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enero-febrero. año I. No. 5. 1995 |
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ECONOMÍA |
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OTRO ESCENARIO, OTRA PLANIFICACIÓN por José Antonio Quintana de la Cruz
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Nada hay más peligroso que una idea,
cuando hay sólo una.
De pronto, todo es distinto y muchos de nosotros, al menos los que estamos lejos del poder y de la información, no sabemos hacia dónde vamos exactamente, ni cómo se presume que lleguemos hasta allí. Sabemos que debemos resistir y que no abandonaremos el rumbo hacia el punto cardinal principal. Conocemos, además, a cada rato, alguna medida o decisión solitaria que debe estar lógicamente relacionada con otras, pero no sabemos si conforman un sistema ni qué características tiene ese sistema; qué incorpora y de qué se deshace; a qué aspira y a qué renuncia en las categorías, métodos y formas concretas de organización económica , es decir, ignoramos los vehículos que darán vida y en los que cobrarán forma los principios de justicia social que si conocemos. Entonces se nos ocurre jugar el papel real de ciudadano de una democracia y proponer, con suma modestia, cómo cree uno que debe ser la economía de su país. Para ello me limitan la inteligencia, la información y las cuartillas permitidas por los organizadores del evento al que están destinadas estas ideas. Pero acepto el reto de mis limitaciones y la invitación a opinar libremente acerca de cómo debe ser la economía cubana después de la desaparición del socialismo como sistema mundial y del cambio operado en el mundo no sólo en las posiciones y fuerzas de los países, bloques e ideas, sino en las percepciones de los hombres con respecto a la realidad. De eso trataré a continuación, de cómo cree un cubano sencillo que debe ser la economía de su país para que Cuba, siendo justa, no sea una isla económica y política condenada al fracaso.
LOS ANTECEDENTES La planificación está contenida en el remedio, pero no es el remedio. Desde hace más de treinta años Cuba es un país socialista y como tal ha mantenido planificada su economía. Todos los países socialistas han tenido una economía planificada. Socialismo y planificación conforman un binomio teórico, ideológico y práctico para la comunidad de científicos socialistas y para la inmensa mayoría de los "hombres de la calle". Los clásicos del marxismo concibieron el socialismo científico como un régimen de economía planificada. "Sin planificación no hay socialismo" es un aserto que nadie ha podido desmentir. Lo inverso, que "sin socialismo no hay planificación", es algo que no se ha podido demostrar. Lo cierto es que la moderna e interrelacionada economía crea condiciones para el ejercicio de la planificación, crea, digamos, la posibilidad de ejercer cierto grado de planificación social que la nacionalización o estatización que practica el socialismo sobre los medios de producción ha pretendido hacer total. Pero como creía Bettelheim(1), esa planificación inicial que se corresponde con el poder de disposición sobre los medios de producción pero no con la capacidad social necesaria para tal disposición, es una "dirección social de las fuerzas productivas" y no el "dominio social" de las mismas que permitiría un exacto cálculo a priori de las necesidades sociales y que implica un desarrollo histórico que envuelve a las técnicas, las ciencias y al hombre. La planificación es una necesidad de la economía moderna que tiene grados de aplicación que se corresponden con el desarrollo de las fuerzas productivas y no con la voluntad de los hombres; es por ello que en cualquier lugar y momento se pueden hacer planes de nivel social, incluso planificar imperfectamente, pero la planificación rigurosa y totalizadora se corresponde con un grado de madurez de la historia que ahora parece más distante que nunca: la sociedad que administrará las cosas y los procesos con una refinada ciencia, sofisticada técnica y para algunos, ausencia de relaciones mercantiles. La comunidad de países socialistas logró en sus años de existencia con economías planificadas incuestionables avances económico-sociales. En particular, la Unión Soviética parece haber calzado las botas de siete leguas por el progreso que experimentó desde los años veinte hasta su desaparición. Ninguna persona seria y bien informada se atrevería a cuestionar o negar esos avances. Cuba se planteó y venció desafíos tremendos desde la década del 60 hasta 1990. Las tareas socioeconómicas que se impuso la Revolución cubana para vencer el subdesarrollo se inscribieron en planes que se cumplieron con distinto grado de eficiencia, pero que hicieron avanzar al país y crear condiciones inobjetables para saltar hacia nuevas calidades de progreso. Pero en la década de 1980 el socialismo percibió su economía en crisis e hizo críticas importantes y severas a su sistema de dirección económico. Incluso, y como es correcto, la crítica trascendió el ámbito puramente económico e invadió los predios sociales y políticos. La teoría y la práctica de la planificación fueron impactadas por severos juicios y cuestionamientos, y un aluvión de proposiciones y recetas comenzaron a ser prescritas por los llamados teóricos de la Perestroica. Desde la planificación reducida y el encargo estatal hasta el mercado socialista regulado, un sin fin de propuestas colorearon una disputa que, apartando los enfoques tendenciosos y malintencionados, demostró que algo andaba mal o muy mal en la planificación, que la teoría parecía no tener respuestas para la crisis y que el modelo práctico había agotado sus posibilidades. Se había crecido en extensión pero se había perdido en profundidad. El progreso científico-técnico no estaba realmente incorporado a la vida económica de todos los días. La calidad de la producción y de la vida misma dejaban mucho que desear. Era la crisis, mucho más sorprendente porque sólo estaba concebida para el capitalismo. Cuba reconoció lo que llamó errores y tendencias negativas del proceso de dirección económica-social. La planificación, específicamente, recibió las siguientes críticas: (2) - Poco flexible; con escasa capacidad de maniobra y adecuación a situaciones cambiantes. - Más centralista que democrática.
