente flexible y haber dedicado años a animar diferencias y congregar empeños, nunca transigió en materia de principios, mucho menos cuando atañían a los cimientos de la futura república. Pasaron tres largos años hasta que Martí volviera a dirigirse a Máximo Gómez. Los planes de éste, Maceo y otros patriotas para lanzar la guerra extemporánea fracasaron, mientras Martí se separaba de ellos sin hacer públicas sus objeciones. El 16 de diciembre de 1887 le escribe una carta a Gómez recabando su participación en los preparativos para "organizar, dentro y fuera de Cuba, con la cordialidad digna de las grandes causas, la guerra que ya mira el país con menos miedo y en que parece estar hoy su esperanza única". Para ese entonces la situación había cambiado: Martí no se encontraba sólo, contaba con el apoyo de los emigrados cubanos en Estados Unidos, que él mismo había comenzado a organizar y agrupar, y con el de personalidades cubanas, que suscribieron la misiva. La carta contiene un análisis profundo de la situación cubana, y un plan de cinco bases para reiniciar los trabajos revolucionarios. En ella se plasman las convicciones martianas de que resultaba imperioso trabajar para conseguir el equilibrio entre lo civil y lo militar, contener el caudillismo e impedir el predominio de alguna clase social o de una raza sobre otra. En sus aspectos programáticos y organizativos, en la carta se esboza lo que cobraría forma definitiva cuatro años después en el Partido Revolucionario Cubano. Iniciada ya la guerra, gracias a la ingente brega organizadora de Martí, a quien no arredró el fracaso del plan de la Fernandina, y ya en tierra cubana, a sus convicciones políticas que servían de sustento a la visión que tenía de la república independiente, le esperan nuevas ordalías. La discusión estalla entre Maceo y Martí en el encuentro que tuvieron en La Mejorana, el 5 de mayo. Maceo desconfía, como consecuencia de la nefasta experiencia de la Guerra Grande, de las autoridades civiles. Cree ver en las propuestas civilistas de Martí la misma concepción que devino una de las principales causas del fracaso independentista. Martí, por su parte, considera que la salud de la futura república depende de que ya desde la manigua la revolución cuente con un embrión republicano que le ponga bridas al caudillismo. Leánse las resoluciones del 28 de noviembre de 1891 tomadas en Tampa y las bases del Partido Revolucionario Cubano y se verá cómo van de la mano la imprescindible preparación de la guerra y la no menos necesaria organización civil que permitirán fundar la república. Horas antes de morir expresa a Mercado en la carta que constituye su testamento político: "la revolución desea plena libertad en el ejército, y sin las trabas que antes le puso una cámara sin sanción real, o la suspicacia de la juventud celosa de su republicanismo, o los celos y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez, sucinta y respetable representación republicana, -la misma arma de humanidad y decoro, llena de anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república... "Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1995". Martí alude así a la discusión de La Mejorana, donde Maceo lo acusara de ser, "la continuación del gobierno leguleyo y su representante", "defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar" (Diario de Martí, 5 de mayo de 1895). Anota en su diario que se mantuvo firme y hay que creerle, tanto por sus convicciones como por la postura que mantuvo en el 84. Escribe "mantengo, rudo: el ejercito libre, el país, como país y con toda su dignidad representado". Al día siguiente, 6 de mayo, abundaría sobre esas disensiones en las páginas de su diario de campaña. Pero estas páginas fueron arrancadas, y no llegaron a ver la luz, mutilación que trasciende con creces el hecho en sí y lo convierte en mutilación del espíritu con que la república habría de nacer. No sé si exagero, pero presiento que si las palabras que ese día escribiera Martí no se hubieran perdido para siempre, otro mejor hubiera sido el destino de nuestra Patria en los siguientes cien años.
ARQUITECTURA Y URBANISMO EN LA COLONIA. PINAR DEL RÍO por Arnaldo Simón Lopetegui
