REFLEXIONES |
EL DIÁLOGO Y LA TOLERANCIA por Luis E. Estrella Márquez |
Diálogo e intolerancia son dos formas antagónicas de comportamiento humano. La primera, favorece positivamente las relaciones humanas, enriquece el mundo espiritual del hombre, constituyéndose en factor insustituible de su progreso constante. La segunda, es un obstáculo irremediable para la concordia y el entendimiento. En nuestra historia encontramos numerosos ejemplos en que diálogo e intolerancia han condicionado, para bien o para mal, los derroteros de nuestra nación. Sin embargo, debemos destacar la prevalencia de la opción por el diálogo y la tolerancia en los forjadores de nuestra historia. Sin pretender un análisis abarcador de nuestra historia, permítasenos exponer brevemente algunas reflexiones de tres importantes figuras de épocas históricas que fueron decisivas para nuestra patria. Son ellas: Félix Varela (1787-1853), quien nos enseñó primero a pensar, Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), iniciador de nuestras luchas por la independencia y forjador de la República en armas, y José Martí (1853-1895), apóstol de nuestra independencia. Los tres predicaron el evangelio de la justicia, de la tolerancia, del respeto a la sociedad y a la libertad de los hombres. Félix Varela, en sus Observaciones a la Constitución Política Española nos recuerda que "el hombre tiene derechos imprescriptibles de que no puede privarle la nación, sin ser tan inicua como el tirano más horrible"1 porque para él la libertad" consiste en practicar lo que la sociedad no tiene derecho a impedir"2. Considera como un error funestísimo aspirar a una conformidad absoluta en las opiniones y se cuestiona "¿En qué país, en qué ciudad, en qué familia puede hallarse esa absoluta conformidad de ideas, cuando se trata de objetos de infinitas relaciones y que excitan infinitos intereses?"3. Para Varela los males inevitables disminuirán "tanto más cuanto mayor fuese el empeño de los hombres sensatos de uno y otro partido en reunir los ánimos por el vínculo de la necesidad y del común peligro. Todas las declamaciones son inútiles; todas las invectivas son perjudiciales. Pensar como se quiera y operar como se necesita, es la máxima que debe servir de vínculo"4. Varela nos da un ejemplo personal de tolerancia y sensatez cuando al preguntarse a sí mismo sobre la necesidad de esperar las tropas de Colombia o México para un cambio político en la Isla responde: "en mi opinión no, en la de muchos sí; y como en casos semejantes conviene operar con la opinión más generalizada, si ésta fuese, yo contra la mía me conformo a ella"5. Carlos Manuel de Céspedes, días antes del levantamiento del 10 de Octubre proclama: "profesamos sinceramente el dogma de la fraternidad, de la tolerancia, y de la justicia, y considerando iguales a todos los hombres, a ninguno excluimos de sus beneficios; ni aún a los Españoles, si están dispuestos a vivir en paz con nosotros"6. Más tarde, en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la isla de Cuba, proclamaba los venerables principios de su lucha: "nosotros creemos que todos los hombres somos iguales: amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles residentes en este territorio" y más adelante, demandaba la "religiosa observancia de los derechos imprescindibles del hombre"7. Por su parte José Martí, en las Resoluciones aprobadas para el Partido revolucionario Cubano expresaba: "la organización revolucionaria no ha de desconocer las necesidades prácticas derivadas de la constitución e historia del país, ni ha de trabajar directamente por el predominio actual o venidero de clase alguna; sino por la agrupación, conforme a métodos democráticos, de todas las fuerzas vivas de la patria; por la hermandad y acción común de los cubanos residentes en el extranjero: por el respeto y auxilio de las repúblicas del mundo, y por la creación de una República justa y abierta, una en territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para bien de todos"8. En 1892, al referirse a su elección como Delegado del partido revolucionario Cubano, Martí expresa importantes ideas de su pensamiento civilista, democrático y tolerante. Se pronuncia por una "franca concordia, sin amaños ni reservas, entre los elementos diversos de nuestra población" y "por llevar al espíritu de la Revolución y sus métodos la concordia, abnegación y respeto mutuo que han de salvar la República". "Acepta orgulloso el oficio de Delegado porque arranca espontáneo de los cubanos todos, porque nace de aquella democracia que consiste más en permitir a todos la expresión justa, que en aspirar sin medida, porque no trae en sí la mancha de un solo derecho de hombre desatendido o coartado; porque es el símbolo visible de la unión de los cubanos de todas las procedencias, porque obliga al acuerdo constante, cordial y esencial, porque establece la práctica fecunda de allegar, para la obra común del país, con alma magnánima, a los hombres de opuestas simpatías y pareceres y méritos rivales"9. La fuerza de su partido es esa "que en la obra de todos, da derechos a todos. Es una idea lo que hay que llevar a Cuba, no a una persona"10. En la doctrina martiana el necesario consenso de todos, sin exclusión es una idea permanente expresada de diversas maneras y en diferentes contextos. En relación con el concepto de patria Martí nos señala: "Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones", "es la suma de los amores todos", "es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas", y su libertad está "en el trato afectuoso y el ajuste de intereses de todos sus hijos". Por eso, "la patria es de todos, y es justo y necesario que no se niegue en ella asiento a ninguna virtud". Para Martí "todo lo de la patria es propiedad común y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya nacido en Cuba. La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo y capellanía de nadie"11. Como se puede apreciar, en el pensamiento martiano es contante la utilización del término cualificador universal "todos", que exige la inclusión, de la mayoría y de la minoría, en un consenso unificador, a diferencia del término "algunos", que presupone la exclusión, ya sea de una minoría o una mayoría. De esta forma, para Martí la patria deberá ser la expresión máxima integradora de todas las fuerzas e intereses socio-políticos y a la que sólo puede llegarse por medio del diálogo y la tolerancia democrática. Hoy como antes, la necesidad de diálogo y tolerancia en la solución de nuestros problemas nacionales adquiere gran relevancia práctica y educativa en la sociedad. Analicemos algunos de sus aspectos más importantes. El diálogo real y verdadero posee importantes aspectos que merecen ser señalados. El primero está referido a que sólo mediante la confrontación de nuestras ideas con las de otros es que las nuestras encuentran su afirmación, "la libertad completa de contradecir