marzo-abril. año I. No. 6. 1995


EDITORIAL

 

BUSCANDO LA VERDAD EN CARNE VIVA

 

 

Nuestros abuelos decían que todo hombre honrado debe caminar por la vida "con la verdad por delante", como una luz.

Nosotros hoy escuchamos muchas veces decir "si digo la verdad, me perjudico", "es mejor no decir la verdad para no quemarme", "yo nunca suelto lo que pienso para no buscarme problemas".

Todos hemos oído hablar de la doble moral, de la mentira que dicha cien veces puede llegar a parecer verdad... pero lo más grave es que todos, alguna vez, hemos sentido miedo de decir la verdad.

Cuando el miedo a la verdad nos paraliza o nos disfraza, algo anda mal en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Hay que arreglarlo.

Cuando los mecanismos de la vida cotidiana exigen que digas una mentira para alcanzar un beneficio que por derecho te corresponde, algo anda mal en nuestra convivencia ciudadana y hay que arreglarlo.

Cuando en las oficinas, en las escuelas, en los centros de trabajos y en las estructuras estatales se llenan los informes de mentiras, se avanza ocultando la verdad o hay que recomendar a un joven que resuelva los problemas a base de engaños, algo anda muy mal, algo está minando por dentro nuestra sociedad, como el comején, que si no lo arreglamos a tiempo, convierte a la mejor estructura en hueco, cáscara y barniz.

En nuestra propia casa hay algunos que pasan por el lado de un bello y viejo mueble, ve un imperceptible orificio y junto a él, en el piso, un pequeño montón de virutas acumuladas. Pasan y dicen: ¡parece que le va a caer comején!, y siguen en sus asuntos. En nuestra sociedad también ocurre así.

Hay otros que miran aquello y dicen a los demás de la casa: parece que hay comején. Sería mejor fumigar a tiempo: todos asienten y siguen sus ocupaciones más importantes dejando "para después" aquel "detalle" que en su opinión no perjudica la estabilidad familiar. Se trata de un pequeño y silencioso comején. Así pasa también en nuestra sociedad cuando se conoce una indefensa mentira en medio del aparato informativo y de las relaciones humanas.

Hasta que un buen día, hay una fiesta en nuestra casa, hemos invitado a los vecinos y cuando nos vamos a sentar a la mesa, uno de los visitantes se cae porque el asiento era sólo apariencia, se lo había comido pacientemente el perseverante comején. Así pasa con las mentiras.

Entonces, cada uno de la casa se puso a echar las culpas a los demás de la catástrofe de la silla. Todos lo habían visto y todos pensaban para sus adentros que había que arreglar la silla, pero nadie hizo nada y cada uno se buscó su propia excusa. Entonces, acusando al otro de la parte de responsabilidad que cada uno tenía, se dividió la familia, se enemistaron los padres que le echaban la culpa a los hijos y éstos que decían que eso era asunto de los viejos. Los vecinos al ver eso se excusaron elegantemente y se marcharon, diciendo: ¡qué resuelvan su problema entre ellos! No faltó quien diera su consejo y ofreciera su ayuda, pero muy desde afuera.

Podríamos preguntarnos cuántas veces hemos encontrado en nuestra convivencia cotidiana el comején de la mentira y, dándole de lado para no buscarnos problemas, hemos dejado que siga destruyendo silenciosamente las estructuras sociales y familiares y hasta el edificio interior de las personas que aprenden el contubernio con el engaño.

Nada se puede sostener sobre la mentira y la doble moral.

Nada se puede reconstruir sobre estructuras falseadas.

Nada se puede salvar sin tocar primero el fondo de la verdad.

Por eso, cada vez que nos encontremos con la mentira, por muy pequeña que sea y por muy silenciosa que ande, sabemos que algo se destruye, que algo perece.

Por eso hay que ir abriendo camino a la verdad.

El primer camino de la verdad es la humildad.

¡Nadie tiene toda la verdad!

¡Todos somos responsables de cultivar la verdad!

¡Nadie está libre de falsedades en su vida!

Los que se creen jueces de los demás. Los que enarbolan la verdad teórica para condenar a los demás: cierran el camino de la verdad que cada hombre lleva en su corazón.

Éste es el segundo camino de la verdad: El respeto a la parte de ella que hay en cada persona. Cuando una persona, o un grupo, o una religión, o un partido, creen tener la verdad absoluta y excluyente, además de servir al dogmatismo sectario, no respetan la cuota de verdad que alumbra el interior de cada hombre.

