septiembre-octubre.año2.No.9.1995


TEATRO

EL TEATRO EN PINAR DEL RÍO

UNA MIRADA CRÍTICA A LOS 90

por Ramón Cala

 

Hace algunos meses, en un apasionado debate celebrado en la sede de la UNEAC en esta ciudad, por primera vez planteé públicamente mi consideración acerca de que en nuestra provincia no existe un movimiento teatral en toda la dimensión que este concepto implica. En aquella ocasión los presentes se posesionaron en diferentes bandos, los hubo que me apoyaron e incluso, fueron más ásperos en sus afirmaciones. También, los que sostenían lo contrario argumentando razones diversas y los que con su silencio sembraron la incertidumbre y dejaron la impresión de que hablar de arte teatral en estos lares es cosa de unos pocos soñadores. No obstante, algo sí quedó despejado: en el mundo pinareño de las tablas muchas cosas no andan bien.

Más tarde y aprovechando el encuentro de su eminencia, el cardenal Jaime Ortega Alamino, con un grupo de artistas e intelectuales de la provincia, reafirmé la idea con la misma sinceridad y vehemencia de la primera ocasión sólo que ahora en el breve espacio de una cuartilla hundía con más profundidad mi crítica con el único objetivo de contribuir desde mi posición, a romper con la inercia teatral en que vivimos. Por eso condené el poco alcance renovador de la mayor parte de nuestras esporádicas puestas; la deficiente preparación psicofísica y la desactualización de muchos de los teatristas vueltabajeros; el carácter conservador y poco arriesgado (ideológica y estéticamente) de las obras que salían a escena. Por otro lado, nos encontramos con una dramaturgia incoherente, con la excepción de Ulises Cala, pero con escaso vínculo con el teatro Rumbo. La dirección artística es asumida indistintamente por actores y otros "colaboradores", independientemente de la experiencia en este tipo de labor. A todo esto se le suma el bochorno de nuestra ciudad: el creciente deterioro del teatro Milanés, cerrado en 1989 y al que muchos le pronostican un alhambresco final, cuando debiera ser la joya primada de cada pinareño, orgullo y distinción patrimonial de la historia de nuestro pueblo. Esta situación no es culpa de los teatristas, sino su pena y una de las causas principales del estado actual de la escena vueltabajera en el último lustro. Hoy este recinto agoniza y como un náufrago pide ayuda a gritos a los que desde sus botes ignoran que un país también necesita del arte para salvarse. Quisiera que el siguiente texto martiano moviera a la reflexión a aquellos en cuyos hombros descansa la responsabilidad de evitar la destrucción definitiva del teatro Milanés. Para nuestro Apóstol todo arte verdadero era poesía, por eso escribe:

"¿quién es ignorante que mantiene que la poesía es indispensable a los pueblos? Hay gente de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta acaba en la cáscara. La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla le da el deseo y la fuerza de la vida".1

Con este estado de cosas no se puede exigir que exista una crítica teatral sólida, pues ésta se nutre de lo criticable y se hace valedera y perdurable en la medida que se le brinde el espacio que requiere en todos los medios de comunicación y se le deje ver como la nota discordante en el concierto de nuestra vida cultural. La crítica es el resultado y no la causa; la contrapartida dialéctica que debe evitar que tomemos rumbos equivocados.