y desaprobar nuestra opinión es la única condición que nos permite admitir lo que tenga de verdad en relación a fines prácticos y un ser humano no conseguirá de ningún otro modo la seguridad racional de estar en lo cierto"12. La vida nos demuestra que el hombre que no conoce más que su opinión o la de un solo grupo no conoce realmente gran cosa. Un segundo aspecto relacionado con el primero se refiere a que nuestro pensamiento sólo es productivo cuando otro interrumpe nuestro discurso, cuando nos plantea objeciones que nos obligan a repensar constantemente nuestras tesis y nos coloca en esa situación embarazosa y tensa que provoca el cuestionamiento. DIÁLOGO... proceso de gestación de la verdad misma. Ese proceso permanente en que uno habla y otro interrumpe de manera alternada, es precisamente el diálogo, no para emitir criterios sobre una "verdad" ya establecida, sino que es el proceso de gestación de la verdad misma. Es en el diálogo donde surge una verdad aceptable, justa y equilibrada para todos, que no discrimina, sino que une y abre paso al futuro. El diálogo puede realizarse entre personas que piensan igual o que sustentan versiones diferentes de una misma opinión. Para la solución de problemas o conflictos, este diálogo muchas veces se convierte en una mera repetición de fórmulas y esquemas ya conocidos, es un monólogo. Ahora bien, el diálogo entre personas que sostienen opiniones diferentes es más productivo y natural, su base se encuentra en la propia consideración de la diversidad ideológica de los seres humanos que requiere ser aceptada como algo natural y deseable. La libre manifestación natural del pensamiento, es condición necesaria para el desarrollo de la propia personalidad, es fuente de progreso espiritual y condición para la autoexpresión libre y sincera, por eso, "viola los fueros humanos, niega las facultades mentales, rompe las leyes naturales, el que impide al pensamiento su expresión"13. La supresión artificial y coercitiva de estas diferencias naturales provocan un constante sentimiento de frustración e infelicidad. Es un factor generador de hipocresía y doble moral, de mentira socializada y convertida en norma de conducta cotidiana. En tales condiciones, la vida se convierte en una mera repetición de esquemas y consignas ya conocidas en la que la sociedad alcanza un punto muerto en el que no hay avance espiritual. La soñada unidad que por este camino se pudiera alcanzar es mecánica y artificial, ya que se basa en una estandarización antinatural que suprime la diversidad. Sólo en la infinita diversidad de criterios y convicciones, de valores espirituales y culturales, de tradiciones, costumbres y formas de conductas es donde se encierra la inagotable riqueza de la sociedad humana. La diversidad de ideas no es signo de debilidad, sino de riqueza. Cuando por factores de carácter social y políticos no hemos sido educados en una "cultura de opiniones diversas", en nosotros aparece el temor, el miedo a sostener un dialogo honesto y abierto con otros que piensen diferente a nosotros. ¿Por qué aparece este miedo? Aparece porque sostener un diálogo abierto y sincero en el que se pueda plantear lo que realmente uno piensa, implica un salir de sí mismo, un abrirnos al otro, mostrarnos tal cual somos. Cuando hacemos esto abandonamos las defensas de la vida cotidiana que nos hemos creado para protegernos de las amenazas externas que exigen igualdad de opiniones. Es por eso que cuando dialogamos honestamente arriesgamos nuestra seguridad personal. Podemos decir, por tanto, que todo diálogo es un riesgo y a éste siempre lo acompaña el temor, cierta dosis de miedo"14. Debemos tener presente que este miedo es un fenómeno psicológico muy influyente y en grandes dosis es el más destructivo. Cuando la sensación de peligro, ansiedad, confusión, inseguridad, dura períodos de tiempos largos, el miedo se convierte en una fuerza destructiva capaz de llevar a una completa ruina la visa psíquica y espiritual del hombre. Esta situación puede originar estados enfermizos correspondientes a los de una personalidad paranoica. Estas personas se caracterizan por ser extremedamente desconfiadas y se mantienen en un estado de alerta constante en espera de posibles agresiones. Se sienten constantemente vigilados y desconfían de la mayor parte de las personas que se le acercan. Claro está que para librarse de ese miedo la posición más segura en tanto mecanismo natural de defensa es la de mantenerse en silencio, esconder nuestros verdaderos pensamientos bajo palabras y opiniones oficiales que no comprometen nuestro status socio-político. Esta hipocresía no es propiciadora de un diálogo sincero. Para superarla es necesario que tengamos confianza en nosotros mismos y en los demás teniendo siempre presente que no tenemos garantía alguna contra un uso inadecuado de nuestros criterios y opiniones. Como señalara acertadamente el filósofo chino Laotsé (604 a.n.e.), "Si no tienes confianza suficiente, nadie confiará en ti". Puede ser diversas las condiciones previas para sostener un diálogo. Entre ellas podemos señalar la necesidad de reconocer en nuestro interlocutor a una persona con iguales derechos que los nuestros. Esto nos obliga a considerar su opinión en serio, como una con la que se puede discutir y reflexionar. No implica que debamos aceptarla de antemano como verdadera, ya que de ser así, el diálogo sería superfluo e innecesario. Se acepta como una opinión posible entre muchas que pudieran existir y por lo tanto tiene derecho a ser considerada como las propias. Es por eso que toda persona que comienza un diálogo ha de estar dispuesta a aprender algo, debe aceptar, como realidad posible, que nuestro interlocutor quizás pudiera tener la razón y que por lo tanto debamos cambiar de opinión. En la práctica cotidiana esta disponibilidad para el cambio es difícil ya que cada uno vive en la obvia seguridad de sus concepciones, en una especie de monopolio sobre la verdad. La estabilidad en la vida se basa precisamente en esas concepciones y esquemas fijos que nos delinean un horizonte de vida que es aceptado sin cuestionamiento. De la única manera que realmente podemos demostrar que no pretendemos a un monopolio de la verdad es dialogando con todos, independientemente de las opiniones que sustenten. Sólo cuando se cumple esta condición previa es posible la comprensión sincera de los seres humanos. Todo esto nos indica que un requisito insustituible para sostener un diálogo real es la capacidad para escuchar a otros con opiniones diversas y contrarias a las nuestras. De esta forma dialogar es más que registrar los signos acústicos que nos transmiten, es más que entender, lo que el otro me dice. Significa, sobre todo, que él quiere decirme algo, algo que puede ser importante para mí, algo sobre lo que debo pensar, reflexionar, y puede, quizás, obligarme a cambiar de opinión. "La única forma de que un ser