Un acercamiento a las coordenadas de la creación arquitectónica y urbana en Pinar del Río durante el período colonial nos remite a buscar en la génesis de la región histórica y su ulterior desarrollo, las razones que la identifican, sólo así una disección que siente como precedentes la interacción dialéctica hombre-naturaleza-sociedad hará una exogénesis con un mayor grado de aproximación. La evidencia de la presencia del hombre en el territorio más occidental, según autorizados criterios, data de seis mil años atrás, marcando así el inicio de la protohistoria de una región con una cultura sustentada en una economía de apropiación que sería suplantada por el traslado hacía esa zona de un proceso civilizatorio promovido por un foco que al accionar dinámicamente conformaría en su desarrollo una región histórica "de donde resulta que sí bien su base inicial y permanente en el medio geográfico. sus límites se van estableciendo como resultado de esa acción del hombre sobre dicho medio... ". El criterio esencial que lo sustenta es de formación económico-social. Las primeras referencias de poblamiento como resultado del proceso de colonización son recogidas por el investigador Tranquilino Sandalio de Noda, y las ubica en la primera mitad del siglo XVI (1554). Comenzando el inicio de un largo y muy lento proceso de formación de la región histórica, ya que no es hasta finales del siglo XVII en que alcanza un grado de homogeneidad a expensas de las relaciones humanas de todo tipo que en ellas se producen dotándola de rangos y caracteres comunes. Lo que sustenta en el orden teórico al surgimiento de los núcleos poblacionales en el territorio que fue nombrado Pinar del Río, y que condicionaron las relaciones entre lo urbano y lo rural que son de origen, y desarrollo en la medida que se concentraron con posterioridad, con el fin de encauzar las respuestas de sus necesidades vitales. Se hace necesario tener en cuenta para comprender lo que en el orden evolutivo de la región tuvo este proceso, la relación de origen, ya que no es lo mismo un desarrollo de implantación previa de gente rural que se va concentrando desprendiéndose de su status, digamos grupos humanos que se concentran en algún otro lugar y atraen grupos de otras regiones; es la inversa de la historia de una región en que la ciudad es implantada de una vez y entonces le va dando tónica a la región, cuando la implantación es rural y hay concentración, podemos decir que el ruralismo predomina en esa historia, por lo menos durante un tiempo que puede ser un siglo o más, ruralismo que ha marcado esta región dejando su impronta en las estructuras y que aún supervive. Las características que asumió el proceso de colonización y que influyeron en el tipo de explotación económica de acuerdo con los recursos en los cuales ésta se basaba, influyó de manera determinante en el proceso de urbanización y tipos de núcleos urbanos que fueron surgiendo, propiciando además la prevalencia en la ciudad de funciones terciarias. El interés económico de los grupos humanos de origen canario que hacia esa zona migraban tendía a la dispersión y no precisamente a la concentración, de ahí que las características propias de la región condicionaban en la práctica la estructuración del núcleo urbano que crecería en función de las propias necesidades que generaban la consolidación económica de estos grupos. En la medida en que necesidades primarias de estos grupos humanos tales como disponibilidad de tierras cultivables, mano de obra y transporte van fortaleciéndose, el proceso de urbanización se acelera, pues pone en función de la respuesta a los requerimientos que genera la explotación de un cultivo comercial con destino al mercado exterior. En las postrimerías del siglo XVIII se define el papel que desempeñaría ésta región histórica dentro del modelo de desarrollo de la colonia; la zona oriental del territorio, más cercana a La Habana se define como una zona con economía de plantación sustentada en el cultivo de la caña de azúcar y del café, ambos con mano de obra esclava, mientras la zona más occidental se caracterizaba por el cultivo del tabaco en pequeñas vegas que constituían unidades de producción familiar, lo cual lastraba la posibilidad de una rápida urbanización ya que la concentración implicaba un desmembramiento familiar y por tanto, una incidencia negativa en dichas economías. El proceso de institucionalización asumido por la Corona para este territorio reconoce de hecho las potencialidades de la realidad regional, así como el trazado de las líneas de desarrollo de forma natural del núcleo urbano. La ciudad de Pinar