septiembre-octubre.año2.No.9.1995


POESÍA

Rock de urgencia

por Francisco Mir Mulet.

                     A los enfermos del SIDA.

 

Me arden los ojos

la noche penetra por las córneas heridas

tengo en el cuerpo un arrebato de guitarras y pianos.

Es mi turno y los árboles van a delirar

el público responde

pido que levanten las manos

y ya hay quien quiere quitarse la ropa.

Es el momento de hundir los dedos en las teclas

estirar al máximo las cuerdas

reventar los micrófonos.

Digo que me canso

que la soledad es un baño de señoritas

la multitud me sigue

confesaré mis pecados

no tengo la culpa de seducir tanta corteza y añil

no soy rayo, oscuridad

filósofo cantor, ni bautizado.

Sé que este es mi turno y voy a actuar

tocaré todos los instrumentos posibles.

Mi canción es metálica

no olvido lo discriminado que fui

todavía camino marcado entre la gente

y hay vecinos que no te saludan

otros violan tu mínimo resplandor.

No agredo. No mato. No traiciono. No miento.

Exijo que vuelvan a cantar conmigo, que levanten las

manos

hago que todos sueñen, olviden sus personales

fusilamientos

cárceles privadas,

íntimos

homicidios

los expedientes malditos en la conciencia.

Propongo saltar con fuerza

explico el sexo vacío: sentidos capados

señales de tránsito

grifos abiertos

el final de la calle, la basura

bombillas que no encienden

la reiteración, el autor omnisciente.

No robo, no mato. No miento.

Sucede que fornico

¿Todavía me escuchan?

No violo. No agredo

Soy un monstruo familiar, domesticado.

Mi Isla, mi montaña es Dios

Dios me salve, Señor, por favor.

.........................

 

Soneto para Dios

por Juan Carlos Valls.

 

Será verdad que Dios no tiene fuerzas

para damos de nuevo la perdida

sencillez del amor, la compartida

beatitud de la sombra. ¿ Y en las tersas

mañanas de mi Dios no soy el punto

donde pone su ojo refulgente,

no soy el gusanillo que le miente

y que Él perdona? En fin soy el asunto

principal que separa de la vida

a un pobre Dios que intenta resguardarme

del paraíso que me reserva el Diablo.

Será que con la sangre de su herida

intenta Dios poder asegurarme

que Dios puedo ser yo cuando le hablo.

 

II

Sospechoso de andar tras una sombra

he dado a Dios un sitio en mi ventana,

tal vez por eso ayer en la mañana

vio Dios venir el ángel que me nombra.

Sospechoso y carnal, resucitado

de una muerte diabólica y rotunda,

le doy mi voz al ángel y en profunda

meditación penetro mi costado.

Soy acaso alguien más, un pretendiente

que no alcanza a tener el paraíso

aunque le pague a Dios, poesía.

Ya aprendí a traducir: "Diente por diente",

lo que hiciera Él en mi ya lo deshizo

cuando enseñome a odiar la idolatría.

..................

 

Trayecto de la luz

por José A. Taboada del Toro

 

En esfera vuelve la luz atravesada por hilos,

desfila opacando la tierna lámpara

cuando no gira la claridad que evade mi silencio,

recorro la estática figura que soy

y trasládome al umbral más estrecho

/ de la sabiduría.

Voy a Ti, apresurado al camino,

Fragmento en la lloviznada hierba se cuelga

/en la palabra

mientras el fin diluido se esparce.

En esfera la luz se retrasa,

revolotea su eternidad de amigarse a las flores,

inclinación en acto sagrado cuando el Señor

/regala el poniente.

Dorado cielo se pierde en la playa,

se divierte el fuego con el agua

/ que escapa mas allá

para resucitar en bendición la presagiosa luz

que escurre cantidad de espuma

lenta en suspención y ajena se divierte.

.............

 

Oíd

por lán Rodríguez Pérez

Para Vitico.

 

Oíd mi canto de palma

soy el violín de Ana

que en su pecho se duerme.

Oíd

Oíd mi aullido de lobo rescatado

definido al fuego.

He aceptado tu pan

y me alimento.

Camino sin cesar entre tus pasos;

Busco tu rostro en la multitud

y lo encuentro.

Tu rostro satura mis ojos

aleja la soledad

que en el pecho grita.

Si te perdieras

mi nombre en la mansión celestial

a gritos se anunciaría

para que al marchitarme en tu copa

sientas por mí, sin saberlo,

un poco de soledad.

Oíd

oíd mi canto y plegaria de cordero.

Yo enmudezco para gritar en mis venas

tu nombre que destila las oscuras lagunas del pecado.

He renunciado a las paces con el viento

para ser tic-tac de la ciudad

a tus pies dormida.

Oíd

oíd al borde de los caminos

se sacan ojos los cuervos

y más allá de los confines

el ruiseñor. entona su canto.

Ruiseñor y yo

en el aire verde de la esperanza posible.

