![]() |
mayo-junio.año 3.No 13.1996 |
![]() |
REFLEXIONES |
1895 Y JOSÉ MARTÍ. ¿CÓMO RESPONDIÓ AMÉRICA LATINA?. por Héctor García Quintana |
Podrán
los gobiernos desconocernos:
Los pueblos tendrán siempre que amarnos y admirarnos. José Martí
24 de febrero de 1895 no es simplemente, el comienzo de una nueva guerra contra el gobierno español en Cuba. El significado que encierra este concepto (GUERRA) es tan superficial como "Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación"1; y sería injusto calificar, al proceso gestado por nuestro apóstol, como un intrascendente rompimiento de hostilidades entre Cuba y España. ¿Cómo podríamos llamar guerra a un proceso que se inició preparando los más mínimos detalles para lograr reunir a todos aquellos que fueran "capaces de reprimir su impaciencia en tanto que tengan modo de remediar en Cuba con una victoria probable los males de una guerra rápida unánime y grandiosa"2 ¿Cómo hacerlo cuando el propio Martí enfatizaba la ausencia total de odio hacia el ciudadano español, incluso al que combatiese con las armas en las manos? ¿Cómo permitirlo si uno de los primordiales objetivos fue la creación de una república que diera al traste con intentos hegemónicos o afanes dictatoriales de un caudillo?. Revolución de 1895. He ahí un concepto más amplio que encierra en sí mismo el carácter del proceso iniciado. Revolución; no el término estereotipado y manido que se ha querido imponer desde hace poco más de tres décadas de historia cubana, Sino, más bien, revolución como vuelco, cambio de las instituciones políticas de una nación. Pero no es la revolución de 1895 un cambio superficial de un poder retrógrado y abyecto por otro menos caduco y cruel. Es un vuelco esencial de las estructuras de poder coloniales para crear una república, que en tanto diera al traste con los intereses hegemónicos de los Estados Unidos, preservara la unidad e integridad de América Latina. Este supremo objetivo martiano, si bien está tímidamente insinuado en las bases del Partido Revolucionario Cubano por razones políticas muy evidentes, es abiertamente expresado en la conocida carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado; simple hecho que provocó un salto cualitativo de la revolución de 1895 con respecto a la Guerra de los 10 años. Se erige una última con un carácter nacional, de expulsión del Gobierno español y por tanto, localista desde un punto de vista nacional, si se quiere- que contrasta claramente con el carácter latinoamericanista y antillano- recordemos el fomento y auxilio de la insurrección en Puerto Rico- de la revolución iniciada por Martí. Se hace necesario aclarar que en ambos procesos los independentistas cubanos hicieron esfuerzos tendientes a recabar la ayuda moral y material de las repúblicas del mundo; aunque se imponga esbozar determinados rasgos que diferencian, o mejor, caracterizan la posición asumida por estos respecto a América Latina. Así en 1868, el artículo 19 de la Constitución de Guáimaro plantea el nombramiento de los ministros plenipontenciarios, los embajadores y cónsules como una responsabilidad del poder ejecutivo léase presidente-, dejando de esta manera la organización del servicio exterior a la gestión personal de Carlos Manuel de Céspedes. Esto provocó que los enviados a los diferentes países Latinoamericanos como ministros fueran, los que de una u otra manera se veían forzados a abandonar la manigua; aunque también se contactó con cubanos que habían emigrado antes del comienzo de la contienda. A manera de ejemplos podemos mencionar a Ambrosio Valiente, enviado a Chile; Manuel Márquez Sterling, enviado a Perú; Enrique Piñeiro, también a Chile; Francisco de Arredondo y Miranda, en Santo Domingo; Francisco Javier Cisneros, enviado a Colombia; José María Izaguirre, en Guatemala y Manuel de Quesada en México. Por su parte, la revolución de 1895 contó con un servicio exterior minuciosamente preparado. El 5 de enero de 1897 en la reunión del Consejo de Gobierno efectuada en San Blas, se nombraron los agentes diplomáticos cubanos en los diferentes países, aunque en realidad se debe advertir que todos ellos ya venían ejerciendo esta función. En el caso de Latinoamérica quedó estructurado de este modo:
Manuel Portuondo Justiz...........................Chile José Payán ..........Perú Eugenio María de Hostos..........................Bolivia Rafael María Merchán...............................Colombia José Joaquín Palma..................................Guatemala José Marín.................................................Nicaragua y Honduras y Argentina Rafael García Cañizares...........................Venezuela Nicolás Domínguez Cowuan.....................México Joaquín Alsina...........................................Costa Rica, y El Salvador Eleuterio Hatton ........Santo Domingo Ulpiano Dellundé ........Haití Pero, ¿cómo respondió América Latina? A mediados del siglo XIX el grueso de los gobiernos latinoamericanos estaba detentado por líderes reformistas liberales que lograron, por regla general, barrer parcialmente con las formas feudales de producción. Junto a ello derribaron las retrógradas constituciones conservadoras implantadas desde la independencia. Eran estos gobiernos fuertes simpatizantes del proceso cubano. Se mantenía vigente aún el espíritu independentista; alimentado, sobre todo, por los intentos frustrados de la metrópoli española de entronizarse nuevamente en Perú y México, en 1864 y Santo Domingo en 1861. Se logró, además, un relativo ascenso económico en el continente con el arribo al poder de estos líderes reformistas liberales. Lo que ofreció la posibilidad de atender, no ya solo su situaciones internas, sino también diferentes problemas del cono Sur. Así, aunque las economías latinoamericanas se mostraban reducidas como para ofrecer una ayuda material que incidiera directamente en el triunfo cubano, se logró un apoyo moral que posibilitó el reconocimiento oficial de la beligerancia cubana por los gobiernos de México, Chile, Venezuela, Bolivia y Perú en 1869; Colombia en 1870; el Salvador y Brasil en 1871 y Guatemala en 1875. Es de destacar que este reconocimiento implica un apoyo oficial al gobierno instaurado en la manigua cubana y, por tanto se le daba acceso a las relaciones diplomáticas internacionales. En algunos casos -no pocos por cierto- estos líderes sufragaron expediciones y hasta planearon el envío de armas y hombres hacia la isla. Contó entonces, la guerra de los 10 años, con la simpatía y el apoyo moral y material de las naciones latinoamericanas. Con este precedente, y tomando en cuenta el carácter continental de la revolución de 1895, no se podía dudar absolutamente del respaldo hacia esta. Tomás Estrada Palma, delegado del Partido Revolucionario Cubano a la muerte de Martí, plantea, empero, todo lo contrario: "...Es extraña la conducta que observan con nosotros las repúblicas hispanoamericanas, nos apena verlas siempre propicias a sacrificar en aras de las exigencias españolas nuestros derechos, que son los de ellas; lo sentimos no por falta que nos haga su apoyo material, sino porque al cabo induce a formar triste idea de quien los realiza, ver una sucesión de actos ejecutados en contra de la libertad por países que deberían rendirle culto idolátrico, y en favor de la tiranía que los maltrató y lanzó a la conquista de la misma independencia que parece mirar en Cuba como nefasto crimen"4. Ciertamente era extraña la conducta de las naciones latinoamericanas. Sin embargo, nada puede extrañarnos si nos detenemos en el análisis de la situación imperante en el cono sur a finales del siglo XIX. Primeramente, se había dado un cambio elocuente en los sistemas de gobierno. La oligarquía agroexportadora, integrada en su mayoría por terratenientes y comerciantes vinculados al capital extranjero, había afianzado su poder económico. El mercado interno ya estaba saturado. Para continuar con su crecimiento económico esta oligarquía necesita de nuevos métodos. Métodos que solo obtendrá consolidando definitivamente su posición como aliada de las potencias desarrolladas, ya abocadas en su fase imperialista. De aquí se deduce que ya los gobiernos reformistas liberales no satisfacían sus apetencias económicas, por lo que provocan su caída y la sustitución por regímenes de corte conservador. Para estos es primordial reanudar las relaciones diplomáticas y comerciales con España, así como, mantenerlas con Europa y los Estados Unidos. Junto a ello, causan el