del Río tiene por primera vez un Ayuntamiento en 1860, siete años antes que se declarase oficialmente el carácter de ciudad y no es hasta 1878- que se constituye la provincia quedando implantado el aparato de dominación en una muy extensa región y a muy pocos años del final de la presencia española en el panorama, político cubano. El análisis del surgimiento del arte urbano no puede sustraerse al reconocimiento de las relaciones de origen y desarrollo que se manifiestan en la conformación de la región histórica, de ahí que el modelo colonial urbano importado, aún cuando de facto materializa la hegemonía española en la región adquiere características propias toda vez que se adecua a los requerimientos impuestos por las peculiaridades de la misma. El crecimiento urbano se lograba, como en muchas de las villas surgidas de manera espontánea, como consecuencia de la incorporación voluntaria de pobladores y el consiguiente aumento de la densidad poblacional en los ejes viales, fundamentalmente que comunicaba al incipiente núcleo con La Habana, con los embarcaderos en la costa norte y sur y con el vaquerío. La ciudad se consolida entonces a partir de su posición dentro del territorio y el efecto radial de acción que la convierte de hecho en el centro receptor de la actividad económica de la región y proveedor de la misma. La génesis de la evaluación de la ciudad en su interacción dialéctica con el campo definíase en el decursar del siglo XIX al tomar carácter funciones tales como : la administración, comercio, servicios y transporte y la estabilización de la función habitacional sobre aquéllas vinculadas a las actividades agrícolas. El ordenamiento físico de la ciudad, como respuesta a las necesidades institucionales, y vinculado además a las estructuras de poder, cobra importancia en la medida en que la ciudad se hace más independiente como resultado de la prosperidad económica de la región y de la acumulación de capital, manifiesta en el crecimiento del repertorio urbano con la creación de plazas, calzadas, trazado de calles y el aumento del repertorio arquitectónico regido por un equilibrio forma-función presente en la ciudad y en el cual quedan comprendidos los grupos sociales que la conforman y los trazados de sus escalas de valores: formales, funcionales e ideológicos. La ya manifiesta concreción del carácter urbano en la ciudad a través de las estructuras tanto arquitectónicas como urbanas ocurría en un momento en que se consolida en la isla la interpretación del legado clásico con una explicable atemporalidad; la fijación a los códigos neoclásicos marcan a las estructuras de una homogeneidad como sacrificio de la individualidad, la simplificación de los componentes básicos, el ritmo y la simetría como paradigmas expresivos de la ideología de una clase. Como ciudad formada bajo el influjo teórico-práctico que proyectaba España hacia sus colonias; la centralidad en la ciudad es una noción inminente de la génesis de lo urbano incorporado no necesariamente por la rigidez de las reglamentaciones, sino también como una respuesta a las manifestaciones de las relaciones urbanas y elemento de recurrencia a la nostalgia. La centralidad, identificada como espacio urbano de plaza como modulador y elemento de carácter de la ciudad, puede constituir un elemento mutante en la medida en que responda a cambios funcionales y nuevos espacios de interés aparezcan para los grupos humanos que la habitan, así como al origen de la centralidad en la ciudad debemos tomarla en la zona de los primeros asentamientos como complemento de las funciones básicas, espacio este que seria despreciado a mediados del siglo XVIII con la progresiva salida hacia un nuevo emplazamiento de las instituciones debido a las peculiaridades del medio físico que impedía el crecimiento en la zona de frecuentes inundaciones. El nuevo espacio respondía a los requerimientos de forma más integra, su emplazamiento en una zona elevada de mejores condiciones de habitabilidad facilitaba las actividades militares de control y protección, además los elementos simbólicos representativos identificados con la altura, proyectábanse mejor como categoría de la sociología y la psicología en los pobladores de la ciudad. El período activo de la plaza como elemento en el cual confluyen la actividad urbana y las relaciones humanas que ésta genera, duró apenas un siglo; a principios del XIX y a instancias