.......................

 

Letanía por mi ciudad

por  Esteban Menéndez

                 No hallarás otra tierra ni otra mar

                 La ciudad irá en ti siempre.

                                          CAVAFIS

 

Uno posee a una ciudad

en el momento que la siente palpitante,

respondiendo a nuestro aliento,

cuando cada latir suyo es presentido

por e propio corazón que le responde.

Uno posee a una ciudad

si nos deslizamos en sus aguas

oyendo algo más que el ruido apagado

de nuestros pasos solitarios.

Una ciudad es nuestra

cuando sus muros expresan de mil formas

los grafites sin límites

de todos los amores, de todas las carencias.

Pero una ciudad no abandona sus dioses

detrás de Ias paredes condenadas,

ni los deja solitarios en los rincones

sólo porque sus campos son fértiles

y el grano ahora abunda en los hogares.

Uno ama a una ciudad,

la siente suya,

cuando sus puertas se abren a nuestra voz,

perdida en la noche

o instalada tal vez en los ojos

desde hace mucho tiempo para siempre.

Uno ama a una ciudad

cuando nos brinda su cuerpo,

sin que medien palabras

a favor de nuestro amor,

de nuestra hambre,

si responde al reclamo apasionado de la urgencia.

La ciudad es nuestra

Cuando todos sus rincones

Nos enseñan sus misterios y sus sombras.

Uno ama a una ciudad

si nuestras ropas ajadas,

propias del solitario, son comparables

a las más espléndidas vestiduras de los príncipes

medievales.

Una ciudad no es sólo un punto cartográfico,

ordenación de calles que eternizan

a sus hijos más ilustres.

Una ciudad es lo que está más allá de la mirada,

lo que muy breve se asienta indesterrable

en nuestra vida para siempre.

Una ciudad no puede ser esta pecera

en la que nada sobrevive

mientras sus algas se marchitan sin sentido

y decoran un hábitat más muerto que Pompeya

y sus amantes petrificados.

Uno ama a una ciudad

cuando sus jóvenes pedalean sudorosos la tarde

y los más viejos,

en un parque repasan las horas,

sin sobresaltos ¿ante la angustia de los días,

sin necesidad de enfrascarse en complicadas

transacciones con el invierno.

Todo puede suponerse de mi voz,

de mis palabras mas cansadas que esta letanía.

Sin embargo, yo defenderé la más humilde de

sus casas,

la más indefensa de sus puertas

cuando el vigía, en la alta torre,

anuncie las hordas enemigas.

......................

 

A Virginia Woolf

por Esteban Menéndez

 

Pienso que cada hombre tiene

un cita prefijada con la muerte,

con su propia muerte,

y que sólo es suya.

Usted tuvo su último refugio

no en las "caracolas marinas

ni en los habitantes del mar,"

sino quizás en algunos ásperos guijarros

o en un frío lecho de limo en el río Ouse.

Todo y nada se encontró de su cuerpo

arrastrado por los brazos líquidos.

Fue su bastón como el único testigo

del último paso en la danza

o en el aquelarre de un Londres visitado

por los bárbaros que todo tiempo nos envía

puntuales como el otoño.

Dicen que sus ojos querían escapar

de las cuencas espantadas

por el horror y la barbarie

que ni los juncos pueden tolerar con calma.

Para nosotros, la rosa de los tiempos,

digo, de los vientos, tampoco nos ha tendido

una época

donde podamos sentarnos a contar alegremente

los cristales multicolores de los días,

que sólo son o se han convertido en carbones

bastos

sin posibilidades de transformarse en estos

dioses

finiseculares que todo lo conceden sin ruegos

ni plegarias.

Pero bueno, no todo el mundo es Virginia Woolf,

así que no terminaremos en las aguas

de un oscuro río que contiene una muerte

más grande que su cauce, como el Ouse,

que lo trasciende hasta nosotros,

habitantes de esta pequeña isla que flota

como un milagro en el Caribe,

y soporta el azote de los más absurdos huracanes

que puedan suponerse.

Tal vez nuestros días estén tan llenos y pesados

corno los bolsillos de su traje repletos de piedras

de forma que la muerte no equivocara su sendero

ni dejara posibilidades de retorno a las brumas

que ya todo lo envolvían amortajándola prematuramente,

o por mejor decir, amortajando sólo a aquel puñado de

nervios

incapaces de soportar el peso de su tiempo.

Pero... a nosotros ¿qué nos salvará ?

¿Quién repetirá nuestro nombre?.

si apenas lo que alcanzamos es una minúscula partícula

sin fuerzas que pueda luchar contra un olvido mas

fuerte que la muerte.

¿Quién hablará por nuestro silencio?,

si todo lo perdimos aferrados a un cadáver

que tratamos de pulir como una joya antigua

que solo vale en nuestras manos

obligadas

a luchar

por un mendrugo, por un mísero mendrugo.

Sinceramente, Virginia, hemos perdido esta batalla.