- Poco objetiva y burocrática. El afán rectificador en este subsistema de dirección de la economía condujo a la creación de un concepto y una práctica consecuentes: la planificación continua. Este sería el medio para renovar la planificación e incorporarle los atributos de dinamismo, objetividad y democratismo sin los cuales puede ser más un freno que una vía para alcanzar el desarrollo. Pero la planificación continua tuvo una vida tan corta que no fue posible constatar a ciencia cierta sus bondades definitivas. Los principios que la informaban y los objetivos que perseguía fueron lo bastante sugestivos para aconsejar la generalización de sus métodos y convertirla en praxis nacional. El desplome del campo socialista y la instauración del período especial impidieron el desarrollo de aquella decisión, y quizás, a la vez, la comprobación de si la planificación puede irradiar a la economía sus bondades con sólo ser perfecta en sí misma o necesita un ambiente socioeconómico que asimile, complemente y potencie sus efectos. La planificación de la economía nacional es una herramienta potente para producir el crecimiento económico y alcanzar niveles crecientes de desarrollo. Hay pruebas históricas, tanto en el socialismo como en el capitalismo de que ello es así. Pero hay desarrollos, como los del socialismo soviético por citar un ejemplo, que llegaron a estancarse primero y luego a retroceder usando la planificación. Se pudiera preguntar si usando una buena planificación, y quizás se pudiera responder que la planificación económica soviética, por el nivel teórico y técnico-práctico que alcanzó, y por el uso de modelos matemáticos y técnicas de computación a nivel de toda la economía fue, en si misma, una ciencia bastante desarrollada. Sin duda, tenía imperfecciones, pero las imperfecciones de la planificación socialista no son la causa de la quiebra del sistema, sino, tal vez, uno de sus efectos, o un efecto primario convertido en causa secundaria por fuerza del desarrollo de las circunstancias históricas. Cuando uno dice que la planificación ha favorecido el desarrollo de países capitalistas hay personas que activan sus sistemas de sospechas. Consultan sus libros santos y sermonean: "la planificación capitalista no es planificación, es planeación, programación, o planificidad; y no abarca toda la economía sino una parte de ella. Es impracticable porque a los capitalistas no se les puede unir en un esfuerzo o proyecto nacional porque los separan sus respectivos intereses". A este dogma tan popular y enraizado lo desmienten varios ejemplos históricos que son la prueba científica por excelencia. El ejemplo del Japón quizás sea el mejor. Este país, desde comienzos de la dinastía Meiji hasta hoy ha programado, planificado o proyectado su futuro con mano de hierro. La intervención del estado japonés no ha sido despreciable, más bien ha sido decisiva, y desde luego han reproducido no el socialismo sino el capitalismo, pero han creado un desarrollo que ha dado al pueblo japonés condiciones de vida que no pudo darle al suyo la URSS. En los esfuerzos de planificación de los capitalistas los une lo mismo que los separa: sus intereses. Y los intereses son una componente fundamental de toda planificación exitosa, con independencia del sistema social.
