Toste es su obra. Esto podría ser reductivo si consideramos que por obra se entiende lo material, lo inmanente, el color o la figura. Pero quien se acerca, desprejuiciado y abierto a la comunicación, a la obra del perseverante y silencioso artista, quien no se detiene en una etapa de su vida, en algunos rasgos de su abundante obra, puede llegar a trascender el lienzo y el acrílico para ir entrando en comunión con el ser humano que traza y se encarna, crea rostros que son expresiones, visiones, de su alma multifacética. Así lo percibo, trashumando por los vericuetos de su humanidad, transfigurado en tanta mirada profunda, en tanto gesto elocuente, en la irrupción del trazo como si fuera que la pasión se le escapa de su sosiego.
Si el arte es creación y espiritualidad, Manuel Toste, a lo largo de su vida ha ido concibiendo y alimentando a una progenie multicolor, figura y expresión de su diversidad interior, pero sin alejarse de aquel Dedo del Supremo Artista que todo lo que toca lo convierte en ser humano, hecho a imagen y semejanza de su creador. En ese sentido, Toste es su obra, galería de lo humano, convivio de lo divino encarnado por obra del alma que se resiste al cautiverio del otro cuerpo, el de aquí, el limitado que se desborda en vibración y rictus, en posesión y voluptuosidad domada a fuerza de espíritu. Con esas fuerzas interiores y esos espíritus que peregrinan por los rostros de Toste, no se puede reducir la obra al caballete ni se puede atrapar su alma en el trazo. Como en cada ser humano alma y cuerpo son uno, como Toste y su obra.
A veces parece que el mismo Creador le hubiera dejado a Manuel una tarea: “Creced y multiplicaos”. Como la otra paternidad en la que todos podemos ver las diferencias entre las creaturas pero solo sus progenitores pueden distinguir sus más íntimas peculiaridades. Él sí sabe las subjetividades que se asoman con más fuerza cuando el fondo invade a la forma, en ambos sentidos. Contra toda esa hermeticidad y polisemia que quieren mantener los artistas, respetando la libertad de interpretación de los receptores de sus mensajes, aprovechemos mientras tengamos la cercanía siempre amable y asequible del autor para que, en íntimas confesiones, nos revele ese mundo interior, esos laberintos del alma que si nos detenemos más de lo acostumbrado frente a sus obras, comienzan a jugar con nuestras percepciones, con nuestras emociones secretas, con ese hondón del alma que se confunde cuando ve en la superficie de la obra de Toste solo colores fuertes, trazos gruesos, un bosque de miradas.
Estoy seguro que un día iremos categorizando las interioridades complejísimas y tan humanas que la aparente ingenuidad de las obras de Toste intenta distraer. Detrás de cada gruesa y vigorosa pincelada podremos encontrar una delicada sensibilidad por lo interior. La humildad de “Manolito” como le llamaba su familia cuando éramos niños no ha podido con las potentes vibraciones de su vida interior. Por eso le doy una nueva interpretación a la más reciente exposición de Toste. Más allá de la lectura lineal de “buenas caras para malos tiempos”, me parece que podríamos además leer “Sus humanas caras para todos los tiempos”. Vitalidad y pasión. Son todas de él. Son todas humanísimas, expresión variopinta de una exuberante humanidad. Y por ser precisamente humanísimas y fecundas, son y serán para todos los tiempos.
Disfrute para todos y para siempre. Gracias Toste.