Por supuesto, tampoco dejé de expresar mi criterio acerca de uno de los componentes esenciales del teatro (y de todas las artes): el público. Lo que primero salta a la vista es que muchos consideran como espectadores a cualquier masa corpórea que llena un recinto, sin tener en cuenta su heterogeneidad, sus intereses espirituales y sociales y su experiencia en descifrar los códigos teatrales. De esa manera nos alejamos de toda estética de la recepción en la que el sujeto perceptor: "Participa activamente en la constitución de la obra, su trabajo roza al del crítico y también al del escritor que utiliza trabajo anterior en la creación presente y futura. De este modo, la recepción aparece como un proceso que abarca el conjunto de las prácticas críticas y escénicas"2. Por tanto, público no puede ser ese auditorio casual ni muchos menos el esporádico que encontrarnos en centros laborales, estudiantiles u otros a los que se ven obligados a acudir nuestros teatristas y aunque no se puede desdeñar el proceso de acercamiento y búsqueda de los receptores, la lógica teatral indica que son estos últimos los que deben asistir a las representaciones donde podrán satisfacer sus necesidades de consumir un hecho artístico. Público es aquel que libremente selecciona la obra que aplaudirá; el que conoce lo que está en cartelera, sigue y admira a sus actores preferidos, compara, critica y en gran medida decide el éxito o el fracaso de una creación. El profesor norteamericano Edward A. WrIght define al teatro como:

Un arte popular (con todas las aplicaciones etimológicas que tiene el término), y casi todos los hombres de teatro consideran al público como su amo y maestro, si es que no llegan a ver en el la razón misma de su existencia. Usted es el coloso que se acerca a comprar sus entradas o se aleja de sus ventanillas sin hacerlo; quien enciende o apaga el aparato de televisión y determina exclusivamente si una producción escénica debe continuar o si un programa especifico debe seguir televisándose. El publico hace la reputación del actor y establece la popularidad de personalidades teatrales.

Las grandes luminarias del teatro sienten más temor ante el público que éste ante aquéllas, pues no hay que olvidar que es el público el que crea la fama de los artistas. El auditorio decidirá si éste o aquel acto, están "liquidados" o si deben ascender al estrellado sin la aprobación del público se cierra un teatro, se pierden millones de dólares y los artistas son rechazados"3.

¿Qué se necesita entonces para lograr un verdadero movimiento teatral en Pinar del Río?

Según P. Voltz:"La actividad teatral se sitúa, sin dudas, por una parte, a nivel de la representación del espectáculo, por otra comienza antes, continúa durante y se prolonga después, cuando se leen artículos, se habla del espectáculo, se ve a los actores, etc. Es un circuito de intercambios que atañe al conjunto de nuestra vida"4.

Pido prestar atención a lo que este teórico denomina "circuito de intercambios", es evidente que Voltz reafirma la esencia del arte teatral, como una relación de interinfluencias entre un público y un espectáculo viviente. Por tanto, el teatro no puede circunscribirse a un hecho aislado, sino que debe verse en todo el conjunto de suactividad en el que cada componente (dramaturgia, dirección artística, trabajo del equipo técnico y espectadores) forme parte, junto a la crítica especializada, de un movimiento de creación destinado a convertir cada espectáculo en un acontecimiento, De hecho, estoy rechazando absolutamente cualquier tipo de representación que tenga como único fin el absurdo cumplimiento de una programación planificada por los burócratas del arte. El artista que se respeta está siempre en constante labor creativa; no hay que exigirle, porque se exige a sí mismo; no se acomoda, se alza; no se escuda tras las crisis, se sobrepone a ellas y las vence. Los que no asuman esta realidad deben ser apartados o apartarse del camino.