LA POLÉMICA Las relaciones mercantiles no son todo el remedio, pero sin ellas no hay remedio. El ejemplo del Japón no es el único en el que en economías capitalistas la planificación haya logrado un papel determinante; en la India, Francia, y Suecia hay experiencias verdaderamente interesantes. Si se considera que la escala de la planificación en estos países aún esta reducida a sectores o ramas especificas, "sin proporcionalidad y armonía" con el resto de la economía, se pudiera traer a colación el hecho de que el proyecto de integración de la Comunidad Económica Europea es el más basto plan económico, político y social que recuerde la historia, concebido para un continente, a largo plazo y con etapas concretas para la realización de tareas complejas que se tornan más difíciles por el problema de los intereses nacionales. En América Latina hay muchas experiencias de planificación; en menor escala anteriores a la Alianza para el Progreso, y en un más nutrido números de países después de esta. La planificación practicada en los países capitalistas no siempre ha tenido éxito. Entre el ejemplo japonés y el caso de América Latina hay una gama de experiencias con diversos grados de éxito y fracaso. Por ello no es aconsejable aventurarse a creer que los marcos socioeconómicos capitalistas son el mejor caldo de cultivo para la planificación, dado el hecho del derrumbe de la mayoría de las economías socialistas. En América Latina la mayor parte de los procesos de planificación ensayados fueron simplemente planes, o planes libros, según el argot cepalino, algo así como las sagradas escrituras económicas, leídas en las "Iglesias" y olvidadas en la calle. La Alianza para el Progreso exigía planes para asignar dinero y se le ofrecieron planes, pero no se planificó. Esta fue una de las causas del fracaso de aquellos ensayos. Otro problema que tuvieron los procesos latinoamericanos y que es importante destacar aquí son los que Gurrieri (3) relacionó con la incapacidad de gobernar, es decir, con la falta de eficiencia técnico-administrativa, la escasa capacidad política para aunar voluntades y concertar la sociedad, así como la falta de recursos económico-financieros de los gobiernos para poder impulsar las transformaciones de manera independiente. El estado planificador ideal. El mismo Adolfo Gurrieri (4) consideraba que un estado planificador ideal debía tener las siguientes características:
- Capacidad técnico-administrativa. - Control de las relaciones económicas externas. El lector no necesitará explicaciones adicionales para percatarse de que los estados planificadores de América Latina no encajaron en este ideal, aunque algunos como México y Brasil, lograron crecimientos sin desarrollo. El éxito japonés se debe a muchas cosas que no es posible ni necesario discutir aquí. Pero entre esas cosas está una que es vital para un proyecto de desarrollo planificado y que no es privativa de la cultura ni de la historia japonesa. Se trata de que aparte de cumplir con los requisitos del estado planificador señalados antes, el proceso japonés fue dirigido por una clase hegemónica instalada en el poder continuamente e interesada en promover y mantener el rumbo. Algo que le permite a México con el PRI y a Estados Unidos con sus dos partidos, dar continuidad práctica a los proyectos, bien sean complejos planes espaciales como el Apolo, o el desarrollo turístico de vastos territorios. En la mayoría de los países de América Latina los cambiantes gobiernos más que representar un deseo o ímpetu nacional por el progreso, un espíritu nacional desarrollista, eran portadores de intereses provisionales de grupos o castas sociales. Cada vez que un gobierno concluía su mandato, el plan, que por otra parte no era muy bien atendido, iba a parar a la más oscura gaveta. Los gobiernos cuyo mandato es de 4 a 5 años, (y los que logran administrar un período mayor de tiempo pero son portadores de sus propios intereses como burocracia y de los intereses de coyuntura de algún sector social poderoso), no pueden conducir la economía hacia el desarrollo. Los grandes proyectos socio-económicos y las estrategias de desarrollo de un país, tienen que ser garantizados por una clase dominante, de cuyo seno salgan los principales dirigentes de los sucesivos gobiernos durante varias generaciones. En este punto de la discusión a uno le viene a la mente la experiencia cubana, en la cual el proyecto de desarrollo ha sido dirigido por una clase hegemónica en el poder cuyo gobierno asumió la forma de dictadura del proletariado, que ha transcurrido en una sociedad con un solo partido y un único líder y que, sin embargo, treinta años después de haberse iniciado constata que no tiene economía para autosostenerse y que debe comenzar de cero. Esto no niega lo dicho arriba sobre la necesidad de un poder continuo y decidido a desarrollar el país. Lo que sucede es que ese poder también puede equivocarse y decidir erróneamente tanto algunos objetivos como los modos de alcanzarlos, y que frente a ese poder pueden levantarse obstáculos como las agresiones y el bloqueo norteamericano, o alzarse imprevistos como el derrumbe del campo socialista. La planificación cubana no ha tenido todo y no ha sido efectiva. En Cuba se han dado casi todas (creo que todas) las condiciones para que un proceso planificado pueda conducir al desarrollo y a la justicia social. La sociedad y el Gobierno cubano han gozado de una gran unidad tanto en lo referido a propósitos económicos como políticos. Durante los primeros años de la Revolución no era necesario hablar de consenso pues la inmensa mayoría de los cubanos perseguían el mismo