Disciplina laboral: ¿inalcanzable en Cuba?

Miércoles de Livia

No es nada raro en Cuba ver una ciudad llena de personas que van y vienen en horario laboral. Deambulan, entran a las tiendas, se sientan en cafeterías. Muchos son trabajadores de empresas estatales. Para nadie es secreto que en estos lugares, hay horas en el día en las que es casi imposible encontrar un trabajador en su puesto de trabajo. Casi todos hemos vivido la pesadilla de hacer un trámite que dura meses cuando puede durar días u horas. Hemos perseguido por días enteros la “imprescindible firma” que necesitamos y que solo puede dar una persona que no aparece. Hemos sido víctimas de los “días de inventario”, de los “días de fumigación”, de los “días de estamos reunidos”. Todo es un círculo vicioso en el que unas veces somos sujeto y otras, objeto de la indisciplina, la burocracia, la ineficiencia y la mediocridad laborales. El resultado es el que tenemos: una sociedad con una deforme cultura del trabajo.

 Los cubanos somos trabajadores. Lo digo sin temor a equivocarme. Si tenemos en cuenta las condiciones de trabajo, que la mayoría de las veces son dificilísimas;  los salarios que apenas alcanzan para lo mínimo; la falta de realización personal que abunda; la iniciativa truncada; la falta de libertad, entre otras razones, y aún así podemos encontrar buenos trabajadores, no podemos negar que el trabajo forma parte de nuestra condición humana.  La disciplina laboral no nace de la nada. Hay que educar en ella, pero también hay que crear las condiciones para que se fomente.

La realidad es que en Cuba la actividad por cuenta propia, aun con sus fuertes limitaciones,  ha contribuido a la formación de las personas en el mundo laboral y ha demostrado además, con creces, que funciona mejor que cualquier empresa estatal, ya sea en independencia y autonomía, en capacidad para motivar, en perseverancia, en estímulo a la iniciativa, en responsabilidad, en remuneración justa, en calidad, en productividad,  y por supuesto, en disciplina laboral. Dista mucho  de la perfección, pero gracias a Dios, el barco de los emprendedores cubanos ya zarpó, navegamos en él,  lo hemos asumido con valentía,  y seguimos a pesar de las marejadas y los maremotos.

No es una fórmula mágica. No se trata solo de satisfacción material, que sabemos que es muy importante, se trata también de satisfacción espiritual. En el trabajo, la persona vierte sus talentos, piensa, crea, en beneficio propio y en el de los demás, por lo tanto si la labor realizada responde a la vocación, los logros serían increíbles.

No hace falta hacer comparaciones con otras sociedades, concentrémonos en la nuestra y en lo que está mal aquí. Es necesario que el trabajo contribuya al bien común, que propicie el desarrollo personal, que satisfaga las necesidades de los trabajadores y sus familias. El Estado tiene la responsabilidad de crear,  así como de implementar políticas que estimulen la generación de empleo donde la dignidad de la persona humana sea un principio básico y se reduzcan los niveles de subempleo y desempleo.

La sociedad cubana debe fomentar la educación en el trabajo desde las familias, los centros de enseñanza y otros ambientes para lograr la formación de los ciudadanos como responsables y formadores de una verdadera cultura del trabajo, que puede servir de base a una adecuada disciplina laboral. Es una meta perfectamente alcanzable en Cuba.

 


Livia Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1971).
Licenciada en Contabilidad y Finanzas.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

 

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