agotamiento del espíritu independentista; que hace crisis por el inicio atemporal del proceso revolucionario cubano -más de 70 años después que el grueso de las independencias latinoamericanas-, lo cual, sin dudas, contribuyó a la represión de las tradiciones democráticas continentales. A todo ello debemos agregar la situación particular propia de cada uno de estos países. La precariedad de sus economías les impedía prestar atención a otra cosa que no fuera cómo mantenerlas a trote existiendo, además, peligros constantes de enfrentamientos con sus vecinos en los cuales, casi por tradición, España actuaba como potencia mediadora. Probada está, sin embargo, la ausencia de las verdades absolutas. Existieron algunos gobiernos que, a pesar de la neutralidad esgrimida, abrigaban simpatía con la causa de los insurreccionados cubanos y lo demostraron con su actuación. Acotaremos, de todas maneras, que esta ayuda fue, ante todo, moral. En los contados casos que esta llegó a ser material, siempre -o casi siempre, para ser justos- lo hacían extraoficialmente, a título personal cuidando no comprometer ni su nombre, ni el país que representaban. Así nos encontramos con verdaderos simpatizantes de la Revolución de 1895, como el presidente de Costa Rica, Rafael Iglesias. El 25 de Marzo de 1895, Maceo, junto a otros 23 expedicionarios, embarcó desde suelo costarricense en el vapor Adirondack. Las armas de la expedición eran realmente pesadas y aún así, pasaron por la aduana como simple equipaje. Hecho que se explica, pues las armas fueron entregadas a Maceo por el General Juan Bautista Quirós, Ministro de la Guerra de aquel país, de acuerdo con un mandato de Rafael Iglesias. Otro caso especial lo constituye Porfirio Díaz, presidente de México. Desde el plan Gómez-Maceo, Martí buscaba la ayuda de este gobierno y así lo hizo patente en su viaje a este país en 1894 cuando preparaba la revolución. Luego del término de su viaje, en una carta que enviara a Gómez el 8 de Septiembre, escribió: "Personalmente, como era necesario, obtuve el auxilio de los de Veracruz; en México cuento con los dos cubanos de valía que hay hoy allí, y de alguna realidad Carlos Varona y Nicolás Domínguez; y abrí en privado, entre mexicanos de fuerza, la ayuda para mañana, y acaso para ahora, si fallase la de la persona mayor de quien como razón espero y con la cual puede pesar, para lo del momento, menos de lo que pesé -que creo que no será para poco en lo futuro-" 6 ¿A quien se refería Martí con la clave de la persona mayor? ¿Acaso Porfirio Díaz? Todo parece indicar que sí. Los escritores mexicanos Federico Gamboa y Carlos Díaz Dufoo aseguran la veracidad de este encuentro y es reiterado por el historiador Alfonso Herrera Franyuti en su obra "Martí en México". Pero más aún, aseguran que el presidente auxilió a Martí con una fuerte suma de dinero. Este hecho también fue aseverado por Porfirio Díaz (hijo) a Joaquín Fortún, cuñado de Martí, agregándole, además, que su padre había sido gran simpatizante de la revolución cubana. 7 Otro caso interesante, y a la vez contradictorio, está dado en el presidente dominicano Ulises Heureaux (Lilís). Y decimos contradictorio porque este mandatario recibió la Cruz de Honor de España en pago por sus servicios a la Corona, cuando en realidad fue gracias a él que Martí y Gómez lograron embarcar de suelo dominicano al aportar la cantidad de 2 mil pesos oro de su pecunio. También quiso detener la guerra, Lilís, con un documento salido a la luz pública en el año 1895 llamado "Prospecto de Jurado Internacional para la efusión de sangre en Cuba", y en el cual proponía la creación de un jurado de seis países para resolver el caso cubano 8. Es interesante la explicación que el propio gobernante da a su ambigua posición en la carta que enviara el 19 de febrero de 1896 al gobernador de Puerto Plata: "Usted sabe que no obstante querer uno luego más a la querida que a la esposa, tiene el deber de presentarse alegremente a la fiesta y al paseo con la última para cumplir así compromisos ineludibles (...) España es mi esposa, pero Cuba es mi querida"9. Otros elementos de menor envergadura se pueden apreciar analizando detenidamente la correspondencia diplomática de los agentes cubanos con