julio-agosto. año II. No. 8. 1995


 

 

INTERVENCIÓN DE MONSEÑOR

JOSÉ SIRO GONZÁLEZ BACALLAO, OBISPO DE PINAR DEL RÍO,

EN EL V CONGRESO MISIONERO LATINOAMERICANO (C.O.M.L.A.- V)

Bello Horizonte, Brasil, 1995.

 

 

¿Qué está haciendo la Iglesia cubana para rescatar y valorar la cultura penetrada y alterada por la ideología marxista?

La participación por primera vez en estos Congresos Misioneros Latinoamericanos de una pequeña delegación de Cuba, nos invita a reflexionar en dos vertientes:

 

- Cuba, desde su pobreza, debe responder también a la urgente invitación que a su misión "ad gentes" nos hace el Santo Padre y la Iglesia latinoamericana a todos los que compartimos la misma fe en este continente.

  • La respuesta, que demos a la llama misionera "ad gentes" debe partir no sólo de las necesidades y expectativas de los destinatarios, sino también de la propia experiencia de los misioneros cubanos y de toda la Iglesia en Cuba en cuanto al diálogo fe-cultura que hemos vivido en estas tres décadas con una intensidad y sufrimientos muy sentidos.

En cuanto a la primera reflexión debemos decir que Cuba es el país de América Latina y uno de los primeros del mundo que menos sacerdotes y religiosas tiene. La iglesia universal se ha hecho eco de esta pobreza y urgencia, que no debe desanimarnos ni en la labor de las misiones dentro de la isla, ni de la invitación y posibilidad de responder con generosidad a las necesidades de otros países y continentes. En cuba hay muchos laicos misioneros en sus parroquias, en sus diócesis, pero que no han valorado la posibilidad de la misión "ad gentes". Ellos han sido fieles en lo poco y en lo mucho de estos 30 años de comunismo. Ellos, como los sacerdotes y religiosas han vivido dramáticamente aquel consejo de San Pablo: "Insiste a tiempo y a destiempo... cumple tu tarea de evangelizador".

Es desde esta experiencia de una fe vivida en dificultad y constante apremio de autenticidad, desde donde quisiéramos hacer esta reflexión para detenernos más en la segunda vertiente. Damos a los demás lo poco que tenemos que es la experiencia de fe, vivida en un sistema marxista-leninista con estilo caribeño que no se parece a los otros más que en lo fundamental de negación no sólo de la verdad sobre Dios, sino lo que es consecuente con ello: La negación de la verdad sobre el hombre.

 

MISIÓN, CULTURA Y PERSONA HUMANA.

He aquí una de nuestras más profundas experiencias: La evangelización de las culturas, especialmente de culturas hostiles a la fe por diversos motivos, debe centrar el mensaje y el testimonio vivencial en aquello que el Papa Juan Pablo Il ha llamado en la Redemptor Hominis "El primer camino de la Iglesia: El hombre".

Y me permito citarlo:

 

"Siendo pues este hombre el camino de la Iglesia, camino de su vida y experiencias cotidianas, de su misión y de su fatiga, la Iglesia de nuestro tiempo debe ser de manera siempre nueva, consciente de la situación de él. Es decir, debe ser consciente de sus responsabilidades, que toman siempre nueva orientación y de este modo se manifiesta; la Iglesia, al mismo tiempo, debe ser consciente de las amenazas que se presenten al hombre. Debe ser consciente también de todo lo que parece ser contrario al esfuerzo para que la vida humana sea cada vez más humana (G. S. 38), para que todo lo que compone esta vida responda a la verdadera dignidad del hombre. (Redemptor Hoiminis, III,14).

Nuestra experiencia en Cuba ha sido ésta: Discernir conscientemente y sin apresuramientos ni falsas condenaciones "todo lo que responda a la dignidad plena del hombre" como también postulaba el apóstol de nuestra independencia José Martí, de quien estamos conmemorando en Cuba el centenario de su muerte. Él había dicho: "Yo quiero que la ley primera de la República vea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre". Como se puede apreciar, desde las mismas raíces de nuestra cultura, de nuestra nacionalidad, la preocupación y el anhelo fundamental coinciden con "la misión y la fatiga de la Iglesia".

Es por eso que al reflexionar sobre la misión "ad gentes" recordarnos a aquellos misioneros, maestros del pensamiento cristiano y promotores de nuestra cultura que desde ambientes diversos supieron encontrar la comunión entre la persona humana, la cultura de los pueblos y la misión redentora de Cristo. Este es el caso, permítanme mencionarlo, de fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios y uno de sus primeros evangelizadores, es el caso del presbítero Félix Varela, padre de nuestra cultura y nuestra nacionalidad que logro unir en un sólo corazón el amor a Cristo y a Cuba. Es el caso de Luz, Mendive y Martí, que de otras maneras y con distinta intensidad y carismas, comprendieron que era formando hombres en la virtud, como único se hacía una nación nueva.

