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mayo-junio.año 3.No 13.1996 |
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JUSTICIA Y PAZ |
ARBITRARIEDAD:FRUTO DE LA INCAPACIDAD por Virgilio Toledo López. |
"NADIE PODRA SER ARBITRARIAMENTE DETENIDO, PRESO NI DESTERRADO". (Art. 9 Declaración Universal de los Derechos Humanos). Cuando se usa la arbitrariedad como método o actitud: ¿Existe la justicia como virtud?. ¿Estamos inclinados a obrar y juzgar teniendo por guía la verdad? ¿Se respeta a cada persona lo que le pertenece por derecho? ¿Existirá la paz como estilo de vida allí donde se usa la arbitrariedad como método o como actitud? ¿Existirá la paz y reinará un estado de tranquilidad y sosiego en el ambiente allí donde se emplee la arbitrariedad para solucionar los problemas sociales? Todos debemos velar por cualquier persona que haya cometido una violación de las leyes que sirven al hombre, para que no sea víctima de las arbitrariedades de ninguna persona, estructura o institución sin haber sido juzgada imparcialmente y se haya dictado justicia por las autoridades competentes. (Cfr. Números 35,11-12). El Papa Juan Pablo II en su Encíclica "Veritatis Splendor" nos dice: "Más allá de las intenciones, a veces buenas, y de las circunstancias, a menudo difíciles, las autoridades civiles y los individuos particulares jamás están autorizados a transgredir los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. Por lo cual, sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social, tanto nacional como internacional". (No. 97,b). La justicia por esencia tiende a establecer una igualdad equiparable entre las partes en conflicto. Es por eso que los métodos y actitudes arbitrarias no deben ser empleados nunca porque constituyen una transgresión de los derechos fundamentales e inalienable de la persona y de su pacífica convivencia familiar y social. Todo fin propuesto, por bueno que este sea, no justifica los medios que se empleen para alcanzarlo. Cuando se usa la arbitrariedad provoca que disminuya el espíritu cívico y la participación de las personas. Esta participación debe ser coherente con su propio criterio, haciendo uso, real y responsable de su libertad. Esta participación ciudadana no debe estar movida por coacción sino que debe estar guiada por la conciencia del deber. El ejercicio de la arbitrariedad, lejos de estimular a los seres humanos, los desilusiona, provocando apatía y desconfianza en ellos, lo que contribuye a forjar una creciente incapacidad para discernir los intereses particulares y tomar una acción que esté encaminada al bien común. El hombre de hoy tiene miedo de que se usen los medios inventados y creados por el tipo de civilización que vivimos y sea él mismo convertido en víctima de la opresión que estos puedan generar al limitar su libertad interna e imposibilitar que manifieste exteriormente la verdad de la que está seguro. (Cfr. Juan Pablo II. Dives in Misericordia, II. a, b). Todo ser humano tiene la obligación moral de luchar contra cualquier improcedencia que lesione la dignidad del hombre, ayudando a alcanzar un clima de justicia y paz donde los derechos del individuo lleguen a ser reconocidos y respetados en el seno de la sociedad. Este clima solamente podrá alcanzarle cuando existe una sólida e inquebrantable garantía de justa y pacífica convivencia. Por todo esto es que el fundamento y el fin de nuestro aporte a las relaciones sociales debe centrarse en la consecución del bienestar integral de la persona humana. Cuántas veces encontramos arbitrariedades que no dejan de ser caprichos o ligerezas y nos preguntamos: ¿Por qué esta persona actúa así sin razón? Este cuestionamiento debe propiciar una reflexión para determinar las causas que origina un comportamiento así y poder subsanarlo. En mi opinión la incapacidad está en la raíz misma de este fenómeno porque-: - Cuando no estamos capacitados para el ejercicio del diálogo empleamos métodos violentos. - Cuando no estamos capacitados para ser tolerantes usamos métodos que son fruto de la obstinación. - Cuando no estamos capacitados para ser flexibles en nuestros criterios y acciones, recurrimos a la rigidez de nuestro fanatismo. Si un buen ciudadano es detenido por simples sospechas de una "peligrosidad" de corte cívico o político, es decir, por tener y expresar una opinión diversa a la oficial estamos en presencia de una arbitrariedad que se llama totalitarismo político. Si un buen ciudadano es juzgado y sometido a prisión por mantenerse fiel a una ideología determinada, una creencia religiosa o a un conjunto de normas morales que lo compulsen a manifestar sus criterios, incluso a conducirse en su comportamiento fiel a estas motivaciones, estamos en presencia de una arbitrariedad con la que se abusa de la autoridad. Si un buen ciudadano es desterrado de su país o de donde halla decidido vivir sirviendo a una nación, aunque no sea la suya por nacimiento, por causa de entregarse a la construcción de una obra justa, estamos en presencia de una arbitrariedad sin apellidos. Otras pueden ser las causas de muchas de las arbitrariedades que vivimos y sufrimos hoy y las consecuencias nos llevan a la desconfianza y la falta de credibilidad en la autoridad competente, entonces sólo nos queda preguntarnos: ¿Debemos permanecer impasibles ante posturas arbitrarias? ¿Cuál debe ser nuestra actitud cívica? Ánimo, no las permitamos y sin lugar a dudas estaremos contribuyendo con nuestro modesto aporte a que este mundo nuestro sea más justo y más humano. Pinar del Río. 1996. |