fin. Casi todo el mundo estaba de acuerdo en construir el socialismo. En un ambiente social tan unitario no fueron posibles actitudes institucionales incoherentes, al menos de duración significativa. El estado era el dueño de casi todos los medios de producción y de los. recursos del país. Al menos fue así a partir de 1968. ¿Puede haber habido otro estado más autónomo frente al resto de los agentes económicos? Después de 1968 en Cuba sólo habían dos agentes económicos: el estado y los pequeños agricultores. Esto fue así hasta muy cerca de la década de los 90. La supremacía política y económica del estado ha sido casi absoluta. El nivel técnico-administrativo, si bien en los primeros años no fue eficiente, llegó a alcanzar un grado de eficacia no despreciable. El nivel cultural y técnico de la burocracia cubana y de los cuadros económicos en general creció apreciablemente en los dos últimos decenios; y en cuanto al control de las relaciones económicas externas, no puede haber sido mayor puesto que el estado ha tenido el monopolio del comercio exterior. Alguien pudiera argüir que le faltaron a Cuba recursos naturales o de capital. En realidad Cuba ha recibido una ayuda exterior mucho más grande de la que ha podido o sabido utilizar. Hoy esa es una verdad que se habla en las esquinas. Parece entonces que no basta tener el poder por mucho tiempo y querer emplearlo bien; que no basta incluso tener al pueblo y a amigos poderosos, ni un nivel cultural adecuado a las tareas impuestas. Parece que con todo eso más una economía planificada no basta para avanzar continua y eficientemente hacia el desarrollo y la justicia social. ¿Qué falta? La economía cubana no ha tenido nunca períodos de floreciente eficiencia; ha tenido altibajos, pero en los mejores momentos grandes grupos de empresas de importantes ramas no han sido rentables. La medición de los costos ha sido constantemente deficiente, y lo que es peor, las decisiones de dirección por lo general no toman en cuenta el estado de los costos. En general las categorías mercantiles han sido condenadas o soportadas con incomodidad, pero nunca aceptadas naturalmente, no como un mal inevitable, sino como una necesidad histórica o como se suele decir, como una realidad objetiva. Los fundamentalistas liberales han sido siempre temerosos de la intrusión del estado en la economía. Desde Keynes hasta Friedman la teoría ha valorado hasta qué punto es provechoso que el estado intervenga en los asuntos económicos, o que no intervenga, sencillamente. Con el mismo santo horror los teóricos y prácticos socialistas especulan acerca de la procedencia o no de las relaciones mercantiles en la economía y casi siempre que los políticos tratan de eliminarlas o reducirlas a su mínima expresión, incurren en errores de precipitación o en anticipaciones mesiánicas que atrasan el desarrollo. Están por igual lejos de su fin la profetizada extinción del estado y la cesación de las relaciones mercantiles en la economía y ambas, mientras existan, tendrán funciones económicas con independencia de que los hombres lo querramos o no. Una fuerza aplicada contra la historia. Cuba, como se conoce, negó en un momento la vigencia de las relaciones mercantiles en la economía. En otro momento soportó sin resignación el empleo de métodos y categorías mercantiles en los procesos económicos, y, más tarde, luego de las críticas a las tendencias negativas, volvió a cuestionar su empleo, hasta el punto que algunos propusieron regresar a las ideas del comandante Guevara acerca de la conveniencia de dirigir la economía con un sistema de dirección en que el presupuesto sustituyera, al cálculo económico, evitando así el uso de lo que él consideraba "armas melladas del capitalismo". Se argüía que así el paso hacia el desarrollo sería más lento pero seguro, debido a que la sociedad no se contaminaría con las categorías mercantiles que serían sementeras de egoísmo e individualismo, y que a la larga crearían condiciones para la involución hacia el capitalismo. El paso lento de un sistema que ignore las categorías mercantiles es ciertamente lento, pero no es seguro. La serventía no mercantil no es natural, es una fuerza aplicada contra la historia que crea ilusiones de asepsia ideológica y de avance hacia estados de bienestar y pureza que sólo existen en la invención de Tomás Moro. La vigencia de las categorías de valor en una sociedad socialista no se corresponde con decisiones de los partidos comunistas sino con necesidades históricas. La existencia de un entorno capitalista, de diferentes tipos de propiedad y de la incapacidad de la sociedad para ejercer un dominio pleno de las fuerzas productivas, es decir, la imposibilidad técnica de medir actividades y asignar recursos en base a cálculos directos en horas de trabajo, hacen imprescindibles las relaciones de valor. Pero no son solamente factores objetivos los que obligan al uso de las categorías y palancas mercantiles en el socialismo. Estos son los factores determinantes y de los que todo el mundo habla. Las relaciones de producción, los grados de desarrollo de las habilidades y posibilidades del hombre, la existencia del estado como apoderado de la sociedad y todo el aparato objetivo del sistema económico funcionan a través de los hombres, y la mente humana se llena de las realidades en las que vive. El hombre transforma y es trasformado por el medio, y se le forman hábitos, criterios y expectativas que condicionan sus percepciones. Se olvida a menudo que el hombre, además de un ser social, es un ser económico con una sicología severamente influida por los patrones esenciales de economía que han