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enero-febrero.año2.No11.1996 |
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EDUCACIÓN CÍVICA |
CIVILIZACIÓN CONTRA BARBARIE por Dagoberto Valdés. |
No voy a referirme a la obra de Sarmiento ni a la discrepante apreciación de Martí sobre aquella manera de concebir el mundo. Quisiera reflexionar sobre un aspecto de la educación cívica que muchas veces se ha dejado a un lado y que infelizmente se le ha llamado "educación formal". Como en el mundo de hoy las formalidades vacías y rutinarias están en desuso, nos parece que la educación, toda ella, también está pasada de moda. Tengo la impresión de que los lectores al enfrentar este tema pudieran considerarlo de menor importancia al lado de aquellos que han tratado asuntos medulares de la convivencia social como la democracia, el ejercicio del criterio, la doble moral o el proyecto cívico de José Martí... Pero es tan grave ya este asunto, que no logro postergarlo más debido a que, cotidianamente, a cada paso, por las calles, centros de trabajo, parques, tiendas y ¡hasta en escuelas e iglesias!, me encuentro con que la barbarie de las costumbres invaden el terreno baldío, o en barbecho, de la vida civilizada.
¿POR QUÉ NOS MALTRATAMOS?... SOMOS PERSONAS. En efecto, podemos comprobar que crece el "maltrato" que nos dispensarnos gratuitamente, sin mayor cargo de conciencia: una madre que arrastra a empellones a su hijita de menos de tres años que no logra ir a su paso; personas que atropellan a otras al subir a un carro, al pasar por una puerta, transitar en bicicleta...; maestras que sin el menor pudor gritan, o mejor dicho, vociferan frente a la cara despavorida de un niño de primaria. ¡Ay, si mi maestra de primer grado, la señora Hilda Hernández, o la profesora Rina Malo; o el exigente Eloy Gálvez o la insigne Moravia Capó...o cualesquiera de aquellos maestros y profesores que marcaron una época de gloria en nuestra enseñanza (que era verdaderamente educativa) vieran esto! ¿Por qué nos hemos acostumbrados a "montar" en camiones, rastras y hasta en jaulas de ganado como la cosa más natural? Ya sé que no hay transporte público normal. Pero me pregunto, ¿por qué nos hemos acostumbrado a tan malos tratos? y a propósito, ¿por qué hay combustible y piezas para automóviles y camiones y no para los ómnibus? Nos acostumbramos al maltrato, pudiera ser una de las respuestas.
LO CORTÉS NO QUITA LO VALIENTE. Y la barbarie se nos ha metido tan adentro que consideramos la cortesía como una debilidad de carácter, o como un rezago del pasado, o como "costumbres burguesas", como nos inculcaron tantos años en nuestro sistema de enseñanzas y en las organizaciones de masas. Decir: "por favor", "muchas gracias", "con su permiso", tratar de "usted" a las personas mayores, ceder el paso a las señoras, dar trato cortes a los enemigos, no atacar a las personas a los que no piensan como nosotros, dar la cara cuando se nos discrepa y no tender trampas y rumores por detrás, dar un trato cariñoso y firme con los niños... todo ello mejora nuestra vida cotidiana y no nos permite asfixiarnos en un mar de groserías y malas palabras. La cortesía, que ahora se intenta rescatar, cuando la dureza del trato asombra a los mismos que la indujeron como signos de los fuertes, las formas del trato educado y elegante es y ha sido siempre señal de los valientes, de las almas grandes, de los mejores, de los más humanos, eso quiere decir magnanimidad: tratar a los demás con "grandeza de alma".
CUANDO EL CORAZÓN HABLA CONTRA BARBARIE La magnanimidad está casi ausente de nuestra sociedad: la miseria humana, los intereses rastreros, las envidias sin control, la bajeza de intenciones hacen de nuestra vida una competencia hacia lo peor, hacia lo más bajo. Todo el que levanta la frente se queda solo. Debe llegar el tiempo en que ensanchemos nuestra alma para ver con orgullo que los altos ideales, aunque cuestan, valen. Y son patrimonio de todos y debemos destacarlos y no mancillarlos con maltratos y con injurias que suenan más a juego sucio que a relaciones humanas. Cultivar la dignidad es el mejor remedio para evitar que la tierra virgen de los niños y jóvenes sea invadida de la mala hierba de las groseras actitudes que empequeñecen el alma.
EDUCACIÓN FORMAL NO: EDUCACIÓN. Eso, a mi juicio, es uno de los errores de concepto en la educación cívica de los ciudadanos: No se trata de formalidades, ni de reglas de actuación, ni de afectaciones hipócritas. Se trata de humanizar y adecentar la vida. No es, pues, educación formal, es educación... y punto. Todos hemos sido víctimas de una educación violenta y grosera que dejaba para las clases y objetivos de la "educación formal" lo que debería ser conducta cotidiana y ejemplo a seguir en la figura de padres y maestros. Cuántas veces he oído decir que si un niño aprende a ser cortés se convertirá en un niño demasiado "fino". Luego esos mismos padres se preguntan por qué serán tan groseros, porque serán violentos y duros hasta con sus propios padres. Es que como decía Máximo Gómez, los cubanos o no llegamos o nos pasamos. Ser educado, es vivir plenamente nuestra condición humana y es reconocer y respetar la dignidad de los demás. Pobre de una sociedad donde la educación, la cortesía, la amabilidad, la urbanidad, sean temas de "gente fina". Pobre de la sociedad donde la magnanimidad y los altos ideales, la caballerosidad y la decencia sean rasgos del pasado. Pobre de la sociedad indecente y burda porque va camino de la violencia. ¿Cuándo aprenderemos que la hidalguía no es bobería? Es dignidad. ¿Cuándo aprenderemos que la decencia no es debilidad? Es virtud. ¿Cuándo aprenderemos que la cortesía no es hojarasca? Es raíz. Eso necesitamos los cubanos: raíz, virtud y dignidad.
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