humano puede conocer a fondo un asunto cualquiera es la de escuchar lo que puedan decir personas de todas las opiniones, y estudiar todas las maneras posibles de tratarlo", ya que "la costumbre habitual de corregir y completar ideas, comparándolas con otras, lejos de producir dudas y vacilación, es el único fundamento estable de una justa confianza en todo aquello que se desee conocer a fondo"15. Significa por lo tanto que lo primero no es hablar y tratar de convencer, manipular o persuadir al otro, sino demostrar que estamos dispuestos a escucharle. En un diálogo, decisiva no es la actitud activa, combativa, sino la pasiva. Un diálogo no es una competencia para definir ganadores y perdedores. Otro requisito, no menos importante, es que digamos abiertamente y sin reservas, lo que pensamos. Eso requiere de la capacidad de autodominio, ya que el deseo natural de seguridad hace que reservemos nuestros verdaderos pensamientos. Tenemos el temor a que cada vez que revelemos algo nos situemos a merced del otro. Intolerancia: "toda distinción, exclusión, restricción o preferencia fundada en la religión o en las convicciones y cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo del reconocimiento, el goce o el ejercicio en pie de igualdad de los derechos humanos y libertades fundamentales". En la práctica el diálogo se convierte en una negociación cuando se trata de lograr un equilibrio que amenazan degenerar en un conflicto. Es aquí donde se hace necesaria la razón como forma de alcanzar una solución moderada y aceptable para todos. Es reconocido por filósofos y políticos modernos que el diálogo entre concepciones diferentes y a veces diametralmente opuestas, es la condición necesaria e indispensable para evitar los conflictos sociales. Su gran misión histórica es crear puentes sobre el abismo creado por la desconfianza y al disociación dirigidos a lograr el entendimiento, la cooperación y las acciones conjuntas. Es posible reconocer fácilmente el momento en que está herida de muerte una gran teoría social cuando comienza a discutirse. La desconfianza es un serio obstáculo para el éxito de todo diálogo. Una premisa importante para alcanzar y fortalecer la confianza entre las partes dialogantes consiste en eliminar esa costumbre adquirida de considerar al que piensa, diferente, como un enemigo. Esta posición parte de enfocar la realidad que nos rodea (material y espiritual) a través del prisma de estereotipos y prejuicios ideológicos en el que solo se distinguen dos polos: el "bien" y el "mal", lo "negro" y lo "blanco", negándose a percibir nuevos enfoques que rompan los criterios tradicionales. Se conforma así, una psicología especial que concibe al medio circundante lleno de posibles "enemigos y traidores". Esta imagen de enemigo bloquea a priori la razón y las capacidades intelectuales del hombre. Provoca, entre otras cosas, resentimientos, odios, sospechas, etc. En resumen, nos incapacita para el diálogo ya que opera con conocidos principios intolerantes como son: "quien no piensa como nosotros está contra nosotros", "si no se callan los aplastamos", etc. Intolerancia y diálogo se oponen. No es posible sostener un diálogo con personas intolerantes. Se entiende por intolerancia "toda distinción exclusión, restricción o preferencia fundada en la religión o en las convicciones y cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo del reconocimiento, el goce o el ejercicio en pie de igualdad de los derechos humanos y libertades fundamentales"16. Los intolerantes son excluyentes e incomprensivos y consideran a los discrepantes como enemigos, constituyéndose de hecho, en contrarios al verdadero espíritu democrático. La intolerancia va siempre unida al fanatismo. Esta conducta patológica se caracteriza, en primer lugar, porque el fanático se considera poseedor indiscutible de toda la verdad, en segundo lugar, experimenta la posesión de esa verdad de manera enardecida y, por último, se considera en la obligación de imponer su verdad a los demás. Es por esto que para poder llevar a término su conducta, el fanático tenga que recurrir inevitablemente a la fuerza con el propósito de "eliminar" al otro, al "enemigo" despojándolo de su verdad. Ahora bien, ¿qué hacer si nuestro interlocutor, en forma fanática e intolerante, no pone atención a nuestros esfuerzos ara dialogar o selecciona cuidadosamente, con quién y sobre quién dialogar, excluyéndonos?. Sucede que a veces para algunos sostener un diálogo con personas discrepantes es innecesario o es interpretado como una traición. Ellos parten de que son poseedores de la verdad absoluta. En la práctica los que insisten tercamente en que se reconozcan sus principios como absolutamente verdaderos representan un serio obstáculo para el diálogo, convirtiendo la posibilidad del mismo en un imposible. Esta posición dogmática no solo retarda la solución de las crisis sociales sino que aumenta las tensiones que inevitablemente son generadas por el conflicto. La verdad inmutable no existe en este mundo porque es contraria a la libertad de espíritu. No podemos forzar a una persona o grupo de persona a dialogar con nosotros. Lo único que podemos hacer ante una situación semejante es mostrar una incansable paciencia e intentarlo constantemente. En estas condiciones lograr un diálogo no es un suceso, es un proceso. Una actitud de rechazo al diálogo no es sensata ni justificable si estamos seguros de que poseemos la verdad a no ser que sea un síntoma de decadencia de nuestras concepciones ya que, como expresara el francés Gustav Le Bon (1841-1931), es posible reconocer fácilmente el momento en que está herida de muerte una gran teoría cuando comienza a discutirse17. Pero cuando uno insiste rígidamente en sus demandas, sólo puede obtener éxito por medio de la fuerza18. El resultado de este "diálogo" sería la dominación y no el acuerdo. El uso de la fuerza siempre hace que la situación empeore en razón de que aumente la tensión de los sentimientos antagónicos. Se produce una reacción en cadena: la fuerza engendra resentimiento, el resentimiento provoca la venganza, la venganza genera en conflicto, y la terminación de un conflicto por la fuerza es el primer paso seguro hacia otro conflicto, por lo común , más grave. El problema radica en que el éxito obtenido por la fuerza estimula cada vez más el incansable apetito de la fuerza y nutre su confianza. Es así como paulatinamente, se confía más y más en ella, hasta que su aplicación llega a ser habitual, cotidiana y para muchos inadvertida. La aceptación de opiniones diversas implica que seamos tolerantes, es decir que estemos dispuestos a no reprimir las convicciones de los otros aunque nos puedan parecer falsas o desechables, ni a impedir la libre expresión de las mismas con una actitud intolerante que condena al silencio. Imponer silencio a la expresión de opiniones "supone un robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de esta opinión y a los que la sustentan, y quizás más. Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error"19. Se impone erradicar para siempre de la vida social y política el dogmatismo y la intolerancia que provienen de la errónea pretensión de convertir nuestros criterios y proyectos concretos sobre el futuro de nuestra sociedad en verdades que no admiten discusión alguna. Existe el problema de cómo se estructura el diálogo, la cooperación y el intercambio práctico de opiniones de manera que no esté cuidado por un conjunto de ideas preconcebidas o por una falsificación consciente de la información. En este contexto se trata también de educar la capacidad para dialogar con la contraparte que piensa de otra manera, pero que puede y debe aceptarse su opinión como socio en una especie de coalición de las diversas razones. El diálogo, como se señala con justeza, contribuye al entendimiento recíproco, esclarece las posturas ideológicas y rompe los habituales sedimentos dogmáticos existentes en las relaciones humanas. Educarnos "en" y "para" el diálogo significa renunciar a vivir y actuar en la mentira, en la hipocresía, en esa doblez moral que lesiona gravemente nuestra dignidad y nuestra libertad individual. Como dijera el escritor ruso Boris Pasternakj (1890-1960): "nadie puede regalarme la libertad si no la poseo en forma germinal en mi fuero interno". Tanto la verdad como la mentira se clarifican en ese espacio de penetración mutua que proporciona el diálogo. No es casual que precisamente en nuestro siglo, el filósofo alemán Karl Jaspers (1883-1969) elevara la facilidad comunicativa al rango de criterio gnoseológico de la verdad, y tanto Gabriel Marcel (1889-1973) como Martín Buber (1878-1965) convirtieran la idea del diálogo, de género literario, en una categoría filosófica. Nunca fue fácil quebrar los criterios anticuados y estereotipados aunque habituales, para pasar a los nuevos, pero en toda la historia de la humanidad son numerosos los ejemplos en que se abandona lo viejo y se pasa a lo nuevo. En esencia, ello es precisamente lo que representa el progreso de la humanidad en todas sus esferas: en las ciencias, la política, la economía, etc. Michel Montaigne (1533-1592 conocido filósofo francés del siglo XVI, escribía en sus ensayos: "quién pretende desembarazarse de este violento prejuicio de la costumbre hallará muchas cosas recibidas como indudables, que no tienen otro fundamento que la nevada barba y faz rugosa del uso, que les ha dado su autoridad; pero arrancada la máscara, retrotrayendo las cosas a la verdad y a la razón, sentirá su veredicto como trastorno y, sin embargo, llevado a convicción más firme"20. Cobra creciente actualidad la demanda de resolver de forma dialogada los conflictos sociales en su momento. No está de más recordar las palabras de uno de los fundadores de la politología contemporánea, Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien recordaba que la demora puede redundar en cualquier cosa, por cuanto el tiempo acarrea tanto el mal como el bien, tanto el bien como el mal. En las condiciones actuales la demora, aunque justificada por los motivos más diversos, sólo puede agravar aún más las dificultades. Según la fórmula de Hegel, que determina el mal como el desequilibrio entre lo debido y lo existente, el aumento de la distancia entre la demanda de un nuevo pensamiento político-económico y la demora en hacerlo realidad, representa un mal que crece de manera incuestionable e indeclinable. "Demorar un problema, señalaba Martí no es más que agravarlo"21. "Nadie puede regalarme la libertad si no la poseo en forma germinal en mi fuero interno". Boris Pastermak.
JARDÍN: Realidad y Fantasía de Dulce María Loynaz. por Armando González Martín y Annie Plasencia Valdés. Cuando el 3 de febrero de 1950, en uno de los salones del Lyceum de La Habana, Aida Cuéllar pronunciaba su conferencia "Ala y raíz en el Jardín de Dulce María Loynaz" estaba centrando la atención en dos elementos consustanciales a la obra: fantasía y realidad. Al acercarse a este "libro con alma"1 develaba una novela desconocida que don Manuel Aguilar editaría el año siguiente y que, a más de cuatro décadas de su aparición en España, fue durante mucho tiempo un título desatendido. Gestada entre 1928 y 1935, "Jardín" es novela insólita dentro de su contexto literario cubano. Renovación artística, fracaso de la revolución antimachadista, maltrecha república, dignas aspiraciones, desilusiones transitorias, búsqueda de nuevos cauces en la expresión que se harán sentir en la narrativa de los años treinta: "Ecué-yamba-Ó" de Alejo Carpentier; "El laberinto de sí mimo" de Enrique Labrador Ruiz; "EL negrero" de Lino Novás Calvo, todas de 1933; "Aventuras del soldado desconocido cubano" de Pablo de la Torriente Brau, inconclusa en 1936; "Caniquí" de José A. Ramos (1936); "Tilín García" de Carlos Enríquez (1939); "Hombres sin mujer" de Carlos Montenegro (1937); "Contrabando" de Enrique Serpa (1938)... Voluntad de entregar lo novelado con una óptica diferente y con el empleo de técnicas que van dejando atrás el costumbrismo anterior. En ese momento en que la autora, tanto o más que muchos otros, se niega a "vivir -y morir... de realidad"2, concluye a las siete menos cuarto de la tarde, el 21 de julio de 1935, el preludio que encabeza un libro lleno de misterios y anticipaciones donde se entrelazan de modo indisoluble la fantasía y la realidad. Fantasía del griego phantasía: aparición, espectáculo que se devela ante los ojos del lector en un tiempo detenido en la esfera del reloj, dentro de un jardín que salta senderos, trepa muros pétreos, abraza u oprime, inmenso y pequeño a la vez, donde una mujer de diecinueve años sin edad, rompe los límites entre el presente y el pasado reviviendo los sentimientos de los muertos y vibrando con ellos. Limites borrosos en los que se disuelve una realidad omnipresente, más no siempre aprehensible, envuelta en halo fantástico que la hace mágica en un proceso gradual de elaboración creadora. Novela americana y por lo mismo barroca, se escapa al intento de atraparla en moldes rígidos, porque nada en ella lo es y hay que aceptar el reto de adentrarse en sus páginas como entre los ecos y los pilares del bosque de las correspondencias baudelerianas, para palparle la raíz y asirle el ala. Un nombre de mujer es vocablo que inicia el libro: Bárbara. Ríspido y raigalmente definidor, porque es nombre de mujeres extrañas. Ajenas a lo común; amadas, ganadas y perdidas extrañamente. Nombre a horcajadas entre generaciones, designa la joven que madura ante nuestros ojos y a la tía-bisabuela que se desliza incorpórea, arrancada de un sueño de cien años al conjuro de apelativo repetido, en cartas tan antiguas como un sueño. Aunque... Bárbara puede ser también: tipo, símbolo, arquetipo de mujer, la representación más común de las mujeres del mundo en todas las épocas: sagaz en su inocencia, sencilla sin ser simple, impredecible, mimética, y curiosa como Eva, pero a diferencia de ella, salida de la tierra... como el jardín. Y es que en toda la novela coexisten y se superponen dos planos: el real, lógico y el inmaterial, ilógico. Los personajes y acontecimientos son reconocibles pero hay un propósito latente: provocar sentimientos de extrañeza, y la autora se abstiene de aclaraciones racionales, parece que ella misma ignora muchas cosas y cada movimiento, cada acto, cada objeto, existe como "problema", como reto poético. Si recordamos que Poiesis es creación, asistimos a la génesis de una nueva realidad que al revelarse a través de la fantasía se transforma en magia... Desde el preámbulo de la novela, nos enfrentamos a un mundo donde salen sobrando nuestras convenciones: "Bárbara pegó su cara pálida a los barrotes de hierro y miró a través de ellos. Automóviles pintados de verde y amarillo, hombres afeitados y mujeres sonrientes, pasaban muy cerca, en un claro desfile cortado a iguales tramos por el entrecruzamiento de lanzas de la reja. Al fondo estaba el mar. Bárbara se volvió lentamente y entró por la avenida de pinos. Una gran luz que venía de un punto indefinido proyectaba extrañas sombras sobre los senderos del gran jardín. Era la sombra de los árboles enjutos y de las estatuas mutiladas a lo largo del camino medio borrado entre la hierba. El vestido se le enredó en un rosal, y las rosas estaban frías. La luna gris apareció en lo alto de la casa. Brillaron los muros blanqueados de cal, cuadrados y simétricos: brillaron las rosas. Y ella también brilló en una espesa claridad de espejos. Y así, de pronto, la luna empezó a temblar con un temblor cada vez más apresurado, más violento cada vez, y las sombras de las cosas giraban al revés y al derecho, y Bárbara se detuvo y miró a lo alto. La luna se desprendía: desgarraba las nubes y se precipitaba sobre la tierra dando volteretas por el espacio. Pasó un minuto y pasó un siglo. La luna, en el alero del mirador, rebotó con un sonido de cristales y fue a caer despedazada en el jardín a los pies de Bárbara. Astillas de luna saltaron sobre su cara, y ella pudo sentir todavía un frío desconocido. Se arrodilló en el sendero, recogió de entre la hierba la luna rota y la envolvió en su chal de encaje. La tuvo un rato entre las manos, dueña por unos segundos del secreto de la Noche. Luego hizo un hoyo muy hondo en el lugar en que la tierra era más tibia... Y así enterró la luna en el jardín. Arriba plantó un gajo de almendro y se fue con las manos húmedas embarradas de tierra y de luna. Afuera pasaban los automóviles verdes y amarillos..." (pg. 15). Ya dentro del jardín nos sumimos en su tiempo y en su espacio... indefinibles. Todo le pertenece: con cortinajes desteñidos, "grandes muebles de madera tosca, aún con pesadez del árbol primitivo"3, espejos tan altos que nadie puede mirarse en ellos, con detalles de palacete criollo decimonónico y mansión gótica, donde un reloj marca siempre las seis y cuarto; el pabellón del jardín: empapelado con un periódico de 184..., guardián de amores inconclusos, receptáculos de un pasado -no se sabe cuán lejano- que la Bárbara adolescente trae a su tiempo detenido. Ha crecido mucho el gajo de almendro y sus ramas impiden abrir la ventana de la habitación donde la joven inicia un viaje a la semilla a través de los retratos de los muertos y de los suyos propios, dentro de una atmósfera cómplice: "¿Hay sombras bajo el agua estancada del espejo?"... "¿Quién anda por el jardín sin ruido en los pasos y con batir de hojas, con escapar de pájaros?..."4. Descubre a la tía bisabuela del retrato que lleva su misma cruz de filigrana sobre el pecho. Bárbara fue ella también, ahora de rostro borroso en la cartulina, como el rostro del adolescente de flecos pálidos sobre los ojos, cuyo nombre se comieron las polillas y solo quedó la inicial: A. Bárbara y A (Alberto, Alfredo, Armando), pareja desunida por la muerte de la bisabuela que "era un poco rara y murió joven. Unos dicen que la envenenaron con zumo de adelfas y otro insinuó también que ella misma se había clavado en el corazón el alfiler de oro de su sombrero"5. A y B, inicio del alfabeto, como inicio del mundo fue el jardín que supo de su amor. Memoria viva es él, todo lo guarda a través de su largo existir: "¡Qué viejo está el jardín!... debe ser viejísimo. Se está muriendo de vejez"6. Por eso la joven Bárbara, antes de ver las fotografías "cuando andaba por el jardín, estaba ya pensando en este muchacho del retrato... desde antes pensaba, desde ayer... todavía antes quizás... (desde cuándo?)"7. El jardín, de tan viejo ha olvidado la disciplina de los caminos empedrados y soporta las aguas putrefactas, la exuberancia de sus plantas y rosales sin poder; es una pequeña selva enmarañada que de tanto convivir con los hombres, ha adquirido cualidades, sentimientos, y apariencias humanas. "El jardín voluptuoso... había crecido y parecía querer subir por las paredes de la casa, pegando sus enredaderas a las raspaduras de yeso, agarrándose a las moldaduras con tentáculos de tallos nuevos... Los viejos árboles seguían empinándose, empuñaban sus ramas contra el blando rostro asomado y el olor de tierra y hierba se hacía cada vez más intenso... ¿Qué quería el jardín?... (pg. 41). "Allá abajo, el jardín se reía bajito, con un retozo de savia entre los brotes nuevos, sofocando de prisa sus rumores bajo el viento encubridor" (pg. 119). "El jardín, paralizado y solemne, espera algo, echado a los pies de Bárbara, súbitamente humilde y amansado" (pg. 151). "El jardín estaba contento y se vestía con un traje de inocencia y de encanto..." (pg.77). "En el jardín hay un estremecimiento imperceptible, como si cambiara de posición en su larga espera" (pg. 186). En él coexisten el pasado y el presente, lo tangible y lo intangible: "Había interferencias de murmullos, de cosas de la tierra, de formas borrosas que alcanzaban a columbrar moviéndose de un lado a otro... Los rumores eran cada vez más cercanos; pero ella los percibía siempre en un titubeo de entre sueños. Sin poder alcanzarlos..." (pg. 96). "... el jardín enmudece en los pájaros y en el viento. Una sombra pasa estremecida por la arboleda..." (pg. 150). "¿Qué es lo que entra arremolinado por la ventana con todo el perfume de las primaveras muertas caídas sobre la tierra? ¿Es el amor, el viejo amor volviendo?" (pg. 151). Tiene la magia de la luna que guarda bajo su almendro crecido, y que sin embargo noche tras noche lo ilumina desde el cielo. Poesía en el jardín; por eso todo en él es posible y cuando Bárbara se prueba el traje de la bisabuela "era como una joven reina que avanzara ante una corte silenciosa. Una corte de fantasmas despertados, sorprendidos, inclinados a su paso..." y "los dobleces rígidos se fueron desbaratando uno a uno y de entre ellos volaban los grumos de polvo; y las cintas, tiesas