primado en el proceso de su civilización. Como dije en otro lugar"... de esta forma el salario, las ganancias y las rentas... de incitaciones aisladas y esporádicas se convirtieron en propiedades de las personas, propias de ellas, estereotipadas en ellas, generalizándose respecto de la situación que en un principio se dio... así se convirtieron en motivos que se han ido reforzando por la reiteración durante siglos"(5).El hombre, urgido al trabajo por la necesidad, ha hecho éste para obtener dinero para comprar cosas y satisfacer con éste, necesidades. Este es el hombre real con el cual se hace la historia; un hombre cuya sicología es la causa subjetiva de la necesidad de relaciones mercantiles en el socialismo. No creo que sea más fácil cambiar esta sicología que las causas objetivas a que se ha hecho referencia. Gobernar en los límites de lo posible. Los regímenes socialistas siempre han sentido aprensión por las relaciones monetario-mercantiles. Aún cuando en teoría se ha reconocido la necesidad de las mismas en la construcción socialista y hay quienes han considerado acabada la polémica en torno a las mismas, su empleo suscita desconfianza. Junto a otros factores, están sentadas en el banquillo de los acusados como sospechosas de provocar el desplome del socialismo en Europa. El santo temor a las mismas ha trasladado la discusión de la objetividad de su vigencia histórica al grado o dosis en que su uso no es nocivo para los objetivos estratégicos socialistas. La disputa sobre las relaciones mercantiles, acabada o adormecida, parece estar inscrita en un contexto histórico sin trascendencia de importancia práctica. El mismo concepto de "teórico" ha devenido en término peyorativo para algunos políticos o grupos "menos teóricos". Pero el empleo de las relaciones monetario mercantiles en la construcción socialista, el uso de las mismas como instrumentos normales del proyecto de cambio social, es de la mayor importancia práctica. Quizás el socialismo no hubiera quebrado como sistema mundial de haber pasado del reconocimiento teórico de su vigencia al empleo decidido de sus categorías y herramientas, pero haberlo hecho a tiempo, tal vez allá en los albores de la Revolución de Octubre, en tiempos de la Nueva Política Económica que hoy algunos interpretan como una concesión obligada por circunstancias de sobrevivencia, pero que puede ser' creída como un acto de adecuación teórica en el sentido de "coordinar los principios con las realidades" y gobernar en los "límites de lo posible". En la posición que se adopte frente al uso resuelto de las categorías e instrumentos relacionados con la Ley del Valor está la respuesta a la pregunta hecha arriba: ¿qué falta? Cuando se dispone de todo lo necesario y las cosas no marchan bien suele culparse al enemigo y a sus actos hostiles. Pero quedarse ahí es ser poco autocrítico y bastante superficial. El socialismo tiene problemas que les son consustanciales, y algunos de esos problemas tienen que ver con la falta de adecuación entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas. En los modos de producción anteriores al socialismo el desarrollo histórico es espontáneo. Las relaciones de producción y las fuerzas productivas entran en contradicción tras una larga evolución y maduración histórica. A nadie se le había ocurrido antes construir el esclavismo o el capitalismo. Pero la teoría marxista-leninista plantea que el socialismo se construye conscientemente, siguiendo los diseños del futuro que hace el partido de vanguardia de la clase obrera. En el caso cubano específicamente como dije arriba, la posición frente a las relaciones mercantiles ha sido de resuelta hostilidad o de moderación cautelosa, pero nunca de aceptación decidida. Se ha medido e informado la ganancia y la rentabilidad de las empresas, pero ello no ha pasado de ser una formalidad. Las empresas han carecido de la autonomía necesaria para enfrentar riesgos, para maniobrar y despojarse de los lastres impuestos por un plan sin gran apego a las realidades específicas, y mucho menos para producir cambios de objetivos, de métodos y de rumbos operativos y tácticos ante la aparición de coyunturas e irregularidades. Las empresas reciben órdenes de tres orígenes: de los ministerios, de los gobiernos locales y del Partido. Digo órdenes y no orientaciones, o no sólo orientaciones. En estas circunstancias no funcionan las relaciones mercantiles ni por el hecho de estar planificadas, o por lo menos inscritas en determinados modelos. En profundidad el reconocimiento de la vigencia de las relaciones mercantiles en el socialismo implica el reconocimiento de la necesidad objetiva de autonomía relativa en las empresas, si no se reconocen ambas cosas no se comprende el problema, y el problema, por otra parte, no se resuelve sólo comprendiéndolo, sino actuando en consecuencia. La fe de los profetas es más larga que la paciencia de los pueblos. ¿Qué grado de autonomía deben tener las empresas? Esta parece ser la pregunta sin respuesta. Unos dicen que si la autonomía es "mucha" la empresa responderá no al plan sino a sus propios intereses y eso se parece al capitalismo. El extremo de sin ninguna autonomía no tiene defensores, aunque se soporta que en la práctica no la tengan; se deja hacer que no hagan como una antinomia del Laissez-faire. La mayoría de los que opinan hablan de grados de autonomía, o de ir probando hasta ver qué sucede. Yo creo que las empresas necesitan y deben tener tanta autonomía como haga falta para ser rentables, eficaces, productivas y cumplir con los compromisos contraídos con la sociedad a través de un proceso democrático de concertación