de las necesidades expansivas de ciudad comienza el desmembramiento de la unidad arquitectónica urbana: la cárcel hacia 1826 se traslada a otra zona fuera de la plaza, precediendo la salida del cementerio anexo a la parroquia por consabidas razones de salubridad Y crecimiento; el mercado y el Ayuntamiento se desplazaron en 1850 y 1860 y es de esta misma época la construcción de un nuevo cuartel en una zona elevada y próxima a la plaza, culminaría la desvalorización del espacio en el 1880 cuando la iglesia encontrara un nuevo asentamiento. Al quebrar la plaza mediante la descentralización, se opera un reordenamiento de la vida cívica generando un nuevo sistema de relaciones a escala urbana, donde la vía se valoriza como ente dinámico, de participación de las funciones básicas y sus relaciones. Elementos recurrentes y atemporales en la ciudad constituyen los sopórtales que presiden todas las edificaciones y que se aprecia más como un todo urbano, que como un espacio en la arquitectura, el portal como galería de protección asociado además al sistema distributivo comercial dota de una connotación definitiva al urbanismo en Pinar del Río, no sólo al ampliar el espectro perceptivo, sino al conceder nuevos espacios de participación al individuo en la vida ciudadana. La relación entre arquitectura y urbanismo en la ciudad adquiere matices dignos de tener en cuenta si se quiere hacer un análisis crítico de la misma; el urbanismo, por un proceso de mínesis toma referencias en cuanto al trazado de calles, ancho de calzadas, la existencia de paneos y alamedas en ciudades con un fundamento histórico diferente generando un nivel de incongruencia entre arquitectura y urbanismo a escala de diseño, esto se incorporará por la propia concepción ruralista que ha animado históricamente el desarrollo de esta ciudad y donde esto se incorpora como un diálogo con el entorno natural. En la medida que se consolida en el siglo XlX, el panorama económico de la provincia integrado al modelo de desarrollo colonial como centro productor de materia prima, se hacía necesario ampliar el radio de acción del poder colonial en el territorio en aquellos focos poblacionales que habían adquirido un nivel de desarrollo que no podría prescindir de control por parte del centro de poder fundamental radicado en Pinar del Río. El surgimiento de estos núcleos poblacionales está marcado por las mismas pautas que condicionaron el desarrollo de la ciudad dentro de esta región histórica, de ahí se deriva el nivel de vínculo existente entre arquitectura y urbanismo al tomar como canon la ciudad cabecera. La validación de la arquitectura de la colonia en Pinar del Río descarta por no objetivo cualquier análisis que haga abstracción del acondicionamiento económico- social y cultural en que se da la misma, no permitiendo además la derivación de juicios sobre la base de principios axiológicos, cuando una antología de la creación fuera la vía para el acercamiento; en estas circunstancias, tratar de buscar filiaciones en los estilos históricos descritos, bajo presupuestos eurocentristas en un intento de atrapar las máximas que nos permitirían descentrar la particular interpretación de éstos en un contexto determinado. El valor de cambio alcanzado por el principal producto de la región durante el siglo XIX traía consecuencias interactuantes en el orden sociocultural, que en la arquitectura se traducía en el logro de una homogeneidad y organicidad en las propuestas que toma en el neoclásico la filiación de sus códigos. La remisión al neoclásico fue la respuesta idónea para estructurar el sistema compositivo en la ciudad, toda vez que el mismo no se avenía a los requerimientos que imponían las relaciones con el medio, las condiciones físicas, los materiales existentes, las condiciones socioculturales y el modo de vida de la región; esta particular aprobación de un estilo sin un cuestionamiento critico derivó hacia finales de siglo en una anarquía en la mezcla de códigos que preconizan en lo formal, lo que podemos denominar protoselecticísimo con límites aún no claros. El hecho de que la arquitectura doméstica esté peculiarizada en la región no da margen a afirmar que no esté inscrita en un fenómeno que se manifiesta a escala insular, arquitectura libre de academicismo al darse sobre una estructura subdesarrollada y dependiente, es en sí, obra de un gradual desarrollo artesanal con un origen