julio-agosto. año I. No. 2. 1994


NUESTRA

HISTORIA

 

UN SANTO CUBANO

EN LAS CORTES LIBERALES

por Manuel Fernández Santalices

 

"Aquí estamos de guardia, velando los huesos del santo cubano y no le hemos de deshonrar el nombre".

(cubanos de San Agustín a Martí "Patria", N.Y. 1892).

 

Restablecida en España la Constitución liberal de 1812 en marzo de 1820, y proclamada solemnemente en La Habana el 11 de abril de ese año, la Real Sociedad Patriótica de La Habana acordó crear una Cátedra de Constitución costeada con fondos de la Sociedad. Puesta la iniciativa bajo la protección del obispo Espada, éste dispuso que la Cátedra se estableciese en el Colegio de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. La titularidad profesoral debería proveerse por concurso y el obispo Espada mandó a Varela que se preparase para las oposiciones que se verificarían en seis meses. Desde la temprana edad de 23 años y recién ordenado de presbítero el padre Varela enseñaba Filosofia moderna en el Seminario; había barrido todas las rutinas de la enseñanza, los peores modos del escolasticismo, Y abriéndose a las corrientes contemporáneas había hecho de la Filosofía una metodología del pensar, liberada de ser la "arcilla" de la teología e incorporándole la enseñanza de la ciencia positiva.

Concursaron a la nueva cátedra, junto a Varela, tres discípulos suyos: José Antonio Saco, Nicolás Manuel de Escobedo y Prudencio Echevarría. Triunfó Varela. La cátedra se abrió el 18 de enero de 1821. Ciento noventa y tres alumnos y un numeroso público que se apiñaba junto a puertas y ventanas del aula magna escucharon el discurso de inauguración de la cátedra en el que el padre Varela la definió como "La cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de la regeneración de la ilustre España, la fuente de las virtudes cívicas.

Para la enseñanza en esta cátedra, Varela escribió un libro de texto: "Observaciones sobre la Constitución de la monarquía española", que habría de ser el último que publicase en La Habana, en 1821. Porque ante el éxito de la Cátedra de Constitución y la popularidad consiguiente, más las firmes instancias del obispo Espada, aceptó la elección como Diputado a las Cortes de Madrid, para la legislatura de 1822-1823.

Con esto la biografía del padre Varela tomaba otro sesgo: en la actividad política, que a su vez habría de cambiar el curso de su existencia personal.

Cuando se habla de crisis ética o de dilema espiritual al referirse a las actitudes políticas del padre Félix Varela, hay que andarse con cuidado para no convertir esta etapa del egregio sacerdote, tan mal estudiada, en acciones poco menos que asépticas o de obligado cumplimiento. Es cierto que se resistió a entrar en el áspero terreno de la política; pero seguramente sabía que el espectro de la vocación cristiana tenía varias luces y entre ellas esta de la política. La ecuación de los tres grandes factores de la vida humana : vocación, circunstancia y azar, que Ortega y Gasset plantea a propósito del pintor Velázquez en el caso de Varela se resuelve en la aspiración apostólica sacerdotal. Si la vocación de Velázquez -según Ortega- era ser "noble" y pintaba sólo por "oficio", en Varela la vocación a la santidad evangélica carecía de límites circunstanciales y el "azar" se llamaba "providencia".

Revisar día a día las actas de las sesiones de las Cortes en las que participó el padre Varela equivale a descubrir a un hombre que se tomó muy en serio su ocupación legislativa. Presente siempre en deliberaciones y trabajos de comisiones, sus intervenciones en los debates tienen la concisión y la contundencia de la argumentación pensada, sosegada y firme, frente a la hojarasca de los largos discursos de muchos de los compañeros de escaño como Canga Argüelles o Alcalá Galiano. Decir que el padre Varela cumplió su cometido como diputado en Madrid sólo "por obligación" es una evidente injusticia. Desde su llegada a la capital de España en 1821, comenzó a prepararse empapándose de la complicada situación política que rodeaba lo que habrían de ser las últimas y tormentosas cortes del trienio liberal. Dos importantes actuaciones del padre Varela sobresalen en aquellas Cortes rodeadas de oscuros presagios. Propuso que se formase una instrucción para el gobierno político y económico de las provincias de ultramar; se constituyó una comisión de la que formó parte y fue designado para redactar el proyecto que habría de ser discutido por las cortes. Con su habitual competencia y sentido de la responsabilidad, Varela redactó ese texto, tan poco conocido y estudiado, con la mirada puesta en la isla de sus amores. Tenía por base reprimir la arbitrariedad en aquellos países y aminorar cuanto sea posible los casos en que sus habitantes se lamenten de vivir a tanta distancia del gobierno y de la representación nacional". " Las leyes -dice en otra parte- desgraciadamente se humedecen y aún se borran atravesando el inmenso océano..."Era lo posible que en aquel momento de la España convulsa le dictaba a nuestro Varela su perspicacia de estadista.

Los 189 artículos que forman el " Proyecto de instrucción para el gobierno económico -político de las provincias de ultramar, "impreso por las Cortes, fueron discutidos y quedó aprobada la totalidad a falta de la sanción real que nunca llegó. En aquel parlamento trashumante, la discusión del proyecto comenzó en Madrid y terminó en Sevilla, a donde se trasladaron las Cortes asediadas por las tropas del duque de Angulema llevando con ellas al Rey poco menos que arrastras.

