mayo-junio.año 3.No 13.1996


TITÓN

por Mons. Carlos M. de Céspedes García-Menocal.

"Vivía -pudo vivir- con una palabra apretada entre los labios.

Murió con la palabra apretada entre los labios.

Echaron tierra sobre la palabra.

Se deshicieron los labios bajo la tierra.

¡Y todavía quedó la palabra apretada no sé dónde!

(Dulce María Loynaz, Poema VI, en "Poemas sin nombre").

¿Cuándo conocí a Titón Gutiérrez Alea? No podría precisarlo, pero fue en esa edad en que los pocos años que nos separan cuando somos adultos nos parecen muchos. Nos volvimos a encontrar, después de haber regresado yo de Roma, cuando ya esos años no contaban y podíamos considerarnos totalmente contemporáneos; "de la misma Quinta", como dirían en España. Titón estaba en plenitud de facultades; estrenaba "Memorias del subdesarrollo" y tras este film que sigo considerando su obra más acabada, la que menos ha envejecido (ninguna ha envejecido totalmente)- vino la letanía conocida: "Una pelea cubana contra los demonios", "La última cena", "Los sobrevivientes", etc. y, ya más recientemente, en medio de su lucha titánica contra la enfermedad y la muerte, "Fresa y chocolate" y "La Guantanamera".

Sobre el contenido de casi todas ellas discutí con Titón; caballerosas polémicas que surgían de ángulos de visión distintos acerca de la naturaleza humana, de la vida, de la Fe, de la Iglesia, de la identidad cubana, etc. Por supuesto, no discrepábamos en todo, pero sí en muchos elementos de las cuestiones abordadas. Con los años, nuestros puntos de vista se fueron aproximando, por las dos partes. ¿Cuestión de edad y de la madurez que debería siempre acompañar el progresivo "envejecimiento" físico? En muchas ocasiones, cuando la polémica adquiría temperatura elevada, sin dejar de ser amigable, Titón proponía que viéramos el film en cuestión en una salita del ICAIC para discutirlo en vivo. Esto nunca lo logramos por desajuste de nuestro tiempo disponible. Sobre "Fresa y Chocolate" y "La Guantanamera" ya no hubo desavenencias en los lentes y espejos: siempre coincidimos en afirmar la necesidad de la tolerancia en una sociedad inevitablemente pluralista y en distanciarnos de las ridiculeces de una burocracia hinchada y artificial.

Durante su enfermedad visité a Titón con frecuencia, en el hospital y en su casa. A veces, si Titón se sentía suficientemente bien, con Mirta y el joven médico que lo trataba con tanta eficacia profesional como afecto, así como con otros familiares y amigos, hacíamos una pequeña tertulia. Hacia el final, era más frecuente que permaneciéramos solos durante casi todo el tiempo. Y fueron los momentos de nuestra amistad en que la palabra apretada de Titón me dejó entrever, más que nunca antes, sus cuestionamientos interiores, sus preguntas sin otra respuesta que el silencio, su esfuerzo por adecuar su ser y su quehacer a ese silencio. Sin menoscabo de la discreción obligada, creo que puedo testimoniar la honestidad de toda la obra de Titón, reflejo de los enturbamientos con los que cargó a cuestas: de certidumbres que en un momento determinado creía alcanzar, seguidas y perseguidas por nuevos puntos de interrogación, por nuevas imágenes percibidas en el estanque. Esas imágenes de las que no podemos afirmar si nos acercan a la realidad objetiva o nos distancian de ella, como si de espejismos se tratara.

Visité a nuestro Titón, por última vez, el sábado 13 de abril, o sea, tres días antes de su viaje definitivo a la Luz indeficiente que le aclararía los enigmas indescifrables. Había estado en coma el día anterior, pero esa mañana gozaba de una lucidez casi inverosímil dado su estado. Hablamos. Guardamos silencios prolongados. Cuando llegó el momento de marchar, le dije que dos días después saldría hacia New York para participar en un Forum sobre el Padre Félix Varela, en el que tenía una ponencia. Le dije: "Titón, espérame; estaré fuera solamente diez días". "No, Carlos Manuel -reaccionó enseguida- pídele a Dios que me libere pronto de estos bártulos -y con un gesto señaló su cuerpo- porque ya no puedo más. En una conversación anterior me había dicho: "Sólo el amor y la ternura con que Mirta rodea todo esto me permiten soportar."

Ya Titón vive la plenitud de la existencia en la otra orilla, en la Vida. Si errores y faltas tuvo, como toda persona humana, más que suficiente "purgatorio" fue su prolongada enfermedad encarada con paciencia y fortaleza dignas, sin que se aliviara con engaños: siempre supo lo que se le venía encima y, paulatinamente, día tras día, lo fue interiorizando, con su acostumbrada reserva acerca de sus asuntos personales, "con la palabra apretada entre los labios".

Los críticos ya han escrito y continuarán escribiendo durante mucho tiempo sobre la obra cinematográfica de Titón. Nosotros, los amigos, se la agradecemos con la plusvalía que les otorga a sus películas el haberlo conocido y haberlas podido discutir con él, que sabía como traducir en imágenes, sobre la pantalla, su caudal de cuestiones estimulantes. Y así, con su peculiar estilo, desperezó tantas veces nuestra materia gris y recalentó nuestro corazón.

 

La Habana, 11 de mayo de 1996.