y diálogo. La relatividad de la autonomía llega hasta donde finaliza la concertación o la contratación, de ahí en adelante las empresas deben ser autónomas en su actuación a menos que exista una instancia superior que pueda decidir por ella con mayor eficacia. Otro asunto consustancial al empleo de relaciones mercantiles y estrechamente relacionado con el concepto de autonomía es el de los estímulos y las sanciones. Por supuesto que no me estoy refiriendo a las sanciones y estímulos administrativos o jurídicos, que son importantes y tienen un espacio inalienable en cualquier sistema. Hablo de estímulos y sanciones económicas provenientes de la eficacia y del éxito o de la eficiencia y del fracaso. Los que trabajen bien deben tener acceso directo a una parte del plusproducto creado, y los que no trabajen bien deben sentirse afectados en sus intereses económicos directos, lo que no excluye ni discrimina, aunque tampoco privilegia, la utilización de una amplia gama de estímulos morales. La empresa no rentable (ineficiente), aparte de ser irracional económicamente, es un mal ejemplo y un factor de frustración. Estoy convencido de que la suma de la eficiencia empresarial no es necesariamente la eficiencia social, así como de que sumando ineficiencias sólo se obtiene una gran ineficiencia. Sin un aparato empresarial rentable (desaparecida la cuantiosa ayuda externa) sólo se podrá tener un nivel de vida precario de subsistencia; y esa no es la aspiración ni la propuesta del socialismo. En todo caso que creamos lo contrario y que creyésemos en la profecía de la obtención del maná sin rentabilidad, es bueno que recordemos que la fe de los profetas es más larga que la paciencia de los pueblos. Bajo el rótulo de empresa subsidiada por necesidad social se esconde no poca desidia, conformismo e ineficiencia. Cambiar o parecer. Concluyendo la respuesta a ¿qué falta?, creo que faltan unas relaciones de producción a tono con la capacidad que tiene la sociedad cubana de disponer efectivamente de las fuerzas productivas del país. Considero que las relaciones de producción son demasiado amplias y profundas hacia el comunismo, con una extensión de la propiedad social socialista, que ha hecho que se trate de, planificarlo todo, lo importante y lo menos importante, lo posible y lo imposible. El hecho de que el estado en nombre de la sociedad haya sido el dueño de casi todo, ha condicionado objetivamente el desprecio por las relaciones mercantiles en la práctica y la fe desmedida en el plan y en la fuerza de la conciencia como catalizadores de la eficiencia de la producción social. Durante mucho tiempo la ayuda de la URSS y del campo socialista impidió apreciar con toda crudeza la ineficacia productiva; la ayuda externa evitó que los cubanos sintiéramos el rigor de esa ineficiencia en la piel y en los estómagos. Ha llegado el momento de cambiar o perecer.
LA PROPUESTA "Pero el mundo está ahí, y es como es, podemos intentar obligarlo o seducirlo a ser como queremos o renunciar a él, o cambiar interactivamente con él." Podemos crear, a partir del socialismo y sin renunciar a la justicia social, un escenario económico dinámico, flexible, en el cual la planificación permita orientar y concertar el desarrollo. Un escenario polivalente, el cual más que creado, sea reconocido como objetivo, es decir, permitido por fuerza de la necesidad histórica. En esas nuevas condiciones, algunas de las cuales comienzan a existir, la planificación no podrá ser una profecía infalible, ni poseer los atributos de la omniciencia, la omnipotencia y la omnipresencia; deberá tener el espacio que el desarrollo de las fuerzas productivas le permitan y compartir esfuerzos con elementos de espontaneidad y mercado, so pena de que el país marche, en la columna del mundo, junto con la impedimenta. No es necesario ni lógico rebajar el papel de la planificación a actuaciones de intrascendente ingeniería social, puesto que entre ésta y la planificación absoluta, parafraseando a Maravall(6), "existe un amplio campo de posibilidades". Ha llegado el momento de zafarse de los extremos y de restituirle el valor a la moderación y a la paciencia, sin que por ello se abandonen las ideas de progreso social. Hay acciones revolucionarias que corriendo tras el futuro se detienen jadeantes a las puertas del pasado. El concepto de reacción en ciencias sociales es íntegro; no se puede estar políticamente en el futuro y económicamente en el pasado, ni profesar la unidad de la política y la economía según a uno le convenga. Este también es un principio, y objetivo, por cierto. Creo que para destrabar las fuerzas productivas y promover el crecimiento que hará posible el desarrollo, es necesario modificar las relaciones de producción y fundamentalmente las relaciones de propiedad. Concretamente considero que en lo que a los medios de producción se refiere deben existir los siguientes tipos de propiedad: - Propiedad estatal pura - Propiedad mixta (estatal y privada)
