mayo-junio.año 3.No 13.1996


RELIGIÓN

¿POE QUÉ LA IGLESIA SE METE EN POLÍTICA?

por P. Manuel H. de Céspedes García Menocal.

Es una vieja pregunta que con frecuencia responde al implícito de que la Iglesia se ocupe sólo de orar, de prestar servicios asistenciales y espirituales a ancianos y enfermos y de enseñar el catecismo en los templos. Esta pregunta de vez en cuando vuelve a surgir. Es por eso que me decidí a escribir estas líneas para los lectores de VITRAL.

Lo que aquí expongo fue presentado hace varios años en la Biblioteca Diocesana P. Jaime Manich en varios encuentros sobre Doctrina Social de la Iglesia a cuyos participantes recomendé la lectura de los libros que aparecen aquí al final como bibliografía para los que deseen "meterse" más en este asunto.

Toda persona humana tiene una irrenunciable vocación comunitaria, y desarrolla todas sus potencialidades gracias a las relaciones que ejerce en la vida pública. La vida pública comprende lo familiar, lo profesional y lo cívico. El hombre ha sido definido como "animal político", y el hombre continuamente ejerce una actividad política. Por ello, y en sentido amplio, política se denomina a toda actividad de quien vive en comunidad y no puede subsistir solo. En definitiva, la política es el ejercicio en la vida pública de los derechos y de los deberes humanos.

Sin embargo, la denominación política recibe también un sentido complementario: el conjunto de actividades que tienen por objeto la conquista del poder. Incluye, por tanto, el acto de poder de unos sobre otros.

Hay quienes consideran la política como actividad contraria a la moral cristiana por su realización a veces viciosa, y ven al político como una persona que entra en el juego sucio de la mentira, del engaño, de la manipulación y del enriquecimiento fácil. Esta situación, que ciertamente puede darse y de hecho se da, plantea la necesidad de fundamentar éticamente la política.

Para esta fundamentación ética hay que considerar la vinculación que debe existir entre la actividad política de la persona y su conciencia. En definitiva la actividad política procede de la persona libre que juzga con sinceridad la conducta a seguir en la comunidad cívica para conseguir el bien común. En la intimidad de su conciencia la persona se da cuenta de si determinada conducta corresponde o no a la interiorización de un valor ético, si obra con sinceridad y coherencia en las relaciones interpersonales.

En el marco del carácter ético de la política hay que recordar la vinculación de la actividad política con los valores trascendentales libremente aceptados. Esta conexión entre política y trascendencia se da a un doble nivel: a un nivel humano, cuando la trascendencia se limita a los valores suprapersonales o de grupo, como sucede con el amor a la Patria; y a un nivel religioso, cuando el creyente contempla la voluntad de Dios en el cumplimiento de sus obligaciones cívicas o compromisos políticos. Bien interpretada y vivida, la política sintetiza el servicio a la propia nación y la obediencia a Dios en las exigencias de la justicia social (cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (GS), 73-76).

La respuesta a la pregunta que encabeza estas líneas tiene como eje el concepto y la realidad de la salvación que es la responsabilidad y encargo, función y misión de la Iglesia. Ciertamente la salvación se consumará en el mundo futuro que esperamos, pero se prepara ya en esta historia humana de individuos y de pueblos. La intervención de Dios en la historia humana hace de esta historia una historia de salvación. Todas las acciones de los hombres en este mundo, todas sus decisiones en todos los ámbitos de la vida humana, sea en la interioridad de la conciencia, sea en la exterioridad de la política, les servirán para su salvación o condenación: "Todos hemos de comparecer a descubierto ante el tribunal de Cristo para recibir cada uno lo que mereció en la presente vida por sus obras buenas o malas" (2Co 5,10). Así pues, en la actividad política también se juega la salvación.

La obra de Cristo es un llamado eficaz a la comunión plena con el Padre y por ello mismo tiene repercusión desde ahora mismo en la historia.

El centro de mensaje de Cristo es el Reino de Dios. Reino de vida, amor, verdad, paz, justicia, libertad. "El Reino de Dios está cerca" (Mc 1,15), nos dice Jesús al comenzar su predicación. Y en San Lucas encontramos la precisión del contenido de este anuncio: "El Espíritu del Señor está sobre mí por el que me consagró para anunciar la Buena Nueva a los pobres, me ha enviado a predicar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19).

La salvación en Cristo da su sentido último al conjunto de la historia humana y la lleva más allá de ella misma. La relación Reino de Dios e historia humana es un tema mayor en teología. El acontecimiento bíblico del Éxodo ayuda a comprender adecuadamente esta relación. La Instrucción de la Congregación de la Doctrina de la Fe sobre "Libertad Cristiana y Liberación" (LC) en el No. 44 dice: "El acontecimiento mayor y fundador del Éxodo tiene su significado a la vez religioso y político". Las dos vertientes, la religiosa y la política, están presentes; una no quita a la otra.

El sentido final del Éxodo está en el llamado que Dios hace a su pueblo para que entre en plena comunión con El. Dios convoca al pueblo no sólo para dejar Egipto, sino también, y sobre todo, para guiarlo hasta la tierra prometida en la que se podrá forjar una sociedad libre de la miseria y de la alienación. En todo el proceso el hecho religioso no aparece aparte, sino que el - hecho religioso aparece como el sentido profundo de toda narración. El hecho religioso es la raíz del dislocamiento introducido por el pecado, la injusticia, la opresión. Dios libera políticamente a su pueblo para hacerlo una nación santa (cfr. LC 44). La liberación política y social que implica la salida del pueblo de la esclavitud vivida en Egipto hace ver la globalidad y los alcances del llamado que Dios hace a su pueblo para vivir en comunión con Él, para vivir la Alianza con Él.