común en el orden de lo histórico-ambiental y económico; lo peculiar es así expresión de lo nacional y contribuye como respuesta a alejarnos del patrón colonial. Un análisis de las condicionantes en que se desarrollan las estructuras del hábitat, nos conduciría a establecer determinadas coordenadas que en el orden práctico, con el decursar del tiempo definieron la fisonomía y carácter de estas estructuras marcadas por unir relación de origen y desarrollo que establece en qué medida lo rural se perpetúa en lo cívico. Lo precario de los materiales y lo primitivo de las técnicas de construcción, a la par de lo exiguo de los capiteles y la no necesidad en figurativa en los siglos que proceden al XIX, marcan lo efímero y no trascendente de las estructuras domésticas, por lo cual el nivel de conocimiento de las mismas parte de una referencia documental escasa y dispersa donde se describe la vivienda como medio de protección física con una fuerte ascendencia rural, estructurado a partir de una planta rectangular donde se desarrollaban las funciones vitales y que constituyó la célula básica del inicio evolutivo habitacional. Para poder expresar el fenómeno evolutivo del hábitat en la ciudad y establecer como válidas las distinciones formales y funcionales, reconocemos dos momentos en el siglo XIX que fueron peculiarizados por las respuestas de estas estructuras a requerimientos constructivos, sociológicos, ideológicos y de estilo: un primer momento en la primera mitad del siglo XIX y un segundo momento que abarcaría los años de la segunda mitad hasta el comienzo del XX. A principios del siglo XIX la utilización de materiales más duraderos permite una evaluación directa de los exponentes a partir de la existencia física a la par que documental: Así la tipología predominante la constituye la vivienda de planta en L conformada por dos crujías paralelas a la calle que contenían la sala, habitaciones, comedor y despensa y una crujía o martillo que se articulaba a ésta y que se adentraba en la parcela conteniendo otras funciones como cocina, retrete; el comedor y la galería, eran abiertos al patio por la utilización de pie derechos de simple elaboración. El patio de estas construcciones era un espacio de complemento a las funciones domésticas, aún sin las connotaciones que adquiriría más tarde y el portal que presidía estas construcciones sostenidos por pie derechos similares a los de la galería era un espacio de participación social. Las cubiertas de estos inmuebles eran de alfarjes de una simple elaboración con tirantes y cuádrales, que disminuía el puntal de forma ininterrumpida hacia la profundidad de la parcela, terminadas con tejas criollas, asentadas sobre gruesos muros tapiales o ligeras paredes de madera. Los pavimentos de estas construcciones eran de lozas de barro o madera y las puertas y ventanas de tablones a la española. Era común en esta etapa ceder alguna dependencia de la vivienda para la utilización del comercio, así la casatienda propiciaba la expansión de servicios en el territorio. En la segunda mitad del siglo XIX la consolidación económica alcanzada implicó en la ciudad una evolución del pensamiento que, en orden nociológico, se traduciría en el reconocimiento a una identidad regional la cual formaba parte de un cuestionamiento ideológico y político de mayores dimensiones como afianzamiento de la nacionalidad, así surge la necesidad de expresarse de manera orgánica y coherente como clase, de un sector amplio de la población que buscaría su referencia en la filiación a un estilo dotándolo de su peculiar visión. En esta segunda etapa de la vivienda en el siglo XIX el sistema de ocupación de la parcela sufre cambios al reordenarse las funciones, producto de un incremento poblacional sobre fondo habitacional inamovible. La planta de estas viviendas quedó constituida por dos crujías paralelas a la calle que contenían sala, comedor y habitaciones, cocina y despensa. Las cubiertas de estas construcciones eran de alfarjes con tirantes simples, pareados y cuádrales, hallándose detalles de lacerías muy simples en algunos, aunque esto no constituyó un elemento distintivo. Los parámetros en éstas, debido al surgimiento de numerosos tejares en las inmediaciones de la ciudad ganan en altura provocando un cambio en la escala con respecto a las viviendas de la primera etapa. El patio cobra carácter al ser centro de la vida doméstica y