Luego vino en nuestra historia este período discutido y poco conocido en su auténtica profundidad. El proceso marxista-Leninista en Cuba ha presentado un rostro de logros sociales: educación, salud, deporte, cultura, que sin dudas superaba a muchos países de América Latina y del Caribe. Todo el mundo habla de esos logros. Nosotros, algunos cubanos de los que optamos por permanecer en nuestro país cuando miles lo abandonan, también hablamos y ponderamos en sus momentos esos logros sociales. Recuerdo cuando en el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (E.N.E.C.), celebrado en La Habana, en 1986, decíamos sin complejos:

 

"La Iglesia en Cuba reconociendo el esfuerzo realizado por nuestro pueblo en los últimos años, por salir de todo subdesarrollo, siente la necesidad de alegrarse con los logros alcanzados... también considera que es su deber... ayudar en la formación moral del hombre cubano de forma que pueda ir superando los problemas objetivos y subjetivos existentes en nuestra economía, con el fin de ir disminuyendo cada vez más, en cuanto sea posible, la excesiva dependencia de ayudas eternas, sin dejar de considerar, a la vez, que otros países hermanos puedan encontrar nuestra ayuda solidaria a pesar de nuestros recursos y logros son modestos" (ENEC 543).

En aquel tiempo y mucho antes, solo se miraba a Cuba por el prisma de esos logros y casi nadie veía lo que concierne a la "formación moral del hombre", a la denuncia de la "excesiva dependencia de ayudas externas", ni de que los mismos logros eran modestos.

Los cristianos cubanos que optamos por permanecer en la Isla sentimos durante muchos años la hostilidad del régimen y la incomprensión de los hermanos de este continente: Unos porque decían que éramos muy conservadores y frenábamos el proyecto de verdadera justicia social y otros porque pensaban que éramos colaboradores remisos de ese sistema al no violentar más enérgicamente la denuncia de sus injusticias. Ante las dos actitudes de incomprensión siempre tuvimos la puerta abierta para. que fueran y vieran lo que la Iglesia cubana vivía. Algunos fueron, vieron y creyeron, gracias a Dios.

Hoy cuando el mundo ha cambiado, el muro de Berlín se derrumbó, y el socialismo real como sistema esta terminado, entonces sentimos que muchos vuelven la vista hacia Cuba para ver que pasaba y esperar a lo que suponen que pasará.

En esta coyuntura histórica está la iglesia cubana. No queremos caer en las tentaciones de:

  • Reivindicar nuestras actitudes pasadas.

  • Ni caer en posturas revanchistas en el presente.

  • Ni aspirar a hegemonías y poderes que no son de la misión de la iglesia.

  • Ni para soñar con nuevas cristiandades.

  • Ni para asumir ahora un estilo de evangelización de la cultura que al derrumbarse el sistema y los paradigmas teóricos que inspiraron a muchos, aspiremos a llenar con falsos espiritualismo las frustraciones.

En esta coyuntura de crisis, la iglesia cubana se siente llamada por una misión que busque y construya la comunión y la reconciliación entre la persona humana, la cultura con su pasado y su presente y el evangelio siempre actual. Ese es nuestro principal reto.

 

SIN PRETENSIONES HEGEMÓNICAS.

La Iglesia en Cuba asume este reto de la nueva evangelización, "nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión" como nos ha invitado el Santo Padre en la preparación del Gran Jubileo del Adviento del Tercer Milenio del Cristianismo, y lo asume consciente de sus posibilidades y limitaciones.

En efecto, al acabarse el proyecto del marxismo-leninismo nuestra nación se encuentra con el desastre económico de unos "logros" que han desaparecido al cesar el inconmensurable subsidio que, a un costo político, nos venía del campo socialista. Ni se administró responsablemente lo que nos prestaban ni logramos construir una economía sostenible con lo que nos regalaban. Hemos sido sencillamente ineficientes y dependientes hacia fuera: y derrochadores y paternalista hacia dentro. Pero decimos esto para describir en qué deterioro se encuentra nuestra cultura económica, a la que también hay que evangelizar.

No sólo porque haya terminado "un sueño" que no pudo realizarse, sino porque no se reconoce terminado y no se permite que nazcan y se desarrollen otros sueños.