Hay un pasaje luminoso de Pablo VI que nos ayuda a ver bien la compleja historia humana. Se trata del No. 21 de su encíclica Populorum Progressio (PP) que trata del desarrollo integral. Allí se plantea el desarrollo integral como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas. Dice Pablo VI: "Menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Desde esta situación infrahumana hay que orientarse hacia las condiciones más humanas.

"Más humanas :el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento de la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento por parte del hombre de los valores supremos, y de Dios que de ellos es la fuente y el fin".

Así pues, para una sociedad humana y justa se exige la eliminación de la miseria y se exige el derecho a tener lo necesario para vivir; pero también deben ser promovidos la dignidad humana, la voluntad de paz, el sentido ético, la apertura a Dios.

Y continúa Pablo VI: "Más humanas por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres y la unidad en la caridad de Cristo , que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres". Pablo VI califica como "más humanas y especialmente" a la fe, a la caridad y a la filiación adoptiva en la medida en que estos dones de Dios son acogidos libremente por el hombre. Esto no significa una reducción a lo humano de lo que es gracia de Dios. Se trata de un viejo tema cristiano: la verdadera plenitud humana no se da sino en la elevación al orden de la gracia. Pablo VI presenta los diferentes momentos en una honda continuidad y unidad.

Esta perspectiva unitaria se presenta también en la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968: "Es el mismo Dios quien en la plenitud de los tiempos envía a su Hijo para que hecho carne venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a las que los tiene sujeto el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano" (Justicia No. 3). Con este texto los obispos en Medellín enfatizaban los alcances sociales de la salvación de Cristo. Esto es presentado con toda claridad en LC 80: "La obra de la salvación aparece, de esta manera, indisolublemente ligada a la labor de mejorar y elevar las condiciones de la vida humana en este mundo".

Todo esto nos permite ver que estamos ante diferentes niveles de un proceso único y complejo que encuentra su sentido profundo y su realización plena en la salvación de Cristo. Cristo nos salva del pecado y nos hace entrar en comunión con Él. Los cambios sociales son importantes, pero insuficientes en la óptica cristiana.

Esta perspectiva de unidad sin confusión de niveles fue subrayada en Medellín: "Sin caer en confusiones o en identificaciones simplistas, se debe manifestar siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre; entre la historia de la salvación y la historia humana; entre la Iglesia, Pueblo de Dios, y las comunidades temporales; entre acción liberadora de Dios y la experiencia del hombre; entre los dones y carismas sobrenaturales y los valores humanos. Excluyendo así toda dicotomía o dualismo en el cristianismo. (Catequesis No. 4).

Esta perspectiva unitaria nace del carácter global del amor de Dios que no puede afectar sólo un sector de la vida humana. Eso sería una concepción estrecha de la vida. Por eso dice LC 60: "Conviene ciertamente distinguir bien entre progreso terreno y crecimiento del Reino, ya que no son del mismo orden. No obstante, esta distinción no supone una separación, pues la vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que confirma su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para desarrollar su vida temporal".

No hay, pues, una historia de la naturaleza y otra de la gracia, sino que la relación entre el llamado de Dios y la respuesta libre del hombre se da dentro de una sola historia cristofinalizada. Al respecto se afirma en LC 80: "La distinción entre el orden sobrenatural de la salvación y el orden temporal de la vida humana, debe ser vista en la perspectiva del único designio de Dios de recapitular todas las cosas de Cristo". A esto también se refiere GS 45.

Así pues, el Evangelio de Jesucristo que la Iglesia anuncia tiene que ver con todos los aspectos de la historia que los hombres vamos construyendo. No se trata de un mensaje que fomenta una espiritualidad que poco o nada tiene que ver con el quehacer cotidiano, Por eso "la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y asumen sus cargos para servicio de todos... Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política... procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal".(GS 75).

También en otro documento del Concilio Ecuménico Vaticano II se dice de modo similar: "Que los católicos competentes en materia política, afirmados como conviene en la fe y en la doctrina cristiana, no rehusen la gestión de los negocios públicos" (Decreto sobre el Apostolado de los Seglares (AA), No. 14).

La vocación política es un. gran servicio. Y este servicio incluso puede considerarse como servicio a Dios, servicio en el cual se resume la respuesta activa del hombre al llamado de Dios. De ahí la afirmación de Pío XI: "El campo de la política... es el campo de la más vasta caridad, la caridad política" (18 de diciembre de 1929).

Por lo tanto, la Iglesia debe poner al alcance de todos su enseñanza de principios del ámbito político. La Iglesia debe crear espacios de diálogo, oración, reflexión y comunión eclesial entre los cristianos de diferentes corrientes ideológicas; debe promover vocaciones políticas en el laicado respetando su autonomía en acciones temporales concretas. "Los laicos cristianos tienen como misión propia la participación en la acción política, de acuerdo con su conciencia iluminada por la fe. Los pastores ayudarán a los laicos a discernir, a la luz del Evangelio, las realidades temporales, respetando las opciones de cada persona" (ENEC 421).

La Iglesia tiene la gravísima responsabilidad de ayudar a formar políticamente a todos sus miembros para que cada uno asuma, desde su propia situación, la obligación de servir a la comunidad , servicio que para algunos puede incluir reunirse libremente en agrupaciones o partidos políticos para renovar evangélicamente la política vigente, y para buscar, obtener, mantener y ejercer el poder político.

Nada humano es ajeno a la salvación de Cristo. Por eso nada humano es ajeno a la evangelización que es el quehacer de la Iglesia. Nada humano, ni aún la política.

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