no un espacio de complemento; las galerías y el portal en estas construcciones ven la proliferación incontenida de columnas de orden toscano constituidas por ladrillos aplantillados y revocados. Los pavimentos eran en su mayoría de losas de barro o ladrillos y las puertas y ventanas de tablones a la española claveteadas, precedidas de rejas de muy simple factura de hierro y estructura de madera. Como elementos compositivos en la vivienda que la cualificaban, están los cierres en el comedor con percianería tropical y la utilización de vidrios de colores en lucetas, la utilización de arcos de comunicación entre la sala y el comedor, la presencia de pintura mural y la utilización de plantas ornamentales, dotando al recorrido de galerías y patio un nuevo significado. Si bien en esta etapa la vivienda ha incorporado una noción de contemporaneidad, la persistencia de soluciones constructivas con antecedentes directos en técnicas de procedencia rural como las vigas de madera de sostén de la cubierta, descansando directamente sobre las columnas y en función de cierre empotradas en los muros, la simplicidad en los cierres de vanos, entre otras, dotan a éstas de carácter ambiguo, al ser formal y funcionalmente ubicuas. Una apreciación sobre la ocupación inmobiliaria habitacional en la ciudad, extensiva además a los restantes núcleos habitacionales formados a expensas del patrón constituido, en la referida a las diferencias de capital no expresadas en las estructuras debido, entre otros factores, al condicionamiento fuertemente rural de los moradores y al vínculo escaso o nulo con sus homólogos de clase fuera del territorio, que impide tomar referencias tipológicas, esto trae como consecuencia que la diferencia de capital sea de alcance sólo a los bienes muebles y en los inmuebles se ha dado por la cantidad o dimensiones de los recintos. La arquitectura religiosa en Pinar del Río vinculada al proceso evolutivo de la ciudad mediante la evangelización como reconocido instrumento de dominio va a estar sujeto en el orden de su construcción a los mismos avatares que marcaron el proceso de desarrollo de la arquitectura doméstica. La existencia de una primera ermita surgida en la ya lejana fecha de 1688, que tomaría carácter de parroquia en 1710, construída con muy bastos materiales en el inicio de la presencia del clero en la región; con el traslado, de la plaza hacia un nuevo espacio, queda constituida una nueva sede en 1764, ésta, según la base documental existente, era de muy simple tratamiento en los códigos formales, una nave cubierta de tejas criollas y una torre campanario lateral se abría en la fachada el exterior, por vanos situados rítmicamente en la altura. El precario estado constructivo en que se encontraba la llevó a ser clausurada en 1880, hasta tanto no se terminara en su asentamiento definitivo en nuevo templo culminado en 1883. La parroquia de Pinar del Río, que fuera consagrada como catedral en los primeros años del siglo XX, es un inmueble situado en un amplio solar que permitió una percepción perimetral desde el recorrido; toma su referencia especial en un modelo extendido en el siglo XVIII que trasciende al XIX, conformado por una amplia nave central flanqueada por dos naves laterales más pequeñas donde se localizan las capillas. El cierre de la volumetría del cuerpo de la nave abre al exterior por un soportal con sistema columnar afrontado como único en el panorama de la arquitectura decimonónica en la ciudad, articulada compositivamente a la ascensión de las torres campanarios que determinan el balance y equilibrio de esta fachada. Este inmueble representa en el orden arquitectónico un rompimiento en la escala dentro de los espacios construidos en la ciudad, si bien no nos es permitido establecer límites axiológicos por la inexistencia de estructuras dentro del tema, sí su escala no es correspondida con la existente en inmuebles domésticos o civiles, más cuidado en las proporciones, la relación entre las partes y el aislamiento producido por su emplazamiento en la manzana, no introduce una nota inarmónica a escala urbana. El tomar asentamiento adentrado en la parcela segregándose de la continuidad presente en el entorno la utilización de una escala diferenciada y la elaboración e introducción de nuevos códigos tiene una marcada intención figurativa abandonando los conceptos que animaron la integración urbana dentro del neoclásico