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septiembre-octubre.año2.No.9.1995 |
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NARRATIVA
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LO IMPORTANTE ES QUE SE HACEN HOMBRES por José Raúl Fraguela |
Desde la incomprensión de sus catorce años ve desaparecer el pueblo tras una curva de la carretera. Un paisaje nada reconfortante corre en dirección opuesta: yerbas y matojos raquíticos pregonando la sed de la tierra, pequeñas lomas rocosas cubiertas de una vegetación hambrienta y retorcida, hasta que irrumpen los naranjales, entre perfectos cuadros de casuarinas, rotos a tramos por las construcciones calcadas unas de otras, donde la guagua va dejando su carga. Si nos hubieran mandado juntos. ¡Parece que es aquí! Cuántos años tendrá esto; según el churre, por lo menos, cien. Y mira las ventanas, por esos huecos se mata cualquiera. Deja ver a quién más dejan. Bueno, qué importa, somos más que en las otras. Y éste quién será, parece que no sabe dónde meternos. Ojalá sea como la otra vez, para excursión fue aburrida, pero dormimos en la casa, claro, a quince días de empezado el curso no iban a guardarnos plazas, menos cuando aquella es la secundaria que más cerca está. No es que quiera seguir perdiendo, pero quien quita y vuelven a abrir, aunque sea un aula en el pueblo, total nada más falta un año, allí cabemos, están los profesores, y si el asunto es becarse, todavía queda el pre. Pero ha pasado septiembre, y aunque los albergues están repletos, pronto se ven carpinteros improvisados, armando literas en el teatro. Provisionalmente dice alguien hasta que reacomodemos arriba. Mejor, por lo menos mientras conocemos a la gente. Es un poco incómodo para bañarse, pero nadie tiene que andar rondando por aquí, dicen que en el albergue se pierden cosas. Lo malo es que los muchachos se están yendo para la otra escuela, esa donde parece que casi todos son del pueblo. Yo me quedaría ya. Esa chiquita del aula, la pinareña, parece que le caigo bien... Vaya, ahora que empezaba a gustarme esto, parece que los viejos se movieron como es. Por suerte nos vamos todos, y allí conozco hasta al gato. Entra rápido en ambiente, pero su nuevo status exige atención, cada minuto, algo nuevo y los sentidos, libres hasta ahora para disfrutar de su tendencia a enajenarse, resultan insuficientes para percibir cada indicio que le libere de posibles sorpresas. En el dormitorio se prohiben candados o cerraduras. La colchoneta deviene armario, los amasijos de lana multitallas sirven de camuflaje, aunque no perfecto, a pequeños objetos de uso diario; el cinto duerme bajo el cuerpo; si la sábana no muestra deterioro suficiente, vuela como alfombra de Las mil y una noches; todo está en peligro. La zozobra lo embarga, no concibe cómo para los otros es tan natural y la inquietud es huésped permanente, una inquietud sorda, a veces aplastada por la diversidad de ocupaciones del día, cuyos resortes se disparan con cada regreso al albergue, en disimulado inventario, no siempre de feliz resultado. Los amigos de más experiencia intenta ayudar: - No cojas lucha, muchacho, cuando se te pierda algo, nada más tienes que avisarnos. Hasta ahora sólo le han llevado boberías, cosas de las que se enteran él, el ladrón, y si acaso quien tiene después que prestarle lo suyo. Nunca ha querido involucrase en las incursiones que ya sabe los socios emprenden a veces, pero no dejan de intentar convencerlo, como ahora, que abandonan el aula para dormir un rato -total, a ese químico nunca se le entiende nada- y en el albergue no hay un alma.
No lo esperaba, arrastrado casi el último cubículo, su vista queda anclada en la puerta, amenazadora a pesar de estar cerrada, o quizás precisamente por ello.
No seas ratón, compadre la gente está en el aula.