Premisa fundamental para que el teatro pinareño pueda salir de su onírico letargo, es la renovación. No obstante, esto no significa limitarse a la sustitución de viejos teatristas por nuevos, es ante todo, un cambio en la mentalidad de los creadores teatrales. Es imposible buscar nuevos estadios de calidad, si no se transforma nuestra manera de pensar, las actitudes intelectuales y emocionales, si no asumimos las nuevas realidades de una manera diferente. Pero para lograr este propósito tenemos que sentir la necesidad de superamos y en los últimos tiempos hemos tenido visitas de trabajo, aunque muy esporádicas, de personalidades como José Antonio Rodríguez, que ofreció un importante taller para actores al que asistieron muchos, pero se ausentaron muchos también. Estas, como otras anteriores, son oportunidades que se desaprovechan por aquellos, que supuestamente, piensan que no tienen nada más que aprender. Por eso sentí tanta satisfacción cuando entre los jóvenes participantes a los encuentros con el prestigioso actor y director, estaban Herminio Marín, uno de los veteranos en la escena vueltabajera y Manuel Miranda, otro que rara vez dejamos de ver en cualquier tipo de taller, conferencia o debate sobre cuestiones del teatro o las artes en general y al que le recomiendo sacar mayor partido por su condición de asesor. Entonces comprendí cuánto temor existe en muchos por enfrentar las nuevas exigencias y cómo se refugian en lo que denomino "miseria teatral provinciana", que consiste en la puesta en escena de obras que por su mediocre calidad, en todos los sentidos, no están aptas para rebasar los límites de nuestro micro-mundo comunitario, pero sí permiten ir subsistiendo por tiempo indefinido. Esa actitud conservadora y retrógrada es una manera de mofarse irrespetuosamente de los sentimientos del público y la esencia de este bello arte.

En su libro ALL FOR HÉCUBA, Michael MacLiammoir establece lo que significa para él ser un actor, sin embargo, su, definición pudiera aplicarse a todos los teatristas:

"Para ser un actor hay que renunciar completamente al propio ser y a muchas exigencias personales. En mayor medida que cualquier otro arte, la actuación es una rebeldía contra la mundanidad de la existencia cotidiana" 5.

Pero si bien el cambio esencial debe estar dado en la manera de proyectarse nuestra inteligencia teatral, en asumir de una vez y por todas de que nuestro arte hoy no puede ser igual al de hace treinta, ni siquiera al de cinco años antes; si bien es preciso ponerse al día en las nuevas corrientes estético-ideológicas, no es menos cierto que ésta no puede ser la única y exclusiva renovación. Es necesario dar nuevo oxígeno a las direcciones de nuestros colectivos teatrales (donde haga falta, por supuesto); un ejemplo realmente positivo lo ha dado el teatro Rumbo, el que es encabezado desde hace unos meses por el dinámico Jorge Lugo, que en escaso tiempo ha sabido demostrar lo que podemos lograr en nuestras escenas si verdaderamente queremos romper viejos tabúes y esquemas, y trascender la inmovilidad en la que reposamos. Por otro lado espero que se me comprenda que al hablar de renovación, de cambios, de "información, no me refiero a la mera sustitución de viejos teatristas con experiencia por impetuosos jóvenes. El renuevo es conceptual, es deshacemos de los mediocres por los talentosos, de los retrógrados por la vanguardia, de los acomodados a un nombre y a una trayectoria, por los que aspiren a hacer o continuar una obra. Hay que cambiar el estado de la conciencia y no las edades, hay que retirar de estas lides (parafraseando a Abel Morejón en sus palabras al catálogo de la exposición de EL GRAN APAGÓN, de Pedro Pablo Oliva) a los apagados mentalmente.

Algo más es importante, no se pueden seguir llevando a escena textos que no respondan cualitativamente a los niveles de exigencia del público de nuestro tiempo. Tenemos que partir del hecho, que todo artista contribuye decisivamente a la formación de valores éticos, ideológicos y de percepción de lo bello en el arte como realidad estética. La representación de obras malogradas, en una manifestación de tanta resonancia social como el teatro, puede dañar, desorientar, deformar los códigos perceptivos de los espectadores. Así como a la hora de retomar las piezas que pertenecen al repertorio y que son historia pasada, hay que hacerlo acorde a los nuevos preceptos epocales que son en definitiva los que dictan la aprehensión circunstancial y general de las ideas que se han querido expresar .

