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mayo-junio.año 3.No 13.1996 |
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MEMORIA CULTURAL |
UN PREDILECTO DEL OLVIDO: SEMBLANZA DE UN SABIO VUELTABAJERO. por José A. Quintana de la Cruz. |
Aparentemente, aquel día fue muy parecido a los anteriores. La
naturaleza estaba ahí, bullendo inadvertida, con esa falsa calma, diríase apócrifo
quietismo, conque lo muda todo y lo acaba todo transformándolo. Rojas serventías entre
los imponentes verdes de los cafetales, los sembradíos de frutos menores y los
pastizales, el zumbido de un enjambre, una soez imprecación y el aguijón de una vara
despabilando una lenta yunta de bueyes; el cielo azul y las palmas... La gente viviendo,
cada cual la vida que le tocó en suerte, de la misma forma en que había vivido el día
anterior. Quizá, la única novedad en los campos vueltabajeros aquel día 3 de Setiembre
de 1808, fue el llanto de un recién nacido en el partido de San Marcos, jurisdicción de
Guanajay, en un cafetal cuyo nombre parece simbolizar una derrota de la ignorancia:
Waterloo. ¿Qué sucede en el mundo, en el físico y en el moral, cuando nace un genio?
Nada. Al menos, nada puede ser percibido. ¿Nada?
Los primeros años de la vida del pequeño transcurrieron en el escenario natural en que nació. Allí, en contacto diario con la naturaleza, convirtió, en datos exactos que archivó en los registros del espíritu, las sensaciones que sus sentidos vírgenes recibieron del ambiente: olores, gratos o desagradables; colores, de la amplísima gama de la policromía tropical; asperezas; suavidad; soledades; silencio; la musicalidad del viento y de la fauna; la necesaria crueldad de la selección natural. Las emociones prístinas se le formaron, al menos aquellas que se crearon a partir de su interlocución con el mundo natural, sin la intermediación de otros filtros que no fueran sus órganos sensoriales y su propia inteligencia. No asistió a lo que hoy conocemos por escuela primaria. Su propia madre lo enseñó a leer y a escribir, y satisfizo y alentó sus primeras curiosidades e inquietudes. Quizás aquella madre buena, sin saberlo, o sospechándolo a la manera en que presiente el alma de las madres, hizo, con la ternura y las primeras letras, una segunda siembra en el espíritu de su hijo. La primera fue obra del amor: estaba en los genes del niño. Pudiera parecer que fue una fatalidad para el muchacho de nuestra historia, el no haber asistido a la escuela, o mejor dicho, a un lugar dónde se brindara la enseñanza en forma institucional, ajustada a normas y reglamentos; a programas oficiales y a disciplina. Sin embargo, tal vez fue lo mejor que pudo haberle sucedido. Si pensamos como Jagot y Duchiez, "en los primeros años de escuela, el niño es arrancado de sus instintos de observación, mediante los cuales trata de organizar su micro-mundo y asimilarse las cosas y sus aparentes relaciones por una objetivación sensorial de sus cualidades físicas. La escuela le impone, por su propia autoridad, un sistema de representaciones verbales adulterantes de la realidad... a menudo la palabra idealiza lo real con no se sabe qué de una luminosidad ficticia; adultera los contornos y confiere al objeto una extensión enteramente verbal". Obviamente, esto no le sucedió a nuestro héroe, el cual pudo henchirse de formas, texturas y colores, a su antojo y según su propias experiencias. Cuando en 1823, en la primavera de los veinte años, recibió con alguna sistematicidad lecciones de Matemática, Gramática y Latín, impartidas por el agrónomo cubano José María Dau, ya no era un talento emergente, y aunque aún desconocido, tenía en el alma la impronta del mundo contemplado, vivido y pensado, y abundantes lecturas hechas. En este momento la palabra, don que recibió en abundancia, le sirvió, dicho sea con frases de los referidos autores, de "fermento y trampolín para las investigaciones del conocimiento, y de apoyo y fuente de enriquecimiento para su ideación... lima... y pulimento para la idea"... La Sociedad Económica de Amigos del País organizó un certamen acerca de las formas de