Compartimos con otros pueblos la crisis de modelos y utopías, pero sufrimos algo peor que otros pueblos: La prohibición de la capacidad de proyectar nuevas utopías aunque fueran tanteos de futuro. La falta de educación cívica y política de que nos hablan Puebla y Santo Domingo no han sido una omisión en Cuba sino una intención para evitar que la gente sencilla sea libre, consciente y capaz de diseñar su propia historia y la de su país. Muchos temen el vacío del poder político que pudiera traer la anarquía; nosotros tememos la violencia de la anarquía. Pero aún más al vacío de sociedad civil y a la ausencia de una cultura cívica y política que permita a cada cubano ser una persona adulta en el plano social. Hay que evangelizar también la cultura sociopolítica de nuestro pueblo.

En el ápice de este breve análisis de nuestra cultura actual no se encuentran ni la crisis sociopolítica ni el derrumbe económico hay algo más duradero que es el fracaso antropológico del socialismo real. Este es el verdadero costo de aquellos logros que todos aplaudimos y que nuestros mismos laicos ayudaron a forjar junto con todo el pueblo. Pero el costo ha sido increíble e impagable.

El costo humano de este proyecto terminado debe ser una lección que podamos compartir con dolor y sosegado compromiso. "Nunca más la guerra" ha dicho el Santo Padre al conmemorarse el medio siglo del final de la conflagración mundial frente a aquel totalitarismo. Nunca más este costo humano, decimos nosotros, por muy justo que sea el fin y el proyecto. Que jamás vuelva a ser a costa de los hombres y mujeres concretos; que se han cambiado de mayor justicia distributiva, y han pasado a infrahumanas condiciones de despersonalización, desarraigo, desaliento y fragilidad y moral.

Ahora, ni injusticia distributiva porque cesó el subsidio, ni apertura a la iniciativa y la creatividad que pudieran estimular la capacidad de recuperación proverbial de los cubanos. Es la cultura de la resistencia y de la muerte. Es la cultura de la intolerancia y el centralismo estatal. Estos son nuestros desafíos hoy. Ya sea que vayan de misión "ad gentes" a Cuba este país evangelizado desde hace 500 años, ya sea que los cubanos demos nuestra pobreza y salgamos a la misión, debemos tener presentes estos presupuestos culturales.

Ante ellos ha quedado en Cuba un iglesia purificada, entrenada en el intento de diálogo, "experta en humanidad", liberada de un cierto laicismo que la colocaba a la orillas del camino de la nación, a principios de este siglo.

 

Al final del mismo, ni el laicismo, ni el secularismo, ni el ateísmo militante y estatalmente impuesto han podido con la realidad pascual de la Cruz y la Vida. La iglesia se ve desbordada por un pueblo que se acerca a ella como al único espacio de libertad y solidaridad fraterna. El crédito que el pueblo le otorga, la credibilidad conque la aprecian no tienen antecedentes en los cinco siglos de evangelización en Cuba.

Líbrenos Dios de utilizar este crédito, nacido de la Cruz y de la doble fidelidad que se hace una sola cuando se unen a Cristo y al pueblo, en una única misión y en un mismo corazón pastoral; líbrenos Dios, decía, de utilizar esa credibilidad con ínfulas hegemónicas, ni buscando cuotas de poder, ni con la ingenuidad de creer que las fuerzas del pecado personal estructural, han desaparecido con el fracaso del sueño.

Algunos se acercan a la Iglesia cubana y nos piden que ocupemos lugares que no nos corresponden. Sería volver a caer en aquellas sombras que hace quinientos años opacaron un tanto, la primera evangelización. Decimos que hay laicos que están preparados para asumir estas responsabilidades del orden temporal. Decimos que hay laicos que tienen sus proyectos cívicos y políticos para reconstruir a Cuba y sabemos que esos laicos llevan el Evangelio a sus ámbitos del mundo de la economía, de la cultura política de la forma de vivir y actuar de la sociedad cubana. Estos laicos, fieles a la Iglesia y a Cristo en estos treinta años saben que esos proyectos futuros para Cuba hay que compartirlos y construirlos en comunión con el resto de la nación, sin pretensiones hegemónicas, ni nuevos sueños de cristiandad.

 

DE LA INCERTIDUMBRE A LA ESPERANZA.

Nuestro reto actual es evangelizar esa cultura que vive en la incertidumbre del futuro. Por eso la luz que ilumine la diversidad de caminos hacia ese futuro es doblemente apreciada y también doblemente comprendida. Ante ese reto está la Iglesia en Cuba.