Lógicamente, no se puede aspirar a un nuevo teatro, sino se apoya a los teatristas. Su actividad actual, muchas veces nómada por la conocida inexistencia de una sala con condiciones, trae el desaliento, la desesperanza, la falta de motivación. Es realmente difícil y es acto heroico para los actores trabajar y espectadores asistir a una representación en 'La Barraca", primero por lo distante que se encuentra del centro de la ciudad y segundo por el desesperante calor que hay que soportar en el interior. Es doloroso saber que el Teatro Lírico 'Ernesto Lecuona" no pueda realizar sus mejores montajes dentro del género que cultiva y se vea obligado a buscar variantes para no caer en una inactividad total. Si es importante la postura de los teatristas ante los retos del presente y del futuro, entonces no podemos olvidar que son seres humanos y de especial significación debe ser también la atención que se les debe dar como creadores de bienes espirituales. Cuando hice alusión a las palabras martianas quedó claro que la sociedad no sólo requiere de las producciones industriales para vivir, hay que darle de nuestro pan, que no es de harina, sino de espíritu; que no llena estómagos, pero sí las almas.

¿Y qué decir del teatro de aficionados? Pinar del Río se caracterizó históricamente por su poderoso movimiento de aficionados, algunos de los profesionales de hoy provienen de esa cantera. Actualmente éste también duerme plácidamente a la espera de un milagro. El teatro de nuestros centros de enseñanza superior también brilla por su ausencia o es asumido esporádicamente para cumplir con los festivales de la FEU. Como vemos el fantasma de la inercia y la quietud levita apacible sobre nuestras cabezas siendo amo y señor del provinciano mundo cultural vueltabajero.

Pero un chispazo ha estremecido al público teatral pinareño: el Segundo Encuentro de Espectáculos Unipersonales y de Pequeño Formato, celebrado en la sede de La Picuala, entre el 21 y 23 de julio de este año. Para comentar ese evento es obligado comenzar definiéndolo como exitoso, por la razón de que se cumplieron los objetivos (aunque no ambiciosos, si reales) que se habían planteado sus organizadores.

En lo personal estoy de acuerdo, e independientemente de que esperaba una mayor participación foránea que nos permitiera pulsar nuestras fuerzas, creo que a la postre convino tener sólo la visita de un colectivo de provincia Habana y actores invitados de la capital del país, pues dio la posibilidad de que subieran a escena un mayor número de representantes pinareños. No obstante, para el próximo año se debe propiciar que a nosotros acudan teatristas de otras regiones, lo que sólo se logrará si este tipo de festival es capaz de erigirse sobre un pedestal de calidad profesional y buen arte.

Este encuentro fluyó con el dinamismo que le supo imprimir el director general del teatro Rumbo, Jorge Lugo, al que se le deben los mayores logros. Como actor fue el más premiado, sin embargo, su galardón mayor es haber echado a andar nuevamente una actividad artística que los amantes de las artes escénicas pedían a gritos; el haber sabido manejar con mucho tacto las susceptibilidades de unos y las malcriadeces de otros; el haber soportado la carga principal del evento: Su funcionamiento y al mismo tiempo habernos regalado su mejor actuación en el rol del enfermo del SIDA, en la obra de Mayra Marrero. Lo único que le reproché fue su desacertada presentación del programa la primera noche y que supo enmendar sin pérdida de tiempo.

El nivel general de este Segundo Encuentro fue decoroso y superior al del 91, en calidad y participación de actores profesionales, lo que no significa que no hayan existido diferencias cualitativas entre las puestas y el trabajo actoral. También contó con un jurado de mucha experiencia presidido por el licenciado Armando González e integrado además por las actrices Paula Alí y Aurora Martínez, el director y actor Herminio Marín y el crítico José A. Lezcano.