El tercer camino de la verdad es el amor: La verdad se debe cultivar para sanar lo que se enfermó de falsedad y salvar al enfermo de mentira que a lo mejor se contagió en medio de la epidemia generalizada.

La verdad no es de "horca y cuchillo" para acorralar a los hijos de la mentira, sino para liberarlos. Desde hace casi dos mil años Aquel que vino para salvar y no para condenar dijo: "La verdad os hará libres".

La verdad ilumina y por eso pone en evidencia, denuncia toda falsedad, pero es benevolente con las personas que han caído en la doble moral y ayuda a su recuperación personal. La verdad reconcilia a la persona con su misma interioridad, la reconcilia con los demás y la hace transparente ante la Verdad Total que llamamos Dios.

Los servidores de la verdad saben que nadie la posee totalmente en este mundo y que a cada persona hay que quererla como es, para estimularla a ser mejor de lo que es. Pero a partir de la verdad, sobre sí misma y sobre el mundo que lo rodea.

La verdad duele, pero sana como algunos remedios. Pero, remedio al fin, cura y fortalece. En efecto, cuando se abre paso a la verdad, crecemos en la confianza mutua y se fortalece la convivencia fraterna y pacífica. Porque el mayor enemigo de la paz personal es la incoherencia entre lo que somos, lo que decimos y lo que hacemos, y el mayor enemigo de la paz social es hacer creer a los demás lo que no se cree, decir lo que no se piensa y hacer lo contrario de lo que se dice, y de lo que se piensa.

Para ser auténticos cubanos debemos ser servidores de la verdad:

- Un servidor de la verdad no es su dueño para poseerla sino su seguidor para buscarla sin descanso, donde quiera que esté. Por eso cada vez que se limita a un científico, a un investigador, a un estudioso, o un simple ciudadano, y se le cierran los caminos para buscar la verdad, algo se aplasta en la dignidad de la persona, algo se debilita en la estructura de la sociedad.

- Un servidor de la verdad no es el que usa la palabra para encubrirla, sino para proclamarla, para comunicarla, como dijera Martí. La falta de información disminuye la dignidad del hombre y su responsabilidad ante la sociedad. Una sociedad desinformada es débil y asustadiza y, además, lo mismo puede sucumbir ante la verdad dura que se le ocultó, que ante una nueva estafa por parte de oportunistas de la desinformación.

Una sociedad donde la verdad no pueda decirse, donde la comunicación a nivel social, laboral, familiar y hasta interpersonal esté viciada, es una sociedad que se corroe a sí misma por dentro. Su enemigo es la falta de comunicación, transparencia y honestidad. Y este enemigo está siempre dentro, silencioso y perseverante.

- Un servidor de la verdad, en fin, no es sólo el que la busca y la proclama sino, y sobre todo, el que vive la verdad encontrada y proclamada. La verdad que no se vive en el interior de nosotros mismos llegará a parecernos extraña y envejecerá como los libros, los sistemas y los medios. Vivir en la verdad, es encontrar cada mañana que es más fácil ser honesto que falso. Es encontrarnos que en nuestra familia valoramos más al que es auténtico que al que oculta sus defectos para hacerse querer. Vivir en la verdad, es encontrar en nuestras escuelas padres y maestros que eduquen a los niños en la honestidad y en la verdad y no en la simulación y el engaño por conseguir una carrera o una beca. Vivir en la verdad, es encontrarnos un centro de trabajo donde no se alteren las cifras, no se manipule la información, no se tenga que mentir para alcanzar la benevolencia del jefe, no se engañe a la Nación para hacer quedar bien a la provincia, no se oculte a la provincia lo que pueda perjudicar a la empresa, no se olvide en la empresa que cada trabajador tiene un alma y cada alma acuna su verdad de donde únicamente saldrá la riqueza de la Nación.

Si queremos que Cuba mejore comencemos por buscar en nuestro pequeño espacio de vida, la verdad donde quiera que la escondan, digamos con sencillez y audacia esa pequeña verdad y tratemos de vivirla con autenticidad y abnegación.

No se trata solamente de las grandes verdades que son más evidentes y fáciles de encontrar. El reto está en encontrar la verdad en lo cotidiano, vivirla y defenderla como se vive y de defiende una gran verdad aunque nos cueste quedarnos en carne viva.

Sí, porque más vale reconstruir a Cuba en la carne viva de la verdad que somos, que permanecer indolentes, esperando que se deshaga en hueco, cáscara y barniz, lo que nunca hemos sido.

 

Pinar del Río, 1 de marzo de 1995.

 
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