marzo-abril. año I. No. 6. 1995


RELIGIÓN

 

SEMANA SANTA

Por P. Manuel H. de Céspedes García Menocal

 

Hace poco tuve la suerte de ver la película "La lista de Schindleer". En ella se plantea que el perdón es un acto de poder, y que es el que tiene poder quien puede perdonar. Y se refiere al poder de un comandante nazi. En esos mismos días en que vi esa película habíamos recordado en la liturgia de la Iglesia a San Pablo, Miki y sus veinticinco compañeros mártires que fueron crucificados en Nagasaki, Japón, en 1597. En el relato su martirio se lee que, estando en ese suplicio, dijo estas palabras: "...y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte...". Su testimonio lleva a recordar el de otros que nos han precedido en el camino de la fe. Y lleva así mismo a recordar a Jesús de Nazaret, quien también desde la cruz, desde el lugar opuesto al poder del comandante nazi o del rey japonés de finales del siglo XVI, desde el lugar de la debilidad, perdonó a sus verdugos. ¿Es el perdón un acto de poder? ¿De qué poder?.

Pensando en eso recordé también unas páginas que hace tiempo leí y que contienen unas reflexiones acerca del perdón. Intentaré resumirlas. El perdón no es una ingenuidad como algunos piensan. Es una empresa de personas fuertes. Es un acto de lucidez. Es una acto arriesgado basado en la esperanza de que la bondad abrirá un espacio distinto del que presenta la lógica del mal. El perdón es un acto creador que da lugar a una relación distinta de la relación que plantea el mal. Es una invitación para que el mal no tenga la última palabra.

Jesús había sido despreciado, calumniado, ridiculizado y condenado; moría como criminal y blasfemo. Al perdonar en el momento de morir, Jesús abre la posibilidad de un porvenir y ese porvenir esta ya inscrito en la realidad de su resurrección. Ese gesto de Jesús expresa lo que es Dios para el hombre, ya que ese hombre que perdona, es justificado por Dios. Ese gesto de Jesús expresa que su Dios abolió todas las barreras perdonando a los que matan a su enviado. Ya Dios no puede ser invocado más que donde el perdón crea una novedad de relaciones. La resurrección de Jesús, ratificación divina de su perdón sembró la esperanza de que Dios, por ser el Dios que perdona, transforma a los hombres de tal forma, que ya no serán capaces de producir nuevos odios.

El mal sigue presente en nuestra historia. El perdón de Jesús manifiesta la tragedia de nuestra condición: un hombre justo ha sido asesinado. Esto sigue ocurriendo. Pero la resurrección de Jesús atestigua la eficacia infinita del perdón, ya que este se convierte en el principio activo de la historia hasta que desaparezca el poder del odio.

Las relaciones verdaderamente humanas entre las personas no pueden ser duraderas más que cuando el perdón es una dimensión permanente de nuestra vida. Hoy muchos se alarman por lo degradadas que están las relaciones humanas en nuestra sociedad. Como José Martí, creo en el mejoramiento humano. El Evangelio del Perdón es la mejor pista para emprender este camino. La Semana Santa es tiempo adecuado para meditar sobre esto. El perdón esta en la base de la reconciliación tan necesaria para la Cuba de hoy y para la Cuba posterior al paso de este temporal. Porque, gracias a Dios, todo pasa. También este temporal pasará. Sólo el amor permanece.