A pesar de que el escenario no reúne las condiciones óptimas, hay que reconocer que las soluciones técnicas lograron satisfacer en gran medida los requerimientos de las puestas. Un voto a favor lo tuvo el montaje de luces, que se adaptó muy bien a las circunstancias y tornó las adversidades en provecho. Particularizando un poco más en lo visto puedo señalar, el poco dominio psicofísico y vocal por parte de algunos; actrices pasadas de peso; ingenuas soluciones escénicas; textos frágiles y un injustificado desnudo. También aprecié el deseo de trascender que tienen los jóvenes y las potencialidades que están ocultas en muchos de nuestro teatristas y, sobre todo, la avidez de un público que acompañó a sus artistas las tres noches de presentaciones. Por otro lado, la penosa actuación de Víctor de Armas deslució una obra como SIN PERMISO, de la que es autor y que mereció el premio del jurado al mejor texto; Filomena Morales denotó agotamiento en una puesta que estrenó hace tres años; Blanca María Eguren que muy justamente mereció la mención que el jurado le otorgó por su derroche de gracia en BOLERO, un juguete que tiene ingredientes del teatro gestual, del musical y el melodrama y donde ironiza con mucha sutileza las falsas pasiones amorosas; a Blanca Magdalena Martínez la felicito por el riesgo que asumió, pero para lograr mejores resultados artísticos en el futuro debe procurarse el apoyo de una mano más experimentada que le vaya descubriendo los secretos del arte del actor. Gregorio Reina con una discreta actuación (superior a la del estreno) pero a la que le falta una caracterización más profunda del personaje, para que sea menos plano y más contrastante; la pareja venida de Güines estuvo entre las más premiadas, los más importantes fueron: mejor puesta en escena y actuación femenina, entre otros; Fernando Sahara (El Brujo) fue uno de los más favorecidos por los aplausos del público, no así por el jurado, no obstante, este actor demostró para los que lo conocen y hemos trabajado con él, que sigue siendo versátil, pero fue precisamente esa ductilidad la que no supo aprovechar Rolando González que tuvo a su cargo la dirección y en aras de lograr un ritmo lento y aplastante sacrificó lo que puede derrochar de energías volitivas este actor.

A pesar de lo entrada de la noche del domingo 23 de julio, la fascinación y el punto culminante "se alcanzaron con las premiaciones y la representación AZUL, basada en la obra PERLA MARINA, de Avilio Estévez, con la actuación de Mijaíl Mulkay, musicalización de Augusto Blanca y diseño de luces de René de la Cruz Jr. y como esa puesta lleva, ante todo, una relectura sólo me limitaré a este conciso resumen: texto de maravilloso olor cubano, estupenda actuación, original estilización de los recursos escénicos, extraordinario dominio vocal y diafragmal, corporal y síquico.

Al finalizar entre tragos y abrazos alguien comentó públicamente: " Esto es para demostrar que en Pinar del Río sí hay teatro" y recordó con cierta nostalgia el proyecto " Espacio Abierto" que en 1992 asumieran un reducido, pero entusiasta grupo de actores del teatro Rumbo. Doce estrenos durante un año; La Barraca se abarrotaba de seguidores; ambiente teatral único en esta ciudad, una utopía floreció... Sin embargo, pienso que ahora mejor sería no engañarnos, el Segundo Encuentro de Espectáculos Unipersonales y de Pequeño Formato puede ser, si se saben aprovechar sus resultados, lo que impulse el movimiento teatral vueltabajero. Si no se le da continuidad quedará como un suceso más, como un hecho aislado y bien recordado, como una escena representada y un telón que ha caído. En definitiva la última palabra la seguirán teniendo los creadores teatrales, únicamente de ellos depende que el actual teatro de la provincia sea digno de su rica historia y de toda la tradición que ha heredado.

El teatro es copia y consecuencia del pueblo un pueblo que quiere ser nuevo, necesita producir un teatro original".

José Martí.

CITAS.

1. Martí José. Obras Completas, t.XIII, p.135.

2. Pavis, Patrice. Diccionario del Teatro. Dramaturgia, Estética,

                           Semiología, t.lI,p.407.

3. Wright, Edward. Para Comprender el Teatro Actual, p.4.

                    4. Voltz, P. Lo Onírico y lo Insólito en el Teatro Francés Contemporáneo, p.78.

5. MacLiammoir, Michael. AlI For Hecuba, p.121.

6. Martí, José. Obras Completas, t.VI, p.200.