cultivo del café, así como de las enfermedades que agredían a esta planta. ¿Quién fue el ganador? Un desconocido; un joven que con su "Memoria Sobre el Cultivo del Café", se abría, como socio de mérito de la institución, las puertas de la sociedad y entraba por indiscutible derecho a formar parte de la comunidad científica cubana de la primera mitad del siglo diecinueve. Se trataba del mismo joven que, habiendo logrado hacerse agrimensor bajo la orientación de su tío Marcial, se convirtió por su sabiduría teórica especializada y provechoso quehacer práctico, y según el criterio del geógrafo Pichardo, en el padre de la Topografía del occidente cubano. En las sesiones y tertulias de la Sociedad Económica de Amigos del País se codeó el joven arribante con las consagradas luminarias de las artes y las ciencias cubanas. Amigo fue de Poey; de Pichardo; de Colcagno y de Bachiller. Todos se admiraban de su erudición, de su extrema sencillez y de su poder de convencimiento. Se hacía entender con rapidez y agrado. Tenía la palabra exacta, llana y cautivadora de los grandes oradores. Sin embargo, se sabe que no estudió oratoria. La magia de su verbo no residía en los artificios de la palabra preciosista, hilvanada en elucubraciones cerebrales. ¿Cuál era el origen de su elocuencia? Los antiguos decían que el corazón hace la elocuencia: Pectus est quod disertos facit. Ahí debió estar, seguramente, la ubre de que manaba su palabra encantadora. La gracia del verbo y la conquista de las primeras posiciones de la fama, le abrieron el camino de la publicidad y de las publicaciones de la época. Escribió mucho y acerca de muchos y muy distintos asuntos. La notoriedad que logró en aquellos años es la extraña antítesis del pertinaz olvido conque "pasó a la posteridad". Fue colaborador de la "Revista de la Habana"; de los periódicos "El Siglo", "El Labrador" y "La Habana"; así como de "Las Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País". Cultivó el ensayo, tanto en la vertiente económica como en la de las ciencias naturales o la lingüística. Hizo versos; cuentos; artículos y reportajes. Redactó, asimismo, opúsculos didácticos e históricos. En su abundantosa producción científica, aparte del mencionado trabajo sobre el café y el levantamiento topográfico de Pinar del Río, aparecen varias obras de Agrimensura; un completo estudio técnico-económico sobre el tabaco; una memoria sobre la vida de las bibijaguas y un trabajo sobre peces ciegos que vivían en cuevas habaneras. Escribió una memoria sobre el sistema métrico decimal, que aparte de probatoria de erudicción y espíritu práctico, tuvo la virtud de construir un alegato en pro de la utilización de este sistema de medidas como único en la Isla. También se adentró, éste hasta aquí innombrado sabio, en los predios de la economía con la creación de una inconclusa obra titulada "Economía Política con Aplicación a la Isla de Cuba". Supo de lenguas, y no poco. Tradujo a Voltaire y a Camoens, y dejó inconclusos sendos diccionarios sobre el idioma de los siboneyes y los dialectos africanos. Urgó en las fuentes del idioma español y teorizó al respecto. Dominaba el Inglés, Francés, Portugués, Italiano, Griego y Latín. Dicen que hablaba Congo y Carabalí. Estudió el Hebreo, el Chino y la lengua Azteca. Gustaba de leer obras literarias o científicas en la lengua en que fueron originalmente escritas; así recibía, de primera mano, con frescura virgen, el caudal de emociones y conceptos que de otra forma le habrían llegado adulterados por la mediación. Reportó, en substanciosos artículos, las fortalezas militares de la Habana. Dejó, en policromadas crónicas, los retratos de los Castillos de la Fuerza y la Cabaña, así como del interior de la Catedral habanera. También trató sobre antigüedades góticas, en un artículo que confirma la extensión de su cultura. La variedad de temas que abordó con seriedad este increíble polifacético talento, incluye un pequeño tratado sobre educación elemental y un folleto sobre el arte de la taquigrafía. También, de su espíritu tímido, a la par romántico y lógico, brotaron la poesía