Estamos promoviendo la cultura de la vida, de la vida humana plena e integral, de la vida desde su concepción hasta su fin natural. De la vida no manipulada, ni genéticamente, ni políticamente, ni culturalmente. Esta vida humana plena necesita de un entorno sano, gozoso, conservado, es por eso que debemos poner más énfasis en la cultura ecológica que lleva en sí tantas "semillas del Verbo".

Crecen en nuestra Iglesia aquellos movimientos de defensa de la vida y de la familia, que serán seguramente más en el futuro, que en el presente defensores de la persona humana frente a la cultura de la muerte.

Estamos promoviendo la cultura de la solidaridad y la promoción humana. Para que en medio de un ambiente cada vez más desigual y competitivo pueda crecer el hombre hermano del hombre. En la extrema pobreza, la solidaridad puede sucumbir ante la desesperada lucha por la subsistencia. Pero puede también crecer ante el reclamo de los más necesitados. Recientemente ha dicho el Santo Padre en una reunión convocada por Cor Unum para coordinar la ayuda a Cuba: "la voz de los pobres no puede esperar". Sabemos que la labor de Cáritas-Cuba es aún insuficiente por las trabas y dificultades de no disponer de estructuras adecuadas para cumplir su misión, pero la Iglesia consta de esa red de solidaridades locales y efectivas de corazón a corazón que son los principales agentes de la evangelización de la cultura de la solidaridad. Quiera Dios que podamos ir pasando de la asistencia puntual y material a verdaderos proyectos de promoción humana teniendo en cuenta que vivimos en un país donde experimentamos la justicia distributiva y centralizada. Debemos ir más allá y alentar esos proyectos descentralizados y sistemáticos que no sólo distribuyan, sino que produzcan y creen nuevos servicios con eficacia y rostro humano.

Estamos promoviendo la cultura cívico-política de que nos habla la Gaudium et Spes, Puebla y Santo Domingo y que tanto necesita nuestro pueblo para salir de la crisis y proyectar su futuro de libertad, justicia social y auténtico desarrollo sostenible. Para ello nuestros laicos se preparan estudiando la Doctrina Social de la Iglesia, ejercitando estos espacios de participación en centros de formación cívico-religiosa, en trabajos en barrios marginales y comunidades campesinas. En todos ellos promovemos la formación de nuevas comunidades de participación y de vida. Las comisiones diocesanas para la pastoral de la cultura también han abierto espacios de participación y diálogo entre intelectuales, artistas y profesionales de diferentes especialidades. Estos son campos de grandes perspectivas para la Iglesia en Cuba.

 

CON LA FUERZA DE LO PEQUEÑO.

Grandes son los retos que nos presentan la evangelización de la cultura en nuestra nación y en nuestro continente. Pero creemos porque Jesús nos lo enseñó, en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia del fermento, en la capacidad de expansión de una pequeña luz, en el sabor inconfundible de la sal.

Esta es la razón por la que no hemos sucumbido durante treinta largos años. Esta es la esperanza para el futuro que se nos avecina. Esta es la única fuerza con la que la Iglesia cuenta en Cuba, gracias a Dios.

No es el viento impetuoso y huracanado, ni los rayos y truenos del Sinaí, no vamos a bajar de la montaña a increpar al pueblo, ni a romper el becerro de sus nuevos ídolos, por la fuerza de la violencia.

Vamos humildemente a mantener las lámparas encendidas hasta que llegue El esposo. Vamos a evitar que la sal se nos vuelva sosa y nuestro pueblo la tire a la calle para que pise la gente. Vamos a mezclarnos con la masa sin perder el fermento de la levadura que la hará crecer. Vamos a sentarnos en el brocal del pozo a donde se acerca cada vez mas nuestro pueblo a saciar su sed de justicia y de paz y sin prepotencias, vamos a pedirle que nos dé de beber para poder brindarle "el agua viva".

Sin apresuramiento y sin desánimos vamos a seguir caminando por el desierto de nuestra actual crisis, unas veces dando de comer, otras hiriendo la dura roca para calmar la sed, otras soportando que el pueblo nos diga porqué los conducimos a la liberación integral, que más valía habernos quedado en la esclavitud de Egipto, donde estaban seguras las ollas que sostenían sus cuerpos para la opresión.

Sabemos, porque el Señor nos lo a revelado, que una mañana, que no tardará en llegar, cuando estemos sentados en la puerta de nuestra tienda esperando al Señor, secará el sudor de nuestros esfuerzos y refrescará nuestros sufrimientos una leve brisa, esa tenue y discreta Presencia que reanimará la faz de la tierra. ¡De nuestra tierra! Que así sea.