En el momento que escribo este trabajo existe la propiedad mixta compartida por el estado y propietarios privados extranjeros, y dos tipos de cooperativas agropecuarias, los campesinos agrupados (CA), y las de obreros provenientes de empresas agrícolas cooperativizadas (UBPC). Más adelante propondré cambios en estos tipos de propiedad. La existencia de propiedad estatal pura ha estado vinculada por muchos teóricos y años a los conceptos de independencia nacional y de estrategia del desarrollo. Se ha considerado que sin el dominio absoluto sobre ciertos sectores y ramas claves de la economía no se puede decidir el rumbo con seguridad, y se puede caer, por otra parte, en estados de dependencia comprometedores para la soberanía. Sin embargo, Cuba, obligada por la coyuntura histórica del derrumbe del campo socialista ha legalizado la formación de empresas mixtas en áreas claves tanto para la economía como la política del país. En mi opinión sería un segundo error mirar esta decisión como una concesión a regañadientes. El primer error de no alimentar a tiempo el desarrollo cubano con los ingresos del turismo cooperado internacionalmente, por citar un ejemplo, ya se conoce sobradamente como ha terminado. De todas formas considero que el estado debe ser propietario en una economía socialista de todos los sectores y ramas que pueda gestionar con eficiencia competitiva; si no puede ser eficiente y persiste en el empeño de poseer lo que es incapaz de dominar en nombre de la sociedad, entonces le hace más daño que bien al proyecto que cree impulsar. En las áreas donde el estado ejerza una acción directiva hegemónica por ser el dueño absoluto debe emplear a fondo la técnica, los estímulos, el reconocimiento de los distintos intereses en juego y los recursos para que la economía ahí sea exitosa y las empresas se conviertan no en la confirmación del dogma de la ineficiencia estatal, sino en paradigmas de lo contrario. La propiedad estatal puede ser eficiente si las empresas estatales se liberan de los frenos de la burocracia y las intromisiones extraeconómicas de otros factores sociales. Que el estado sea el dueño no quiere decir que sea el mánager; sino que debe buscarse mánagers exitosos y dejarlos hacer, siempre que lo hagan bien, dentro de unas pocas reglas y de acuerdo con la ley (que debe existir, sabiamente legislada y escrupulosamente respetada por todos). No veo al estado tal como lo ve el neoliberalismo, en el único papel de subsidiario, reanimando cadáveres económicos o responsabilizado con la etapa de inmadurez de las empresas. Claro que alguien pudiera argüir que si el estado puede ser eficaz, podría, en teoría, poseer todos los medios de producción y planificar debidamente; pero es precisamente la omnipotencia lo que le restaría eficacia, (o le ha restado); porque no hay condiciones históricas para un sólo tipo de dueño. La propiedad mixta, que ocupa en Cuba (u ocupará) un espacio mayor del que habría ocupado si no existiera el periodo especial, está limitada a socios capitalistas extranjeros. Considero que podría ampliarse el concepto de co-dueño a grupos nacionales, específicamente a colectivos de trabajadores en calidad de accionistas y a posibles particulares o grupos particulares financiados por familiares en el extranjero. El colectivo de trabajadores como socio estaría indicado en aquellos negocios en los cuales no hiciese falta el empleo de capital foráneo. En esta fórmula el estado no perdería la posibilidad de representar el interés general de la sociedad y se mantendría el interés del grupo activo y activando la eficacia. La otra fórmula mixta, la del nacional financiado por su familia en el extranjero es una vía de atraer capitales burlando el bloqueo, y fuera de eso, una manera de crear empleos y producir riqueza. La propiedad cooperativa no debe limitarse a la agricultura, y en ésta, debe ser modificada. Las cooperativas pueden y deben funcionar en actividades industriales, comerciales y otras. Sobre todo en aquellos negocios en que el control estatal sobre los recursos no es bueno ni empleando ejércitos de inspectores. El autocontrol del grupo sobre la honradez y la rentabilidad sustituye al control estatal con mucha mayor eficacia. Por otra parte, las cooperativas deben ser dotadas de mayor autonomía desde el momento mismo en que se fundan. El hecho de que el estado diseñe la fundación del grupo que habrá de cooperar y lo manipule en la práctica, hace que este tipo de relación de producción sea más jurídica que económica y no funcione, o no funcione según las expectativas. La propiedad privada pura está indicada en todos aquellos casos en que hay necesidades sociales que nadie satisface, o nadie satisface a cabalidad. Serían negocios que ofertarían producciones o servicios que otros no ofertan. Es decir, no se le prohibirla a nadie con iniciativa ser un productor de bienes o servicios necesarios e inexistentes o insuficientes. Esta es la fórmula para que reaparezcan los mil "detalles" perdidos en los nomencladores y metodologías del pasado. La planificación democrática. Obviamente, en un escenario económico como éste la planificación tiene que ser otra. Planificar no podrá ser programar el rumbo preciso de todo y de todos a la vez, ni administrar los detalles del crecimiento en perspectiva. Si la sociedad económica no es concebida y tratada como un monolito casi sin contradicciones; si como es en realidad, se percibe como una multiorganización cargada de múltiples intereses y motivaciones; entonces a la planificación le corresponderá la misión de programar el desarrollo con justicia social sobre la base de la concertación y la coordinación no sólo de objetivos y estrategias sino también de intereses. El estado no se debilita cuando negocia, más bien es débil cuando es incapaz de negociar con éxito. El estado negociador usa su poder y sus recursos. En toda negociación se obliga, se cede o se ataca, pero al final el resultado es siempre un acuerdo y no la imposición o una de sus variantes camufladas. Cuando se reconoce la diversidad de la realidad socio-económica y el derecho de las partes a expresar su voluntad y a abogar porque se adopten sus criterios, la única forma que puede adoptar la planificación es la democrática. Luego de la discusión y el consenso, los acuerdos