de no jugar en tantos años con el viento, recobrando prestancia y agilidad, y los lazos cayeron con esa gracia de los lazos acabados de hacer, y los pájaros despertaron en los encajes y todo el traje relució con una tesura y una flexibilidad de cosa recién usada, de cosa que no ha perdido aún el contacto humano". "... Las flores desteñidas tornaban a ser flores recientes, flores todavía húmedas del rocío de la noche, corolas que recuperaban su aroma perdido, que reunían sus pétalos dispersos, que se coloreaban al conjuro de un abril mágico..." "Hasta el vaso incrustado de piedras de colores se llenaba de burbujas doradas; alguien venía a acercarlo a sus labios y ella empezaba a sentir la embriaguez de un viejo vino" (pg. 138-139). Y ella, ¿quién es?, ¿la joven de apenas veinte años o la bisabuela de las adelfas?. "Por unos instantes le pareció que estas manos no eran suyas, las sintió desprendidas de su cuerpo, surgidas torpemente de la tiniebla..." (pg. 132). "¿Ella misma o la otra? Las dos acaso... Las dos acaso y una sola siempre..." (pg. 185). Laura, la vieja criada le había dicho una vez con sus "labios acartonados": "Tienes el diablo dentro del cuerpo: lo tuviste siempre... desde hace cien años" (pg. 103). Reencarnación, metempsicosis, o simple empatía producida por las cartas de A, goznes donde gira el tiempo al reclamo del amor de una mujer con su mismo nombre, amada como ella se sentía ahora, porque "si él pudiera llegar de súbito, le tomaría las manos sonriendo y le diría su nombre, el nombre de ella, el nombre de las dos..."8. Pero Bárbara es más aún, es flor que se dobla sobre sí misma, que presiente la lluvia, hongo, reminiscencia vegetal, excrecencia de la tierra, falta de músculo vivo, con besos fríos y amargos, con sabor a planta, no hay que preguntarse quién es, sino qué es. En última instancia ella y el jardín, se complementan y armonizan; las palabras de A, parecen haber sido escritas para ella: "Bárbara, espíritu animador... del verde y de la piedra"9. Pero el joven enamorado se sintió también portador de la fuerza del jardín. De su amor posesivo, de su insaciable afán de envolver, fue su mejor amigo, fue el mismo. Todo se confunde, lo vegetal y lo humano: tierra, plantas, hombres, se intercambian sus cualidades y texturas, como en una Jungla aún no pintada, está toda la exuberancia barroca que linda con la suprarealidad10. Y este jardín, a veces laberinto enorme y otras pequeño tapiz, tiende sus ramas fuera de la novela: en un alarde de interpenetración espacial, el narrador se vuelve hacia el lector durante dos páginas de tono apocalíptico: "¿no sientes el jardín minando los cimientos del mundo, el jardín que taladra el piso por sonde andas, que levanta imperceptiblemente las alfombras de los palacios, las planchas de acero de las fábricas de la civilización?... ...Yerbas menudas decrecen en los dedos temblorosos de qué huyes entonces, si estás huyendo de ti misma si el jardín eres tú?" (pg. 71-72). Pero este "jardín malo" que podría reducir el mundo a su sola presencia fue también jardín-custodio que abrió sus frondas al amor en el cuento de "La Bella Durmiente" de Charles Perrault, cuento que a manera de relato especular reproduce en parte, con innegable carga simbólica, la historia de las Bárbaras. El relato infantil contiene a nivel actancial el esquema que se amplificará y adquiriría mayor complejidad en los niveles accional y discursivo de la novela, la función básica que sustenta la estructura del cuento intercalado es clave de la obra: la mujer-princesa dormida hace cien años es librada de su sortilegio por el hombre-príncipe portador de un beso de amor con la complicidad del bosque-jardín, porque ese hombre creyó en el mito de la bella durmiente y guiado por esa "fe" pudo abrirse camino, como el pueblo hebreo lo hizo entre las murallas de agua del mar Rojo. Creyó en el hechizo y rompió el hechizo; conquistó el amor con el amor, la fantasía con la fantasía. En el discurso, el personaje de la joven Bárbara también tendrá su príncipe que materializará un amor cuyo camino fue desbrozado por las cartas de A, porque... "El amor es una energía -un perfume-, pero el punto de proyección es siempre material: amante, amado y no hay luz sin lámpara, ni perfume de rosa sin rosa. Por eso el amor de los muertos es triste y dura poco. Faltan las manos que oprimir, la frente que besar. Nadie querría el amor de un muerto, aunque este muerto haya dejado tras sí un gran amor" (pg. 150). Y este príncipe del siglo XX que viene por el mar -Dulce María es mujer de isla- con toda la desenvoltura y la maternidad de su época -se inserta en la polaridad tierra-agua, jardín-mar, prisión-libertad, oscuridad-luz, estatismo-movilidad, muerte-vida, raíz-ala... Polos son también Bárbara y el capitán "Euryanthe" y se atraen con la fuerza de los contrarios. Esta vez es la muchacha quien atraviesa el jardín para adentrarse en la civilización del brazo masculino; entonces se hace más evidente la oposición jardín-ciudad, fantasía-realidad. ¿La propia Bárbara se va desmitificando, es ya menos indefinible, más corpórea, tangible, más... humana? Sin embargo, sigue siendo fiel a su "bárbara" naturaleza, ve el mundo de la ciudad, entra en contacto con él, pero no lo hace suyo, es, como bien lo expresa su nombre: extranjera. Y es esta condición lo que le permite ver la realidad desde un ángulo nuevo, ajeno a lo que pudiéramos llamar la "ortodoxia ciudadana" y puede penetrar más allá de lo percibido por los sentidos domesticados. A través de ella la autora descubre lo insólito de lo cotidiano en la ciudad, se vale del "extrañamiento" de la percepción de estos ojos vírgenes, procedentes de la naturaleza. Bárbara, situada en una especie de estado límite, percibe como espíritu poco común, privilegiado, especialmente dotado, mediante una iluminación inhabitual, las inadvertidas riquezas de la realidad y descubre la esencia de la sociedad capitalista, de la vida urbana moderna. "¿Y por qué se debatían los hombres? Para ella sólo se cambiaban de ropa... pasábanse unos a otros sus vestiduras... Unas veces eran trajes raídos... otras eran levitas lustrosas con cartera de cuero bajo la manga y una brizna de seda en la solapa. Desfile de uniformes aderezados de oro, blusas manchadas de la fábrica, atuendos luctuosos o festivos... Cambiaban las ropas. Los hombres eran siempre los mismos. Y de ser tanto los mismos, sus rostros llegaban a tomar la expresión seria y estúpida del maniquí de bazar; llegaban a desaparecer también, a deslizarse ellos por entre la tela como simples percheros, y los ojos de la mujer solo veían ya las ropas, las ropas sin cabeza, moviéndose todavía..." (pg. 288). El plano perceptivo Bárbara aporta la "ingenuidad" de su punto de vista. En el plano expresivo el narrador le da la capacidad de comunicación que hace posible la revelación de la esencia de la realidad no exenta de matices