por una segregación que preconiza el eclecticismo, toda vez que el clero debía expresarse a través de la utilización de la arquitectura ya que como institución vinculada al estado se encontraba en un momento en que lo nacional cuestionaba la existencia de la metrópoli. No fue la Iglesia un elemento determinado en el proceso de desarrollo histórico de la región, de ahí que no llegue a desempeñar un papel de primer orden en el formato de nuevos núcleos poblacionales, sino que se presenta para establecer o sustentar determinadas fuerzas en lo económico que le permitiesen tomar iniciativas y por eso se representa como complemento a lo establecido y no como ente generador. El radio de acción de esta institución era muy amplio, no sólo por la extensión del territorio, sino por la dispersa y poco numerosa población sobre la cual debía incidir, esto condiciona la no existencia de una representativa infraestructura religiosa lo que es apreciable en la modestia de las ermitas que aparecen en los diferentes núcleos construidos a expensas de la iniciativa de algún propietario de la zona. . En la arquitectura civil decimonónica y todas las derivaciones que se establecen en la ciudad y por otra, el vinculo con los órganos de poder conllevan a una necesidad de expresión figurativa por la incorporación paulatina de códigos que le permitieran afianzar su imagen durante todo el siglo. Una muestra de la progresiva asimilación de los códigos neoclásicos en las estructuras lo constituyen la Casa Consistorial, la cárcel y la Casa de Gobierno, dentro de un repertorio agredido y descalificado por sucesivas transformaciones propiciadas por el no respeto al legado ignorancia y lo emergente de algunos tiempos. La Casa Consistorial fue hacia 1813 un inmueble que ocupa una céntrica esquina en la ciudad dedicada a funciones domésticas, que hacia 1860 va una readecuación en su estructura física al crearse el Ayuntamiento y tratar de imprimirle una nueva connotación más acorde a las funciones, intención esta inconclusa y apreciable en la fachada principal del sistema columnar arquitrabado y muestra más original del inmueble al articularse a la lateral de mediados de siglo con la sucesión de una arquería romana: tiene además el ritmo de los componentes especiales; el tratamiento simétrico de vanos y una escala no agresiva dentro del entorno. Si bien este inmueble era representativo exponente del poder, la no concreción de la formación de su fisonomía y ser, readecuación espacial de una vivienda no es muestra de lo que en el orden figurativo podía haber expresado la obra en la ciudad y si demuestra la poca solidez capital de las instituciones en la región. La cárcel se ubicó en una zona elevada con amplias posibilidades perspectivas, vinculada a un espacio próximo conocido como plazuela de. la cárcel a expensas de un movimiento ya comenzado de descentralización de las funciones básicas. Culminado hacia 1859, es esta instalación de una volumetría compacta cerrada a un patio de claustro de pequeñas dimensiones, sobresale por la escala no común del entorno y se abre a un portal arqueado sobre columnas toscanas y pretil abalaustrado que preside una fachada con un ritmo y simetría en la distribución de vanos recuadrados, conjunto este que tiene la mesura y sobriedad a que aspiraba el neoclásico conviviendo con elementos arcaizantes como la utilización del alero tejaroz. La Casa de Gobierno asume en lo formal, la génesis de lo colectivo en la ciudad, al parecer la molduración en mayor profusión, la libertad en la utilización de ornamentos y otros elementos con intención de magnificar a la vez de segregar esta instalación. La escala de este edificio está en consonancia con las del entorno donde se inserta por parte de una readecuación sobre una estructura inmobiliaria habitacional en 1870. La fachada resuelta con portal de arquería sobre pilares ornamentados, tanto así como el entablamento y pretil, antecede una fachada de vanos de guarnición y guardapolvos afrontonados y la elaboración no común en la ciudad de la carpintería y herrería. La inexistencia de una infraestructura industrial fuerte y definida trae como consecuencia que el aporte al legado arquitectónico de este tema en la colonia no se consideraba en territorio sólo una mención requieren los cafetales de origen francés que hallaron asentamientos en la Sierra del Rosario a principios del siglo XIX que con