básicos con respecto a las metas y al rumbo pueden adoptar formas jurídicas de obligatorio, acatamiento. Aquí de nuevo se advierte la necesidad de la ley que arbitre las relaciones económicas contratadas entre los sujetos de gestión y planificación; la ley jurídica que cree las condiciones de cumplimiento de la ley económica sin violencias extraeconómicas ni voluntarismos extemporáneos. Ni aún a las actividades de su exclusiva propiedad debe el estado asignarle directivas sin fundamentación o posibilidades de realización. Las metas fundamentadas por necesidades políticas y sociales pero no viables prácticamente se corresponden con estados de ensueño y proyecciones owenianas, mas no con la planificación real que diseña el futuro posible. El indicador directivo antes de convertirse en obligación debe ser convenio. Cada tipo de propiedad deberá tener un tratamiento distinto con respecto al plan. Lo importante es que los intereses particulares encuentren vías de expresión que se conviertan en dinamismo y creatividad económicos. El interés general pactado es la vía de la consecución de grados progresivos de desarrollo con justicia social, y dentro de ese marco acordado, cada tipo de propiedad deberá poder desarrollar sus propios intereses. Obviamente, como en toda empresa humana, habrá conflictos, pero en una democracia esos conflictos se dirimirán de acuerdo con la ley, que a su vez será expresión de la voluntad popular. Sé que la impaciencia de algunos lectores estará, a esta altura de la exposición, exigiendo métodos y formas concretas de planificación conveniada y democrática. Siento decepcionarlos, pero los recursos técnicos de la planificación conocida sirven tanto para la planificación que propongo abandonar como para la que sugiero adoptar. La decisión es más política que técnica y más de la economía política que de cualquier otra rama científica. Atañe a las relaciones de producción y a su grado de desarrollo y vinculación con las fuerzas productivas; al reconocimiento de la objetividad de las diversidades de los agentes económicos y a la conveniencia, sujeta a leyes históricas, de permitir la participación activa y democrática de esos agentes en la planificación y en la gestión. Se trata de sustituir la dictadura del proletariado por el liderazgo del proletariado, y sustituirla por la voluntad de los trabajadores, desde el poder, sin abandonar los ideales de justicia social inscritos en las banderas del socialismo. Justicia Social y eficiencia económica. Sin embargo, hay una cuestión práctica que prefiero no diferir. Se trata de la vinculación del proyecto económico nacional y su materialización en la diversidad de territorios del país. En mi opinión la estructura de planificación sería una estación de estudio y control. Haría estudios, o participaría en estudios regionales organizados por el centro. Por otra parte, controlaría de cerca o monitoriaría la introducción práctica en un territorio de las decisiones acordadas centralmente. Pero sobre todo, tanto en el estudio como en el control, estas estaciones deberían garantizar el mejor encaje de la pauta general en el entorno particular: la adecuación de lo general a lo particular. Estas estaciones no serían oficinas para repetir en miniatura lo planeado nacionalmente, ni para sumar o totalizar, o desagregar y hacer informes de cómo van las cosas a su nivel. Es algo nuevo o distinto el trabajo de estas estructuras de planificación. Se trata de la versión local o particular de la idea o proyecto general consensuado, pero enriquecido por la visión regional, por el análisis a corta distancia del impacto de lo general en lo particular. Serían garantes de la articulación de los proyectos nacionales concertados, a las condiciones materiales, geográficas, políticas y socio-sicológicas de las regiones económicas. El concepto de región económica no tendría que coincidir obligatoriamente con determinada estructura de la división política administrativa actual. En general, estas son casi todas las ideas que deseaba expresar. Quizás deba agregar que la cantidad de justicia social que un gobierno socialista pueda brindar no sólo y no tanto depende de la cantidad de propiedad que tenga el estado, como de la eficiencia conque se explotan los recursos económicos para que se pueda crear el excedente que posibilite el acto material de justicia. Esta sería la condición necesaria para hacer viable un proyecto social socialista, es decir, la condición de crear eficientemente la riqueza que se pretende repartir con justicia. Otra condición, la condición suficiente, es que el poder sea ejercido por una clase interesada en crear riquezas y hacer justicia, y que esa clase esté en el poder de manera democrática. El derecho a gobernar nunca ha sido sagrado ni eterno, hay que ganarlo con el buen gobierno. Y un gobierno sólidamente respaldado por un pueblo feliz y educado, puede y tiene múltiples maneras, permítaseme usar una frase de Presbich, de "socializar el excedente" sin monopolizar la propiedad.
(1) Bettelhein, Charles. Los marcos socioeconómicos y la organización de la planificación social. Pág. 42-48. Publicaciones Económicas. La Habana 1966. (2) Documentos sobre la planificación continua. JUCEPLAN. 1988-1989. (3) Gurrieri Adolfo: Los desafíos socio-políticos de transformación. Santiago de Chile. 1986. (4) Gurrieri Adolfo: Vigencia del estado planificador en la crisis actual. Revista de la CEPAL, Nro. 31, abril 1987. (5) Quintana, José A. Acerca de las necesidades, motivaciones y estímulos. Economía y desarrollo Nro. 5 de 1988. Pág. 45. La Habana, Cuba.
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