y la descripción poética de su Vueltabajo. Así, en 1838, publicó "Cartas a Silvia", que fue como un mosaico de juicios, descripciones y apreciaciones sobre la geografía, la flora y la fauna del Pinar del Río de entonces, escrito en lenguaje de llana belleza. Habló allí del Cuyaguateje; de los pinares de Caiguanabo; del Cerro de Cabras y del Pan de Guajaibón, a donde él mismo trepó una vez acompañando a su tío don Marcial, y desde donde, seguramente, sintió la fascinación conque la montaña cautiva a quien la domeña; el Guajaibón, "cuya soberbia frente -escribió- está siempre más alta que las nubes y desde la cuál verás toda la Vueltabajo debajo de tus plantas". La poesía propiamente dicha, la dio a conocer en versos dedicados a "Laura", dama cuya existencia algunos han puesto en duda, y que, como quizás no existió o no existió como causa real del amor del poeta, no logró convertirse, a juicio de este redactor, en estro notable. Su interés totalizador accedió a la pintura. Reprodujo seis escenas de historia sagrada en sendos cuadros de madera a base de sus colores naturales. El Obispo de Espada, que como alguien dijo "tenía el ojo atento", apreció las reproducciones en su valía, las envió a Europa y remitió al autor quinientos pesos. Los que han estudiado la vida del personaje de quien hablo, han dicho que pueden atribuírseles los títulos de polígloto, filólogo, crítico, agrónomo, matemático, historiador, orador, poeta y publicista. Quizás algunos más, como los de agrimensor e ictiólogo. ¿Cómo es posible que figura tan conspicua haya permanecido prácticamente ignorada durante casi dos siglos? Una desconocida ensenada lleva su apellido, y una escuela de agricultura ostenta su nombre. En una ocasión leí un artículo sobre él en la prensa. Una vez; sólo una. Hace poco, leyendo una conferencia de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García Menocal en la que, en algún pasaje, elencaba a los cubanos relevantes del siglo XIX, me percaté de que no mencionaba a este sabio. En su tierra se le conoce poco. No es popular en la memoria ciudadana. ¿Por qué? Tal vez hizo muchas cosas; demasiadas. Tal vez ninguna cuya originalidad e impacto socio-económico haya obligado a la posteridad a abrirle crédito imperecedero. Tal vez, como Aristóteles, quiso hacer el inventario de los conocimientos de su época, pero no pudo. Dejó importantes obras inconclusas. Tal vez estimuló en exceso su intelecto en el quehacer diverso y complejo que emprendió. ¿Tendría ese agotamiento de las reservas de sensibilidad que santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz denominaron "noche del alma"? ¿Se borraría la huella de su coloquio infantil con el mundo? Hizo bastante, y todo lo que hizo fue útil y bello. ¿Por qué el recurrente olvido? Dicen que no fue patriota; que aceptó a España; que no necesitó la independencia. A esto atribuye el profesor pinareño Armando Díaz Bravo, que la presencia del sabio no sea definitiva en el recuerdo colectivo. Es posible que así sea. El pueblo cubano ha sido siempre muy sensible cuando se trata de la libertad y la independencia de la Patria. Si así es, constituye ese olvido, además, una admonición histórica para los que se distancian del amor patrio. Hay cosas inexplicables, como los olvidos que, cuales pátina irremovible, se aferran, contradictoriamente, a la memoria de los pueblos. ¿Qué sucede en el mundo físico cuando muere un sabio? Nada. Al menos nada parece haber ocurrido en San Antonio de los Baños aquel 28 de mayo de 1866, en que murió nuestro héroe. ¿Nada?... Pero parece que un sutil temblor telúrico les recuerde a las almas que la memoria colectiva está incompleta, y que por el resquicio originado por la reiterada omisión, rueda una lágrima acusadora. De todos modos, tengamos fe en que el grande hombre ocupará su sitio histórico establemente, con la naturalidad a que su obra le da derecho. Creo que fue Bergson el que dijo que "la fe hace el hecho". Así sea. NOTA: El sabio pinareño cuyo bosquejo biográfico acabo de hacer, se llama, casi se me olvida decirlo, don Tranquilino Sandalio de Noda y Martínez. |