un rápido esplendor y decadencia perviven ruinosos y cubiertos por la maleza. Estas unidades de producción, que deben trascender no sólo por ser testimonios de un proceso histórico con características muy peculiares y por la connotación asociativa con la cultura y la historia de las luchas políticas en Cuba, sino también por los valores arquitectónicos aún no reconocidos plenamente, dejaron exponentes extraordinarios tanto en lo doméstico como en lo industrial y civil como lo es el Angerona en Artemisa, antigua dependencia de la provincia al mencionar el ejemplo paradigmático dentro del tema. El reconocimiento echo por la Corona al conceder el carácter de ciudad en 1867, trajo aparejado un aumento en el repertorio arquitectónico que respondía a una exigencia de aumento de la calidad de la vida, así los temas que irrumpen en la ciudad serían: teatro, hoteles, mercado, cuartel, hospital, nuevos servicios y transporte, espectro este que no significó un abandono de los códigos formales tradicionales ya que muchos se insertan en la trama habitacional a partir de readecuaciones de espacios. Realizar una evaluación crítica de la arquitectura del siglo XIX en Pinar del Río nos remite a un enunciado de Bruno Zevi en " Saber ver la arquitectura" aquí plantea-..."la arquitectura es la autobiografía del sistema económico y de las instituciones sociales" Aceptando entonces como válida esta afirmación es que consideramos que fue la arquitectura doméstica quien alcanzó en la ciudad y el territorio un carácter de sistema de medidas que respondía a las necesidades que el hombre se planteaba en su medio histórico-natural de ahí, su lógica evolución por el vínculo con las necesidades sociales la base material a la par de su contenido ideológico, que no es la misma evolución de aquellos tipos arquitectónicos que respondían a un método diferente, no llegando a constituirse un sistema, toda vez que eran implantados con una finalidad en el territorio no vinculado directamente a la acción del hombre, sino al ordenamiento de esta accioón. La consolidación de la arquitectura pinareña se da en un momento de crisis de los modelos colonialistas y de génesis de lo nacional, el patrón aportó por sus propias características en el sentido de cohesionar y homogeneizar, esto lo asume la arquitectura como un elemento de diferenciación al crear una propuesta alternativa más allá de los antagonismos sociales, políticos, económicos y culturales en que se inserta pudiendo coexistir con los exponentes representativos del poder colonial constituye de hecho la propuesta de arquitectura regional, articulada a un proceso de maduración y decantación a escala nacional. En el inicio de la República neocolonial comenzó una actitud hipercrítica con respecto al legado como rechazo al período precedente, es de ahí que en 1902 aprobárase un decreto restrictivo y regulador para la arquitectura y el urbanismo, pudiendo considerarse la entrada oficial del eclecticismo en la ciudad a la par de la entrada en un período donde la burguesía se expresa a través de la renovación de los códigos formales y una pervivencia más allá de cualquier cuestionamiento de los funcionales. La arquitectura doméstica comienza un período caracterizado por la apropiación de elementos que remiten a otras culturas y de una mayor elaboración estilística en los detalles, este intento de actualizarse es sólo externo. Conceptualmente la intención de expresión dentro de una corriente estilística radicalmente nueva no puede concretarse hasta tanto no cambien las relaciones de producción heredadas de la colonia. En las estructuras que se vinculan a las instituciones hay una marcada intención de reafirmarse por la solidez y recurrencia a los códigos más ortodoxos, intención esta que pueda articularse a los postulados de los apologetas del eclecticismo de mediados del siglo XIX, que abogaban por la creación de un "...estilo capaz de mostrar el espíritu de la época y suficientemente amplio como para abarcar tanto las obras particulares como las monumentales". El acondicionamiento socioeconómico propició la renovación mayoritariamente sobre el fondo construido y no significó elemento de cambio en lo urbano hasta bien entrado el siglo, de ahí que la presencia de la colonia esté diluida en parte en medio de las altisonancias eclécticas y lo anodino del movimiento moderno.
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