Se va, inventando durante el trayecto una excusa para el profesor, pero con aquel "ratón" descomponiéndole la sangre por el resto de la tarde. ¿Será el único que piensa así?, hasta la gente que conoce desde niño cree que la mejor vía es ésta... Ño, pero eso es cobrársela a quien no la debe, porque uno nunca sabe quién lo golpea, y ni siquiera hay desquite; además, si me cogen... Con la vieja no puedo hablar, ya tiene bastante con tener que ocuparse sola de todo, si al menos estuviera el viejo. Pero bueno, de todas formas, para seguir estudiando hay que zumbarse esto, y quién se atreve a decir que no va al Pre. Llega del campo, la guataca retratada en la espalda, ansioso por darse una ducha. El vacío en la taquilla le sorprende: la camisa tirada como quiera, pero ni rastro del pantalón y el perchero. Las contradicciones que le escuecen el espíritu se desbordan. Este era su único pantalón de uniforme aquí, si va al docente con el del campo, todo el mundo sabrá lo sucedido, caerá en el "club" de los trajinados y no lo dejarán vivir. Lo convertirán en uno de los "suministros" del albergue. Con la rabia humedeciéndole los ojos, atajándole la voz, acude a los amigos. Un pantalón sucio le puede servir para terminar la semana, pero la balanza se ha ido de un lado. -Tú, vigila la escalera; tú, el recibidor de abajo. Yo voy a buscar lo que necesito. Los de octavo están en el campo, y el cuartelero rastrojea algo para su estómago en la cocina. Es la oportunidad esperada desde hace días. Pone manos a la obra, manos temblorosas, conscientes de lo que hacen y del posible precio a pagar, pero dispuestas a llegar hasta el fin. - Oye- le dicen desde la puerta a media voz- si tropiezas con algún tubo de pasta no lo dejes, ayer me limpiaron. A pesar de la premura escoge con cuidado, un pantalón casi nuevo, con todos los botones, grande para que pueda arreglarse (en la casa dirá que cambiaron la ropa en mal estado). Al salir, saca los cordones a unas botas- la contra- y alcanza la escalera a todo correr, desatendiendo el encargo del amigo. Junto al invierno se van algunas preocupaciones: conservar o conseguir colcha, o el abrigo', descansando en casa hasta fin de curso. De nuevo es suficiente con un uniforme por semana, y si la camisa no aguanta, no falta una niña que haga el favor. Eso, hasta que aparece Esther. La guajira es fea, pero de cuerpo aceptable y una piel blanca, suave como de niño allí donde el sol no llega. Sonríe recordando el consejo del socio que se la presentó: --Dale, muchacho, está para ti y total, el que come feo y bonito come dos veces. Además, con el calor humano que tanta falta hace, se te pega algo de comer, donde guardar las cosas y quien te lave cuando haga falta. Vamos, así me haces la media. Y lo decide la idea de que la otra, la del socio, es un verdadero "coco". Luego descubre que la guajira es cálida, tierna como para hacerle olvidar lo que le rodea, y hasta para que los encuentros quincenales con la novia del pueblo vayan perdiendo importancia. Este domingo el camión se ha ido más temprano que de costumbre y sube a tirarse un rato para hacer tiempo hasta que la gente de Esther se vaya, de paso custodia las cosas, pues la hora es mala con el albergue medio vacío, entre la visita y el televisor, sólo hay algunos durmiendo. Al asomar al cubículo sorprende a uno saliendo de su taquilla con la camisa limpia en la mano; por un momento éste queda sin saber qué hacer, y la indecisión que refleja su rostro no deja lugar a las dudas. A los ojos de Fernando se convierte en autor de todas y cada una de las fechorías de que ha sido objeto. Ciego de rabia cae sobre el ladrón cuya cabeza golpea fuertemente la pared al primer encontronazo, y algo atontado, recibe una lluvia de golpes antes de conseguir encajar el puño en la boca de su agresor que, tragando sangre, recoge un tubo que alguien le acerca y lo descarga con todas sus fuerzas sobre la cabeza del contrincante éste lo esquiva milagrosamente, recibiendo tal golpe en el hombro que cae para no levantarse. Los amigos sujetan a Fernando; se ha reunido bastante gente, algunos felices, pues con el desenlace cobran cuentas