bergsonianos. Al salir del jardín Bárbara entra en un tiempo histórico, pero el tiempo de la narración se hace vertiginoso, de las cinco partes en que se divide la novela sólo cinco capítulos de la última se refieren a la ciudad, el relato se apresura como si quisiera escapar de ese mundo, que es el mundo de la prisa dado a través de elipsis sucesivas: "Hasta los hijos que ella había amado, tiernos y pequeños, le crecen aprisa, parecen ya traer inmanente el virus de la velocidad; y saltan de sus cunas, y saltan de sus andadores y se lanzan a tropezones sobre los muebles, sobre los sueños..." (pg. 309). "Ya no se decía, por ejemplo, hombre inteligente u hombre culto, sino hombres de ideas avanzadas". (pg. 312). Y es el mundo de la guerra: "una guerra que tiene por objeto enunciado ensanchar tres kilómetros más el perímetro circunscrito a las actividades de determinada colectividad..." (pg. 313). El tono es crítico, el lenguaje se hace directo, adquiere inmediatez de crónica: "...sigue el desfile trágico de caras que se van haciendo cada vez más blancas, más tiernas, más delicadas... ¡Son caras de niños ya! Son los niños que también desfilan, que también van cantando, sin comprender ellos ahora... Es la guerra". (pg. 314). Primera conflagración mundial despojada de su falsa aura heroica, reducida a lo absoluto en interesante coincidencia con la novela de Pablo de la Torriente Brau: "Respecto a los muertos, se recogió el esternón de uno y el omóplato de otro y se sepultaron con gran pompa al pie de un glorioso monumento". (pg. 316). Bárbara se vio inmersa en ese mundo, fue mujer " "tiernamente vulgar" para el amor de su hombre, ligera y fina en París, grave y ceremoniosa en Londres, dulce y quemada en La Habana; fue una y múltiple dentro de todas las Bárbaras: "¿qué podría ser ella sino una hembra entre las hembras de su especie?"12. "Hembras; el mundo os debe el amor y la prostitución del amor; la maternidad y la prostitución de la maternidad. Bastante os debe el mundo, hembra, animal blando, Bárbara sin jardín, Eva sin paraíso..." (pg. 288). Ella no formula la queja, no articula la protesta, pero existe en el camino abierto de la reticencia, en la palabra innombrada de la mujer objeto, desprovista del eterno femenino misterio de la poesía de la magia que se había quedado en su jardín. Bárbara no encajaba en la escala de valores "del hombre moderno" con su miedo a lo incomprendido, su utilitarismo, su afán de reducirlo todo a la razón su "manía de definir". Definir es limitar"13. Bárbara todavía llevaba dentro de sí el indefinible misterio de las cosas naturales, de las cosas con alma... y volvió a su jardín. Había tenido el valor de salir sin mirar atrás, moderna mujer de Lot, debía saciar varias curiosidades, pero ya llegaba la hora. Vuelve la novela a internarse en el mundo de la fantasía. "Después de mucho tiempo su boca reconocía la sonrisa perdida"14. Bárbara había raído en la ciudad, bajo luces intensas, donde todo cuerpo quedaba definido, recortado en líneas duras, sin transición de sombras. En la ciudad no había matices y ella era criatura de claroscuro. Volvía a las sombras de un jardín crecido, de una casa en ruinas, de su tierra. Bárbara es criatura telúrica y el jardín un hueco tibio de vivencias ancestrales... Todo él había crecido hasta desbordarse en los acantilados, impedido de seguirla por la presencia del mar, pero ella había desandado el camino de agua y ahora iba tras la luz de un farol sostenido por un pescador con voz sin inflexiones pronunciada por labios invisibles, "voz lejana y monocorde, que lo mismo podía ser o la de un viejo"15. Es de nuevo el tiempo del jardín sin tiempo, ahora privado de lógicas referencias topográficas, carente de superficie, móvil amasijo vegetal, selva de contextos textiles y olfativos... embudo: "... perdió la sensación horizontal de su marcha y se replegó el cuerpo en falso, como si se deslizara verticalmente por una vertiginosa hondura". (pg. 346). Las imágenes se desdibujan al modo expresionista: "La cara del pescador había empezado a iluminarse con las luces iniciales, y era una cara pálida, sin relieves casi, que parecía moldeado en cera blanda, semiderretida por algunos lados. Por abajo del párpado manaba la mirada como un agua sorda..." (pg. 348). Bárbara se dobla sobre sí misma llevándose las manos al vientre, en gesto enigma que nos sugiere la raíz vital; cordón umbilical cortado para separar al hombre del hombre, al hombre de la naturaleza; desgarramiento aliado a toda génesis, sensación perdida en los orígenes comunes de la vida... de la tierra. La imagen del pescador -recuerdo materializado del jardín- la había llevado tras un hilo de luz al difuso estado inicial de las sensaciones primarias. "No se dejaban ver las rosas, pero olía a rosas; mareaban las rosas, sofocaba el olor jadeante de las rosas. No se veía el agua, pero se oía correr el agua entre piedras: se sentía el suave y espeso borbotear del agua que se desliza entre junturas de piedras... Y otros efluvios confusos, ya nuevos, ya viejos, llegaban hasta ella, envolviéndola, envolviendo a los dos en una gran ternura vegetal fragante y pura". (pg. 349). Sólo quedaba el lienzo de muro apretado al gajo del viejo almendro abandonado por la luna, el dragón esculpido en el friso se desmorona arrastrando la pared resquebrajada : apocalipsis del mundo de Bárbara, pequeño mundo donde el mítico dragón se trasmuta en huidiza lagartija amarilla. Bárbara ha concluido su viaje hacia los orígenes, ha vuelto al punto de partida. Víctima de su última curiosidad femenina, atraída por los recuerdos, se ha convertido en parte integrante del jardín que cerraba sus ramas tras ella para impedir una nueva fuga, ella con su tía/bisabuela cumple su destino de soledad. Más... nada de esto es cierto: Bárbara no ha vuelto al mismo punto de partida por que la mujer que regresa no es la muchacha que partió: cualitativamente diferente, hace también distinto su entorno. No es el mismo jardín ni la misma Bárbara. El jardín desatado en su fuerza tiene matices diferentes para ella que ha gustado del mundo y del amor; llena de nuevas y variadas vivencias viene en busca de las antiguas que merecen ese calificativo pues ya no son las únicas. Es la mujer moderna que dentro de la prisa y la guerra se mantuvo inadaptada a un contexto de compra-venta, debe-haber, de existir sin sueños. No es destino ciego, sino regreso voluntario de esta Bárbara-Ofelia que no puede vivir en el mundo en el que su propio compañero, personaje innombrado, no es más que el hombre-dueño "el Sereno, el Dominador, el Amable por excelencia..."16, príncipe frustrado que no rompió el hechizo pues extravió el camino hacia el alma. Bárbara se había confundido y abandonó su sueño del jardín por otro sueño diferente. En su mundo estático de magia y recuerdos le faltó la acción; en el mundo de la acción le faltó la poesía, no fue mujer plenamente