la delegación de la revolución en Nueva York. A través de ella se puede concluir que muchos gobiernos optaron por permitir a estos diplomáticos un desenvolvimiento libre en sus respectivos países. Así, el presidente salvadoreño Rafael Antonio Gutiérrez aceptó las credenciales diplomáticas del agente cubano Joaquín Alsina. Otro tanto realizó el mandatario boliviano Severo Fernández Alonso con el enviado Arístides Agüero. Igualmente procedió Luis Cuesta, de Uruguay, con el mismo agente. De la misma manera actuó el gobernante peruano Nicolás de Piérola con el delegado cubano Nicolás de Cárdenas. Y, por último, Rafael María Merchán, Ministro cubano en Colombia, le aseguró a Estrada Palma en 1895 haber recibido una carta del presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, expresándole las más vivas simpatías por la causa cubana. Pero el caso sui géneris dentro de las manifestaciones de solidaridad hacia Cuba, lo constituye el presidente ecuatoriano Eloy Alfaro. A razón de su amistad con Maceo -iniciada en un encuentro de ambos en Perú (1888)-, Alfaro concibió la idea de enviar una expedición militar ecuatoriana a la manigua cubana en 1895. Para ello, dio las instrucciones necesarias al coronel del ejército León Valles Franco. Esta fuerza armada, empero, no pudo ser llevada a la isla. El gobierno colombiano, encabezado por Miguel Antonio Caro, negó el acceso de aquella por el único lugar con posibilidades de hacerlo: El itsmo de Panamá; y no debemos olvidar que Panamá no es todavía, en esta época, una entidad nacional propia, pues responde al gobierno de Colombia. Alfaro no se amilanó y dio un paso que lo convirtió en el único representante de un gobierno latinoamericano que reconoce oficialmente sus simpatías con la Revolución cubana. En el propio año de 1895 envió a María Cristina, regente de España, una misiva donde expone claramente que la solución para el conflicto cubano no era otro que permitir la independencia total de la isla. Pero hizo más, esbozó un plan destinado a reunir un Congreso Panamericano en México el 10 de Agosto de 1896 para formar un derecho público americano mediante el cual los países aún colonizados -entre ellos Cuba por supuesto- tuvieras un espacio para manifestarse abiertamente y por vía oficial de un plano de igualdad con la metrópoli"11. De todas maneras, estos proyectos estaban encaminados al fracaso. La mayoría de los gobiernos latinoamericanos levantaron infinidad de barreras u opusieron muchas reservas a los intentos de Alfaro. Contó, sin embargo, la revolución martiana con total apoyo de los pueblos del continente. A pesar de la indiferencia de sus respectivos gobiernos, hicieron lo posible por ayudar a los cubanos y se dieron a la tarea de recaudar fondos, organizar mítines, etc. Se logró, Incluso, que voluntarios de estos países combatieran en los campos cubanos; demostrándose, de esta manera, la sentencia martiana: "De los pueblos de Hispanoamérica, ya lo sabemos todo: allí están nuestras cajas y nuestra libertad"12.
CITAS Y REFERENCIAS. 1 -Diccionario de la lengua española. Editorial Espasa-Galpe S.A. Madrid, 1956. Pág. 686. 2-José Martí. Correspondencia con el General Máximo Gómez. Ciencias Sociales. La Habana, 1977. Pág.36. 3-Ver: "Prólogo de Joaquín Llaverías". En correspondencia Diplomática de la Delegación cubana en Nueva York durante la guerra de independencia de 1895 a 1898. Imprenta el siglo XX. Brasil, 1943. 4. Tomás Estrada Palma. "Carta a Nicolás Domínguez Cowuán", en: lbídem. Pág.51. 5-Ver. Franco, José Luciano. Maceo en Costa Rica. Ciencias Sociales. La Habana, 1978. 6-José Martí. Op.Cit. pág. 11 0. 7-Ver: Nuñez y Domínguez, José de J. Martí en México. Imprenta de la secretaría de Relaciones Exteriores. México, 1933. 8. Ver: Rodríguez Demorizi, Emilio. Martí en Santo Domingo. Gráficas M. Pareja. Barcelona, 1978. 9-Ulíses Heureaux citado por Emilio Rodríguez Demorizi, En: Maceo en Santo Domingo. El Diario. República Dominicana. Pág. 61 y 62. 10- Ver: Correspondencia Diplomática. 1 1-Ver: Santovenia. Emeterio. Armonías y conflictos en torno a Cuba. Fondo de Cultura Económica. México. 12. José Martí. "Carta a Gonzálo de Quesada". En: Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1963. Pág. 250. Tomo l.
|