pendientes, pero también llegó el profesor de guardia, que se limita a llevarse al lesionado, que a todas luces necesita atención medica. - No debiste darme ese hierro compadre. - Eh, mira este tú. No seas mal agradecido. Pensé que iba a acabar contigo, está más fuerte y sabes que es tremendo abusador. - La verdad es que si lo pienso no me tiro, pero en ese momento no razonaba. Ahora sí que me van a partir, el profe no dejará la cosa así, tendré que ponerle el hocico a la vieja vieja para decirle que me botaron y... quién sabe para dónde me van a mandar ahora. Después de comida, como era de esperar, es llamado a la oficina del director. - Sabes que esto puede costarte la expulsión. - Lo siento, profe, pero no pude contenerme, el problema fue que... - Ya sé, ya sé, hasta cierto punto entiendo tu actitud y... - i...Ño!, este profe es un cancha, le ha quitado el mundo de arriba. Luego se entera de que sí, es un cancha, pero del otro, que no hubiera podido salir ileso. Pero no importa, libró. El sueño no viene, piensa en el padre rompiéndose el lomo allí donde a juzgar por las postales sólo hay fieras y negras en cueros. Recuerda cuánto le contaba sobre la lucha clandestina, los sustos y temeridades que de milagro no le costaron la vida, el chivato al que dieron el tiro en el cuello. ¿Qué pensaría el viejo de todo esto? Las cartas no sirven para hablar cosas importantes. Esa noche estuvo a punto de sufrir un ajuste de cuentas ajeno, el que duerme junto a la ventana se fue de pase al oscurecer, y él creyó más cómodo para escapar al calor coger su cama, que irse como otras veces a dormir bajo los tanques de la azotea. Apenas los sintió venir, parece que no se había dormido bien y al primer golpe:- iHey, cuidado, cuidado, que soy yo! - Toda una tropa con mangueras y palos para sonar al tipo -dicen que es ganso-. - Para la próxima avisa el cambio, mi socio, si no estás despierto te afrijolamos. Ven con nosotros, todavía tenemos otro trabajito. - No, no, no he dormido casi y estoy liquidado. - ¿Qué pasa, fiera!, ¿tienes miedo? - Ah, no jeringues, a ver compadre, dónde es. Van a octavo -es aquí- en un murmullo. - ¡Uno, dos, ahora! Lluvia de golpes, carrera, silencio. Piensa en viejas historias, ni sabe a quién "ajusticiaron" esa noche, nada más le dijeron que era chiva, pero no las tiene todas consigo, aún si lo fuera, podían haberlo agarrado en el campo, donde no pudiera irse, y alguno de ellos darle un buen pase, pero esto fue un abuso, el tipo no pudo defenderse. Así mismo cogió él un manguerazo sin comerla ni beberla, y si no habla a tiempo... En la mañana se entera. Huevos hinchados, cabeza partida. Dicen que por "lleva y trae" del director. Y de nuevo duda, éste, que por suerte no le cae bien, como a casi nadie, es primo del director, es lógico que hablen, pero ¿quién asegura que de verdad le anda con chismes? La casa, fin de curso, el viejo ya de vuelta no cabe en sí de orgullo. Su hijo es un hombre, hasta la voz cambió; la beca le vino muy bien, ha espigado y se ve mucho más suelto, más seguro. - ¿Sabes?, estábamos construyendo escuelas como la tuya. - Felicidades a los angolanos- piensa. Y rememora el último año, es cierto, aprendió mucho ... ...Mañana hay examen y el suspenso es seguro. Sin embargo, poco ha dormido aún cuando despierta sacudido por los amigos: - Busca con qué escribir y vamos. Ya en el baño: - Pero ¿qué es esto? - Escribe y luego preguntas. Pero después no es necesario preguntar. A partir de entonces las notas mejoran. - Parece que se va adaptando- piensa la familia. Y en realidad se adapta, aprende que lo importante es tener buenas notas como sea, lo importante es ser disciplinado, los problemas se resuelven sin molestar a la Dirección, de hombre a hombre o como se pueda tratando de no sobresalir; lo importante es que en la casa estén contentos de uno. Y así es, pasado el temor a la posible influencia perniciosa de la beca, los viejos se han convencido de que, por el contrario, ahí se aprende a enfrentar la vida, se estudia igual, pero se forja el carácter... Ahí si que los muchachos se hacen hombres.
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