Una segunda e importante intervención de Varela en aquellas Cortes, esta vez malamente asentadas en Cádiz, fue en el dictamen "sobre el reconocimiento de la independencia de las Américas". Brilla en este texto, que también redactó Varela la sensatez, el sentido práctico y patriotismo "americano". Pedía que se concertasen tratados comerciales que tuvieran como base el reconocimiento de la independencia de las ex-colonias. "Sólo perderá la España lo que ya no puede conservar, que es el gobierno y la administración de algunos de aquellos países, pero no las demás ventajas del enlace de los pueblos, no como quiera amigos, sino identificados". La mayoría de aquellos diputados carecieron de visión de futuro y tras un debate legalista acordaron "no haber lugar a votar sobre el dictamen". Aún tuvo Varela el ánimo, levantado para defender públicamente los principios que como "americano" (así gustaba llamarse como hijo de la gran América) estaba dispuesto a sostener con firmeza y claridad de argumentación ante beatas objeciones constitucionalistas. Su defensa del Dictamen publicada en periódicos de Cádiz y de La Habana, termina con esta advertencia que es una premonición: "Por desgracia las noticias que acabamos de recibir de Nueva España acreditan lo que expuso la comisión en su dictamen y es que mientras la España duerme, vigilan las potencias extranjeras, y ojalá no despertemos tan tarde que todo esté perdido. Aunque la verdad no agrade a muchos, tendré el consuelo de haberla dicho". El padre Varela había preparado también con destino a aquellas Cortes, "la memoria que demuestra la necesidad de extinguir la esclavitud de los negros en la isla de Cuba, atendiendo a los intereses de sus propietarios", seguida de un Proyecto de Decreto de Abolición; un texto que por su generosidad y realismo ha quedado como un hito en la lucha antiesclavista en momentos en que a los diputados de ultramar se les recomendaba que no tocaran el tema por razones político-econónicas; era un "paso atrevido", según Saco. Pero memoria y Proyecto, Varela no llegó a presentarlos. José Antonio Saco, el primero que lo dio a conocer lo explica así: "circunspección con que era preciso caminar en materia tan delicada, el cúmulo de urgentes negocios que reclamaban la atención de las Cortes, la dispersión de estas

por la invasión de los franceses, y su disolución por el subsecuente despotismo de Fernando VII, frustraron la presentación de aquella proposición".

La actitud, pues, del padre Varela como diputado estuvo lejos de ser neutral y pasiva. En las votaciones se observa que tomó claramente partido por los 'liberales, posición que seguramente a veces le resultó incómoda porque estaban de por medio muchos intereses que le eran cercanos. Su actitud liberal pragmática, entonces la única justa para oponerse al absolutismo, lo llevó hasta sus últimas consecuencias: votó a favor de la incapacidad temporal del rey felón, Fernando VII, lo que le valió ser reo de muerte al triunfo de las tropas francesas de la 'Santa Alianza ("diabólica alianza" la llamó Varela), su huída de España y el doloroso exilio de su tierra que no tuvo fin.

La experiencia del padre Varela en España como diputado en las últimas Cortes del trienio liberal le fue muy provechosa aunque algunos biógrafos y comentaristas pasen por ellas como sobre ascuas. Le permitió vivir en las entrañas de la metopoli y conocer lo que se conocía entre las potencias europeas que tenían designios sobre la América hispana. Cuando inicia la segunda etapa de su actuación propiamente política, ya en el exilio, con la publicación de los siete números de "El Habanero", conoce bien el fondo histórico sobre el que se debate la situación de las Antillas entrañables. Está de vuelta de actitudes conciliadoras y pide abiertamente -el primero- la independencia de Cuba con sobrias, pero firmes argumentaciones, y sin ocultar los riesgos de una opción semejante. El padre Varela sabía muy bien lo que decía cuando escribió que a Cuba "deseaba verla tan isla en política como lo es en la naturaleza" - Y no se refería sólo a España.

Alguien ha podido insinuar que el "proceso histórico" que debe seguirse en la "causa" de canonización del padre Varela, que se inició en La Habana, el 20 de febrero de 1985, encontrará dificultades en hechos como los que hemos narrado. Pero en ninguna época como la actual, la actitud del padre Varela podría encontrar tan justa comprensión, sobre todo después que el Concilio Vaticano II ha dicho: "La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio" (G.S.,75), y el Sínodo de Obispos de 1987 declaró: "El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos" .

Si el Padre Félix Varela puede llegar a ser declarado santo por la Iglesia Católica, no lo será no sólo por una vida que culminó en "la muerte de un justo", como la calificara su discípulo José María Casal, sino sobre todo por esa entrega a la causa de la Justicia en la acción política que le valió, entre otras situaciones dolorosas, la separación de su Patria, un cáliz amargo que apuró hasta las heces, este "hijo insigne de Cuba y maestro de humanismo cristiano", como lo califica el Papa Juan Pablo II en un reciente discurso ante los obispos de Cuba.