realizada y después de romper el hechizo volvió a él. Porque... Bárbara no excluye a Psiquis (gr.psykhé: alma), solo que no es consciente de ello. Quizás la autora no previó que esta mujer símbolo aunara carne y alma, raíz y ala en un juego dialéctico de contrarios. El jardín desaparece bajo el empuje de la civilización; lo que pudiéramos llamar epílogo de la novela, intercala las imágenes del preámbulo en un paisaje diferente, que se va transformando dentro de un contexto sonoro contrastante con el contexto lumínico del inicio. Los añicos de luna son hallados en la tierra removida trasnformados en un disco de hojalata que "la mano del trabajador del hierro ha sentido desmesuradamente fría"17. "Piensa él que lavada y desinfectada -aleación de economía instintiva y modernas divulgaciones profilácticas-, podría servir de plato duradero a su comida fría y puntual -comida disciplinada también-; pero la arroja luego con gesto desdeñoso". (pg. 352). La fantasía ha desaparecido con el jardín, inútil como él, y los hombres construyen un hotel de moda de espaldas al mar... Pero Bárbara aún espera al que la salve con un amor más allá del pragmatismo civilizador, ningún personaje ha llenado a cabalidad el papel de actuante de la función primaria: unos porque vinieron del mundo inmaterial de las sombras; otros porque llegaron de una materialidad sin concesiones. Moderna bella-durmiente ella aguarda al príncipe capaz de creer, aún en pleno siglo XX, en la fuerza de la magia y la poesía. La función-clave, queda inconclusa en la novela, cualquiera puede encarnar al personaje que rompa el hechizo de una Bárbara ubícua en tiempo y espacio que aún aguarda -mito redivivo- quien la libere de sus cien años de soledad. "Jardín" es novela de anticipaciones, el carácter innovador del tratamiento que da Dulce María Loynaz a la realidad y la fantasía, prefigura líneas novelísticas desarrolladas en latinoamérica con posterioridad. Muchos antes que en "Pedro Páramo" de Juan Rulfo, publicada en 1955, se percibe en ella la indiferenciación entre lo concreto y lo fantasmal, el tiempo en ambas tiene, una duración de valor poético. En "Jardín" se despiertan los objetos y los fantasmas de los seres que los rodearon y poseyeron y la acción se desarrolla dentro de lo concreto de las apariencias y más allá de ellas. El jardín de Bárbara, perdido como Macondo en un punto del mapa, revela la exuberancia del trópico con sus dos estaciones y adquiere rango protagónico, humanizado, irreal, en toda su aplastante realidad. Mundo concreto sensible reflejado no al modo académico, sino al moderno, al que la autora incorpora todos los movimientos de la vanguardia: futurismo, surrealismo, expresionismo y matiza este último con elementos de lo grotesco expresivo anticipándose a los valores textuales del arte de la segunda posguerra. La reversibilidad del tiempo, aparece antes que en "Viaje a la semilla" de Alejo Carpentier, escrita en 1944 y publicada en Méjico en 1958. El espacio, inaprensible, está dado en el jardín como laberinto y en la ciudad como "acontecimiento", pues se enfatiza más en las acciones y su naturaleza que en la descripción de los lugares donde se producen. Espacio engañoso del jardín cerrado, abierto hacia el pasado y el mundo de la sombra; ciudades abiertas cercadas por la prisa, minúsculos instantes en el vórtice del tiempo. Contrastes, sugerencias, elementos expansivos... barroquismo. Hay un hilo anecdótico mínimo e inusitados personajes: Phantazo; yo me aparezco; puede decir el poeta de las cartas o la vieja criada de la familia y hasta el marino que por casualidad llega a la costa escondida para materializar el viejo amor de la joven Bárbara. Relatividad espacio-temporal donde se haya la raíz; lo que se afinca y el ala: lo que se escapa. La obra compendia el realismo mágico y lo real maravilloso en un grito sordo contra el pragmatismo moderno. "Jardín" es también novela telúrica. A pesar de los escasos años que la separan de la reconocida trilogía -La Vorágine, Don Segundo Sombra, Doña Bárbara-, se inserta en una época bien diferente -vivimos en el mundo de la prisa- y es cualitativamente más moderna, pero entrañablemente americana. Tiene una mujer que aúna, a semejanza de nuestras heroínas románticas -María, Amelia- el amor y la muerte. A través de ella resuman viejos poderes ancestrales como en Doña Bárbara y hay un poco de la Maricela de Rómulo Gallegos, bella durmiente que sólo puede hallarse tras la naturaleza incontaminada de América. Vamos a encontrar en Jardín la cuestionada oposición civilización-.barbarie o, al menos, no con los matices de antaño, es un enfrentamiento enriquecido. La autora acepta lo moderno y lo creativo de la civilización, no su vulgar utilitarismo ; alaba la máquina en páginas antológicas, pero la máquina que genera la magia del traje de la niña; se conmueve ante su alma oscura, es un mecanismo humanizado. Idéntico sentimiento la mueve al reflejar el fácil develar "lo real maravilloso ciudadano" descubriendo como Henri Bergson, la comicidad latente en lo vivo que se comporta como mecanismo rígido. Los matices existencialistas de la novela, no la hacen una obra adscrita a esa tendencia; Bárbara posee un innegable afán gregrario, aunque no se somete a las convenciones sociales; vive ajena a ellas, es figura tangencial de un mundo que no tuvo garra humana para atraparla y regresa a la garra natural de su jardín. Podemos decir que la acromía del jardín -donde el tiempo de la escritura elimina para el emisor el receptor y los personajes, el pasado y el futuro, creando un presente absoluto- y el tiempo vertiginoso de la ciudad, contribuyen a conformar, por oposición y contraste, una utopía que permanece fuera de la novela. Todo ello resultante del proceso creativo que no se reduce a darnos un simple reflejo de lo objetivo. La modernidad de la obra se haya en lo que pudiéramos llamar la recuperación subversiva de la realidad y tanto el ámbito del jardín como el de la ciudad, participan de ella. Hay un rejuego dialéctico yo-realidad, a través de la percepción, cuya resultante en última instancia es una realidad simbólica. A "Jardín" de Dulce María podemos aplicarle las palabras de Carlos Fuentes al enjuiciar, partiendo de "Don Quijote", la novela contemporánea, porque ella es novela potencial, en conflicto y diálogo consigo misma y además invitación a vernos a nosotros y al mundo como enigmas, pero también como posibilidad incumplida. Por todo lo anterior, la obra se inserta en su momento, en el nuestro y adquiere matices trascendentes. La bella durmiente del Jardín aguarda un futuro donde la luna no sea un frío redondel de hojalata. Ahora que ha desaparecido el jardín para librarla a ella: Bárbara-Eva-Ofelia-Psiquis- debemos asir la magia y mirar a nuestro lado... "Bárbara, por detrás, por arriba, por abajo, por siempre..., pega su carapálida a los barrotes de hierro..." (pg. 352, final).
|